DOCTRINA Y VIDA CRISTIANA |
Estudio X
EL BAUTISMO DE LA NUEVA CREACION
Parte 5
“Porque por un espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo.”
—1 Cor. 12: 12,13—
No dejemos que el Apóstol sea mal entendido, cuando se hace referencia a nuestro bautismo en la muerte con nuestro Señor — “en su muerte” — dando a entender el bautismo del Espíritu Santo. La muerte y el Espíritu Santo son diferentes, y los dos bautismos son distintos y separados. El bautismo en la muerte es algo muy propio e individual; para el que quiere llegar a ser miembro del cuerpo de Cristo debe consagrar y sacrificar su voluntad. Consecuentemente su sacrificio es aceptado, el Señor por su Espíritu ayuda a todos a entregar su vida en sacrificio de la Verdad y por los hermanos — hasta la muerte. El bautismo del Espíritu Santo fue un bautismo para toda la Iglesia. Tuvo lugar en el aposento alto el día del Pentecostés, y no ha necesitado ninguna repetición, porque no ha cesado de estar con la Iglesia desde entonces. La repetición de algunas manifestaciones exteriores se dieron en el caso de Cornelio, esto fue desde entonces una evidencia para Pedro y todos los creyentes judíos, y para Cornelio y todos los creyentes gentiles.
Dios no hace ninguna distinción o diferencia entre judíos y gentiles. La inmersión en Pentecostés se realizó, se nos cuenta, cuando el aposento alto se llenó con el Espíritu Santo, para que los 120 hermanos presentes, “fueran todos inmersos en el Espíritu Santo”, los apóstoles, además, recibieron un símbolo de favor divino en la aparición de lenguas como fuego que se dividían, posándose sobre cada uno de ellos.
Este ungimiento con el Espíritu Santo, corresponde al equivalente ungimiento de los reyes y sumos sacerdotes de Israel, con el aceite sagrado de la unción. El aceite se aplicaba sobre la cabeza y se corría por todo el cuerpo. La aplicación antitípica sobre la cabeza era la participación del Espíritu Santo a nuestro Señor en el momento de su consagración a los treinta años de edad, cuando el Padre le dio el Espíritu “sin medida.” (Juan 3:34) Cuando el Pentecostés vino totalmente, nuestra Cabeza glorificada había estado en la presencia del Padre, e hizo la propiciación por los pecados de su gente, y fue cuando se le permitió “derramar el”, Espíritu Santo en Pentecostés, que sumergía a su Iglesia; y de esa forma él demostró su aceptación y la del Padre, como miembros de su Ecclesia, su cuerpo — miembros de la Nueva Creación. Su iglesia, su cuerpo, desde entonces continúa, y el Espíritu Santo ha continuado dentro y sobre de ella; y conforme cada miembro nuevo es agregado a la Iglesia, que es su cuerpo, cada uno llega a ser un participante en el único bautismo del Espíritu que pertenece y satura el cuerpo, la Iglesia.
El texto bajo consideración vincula este bautismo Pentecostés del Espíritu, con nuestro bautismo individual a la muerte, y nos muestra la relación de los dos. Por ser hombres justificados es que somos bautizados en la muerte. Por ser miembros de la Nueva Creación nosotros somos ungidos del Espíritu Santo y constituidos miembros de la Ecclesia, el cuerpo de Cristo. Como se vio anteriormente, nosotros debemos primero ser justificados del pecado y de la muerte en Adán por la fe en nuestro Redentor, antes de que nuestro sacrificio sea aceptado y nosotros podemos estar muertos con él — con nuestro Señor, nuestra Cabeza. De la misma manera, nosotros debemos primero hacer esta consagración, o sacrificio de nuestro ser, para ser aceptados como miembros de la Nueva Creación, antes de que comience el proceso agonizante que, por la gracia del Señor, resultará en nuestro bautismo total a la muerte, en la semejanza del bautismo de nuestro Señor a la muerte, y así asegurar una participación en su “Primera Resurrección”. Esto está de acuerdo con lo que nosotros hemos visto anteriormente; es decir, que no es nuestra justificación la que nos constituye Nuevas Criaturas — miembros del cuerpo de Cristo — sino nuestro bautismo a la muerte con él así como el Apóstol lo ha declarado, “de la manera que el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros … Así también es Cristo. Porque por un Espíritu somos todos bautizados en un cuerpo… todos hemos bebido de un mismo Espíritu.” (1 Cor. 12:12,13).
Esta edad Evangélica es “el año aceptable del Señor”, durante el cual ha estado dispuesto en aceptar los sacrificios de los creyentes, su consagración total hasta la muerte. Cada co–sacrificio que responde al llamado de la edad (Rom. 12:1) ha sido en ese mismo momento aceptado como miembro de la “Iglesia de los Primogénitos, cuyos nombres están inscritos en los cielos”. Pero esta aceptación, como nosotros hemos visto, no es el final: se les exige a todos los consagrados que ellos tienen “a cada día morir” — esto es, que su actitud de consagración total debería continuar a diaria hasta que ellos también puedan declarar finalmente, “ha sido consumado”. Se exige por la consagración que esta perseverancia en sacrificio y buena voluntad debe continuar paciente y fielmente, y que nuestro fin, como con el de nuestro Señor y Cabeza, será la muerte literal. Como está escrito: “Yo dije, vosotros sois dioses [elohim — unos potentes] e hijos todos vosotros del Altísimo — ustedes morirán como hombres, y caerán como cualquiera de los príncipes” — no como el Príncipe Adán, convictos; sino como el Príncipe Jesús — los participantes en su muerte. (Sal. 82:6,7) Esta fidelidad, esta muerte de cada día es un requisito para hacer nuestro llamado una elección segura; y es a éstos, los que caminan fielmente en los pasos del Señor que él les promete la gloria, la honra y la inmortalidad reservada para los fieles vencedores quienes constituyen los “elegidos verdaderos”, miembros de la Nueva Creación. Las palabras de Nuestro Señor fueron, “Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida.” (Apoc. 2:10.) Nosotros vemos, entonces, que así como lo es con la Iglesia, también lo fue con su Señor y Cabeza — que la consagración trae los primeros frutos del Espíritu, y por fidelidad y bendición del Espíritu, diariamente continúa aumentando, los frutos y los regocijos, llevando adelante el cumplimiento fiel del pacto hasta la muerte, que es lo esencial para recibir la herencia total — la participación en la Primera Resurrección con sus glorias y honores. (Ef. 1:12-14; Rom. 8:16-17).
EL BAUTISMO DE FUEGO
Nosotros ya hemos llamado la atención en gran parte1, a la declaración que hizo Juan el Bautista a los judíos con respecto a Jesús: “El os bautizará en Espíritu Santo y en fuego” (Mateo 3:11), así indicando la bendición Pentecostés sobre los Israelitas fieles y el fuego, la ira de Dios, “ira hasta el extremo” (1 Tes. 2:16) que vino sobre el resto de esa nación. El bautismo de fuego no es una bendición, ni tampoco tiene sentido que la gente cristiana a veces sin pensarlo ore por éste. Así como hubo un bautismo de fuego sobre la “paja” de esa nación al fin de la edad judaica, también nuestro Señor indica que habrá en el fin de esta edad un “fuego” similar que caerá sobre la clase “cizaña” de la Cristiandad — un bautismo de fuego, de angustia, de tribulaciones, “cual nunca fue desde que hubo gente hasta entonces.” (Dan. 12:1).
1 Vol. V, Cap. IX (en inglés).
EL BAUTISMO SIMBÓLICO EN EL AGUA
Nosotros mencionamos ya anteriormente acerca de los diferentes bautismos en agua que están de moda entre muchos cristianos y que casi universalmente lo confundan con el bautismo verdadero, nosotros hemos demostrado cuán falsas e inconscientes son las pruebas que son la base de estos bautismos en el agua, las cuales no pueden afectar el corazón y que en su gran mayoría son símbolos, pero no son reconocidos como símbolos por sus defensores, porque ellos no distinguen claramente el bautismo verdadero a la muerte con Cristo. ¡Tan simples y preciosas son estas pruebas del bautismo verdadero relacionado a la Iglesia de Cristo — el “Cuerpo”, la Ecclesia, cuyos miembros están inscritos en el cielo — sin tener que depender de una matrícula terrenal! Este bautismo verdadero es, por lo tanto, la puerta a la iglesia verdadera porque nadie puede ser admitido o matriculado como un miembro de la Iglesia, el cuerpo de Cristo, y que tengan sus nombres inscritos en el cielo como tales, excepto quien hubiera tenido primero la experiencia del bautismo de su voluntad, de su corazón, a la muerte con Cristo, y así ser admitidos como miembros en su Iglesia, que es “lo que falta de las aflicciones de Cristo” (Col. 1:24) ¡Ah, sí! Estos creyentes, haciendo tal consagración, tal bautismo en la muerte con el Señor, todos ellos tienen que ser el “trigo” verdadero — ninguno de éstos es la “cizaña”. La puerta del agua tal se deje entrar a la vez a la “cizaña” y al “trigo” en la Iglesia; pero el bautismo a la muerte como una puerta, admitirá únicamente a la clase de trigo a la Iglesia verdadera, porque además a estos no les importa estar bajo condiciones adversas, a pesar de que hay algunos que pueden imitarlos con cierta medida, así como las “cizañas” son las imitaciones del “trigo”.
Desde este punto de vista, se observará que puede haber miembros de la Iglesia verdadera — bautizados en Cristo, al ser bautizados en su muerte — dentro de los Presbiterianos, Metodistas, Luteranos, Episcopalistas, Congregacionalistas, Católicos Romanos, etc., así como también dentro de los Discípulos y Bautistas. Por otra parte, indudablemente la gran mayoría en todas las denominaciones (incluyendo a los Discípulos y Bautistas inmersos en agua) no tiene ni parte ni destino en el cuerpo de Cristo, la Ecclesia verdadera, a causa de no haber entrado por la puerta verdadera a la iglesia verdadera, porque el bautismo verdadero en “su muerte” es una proposición incontrovertible.
Habiendo colocado así todo el énfasis, como el Apóstol lo hace, sobre el bautismo verdadero, nosotros volvemos hacia el símbolo, el bautismo en agua, y primero, averiguamos, ¿Es éste el símbolo apropiado o necesario para los que ya tienen el bautismo verdadero? Segundo, si es así ¿cuál es el símbolo apropiado?