DOCTRINA Y VIDA CRISTIANA

Estudio X
EL BAUTISMO DE LA NUEVA CREACION
Parte 3

EL TESTIMONIO DE LAS ESCRITURAS SOBRE EL BAUTISMO

El ritual judío contenía varias fórmulas con respecto al lavado de los utensilios, el baño y el lavado de las personas etc., pero nada con respecto al bautismo (baptizo, inmersión) tal como lo había predicado Juan, al final de la edad Judaica. El bautismo en Juan era para los judíos únicamente, quienes ya eran reconocidos por haber sido lavados típicamente en el día de la Expiación de las ofensas del pecado. Para ellos el bautismo aplicado por Juan, representaba el arrepentimiento, la confesión del pecado, las violaciones del Pacto de la Ley, y el lavamiento típico de ambos el volver, o el deseo de estar en una condición justa de corazón. Así los judíos arrepentidos del pecado y lavados o bañados simbólicamente, se sentían restaurados a una condición de armonía con Dios, que anteriormente disfrutaban bajo el Pacto de la Ley. El motivo por el cual Juan predicaba y bautizaba, era la preparación del pueblo para el Reino de Dios y para la revelación del Mesías, la cual Juan anunció ser inminente, y por las cuales el pueblo necesitaría estar en una condición preparada de corazón si es que ellos hubieran de recibir la bendición apropiada. Todo judío bajo el Pacto de la Ley, era incluido como un miembro de la casa de Moisés: y “Todos en unión con Moisés fueron bautizados en la nube y en el mar.” (1 Cor. 10:2).

La casa de Moisés era una casa de siervos, como está escrito, y “Moisés a la verdad fue fiel en toda la casa de Dios, como siervo.” (Heb. 3:5). Bajo el arreglo divino, todo el que fuese fiel como un miembro de Israel típico o la casa de siervos bajo Moisés, él siendo el Mediador del típico o del Pacto de la Ley, estaría en la condición preparada de corazón para cuando el Moisés antípico, el Mesías, Cristo, fuera revelado, ellos tendrían la disposición justa para recibirlo como Moisés en la nube y en el mar, al aceptar a Cristo en lugar de Moisés, nos indica que ellos ya estaban en Cristo como miembros de su cuerpo, él siendo la cabeza, y, mediante la asociación con Él, ellos serían los ministros del Pacto Nuevo, del cual el Cristo glorificado, completo, cabeza y cuerpo, sería el Mediador.

Por lo tanto, Juan no bautizó a los creyentes en Cristo, simplemente al arrepentimiento, devolviéndolos a una condición de armonía con Moisés, en ésta condición, como ramas naturales del olivo (Rom. 11:16–21) ellos necesitarían ser injertados en Cristo, porque Cristo tomaría el lugar de Moisés, quien en ese entonces simplemente simbolizó a Cristo. También, se debe recordar, que lo que se llama el “bautismo en Juan” fue para el “lavamiento de pecado” y no se aplicaba a todos excepto a los judíos — pero los gentiles, al no estar bautizados en Moisés, y al no pertenecer en ningún momento a la casa típica de siervos, no podrían por arrepentimiento de pecado, volver a una condición que ellos nunca tuvieron. Por lo tanto, los gentiles creyentes en Cristo deberán ser instalados como hijos en su casa en una manera diferente. Ellos, como lo explica, el Apóstol, eran ramas silvestres del olivo, “hijos de la ira por naturaleza”, extraños, diferentes, extranjeros para la mancomunidad de Israel. Ningún arrepentimiento y reforma haría de estos extraños, diferentes y extranjeros, miembros nuevos de la casa típica de los siervos, a quien únicamente se les otorgaría el privilegio por fe en Cristo de ser transferidos de la casa de siervos a la casa antípica de los hijos. Si llegaran otros a ser ramas del olivo (Cristo), cuya raíz es la promesa en Abrahán (Gál. 3:16,29), deberán ser injertados en las posiciones que resultaron vacantes por el corte de las “ramas naturales” del olivo original la casa de los siervos, cuyos corazones no estaban en una condición justa para aceptar al Mesías, y quien por lo tanto, él no los podría aceptar como miembros de la casa de sus hijos “A lo suyo vino (pueblo de Israel), pero los suyos [como su pueblo] no le recibieron. Mas a todos lo que lo recibieron a quienes creen en su nombre, les dio potestad [privilegio] de ser hechos hijos de Dios, los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Juan 1:11–13, RV1960) son los que han llegado a ser miembros de la Nueva Creación espiritualmente.

El Israel típico abandonó a Egipto (simboliza el mundo) para seguir el liderazgo de Moisés; y cuando ellos llegaron a la gran prueba o juicio en el Mar Rojo, la cual sería definitivamente su destrucción, excepto por la intervención de Dios por medio de Moisés, todos fueron bautizados típicamente en Moisés en el mar y en la nube — el mar estando a su derecha e izquierda, y la nube sobre ellos y así llegaron a ser su casa, o familia, él siendo la cabeza y representante. Ellos salieron del mar, devotos a Moisés, prometiendo seguirle y obedecerle. Su devoción a él era más extensa, por ser el Mediador del Pacto de la Ley del Monte Sinaí, donde todas sus esperanzas estaban ligadas en él, quien declaró “Un Profeta como yo te levantará Jehová tu Dios de en medio de ti, de tus hermanos; a él oiréis.” (Deut. 18:15,18; Hechos 3:22). A todo “Israelita verdadero” estando ya consagrado y unido a Moisés hasta la muerte, y con todas sus esperanzas de la vida sujetas en él, sería un pequeño cambio el aceptar a Cristo en su lugar, como su antípico; y comprender que sus promesas hechas bajo la Ley a Moisés, serían ahora transferidas por arreglo divino a Cristo, el garante del Pacto Nuevo, a quien ellos prometieron servir. (2 Cor. 3:6)

Con los gentiles la situación era totalmente diferente, y la aceptación de Cristo significaría todo lo que estaba pactado para el judío en Moisés sería transferido a Cristo. Por lo tanto, no debería de sorprendernos, al encontrar que las Escrituras enseñan un significado más amplio y más profundo del bautismo, cuando es aplicado a los creyentes que no son judíos, que no están bajo la Ley, ni en Moisés, y que, por lo tanto, no son transferidos de Moisés a Cristo. Para los creyentes, el bautismo significaba un cambio radical total, habiendo sido ilustrado por el Apóstol Pablo (Rom. 11) con el injerto de las ramas silvestres de olivo a un buen árbol de olivo. Esto representaba una transformación completa.

EL BAUTISMO EN LA MUERTE DE CRISTO

“¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte?

“Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva.

“Si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección.” (Rom. 6:3–5)

Nosotros, quienes somos gentiles por naturaleza, lo mejor que podemos hacer es aceptar esta explicación del bautismo verdadero, dirigida por el Apóstol Pablo a los creyentes en Roma, muchos, casi todos, quienes habían sido gentiles, “hijos de la ira”. En tres versículos aquí, el Apóstol trata detalladamente el tema del bautismo como se nos aplica. Estos versículos son usados muy comúnmente para probar todas las diferentes doctrinas del bautismo, las cuales son mencionadas especialmente por nuestros hermanos, quienes reconocen el bautismo como la inmersión en el agua. Sin embargo, hagámoslo notar claramente, que el Apóstol no menciona ni hace referencia al bautismo en agua. El bautismo en agua es únicamente un símbolo, o representación del bautismo verdadero; y el Apóstol, en estos versículos explica, desde diferentes puntos de vista, el verdadero, el bautismo esencial, sin el cual nadie puede considerarse como un miembro del cuerpo, o Iglesia de Cristo, mientras tanto todos los que reciben este bautismo, sin importar el nombre o lugar, color o sexo, serán incluidos como miembros de la “Ecclesia”, miembros de la nueva creación.

El Apóstol cuando se estaba dirigiendo a los que ya eran miembros del Cuerpo de Cristo, les dijo: “O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús” nos tomamos una pausa aquí para indicar que él no dice, todos los que hemos sido rociados en agua, ni tampoco, todos los que somos inmersos en agua, pero, “todos los que hemos sido bautizados (inmersos) en Cristo Jesús.” ¿Qué es lo que se sumerge en Cristo Jesús? El aquí seguramente continúa con la misma idea que desarrolla en 1 Cor. 12:27: “Vosotros pues sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular”. ¿Cómo participamos en el cuerpo de Cristo? El Apóstol responde que nosotros en él somos bautizados, y, desde ese momento, ahora estamos incluidos como miembros de nuestro Señor; miembros subordinados, él siendo nuestra cabeza, miembros de “la Iglesia que es su cuerpo”.

Pero averiguaremos particularmente cuál es el proceso por el cual nosotros llegamos a ser miembros en Cristo Jesús. El Apóstol contesta la pregunta en su siguiente declaración, “que todos los que somos bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte”. Ninguna palabra acerca de que nosotros somos bautizados en él, cuando somos bautizados en agua. ¡No, no! ¡Cuán evidente es que el ser bautizados mil veces en agua no resulta en una participación en el cuerpo de Cristo! Pero, aceptando la declaración del Apóstol, nosotros comprendemos que nuestra unión con Cristo, nuestra participación en su Iglesia o “Ecclesia”, cuyos nombres están inscritos en el cielo, comenzó desde el momento que nosotros fuimos bautizados en su muerte. Pero, ¿cuándo y cómo nosotros fuimos bautizados en la muerte del Señor? Nuestra respuesta es que el bautismo es la muerte con el Señor, resultado de nuestra incorporación por él como miembros de su cuerpo, como Nuevas Criaturas, el cual tuvo lugar desde el momento cuando nosotros hicimos la rendición total de nuestras voluntades en él consagrándonos totalmente, siguiendo y obedeciéndole, hasta la muerte.

La voluntad representa todo en la persona, y todo lo que él posee. La voluntad tiene el control del cuerpo, manos, pies, ojos, boca y mente. Y, también, tiene el control del dinero, cuenta bancaria; bienes raíces, etc. Es la que controla nuestro tiempo, nuestro talento, nuestra influencia. No existe ni una sola cosa de valor que nosotros poseamos, que no esté apropiadamente bajo el control de su voluntad; y, desde el momento, que nosotros rendimos nuestras voluntades al Señor, o, como las Escrituras a veces lo representan, nuestros “corazones”, nosotros le entregamos todo, y esta sepultura de nuestra voluntad humana en la voluntad de Cristo, es nuestra muerte como seres humanos. “Porque habéis muerto; y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios.” (Col. 3:3) Esta muerte, esta sepultura, es nuestro bautismo en su muerte. De aquí en adelante, desde el punto de vista divino, no estamos considerados como seres humanos, de naturaleza humana, de la tierra, del mundo, teniendo fines, objetos y esperanzas del mundo, sino como Nuevas Criaturas en Cristo Jesús.

Al instante de esta sepultura o inmersión de nuestras voluntades en la voluntad de Cristo, le sigue nuestro engendramiento a la novedad de vida a una naturaleza nueva. Así como nuestro Señor consagró su naturaleza humana hasta la muerte, haciendo la voluntad del Padre, y aún así, él no permaneció en la muerte, porque fue resucitado de la muerte a una naturaleza nueva; de la misma manera nosotros por consagración estamos “muertos con él”, participando en su consagración, sin permanecer en un estado de muerte, pero instantáneamente resucitados mediante la fe a una realización de nuestro parentesco con el Señor como Nuevas Criaturas. Así el Apóstol declara: “Pero vosotros no vivís según la carne, sino según el espíritu, así es que el espíritu de Dios está en vosotros” (Rom. 8:9) Para el mundo todo esto es un “misterio oculto.”1 Ellos no aprecian nuestra justificación por la fe como a la vista del Padre, simplemente nos consideran como los demás hombres, continuando siendo pecadores. Asimismo, ellos no ven una razón el por qué nosotros deberíamos de sacrificar o consagrar nuestras voluntades al Señor — al estar muertos como seres humanos, y poder obtener una participación con él como Nuevas Criaturas. Tampoco el mundo ve nuestra consagración y su aceptación, ni aprecian nuestra resurrección simbólica a una nueva vida, nuevas esperanzas, nuevas ambiciones, nueva relación con Dios mediante Cristo. Nosotros confiamos, desde luego, que ellos vean frutos en nuestras vidas, pero no esperamos que éste sea un fruto de sabiduría o lucrativo, que aparentemente les agrade bajo las condiciones actuales. “Por esto el mundo no nos conoce [como Nuevas Criaturas] porque no conoció a él.” —1 Juan 3:1

1 Vol. I, Cap. V.

En fin los creyentes hacen todo menos seguir los pasos de Jesús — tomando su cruz para seguirle a él. Siendo santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, él no tuvo que esperar por ningún sacrificio por los pecados, porque él “no conocía el pecado” — pero inmediatamente al cumplir la edad viril bajo la Ley (treinta años) él no lo meditó para hacer su consagración total, un sacrificio completo de todos sus intereses del mundo, esperanzas, ambiciones y deseos — para él poder cumplir únicamente con la voluntad del Padre. El lenguaje de su corazón, cuando él vino hacia Juan en el Jordán, fue proféticamente anunciado, “He aquí vengo — en el rollo del libro está escrito de mi — el hacer su voluntad, Dios Mío. Me ha agradado, y su Ley está en medio de mi corazón.” (Sal. 40:7,8; Heb. 10:7). Nuestro Señor, al consagrarse totalmente a la voluntad del Padre, comprendió que la expresión externa de su bautismo simbolizaba la rendición de su naturaleza y vida terrenal, habiendo sido ya inmersa, o sepultada, en la voluntad del Padre — hasta la muerte. Su inmersión en el agua que le precedía, era únicamente una representación simbólica del bautismo, o la sepultura de su voluntad. Desde este punto de vista su bautismo tuvo un gran significado para él, pero tal vez no fue así para Juan, a quien se le hizo extraño ver, que quien “no conocía el pecado” debería de ser bautizado, considerando que el bautismo en Juan era un bautismo únicamente para los violadores del Pacto de la ley — para la remisión de los pecados.

Nadie como Nuestro Señor Jesús mismo comprendió totalmente porque a él le “correspondía” cumplir con toda la justicia. El fue el único que comprendió que esta clase de inmersión (el lavamiento simbólico de pecado) no era necesaria para él, como si él fuera un pecador, aún, a él era quien le correspondía por ser la Cabeza del cuerpo, para establecer un ejemplo propio y dar una lección muy significativa para todos sus seguidores: y no únicamente para los miembros del “cuerpo” que ya eran de la casa de Israel en carne, pero también para los miembros que eran diferentes, extraños y extranjeros. A él le correspondía simbolizar la consagración total de su voluntad y todo lo que él tenía, hasta la muerte, para que nosotros, al venir después, pudiéramos seguirle en sus pasos.

Se puede demostrar fácilmente que la figura o ilustración de la inmersión en el agua, que nuestro Señor recibió por las manos de Juan no fue la inmersión verdadera. Como evidencia él dejó una huella con sus palabras el día de la última cena “de un bautismo tengo que ser bautizado ¡y cómo me angustia hasta que se cumpla!” (Lucas 12:50). Aquí nuestro Señor mostró que su bautismo no era un bautismo en agua, sino el bautismo de la muerte — el bautismo a la muerte, en armonía con el arreglo divino — como el precio de redención del hombre, o la ofrenda del pecado.


(La siguiente parte del libro “La Nueva Creación” se publicará en la edición de noviembre - diciembre de 2020)


Asociación De los Estudiantes De la Biblia El Alba