DOCTRINA Y VIDA CRISTIANA

Estudio IX
EL JUICIO DE LA NUEVA CREACIÓN
Parte 3

DEBERÍAMOS JUZGAR A NOSOTROS MISMOS

“Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados [castigados, corregidos por el Señor].” — 1 Cor. 11:31

La Regla de Oro ajustaría seguramente esta disposición de “hacer chismes” acerca de otros y acerca de sus asuntos. ¿Quién es el calumniador que quisiera ser calumniado? ¿Quién es el chismero que quisiera que sus asuntos, sus dificultades, y sus debilidades fueran discutidos públicamente o confidencialmente? El “mundo” apenas puede hablar de otra cosa que de habladurías y de maledicencias, sino sería preferible que la Nueva Creación fuera muda hasta que el amor y el plan de Dios le proporcionen el gran tema del cual los ángeles cantaron: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” Entonces “los dichos de su boca y la meditación de su corazón” [Sal. 19:14] serán agradables al Señor y una bendición para aquellos con los que vendrá en contacto la Nueva Creación.

Hablando de la lengua, el Apóstol muestra que este pequeño miembro del cuerpo tiene una gran influencia. Ella puede difundir palabras amables que nunca desaparecerán, sino se perpetuarán a la bendición de los vivos y por ellos a los que todavía no han nacido. O por otra parte, “llena de veneno mortal”, ella puede difundir semillas envenenadas de pensamientos para agriar la vida de unos, marchitar y quebrantar la vida de otros. El Apóstol dice: “Con ella bendecimos [honramos] al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres [les hacemos daño] . . . De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así. ¿Acaso alguna fuente echa por una misma abertura agua dulce y amarga?” —Santiago 3:8-11.

Es “de la abundancia del corazón que habla la boca”, de modo que si chismeamos acerca de otros, nosotros “entremetiéndonos” en sus asuntos, esto prueba que una gran parte de nuestro corazón, si no la totalidad, está vacío en cuanto al amor y la gracia de Dios. Este pensamiento debería conducirnos en seguida al trono de la gracia y a la Palabra para llenarnos allí del Espíritu que el Señor prometió a los que tienen hambre y sed. Si tomamos placer de escuchar o de hablar mal de otros — lo que es aun peor que la habladuría vana y la intrusión en los asuntos de otros — la condición del corazón todavía es más mala: él se desborda de amargura, de envidia, de malicia, de odio, de espíritu de disputa. Estas son, dice el Apóstol, “obras de la carne y del diablo” (Gál. 5:19-21). Dejemos sacudir y despertar totalmente la “Nueva Creación” respecto a este tema, porque si usted hace estas cosas, caerá seguramente y no se le concederá la entrada en el Reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

Para ser dignos de la entrada a este Reino, somos conducidos a la dirección completamente opuesta, como lo declara el apóstol Pedro: “Añadid a vuestra fe . . . paciencia . . . afecto fraternal, amor . . . porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás . . . porque de esta manera os será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 Ped. 1:5-10). El apóstol Santiago es muy claro respecto al tema y dice: “Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica (Santiago 3:14,15). Quienquiera que tiene este espíritu maldiciente y amargo tiene el espíritu completamente opuesto al Espíritu de Cristo, al Espíritu Santo, al espíritu de Amor: que no mienta a sí mismo, ni a otros, que no se vanagloria en su vergüenza [Fil. 3:19], que no toma las tinieblas ni para la luz ni el espíritu de Satanás para el Espíritu del Ungido.

Persiguiendo su exposición, el Apóstol declara que el secreto de la confusión y de la agitación que han enturbiado todo el tiempo al pueblo del Señor reside en esta condición impura del corazón, santificada en parte solamente. Él dice “Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación [ansiedad, agitación] y toda obra perversa” (Santiago 3:16). Si se permite que crezcan estas semillas de la vieja naturaleza perdida, no sólo serán perjudiciales, sino que gradualmente, sofocarán y harán morir todas las flores dulces y bellas y las gracias del Espíritu.

EL JUICIO EQUITATIVO DE NOSOTROS MISMOS

Hablando de nuestro crecimiento conveniente como una Nueva Creación y de nuestro juicio equitativo, de la crítica equitativa de nosotros mismos el apóstol Pablo declara: “Puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (2 Cor. 7:1). “Pruébese cada uno a sí mismo” — que tome nota de las debilidades y de las manchas de su naturaleza carnal caída y procure purificarse, rechazar las obras del “viejo hombre”, de ser renovado, cambiado de gloria a gloria, cada vez más a la imagen del Amado Hijo de Dios que es nuestro Ejemplo tanto como nuestro Redentor y Señor. Sin embargo, el apóstol Pablo nos incita a purificar no sólo nuestra carne en lo posible, sino que nuestro espíritu, nuestro entendimiento, con el fin de que el nuevo entendimiento, la santa resolución o la voluntad, tenga plena autoridad y a fin de que cada pensamiento sea traído cautivo a la voluntad de Dios tal como es expresada por Cristo e ilustrada en él.

Sería en vano que tratáramos de purificar la carne y de tener su lengua en rienda, si descuidáramos el corazón, el entendimiento, el espíritu donde germinan los pensamientos que simplemente se manifiestan en la mancha de la carne, por palabras y acciones. Es sólo por la oración y la perseverancia que se puede cumplir esta justificación necesaria para tener parte en el Reino: acabando “la santidad en el temor [reverencia] de Dios”. No es que podamos esperar tampoco cumplir una purificación total de la carne. Es aquella de la voluntad, del corazón, del espíritu que el Señor exige (la cual implica una purificación de la carne y de la lengua tan completa como posible). Dondequiera que él ve el corazón puro y verdadero dirigido hacia él, hacia su espíritu y su Ley de Amor, él dará, al tiempo apropiado, el nuevo cuerpo que le convenga. “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios”. —Mat. 5:8.

Así como son apropiadas aquí las palabras del Apóstol (2 Tes. 3:5): “Y el Señor encamine vuestros corazones al amor de Dios” — el amor que es dulce, humilde, paciente, longánimo; que se contenta de lo que tiene y que no se jacta, no es envidioso, que no piensa en el mal y no lo dice, sino que está confiado, bueno y lleno de estimación por otros, conforme a la Regla de Oro. Necesitamos tener nuestro corazón dirigido a este amor, porque como Nueva Creación, andamos por un camino nuevo — no según la carne, sino según el Espíritu. Y el Señor solo es nuestro guía, nuestro director competente, aunque pueda emplear varios de sus “miembros” como portavoz. “Entonces tus oídos oirán a tus espaldas palabra que diga: Este es el camino, andad por él”. —Isaías 30:21.


(La siguiente parte del libro “La Nueva Creación” se publicará en la edición de enero - febrero de 2020)


Asociación De los Estudiantes De la Biblia El Alba