DOCTRINA Y VIDA CRISTIANA

Estudio VII
LA LEY DE LA NUEVA CREACIÓN
Parte IV

El Apóstol reanuda este punto de saber cómo la gracia compensa todas nuestras imperfecciones y plantea una pregunta supuesta a la cual él responde, diciendo: “¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?” (Rom. 6:1,2). Aceptando el perdón en Cristo, nosotros confesamos que estuvimos cansados del pecado, y que en lo que concernía nuestra voluntad, ella había muerto al pecado y comenzado una nueva vida de rectitud (“righteousness”). Lo mismo que nuestra vida hacia Dios y la rectitud, como Nuevas Criaturas, implicaba nuestra muerte al pecado, así que si algún día viviéramos de nuevo por el pecado en la medida en que nuestra voluntad, nuestro corazón, nuestro amor serían por el pecado y la iniquidad (“unrighteousness”), esto significaría que habíamos muerto como Nuevas Criaturas, que no somos considerados más ni por Dios ni por su pueblo como Nuevas Criaturas en Cristo Jesús, de las cuales las cosas viejas han pasado y para las cuales (por lo menos en cuanto a la voluntad), todas las cosas se hacen nuevas [2 Cor. 5:17].

Sin embargo, es a propósito que nosotros paramos aquí para observar la diferencia entre un tropiezo simple de la carne y una caída voluntaria de la gracia, después de haber probado la palabra de Dios y las potestades del siglo venidero, después de haber recibido el Espíritu Santo: de esta caída, es imposible levantarse (Heb. 6:4-6; 10:26). Debemos hacer claramente la distinción entre estas dos caídas, porque son totalmente diferentes. Un tropiezo de la carne significa simplemente que nuestro cuerpo mortal ha estado sorprendido en falta a causa de una debilidad que arrastra la herencia o los ataques del Adversario, pero a quien la voluntad, el corazón, no han aprobado en absoluto o no han aprobado plenamente la carne. Es verdad que hay que lamentar tales tropiezos y que se debe combatirlos, etc.; y sin embargo, por la gracia de Dios, ellos se hacen a veces una ayuda en el desarrollo del carácter. Aprendemos así a no poner nuestra confianza en nosotros mismos — ni a jactarnos de nuestra propia fuerza, sino a darnos cuenta de que la victoria que triunfa del mundo se obtiene por la fe; es por eso que cuando la Nueva Criatura se percibe con pena que en cierta medida su carne ha tropezado, ella debe fortificarse contra la debilidad así revelada, y hacerse más fuerte en el Señor y en el poder de su fuerza, y menos sujeto a tropezar de nuevo contra el mismo punto.

Así, paso a paso, aprendemos como Nuevas Criaturas, a no colocar nuestra confianza en la carne, sino a esperarnos en el Señor de donde viene nuestra ayuda cada vez que la necesitamos, recordando siempre que todavía somos Nuevas Criaturas y que, porque seguimos morando por la fe bajo el mérito del sacrificio de Cristo y esforzándonos a respetar nuestro Pacto de Amor hasta la abnegación, porque “El Padre mismo os ama” así como dijo el Maestro. Debemos ser valientes, y recordar que la Nueva Criatura no peca — que el pecado no se le imputa, y que siempre y cuando luchemos contra el pecado, nadie puede lanzar acusación contra los elegidos de Dios, porque “Dios es el que justifica . . . Cristo es el que murió”. —Rom. 8:33,34

LA APRECIACIÓN CRECIENTE DE LA LEY PERFECTA

Aunque la Ley de Amor fuera el fundamento de nuestro Pacto con el Señor, bajo el cual nosotros nos hicimos una Nueva Criatura, sin embargo no comprendimos plenamente esta Ley en primer lugar. Después, estuvimos en la Escuela de Cristo, aprendiendo el verdadero sentido del Amor en su plenitud, en su perfección, creciendo en gracia y en conocimiento, añadiendo a nuestra fe diversos elementos y cualidades del amor: la amabilidad, la paciencia, la benevolencia fraternal, etc. Somos puestos a prueba en cuanto al Amor, y el examen final se referirá especialmente a este punto. Sólo los que alcancen el Amor perfecto, el Amor que conduce al sacrificio de sí mismo, serán considerados dignos de formar parte de la Nueva Creación, de los miembros del cuerpo de Cristo.

CORRER HACIA EL FIN Y QUEDARSE FIRME ALLÍ

Tomando otra comparación, el Apóstol representa nuestras experiencias actuales como un hipódromo; él nos exhorta a desembarazarnos de toda carga, de todo pecado que nos atormenta, de toda debilidad de la carne y de toda ambición terrestre, con el fin de que podamos correr con perseverancia por la carrera que nos está abierta en el Evangelio, es decir, con el fin de que podamos alcanzar el fin por el premio, y que habiendo superado todo, nos mantengamos firme — fieles a este fin, completos en Cristo (Fil. 3:13,14; Heb. 12:1; Ef. 6:13). Esto nos hace pensar en un campo de carrera pedestre, con sus primeras, segundas, terceras y cuartas etapas, en los obstáculos, en las dificultades, en las oposiciones y en los atractivos del trayecto, en nuestra partida en esta carrera, con el deseo de alcanzar el fin del Amor perfecto, sabiendo que si no lo alcanzamos, no seremos copias del amado hijo de Dios, y que así no podemos, en el sentido más elevado, complacer a Dios, ni por consiguiente ser los coherederos de Jesús en el Reino. El trayecto completo de la carrera, es el Amor, desde la partida hasta la llegada. Salvamos la puerta (o la línea de partida —Trad.) con un amor agradecido hacia Dios por el favor que nos concede en Cristo, en el perdón de nuestros pecados. Es este amor-deber que, al principio, nos conduce a ofrecer nuestro cuerpo en sacrificio vivo. Nos decimos que si Dios hiciera tanto por nosotros, deberíamos manifestarle nuestra apreciación: Cristo dio su vida por nosotros, y deberíamos entregar la nuestra por los hermanos.

Este “deberíamos”, o amor-deber, es completamente apropiado, razonable, verdadero, pero no es suficiente. Él debe a su turno traernos a un género de Amor más elevado aún; durante la primera etapa de nuestra carrera, todavía tenemos el amor-deber, pero además llegamos a una apreciación del amor. Aprendemos a apreciar mejor el Amor divino, a comprender que el Amor de Dios no es en ningún sentido del término egoísta, sino que es la expresión de su carácter sublime y noble. Llegamos a apreciar algo de la justicia divina, de la sabiduría divina, del poder divino, del amor divino, y cuando contemplamos estas cualidades de nuestro Creador, llegamos a amarlas, y desde entonces practicamos la justicia, no simplemente porque es nuestro deber, sino porque amamos lo que es recto.

Persiguiendo nuestra carrera, alcanzamos la segunda marca, y encontramos que no sólo hemos aprendido a amar la justicia, sino que en la misma proporción estamos aprendiendo a odiar el pecado. Además, sentimos en nuestro corazón una simpatía creciente hacia el programa divino, el de rechazar la gran ola del pecado que sumergió el mundo y llevó con ella su salario, la muerte. Esta segunda etapa engendra en nosotros una energía, un “estimulante”, una actividad a favor de la justicia y contra el pecado.

Nuestro Amor se desarrolla, y perseguimos la tercera etapa. En el momento en el que alcanzamos la tercera marca, nuestro amor-deber, aumentado en el amor por los principios de la justicia (“righteousness”) ha extendido al carácter divino y ha encerrado la aversión por toda cosa mala que hace de culpa al género humano y que se opone al carácter y al plan divino. Pero además, en esta etapa, alcanzamos una posición de simpatía más grande hacia otros; comenzamos a compartir el sentimiento de Dios, no sólo de la oposición al pecado, sino que también del amor y de la simpatía hacia todos los que buscan el camino de la rectitud y de la santidad. Entonces, somos capaces de ver a los hermanos desde un aspecto un poco diferente que antes. Ahora, podemos verlos como Nuevas Criaturas, y podemos hacer la distinción entre ellas y su cuerpo mortal cuyas imperfecciones son evidentes para nosotros. Aprendemos a amar a los hermanos como Nuevas Criaturas y a simpatizar con ellos en diversas debilidades, en los juicios erróneos, etc. de su carne. Nuestro Amor por ellos se hace tan ardiente que tomamos placer en entregar nuestra vida, cada día y en cada hora, sacrificando nuestros propios intereses o placeres o comodidades terrestres, dando de nuestro tiempo, de nuestra influencia, etc. para ayudarles o para servirles.

Sin embargo, perseguimos siempre nuestra carrera hacia el “fin”, porque hay un Amor más elevado aún que debemos alcanzar: la cuarta y última etapa — “al fin por el premio”. ¿Qué es este Amor? ¿Cómo puede él sobrepasar el amor que se sacrifica por los hermanos, en plena devoción a Dios y a los principios de justicia y de Amor? Respondemos que este Amor más grande aún es aquel que mencionó el Señor cuando dice que debemos aprender a amar también a nuestros enemigos. Es entonces cuando éramos enemigos, extranjeros para con Dios, debido a nuestras malas obras, es entonces cuando “Dios de tal manera amó al mundo”; fue mientras todavía éramos pecadores que él dio por nosotros a su Hijo unigénito. Tal es el modelo del amor perfecto y no hay que detenernos antes de haberlo alcanzado. Quienquiera que quiere ser aceptado por el Señor como miembro de la Nueva Creación debe alcanzar este amor de los enemigos.

No es cuestión de amar a sus enemigos como amamos a los hermanos, porque tal no es el modelo que se nos da: Dios no ama a sus enemigos como ama a sus hijos, sus amigos, y Jesús no amó a sus enemigos como amaba a sus discípulos; pero Dios amó a sus enemigos hasta el punto de estar listo y dispuesto a hacer por ellos todo lo que podía hacerse con justicia, y Jesús amó a sus enemigos de tal modo que estuvo dispuesto con toda alma a hacerles bien: él no les guarda ninguna enemistad o rencor por su odio, sino está dispuesto a difundir por ellos al tiempo conveniente sus bendiciones del Milenio, con el fin de que todos puedan alcanzar el conocimiento de la verdad, y que aun los que le traspasaron puedan mirar hacia él y llorar cuando Dios derramará sobre ellos un espíritu de gracia y de súplicas al debido tiempo (Zac. 12:10). Debemos tener por los enemigos el amor que nuestro Señor describe, diciendo: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (Mat. 5:44). No debemos permitir ninguna amargura, ninguna animosidad o rencor de ninguna suerte vivir en nuestro corazón. Él debe estar tan lleno de Amor que hasta un enemigo no pudiera despertar en él un sentimiento mal o malévolo.

¡Oh! ¡Qué longanimidad y qué benevolencia fraternal se necesita para alcanzar tal carácter que nada, aun en un enemigo, pudiera despertar en él la malicia, el odio o la disputa! Y allí está la “meta” por la cual debemos correr como Nuevas Criaturas. Confesamos que apreciamos este espíritu de Amor; confesamos que somos adictos a eso; consagramos nuestra vida de acuerdo con sus principios, y ahora, somos puestos a prueba para ver a cuál punto nuestra confesión era sincera. Con mucha bondad, el Señor nos da el tiempo de correr esta carrera, de desarrollar este carácter. “Él conoce nuestra condición; se acuerda de que somos polvo.” Sin embargo, es esencial para nosotros conformarnos a estos arreglos si queremos ser coherederos del amado Hijo de Dios, como miembros de la Nueva Creación.

Nuestro Señor Jesús, el Jefe de nuestra salvación, no tuvo que correr esta carrera; él no tuvo que desarrollar estos diversos aspectos del amor, porque siendo perfecto él poseía todos a la perfección desde el principio de su carrera. Fue puesto a prueba para saber si sostendría firmemente o no estos principios, estas características, si continuaría amando a Dios y la justicia en sumo grado, a los hermanos hasta el punto de entregar su vida a favor de ellos, y a sus enemigos hasta el punto de tomar placer de hacerles bien, si quedaría firme al nivel del amor perfecto. Sabemos cómo él demostró su fidelidad al Amor en todos sus grados, en lo que dio su vida, no sólo por sus amigos, sino que también por sus enemigos que le crucificaron. Es menester que esta experiencia sea también la nuestra. Debemos alcanzar este nivel del Amor perfecto en nuestro corazón, aun si en nuestra carne no podemos siempre ser capaces de expresar totalmente los sentimientos de nuestro corazón.

Es posible que algunos corran la carrera muy rápido pasando uno tras otro estos límites que jalonen las etapas, ellos pueden alcanzar rápido la posición del Amor perfecto. Otros, penetrados de menos celo, habiendo recurrido menos fuertemente al Autor de nuestra fe, hacen progreso más lento en la carrera, y durante años se contentan con el amor-deber, o tal vez van un poco más lejos, hasta amar el carácter divino y los principios de la justicia. Hay sumamente pocos que hayan ido más allá de esta fase para alcanzar el amor de los hermanos que los haría regocijarse en sacrificios personales si pudieran por este medio servir a la familia de la fe; y hay menos todavía que alcanzan hasta el punto del Amor perfecto, el amor por sus enemigos que, no sólo les impediría hacerles daño, en palabra o en acción, sino que en más, tomaría placer de bendecirles. Si el Señor fuera muy paciente con nosotros, dándonos plenamente la ocasión favorable para alcanzar la “meta”, deberíamos regocijarnos de su compasión y tener tanta energía ahora para alcanzar el “fin por premio”, recordando que el tiempo es corto, y que nada menos que este carácter de amor perfecto será aceptado por el Padre en la Nueva Creación.

Lo mismo que nuestro Señor fue puesto a prueba en el “fin” del Amor perfecto, así seremos nosotros cuando lo hayamos alcanzado. En consecuencia, no debemos esperar simplemente los últimos momentos de nuestra vida para alcanzar este “fin”, sino tan rápidamente como posible. El grado de nuestro celo y de nuestro amor será señalado a Dios y a los hermanos por la rapidez con la cual alcancemos este “fin”.

Las palabras del Apóstol “Habiendo acabado todo, estar firmes” (Ef. 6:13), parecen implicar que después de haber alcanzado el “fin” del Amor perfecto, habrá todavía muchas pruebas para nosotros: pruebas de fe, pruebas de paciencia, pruebas de todos los diversos elementos del Amor. El mundo no es un amigo para animarnos a la virtud, para ayudarnos a avanzar en la buena dirección; Satanás es siempre nuestro Adversario, y capaz de levantar mucha oposición para hacernos retroceder de la posición alcanzada. Tal es nuestra prueba. Debemos mantener firme todo lo que hemos obtenido y “proseguir a la meta” hasta que nos cueste nuestra vida terrestre, dándola al servicio de Dios por los hermanos, y haciendo el bien a todos los hombres como nosotros tenemos la oportunidad. “Fiel es el que os llama”, y nos promete el socorro y la ayuda cada vez que los necesitamos en este camino. Su gracia basta para nosotros. —1 Tes. 5:24; 2 Cor. 12:9.


(La siguiente parte del libro “La Nueva Creación” se publicará en la edición de noviembre - diciembre de 2018)


Asociación De los Estudiantes De la Biblia El Alba