DOCTRINA Y VIDA CRISTIANA

Estudio VII
LA LEY DE LA NUEVA CREACIÓN
Parte III

Vemos por lo tanto que es la “Nueva Creación” con Cristo como cabeza (jefe), que constituye la Descendencia de Abrahán según este Pacto original o abrahámico, y que es llamada para bendecir al mundo por la redención y la restauración. No estamos sorprendidos que, en el tipo, como en las imágenes empleadas por el Señor y por los apóstoles, esta Nueva Creación sea representada a veces como un hombre maduro — la cabeza representando a Cristo Jesús y los miembros representando a la Iglesia, los miembros en particular de su cuerpo (Ef. 4:13; Col. 1:18). Así, “Hermanos, nosotros, como Isaac, somos hijos de la promesa” — miembros del Isaac antitípico, y Jesús es su Cabeza (Jefe). Nuestro Señor también se representa como el novio y su Iglesia fiel como su novia, esperando el matrimonio para hacerse su Esposa. El Apóstol emplea la misma figura que declara: “Pues os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo” (Apoc. 21:2; 2 Cor. 11:2). Y la misma imagen del matrimonio entre Cristo y la Iglesia es también representada en el tipo, porque Abrahán envió a su siervo Eliezer (que tipificaba al Espíritu Santo), para buscar una novia para Isaac; Rebeca, aceptando la oferta con alegría, fue conducida finalmente hacia Isaac y se hizo su mujer; así somos llamados para hacernos herederos de Dios y coherederos de Jesucristo nuestro Salvador, en la herencia incorruptible, sin mancha y que no puede marchitarse. Sin importar cuál de estas figuras que examináramos, la lección es la misma, a saber que Cristo, Cabeza y cuerpo, Esposo y Esposa unidos, es el heredero del Pacto abrahámico, y de todas las promesas y las buenas cosas inclusivas.

El Apóstol declara que el Monte Sinaí y la Jerusalén terrestre simbolizaban y tipificaban al Israel natural que no consiguió obtener la bendición espiritual. El resto del Israel natural, encontrado digno de esta bendición espiritual, fue separado de Israel según la carne, y constituyó miembros del verdadero Israel de Dios, coherederos de Cristo resucitado en las cosas celestes que Dios todavía tiene reservadas para los que le aman. Este resto de Israel según la carne, y los otros de la misma clase espiritual que Dios llamó en medio de los gentiles, tienen símbolos superiores a Sinaí y Jerusalén: el Monte de Sión y la Jerusalén celeste, cuya figura simbólica en la gloria es proporcionada por Apoc. 21.

Habiendo establecido claramente el hecho que la Nueva Creación está separada y distinta en la organización y los pactos divinos, no sólo del mundo en general, sino también separada y distinta del Israel según la carne, y habiendo establecido igualmente el hecho que la Nueva Creación no está sometida al Pacto de la Ley o de Sinaí, sino que está bajo el primer Pacto, nos preguntamos: ¿Cuál Ley está asociada con el Pacto abrahámico, cuál Ley rige la Nueva Creación? El Apóstol dice: “No estáis bajo la ley, sino bajo la gracia”. ¡Qué! ¡Es posible! ¿Las Nuevas Criaturas en Jesús no están sometidas a ninguna Ley de mandamientos? ¿Los diez mandamientos del Decálogo no se les imponen? En respuesta, planteamos otra pregunta: ¿Los diez mandamientos ligaban a Abrahán o a Isaac? Si la respuesta es: No, no les fueron dados a ellos y, por consiguiente, Abrahán o Isaac no estuvieron sometidos a la Ley, nuestra respuesta es que estos mandamientos no fueron dados en absoluto a la Nueva Creación tampoco, y que todos los que vienen en parentesco (“relationship”) con Dios como los miembros de la clase espiritual llamada “el Cuerpo de Cristo” y “Nuevas Criaturas en Cristo Jesús” son libres de la condena y libres del Pacto de la Ley.

La posición de esta Nueva Creación con respecto a Dios, con respecto a su Ley, etc. es separada y distinta de aquella de otros. Las Nuevas Criaturas tienen una posición nueva y considerada como tal con y por Dios — por la fe — una posición de justificación o de rectitud (“rightness”)* considerada como tal, así como ya hemos visto. Esta rectitud (“rightness”) considerada como tal, que se les imputa por el mérito del sacrificio de Cristo, no sólo cubre las imperfecciones del pasado, sino que continúa haciéndolo un manto de justicia (“righteousness”) que cubre y justifica, del cual el mérito cubre cada defecto y falta involuntarios, en palabras, en pensamientos o en acciones. Como Nuevas Criaturas, todas ellas son figurativamente vestidas de trajes blancos — la justicia de los santos, la justicia imputada del Redentor, su Cabeza (Jefe). Estas Nuevas Criaturas son aceptadas en su posición y en su parentesco (“relationship”) como miembros del Cuerpo de Cristo a causa de su profesión de Amor. El hecho de su consagración afirma que ellas aprecian tanto la misericordia y la gracia de Dios, manifestadas en la muerte de su Hijo, y su justificación por él, y que aman tanto al Donador de todos sus favores, que toman placer de ofrecer sus cuerpos en sacrificio vivo, de acuerdo con la invitación divina.

* Sinónimo de “Righteousness” —Trad.

Esta consagración, o sacrificio de los intereses, esperanzas, fines y ambiciones terrestres, es inspirada no por el temor o por un amor egoísta de recompensa, sino por un amor puro, por la apreciación del amor divino, y por un amor sensible (o simpático: “responsive” —Trad.) que desea manifestarse hacia Dios y cooperar con todo su plan maravilloso. Estas confesiones de amor y de devoción siendo aceptadas por el Señor, su Espíritu se les concede, y desde entonces estos consagrados se ven como hijos de Dios, engendrados del Espíritu Santo. “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser [el cambio que experimentaremos cuando recibamos, en la resurrección, el nuevo cuerpo que el Señor nos prometió]; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es [y este pensamiento nos satisface].” —1 Juan 3:2

¿Sometió el Padre celestial a sus hijos angelicales a la Ley de Sinaí? ¿Les avisa Él de no tener otros dioses, de no hacer imágenes ni de adorarles, de no codiciar, ni robar, ni llevar testimonio falso, ni matar, etc.? Respondemos: no; él no impuso ciertamente tal ley en sus hijos angelicales. Entonces, ¿por qué nos esperaríamos que tal ley se dé a la Nueva Creación? ¿No aceptó el Padre celestial estas Nuevas Criaturas como sus hijos? ¿Y no les dio su Espíritu, y pudiera ser necesario dar tales leyes a los que recibieron el Espíritu Santo en lugar de su propia disposición (o voluntad), egoísta natural? Podemos comprender que sea sabio someter a los siervos a las leyes porque no están interesados esencialmente en la prosperidad general, y porque no puedan tener plenamente el espíritu o la disposición de su maestro, sino si suponemos a un maestro perfecto y a hijos perfectos, siendo totalmente imbuidos de su espíritu, tomando placer de hacer su voluntad, y regocijándose de colaborar con él en todas sus intenciones benévolas, ¿cómo pudiera ser necesario que tal padre les imponga tales leyes a tales hijos?

“Moisés a la verdad fue fiel en toda la casa de Dios, como siervo”, y esta casa de siervos estuvo colocada con razón bajo la ley de Moisés, “añadida a causa de las transgresiones, hasta que viniese la simiente a quien fue hecha la promesa”. Jesús, como hombre, se despojó a sí mismo, y se hizo un siervo, sujeto a la Ley, con el fin de que pudiera demostrar no sólo que la Ley era justa, sino que él era perfecto según la carne y que podía rescatar al mundo. Fue cuando él se levantó de entre los muertos, y que se hizo “el primogénito de los muertos”, que se hizo el primogénito de muchos hermanos — la Cabeza (Jefe) de la Nueva Creación. Según la carne, estaba bajo la Ley, pero la Nueva Criatura, el Señor resucitado, no está bajo la Ley, y él es quien se hizo la Cabeza (Jefe) de la nueva casa de los hijos; “Cristo como hijo sobre su casa [de hijos], la cual casa somos nosotros, si retenemos firme hasta el fin la confianza y el gloriarnos en la esperanza”. Y, aunque todavía estemos en la carne, como Nuevas Criaturas, no somos de la carne, y no somos tratadas como si fuéramos “carne”: Dios no nos trata como él trata al resto del mundo, sino como Nuevas Criaturas que, por el presente, permanecen en la carne como en un tabernáculo o una tienda, esperando la adopción, a saber, la liberación de nuestro cuerpo entero para estar con nuestro Jefe (Cabeza) ya glorificado y semejantes a él. “Vosotros empero no estáis [no son considerados por Dios como estar] en la carne, sino en el espíritu, si es así que el Espíritu de Dios habita en vosotros.” —Rom. 8:8, 9

Nadie puede discernir claramente este tema si no lo contempla desde este punto de vista, desde el punto de vista divino. Estas Nuevas Criaturas, totalmente engendradas del Espíritu Santo, no podrían ocurrirse a tener otro Dios; ellas no podrían pensar en hacerse imágenes cortadas o en adorarlas, ni en blasfemar contra el nombre de Dios, o en robar otros — al contrario, preferirían dar; no podrían pensar en llevar falso testimonio contra otro — más bien el amor que está en ellos procuraría cubrir y esconder los defectos, no sólo de los hermanos, sino que del mundo en general; ellas no podrían pensar en matar a uno de sus semejantes, sino más bien en dar la vida a otros en abundancia; sí, su Espíritu Santo les incitaría más bien a entregar su vida a favor de los hermanos, como el mismo Espíritu Santo impulsó al Jefe de nuestra salvación de darse a sí mismo en rescate por todos. Desde entonces, ¿no vemos que si Dios hubiera dado una ley a la Nueva Creación, a la casa de hijos, semejante a la que dio a la casa de los siervos, esto habría sido completamente mal apropiado? Los miembros de esta “casa de hijos” no podrían ser justificables de tal ley sin perder el Espíritu Santo, sin dejar de pertenecer a la Nueva Creación; “Y si alguno no tiene el Espíritu [“mind”: disposición] de Cristo, no es de él.” —Rom. 8:9

Sin embargo, ¿cómo pueden estar estas Nuevas Criaturas sin ley alguna, sin algunos reglamentos? Respondemos que la expresión más elevada de la Ley divina es el Amor. Los mandamientos de Dios son de tal alcance, de tal penetración, dividiendo de tal modo entre las coyunturas y las médulas que no pueden ser cumplidos en el sentido completo y absoluto, sino por el Amor. Si pudiéramos suponer que cada detalle de la Ley es estrictamente cumplido y que, sin embargo, el espíritu de devoción cariñosa hacia Dios esté ausente, la Ley divina no estaría satisfecha. Al contrario, el Amor es el cumplimiento de la Ley, y donde reine el Amor, cada detalle y cada rasgo del arreglo divino serán buscados y observados de todo corazón y a lo mejor de la capacidad de la criatura, no por coacción, sino con alegría, con amor.

En la consagración, la Nueva Criatura ha confesado tal amor por Dios y por su justicia, y allí, el Amor se hizo su Ley, y es atada firmemente por esta Ley, de Amor — aun hasta la muerte. Todo desfallecimiento en la obediencia a esta ley es una violación, en esta medida, del Pacto de parentesco (“relationship”). La obediencia a esta Ley de Amor, en la medida del conocimiento y de la capacidad, significa la abnegación y la victoria sobre el espíritu del mundo, las debilidades de la carne y las oposiciones del Adversario, la gracia del Señor que compensa las debilidades involuntarias y hace vencedor por su propio nombre y por su propio mérito. Pero, en cambio, la desobediencia porfiada a esta Ley de Amor, la violación deliberada y persistente de la misma Ley, significarían la pérdida del espíritu de la adopción, la extinción del Espíritu Santo, significarían que la Nueva Criatura había muerto, que dejó de existir.


(La siguiente parte del libro “La Nueva Creación” se publicará en la edición de septiembre - octubre de 2018)


Asociación De los Estudiantes De la Biblia El Alba