DOCTRINA Y VIDA CRISTIANA

La Nueva Creación:
“Orden y Disciplina en la Nueva Creacion”
Parte XXI

Carácter general de las reuniones

Esto nos lleva a una consideración del pueblo del Señor. Primeramente, observamos que sobre este asunto, como con otros, el pueblo del Señor es dejado sin leyes y regulaciones férreas, dejado en libertad para adaptarse a las condiciones cambiantes del tiempo y del país, dejados en libertad en el ejercicio del espíritu de una mente sana, dejados en libertad para buscar la sabiduría que llegó del cielo, y para manifestar el grado de su realización de la semejanza de carácter con el Señor bajo la disciplina de la Ley del Amor. Esa Ley del Amor sin duda pedirá modestia con respecto a todas las innovaciones en las costumbres de la Iglesia primitiva; sin duda titubeará para hacer cambios radicales con excepción de aquellos en los que se perciba su necesidad, y aun así buscará mantenerse dentro del espíritu de cada advertencia e instrucción, y práctica de la Iglesia primitiva.

En la Iglesia primitiva tenemos el ejemplo de los apóstoles como maestros especiales. Tenemos el ejemplo de los ancianos, haciendo el trabajo pastoral, el trabajo de llevar las buenas nuevas, profetizando o hablando en público; y de una ilustración, dada con particularidad en 1 Corintios 14, podemos juzgar que cada miembro de la Iglesia era alentado por los apóstoles a despertar cualquier talento y don que éste podría tener, para glorificar al Señor y servir a los hermanos, para que ejercitase así y se fortalezca en el Señor y en la verdad, ayudando a otros y siendo ayudado a su vez por otros. Esta explicación de una reunión normal de la Iglesia en los tiempos del Apóstol no podría ser imitada de manera completa y en detalle hoy en día, a causa de los peculiares “dones del Espíritu” temporalmente conferidos a la antigua Iglesia para el convencimiento de los que estaban fuera de ella, así como también para el aliento personal en un tiempo en el que, sin estos dones, hubiera sido imposible para cualquiera del grupo ser edificado o beneficiado. No obstante, podemos sacar ciertas lecciones valiosas y útiles de esta costumbre antigua, aprobada por el Apóstol, que pueden ser adjudicadas así mismas por las pequeñas compañías del pueblo del Señor en cualquier lugar de acuerdo a las circunstancias.

La lección principal es la de utilidad mutua, “edificándose los unos a los otros en la santísima fe”. No era la costumbre para uno o aun muchos de los ancianos predicar regularmente, ni hacer o intentar hacer toda la edificación. Cada miembro tenía la costumbre de hacer su parte, siendo las partes de los ancianos más importantes de acuerdo a sus habilidades y dones; y podemos ver que esto sería una disposición muy útil y que llevaría una bendición no solamente a aquellos que la escuchen sino también a todos los que participen. Y quienes no saben que aun el orador más pobre o la persona más ignorante puede, si su corazón está lleno de amor por el Señor y devoción hacia él, comunicar pensamientos que serán preciados por todos los que los puedan escuchar. La clase de reuniones aquí descritas por el Apóstol evidentemente era una muestra de la mayoría de reuniones celebradas por la Iglesia. La explicación muestra que era una reunión mixta, en la que, adaptando la explicación a los tiempos actuales, uno podría exhortar, otro podría exponer, otro podría ofrecer una oración, otro proponer un himno, otro leer un poema que le parece que encaja con sus sentimientos y experiencias, en armonía con el tema de la reunión; otro podría citar algunas escrituras que tienen que ver con el tema en discusión, y así el Señor podría usar cada uno y todos los miembros de la Iglesia en edificación mutua.

Nuestro pensamiento no es que la predicación nunca estuvo presente en la antigua Iglesia. Por el contrario, encontramos que adonde iban los apóstoles eran considerados expositores especialmente capacitados de la Palabra de Dios, quienes estarían presentes por poco tiempo y durante el periodo de su presencia, es probable que ellos hicieran casi todos los discursos en público aunque no dudamos también que se celebraban otras reuniones sociales* abiertas a todos. Esta misma práctica con respecto a la predicación apostólica sin duda era seguida por otros que no eran apóstoles; como por ejemplo, Bernabé, Timoteo, Apolos, Tito, etc., y las mismas libertades eran disfrutadas también por algunos que las usaron mal y ejercieron bastante influencia a favor del mal: Himeneo y Fileto y otros.

* “Social Meetings”: reuniones como aquellas de “alabanzas” y de “testimonios” donde cada uno puede más o menos participar. —Trad.

Donde el Señor no haya establecido ninguna ley positiva sería inapropiado para nosotros o para otros fijar una ley. Sin embargo, ofrecemos algunas sugerencias, a saber, que hay ciertas necesidades espirituales de la Iglesia que requieren ser dedicadas a:

(1) La instrucción, es necesaria en las materias más puramente proféticas y también en las doctrinas morales y con respecto al desarrollo de las gracias cristianas.

(2) A causa de los métodos más o menos diferentes en el uso del lenguaje, y a causa de la mayor o menor agudeza mental y los variados grados de percepción espiritual, como la que hay entre aquellos que son bebés en Cristo y aquellos que son más maduros en conocimiento y en gracia, es aconsejable que se den las oportunidades en las que cada uno sea alentado a expresar su comprensión de las cosas que ha aprendido, ya sea leyendo o escuchando, con el propósito de que si su compresión de estas cosas fuera defectuosa, pueda ser corregida mediante declaraciones de otros sobre la materia.

(3) Deberían haber reuniones regulares frecuentes en las que razonablemente se den todas las oportunidades para que cualquiera presente lo que podría creer que es una visión de la verdad, distinta quizás de lo que generalmente se mantiene y es aprobado por la Ecclesia.

(4) No deberían haber solamente servicios de devoción relacionados con todas las reuniones del pueblo del Señor, pero la experiencia muestra lo provechoso que son cada uno de estos, al escuchar a sus hermanos, confesando con sus propios labios, en testimonio o en oración, su devoción al Señor.

La doctrina que aún es necesaria

Con respecto a la primera proposición: vivimos en una época en la que las doctrinas en general están siendo despreciadas, y en la que una buena mayoría reclama que la doctrina y la fe no tienen valor en comparación con la moral y las acciones. No podemos estar de acuerdo con esto porque está completamente en desacuerdo con la Palabra divina, en la que la fe es colocada en primer lugar y las acciones en segundo lugar. Nuestra fe es lo que el Señor acepta, y según nuestra fe él nos premiará, aunque él esperaría que una buena fe suscite tantas buenas acciones como lo permitan las debilidades del individuo. Esta es la regla de fe establecida en las Escrituras. “Pero sin fe es imposible agradar a Dios.” “Y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe.” (Hebreos 11:6, 1 Juan 5:4). Por ello, ningún hombre puede de manera alguna ser un vencedor, a menos que ejerza la fe en Dios y en sus promesas; y para ejercer la fe en las promesas de Dios debe comprenderlas; y esta oportunidad y habilidad para fortalecerse en fe estará en proporción a su comprensión del Plan Divino de todas las edades, y las grandiosas y preciadas promesas relacionadas con ello. De aquí que la doctrina, la instrucción, es importante, no simplemente para el conocimiento que el pueblo de Dios debe tener y disfrutar por encima del conocimiento del mundo en cosas que corresponden a Dios, sino especialmente a causa de la influencia que este conocimiento ejercerá sobre todas las esperanzas, objetivos y conductas. “Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo” (1 Juan 3:3) es una expresión de las Escrituras que coincide completamente con las declaraciones anteriores. Quien se esfuerce por purificarse para limpiar su conducta, debe, para tener éxito, empezar como empiezan las Escrituras, con el corazón, y debe progresar usando las promesas inspiradas para una limpieza. Y esto significa un conocimiento de las doctrinas de Cristo.

Sin embargo, es apropiado que distingamos y diferenciemos claramente entre las doctrinas de Cristo y las doctrinas de los hombres. Las doctrinas de Cristo son aquellas que fueron establecidas por él mismo y por los apóstoles inspirados en el Nuevo Testamento. Las doctrinas de los hombres están representadas en los credos de los hombres, muchas de las cuales están groseramente y seriamente en discrepancia con las doctrinas del Señor y todas ellas en desacuerdo entre sí mismas. Más aun, no es suficiente que adoctrinemos una sola vez; porque como da a entender el Apóstol, recibimos los tesoros de la gracia de Dios en pobres recipientes materiales que están muy agujereados, y de ahí que si cesamos de recibirlos dejaremos de tenerlos, por cuya causa es necesario que los tengamos “línea sobre línea, precepto sobre precepto”, y que continuamente renovemos y revisemos nuestro estudio del Plan Divino de las edades, usando la ayuda y asistencia divina que la providencia suministra, buscando en lo posible obedecer el mandamiento del Apóstol de “no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra”, y así “hacedores de la palabra.” (Santiago 1:22-25).

Nuestra segunda proposición es aquella que no puede ser inmediatamente tan apreciada de manera completa como la primera. Hay la tendencia de muchos a pensar que aquellos que pueden expresar la verdad de manera más clara, más fluidamente, de manera más precisa, deberían ser los únicos que la expresen y que los demás deberían callarse, escuchar y aprender. Este pensamiento es correcto en muchos aspectos. No sugerimos que cualquiera sea puesto a enseñar o sea buscado como maestro, o sus palabras recibidas como instrucción, siendo incapaz de dar instrucción y no percibiendo claramente el Plan Divino. Pero hay una gran diferencia entre poner a aquel a enseñar, como en el caso de los ancianos, y tener una reunión en la que todos los miembros de la Nueva Creación tengan una oportunidad de expresarse brevemente o de hacer preguntas, entendiendo que sus preguntas, dudas o expresiones no sean consideradas por la Iglesia como los sentimientos de la compañía. En tales reuniones, las ideas equivocadas posiblemente pueden ser presentadas en la forma de preguntas, no con la intención de enseñar estas opiniones ni con el propósito de imponerlas, sino con la visión de hacer una crítica sobre éstas. Pero tengan cuidado de no violar la conciencia mediante cualquier intento de defender el error. Tal procedimiento debe ser aprobado solamente en presencia de alguien que esté avanzado en la Verdad y que sea capaz de dar una razón bíblica para su fe, y para mostrar de manera más perfecta el camino del Señor. Se preguntan, ¿qué ventaja se puede sacar de tal acción? Contestamos que frecuentemente hemos visto demostraciones de estas ventajas. A menudo es difícil exponer alguna materia en la forma más simple y más directa, y es igualmente imposible para todas las mentes, aunque sean honestas, captar una idea con el mismo grado de claridad que la misma ilustración. De ahí el valor de las preguntas y de una variedad de presentaciones de la misma verdad, como se ilustra en las parábolas de nuestro Señor que presentan ideas desde varios puntos de vista, ofreciendo una visión más completa y armoniosa de la totalidad. Así también, hemos notado que las explicaciones disparatadas y algo torpes de alguna verdad pueden en ciertos momentos tener el efecto de ingresar en algunas mentes en las que haya fallado una declaración más sólida y más lógica (en algunos aspectos, la poca madurez del orador trae consigo un pobre razonamiento y juicio del oyente). Debemos regocijarnos si el Evangelio es predicado y encuentra acogida en los hambrientos corazones, sea cual sea el canal, como lo explica el Apóstol: “algunos a la verdad; predican a Cristo por envidia y contienda”. Nosotros solamente podemos regocijarnos si algunos son llevados hacia un conocimiento apropiado del Señor, aunque podamos lamentar grandemente los motivos impropios de la presentación, o como en el otro caso, la imperfección de la presentación. Es al Señor, a la Verdad y a los hermanos a quienes nosotros amamos y deseamos servir, y por ello debemos regocijarnos de cualquier cosa que conduzca a los resultados deseados y deberíamos hacer nuestros propios planes de modo que no interfieran con esto, que reconocemos como un hecho. Esto no significa que el incompetente y el falto de lógica deba ser colocado para enseñar en la Iglesia, ni que debamos imaginar que las presentaciones ilógicas serían las más exitosas en general. Muy por el contrario. Sin embargo, no debemos ignorar completamente que lo que vemos es a veces un canal de bendición para algunas mentes y que tiene el respaldo de la enseñanza de la Iglesia primitiva.

En apoyo de nuestra tercera proposición: No importa cuán seguros estemos de que tenemos la verdad, ciertamente sería poco prudente para nosotros que cerremos y aseguremos la puerta de la interrogación y de las expresiones contrarias como para excluir completamente todo lo que pueda ser considerado como un error por el líder de la reunión o por toda la congregación. Una sola limitación debería prevalecer como una exclusión total, a saber, que las reuniones de las Nuevas Criaturas no sean para considerar las materias seculares, las ciencias mundanas y las filosofías, sino exclusivamente para el estudio de la revelación divina, y en el estudio de la revelación divina la congregación debería en primer y en último lugar siempre reconocer la diferencia entre los principios fundamentales de las doctrinas de Cristo (que ningún miembro puede cambiar o alterar, ni consentir que hayan sido cuestionadas) y la discusión de las doctrinas avanzadas, que deben estar en completo acuerdo con los principios fundamentales. En todo momento debería haber la oportunidad completa y libre de escuchar estas doctrinas, y debería haber reuniones en las que éstas puedan ser escuchadas. Sin embargo, esto no significa que éstas deban ser escuchadas una y otra vez, y que a algún individuo se le deba permitir confundir y distraer cada reunión y cada tema con algún asunto en particular. Dejemos que su tema tenga una buena audiencia y una buena discusión en el momento apropiado, con la presencia de alguien que sea bien versado en la Verdad, y si está prohibida por la congregación como no bíblica, y el promotor de esa idea no estuviera convencido de eso, por lo menos abstengámosle de importunar el tema mediante notificación de la Iglesia por un largo tiempo, quizás un año, cuando pueda sin falta de propiedad solicitar otra audiencia, que podría o no serle otorgada al tiempo que la congregación debería pensar el asunto como digno o no de audiencia y de investigación.

Lo que nosotros exhortamos es que, a menos que haya algún tipo de apertura, se pueden encontrar dos peligros: Primero, el peligro de caer en la condición que vemos que prevalece ahora en las iglesias nominales de la Cristiandad, en la cual es imposible encontrar acceso a ser escuchado en sus reuniones eclesiásticas regulares, siendo cuidadosamente vigilada cada vía de aproximación. El otro peligro es que, teniendo el individuo una teoría que apela a su juicio como verdad, sin importar cuán falsa e irracional pueda ser, nunca se sentiría satisfecho a menos que tenga una audiencia, sino estaría continuamente trayendo el tema a colación, mientras que después de haber sido escuchado de manera razonable, aun si no está convencido del error de su argumento, sería neutralizado respecto de lo impropio del tema a aquellos que ya han escuchado y rechazado su razonamiento falaz.

Nuestra cuarta proposición: El crecimiento en conocimiento es muy propenso a quitarle valor a la devoción, tan extraño como pueda parecer. Encontramos que nuestras capacidades son tan pequeñas y nuestro tiempo para los asuntos espirituales tan limitado, que si la atención estuviera dirigida en un canal habría la tendencia a eclipsar en otras direcciones. El cristiano no debe ser todo cabeza y nada de corazón, ni todo corazón y nada de cabeza. El “espíritu de una mente sana” nos dirige a cultivar todas las gracias y frutos que van a llenar y completar un carácter perfecto. La tendencia en nuestros días, en todas las materias, va en la dirección opuesta: la especialización. Un trabajador hace esta parte, otro trabajador esa parte; de modo que muy pocos trabajadores ahora comprenden un oficio de manera completa como en las épocas pasadas. La Nueva Criatura debe resistir esta tendencia, y en consecuencia, debe “tender caminos rectos para sus pies”; no vaya a ser que mientras cultiva un elemento de gracia caiga en peligro mediante la pérdida del ejercicio adecuado de otra facultad o privilegio dado por Dios.

Las cualidades de devoción se encuentran en toda la humanidad en mayor o menor grado de desarrollo. Estas cualidades mentales son llamadas veneración y espiritualidad, y éstas llaman en su ayuda a los órganos de la conciencia, la esperanza, la armonía, etc. Si éstos fueran desatendidos, el resultado sería que el interés y el amor por la Verdad se degeneraría, así que en lugar de que nuestros corazones sean conducidos al Señor con mayor apreciación de su amor y con mayor deseo de complacerle, honrarle y servirle, encontraríamos que los órganos inferiores se unen más a la controversia, ocupando los lugares de aquellos superiores, y las investigaciones se tornarían más hacia la luz de las filosofías mentales, en las que ingresarían la combatividad y la destructividad, la ambición, los conflictos y la vanagloria. Por ello, la Nueva Creación necesita no sólo unir los servicios de devoción, la oración y las alabanzas, como parte de cada reunión, sino que creemos que necesita además una reunión especial del tipo de devoción una vez a la semana, conjuntamente con lo que deberían ser las oportunidades para dar testimonio respecto de las experiencias cristianas, no bajo la usual costumbre de regresar de uno a veinte años atrás, o más, para contar sobre una primera conversión, etc., sino un testimonio actualizado que se refiera específicamente a la condición del corazón en ese momento e interviniendo durante la semana, desde la última reunión. Tales testimonios actualizados demuestran ser útiles para aquellos que los escuchan, alentándolos a veces mediante la repetición de experiencias favorables, y a veces consolándolos mediante la narración de penurias, dificultades, perplejidades, etc., porque así ellos disciernen que no están solos al tener experiencias duras y a veces fracasos.


(La siguiente parte del libro “La Nueva Creación” se publicará en la edición de mayo - junio de 2017)


Asociación De los Estudiantes De la Biblia El Alba