DOCTRINA Y VIDA CRISTIANA |
La Nueva Creación:
“Orden y Disciplina en la Nueva Creacion”
Parte XX
“Nuestra congregación”
“No dejando de reunirnos como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca.” (Hebreos 10:25)
La exhortación del Señor, por medio del Apóstol, respecto de la congregación de su pueblo, está en completo acuerdo con sus propias palabras, “porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí yo estoy en medio de ellos.” (Mateo 18:20). El objetivo de estas reuniones está claramente indicado; ellos están para mejorarse mutuamente en las cosas espirituales (oportunidades para incitar más y más el amor por el Señor y por los demás) y para incrementar las buenas acciones de todo tipo que glorificarían a nuestro Padre, que bendecirían a la hermandad, y que harían el bien a todos los hombres a medida que tengamos la oportunidad. Si aquel que dice, “yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano, a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? (1 Juan 4:20), de manera similar nosotros creemos que están equivocados aquellos que dicen: yo anhelo estar con el Señor y disfrutar su bendición y hermandad, si ellos descuidan las oportunidades de reunirse con los hermanos y no disfrutan de su compañía y hermandad.
Está en la naturaleza de las cosas que cada ser humano debe buscar alguna compañía, y la experiencia certifica la veracidad del proverbio, “Las aves del mismo plumaje se juntan”. Si por ello, no se aprecia, ni se anhela, ni se busca la hermandad de los que tienen mentalidad espiritual, si no mejoramos las oportunidades para disfrutarla, podemos estar seguros que éstas son indicaciones poco saludables con respecto a nuestra condición espiritual. El hombre natural ama y disfruta la hermandad natural y la compañía, y hace planes y se organiza con sus asociados respecto de los asuntos de negocios y de placeres, aun cuando sus esperanzas y planes terrenales comunes sean ciertamente muy limitados en comparación con las grandiosas y preciadas esperanzas de la Nueva Creación. A medida que nuestras mentes se transformen mediante la renovación del Espíritu Santo, nuestro apetito por la hermandad no se destruye, sino que simplemente se torna hacia nuevos canales, en los que encontramos un terreno maravilloso para la hermandad, la investigación, la discusión y el disfrute: la historia del pecado y la gimiente creación, pasada y presente; el registro de Dios de la redención y la venidera liberación de la gimiente creación; nuestro gran llamado a la herencia conjunta con el Señor; las evidencias de que nuestra liberación se está aproximando, etc. ¡Qué terreno tan abundante para el pensamiento, para el estudio, para la hermandad y la comunión!
No es extraño que digamos que quien no aprecie el privilegio de reunirse con los demás para la discusión de estos temas está espiritualmente enfermo, en algunos aspectos, ya sea si es capaz de diagnosticar su propia enfermedad o no. Puede ser que esté afectado con algún tipo de orgullo espiritual y autosuficiencia, que lo conduzca a decirse a sí mismo, yo no necesito ir a la escuela pública de Cristo, para aprender con sus otros seguidores; yo tomaré lecciones privadas del Señor en casa, y él me enseñará por separado lecciones más profundas y más espirituales. Muchos parecen estar afligidos con este egoísmo espiritual, imaginarse que ellos mismos son mejores que los demás hermanos del Señor y que él se apartaría de su usual costumbre y de los métodos señalados en su Palabra, para servirlos de una manera peculiar, solamente porque ellos piensan más de ellos mismos que lo que deberían pensar, y porque ellos lo requieren. Tales hermanos deberían recordar que ellos no tienen ni una sola promesa del Señor de ser bendecidos mientras ellos estén en esta actitud de corazón y conducta. Por el contrario, “el Señor se resistió al orgullo y mostró sus favores al humilde”. El Señor bendice a aquellos que escuchan y obedecen sus instrucciones, diciendo: “Si me amáis, guardad mis mandamientos”. Para aquellos que están en una actitud correcta de corazón es bastante suficiente que el Señor haya ordenado que nos reunamos en su nombre, y que él haya prometido bendiciones especiales aun para tantos como dos o tres que le obedezcan, y que la Iglesia es de manera representativa su cuerpo, y que debe prosperar por “lo que cada unión suministra”, y edificarse a sí misma y “desarrollarse los unos a los otros”, como miembros en todas las gracias y frutos del Espíritu. A veces la dificultad no es puramente un egoísmo espiritual sino el hecho de descuidar la Palabra de Dios y una inclinación a la comprensión humana que supone que la promesa: “todos ellos recibirán las enseñanzas de Dios” implica una enseñanza individual, que separa al uno del otro. Las costumbres de los apóstoles, sus enseñanzas y la experiencia del pueblo del Señor son todos contrarios a tal pensamiento.
Por otro lado, no debemos simplemente desear cantidades, alarde y popularidad, sino que debemos recordar que la bendición prometida del Señor es para “dos o tres de ustedes”; y nuevamente, mediante el Apóstol, la exhortación es para “la congregación de nosotros mismos”. Lo que el Señor y el Apóstol inculcan aquí no es un espíritu sectario cuando ellos insinúan que las congregaciones no deben ser reuniones mundanas, en las que el pueblo del Señor deba mezclarse, sino reuniones cristianas donde aquellos que conocen la gracia de Dios y que han aceptado la misma por medio de una completa consagración hacia él y su servicio. No se debe pedir a los mundanos que vengan a estas reuniones. Ellos no son de ustedes, así como “Vosotros no sois del mundo”, y si ellos fueran atraídos ya sea por la música u otros aspectos, se perdería el espíritu del mandamiento, porque donde abunda lo mundano, y un deseo de complacer y atraer lo mundano, el adecuado propósito de la reunión sería perdido de vista muy rápidamente. Ese adecuado propósito se explica como: “por lo cual animaos unos a otros, y edificaos unos a otros, así como lo hacéis”. “Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras.” (1 Tesalonicenses 5:11, Hebreos 10:24).
Dejemos que los de disposición maligna y amoral se junten, si ellos lo desean; que los engendrados del Espíritu se congreguen y procedan en el sentido establecido en la Palabra del Señor para su propia edificación. Pero si ellos descuidan esto, no permitamos que las consecuencias desfavorables sean atribuidas a la Cabeza de la Iglesia ni a los fieles apóstoles, quienes enfatizaron claramente el apropiado rumbo y lo ejemplificaron en su propia conducta.
Esto no significa que los extraños sean prohibidos de ingresar a las reuniones de la Iglesia, si ellos están lo suficientemente interesados como para desear venir y “contemplar vuestro orden”, y ser bendecidos con vuestra santa conversación, vuestras exhortaciones a hacer el bien y practicar amor, y vuestra exposición de la divina Palabra de la promesa, etc. El Apóstol da a entender esto de manera muy clara en 1 Corintios 14:24. Lo que observamos es que “nuestra congregación” no es una congregación de no creyentes, donde se hacen constantemente los esfuerzos para quebrar los corazones de los pecadores. El pecador debería tener la libertad de asistir, pero se debería dejar que por sí solo vea el orden y el amor que prevalece entre los consagrados del Señor, aunque de ese modo comprenda solamente en parte, que puede ser reprobado de sus pecados al percibir el espíritu de santidad y pureza en la Iglesia, y pueda ser convencido respecto de sus errores de doctrina contemplando el orden y simetría de la verdad que prevalece entre el pueblo del Señor. Compárese 1 Corintios 14:23-26.