DOCTRINA Y VIDA CRISTIANA

La Nueva Creación:
“Orden y Disciplina en la Nueva Creacion”
Parte XIX

“Sostener a los débiles”

Esto implica que hay algunos en la Iglesia que son más débiles que otros, no simplemente en el aspecto físico, sino en el aspecto espiritual, en el sentido de tener organismos humanos con tendencia desenfrenada de modo tal que como Nuevas Criaturas, encuentran gran dificultad en el crecimiento y desarrollo espiritual. Tales no deben ser rechazados del cuerpo, sino por el contrario, debemos comprender que si el Señor los tomó en cuenta como dignos de conocer su gracia, significa que él es capaz de convertirlos en conquistadores por medio de él mismo que nos ama y pagó con su preciosa sangre el rescate. Ellos deben ser apoyados con promesas que ofrecen las Escrituras, con el propósito de que cuando seamos débiles en nosotros mismos, podamos ser fuertes en el Señor y en la fuerza de su poder, proyectando todo nuestro cuidado sobre él, y, mediante la fe, conservar su gracia; que en la hora de debilidad y de tentación ellos encontrarán cumplida la promesa, “bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad”. Toda la congregación puede colaborar en esta acción de consolar y ayudar, aunque desde luego, los ancianos tienen una obligación especial y responsabilidad con ellos, porque son los representantes elegidos de la Iglesia, y en consecuencia del Señor. El Apóstol, al referirse a los distintos miembros del cuerpo, después de hablarles a los pastores y maestros, menciona las “ayudas” o dones (1 Corintios 12:28). Evidentemente, el placer del Señor sería que cada miembro de la Iglesia debiera buscar ocupar tal lugar de utilidad, no solamente ayudando a los ancianos elegidos como los representantes de la Iglesia, sino también ayudándose unos a otros, haciendo el bien a todos los hombres cuando tengamos la oportunidad, pero especialmente a la familia de la fe.

“Tener paciencia con todos”

Al obedecer esta exhortación para ejercer la paciencia con todos y en todas las circunstancias, las Nuevas Criaturas encontrarán que ellos no solamente están ejerciendo una actitud apropiada con cada uno de nosotros, sino que ellos están cultivando en ellos mismos una de las más grandes gracias del Espíritu Santo, la paciencia. La paciencia es una gracia del Espíritu que podrá ser ejercida en muchas oportunidades en todos los aspectos de la vida, con aquellos que no pertenecen a la Iglesia así como también con aquellos que sí pertenecen, y es bueno que recordemos que el mundo entero demanda nuestra paciencia. Discernimos esto solamente cuando se nos aclara la condición de la gimiente creación, que se nos revela a través de las Escrituras. En esto, vemos la paciencia de Dios con los pecadores y su maravilloso amor por su redención, y en las disposiciones que él ha dado, no solamente para bendición y elevación de su Iglesia fuera del fango arcilloso y del horrible abismo del pecado y muerte, sino disposiciones gloriosas también para la humanidad entera. También en esto, nosotros vemos que la gran dificultad con el mundo es que ellos están bajo los engaños de nuestro Adversario, “el dios de este mundo”, quien ahora los ciega y defrauda (2 Corintios 4:4).

¡Con seguridad, este conocimiento debería darnos paciencia! Y si tenemos paciencia con el mundo, mucho más deberíamos tener paciencia con aquellos que ya no son del mundo, pero los que por medio de la gracia de Dios figuran bajo las condiciones de su misericordia en Cristo Jesús, y han sido adoptados dentro de su familia, y están ahora buscando seguir sus pasos. ¡Qué paciencia afectuosa deberíamos tener con estos condiscípulos, miembros del cuerpo del Señor! Seguramente, podríamos tener nada más que paciencia con ellos, y nuestro Señor y Maestro desaprobaría y de algún modo reprendería la impaciencia con cualquiera de ellos. Además, tenemos gran necesidad de paciencia aun al tratar con nosotros mismos bajo la actual angustia, debilidad y batalla contra el mundo, la carne y el Adversario. Si aprendemos a apreciar estos hechos, esto nos ayudará a hacernos más pacientes con todos.

“Que ninguno pague a otro mal por mal”

Esto es más que un consejo individual: es un mandamiento dirigido a la Iglesia como un todo, y es aplicable a cada congregación del pueblo del Señor. Implica que si alguien de la familia de la fe está dispuesto a tomar venganza, a desquitarse, a hacer el mal por el mal a los hermanos o a los que están afuera, entonces la Iglesia debe intervenir cuando se dé cuenta de tal rumbo. Es deber de la Iglesia ver esto. “Ver que ninguno pague mal por mal”, significa prestar atención a que un espíritu apropiado sea observado entre los hermanos. Si por ello, los ancianos deben enterarse de tales ocasiones cuando sean cubiertos por este mandamiento, sería su deber advertir amablemente a los hermanos o las hermanas respecto de la Palabra del Señor; y si ellos no escucharan, sería deber llevar el asunto ante la congregación, etc. Y para eso está la comisión de la Iglesia, para tomar conocimiento de tal rumbo impropio por parte de cualquier miembro. No solamente debemos de ese modo vernos unos a otros, y cuidarse de los demás con bondadoso interés, y fijarnos que no se den los pasos incorrectos, sino que por el contrario, debemos ver que todos sigan detrás de lo que es bueno. Deberíamos elogiar y regocijarnos por toda evidencia de progreso de un modo correcto, dando nuestro apoyo como individuos y como congregaciones del pueblo del Señor. Como el Apóstol sugiere, al hacer esto podemos regocijarnos eternamente, y con buena causa; porque ayudándonos así unos a otros, el cuerpo de Cristo crecerá en amor, más y más en semejanza con la Cabeza, y llegando a ser cada vez más aptos para la herencia en el Reino.

“Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras.” —Hebreos 10:24—

¡Qué bello y afectuoso pensamiento se expresa aquí! Mientras otros consideran criticar o desalentar a sus prójimos, o egoístamente tomar ventaja de sus debilidades, la Nueva Creación debe hacer lo inverso, estudiar cuidadosamente los temperamentos de los demás con el fin de evitar decir o hacer cosas que serían innecesariamente lesivas, despertar la ira, etc., con el fin de incitar en ellos el amor y la buena conducta.

¿Y por qué? ¿No es acaso toda la actitud del mundo, la carne y el demonio lo que provoca la envidia, el egoísmo, los celos y llena de incentivo maligno hacia el pecado, de pensamiento, de palabra y de hecho? ¿Por qué entonces no deberían las Nuevas Criaturas del cuerpo de Cristo no solamente abstenerse de tales provocaciones hacia ellos y los demás, sino también dedicarse a provocar o incentivar en la dirección contraria, hacia el amor y las buenas acciones? Seguramente esto, como cada advertencia y exhortación de la Palabra de Dios, es razonable como también provechoso.


(La siguiente parte del libro “La Nueva Creación” se publicará en la edición de enero - febrero de 2017)


Asociación De los Estudiantes De la Biblia El Alba