DOCTRINA Y VIDA CRISTIANA

La Nueva Creación:
“La Organización de la Nueva Creación”
Parte X

“EL QUE ES ENSEÑADO” Y “EL QUE ENSEÑA”

Este texto bíblico, de acuerdo con todos los demás, nos muestra que Dios tomó sus disposiciones para que sus hijos se instruyan unos por otros, y que aun el más humilde de su rebaño piensa por sí mismo y desarrolle así una fe individual tanto como un carácter individual. ¡Por desgracia! ¡Cómo este tema importante es generalmente descuidado entre aquellos que invocan el nombre de Cristo! Este texto bíblico admite instructor y alumnos, pero los alumnos deben sentirse libres de comunicar, de hacer conocer a los instructores todo lo que viene a su conocimiento y lo que parece relacionarse con el tema bajo discusión, no para reemplazar al instructor, sino como un estudiante inteligente con respecto a otro estudiante mayor de edad. Ellos no deben ser unas máquinas ni tener miedo de hablar, sino planteando preguntas, llamando la atención a lo que les parecen ser unas malas aplicaciones de las Escrituras o aun en otras cosas, contribuyen así a mantener puros el cuerpo de Cristo y sus enseñanzas; así ellos deben ser críticos, y en lugar de desanimarlos a actuar así, en lugar de decirles que no hace falta que ellos critiquen al instructor o que pongan en tela de juicio sus exposiciones, al contrario son invitados a participar, a criticar.

No debemos suponer, no obstante, que el Señor desea animar un espíritu crítico exagerado, o una disposición de combatir, de encontrar constantemente a censurar. Tal espíritu está completamente contrario al Espíritu Santo, y no sólo esto, sino que sería muy peligroso, porque quienquiera, en un espíritu de contradicción, que expone como falso un caso hipotético que él no cree ser la Verdad, simplemente con el fin de desconcertar a su opositor, de tener una “controversia”, etc. está seguro de perjudicarse a sí mismo tanto como puede estar más o menos seguro de perjudicar a otros por actuar de tal manera. La honradez con respecto a la Verdad es una cualidad absolutamente primordial para progresar en ella: oponerse a lo que se cree ser la Verdad, o hasta sostener temporalmente lo que cree ser un error, “para reírse”, o por otra razón, será seguramente injurioso hacia el Señor y atraerá alguna retribución justa. ¡Por desgracia! ¡Cuánto se propusieron “ver solamente lo que se podía decir” contra una posición que ellos creían sin embargo ser la Verdad, y que han sido enredados, totalmente cautivos y cegados persiguiendo tal línea de conducta! Después de Dios, la Verdad es la cosa más preciosa que haya en el mundo: no debemos bromear con ella, ni jugar con ella, y quienquiera que es negligente sobre este punto sostendrá un daño. —Véase 2 Tes. 2:10, 11.

Es conveniente observar que la expresión “hacer participar” tiene un sentido amplio y no comprende solamente la participación respecto a los pensamientos, a los sentimientos, etc. sino también puede entenderse en el sentido de que el que es enseñado y el que recibe beneficios espirituales, debería estar contento participar de alguna manera en el apoyo de los que enseñan, dándoles al Señor, a los hermanos, a la Verdad, una parte de los frutos de su trabajo y sus talentos. Tal es la misma esencia de la santa disposición de la Nueva Creación. Al principio de la experiencia cristiana, cada uno aprende el significado de las palabras del Maestro: “Más bienaventurado es dar que recibir” [Hechos 20:35], y es por eso que todos los que tienen este espíritu están contentos verdaderamente de dar cosas terrestres al servicio de la Verdad, y esto, en la proporción donde reciben bendiciones espirituales en buenos y honrados corazones. En otro capítulo, consideraremos la pregunta de la manera de dar y de la sabiduría que se debe ejercer para hacerlo.

LA ACTIVIDAD DE LA MUJER EN LA IGLESIA

En ciertos aspectos, es después de haber examinado las relaciones generales del hombre y de la mujer en el orden divino donde se puede considerar mejor este tema de la actividad de la mujer en la Iglesia; sin embargo, es por un motivo serio que lo consideramos apropiado de presentarlo aquí; otros puntos de vista concordantes que presentaremos más tarde corroborarán, creemos, lo que ahora decimos al respecto.

Nada es más claro que, en la selección de su Ecclesia de la Nueva Creación, el Señor no tiene en cuenta los sexos. Tanto los hombres como las mujeres son bautizados y se hacen miembros del “solo cuerpo” del cual Jesús es la Cabeza. Por eso, son dignos de ser escogidos para participar en la Primera Resurrección y en su gloria, en su honra y en su inmortalidad bajo la condición general: “si sufrimos con él, también reinaremos con él.” Los dos han sido mencionados de manera honorable y en los términos más cálidos por nuestro Señor y por los apóstoles. Es por eso que debemos comprender que toda restricción impuesta a la mujer tocante al carácter y a la medida del servicio del Evangelio, se aplique simplemente al tiempo presente, mientras que todavía está en la carne; no debemos suponer de ninguna manera que se trata de una preferencia divina para los hombres. Vamos a tratar de mostrar que las discriminaciones hechas entre los sexos son de un orden simbólico y típico: el hombre simboliza a Cristo Jesús, a la Cabeza (Jefe) de la Iglesia, mientras que la mujer simboliza la Iglesia, la Esposa, sometida a la Cabeza (Jefe) que Dios le dio.

El amor de nuestro Señor por su madre, y por Marta, María y “otras muchas que le servían de sus bienes” aparece muy distintamente en el relato, aun independientemente de la afirmación categórica que él las “amaba” (Juan 11:5); sin embargo, cuando él escogió a sus doce apóstoles, y más tarde los “setenta”, él no escogió a ninguna de ellas. No podemos suponer tampoco que fue un olvido de su parte, no más que fue un olvido que las mujeres de la tribu de Leví no tuvieron nada para hacer en los servicios públicos durante los dieciséis siglos precedentes. No podemos tampoco explicar el asunto suponiendo que las mujeres, encontrándose en total de los amigos de nuestro Señor, no fueron instruidas suficientemente para el servicio, porque a propósito de los que fueron escogidos, el relato declara que se percibió prontamente “que eran hombres sin letras y del vulgo” [Hechos 4:13 —véase Diaglott]. Por eso, debemos concluir que la intención divina era que de entre los “hermanos”, sólo los hombres serían escogidos para ser servidores públicos especiales y embajadores del Evangelio. Y se debe notar aquí, que este arreglo divino está en contra del método del gran Adversario que, estando dispuesto a servirse del uno o del otro sexo como instrumento, siempre encontró en la mujer su representante más competente.

La primera mujer fue el primer instrumento [literalmente, “embajador” —Trad.] de Satanás: un instrumento también que consiguió para extraviar al primer hombre y sumergir toda la raza en el pecado y en la muerte. Las brujas del pasado, y las médiums espiritistas, los “científicos cristianos” en nuestros días son tantas confirmaciones como la propaganda de Satanás hecha por las mujeres de manera casi tan manifiesta como la propaganda divina hecha por los hombres. Además, el programa divino va en contra de la tendencia natural de todos los hombres que estiman especialmente a las mujeres en las preguntas religiosas, atribuyendo al sexo femenino un grado más elevado de pureza, de espiritualidad, de comunión con Dios. Esta tendencia se nota en los relatos del pasado tanto como en los del presente, como lo demuestran la diosa egipcia Isis, la diosa asiria Astarot, la diosa griega Diana, y Juno y Venus y Belona, y la Mariolatría que, desde hace siglos, domina completamente dos terceros de los que apelan al nombre de Cristo a pesar del nombramiento más explícito del hombre como el portavoz y el representante del Señor en su Iglesia.

Aparte del significado simbólico de esta distinción de los sexos, la Palabra de Dios no nos informa si hay otras razones para hacerla, y nuestras suposiciones respecto a este tema pueden ser exactas o no: nuestra opinión, sin embargo, es que algunas de las cualidades de corazón y del espíritu que se encuentran asociadas en los tipos más nobles de las mujeres, las hacen impropias para los servicios religiosos públicos. Por ejemplo, la mujer tiene, por naturaleza y afortunadamente, el deseo de complacer y de ser aprobada y alabada. Esta cualidad es una bendición inestimable en el hogar; es a ella que se debe la preparación de platos suculentos y la decoración atractiva del hogar que la diferencia de las viviendas de solteronas viejas y de solterones viejos. La verdadera mujer está contenta cuando se esfuerza por hacer feliz a su familia, y se regocija cuando los suyos le manifiestan la apreciación de sus esfuerzos (cocina, etc.); nunca deberíamos negarle los elogios que le son debidos seguramente, que su naturaleza desea ardientemente y que son absolutamente indispensables para su salud y para su desarrollo.

Entonces, si la mujer es educada fuera de su esfera (ya tan vasta y tan importante que el poeta dijo con razón: “La mano que menea la cuna es la que gobierna al mundo”), si se produce en público a título de conferenciante o profesor o escritor, entonces se coloca en una posición muy crítica; en efecto, muchas de las particularidades que ella posee como mujer (y ya hemos mencionado una) que tienden a hacer de ella una mujer verdadera, atrayente para los hombres verdaderos, competirán en condiciones contrarias a la naturaleza que perjudica a su feminidad dándole características “masculinas”. La naturaleza fijó los confines y los límites de los sexos, no sólo en la forma física y la cabellera, sino que en las cualidades del corazón y de la cabeza: ella adaptó todo tan perfectamente que cualquier interposición en sus leyes o cualquier desprecio de ellas causa infaliblemente un perjuicio en fin de cuentas, sin importar cuán benéficos que puedan parecer los cambios por un tiempo.

El deseo ardiente de alabanzas (“approbativeness”) que la naturaleza le concedió tan generosamente a la mujer y que, correctamente empleado es tan útil para ella así como en su hogar y en su familia, casi se le hace de seguro una trampa si se lleva con respecto al público (buscando la aprobación de la Iglesia o del mundo). La ambición de brillar, de parecer más sabia y más capaz que otros, es un peligro que amenaza a todos los que afrontan un público; no hay duda que haya hecho tropezar a muchos hombres que habían sido hinchados de orgullo y que cayeron así en una trampa del Adversario; sin embargo, la misma feminidad de la mujer la expone singularmente no sólo a tropezar en su esfuerzo a brillarse, sino que también a hacerla tropezar a otros. Alejándose del camino recto, ella está segura de recibir del Adversario un aceite falsificado que da una luz falsa por la cual muchos pudieran ser desviados del camino del Señor. Es por eso que la advertencia del Apóstol “No os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que [nosotros que enseñamos] recibiremos mayor condenación” (Santiago 3:1), tendría todavía más fuerza si fuera aplicado a las hermanas. En realidad, el peligro para ellas sería tan grande que ninguna de ellas estuviera establecida para enseñar; y el Apóstol escribió: “No permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio.” —1 Tim. 2:11, 12.

Sin embargo, esta declaración enérgica y formal no puede significar que nunca se les permite a las hermanas de la Nueva Creación llevar una bendición contando la vieja, vieja historia. El mismo Apóstol habla con el respeto más grande de las mujeres nobles de su época que eran unas ayudantes en el ministerio. Por ejemplo, él menciona a Priscila tanto como a su marido como “compañeros de obra” o “colaboradores” (Rom. 16:3). Esto significa que no eran simplemente huéspedes que recibían al Apóstol en sus hogares, sino que trabajaban con él, no sólo en fabricar tiendas, sino que especialmente en su obra principal de ministro del Evangelio. Más lejos (v. 6), él hace mención de manera diferente a los servicios prestados por María, diciendo: “Saludad a María, la cual ha trabajado mucho entre vosotros.” Es evidente que ella no fuera una colaboradora. Los servicios que ella le prestaba al Apóstol y que se complacía a reconocer eran unos servicios personales, tal vez del lavado o del remiendo. El servicio de Priscila, al contrario, se designa igualmente a los servicios de Urbano (v. 9). En realidad, ya que el nombre de Aquila se menciona después de aquel de su mujer, podemos suponer razonablemente que la mujer era la más competente de los dos como “compañero de servicio”. Trifena y Trifosa (v. 12) son las dos otras hermanas cuyo “trabajo para el Señor” se informa honradamente.

Toda interpretación de las palabras del Apóstol que llegaría a privar a las hermanas la ocasión de “trabajar para el Señor” sería manifiestamente errónea. Está en las reuniones de la Iglesia (de dos o tres personas o más) con vistas a un culto de alabanza y a una edificación mutua que las hermanas deben tener un sitio subordinado y no tratar de dirigir y de enseñar; hacerlo sería usurpar la autoridad del hombre sobre quien, tanto por naturaleza como por precepto, el Señor ha colocado la responsabilidad de los ministerios de liderazgo; es sin duda alguna por razones sabias que él lo hizo, que podamos admitirlas o no.

Las restricciones del Apóstol concernían a todas luces las reuniones del género de aquellas que él describe en 1 Corintios 14. Las hermanas asistían también a estas reuniones y tenían ciertamente parte en sus bendiciones: ellas se unían a los salmos, a los himnos, a los cánticos espirituales y a las oraciones hechas por uno u otro. El Apóstol deseaba inculcar la necesidad del orden en las reuniones para el provecho más grande de todos. Él recomienda que haya únicamente un solo orador que hable o profetice a la vez, y que todos los demás presten atención, que en la misma reunión no haya más de dos o tres oradores o profetas que hablen, con el fin de que no haya una diversidad demasiado grande de sentimientos en el transcurso de la misma sesión. También, el que hablaba sólo en lenguas extranjeras debía guardar el silencio a menos que alguien presente pudiera interpretarlo.

Las mujeres no debían hablar en absoluto en tales reuniones; no obstante, aparte de las reuniones o en la casa, ellas podían “preguntar a sus maridos”; ellas podían sugerir sus opiniones o plantear preguntas a través de los hermanos (hombres) que conocían mejor — a sus maridos, si fuera posible, o a los hermanos con quienes conversaban por el camino de vuelta regresando de las reuniones, etc. La expresión “en casa” en este texto [“at home”, versión inglesa: “en casa”] tiene aquí el sentido de familia o de reunión de personas que se conocen. El pensamiento es lo siguiente: que ellas planteen sus preguntas a través de los hombres de su conocimiento. El Apóstol persigue así: “no les es permitido hablar, sino que estén sujetas, como también la ley lo dice.” —1 Cor. 14:34-36.

A todas luces, se encontraban en la Iglesia de Corinto algunos partidarios con la idea de los “derechos de las mujeres”, pretendiendo que en la Iglesia, ambos sexos tenían derechos idénticos. Sin embargo, el Apóstol no sólo refuta este pensamiento sino, además, él reprimenda su audacia de pensar en inaugurar un procedimiento no admitido por otros miembros del pueblo de Dios. Él se expresa así: “¿Acaso ha salido de vosotros la palabra [mensaje] de Dios, o sólo a vosotros ha llegado? Si alguno se cree profeta, o espiritual, reconozca que lo que os escribo son mandamientos del Señor” y no simplemente mis opiniones personales, o mis caprichos. Desde entonces, no más que los Corintios, nosotros no debemos ejercer nuestras preferencias o nuestros juicios personales respecto a este tema, sino debemos inclinarnos delante de las declaraciones del Apóstol como el mandamiento del Señor. Si alguien discute los consejos del Apóstol sobre este tema, que sea lógico y le rechaza in toto, como Apóstol.

A propósito de eso, es bueno enfocar la atención en las palabras del Apóstol cuando habla de los dones concedidos por el Señor a la Iglesia, a partir del Pentecostés. Él declara: “Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo” (Ef. 4:11, 12). En griego, el artículo indica el género: masculino, femenino o neutro. Este texto es excelente para decidir en cuál sentido particular el Señor, por el Espíritu Santo, ha determinado el género de los servidores activos dados a su Iglesia. ¿Pues, qué es el género indicado en griego para el texto más arriba? Respondemos que el artículo tous (el masculino plural, en el acusativo) se encuentra delante de “apóstoles, profetas, evangelistas y pastores”, y que no hay ningún artículo delante de “maestros”, término que, aparentemente, designa aquí “ayudantes” (1 Cor. 12:28), o sea tiene un sentido muy extenso que se refiere a los apóstoles-hombres, a los oradores-hombres, a los evangelistas-hombres y a los pastores-hombres como siendo todos maestros.

Observemos no obstante que el hecho para una hermana de enfocar la atención de la asamblea en las palabras del Señor o de los apóstoles a propósito de un sujeto en discusión, sin dar su propio punto de vista, no puede ser considerado como la enseñanza ni en sentido alguno como una usurpación de autoridad sobre el hombre; al contrario, ella, en ese caso, sólo recordaría las palabras de instructores reconocidos y autorizados. De manera semejante, si una hermana, para explicar las Escrituras, se refiere a la obra presente o a otra de nuestras publicaciones, o si les hace la lectura a otros, ella no puede ser considerada como enseñando algo de ella misma, sino por el autor citado. De esta manera, vemos que las disposiciones tomadas por el Señor [o sus arreglos —Trad.] salvaguardan su rebaño y, al mismo tiempo, se ocupan abundantemente de sus necesidades.

Es posible que todos obedezcan al mandato divino, pero es cierto que nadie capte el sentido si no discierne que en el uso bíblico, una mujer simboliza a la Iglesia y un hombre simboliza al Señor, la Cabeza o el maestro de la Iglesia (véase Ef. 5:23; 1 Cor. 11:3). Lo mismo que la Iglesia no debe tratar de enseñar al Señor, así la mujer que simboliza a la Iglesia, no debe asumir el papel de instructora del hombre que representa simbólicamente al Señor. Con este pensamiento en mente, ninguna hermana debe sentirse despreciada y ningún hermano puede hincharse de orgullo a causa de esta regla bíblica. Más bien, todos tendrán en mente que el Señor es el único instructor y que los hermanos no deben atreverse a expresar su propia sabiduría, sino simplemente a presentarles a otros lo que su Cabeza expone como la Verdad. Apliquemos así este pasaje (1 Tim. 2:11, 12) al Señor y a la Iglesia: “Que una iglesia aprenda en silencio, en toda sumisión. No permito a una iglesia enseñar ni ejercer autoridad sobre Cristo, sino debe quedar en silencio.”

“QUE SE CUBRA”

Ya hemos señalado1 que el sumo sacerdote que tipificaba a Cristo, el sumo sacerdote de nuestra profesión, tenía sólo la cabeza descubierta cuando fue revestido de sus trajes sacerdotales, y que todos los subsacerdotes que tipificaban a la Iglesia, “el Sacerdocio real”, llevaban sobre la cabeza una cobertura llamada “tiara”. La enseñanza de este tipo está en pleno acuerdo con lo que acabamos de ver, porque en las agrupaciones de la Ecclesia de la Nueva Creación, el Señor, el sumo sacerdote antitípico, es representado por los hermanos, mientras que la Iglesia o el Sacerdocio real es representada por las hermanas, las cuales, dice el Apóstol, también deben llevar una cobertura para indicar la misma lección, la sumisión de la Iglesia al Señor. El Apóstol demuestra esto en detalle en 1 Cor. 11:3-7, 10-15.

(1) Sombras del Tabernáculo, p. 28-29.

Algunos han deducido que, ya que el Apóstol presenta una cabellera larga de mujer como una cobertura dada por naturaleza, él no quisiera decir nada más, sino el versículo 6 muestra claramente lo contrario. El Apóstol quería decir que las mujeres no sólo deberían dejar crecer su cabellera como la naturaleza lo quiso, sino que además, ella debería llevar una cobertura como señal, declara él en el versículo 10, o como reconocimiento simbólico que está sometida al hombre, o bajo su autoridad, enseñando simbólicamente que toda la Iglesia está sometida a la autoridad de Cristo. El relato del versículo 5 a primera vista parece estar en contradicción con la exigencia que las mujeres deben guardar silencio en las ecclesias. Creemos que aunque, en el servicio general de la Iglesia, las mujeres no deben tomar una parte pública, no obstante, en las reuniones generales de oraciones y de testimonios, y no de enseñanza doctrinal, no habría ninguna objeción al que las hermanas participen en eso con la cabeza cubierta.

En cuanto a este tema de mantener entre las hermanas la costumbre de cubrirse típicamente la cabeza, el Apóstol la aconseja fuertemente pero no la presenta como un mandato divino. Al contrario, él añade: “Con todo eso, si alguno quiere ser contencioso [sobre el tema], nosotros no tenemos tal costumbre [una ley dogmática en la Iglesia], ni las iglesias de Dios.” No debería ser considerado como un tema de primera importancia, aunque todos los que procuran hacer la voluntad del Señor no deban descuidar este detalle no más que otros, en el momento en que ellos disciernen la propiedad como símbolo. Las palabras “por causa de los ángeles” parecen referirse a los ancianos escogidos de la Iglesia, que representan especialmente al Señor, la Cabeza en las ecclesias. —Apoc. 2:1.

* * *

Para resumir, sugerimos que la interpretación más liberal posible sea dada a las palabras inspiradas del Apóstol concernientes a la extensión de la libertad de las hermanas en los asuntos de la Iglesia. He aquí nuestro juicio respecto a este tema:

(1) Las hermanas gozan de la misma libertad que los hermanos en cuanto a la elección de los siervos de la Iglesia, los Ancianos y los Diáconos.

(2) Las hermanas no pueden servir en la Iglesia como ancianos o maestros porque, dice el Apóstol: “No permito a la mujer enseñar” (1 Tim. 2:12). Sin embargo, no se trata aquí de impedir a las hermanas de participar en las reuniones distintas de aquellas de enseñanza o de predicación, tales como las reuniones de oraciones y de testimonios, los estudios bereanos, etc. porque el Apóstol declara que si una mujer reza o profetiza (habla) debe tener la cabeza cubierta, reconociendo por ahí que el Señor, el Gran Instructor, es especialmente representado por los hermanos (1 Cor. 11:5, 7, 10). Tal participación no debe ser considerada como enseñanza, porque los hermanos que participan no son instructores tampoco. Así como lo dice el Apóstol: “¿[Son] todos maestros?” No. Los maestros (instructores) o Ancianos son escogidos especialmente y siempre de entre los hombres. —Ef. 4:11; 2 Tim. 2:24; 1 Cor. 12:28, 29.


(La siguiente parte del libro “La Nueva Creación” se publicará en la edición de mayo-junio de 2015)


Asociación De los Estudiantes De la Biblia El Alba