DOCTRINA Y VIDA CRISTIANA

La Nueva Creación:
“La Organización de la Nueva Creación”
Parte VII

No obstante, para que podamos juzgarlo según la historia de la Iglesia, el espíritu de rivalidad y el amor de los honores tomaron rápido el sitio del espíritu de devoción humilde y de abnegación, mientras que la credulidad y el halago suplantaron fácilmente el examen de las Escrituras. El resultado fue que los superintendentes se hicieron gradualmente dictadores, aspiraron gradualmente a la igualdad con los apóstoles, hasta que, finalmente, se elevara entre ellos una rivalidad, y que algunos de ellos se dieran conocer y observar por el título jefes-obispos o arzobispos. Pronto después, una rivalidad entre estos arzobispos condujo a la exaltación de uno de ellos a la posición de papa. Después, el mismo espíritu prevaleció a un grado más o menos grande, no sólo en el papado, sino que entre los que habían sido engañados y extraviados por su ejemplo, lejos de la sencillez de la organización primitiva. En consecuencia, encontramos hoy que tal organización vigente en la Iglesia primitiva, es decir, sin nombre sectario, y sin gloria, sin honor y sin autoridad por parte de una minoría sobre la masa, y sin distinción entre clero y laicos, es considerada como ¡no ser en absoluto una organización! Estamos sin embargo felices colocarnos entre estos desestimados para imitar estrechamente el ejemplo de la Iglesia primitiva y para gozar, de modo correspondiente, de libertades y de bendiciones similares.

Así como los ancianos de la Iglesia deben vigilar a todos, guardar los intereses de Sión, velar sobre ellos, algunos en el terreno local, otros en un sentido más ancho y más general, lo mismo también, cada uno de ellos según sus talentos y sus capacidades, podía servir al rebaño, uno como evangelista si poseía las calificaciones y si las condiciones le permitían ir a predicar la verdad a los principiantes, encontrar los que tenían un oído para oír las buenas nuevas, etc.; otro como pastor que sirve al rebaño, a causa de sus calificaciones especiales desde el punto de vista social que le permitían velar por los intereses del pueblo del Señor, de manera personal, individual, visitándoles en casa, animándoles, fortificándolos, manteniendo la unión entre ellos y defendiéndolos contra los lobos en ropa de ovejas que quisieran morderlas y devorarlas. Los “profetas” también tenían sus calificaciones especiales para el servicio.

En nuestros días no empleamos más en general la palabra “profeta” en el sentido ancho que tenía en los antiguos tiempos, sino la entendemos más bien en el sentido de un vidente, o de alguien que predijera el futuro. Sin embargo, profeta, en el sentido estricto de la palabra, significa un hombre que habla en público, un orador. Un hombre que tuviera visiones o revelaciones podría ser así un profeta, en el sentido que las expresa, pero ambas ideas son distintamente separadas. En el caso de Moisés y de Aarón, Moisés era el más eminente, siendo el representante de Dios que le dijo: “Mira, yo te he constituido dios (el poderoso o el superior) para Faraón; y Aaron, tu hermano, será tu profeta” — tu intérprete, tu portavoz (Éxodo 7:1). Ya hemos visto que muchos de los apóstoles eran unos videntes en el sentido que recibieron el conocimiento de las cosas venideras: ahora observamos que fueron casi todos oradores públicos, en particular Pedro y Pablo. No obstante, hubo muchos otros oradores públicos, o profetas. Por ejemplo, Bernabé fue uno, y está escrito: “Y Judas y Silas, como ellos también eran profetas [oradores públicos], consolaron y confirmaron a los hermanos con abundancia de palabras.” —Hechos 15:32.

Nada en las Escrituras da la menor idea de que una persona inepta que cumple una tarea determinada, debería ser considerada como designada por el Señor a esta posición para la cual no es adaptada particularmente; al contrario, es el deber de cada miembro del cuerpo de Cristo de servir a otros según sus talentos (según sus capacidades), y de ser bastante modesto, bastante humilde, de no tener “más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura”, según el valor real de los talentos que el Señor le concedió. La Iglesia tampoco no debería aceptar a los que, en su pecho, desean ser los más grandes sobre este punto particular. Al contrario, ella debería tener en cuenta la humildad como una de las calificaciones esenciales para ser anciano o para servir de otro modo. Si, por lo tanto, dos hermanos parecen tener el mismo talento, pero que uno es ambicioso y atrevido, y que el otro es humilde y tímido, el Espíritu del Señor que es el espíritu de sabiduría y de sobrio sentido común, le enseñará al pueblo del Señor que aprecia al hermano más humilde como al que el Señor quisiera favorecer especialmente, al que desearía ver ocupar el sitio preponderante en el servicio.

Concebimos fácilmente que, en el rebaño del Señor, los “machos cabríos” y las ovejas de carácter de macho cabrío aspiran a la gobernación; concebimos peor que las verdaderas ovejas que reconocen la voz del Maestro, que conocen su Espíritu y que procuran hacer su voluntad, puedan con docilidad permitir a estos machos cabríos o a estas ovejas que se les parecen, de conducirlas. Es bueno que persigamos la paz con todos los hombres, pero si por el amor de la paz, desconocemos la Palabra y el Espíritu del Señor, es seguro que resultará en un daño más o menos grande. Es bueno que todos tengan la naturaleza dócil de la oveja, pero es necesario también que las ovejas tengan carácter, si no, ellas no pueden ser vencedoras. Si tienen carácter, deben recordar las palabras del Gran Pastor: “Mis ovejas oyen [obedecen] mi voz. . . y me siguen”, “mas al extraño no seguirán, sino huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños” (Juan 10:5, 27). Por lo tanto, es el deber de cada oveja de examinar con cuidado el mensaje y el comportamiento de cada hermano antes de contribuir a ponerlo como superintendente, sea en el terreno local o sea en el terreno general. Primero, las ovejas del Señor deben estar convencidas que él tiene las calificaciones reales de un Anciano en la Iglesia, que es bien fundado en las doctrinas fundamentales del Evangelio: la reconciliación, la redención por la sangre preciosa de Cristo, y la plena consagración a él, a su mensaje, a sus hermanos, en su servicio. Ellas deben ejercer la caridad y la simpatía hacia los más débiles de los corderos y para con todas las ovejas achacosas mentalmente y moralmente, pero harían violencia al arreglo divino en escogerlas para hacer sus guías o ancianos. Ellas no deben sentir ninguna simpatía hacia los machos cabríos, o hacia los lobos en ropa de ovejas que luchan por obtener sitio y autoridad en la Iglesia.

Debemos suponer que la Ecclesia es mucho mejor sin servidor público que de tener como guía un “macho cabrío” con lengua de oro, que “no encaminaría los corazones al amor de Dios”, sino que los seduciría y los conduciría en malos caminos. El Señor advirtió la Iglesia contra tales guías; el Apóstol los describe, diciendo: “Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas [falsas, doctrinas engañosas] para arrastrar tras sí a los discípulos [para arrastrar por astucia tras sí a los discípulos]”. El Apóstol dice que muchos seguirán sus caminos de perdición, y a causa de ellos el camino de la Verdad será blasfemado. —Hechos 20:30; 2 Ped. 2:2.

Es lo que vemos hoy. Muchos predican a sí mismos más bien de recomendar el Evangelio, las buenas nuevas del Reino; ellos arrastran a discípulos tras sí y en sus denominaciones, en lugar de atraerlos y de unirlos al Señor solamente, como miembros de su cuerpo. Procuran ser jefes de iglesias en lugar de procurar que todos los miembros del cuerpo miren directamente al Señor como la Cabeza. De todos ésos deberíamos apartar la vista: las verdaderas ovejas no deberían animarlos en su mal camino. El Apóstol habla de ellos como los que tienen la apariencia de piedad, pero han negado la eficacia de ella (2 Tim. 3:5). Son partidarios feroces de días, de ritos, de ceremonias, de autoridades eclesiásticas, etc. y son altamente estimados entre los hombres, pero odiosos en los ojos del Señor, dice el Apóstol. Las verdaderas ovejas no sólo deben estar atentas para reconocer la voz del verdadero Pastor y para seguirle, sino que también ellas deben recordar igualmente que es menester que no sigan, ni apoyen, ni animen a los que, por egoísmo, trabajan por sí mismos. El que la Iglesia considera digno de su confianza para ser un Anciano, ya debería ser suficientemente bien conocido para justificar esta confianza. Es por eso que el Apóstol dice: “No debe ser un recién convertido.” Un recién convertido podría hacer daño a la Iglesia y también enorgullecerse y así alejarse del Señor, del buen espíritu y de la senda estrecha que conduce al Reino.

El apóstol Pablo (1 Tim. 3:2; 5:17; 1 Tes. 5:12; Santiago 5:14) da una opinión muy explícita concerniente a aquellos que la Iglesia pudiera bien aceptar como ancianos, describiendo en detalle lo que debería ser su carácter, etc. En su carta a Timoteo respecto a este tema (1 Tim. 3:1-7), él confirma la misma cosa en términos ligeramente diferentes. Dirigiéndose a Tito (Tito 1:5-11) que, evidentemente, era otro superintendente general, él precisa los deberes de los ancianos para con la Iglesia. Sobre el mismo tema, el apóstol Pedro dice: “Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo anciano también con ellos. . . Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella. . . no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey.” —1 Ped. 5:1-3.

Deben ser hombres generosos, de vida pura, teniendo sólo una mujer, y si tienen hijos, se debe considerar hasta cuál punto el padre ha ejercido una influencia sana en su propia familia; en efecto, se puede razonablemente creer que si él descuidara sus deberes para con sus hijos, sería probablemente poco sabio y negligente en sus consejos y sus servicios entre los hijos del Señor en la Ecclesia, la Iglesia. Él no debe ser trapacista o engañoso, gritón o pendenciero. Él debe tener una buena reputación entre los de la parte exterior: no es que el mundo jamás amará o apreciará con justicia a los santos, sino que en el sentido que el mundo no pueda criticarlos por algo que sea indigno de su carácter en cuanto a la honradez, a la rectitud, a la moralidad, a la veracidad. No hay ninguna limitación en el número de ancianos en una Iglesia o Ecclesia.

Además de las restricciones hechas más arriba, un Anciano debe ser “apto para enseñar”, es decir, que debe ser capaz de enseñar, de explicar, de exponer el plan divino, y así ayudar al rebaño del Señor por la palabra y por la doctrina. No es esencial que el anciano posea el talento o las calificaciones de un “profeta” o un orador público. Puede ser que, en la misma Iglesia, se encuentran varios que tengan la capacidad de instructor, de pastor u otras calificaciones de un Anciano, pero que ninguno de ellos posea aquellas de un orador público capaz de exponer el plan divino. Debemos confiar en el Señor que puede, si es necesario, levantar a tales servidores, y si no lo haga, es que la necesidad no se siente allí. Pudiéramos observar aquí que algunas de las Ecclesias, asambleas o congregaciones más prósperas son las donde no hay grandes talentos para hablar en público, y en las cuales, por consiguiente, los estudios de la Biblia son la regla más bien que la excepción. Las Escrituras nos muestran claramente que tal era la costumbre en la Iglesia primitiva también y que, en el momento de las reuniones de sus miembros, una ocasión favorable fue dada para la ejecución de los diversos talentos que poseían diversos miembros del cuerpo: a uno para hablar, a otros para orar, a muchos si no a todos, para cantar. La experiencia parece mostrar que estos grupos del pueblo del Señor que siguen de muy cerca esta regla, reciben más bendiciones y desarrollan caracteres más fuertes. Lo que sólo se oye, tan bien expresado y por muy bueno que sea, no graba en el corazón tan profundamente como si uno ejerce su mente sobre el tema que es seguramente el caso en un estudio bíblico bien conducido en el cual se debe animar a todos los asistentes para tomar parte en él.1

(1) A los de entre nuestros lectores que comprenden el inglés, aconsejamos el uso de la Biblia comentada [Berean Bible Teachers’ Manual] con sus referencias a los seis tomos de los Estudios de las Escrituras, a los Reprints y a los folletos y con un índice temático especial (Tal índice para los 6 tomos debe aparecer después del tomo presente). Ella no sólo les ayudará eficazmente a progresar en el estudio de la Verdad, sino que también en la aplicación personal de esta Verdad para la edificación de su carácter. —Trad.

Entre los ancianos que no tienen tantas aptitudes para enseñar, algunos en cambio pueden estar completamente en su elemento en las reuniones de oraciones y de testimonios que deben ser una parte importante de las diversas agrupaciones del pueblo del Señor. El que se encuentra poseedor del buen talento de la exhortación, debe ejercer este talento más bien que de dejarlo inactivo tratando de ejercer un talento que no posee a ningún grado especial. El Apóstol dice “Que el que exhorta se ata a la exhortación”, que ejerce su capacidad y sirve en esta dirección donde el que enseña [que tiene tal talento para exponer claramente la Verdad] se ata a su enseñanza.

Lo mismo que el término obispo o superintendente tiene una gran variedad de sentidos, así es con el término pastor. Nadie más que un Anciano es competente para ser un pastor, o un superintendente. Un pastor de un rebaño, es un superintendente del rebaño; ambos términos son prácticamente sinónimos. El Señor Jehová es nuestro Pastor en el sentido más amplio del término (Sal. 23:1), y su Hijo Unigénito, nuestro Señor Jesús, es el gran Pastor y el Obispo (superintendente) de nuestras almas — de todo el rebaño, por todas partes. Los superintendentes y los “Peregrinos” generales son todos pastores, velando por los intereses del rebaño general, y cada Anciano local es un pastor, un superintendente en el terreno local. Procuraremos por lo tanto que los ancianos en la Iglesia posean, en primer lugar, las calificaciones generales apropiadas para su servicio, y en segundo lugar, que sus calificaciones naturales especiales determinan en cuál rama de servicio pueden servir mejor la causa del Señor. Para algunos, será en la obra de evangelización y para otros, será en la obra pastoral entre las ovejas ya evangelizadas, ya en el aprisco: algunos en el terreno local, otros en un campo más vasto.

Leemos: “Los ancianos que gobiernan bien, sean tenidos por dignos de doble honor, mayormente los que trabajan en predicar y enseñar” (1 Tim. 5:17, 18). Apoyándose en estas palabras, la iglesia nominal estableció una clase de Ancianos que dirigen, y reivindicó para cada anciano una posición de decisión o de autoridad si no de dictadura entre los hermanos. Tal definición de “dirigir” está en contra de todo lo que presentan las Escrituras sobre este tema. Timoteo que ocupaba la posición de un superintendente general, recibió del Apóstol la instrucción siguiente: “No reprendas al anciano, sino exhórtale como a padre”, etc. [1 Tim. 5:1]. “El siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos” [2 Tim. 2:24]. Es cierto que nada aquí sancione una gobernación autocrática, o un comportamiento dictatorial. La humildad, la dulzura, la longanimidad, el afecto fraternal, el amor, deben ser las calificaciones notables de los que son aceptados como ancianos. Hace falta, en todo caso, que sean ejemplos para el rebaño. Si, por lo tanto, deben ser dominadores, según su ejemplo todo el rebaño debe ser dominador, pero si deben ser humildes, longánimos, pacientes, dulces y afectuosos, entonces todos tomarán ejemplo de ellos. Una traducción más literal del pasaje examinado muestra que significa que el honor debe ser devuelto a los ancianos en la proporción donde manifiestan su fidelidad en las responsabilidades de servicio que aceptaron. Pudiéramos verter el pasaje de la manera siguiente: Que los ancianos eminentes sean considerados dignos de un honor doble, especialmente los que se dan trabajo por la obra pesada de la predicación y de la enseñanza.


(La siguiente parte del libro “La Nueva Creación” se publicará en la edición de noviembre-diciembre de 2014)


Asociación De los Estudiantes De la Biblia El Alba