DOCTRINA Y VIDA CRISTIANA

La Nueva Creación:
“La Organización de la Nueva Creación”
Parte III

Hay otro punto digno de observación: el Señor tiene un tiempo especial para comenzar este Reino, un tiempo especial por consiguiente en el cual su Nueva Creación elegida será desarrollada y preparada para este servicio; parece que estuvo previsto en su plan que una luz especial debería brillar al principio y a finales de este período. El Apóstol lo sugiere cuando hace alusión a nosotros “quienes han alcanzado los fines de los siglos” (1 Cor. 10:11). Fue en el traslapo de las Edades judaica y evangélica que el Camino, la Verdad y la Vida primero fueron manifestados; luego vinieron “siglos de tinieblas”, y ahora, en el tiempo del traslapo de las Edades evangélica y milenaria, la luz brilla como nunca antes — “sobre cosas nuevas y cosas viejas”. Si debemos suponer que los que, al principio de la Edad, estuvieron en armonía con el Señor y recibieron una luz especial, y que los del mismo espíritu que, al fin de la Edad, tendrán el favor de la luz de la Verdad Presente con el fin de que por ella, puedan ser santificados, no debemos creer que la misma medida de luz fue necesaria para la santificación durante los siglos de intervalo, algunos de los cuales son llamados los “siglos de las tinieblas”. No debemos suponer que el Señor nunca se ha quedado sin testigos, aunque éstos habrían sido ignorados en las páginas de la historia, sino debemos considerar que no se retuvo sus nombres a causa de su insignificancia relativa y también porque no estaban en relación ni simpatizaban con los grandes sistemas anticristianos, aun si algunos de ellos pudieron estar en estos sistemas. También el llamado del Señor, que ahora se oye, indica claramente que deberíamos esperar a encontrar muchos de sus hijos en Babilonia, confusos y extraviados por el sectarismo: “Ha caído la gran Babilonia.” “Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados, ni recibáis parte de sus plagas.” —Apoc. 18:2, 4.

Habiendo echado así una ojeada rápida a la Iglesia y a la parte de su historia, vayamos más particularmente a un examen de la Iglesia tal como fue instituida al principio por nuestro Señor. Así como hay únicamente un solo Espíritu del Señor que todos los que le pertenecen deben poseer, así también hay únicamente una sola Cabeza (o Jefe) en el centro de la Iglesia, nuestro Señor Jesús. Sin embargo, debemos recordar que, en toda su obra, él reconoció ampliamente la preeminencia del Padre y que según su propia exposición, la obra del Hijo se efectuó en nombre del Padre, por la autoridad del Padre: “Toda planta que no plantó mi Padre celestial, será desarraigada” (Mat. 15:13). La Iglesia verdadera, la Nueva Creación es la plantación del Padre. Nuestro Señor dice: Yo soy la vid, vosotros los sarmientos y mi Padre es el viñador. Más tarde, él nos señala que hay una “vid de la tierra”, una iglesia nominal, una iglesia falsa que no ha sido plantada por el Padre y que será desarraigada. El fruto de la Vid verdadera, es el Amor y es precioso al Padre, pero el fruto de la Vid de la Tierra, es el egoísmo bajo diversas formas; él será pisado definitivamente en el gran lagar de la ira de Dios, durante el gran tiempo de angustia por el cual se acabará esta Edad. —Juan 15:1-6; Apoc. 14:19.

Todos los que estudian la Biblia seguramente han observado que nuestro Señor y los apóstoles no reconocieron ninguna división en la Iglesia y rechazaron todo lo que era cisma, tanto en hecho como en nombre. Para ellos, la Iglesia era una e indivisible, como lo eran su única fe, su único Señor y su único bautismo. Desde este punto de vista, la designaban como la Iglesia, la Iglesia de Dios, la Iglesia del Dios vivo, la Iglesia de Cristo, la Iglesia de los primogénitos, y llamaban a sus miembros “hermanos”, “discípulos”, “cristianos”. Nos servimos de todos estos nombres para designar sin discriminación toda la Iglesia tanto como las agrupaciones más pequeñas — hasta de dos o tres individuos, en Jerusalén o en Antioquia o en otra parte. La variedad de estos nombres y su uso general implican claramente que ninguno de ellos no estuvo destinado a hacerse un nombre propio. Todos ilustraban simplemente el gran hecho que nuestro Señor y sus apóstoles exponían continuamente, a saber, que la Iglesia (Ecclesia, cuerpo, asamblea) de los discípulos del Señor está compuesta de sus “elegidos” para tener parte en su cruz, aprender lecciones que ahora son necesarias para ellos, y para estar asociados pronto con él en su gloria.

Esta costumbre debería haber sido mantenida, pero fue cambiada durante los siglos de las tinieblas. Cuando el error se hubo desarrollado, el espíritu sectario lo acompañó y resultó con nombramientos singulares: iglesia de Roma, iglesia bautista, iglesia luterana, iglesia anglicana, santa iglesia católica, iglesia wesleyana (o metodista —Trad.), iglesia cristiana, iglesia presbiteriana, etc. Éstos son signos del espíritu carnal como lo señaló el Apóstol (1 Cor. 3:3, 4); y así como la Nueva Creación se libra de la oscuridad profunda que cubrió por tanto tiempo al mundo, se hace claro sobre este punto también, observando el error y la apariencia del mal, ella no sólo sale del sectarismo, sino que rechaza ser conocida por estos nombres no bíblicos — respondiendo de buena gana a cualquier nombre o a todos los nombres que sean bíblicos.

Ahora examinemos los fundamentos de la única Iglesia que fue establecida por el Señor:

LOS DOCE APÓSTOLES DEL CORDERO

El Apóstol declara que nadie puede poner otro fundamento que aquel que está puesto, el cual es Jesucristo (1 Cor. 3:11). Sobre este fundamento, nuestro Señor, como representante del Padre, comenzó a erigir su Iglesia y para hacerla, llamó a los doce apóstoles — no por casualidad, sino a propósito exactamente como no fue por casualidad que las tribus de Israel fueron doce en total, sino conforme al plan de Dios. El Señor no sólo no escogió más de estos doce apóstoles para esta posición, sino que después nunca dio la autoridad a ningún otro — a excepción del hecho que, Judas probándose indigno de ocupar una posición entre los doce, perdió su lugar y fue reemplazado por el apóstol Pablo.

Observamos con qué cuidado el Señor veló sobre los apóstoles: su solicitud por Pedro, su oración por él a la hora de su prueba, su llamado especial más tarde para apacentar sus ovejas y sus corderos. También notamos su atención por Tomás que dudaba, y su buena voluntad de hacerle la demostración completa de su resurrección. De los doce, él no perdió a ninguno excepto al hijo de la perdición cuya defección predicha en las Escrituras él preconocía. No podemos admitir la selección de Matías relatada en Hechos como en cualquier sentido del término siendo la del Señor. Sin duda él era un buen hombre, pero los once lo escogieron sin autoridad alguna. Habían recibido el orden de quedar en Jerusalén y de esperar allí para ser revestidos del poder de arriba por el Espíritu Santo en el Pentecostés; es durante este período de espera y antes de ser revestidos de poder donde ellos escogieron sin razón a Matías echando suertes con el fin de que tomara el lugar de Judas. El Señor no los censuró por haberse metido en sus asuntos, sino simplemente no tuvo ninguna cuenta de su selección, y en su propio tiempo eligió al apóstol Pablo, declarando: “Instrumento escogido me es éste” y de nuevo tenemos la declaración del Apóstol que fue elegido del vientre de su madre para ser un siervo especial y, además, que no fue en nada inferior a los grandes Apóstoles. —Gál. 1:15; 2 Cor. 11:5

De lo que precede, podemos ver que estamos en desacuerdo completo con los puntos de vista del Papado, de la iglesia protestante episcopal, de la iglesia católica apostólica y de los Mormones, conceptos que pretenden que el número de los apóstoles no ha sido limitado a doce, que desde sus días han habido sucesores que hablaron y escribieron con una autoridad igual a la suya. Rechazamos esta opinión, apoyándonos, para hacerlo, en la manera particular con que el Señor escogió estos doce, lo que nos recuerda de la importancia del número doce en las cosas sagradas que se relacionan con esta elección; para completar, señalamos la figura simbólica de la Iglesia glorificada presentada en Apocalipsis 21. Allí se encuentra muy claramente descrita la Nueva Jerusalén (el símbolo del nuevo gobierno milenario, la Iglesia, la Esposa unida con su Señor) y la imagen afirma de una manera muy notable que los doce fundamentos de la ciudad son preciosos y que sobre estos doce fundamentos están inscritos los nombres de los “doce apóstoles del Cordero” — ni más, ni menos. Cuál mejor prueba pudiéramos tener que nunca hubo otros apóstoles que estos doce apóstoles del Cordero, y que todos los demás fueron, como lo sugiere el apóstol Pablo, “falsos apóstoles”. —2 Cor. 11:13

Tampoco es necesario tener otros apóstoles, porque todavía tenemos estos doce con nosotros (por su testimonio y el fruto de sus trabajos) bajo una forma mucho mejor que para los que estuvieron en contacto con ellos personalmente durante su ministerio. Poseemos los relatos de su ministerio, así como las palabras, los milagros, etc. del Señor. Sus discursos en diversos temas de la doctrina cristiana, los tenemos hoy en sus epístolas bajo una forma muy satisfactoria. Todas estas cosas son “suficientes”, como lo explica el Apóstol, “a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.” Desarrollando el tema, el Apóstol declaró: “No he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios.” ¿Qué hace falta además? —2 Tim. 3:17; Hechos 20:27.

Inmediatamente después de sus cuarenta días de meditación y de prueba por el Adversario en el desierto, y después de haber decidido qué sería su propia conducta, nuestro Señor comenzó a predicar el evangelio del Reino venidero y a invitar las personas a seguirle las cuales se llamaron discípulos. Está finalmente entre los discípulos que él escogió los doce (Luc. 6:13-16). Todos ellos provenían de lo que se podría llamar condiciones sociales muy humildes; muchos de ellos eran pescadores y en cuanto a ellos se relata, sin desaprobación, que los jefes del pueblo “se habían percibido que eran hombres analfabetos [sin instrucción]” (Hechos 4:13). Según toda apariencia, los doce fueron llamados de los “discípulos” en general que habían adoptado la causa del Señor y la confesaban sin dejar sus ocupaciones diarias. Los doce fueron invitados a asociarse con el ministerio del Evangelio y se nos informa que ellos dejaron todo para seguirle (Mat. 4:17-22; Marcos 1:16-20; 3:13-19; Lucas 5:9-11). Los “setenta”, cargados de misión más tarde, nunca fueron considerados como apóstoles. Lucas nos da un relato particular de la selección de los doce; él nos informa que, antes de este acontecimiento, nuestro Señor se retiró sobre la montaña para rezar, evidentemente para tomar consejo del Padre sobre lo que debía hacer y sobre lo que debían hacer sus colaboradores. Él pasó toda la noche en oración, y cuando vino el día él llamó a sí mismo a sus discípulos (en griego: mathetes — alumnos o aprendices) y entre ellos, él escogió doce que nombró también Apóstoles (en griego: apostolos, enviados). Así es como los doce fueron escogidos — separados y distintos — de los discípulos. —Lucas 6:12, 13, 17.

Los otros discípulos que no fueron escogidos para el apostolado fueron también bien amados del Señor, y sin duda alguna ellos aprobaron totalmente el nombramiento de los doce, reconociendo que se hizo en interés de la obra en general. No sabemos sobre cuales bases el Señor eligió, pero se nos informan los términos de su oración: “Tuyos eran, y me los diste” y también: “a los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición” — Judas. En qué sentido o a qué grado el Padre eligió a los doce, esto no tiene ninguna importancia para nosotros. La característica que ellos poseían sin duda alguna era la humildad. Indudablemente, su condición humilde y sus experiencias anteriores en la vida habían sido tales que habían contribuido no sólo a hacer de ellos hombres humildes, sino que además caracteres fuertes, determinados y perseverantes, etc. a un grado que ninguna otra ocupación no habría podido alcanzar. Aprendemos que si la selección de los doce se efectuó en este momento, en lugar de esperar hasta el Pentecostés (la fecha del engendramiento de la Iglesia), fue en gran medida con el propósito de permitir a estos doce de estar en una meta particular con el Señor, de contemplar sus obras, de oír su mensaje, con el fin de que de esta manera, pudieran al debido tiempo, ser testigos únicos y hacernos conocer y a todos los hijos de Dios las obras prodigiosas de Dios y las palabras sublimes de vida manifestadas por medio de Jesús. —Lucas 24:44-48; Hechos 10:39-42.


(La siguiente parte del libro “La Nueva Creación” se publicará en la edición de marzo-abril de 2014)


Asociación De los Estudiantes De la Biblia El Alba