DOCTRINA Y VIDA CRISTIANA

La Nueva Creación:
“La Nueva Creación Predestinada”
Parte I

EXPOSICIÓN GENERAL DE LA ELECCIÓN — EL PENSAMIENTO EXACTO — NINGÚN DAÑO PARA LOS NO ELEGIDOS —DISTINCIÓN ENTRE LOS “ELEGIDOS” Y LOS “MISMOS ELEGIDOS” — “HAY UN PECADO QUE LLEVA A LA MUERTE” — “HORRENDA COSA ES CAER EN LAS MANOS DEL DIOS VIVO” — LA GRAN MULTITUD [O MUCHEDUMBRE–TRAD.] — SUS VESTIDOS BLANQUEADOS EN LA SANGRE DEL CORDERO — LA VID ELEGIDA Y SUS SARMIENTOS —DIVERSAS ELECCIONES EN EL PASADO—NINGUNA DE ELLAS ERA ETERNA—JACOB Y ESAÚ: TIPOS — “A JACOB AMÉ, MAS A ESAÚ ABORRECÍ” — FARAÓN — “PARA ESTO MISMO TE HE LEVANTADO” [ROM 9:17.] — DIOS NUNCA FUERZA LA VOLUNTAD —EL FARAÓN NO FUE UNA EXCEPCIÓN A ESTA REGLA—“JEHOVÁ ENDURECIÓ EL CORAZÓN DE FARAÓN” —LA NACIÓN ELEGIDA DE ISRAEL — “¿QUÉ VENTAJA TIENE, PUES, EL JUDÍO? MUCHO, EN TODAS MANERAS” — LA “NUEVA CREACIÓN” ELEGIDA —LO QUE SIGNIFICA LA “GRACIA” — EL EJEMPLO DE “LA GUARDIA DEL REY” — PREDESTINADOS A “ESTAR CONFORMES A LA IMAGEN DE SU HIJO” — “LOS QUE CONFORME A SU PROPÓSITO SON LLAMADOS” — CUALIFICACIONES Y CARACTERÍSTICAS DE LOS LLAMADOS — “SI DIOS ESTÁ POR NOSOTROS” — PARÁFRASIS DE LA ARGUMENTACIÓN DEL APÓSTOL — HACER FIRME NUESTRA VOCACIÓN Y NUESTRA ELECCIÓN — LA CARRERA — “PROSIGO A LA META” — “CONOCEMOS, HERMANOS AMADOS DE DIOS, VUESTRA ELECCIÓN.”


La doctrina de la elección, tal como la comprendemos generalmente, es muy repelente, llena de parcialidad y de injusticia, pero esto es el resultado de una mala comprensión de la Palabra divina sobre este tema. La elección enseñada en las Escrituras que vamos a esforzarnos a exponer, debe ser reconocida por todos como una de las doctrinas más importantes de la Biblia: está fundada no sólo en la gracia sino que también en la justicia, la equidad, y está desprovista totalmente de parcialidad. En resumen, según la concepción errónea de la elección, Dios habiendo condenado a toda la raza humana al tormento eterno, escogió para salvar de ella un “rebaño pequeño” solamente, permitiendo al inmenso resto de los humanos descender en los horrores indecibles a los cuales la presciencia divina les hubo predestinado antes de su creación. La confesión de Westminster que expone con la más competencia esta concepción falsa y todavía existente, declara de modo preciso que este “rebaño pequeño de elegidos” no debe ser considerado como salvo debido a cualquier mérito o dignidad, sino sencillamente y solamente por la voluntad de Dios.

El pensamiento exacto tocante a la elección, el que toda la Biblia sostiene, como vamos a demostrar, es todo lo contrario de lo que precede. Es la muerte (y no la vida eterna en el tormento) que fue el castigo infligido sobre nuestra raza y azota a cada uno de sus miembros a causa de la desobediencia de uno solo. Es la gracia de Dios manifestada en la redención por Jesús que rescató al mundo entero por su sacrificio el cual fue la “propiciación [satisfacción] por nuestros pecados [los de la Iglesia] y no solamente por los nuestros, sino también por [los pecados de] todo el mundo” (1 Juan 2:2). Dios decidió que su Hijo unigénito debía tener el privilegio de rescatar a la raza al precio de su propia vida, y que en recompensa sería altamente elevado a la naturaleza divina* y, finalmente, “bendeciría a todas las familias de la tierra” despertándolas del sueño de la muerte, trayéndolas al conocimiento de la verdad, y ayudando a los bien dispuestos y a los obedientes a obtener la plena perfección de la vida humana y todas las bendiciones y las condiciones superiores a las de Edén.

* Vol. V, Cap. V (en inglés).

Dios también decidió tener cierto número de “santos” bajo su Unigénito como sus coherederos en la gloria, la honra y la inmortalidad de la Nueva Creación y en la obra de bendición de la humanidad por la restauración. La Edad presente del Evangelio no ha sido destinada a bendecir y restablecer así el mundo, sino simplemente a llamar fuera del mundo un rebaño pequeño que constituiría los “mismos elegidos” de Dios después de haber aguantado victoriosamente dificultades y pruebas de fe, amor y obediencia y de esta manera “haber hecho firme su vocación y su elección (2 Ped. 1:10). Sin embargo, el llamado y la elección de este “rebaño pequeño” efectuándose de esta manera no causan ninguna dificultad, ningún daño a los no elegidos, los cuales no están en ningún sentido condenados más porque no son llamados — porque son puestos a un lado. Es lo mismo también para la gran mayoría de la gente de este país: no son perjudicados ni condenados cuando se efectuó una elección para nombrar a funcionarios del gobierno y que ellos no fueron entre los elegidos. Lo mismo que el fin de las elecciones terrestres es para designar a personas competentes capaces de trabajar por el bien de la gente en general gracias a las leyes y una administración sabia, así la bendición preparada por Dios no causa ningún daño a los no elegidos, sino está destinada a favorecerles: los elegidos constituirán los jueces reales, los reyes y los sacerdotes de la Edad milenaria y bajo su administración todas las familias de la tierra serán bendecidas.

Encontramos en las Escrituras muchas numerosas referencias a los “elegidos” y a los “mismos elegidos”: esta última expresión implica que se puede comprender que el término “elegidos” se aplique a todos los que entran en cierta condición de parentesco con Dios, en la cual tienen la esperanza, o la perspectiva de la inmortalidad, siendo de los miembros de la Iglesia glorificada; no obstante, es también posible que ellos caigan y que así dejen de formar parte de la clase elegida. En otras palabras, todos los de la clase consagrada, los que aceptan el llamamiento superior de Dios a la Nueva Creación, son contados en total de los elegidos cuando sus nombres están inscritos en el libro de la vida del Cordero y que una corona es reservada para ellos, pero como la infidelidad puede conducir a la borradura de estos nombres y a la atribución de sus coronas a otros (Apoc. 3:5, 11), así dejarían entonces de formar parte de la Iglesia elegida. Al contrario, los “mismos elegidos” serían los que, finalmente, obtendrán las bendiciones a las cuales Dios llamó a los fieles en la presente Edad Evangélica, a los que “hacen firme su vocación y su elección” por su fidelidad a los arreglos y a los requisitos, hasta la misma muerte.

Las Escrituras llaman nuestra atención a dos clases que fallan de hacer firme su llamado y su elección. Una de estas clases —poco numerosa, sin embargo, tenemos razones para creerlo —no sólo perderá las recompensas de los elegidos, sino que además perderá la vida misma —en la Segunda Muerte. Es a esta clase que hace alusión el apóstol Juan cuando, hablando de la clase de la Iglesia, dice: “Hay un pecado que no lleva a la muerte … [y] hay un pecado que lleva a la muerte; por el cual yo no digo que se pida” (1 Juan 5:16). Será inútil orar o tener esperanza por los que cometen el pecado que conduce a la muerte. Este pecado se menciona en las Escrituras como un pecado contra el Espíritu Santo de Dios; se comete no involuntariamente ni por ignorancia, sino como el resultado de una obstinación a hacer lo que, por lo menos al principio, había sido reconocido claramente como malo; si esta testarudez persiste, acaba en devenir una aberración monstruosa porque el Señor abandona estos obstinados al error que prefirieron a la Verdad. —2 Tes. 2:10-12.

Los apóstoles Pedro y Judas hablan de esta clase en términos más o menos semejantes (véase Judas 11-16; 2 Ped. 2:10-22.). Todos ésos, en un tiempo, estuvieron entre los elegidos en la Iglesia (ninguno de ellos es del mundo, el cual no está bajo prueba o juicio ahora sino lo estará pronto bajo el Reino milenario). En lugar de andar según el Espíritu en las pisadas del Señor, en la vía del sacrificio, ellos “andan según sus propios deseos, cuya boca habla cosas infladas, adulando a las personas para sacar provecho”, procuran complacer a los hombres porque ven allí su propio interés; ellos están lejos de su pacto de consagración hasta la muerte (Judas 16). Pedro hace de esta clase de personas una descripción más explícita aún. Él declara que habían “escapado de las contaminaciones del mundo, por el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo, enredándose otra vez en ellas son vencidos” así como el “perro vuelve a su vómito, y la puerca lavada a revolcarse en el cieno”. Él las compara con Balam abandonando el camino de la rectitud por una ganancia terrestre. Sus palabras implican que se encontrará esta clase principalmente entre los doctores de la Iglesia, y sobre todo al fin de la Edad actual; su mala conducta consistirá en parte en “despreciar el señorío” —aquellos que Dios ha honrado y “colocado” en el cuerpo. —2 Ped. 2:1, 10.

En la epístola a los Hebreos, tenemos dos descripciones de esta clase que cae, que deja de formar parte de los elegidos. En la primera (6:4-9), el Apóstol parece designar a los que, después de haber probado el don celestial y los poderes del siglo venidero, después de haber tenido parte del Espíritu Santo y haber sido aceptados como miembros de la clase elegida, recaen en el pecado —no a causa de la debilidad inevitable de la carne y de las seducciones del Adversario, sino abandonando voluntariamente y con conocimiento la rectitud. Ésos, el Apóstol nos asegura, no podrán ser renovados al arrepentimiento. Habiendo tenido su parte de los beneficios que provenían del gran sacrificio del rescate y habiendo escogido despreciar el favor de Dios, ellos usaron así y abusaron de su parte en la reconciliación; en consecuencia, no queda nada más por ellos. Por otra parte, como es de propósito deliberado que tomaron esta posición, las llamadas de la justicia (“righteousness”) no tendrán en lo sucesivo ningún efecto en ellos.

En otro capítulo (10:26, 27, 31), el Apóstol describe aparentemente a otra clase de gente que, en lugar de recaer en una vida de pecado y de mala reputación, abandona la fe que le justificaba y que es indispensable para su conservación como justificadas en sus relaciones con Dios. En ambos casos, observaremos que es el hecho de pecar voluntariamente que constituye la gravedad del mal: “Si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad [después de haber sido favorecidos por Dios en Cristo, en sabiduría, justificación y santificación] ya no queda más sacrificio por los pecados”. El sacrificio que Cristo hizo a favor de todos fue por el pecado original, por el pecado adámico y las debilidades hereditarias que arrastró a nosotros, hijos de Adán. Nuestro Señor no dio ningún precio de rescate por cualquier pecado voluntario de nuestra parte; por consiguiente, si pecamos voluntariamente, no queda nada del mérito original para aplicar a causa de nuestras transgresiones voluntarias. Seríamos obligados a pagar el castigo de nuestros pecados voluntarios. Si los pecados fueran premeditados, plenamente voluntarios, sin que ninguna medida de debilidad o de tentación pudiera conceder circunstancias atenuantes, y si fueron cometidos después de haber tenido un conocimiento claro de nuestra posición y de nuestro pacto con Dios, serían pecados que llevan a la muerte (la Segunda Muerte); no habría nada más a esperar, sino solamente la espera terrible de un juicio, de una sentencia, una indignación ardiente que devorará a todos los adversarios de Dios, a todos los que, a sabiendas, se opusieron a él, a su justicia y a su plan el cual aseguraba esta justicia por la redención que está en Cristo Jesús nuestro Señor.

En el versículo 29, el Apóstol parece implicar que se remite aquí a los que, después de haber comprendido la obra de reconciliación de Cristo como Redentor, desafían esta obra que estima profana (u ordinaria) su sangre preciosa que garantiza el Nuevo Pacto y que desprecia así el Espíritu de gracia, la gracia de Dios que proporcionó esta reconciliación y de esta comunión con nuestro Redentor en su sacrificio y su recompensa. Los que despreciaron a Moisés y la Ley de la que era el mediador, murieron sin misericordia, aunque la sentencia de muerte que les azotó no estuviera destinada a ser eterna. Sin embargo, los que desprecian al Moisés antitípico, y que, así, desprecian el privilegio de la comunión en la sangre de Cristo, desprecian al mismo tiempo a Dios que hizo este arreglo en su favor, serán considerados dignos de un castigo más severo que el que azotó a los violadores del Pacto de la Ley. Será más severo en el sentido de que será una pena de muerte de la cual no habrá ninguna redención, ninguna resurrección, ninguna restauración; será la Segunda Muerte. No es asombroso que el Apóstol nos advierta, en cuanto a este tema, que tengamos cuidado de la manera en la que nos portamos con respecto a las disposiciones de la gracia divina; él nos asegura que si no somos protegidos más por el cuidado protector de nuestro Abogado que Dios designó —Jesús —esto volvería a nada menos que caer en manos del Padre, el gran Juez que no puede admitir ningún pecado, aceptar ninguna excusa, cuya provisión abundante pero única para la misericordia hacia pecadores es la redención por Cristo Jesús nuestro Señor.

LA GRAN MULTITUD*

* O Muchedumbre—Trad.

Así como lo hemos declarado, aparte de los que, cayendo de la posición de los elegidos, van a la Segunda Muerte, todavía existe otra clase traída a nuestra atención: sus miembros no hacen firme su llamado y su elección, sino no irán en la Segunda Muerte porque no pecaron voluntariamente en casos graves, ni rechazaron el mérito de la sangre preciosa. Esta clase, nosotros ya mencionamos como la “Gran Multitud” que saldrá de la gran tribulación; sus miembros lavarán sus vestidos y los blanquearán en la sangre del Cordero; sin embargo, aunque ellos obtienen una naturaleza espiritual y una gran bendición, participando como invitados en el banquete de las bodas del Cordero, no obstante, ellos perderán el gran premio que debe ir a los verdaderos elegidos solamente, a los vencedores fieles, a los que seguirán los pasos de Jesús con alegría y de todo corazón (Apoc. 7). Esta Gran Multitud no consigue mantener su lugar entre los elegidos, no consigue formar parte de los “mismos elegidos” a causa de su celo insuficiente por el Señor, la Verdad y los hermanos, porque los miembros de esta clase “son en parte sobrecargados por las preocupaciones de esta vida”. Sin embargo, ya que su corazón es leal al Redentor y que mantienen su fe en la sangre preciosa, que la mantienen firme y no la reniegan, en consecuencia, el Señor Jesús, nuestro Abogado, el Jefe de nuestra Salvación que lleva a los verdaderos elegidos a la gloria por el camino del sacrificio voluntario, llevará también a sus miembros de la Gran Multitud a una bendición espiritual —a la perfección en un plano inferior de ser espiritual porque tuvieron confianza en él y no renegaron ni su nombre, ni su obra.

En su parábola de la Vid, nuestro Señor hace alusión a la Iglesia elegida, la Nueva Creación; él nos dice que es la Vid y que sus discípulos fieles y consagrados que andan en sus huellas son los sarmientos. Él nos asegura que el hecho de ser sarmientos no signifique que serán exentos de pruebas y de dificultades, sino que al contrario, el Padre, el gran Viñador, procurará que tengamos pruebas de fe, paciencia y devoción, que estas cosas puedan cortarnos, de modo que nuestras afecciones se apoyen menos en cosas, esperanzas y ambiciones terrestres; él hará así para que podamos producir más frutos del Espíritu: dulzura, paciencia, amabilidad, longanimidad, afecto fraternal, amor, y que estas cosas puedan estar en nosotros y que abundan cada vez más de suerte que se pueda concedernos una entrada rica en el Reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, como miembros de la Nueva Creación. —2 Ped. 1:11.

Sin embargo, nuestro Señor nos avisa que el hecho de obtener un lugar entre los verdaderos sarmientos de la verdadera vid no es suficiente: hace falta que el Espíritu de la Vid esté en nosotros, hace falta que la disposición que lleva el fruto de la Vid esté en nuestro corazón. El Viñador nos permitirá quedar como sarmientos durante un tiempo razonable, con el fin de que pueda saber si damos la prueba que llevamos los frutos apropiados; si no, él nos condenará como incapaces. Somos advertidos también que él no esperará a encontrar racimos maduros en el joven sarmiento, ni tampoco uvas verdes. Él buscará más bien en primer lugar las indicaciones débiles de brotes en los frutos, luego la abertura de éstos en las flores de la uva, luego el fruto verde, y aún más tarde su madurez sabrosa. El Viñador muestra una paciencia larga en la espera o el desarrollo de este fruto de la Vid “que la diestra de mi Padre plantó” (Sal. 80:15.); pero si, después de un tiempo razonable, no encuentra ningún fruto, suprime este sarmiento como un retoño que absorbería la fuerza y el alimento de la Vid para su propio desarrollo y no para la producción del fruto deseado. Así es como nuestro Señor nos señala claramente que debemos hacer firme nuestra vocación y nuestra elección produciendo frutos de santidad cuyo fin, o recompensa, es la vida eterna.

DIVERSAS ELECCIONES EN EL PASADO

Notemos algunas otras elecciones traídas a nuestra atención en las Escrituras, con el fin de que así nuestro entendimiento pueda ser ampliado y desarrollado respecto a este tema antes de considerar la forma de elección particular que nos interesa en primer lugar: la de la Nueva Creación. Debemos distinguir claramente entre las elecciones que precedieron el primer advenimiento de nuestro Señor y la elección de la Nueva Creación con Cristo como Cabeza, Jefe, Guía, etc. De esta última clase, se dice: “Fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación” [Ef. 4:4], pero las elecciones de los tiempos anteriores sirvieron otros fines y cumplieron diversas intenciones de Dios. Abrahán fue elegido [o escogido ? Trad.] para ser un tipo del Señor (Jehová), y su mujer Sara un tipo del Pacto abrahámico por el cual vendría el Mesías. La criada Agar fue elegida para ser un tipo del Pacto de la Ley, y su hijo Ismael un tipo de los Israelitas naturales [o según la carne ? Trad.]. Aunque nacido primero, Ismael no debía ser un coheredero de Isaac, el hijo de la promesa. Isaac fue elegido para ser un tipo de Cristo, y su mujer Rebeca un tipo de la Iglesia, la Esposa, la mujer del Cordero, mientras que Eliezer, el servidor de Abrahán, para ser un tipo del Espíritu Santo cuya misión sería de invitar la Iglesia, de ayudarle finalmente y traerla con las vírgenes, sus compañeras, a Isaac.

Estas elecciones no involucraban ni concernían en ningún sentido al futuro eterno de ninguna de estas personas, sino en la medida en que estos tipos elegidos sirvieron al Señor, ellos recibieron probablemente ciertas bendiciones de compensación en la vida presente. En la medida en que ellos entraron en el espíritu del plan divino, estímulo y alegría les recompensaron plenamente por todos los sacrificios y pruebas ocasionados por su selección [o elección — Trad.] y su servicio como tipos. Pensando en este mismo tema de la elección, y tratando de mostrar que ninguna injusticia había sido hecha a Israel según la carne del hecho de que Dios se dirigió hacia las Naciones [o Gentiles — Trad.] para encontrar entre ellos el número complementario de los elegidos de la Nueva Creación, el Apóstol destaca que el Todopoderoso tiene favores a dispensar y que le incumbe exclusivamente decidir a quién irán ellas. Él demuestra que Dios le dio a Israel según la carne (o Israel natural) como nación, ciertos privilegios y favores, y a algunos de sus antepasados, como individuos, privilegios y favores empleándoles como tipos y bendiciéndoles en consecuencia. Pero el Apóstol también muestra que el Señor no estaba en ningún sentido de la palabra obligado de continuar concediendo sus bendiciones a ellos, preferentemente a otros más dignos. Al contrario, era perfectamente justo que el Señor dejara de concederles sus favores a los que no querían servirse de eso, y de atribuirlos a otros. —Romanos, capítulos 9; 10; 11.


(La siguiente parte del libro “La Nueva Creación” se publicará en la edición de marzo-abril de 2013)


Asociación De los Estudiantes De la Biblia El Alba