DOCTRINA Y VIDA CRISTIANA

La Nueva Creación:
“La Nueva Creación Predestinada”
Parte II

Además, el Apóstol quisiera darnos a entender que el Señor previó qué sería el resultado de sus favores concedidos al Israel natural: después de haber sacado provecho de sus bendiciones, este pueblo (excepto un pequeño “resto” —Rom. 9:27-32.) no estaría en una condición apropiada para recibir la más grande de todas las bendiciones que él tenía para dar, la del premio del “llamamiento superior” para formar la Nueva Creación. Como ejemplo, él enfoca la atención en ambos hijos de Isaac y nos muestra que Dios previó qué sería la situación cientos de años más tarde al operar una elección arbitraria entre ambos hijos de Rebeca, Jacob y Esaú. El Señor hizo dos tipos de estos gemelos, uno para representar a los fieles, la Nueva Creación, el otro para representar a Israel natural, que preferiría las cosas de la vida presente y vendería sus privilegios celestes por un plato de lentejas — por buenas cosas terrestres. En el caso de Jacob y de Esaú, la elección de Jacob para ser un tipo de vencedores fue ciertamente una bendición para él, aunque se lo costara mucho, pero el de Esaú para ser un tipo de la clase de los que tienen el espíritu dirigido hacia las cosas naturales que prefieren las cosas celestes, no estuvo de ninguna manera en su desventaja. Esto no significaba de ningún modo que él debería ir al tormento eterno, ni que debería sufrir lo que sea en la vida presente. Al contrario, fue bendecido — lo mismo que los hombres del mundo, hoy, los hombres naturales tienen bendiciones de un género que el Señor, con benevolencia, ha negado a las Nuevas Criaturas elegidas por causa de ser menos favorables a sus intereses espirituales; también, él le negó a Jacob algunas de las bendiciones terrestres, con el fin de que, en sus decepciones, etc., pudiera ser un tipo de esta clase; sin embargo, Jacob tuvo alegrías y bendiciones que Esaú no tuvo y que no habría apreciado. También, ahora, la Nueva Creación en el seno de las pruebas y decepciones del tiempo actual, experimenta una paz, una alegría y una bendición de la cual el hombre natural no es consciente.

La declaración: “A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí” (Rom. 9:13) es para muchos “una palabra dura” porque la palabra “aborrecer” parece marcar un antagonismo que sería injustificado (en la medida en que puede discernirlo el entendimiento humano): Esaú no hizo daño más que otros hombres y su inclinación [para las cosas terrestres — Trad.] estaba en él desde su nacimiento “antes de que no haya hecho ni bien ni mal”. El término “aborrecer” significaba evidentemente “amar menos”, como también es el caso en Deut. 21:15-17. El pensamiento es que Jacob fue favorecido por el Señor y que Esaú lo fue menos, y que ambos, como lo demuestra el Apóstol, fueron unos tipos del Israel natural y espiritual. El favor de Dios para el Israel natural representado por Esaú fue menor que su favor para el Israel espiritual, nacido después, representado por Jacob. Con este pensamiento, todo es armonioso y lógico.

“PARA ESTO MISMO TE HE LEVANTADO”

Como prueba de que el Señor siempre ha ejercido la autoridad, la soberanía en los asuntos de la humanidad con pleno reconocimiento de su derecho de hacerlo, el Apóstol cita el caso de Faraón que era rey de Egipto al tiempo de la liberación de Israel. Él cita las palabras del Señor relatadas por Moisés (Éxodo 9:16): “Para esto mismo te he levantado, para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado por toda la tierra”. “De manera que de quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece.” —Rom. 9:17, 18

Hace tiempo, el gobierno francés puso de lado varios presos que la justicia había condenado a muerte, y los dejaron en manos de hombres de ciencia para que pudieran experimentar lo que puede hacer el miedo al género humano. Uno fue colocado en una celda y le dijeron que un preso había muerto allí la noche precedente de la viruela, que, probablemente, contraería la misma enfermedad y moriría antes de la mañana. La predicción se realizó, aunque la celda nunca había sido ocupada por un enfermo infectada de viruela. Otro tuvo los ojos vendados y pasaron su brazo a través de una separación muy delgada. Le dijeron que, en interés de la ciencia, iban a sangrarle a muerte con el fin de darse cuenta del tiempo que se necesitaría para traer la muerte a un hombre sangrándolo por una pequeña herida hecha en una arteria del brazo. Fue simplemente arañado y perdió sólo unas gotas de sangre, pero lo arreglaron de modo que un hilo delgado de agua, mantenido a la temperatura del cuerpo, fluyera a lo largo del brazo y que oyera el líquido que goteaba de los dedos en un recipiente. Él murió al cabo de unas cuantas horas. Nadie aprobaría que tal tratamiento fuera aplicado a ciudadanos respetuosos de la ley, pero nadie tampoco pudiera razonablemente encontrar a criticar esta manera de actuar con respecto a hombres cuya vida ya fue condenada por la ley. Es precisamente lo que es el comportamiento del Señor con respecto a la familia humana: si el hombre hubiera continuado obedeciendo a Dios, no se habría expuesto a la condena de muerte, y en esta posición habría tenido ciertos derechos bajo la ley divina que ahora no posee. Como raza, todos nosotros somos declarados culpables del pecado y condenados a la muerte (Rom. 5:12) y complació al Señor manifestar su poder y su sabiduría con respecto a algunos de estos condenados de una manera, y con respecto a otros condenados de otra manera, según su voluntad. Ya observamos el mismo principio a propósito de los Amalecitas, de los Heteos y de los Cananitas que Israel había recibido el orden de destruir, Israel tipificando a los fieles del Señor en el futuro, y sus enemigos tipificando a los pecadores y los enemigos voluntarios de la justicia en la futura Edad. Hemos observado la ilustración del mismo principio en la destrucción de Sodoma y de Jericó, en las matanzas, por plagas, de millares de Israelitas y en herir a muerte a Uza por haber puesto simplemente la mano en el arca para sostenerla, violando así su santidad y el mandamiento del Señor.

El empleo por el Señor de Faraón y las diversas plagas sobre los Egipcios, incluso la matanza de los primogénitos de los hombres y de los animales y finalmente la destrucción completa de los ejércitos egipcios en el Mar Rojo, entran en el marco de estas ilustraciones; los Egipcios, en efecto, formando parte del género humano, eran unos condenados bajo la sentencia de muerte; podían por lo tanto, sin menor injusticia, ser tratados como tales para propagar la dignidad de Dios y para proclamar su poder por la liberación de su pueblo típico, Israel. Por otra parte, de manera semejante, Dios favoreció abundantemente a algunos de estos condenados — a Abrahán, Moisés y otros — haciendo de ellos tipos de buenas cosas que se proponía cumplir completamente y efectivamente en el futuro próximo, y esto, sin liberar en ningún sentido del término a Abrahán, Moisés, Faraón u otras de su parte en la sentencia de muerte, pero dejando este trabajo que debe ser cumplido por la redención que está en Cristo Jesús nuestro Señor.

Después de haber discernido claramente el hecho que Dios ejerció una autoridad soberana entre sus criaturas condenadas, que decidió que algunas harían tal experiencia y que otros harían otra experiencia, y que todas estas cosas eran sólo unas lecciones explicativas del tema para preparar, como lo demuestra el Apóstol, la gran elección de la Nueva Creación durante esta Edad Evangélica, necesitamos comprender que, en ningún caso, Dios forzó o violó la voluntad humana en cualquiera de estas elecciones. Esto nos convencerá que sería contrario al programa divino de forzar la voluntad humana. Escogiendo a Abrahán, a Isaac, a Jacob y a Moisés, y otros, para servir como tipos e ilustraciones, Dios escogió a hombres cuya mentalidad estaba en acuerdo general con sus planes y sus revelaciones; no obstante, ninguna fuerza se ejercitó para obligarlos de alguna manera, si habían querido actuar de otro modo. También, escogiendo a hombres para ilustrar el lado opuesto y los principios opuestos, tales como Ismael, Esaú, los cananitas, los sodomitas, los egipcios, el Señor empleó también a hombres según sus tendencias naturales. Lo que nos gustaría destacar, es que Dios no forzó la voluntad de Abrahán, de Isaac, de Jacob, de Moisés, etc., no más que él forzó a aquellos de los que hicieron daño, e ilustraron ciertos malos principios. El Señor actúa simplemente con clases particulares según sus propias inclinaciones.

Diciendo de Faraón que es con el mismo fin que lo había levantado, no debemos comprender que Dios quisiera decir al haber formado en Faraón un mal carácter, que lo había “levantado” en el sentido de obligarle a ser un mal personaje. Debemos comprender que entre diversos herederos al trono de Egipto, según las costumbres de este pueblo, Dios procuró que, por la muerte de ciertos pretendientes de la familia real, fuera este Faraón particular quien subiera al trono porque poseía tal carácter obstinado que su lucha contra Dios y contra Israel necesitaría con razón las plagas que Dios había preordenado no sólo como una marca de su favor hacia Israel y de fidelidad a las promesas hechas a Abrahán, Isaac y Jacob, sino que además porque estas plagas sobre Egipto estuvieron destinadas en cierta medida a prefigurar, a ilustrar las plagas por las cuales se acabaría la presente Edad Evangélica — las tres primeras y “las siete últimas plagas.” —Apoc. 15:1

Sin embargo, lo que molesta el espíritu de muchas personas, es el rasgo particular de esta ilustración de Faraón que se encuentra en la siguiente declaración: “Dios endureció el corazón de Faraón para que no dejara ir al pueblo”. A primera vista, esto aparecería estar en contradicción con lo que acabamos de decir, a saber que Dios no atenta contra la voluntad humana. Creemos, sin embargo, que esta contradicción aparente desaparece si recordamos cómo el Señor endureció el corazón de Faraón, es decir, cuál modo de actuar por parte del Señor tuvo por resultado de hacer a Faraón más obstinado. Fue la bondad de Dios que endureció a Faraón, su buena voluntad de escuchar su oración para obtener el socorro y de aceptar su promesa de dejar ir a Israel, es decir, fue la misericordia de Dios. Si Dios hubiera mantenido la primera plaga (o el primer castigo) hasta que Israel fuera liberado, esta única plaga habría sido suficiente para cumplir la liberación; pero cuando el Señor librara al pueblo y el país de una plaga, Faraón concluiría que todo había pasado, y que tal vez no habría otra plaga; y así, a poquitos la misericordia divina producía en él una hostilidad cada vez más grande. Visto el tema desde este ángulo, la libertad de voluntad de Faraón aparece a todas luces, y el Señor se declara inocente de toda cooperación con el mal. “Toda su obra es perfecta”, aun si la bondad de Dios que debería conducir a los hombres al arrepentimiento, pueda, a causa de condiciones imperfectas actuales, ejercer a veces una influencia opuesta en ellos.

LA SELECCIÓN* DE LA NACIÓN DE ISRAEL

* O la elección — Trad.

Todos los cristianos, familiarizados con su Biblia, supondrán fácilmente que Dios escogió a Israel de todas las naciones del mundo para ser su pueblo y para tipificar al Israel según el espíritu. El profeta Amós (3:2) declara muy a propósito: “A vosotros solamente he conocido de todas las familias de la tierra”. Por la boca de Isaías (45:4) el Señor dijo a Ciro, el rey de Persia que debía permitirle a Israel regresar de su cautividad: “Por amor de mi siervo Jacob, y de Israel mi escogido, te llamé por tu nombre”. El hecho de que nos sea posible ver en esta declaración cierta aplicación típica a Cristo y a la liberación, fuera de la Babilonia mística, del Israel nominal según el espíritu, no contraria el hecho que el Israel típico sea designado aquí como el “elegido”. En sus argumentos claros y poderosos concernientes al traslado del favor divino de Israel natural al Israel espiritual (Rom. 9:11), el Apóstol demuestra distintamente que, por un tiempo, el favor divino fue concedido al Israel natural como tipo del pueblo elegido de Dios, aunque el Señor hubiera sabido por anticipado y predijera su rechazo de la posición de favor especial y su sustitución por otro Israel según el espíritu a esta posición representada por Jacob.

El Apóstol muestra cómo Israel, como nación favorecida o elegida de Dios por un tiempo, tuvo “una gran ventaja de toda manera” sobre todas las naciones cercanas del mundo, que a éste pertenecían las promesas, que formaba las ramas del olivo, y que Dios suprimía de su favor sólo aquellas de las ramas naturales que no estaban de acuerdo con la raíz de la promesa y con el tronco, representado típicamente por Abrahán, Isaac y Jacob. Él indica que “Lo que buscaba Israel, no lo ha alcanzado; pero los escogidos [los dignos —Juan 1:12, 13] sí lo han alcanzado, y los demás fueron”. Aunque al principio, la nación entera fuera escogida para recibir los favores más excelentes de Dios, sin embargo, sólo los fieles estarían en la condición apropiada de corazón para hacerse Israelitas según el espíritu cuando viniera el tiempo de este favor. Ésos fueron los mismos elegidos de esta nación que, a la clausura de la Edad judaica, pudieron entrar en la dispensación más elevada, pasando de la casa de servidores a aquella de hijos (Heb. 3:5; Juan 1:12.). El Apóstol señala que nosotros, que por naturaleza éramos Gentiles, “extranjeros, forasteros y advenedizos” en las alianzas y en las promesas hechas al Israel típico, ahora hemos desarrollado por la gracia de Dios la fe y la obediencia semejantes a las de Abrahán; somos llamados a estar entre los miembros de la esposa de Cristo, la verdadera simiente de Abrahán, tomando así el lugar de las ramas suprimidas en el plan original de Dios y en las promesas que están relacionadas a eso, pero aunque estas ramas suprimidas hayan sido tratadas como enemigas durante esta Edad Evangélica, sin embargo “en cuanto a la elección, son amados por causa de los padres. Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios.” —Rom. 11:28, 29

Se nos informa así que ciertos rasgos característicos de la elección original todavía están vinculados con el Israel natural, aunque, como un pueblo, haya sido rechazado del principal favor en el plan divino, el de formar parte del Israel espiritual elegido. Así como las promesas hechas a Abrahán, a Isaac, a Jacob y a los profetas deben cumplirse y que se harán los “príncipes” o representantes del Reino espiritual por toda la tierra durante la Edad milenaria, no hay duda de que todo esto concurra ampliamente en provecho de muchos de los Israelitas naturales que están actualmente en una condición de alejamiento y de tinieblas. Ellos podrán y vendrán más rápido de acuerdo con sus propios gobernantes del pasado que el resto del mundo; así Israel, como pueblo, recuperará el lugar más importante entre las naciones a principios del Milenio. “Porque Dios sujetó a todos [judíos y naciones] en desobediencia, para tener misericordia de todos.” —Rom. 11:32

LA NUEVA CREACIÓN ELEGIDA

Ahora llegamos al aspecto más importante de nuestro tema, dotados, sin embargo, de cierto conocimiento tocante a las elecciones del pasado, y de una comprensión de que muchos de ellas tipificaban o prefiguraban esta gran obra de Dios: la elección de la Nueva Creación. Ya hemos visto que esta elección no implicaba que los no elegidos serían perjudicados, sino que al contrario esto implica la bendición de los no elegidos al debido tiempo. Podríamos añadir, a propósito de eso, que ni la Justicia ni el Amor podrían objetar lo que sea al hecho de que un favor especial sea concedido a algunos y no a otros, aun si los que son favorecidos no estuvieron destinados a ser canales de bendiciones para los menos favorecidos o para los desfavorecidos. Tal es el sentido del término gracia o favor: él implica que se hace algo que no fuera reclamado especialmente o exigido por la Justicia, y estos términos “gracia” y “favor” son empleados muchas veces en las Escrituras a propósito de esta clase elegida de esta Edad Evangélica.

“Por gracia sois salvos”; y otros pasajes bíblicos análogos nos hacen sentir bien que no era una obligación por parte del Todopoderoso de levantar a cualquier miembro de la raza de Adán de la sentencia de muerte, ni de darle a quienquiera la oportunidad de obtener la vida eterna gracias a una redención; además, Dios no fue obligado a ofrecer de ninguna manera el llamamiento superior (de formar parte de la Nueva Creación) a ninguna de sus criaturas. Todo esto es favor divino: “gracia sobre gracia”, o favor sobre favor; y quienquiera que no tenga claramente este pensamiento en mente, nunca apreciará de manera conveniente lo que está cumpliéndose.


(La siguiente parte del libro “La Nueva Creación” se publicará en la edición de mayo-junio de 2013)


Asociación De los Estudiantes De la Biblia El Alba