DOCTRINA Y VIDA CRISTIANA

La Nueva Creación:
“En el Principio”
Parte III

EL SEXTO DÍA-ÉPOCA DE LA CREACIÓN

Luego dijo Dios: Produzca la tierra seres vivientes según su género, bestias y serpientes y animales de la tierra según su especie. Y fue así. E hizo Dios animales de la tierra según su género, y ganado según su género, y todo animal que se arrastra sobre la tierra según su especie. Y vio Dios que era bueno.

En aquella época las cosas sobre la tierra se estabilizaban; la corteza terrestre se había espesado de centenares de pies [1 pie = 30 cm aproximadamente —Trad.] de arenas, de arcillas, de conchas, de carbón y de otros diversos minerales reunidos, algunos proviniendo de rocas reducidas a migajas, lanzadas por temblores de la tierra, otras proviniendo de los “anillos” que habían rodeado la tierra en otro tiempo; otras finalmente proviniendo de depósitos animales y vegetales; además, en el transcurso de estos 35.000 años, la tierra debía haberse enfriado considerablemente. Una extensión suficiente de la superficie de la tierra ahora emergía del mar, bien drenada por cadenas de montañas y de valles y lista para recibir los animales inferiores que se dividen aquí en tres categorías: (1) los reptiles terrestres, las criaturas de sangre fría y que respiran de temperatura variable (lagartos, serpientes, etc.); (2) los animales de la tierra o animales salvajes, en contraste con los animales domésticos, particularmente destinados a hacerse los compañeros del hombre designados aquí bajo la denominación de: (3) ganado. En aquella época también, el aire debía haberse liberado de los elementos impropios a los animales que respiran. Estos elementos habían sido absorbidos por la vegetación lujuriante del período carbonífero, igualmente como los hidrocarbonos contenidos en exceso en las aguas de los océanos habían sido fijados por las conchas minúsculas, para preparar estas aguas para la multitud de criaturas marinas que respiran.

Aquí también, no hay ninguna necesidad de reñir inútilmente con los Evolucionistas. Concederemos que si Dios lo hubiera escogido así, habría podido traer a la existencia todas las diferentes especies de la vida animal transformándolas de una a otra, lo mismo que habría podido desarrollar cada especie separadamente a partir de las masas viscosas de protozoarios. Desconocemos cuál método él adoptó, porque ni la Biblia ni las rocas nos informan respecto a este tema. En cambio, lo que se revela claramente, cualquiera que sea el medio escogido por Dios para hacerlo, es que él ha fijado las especies animales cada una “según su género” de tal modo que no cambian — de tal manera que todo el genio de la mente humana nunca ha conseguido ayudarlas a cambiar. Tal es la marca, el sello del Creador inteligente sobre su obra. Si la “Naturaleza” o la “fuerza ciega” hubiera sido el creador, todavía la veríamos trabajando laboriosa y ciegamente, algunas veces evolucionándose hacia un plano más elevado u otras retrogradándose; no veríamos una fijeza de las especies tal como lo vemos alrededor de nosotros en la naturaleza.

Podemos razonablemente suponer que fue a finales del sexto día-época que Dios creó al hombre, porque esta creación fue la última y en efecto es bien preciso que el Señor terminó su obra creativa, no en el sexto sino en el “séptimo día” — la división del hombre en dos personas, dos sexos, constituyendo, evidentemente, el acto final.

Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre [véase nota de Darby] a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra.

Si, como hemos observado anteriormente, los términos del relato bíblico no prohíben la posibilidad para las plantas, las criaturas acuáticas y terrestres de haberse desarrollado o de haberse evolucionado más o menos en sus diversas especies, puede ser bueno que observemos cuán diferentes son los términos en cuanto a la creación del hombre. Resalta claramente del relato que esta última es debida a la ejecución directa del poder creativo divino, mientras que tocante a las otras criaturas, el relato implica más bien un desarrollo:

Produjo, pues, la tierra hierba verde”, etc.
Produzcan las aguas seres vivientes”, etc.
Produzca la tierra seres vivientes según su género, bestias”, etc.

Hay dos relatos de la creación: el que acabamos de considerar, que trata el tema de manera breve y en su día-época, y otro que lo sigue en Génesis 2:4-25. En otras palabras, la división de los capítulos no se hizo en el lugar correcto. Ambos relatos deberían haber constituido cada uno un capítulo. El segundo es un comentario del primero y explica ciertos detalles. “Estos son los orígenes” o desarrollos de los cielos, de la tierra y sus criaturas, a partir del tiempo en que todavía no había ningún arbusto ni hierba. El primer relato, que es también el principal, emplea la palabra “Dios” para designar al Creador. El segundo relato o el relato-comentario destaca que fue Jehová Dios quien realizó toda la obra — “cuando” hizo los cielos y la tierra — reuniendo todo en un solo día-época más largo aún que encerraba la obra de los seis días-épocas ya enumerados.

La palabra Dios del primer capítulo viene de la palabra hebrea ordinariamente empleada Elohim, palabra colectiva plural que se pudiera traducir por Dioses, y que significa, como ya hemos visto: “poderosos”.1 El “Unigénito” del Padre era seguramente su agente ejecutivo en esta obra creativa y puede haber tenido como asociado un ejército de ángeles para ejecutar los detalles y sobre quienes el nombre de elohim podría aplicarse aquí como en otros pasajes de las Escrituras. Es por lo tanto conveniente que el segundo relato, o comentario, llame nuestra atención al hecho de que Jehová, el Padre de todo, fue el Creador, cualesquiera que hubieran podido ser sus representantes o instrumentos honrados. Puede ser útil examinar aquí los detalles suplementarios dados en el segundo relato respecto a la creación del hombre. Leemos:

(1) Véase Vol. V, págs. 72 y 73 (en inglés).

Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida,2 y fue el hombre un ser viviente.

(2) Véase Vol. V, p. 319 (en inglés).

Dios fue glorificado en todas sus obras anteriores y en cada criatura, tan humilde que fuera, hasta si ninguna de ellas estaba en condiciones de agradecerle, o de apreciarle, o hasta de conocerle. Dios, en su plan, había previsto todo esto desde el comienzo y hacía preparativos para el hombre y se proponía hacer su obra maestra de la creación terrestre, o animal. No se dice a propósito del hombre como respecto a las criaturas del mar — “Produzcan las aguas”, ni en cuanto a los animales terrestres inferiores “Produzca la tierra”, sino al contrario que era una creación especial de su autor, “hecha a su imagen”. Importa poco saber si fuera hecho a la imagen de los Elohim o a la imagen de Jehová, porque ¿no eran también los Elohim “hijos de Dios”, a su semejanza por su facultad de raciocinio y su sentido moral?

Nosotros no debemos comprender esta “imagen” como una reproducción de forma física, sino más bien una imagen moral e intelectual del gran Espíritu, adaptada convenientemente a sus condiciones terrestres y a su naturaleza terrestre. En cuanto a la “semejanza”, ella se relacionaría más bien a la dominación del hombre que debía ser el rey de la tierra y de las criaturas que abundan allí, a semejanza de Dios que es el Rey de todo el universo. Aquí se sitúa el campo de batalla entre la Palabra de Dios y la supuesta Ciencia moderna delante de la cual el mundo entero y más particularmente los eruditos, los maestros del pensamiento en todos los seminarios de la teología y los eclesiásticos que ocupan los púlpitos más doctos, pliegan la rodilla, adoran al Dios científico llamado “Evolución”. Ambas concepciones están opuestas diametralmente: si la teoría de la Evolución sea exacta, la Biblia es falsa desde Génesis hasta Apocalipsis. Si la Biblia sea verdadera, como lo sostenemos, la teoría de la Evolución es totalmente falsa en todas sus deducciones concernientes al hombre.

No es el único relato de la creación del hombre a la imagen de Dios según Génesis que debe ajustar la contestación, por muy fuertes que sean las declaraciones de la Palabra: toda la concepción de la Biblia sostiene el relato de Génesis; ella debe por lo tanto o quedarse válida como el relato mismo, o derrumbarse con él. En efecto, si el hombre hubiera sido creado de otro modo que puro, perfecto y mentalmente bien dotado, no habría podido llamarse sinceramente, una “imagen de Dios”. Su Creador no habría podido ponerlo a prueba en Edén para manifestar su dignidad a la vida eterna; su desobediencia comiendo el fruto prohibido no habría podido considerarse como pecado y condenado, como lo fue, por una sentencia de muerte; no habría sido necesario tampoco de haberlo rescatado de esta sentencia.

Además, “Jesucristo, hombre” es representado como habiendo sido el “anti-lutron”, el precio de rescate (o precio correspondiente) de la culpabilidad del primer hombre. Hace falta por lo tanto que él se considere como un ejemplo, o ilustración, de lo que fue el primer hombre antes de pecar y de ser condenado a muerte por Dios.

No ignoramos que existan en nuestros días, como en el pasado, muchos hombres naturales de carácter noble que, a pesar de esto, Dios reconoce sólo como pecadores, sin posición alguna delante de él, a menos que, arrepentidos, se acerquen a él mediante el mérito del sacrificio de Cristo y que obtengan su perdón. Los que vienen hacia él en estas condiciones están admitidos sólo por un efecto de su gracia, cubiertos por el manto de la justicia de Cristo. Se nos informa que la salida debe ser una resurrección, o restauración a la perfección antes de que quienquiera pueda estar personalmente y totalmente aceptable al Creador. Sin embargo, es el Creador que comulgaba con Adán antes de su caída y le llamaba su hijo, que declara que Adán y nosotros, sus hijos, nos hicimos “hijos de ira” condenables debido al pecado. Adán no era esto cuando fue creado “hijo de Dios”. —Lucas 3:38.

Tan seguramente como “todos los santos profetas, desde el comienzo del mundo” anunciaron que el Milenio venidero sería “el tiempo de la restauración de todas las cosas,” tan seguramente la teoría de la Evolución se opone violentamente a las declaraciones de Dios a través de todos los santos profetas. En efecto, si la teoría de la Evolución fuera exacta, la restauración, lejos de ser un beneficio para la raza humana, sería un crimen contra ella. Si, por una fuerza ciega u otro proceso evolutivo, el hombre ascendió primero por esfuerzos serios y laboriosos del protoplasma a la ostra, de la ostra al pez, del pez al reptil, del reptil al mono, del mono al hombre primitivo y del hombre primitivo a lo que somos nosotros, entonces esto sería, para Dios, hacer a la raza humana un daño espantoso que de restaurarla en lo que era Adán, o tal vez hasta de empujar la restauración aun más lejos hasta el regreso al protoplasma. En este asunto no hay término medio, y lo más pronto que los hijos de Dios se deciden de manera positiva a favor de su Palabra, lo mejor será para ellos. Así no correrán peligro de ser arrastrados por una u otra de las teorías negadoras del rescate y evolucionistas, difundidas ahora y que tienden a engañar a los elegidos mismos, si fuera posible. Que Dios sea hallado veraz, aunque esto prueba que todo Evolucionista sea hallado mentiroso. —Romanos 3:4.

No podemos entrar aquí en los detalles de la creación de Adán para hablar de su organismo o cuerpo, su espíritu o soplo de vida y ver como la unión de estas dos partes le hizo un ser vivo o un alma. Esta pregunta ya ha sido examinada en un volumen precedente.3

(3) Véase Vol. V, cap. XII (en inglés).

La multiplicación de la posteridad de la primera pareja humana no tiene evidentemente ninguna relación con la transgresión como han afirmado algunos, sino al contrario constituía uno de los aspectos de la bendición divina. La relación única entre la descendencia adámica, la caída y el castigo que siguió, consistió, como se ha declarado, en un aumento de las concepciones y de los dolores de la madre correspondiendo al trabajo y al sudor del rostro del hombre. Esto ha pesado tanto más gravosamente a medida que la raza degeneraba y se debilitaba cada vez más mental y físicamente. La meta de esta fecundidad se habrá alcanzado cuando haya nacido un número suficiente de seres para poblar (y no rellenar) la tierra. Ciertamente ya ha nacido un número considerable — tal vez cincuenta [veinte] mil millones4 — del cual una gran parte ahora duerme en la gran prisión de la muerte. Este número no es excesivo de ninguna manera, porque la superficie actual de la tierra, si fuera dispuesta para el hombre, como definitivamente lo será, contendría el doble o el triple de esta población. Y aún no tenemos en cuenta la aparición eventual de nuevos continentes surgidos de las profundidades del mar justo como los continentes actuales emergieron en el pasado.

(4) Véase Vol. I, edición inglesa de 1914. Apéndice: “Examen de una crítica de las esperanzas del Milenio, (edición castellana del Vol. 1, p. XXX).

Los eruditos de espíritu escéptico procuran desde hace tiempo probar que el hombre ya existía en la tierra bien antes del período fijado por el relato de Génesis. La más mínima osamenta encontrada en las capas profundas de arcilla o de gravas se examina con minucia para aportar al erudito una reputación mundial como el hombre que dio un mentís a la Palabra de Dios. Señalamos el carácter problemático de tales pruebas5 como el descubrimiento de puntas de flechas en las gravas de una época primitiva. En ciertos casos, por lo menos, se ha podido establecer que se trataba del trabajo de los indios contemporáneos que las habían producido allí donde habían encontrado sílexes apropiados.6

(5) No ignoramos la teoría del hombre pre-adámico y la tentativa de explicar así la existencia de las razas diferentes de la familia humana. Sin embargo, permanecemos fiel a la Biblia como la revelación de Dios y por consiguiente superior a todas las conjeturas de los hombres. Ella afirma la solidaridad de la familia humana en términos que no prestan a ningún equívoco al decir: “Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres” (Hechos 17:26). Ella declara también que Adán fue el “primer hombre” (1 Cor 15:45, 47). La historia del diluvio es la más explícita para indicar que solamente ocho personas se salvaron en el arca, todas ellas (la familia de Noé) descendían de Adán. Es menester más bien buscar la explicación de los diferentes tipos humanos o las razas humanas, en diferentes climas, costumbres, alimentación, etc. y más particularmente en el hecho de que las familias humanas se aislaron en ciertas comarcas, se alejaron unas de otras y que diferentes modos de vida se implantaron y se fijaron con el tiempo. Sabemos, por ejemplo, que los europeos que viven desde hace tiempo entre los pueblos de la India o de la China adquieren ciertas semejanzas a sus vecinos, y que sus hijos, nacidos en estos países se parecen más todavía a los autóctonos tanto por la pigmentación de la piel como por los rasgos característicos. El ambiente de la madre durante el período de gestación no es seguramente sin ejercer una influencia. Así existe en China un agrupamiento cuyos miembros se dicen ser los descendientes de los judíos dispersados en el momento de las tribulaciones que acabaron la Edad judaica aproximadamente en el año 70 después de J.C. Estos judíos se hicieron tan completamente chinos que es imposible encontrar en ellos el carácter judío — la raza más tenaz.

(6) Véase Vol. II, pp. 26, 27 (en inglés).

No hace mucho tiempo, durante una reunión del Instituto de Filosofía Victoria, se declaró “que un análisis muy serio de las diversas teorías de la Evolución había sido emprendido por el Profesor Stokes, F.R.S. [Fellow of the Royal Society —Trad.] Sir J. R. Bennett, Vicepresidente R.S. [Royal Society —Trad.] y el Profesor Beale F.R.S. y otros, y que ninguna prueba científica se había proporcionado que pudiera acreditar la teoría según la cual el hombre habría evolucionado a partir de un reino inferior de animales. El profesor Virchow había declarado por su parte que no existe ningún fósil-tipo que sea el testigo de una fase inferior en el desarrollo del hombre, y que de hecho el progreso realizado en la antropología prehistórica, en realidad, ha establecido una separación más nítida aún entre el hombre y el resto del reino animal. El profesor Barraude, paleontólogo distinguido, estuvo de acuerdo para decir que en ninguna de sus búsquedas no había encontrado ningún fósil que atestiguaba una transformación de una especie en otra. Parecería por lo tanto que ningún hombre de ciencia haya descubierto hasta ahora un vínculo que una al hombre con el mono, el pez con la rana, el vertebrado con el invertebrado. No existe ninguna prueba tampoco de que alguna especie, fósil u otra, haya perdido sus características particulares para adquirir algunas nuevas perteneciendo a otras especies. Así, por ejemplo, aunque el perro y el lobo se parezcan, no existe ningún lazo entre ellos, y entre las especies extintas, fue lo mismo: no hubo ningún paso gradual de una a otra. Además, no debemos considerar de ningún modo que los primeros animales que existieron en la tierra eran inferiores a los de hoy o más degradados.”

Citamos brevemente el extracto siguiente de un resumen que hizo Sir J.W. Dawson, L.L.D., F.R.S. [Doctor of Laws; Fellow of Royal Society —Trad.] de sus descubrimientos recientes concernientes al “Lugar de encuentro de la Geología y la Historia.” Él dice:

“No encontramos ningún vínculo de derivación relacionando al hombre con los animales inferiores que le precedieron. Él aparece ante nosotros como un nuevo punto de partida en la creación, sin ningún enlace directo con la vida instintiva de los animales inferiores. Los primeros hombres no son menos hombres que sus descendientes, y en la medida de los medios de los cuales ellos disponían, ellos han sido, igual que éstos, inventores, innovadores, creadores de nuevos modos de vida. Aun no fuimos capaces de volver a trazar su historia hasta la edad de oro de su inocencia [la del Paraíso]. Cuando lo encontramos en las cuevas y en las capas de grava, ya es un hombre caído, en desacuerdo con todo lo que le rodea, ya es el adversario de las otras criaturas y se forja contra ellas armas de destrucción más eficaces que aquellas de las cuales la naturaleza ha dotado los animales salvajes carnívoros…. En cuanto a su organización, el hombre es indiscutiblemente un animal, es de la tierra, terrestre. Él también pertenece a la rama de los vertebrados, a la clase de los mamíferos pero, en esta clase, constituye no sólo una especie y un género completos, sino que hasta una familia (u orden) distinta. Así, un “abismo” lo separará de todos los animales que se parecen más a él. Aun si admitimos — lo que todavía no ha sido probado — que en el caso de los animales inferiores una especie haya derivado de otra, somos incapaces de producir los “eslabones perdidos” para relacionar al hombre con cualquier grupo de animales inferiores… Tal vez no haya ningún hecho establecido con más certeza por la ciencia que el de la existencia relativamente reciente del hombre con relación a las edades geológicas. No sólo no encontramos ningún rastro de sus restos en las formaciones más antiguas y geológicas, sino que no encontramos ningún resto de los animales que se parecen más a él, y las condiciones del mundo en estos períodos hacían éste impropio a la residencia del hombre. Si, según el sistema geológico convencional, dividimos la historia de la tierra en cuatro períodos o épocas grandes que van desde las rocas más antiguas que nos sean conocidas, la época eocena o arcaica, hasta la época moderna, encontramos restos humanos, o sus obras, sólo en la última de los cuatro períodos, y en su última parte. A decir verdad, hay prueba indiscutible de la presencia del hombre sólo a partir del principio del período moderno… Hay solamente una sola especie humana, aunque haya numerosas razas y variedades. Estas razas o variedades, parecen haberse desarrollado muy temprano y han mostrado una fijeza notable en su descubrimiento posterior… El relato de Génesis anticipó la historia moderna. Este antiguo libro es por todos conceptos, digno de confianza. Es tan alejado como posible de los mitos y leyendas del paganismo antiguo.”

El Profesor Pasteur, el gran bacteriólogo, fue un adversario declarado del Darvinismo. He aquí cómo él se expresaba:

“Un día, la posteridad se reirá de la locura de los filósofos materialistas modernos. Cuanto más estudio la naturaleza, tanto más estoy estupefacto delante de las obras del Creador. Rezo mientras estoy ocupado en mi trabajo en el laboratorio.”

Virchow, el erudito ruso, aunque no siendo un cristiano declarado, estaba opuesto también a la teoría de Darwin que pretende explicar la formación de seres organizados a partir de una materia inorgánica. Él declaró: “Todo ensayo de constituir una cadena de transición yendo del animal al hombre ha acabado en un fracaso completo. El vínculo famoso [o eslabón —Trad.] intermediario no ha sido encontrado y ni será encontrado. El hombre no desciende del mono. Se ha establecido más allá de toda duda posible, que en el transcurso de los últimos cinco mil años no se ha producido ningún cambio apreciable en el género humano.”

Otros naturalistas también han alzado la voz contra las concepciones darvinianas.

Frente a todos estos hechos, ¡cuán estúpidas parecen estas tentativas ocasionales de tal “Doctor” o tal “Profesor” fingiendo la erudición discutiendo “eslabones perdidos” o sugiriendo que los pequeños dedos del pie del pie humano se hacen inútiles y “se caerán” pronto “naturalmente” justo como ya se cayó la cola de los monos! ¿No tenemos momias bien conservadas desde hace aproximadamente cuatro mil años? ¿No tenemos estatuas de tamaño natural casi tan antiguas? ¿Llevan una cola los sujetos? ¿Son sus pequeños dedos del pie diferentes de los nuestros de hoy en día? ¿No está en la degeneración la tendencia general de toda la naturaleza? ¿No son necesarias la sabiduría del hombre y su ayuda para conservar lo más posible la perfección de las plantas y de las razas de animales? Y en lo que concierne al hombre, ¿no es necesaria la gracia de Dios para su elevación, no constituye ella una barrera contra este decaimiento profundo que se puede comprobar en “las tinieblas de África”? ¿Y no está de acuerdo esto con la Escritura? —Rom. 1:21, 24, 28.

Es oportuno que el pueblo del Señor guarde bien en la mente esta exhortación del apóstol Pablo a Timoteo: “Oh Timoteo, guarda lo que se te ha encomendado, evitando las profanas pláticas sobre cosas vanas, y los argumentos de la falsamente llamada ciencia” (1 Tim. 6:20.). Para comprender claramente cualquier verdad, debemos considerarla desde el punto de vista de la revelación divina. Hay que “ver la luz a Su luz”. Entonces, considerando toda cosa en la naturaleza bajo la dirección del Dios de la naturaleza, se ampliarán así el espíritu y el corazón, y estaremos llenos de admiración y de adoración a medida que descubramos, como en una vista panorámica, la gloria, la majestad y el imperio de nuestro Creador Todopoderoso.

“Y fue la tarde y la mañana.” El sexto día, en su plazo, 42.000 años después de que hubiera comenzado “la obra”, la tierra estaba dispuesta a recibir al hombre que debía sojuzgarla, aunque, en conjunto, ella todavía debiera mejorarse. Conociendo de antemano la desobediencia de su criatura (así como todo su plan en relación con la sentencia de muerte, la redención y la liberación definitiva del pecado y de la muerte para todos los que hayan sacado provecho de sus experiencias), Dios no esperó que la tierra estuviera lista completamente para crear al hombre, sino preparó simplemente un Paraíso, un jardín de Edén que él hizo perfecto en todo aspecto con vistas a la prueba corta de la primera pareja perfecta, dejando a los hombres, condenados al trabajo, el cuidado de “sojuzgar” la tierra y de aprender al mismo tiempo lecciones preciosas y de hacer experiencias útiles.


(La cuarta parte de este capítulo se publicará en la edición de julio-agosto 2011 de esta revista)


Asociación De los Estudiantes De la Biblia El Alba