DOCTRINA Y VIDA CRISTIANA

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Empezando con este número de la revista El Alba publicaremos por entregas el contenido del sexto tomo de la serie de ayudas bíblicas conocidas como los Estudios de las Escrituras escritas originalmente en inglés por el Pastor Charles T. Russell entre 1886 y 1904. Hasta ahora sólo el primer tomo de esta serie, El Plan Divino de las Edades, ha estado disponible en español. En años recientes se ha emprendido un esfuerzo concertado para traducir los demás tomos al castellano para el beneficio de los hispanoparlantes. Es nuestro deseo que los demás tomos de la serie también se publiquen a través de estas páginas a medida que se hagan disponibles. Esta obra se presenta con la esperanza de que traiga al lector las mismas bendiciones que hemos disfrutado al leer sus páginas.

Los Editores

La Nueva Creación:
“En el Principio”
Parte I

Diversos comienzos — La tierra estaba — Una semana de creación necesaria para su disposición — Duración de los días-épocas — Consideraciones del Profesor Dana respecto a las conjeturas inciertas emitidas por eruditos — La continuidad de las especies refuta la teoría (o hipótesis —trad.), de Evolución — Las palomas caseras del Sr. Darwin — Una hipótesis cosmogónica — Testimonios fieles de los Profesores Silliman y Dana — El primer día-época de la creación — El segundo — El tercer — El cuarto — El quinto — El sexto — El hombre, el señor de la tierra, creado a principios del séptimo día-época — “El lugar de encuentro de la geología y de la historia” según Sir J. W. Dawson, L.L.D. (Doctor of Laws), F.R.S. (Fellow of the Royal Society) — El séptimo día-época de la semana de la creación — Su duración — Su reposo — Su objeto y su resultado — Su fin será el tiempo del gran jubileo celeste y terrestre

Numerosos son los agentes de Jehová e innumerables los medios de que él dispone por los cuales él demuestra cada detalle de su creación; no obstante, tras todos ellos se encuentran su sabiduría y su poder personales creativos. El es el único Creador y, como lo afirma la Escritura: “Toda su obra es perfecta.” Puede que él deje que los ángeles caídos y los hombres depravados estropeen o utilicen con fines malos su obra perfecta. Sin embargo, él nos asegura que no se tolerará por siempre que el mal destruya y perjudique, y que finalmente, cuando lo haya restringido y luego lo haya destruido, discerniremos que lo permitió sólo para poner a prueba, para examinar, para afinar y para pulir a ciertos seres humanos, haciendo resplandecer delante de todas sus criaturas inteligentes su santidad limpia, su carácter misericordioso y su plan.

Cuando en el libro de Génesis, leemos: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra” conviene recordar que el principio del cual se trata no es aquel del Universo, sino más simplemente aquel de nuestro planeta. Fue en este momento que “alababan todas las estrellas del alba” y que todos los hijos angélicos de Dios “se regocijaban” — cuando el Señor fundó la tierra, que puso “nubes por vestidura suya, y por su faja oscuridad” (Job 38:4-11).1 La Biblia, sin embargo, habla de un principio anterior a ése, de un principio que precede la creación de los hijos angélicos de Dios así como está escrito: “En un principio era el Verbo [Logos] y el Logos estaba con el Dios y el Logos era un dios. Él estaba en el principio con el Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Juan 1:1-3).2 Jehová siendo el mismo desde toda la eternidad no tuvo comienzo, “El Unigénito” tiene en comparación con todas las demás criaturas, la alta distinción de ser “el principio de la creación de Dios”, “el primogénito de toda creación” (Apoc. 3:14; Col. 1:15). Otros principios vinieron más tarde a medida que fueron creados uno por uno los diversos órdenes angélicos. Todos estos principios pertenecían al pasado, de modo que los ejércitos angélicos pudieron en efecto exultar cuando las creaciones de nuestra tierra descritas en Génesis también tuvieron su comienzo.

(1) Así como para los volúmenes precedentes, nos servimos de la versión Reina-Valera edición de 1960 a menos que se indique lo contrario. —Trad.

(2) Véase Diaglott, bajo el texto griego; véase también Vol. V, cap. III (en inglés).

Examinando con cuidado las expresiones de Génesis, discernimos que una distinción se hace allí entre la creación de los cielos y de la tierra (versículo 1) y su organización posterior, y las creaciones que siguieron la vida vegetal y la vida animal. Son las operaciones subsecuentes que se describen como el trabajo que Dios hizo en el transcurso de seis épocas llamadas días. El versículo 2 nos enseña que al principio del comienzo del primer día de esta semana de creación, la tierra estaba, aunque sin forma (sin orden) y vacía, desolada, oscura. Se debe notar claramente este detalle importante. Si se lo capte, se discierne en seguida que él corrobore las conclusiones actuales de la geología, y por cuanto seremos obligados a discutir las deducciones de los geólogos acerca de ciertos puntos, es bueno que reconozcamos prontamente y dejemos de lado todo lo que no necesita discutirse para defender la Biblia. La Biblia no aporta ninguna precisión en cuanto al tiempo que transcurrió entre el principio donde Dios creó los cielos y la tierra y el principio de la semana de la creación en el transcurso de la cual la tierra se hizo habitable para el hombre. Los geólogos no están de acuerdo entre sí en la duración de este intervalo. Algunos extremistas van, en sus especulaciones extravagantes, hasta el punto de hablar de millones de años.

Ahora vengamos al período de creación — a la disposición, la preparación de nuestros cielos y de la tierra para hacer el Paraíso de Dios destinado a devenir la morada eterna del hombre. Observemos en primer lugar que no se declara en ninguna parte que estos “días” son días de veinticuatro horas. Por lo tanto, no somos obligados a limitarlos en su duración. Encontramos en la Biblia que la palabra día significa época o período. El hecho de que la mayoría de las veces esta palabra expresa una duración de veinticuatro horas, no prueba nada. ¿No se habla en la Biblia del “día de la tentación en el desierto?” Este día, sin embargo, duró cuarenta años (Salmos 95:8-10). Algunas veces, un “día” o un “tiempo” representa un período de un año (Núm. 14:33, 34; Ez. 4:1-8). El Apóstol afirma de su parte que “para con el Señor un día es como mil años” (2 Ped. 3:8). Muy ciertamente estos días-épocas no fueron días solares, porque según el relato, el sol fue visible sólo el cuarto día — sólo en la cuarta época.

Aunque no se indique la duración de estos días-épocas, creemos que nuestros lectores convendrán que estamos autorizados para suponer que fueron períodos uniformes, ya que son partes idénticas de la única semana de creación. Si, por lo tanto, podemos conseguir una prueba razonable en cuanto a la duración de uno de estos días, estaremos plenamente justificados a suponer que los demás fueron de la misma duración. Hemos adquirido una prueba satisfactoria de que uno de estos “días” de la creación fue un período de siete mil años y que, por consiguiente, la semana entera de la creación sería de 7.000 x 7 = 49.000 años. Este número, ínfimo en comparación con aquellos avanzados y supuestos por diversas teorías geológicas, es, creemos, ampliamente razonable para realizar lo que se demuestra como habiendo sido cumplido, es decir, para arreglar y llenar la tierra que ya existía, pero “sin forma (sin orden) y vacía (yerma).”

Hablando de los datos que utilizan los eruditos para formar sus conjeturas, y del método de cálculo que emplean, el Prof. Dana dice:

“Una gran incertidumbre se cierne siempre respecto a todos los cálculos efectuados para determinar la duración de una época a partir del espesor de las formaciones (o capas geológicas —Trad.). En efecto, hay que tener en cuenta el asiento progresivo [hundimiento regular] de los terrenos. Si se saca las conclusiones según las estimaciones del espesor de los aluviones [tierra depositada por las aguas], en el transcurso de un número dado de años — digamos en el transcurso de los últimos 2.000 años — esta fuente de duda afecta todo el cálculo desde su misma base y casi lo hace (si no completamente) sin valor… Cuando se basa la estimación en la cantidad de desperdicios [residuos finos] vertidos por un río, esta estimación es de valor más grande, pero en ese caso, hay allí una fuente de gran incertidumbre.”

Examinemos la cuestión desde el punto de vista de la Biblia: creemos que es la revelación divina. Estamos plenamente persuadidos de que toda divergencia entre su testimonio y las conjeturas de los geólogos son tantos errores de estos últimos cuyas filosofías todavía no han alcanzado una base o un desarrollo completamente científico.

No hay necesidad tampoco de suponer que el que escribió el libro de Génesis conocía a fondo los temas que relata: la duración de estos días y el resultado preciso [de cada una de las creaciones sucesivas —Trad.]: aceptamos el relato de Génesis como parte de la gran revelación divina — la Biblia, y encontramos que su exposición sublime en unas cuantas frases se encuentre sumamente corroborada por la mayoría de las investigaciones científicas exactas, mientras que al contrario los “libros religiosos” paganos contienen sólo declaraciones absurdas respecto a este tema.

Hay una suerte de grandeza en la sencillez de esta primera frase de la revelación: “En el principio creó Dios.” Ella responde a la primera pregunta de la razón: ¿De dónde vine y a quién debo mi origen? En verdad, es muy lamentable que algunas de las mentes más brillantes de nuestra época de luz hayan apartado la vista de esta idea de un Creador inteligente para admitir una fuerza ciega regida por una ley de evolución y de supervivencia de los más aptos. ¡Por desgracia! Esta teoría no sólo ha encontrado adhesión general en las instituciones más altas del saber, sino que gradualmente se la incorpora en los libros de texto de nuestras escuelas primarias.

A decir verdad, no son muy numerosos los que son bastante impudentes para negar absolutamente la existencia de un Creador. Sin embargo, aun los fervientes, bajo la influencia de esta teoría, zapan el edificio de su propia fe tanto como el de otros cuando afirman que la creación es simplemente el reino de la Ley natural. Sin remontarse demasiado lejos hacia atrás, ellos suponen que nuestro sol lanzó en el espacio cantidades enormes de gas que acabaron por solidificarse y formaron nuestra tierra, luego que, más tarde, se formó un protoplasma; una pequeña larva (un microbio) surgió, ellos no saben cómo. Deben conceder bien que un poder divino fue necesario para dar el primer impulso a este pequeño comienzo de vida, pero buscan activamente una ley natural para explicar esto también, para no necesitar más un Dios-Creador. Se afirma también que están a punto de descubrirlo. Estos “eruditos” sueñan de la naturaleza y hablan de ella como si fuera Dios: “sus” obras, “sus” leyes, “sus” beneficios,3 etc. ¡Un Dios ciego y sordo en realidad!

(3) Las obras, las leyes, los beneficios, etc. de la Naturaleza. —Trad.

Ellos pretenden que en virtud de las leyes de la Naturaleza, el protoplasma evolucionó en microbio o en larva o en gusano que se enroscó, se retorció y se reprodujo y, luego encontrando que una cola sería útil para él, desarrolló una. Más tarde, otro gusano nacido del primero y aún más inteligente que ése encontró que las aletas le vendrían a punto y las produjo. Más tarde aún, él, perseguido por uno de sus semejantes hambriento, y saltando fuera del agua para escapar de él, tuvo la idea que sus aletas más desarrolladas serían unas alas; le gustó el nuevo género y se mantuvo por lo tanto fuera del agua, luego decidió que las piernas y los dedos del pie le convendrían y los desarrolló. Otros miembros de la familia “gusano” siguieron otras “nociones” de las cuales parece que hubieran tenido en su disposición una provisión inagotable como demuestra la variedad prodigiosa de animales que nos rodea. Sin embargo, el momento vino en que uno de los descendientes del primer gusano habiendo alcanzado el grado de desarrollo del mono, concibió una idea genial. Él se dijo: Suprimiré mi cola, no me serviré más de mis manos a manera de pies, me desembarazaré de mis pelos, me formaré una nariz, una frente, un cerebro que tendrá el sentido moral y la capacidad de reflexionar. Llevaré un traje hecho por un sastre, un sombrero de copa en seda, me nombraré Prof. Darwin, L.L.D., y escribiré la historia de mi evolución.

Por supuesto el Sr. Darwin fue un hombre capaz ya que supo imponer su teoría en sus semejantes. Sin embargo, el hijo fiel de Dios que tiene confianza en un Creador personal y que no es tan pronto a poner a un lado la Biblia que Le revela, no tarda en discernir el sofisma de la teoría del Sr. Darwin. En efecto, no basta que el Sr. Darwin haya observado que entre sus palomas caseras le era posible provocar el nacimiento de jóvenes presentando ciertas particularidades: plumas en las patas, abubillas, en forma de coronas en la cabeza, gargantas prominentes, etc. Otros como él habían efectuado experimentos análogos en las aves de corral, en los perros, en los caballos etc. Los horticultores también habían hecho experimentos en las flores y los arbustos, etc. y habían conseguido resultados semejantes. Lo que el Sr. Darwin tenía de nuevo era la teoría según la cual todas las formas de vida evolucionaron a partir del mismo principio (o de un comienzo común —Trad.).

Ahora bien, los experimentos del Sr. Darwin con sus palomas caseras, al igual que los de otros ganaderos caprichosos, sólo han confirmado la declaración bíblica según la cual Dios hizo cada criatura según su género. Hay prodigiosas posibilidades de variedades en cada especie, pero no podemos mezclar especies ni formar nuevas especies. La hibridación es posible sólo entre especies vecinas y cada uno sabe que la nueva especie así formada no es apta de reproducirse. Además, el Sr. Darwin debe haber observado, como otros experimentadores lo han hecho, que sus palomas caseras “fenómenos” debían ser mantenidas rigurosamente apartadas de otras de su género bajo pena de verles perder rápidamente sus particularidades. Sin embargo, en la naturaleza, nosotros vemos diversas especies, cada una “según su género”, totalmente separadas unas de las otras y mantenidas separadas sin cierre alguno artificial, etc. — mantenidas separadas por la ley de su Creador. Como creyentes en un Creador personal, nosotros podemos estar seguros de que la especulación humana no ha visto la verdad en la proporción donde ella ha ignorado a nuestro Dios, su sabiduría y su poder expuestos en el libro de Génesis.

Tal vez nada haya hecho más para oscurecer y zapar la fe en un Dios Creador y en el relato de Génesis como una revelación, que la idea según la cual los días-épocas del primer libro de la Biblia hubieran sido días de veinticuatro horas. Diversas capas estratificadas de roca, y de limos prueban sin duda de ninguna clase, que períodos largos fueron necesarios para acabar en los cambios considerables que ellas revelan. También, cuando reconocemos que la Biblia enseña un día-época, todo se aclara: el testimonio de las rocas geológicas viene para confirmar exactamente la exposición de la Biblia, nuestra fe se encuentra ampliamente afirmada por eso; sentimos que esta fe no está ligada más a nuestras concepciones personales que a las de otros hombres, sino que ella radica en la Palabra del Creador abundantemente atestiguada por la naturaleza misma.


(La segunda parte de este capítulo se publicará en la edición de marzo-abril 2011 de esta revista)


Asociación De los Estudiantes De la Biblia El Alba