ORDEN Y DISCIPLINA EN LA NUEVA CREACIÓN

[…] LAS REPRIMENDAS PÚBLICAS SON RARAS — “ALENTÉIS A LOS DE POCO ÁNIMO” — SOSTENER A LOS DÉBILES — “TENER PACIENCIA CON TODOS” — “QUE NINGUNO PAGUE A OTRO MAL POR MAL” — “Y CONSIDERÉMONOS UNOS A OTROS PARA ESTIMULARNOS EL AMOR Y A LAS BUENAS OBRAS” — “NUESTRA CONGREGACIÓN” — CARÁCTER GENERAL DE LAS REUNIONES — LA DOCTRINA QUE AÚN ES NECESARIA — “CADA UNO ESTÉ PLENAMENTE CONVENCIDO EN SU PROPIA MENTE”.

Las reprimendas públicas son raras

En algunas circunstancias, podría ser necesario hacer públicamente esta advertencia ante la congregación, como el Apóstol sugiere a Timoteo: “A los que persisten en pecar, repréndelos delante de todos, para que los demás también teman.” (1 Timoteo 5:20). Tales reprimendas públicas implican necesariamente un pecado público de naturaleza grave. Para cualquier desviación leve de las reglas del orden, los ancianos, bajo la ley del amor y la Regla de Oro, de manera segura “considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras”, y al considerar esto ellos sabrían que una palabra en privado probablemente sería mucho más útil para el individuo que una reprimenda pública, que podría herir o lesionar una naturaleza sensible cuando tales acciones son completamente innecesarias, y cuando el amor habría dado lugar a un distinto proceder. Pero aun cuando un anciano debiera reprimir de manera pública un pecado grave, debería hacerlo, afectuosamente y con el deseo de que el reprobado pueda ser corregido y ayudado a regresar, y no con el deseo de hacerlo odioso y de separarlo. Ni tampoco está dentro de la competencia del Anciano reprimir hasta el extremo de prohibirle los privilegios en la congregación. Como ya lo hemos visto, reprimir de ese modo puede provenir únicamente de la Iglesia como un todo, y que después de una completa audiencia del caso, en la que el acusado tenga toda la oportunidad para defenderse o enmendar sus actitudes y ser olvidadas. La Iglesia, la Ecclesia, los consagrados de Dios, son como un todo sus representantes, y el Anciano es simplemente el representante de la Iglesia, la mejor concepción de la Iglesia de la elección del Señor. Por ello, la Iglesia, y no los ancianos, constituye la corte como último recurso en tales casos; de aquí que el proceder de un anciano está siempre sujeto a revisión o corrección por parte de la Iglesia, de acuerdo con el juicio unificado de la voluntad de Dios.

Al considerar esta fase del asunto, podríamos hacer una pausa por un momento para preguntarnos hasta qué punto la Iglesia, directa o indirectamente, o a través de sus ancianos, debe ejercer su deber de reprimir al indisciplinado, y excluirlo de la asamblea. No está dentro de las atribuciones de la Iglesia excluir permanentemente. El hermano que, habiendo ofendido a un hermano o a todo el cuerpo de la Iglesia, regresa y dice: “Yo me arrepiento de mi proceder erróneo, y prometo mis mejores esfuerzos para hacer el bien en el futuro” o el equivalente de esto, debe ser perdonado y olvidada su falta, completa y libremente, tan efusivamente como nosotros esperamos que el Señor olvide los pecados de todos nosotros. Nadie con excepción del Señor tiene el poder o la autoridad de separar permanentemente a algún individuo; solamente él tiene el poder de podar una rama de la Vid. Nosotros sabemos que hay un pecado de muerte por el cual es inútil orar (1 Juan 5:16), y debemos esperar que un pecado intencionado, como los que acarrean así el castigo de la Segunda Muerte, sean tan abiertos, tan flagrantes, en cuanto a que son fácilmente percibidos por los que están en hermandad con el Señor. No debemos juzgar a nadie por lo que hay en su corazón, porque no podemos leer su corazón; pero si comete pecado de muerte intencionado seguramente se pondrá de manifiesto exteriormente por medio de su boca, si éstas son transgresiones doctrinarias rehusando la sangre preciada del sacrificio, o por medio de inmoralidades si ellos se han puesto a seguir a la carne, “como la puerca lavada a revolcarse en el lodo”. Es con respecto de estos, referidos en Hebreos 6:4-8; 10:26-31, que el Apóstol nos advierte a no tener trato en absoluto con ellos, no comer con ellos, no recibirlos en nuestras casas, y no decirles que Dios los acompañe (2 Juan 9-11); porque aquellos que se asocien con ellos o les digan que Dios los acompañe se consideraría que están tomando sus lugares como enemigos de Dios, y participando de las malas acciones o de las malas doctrinas, como pueda ser el caso.

Pero con respecto a los demás, que “caminan indisciplinadamente”, la regulación es muy distinta. Tal hermano excluido, o hermana, no debería ser tratado como un enemigo, ni considerado como tal; pero como hermano equivocado, como el Apóstol dice además en esta misma epístola, “Si alguno no obedece a lo que decimos, por medio de esta carta, a ese señaladlo, y no os juntéis con él, para que se avergüence. Mas no tengáis por enemigo sino amonestadle como hermano.” (2 Tesalonicenses 3:14,15). Un caso como éste implicaría alguna oposición pública y abierta por parte del hermano a las reglas de orden establecidas por el Apóstol, como vocero del Señor; y tal oposición pública a los correctos principios debería ser reprimida por la congregación, si ellos deciden que el hermano está tan fuera de orden que necesita ser advertido, y si él no consiente la forma de las sanas palabras, que nos fueron enviadas por el Señor a través del Apóstol, él debería ser considerado en tan desacuerdo como para que no sea más adecuado que deba tener la fraternidad de los hermanos hasta que consienta estos razonables requerimientos. Él no debería ser ignorado en la calle por los hermanos, sino tratado cortésmente. La exclusión simplemente debería ser de los privilegios de la asamblea y de cualquiera de las asociaciones fraternales especiales, etc., características de los fieles. Esto también se insinúa en las palabras de nuestro Señor, “tenle por gentil y publicano”. Nuestro Señor no quiso decir que nosotros debamos injuriar a un hombre pagano o publicano, ni de ninguna manera tratarlo cruelmente; sino simplemente que no deberíamos fraternizar como hermanos, buscar su confidencia. La casa de fe debe ser fortalecida y mantenida unida con el amor mutuo y afinidad, y expresiones de los mismos de distintas maneras. Es de esta carencia de estos privilegios y bendiciones lo que causará que el hermano excluido sufra, hasta que sienta que debe reformar sus maneras y regresar a la unión de la familia. Hay una sugerencia en este sentido hacia lo afectuoso, por lo cordial, por lo verdaderamente fraternal, que debería prevalecer entre los que son miembros del cuerpo del Señor.

“Alentéis a los de poco ánimo”

Continuando con el análisis de las palabras del Apóstol en nuestro texto, notamos que la Iglesia debe consolar a los de poco ánimo. Así, notamos que la recepción del Espíritu Santo no transforma nuestros cuerpos mortales para que puedan superar sus debilidades. Hay algunos que tienen la mente débil, como también hay otros con el cuerpo débil, y cada uno necesita compasión en el sentido de su propia debilidad. Las mentes débiles no pueden ser curadas con milagros, ni tampoco deberíamos esperar que porque las mentes de algunos son débiles e incapaces de captar todas las longitudes, anchuras y alturas, y profundidades del Plan Divino, entonces ellos no son parte del cuerpo. Por el contrario, como el Señor no busca para su Iglesia a aquellos que son de desarrollo físico excelente, fuertes y robustos, así también él no está buscando a aquellos que son fuertes y robustos de mente, y capaces de razonar y analizar de manera profunda y completa, cada aspecto del Plan Divino. Habrá en el cuerpo algunos que serán calificados de esa manera, pero otros son de poco ánimo, y no igualan el estándar promedio del conocimiento. ¿Qué consuelo deberíamos darles? Respondemos que los ancianos, en sus presentaciones de la Verdad, y todos los de la Iglesia en su relación uno a otro, deberían consolarlos no necesariamente señalando su debilidad y aprobándola, sino más bien en sentido general, no esperando el mismo grado de competencia y discernimiento intelectual en los miembros de la familia de Dios. Nadie debería demandar que aquellos que tienen tales incapacidades no sean, por ello, parte del cuerpo.

La lección es casi la misma si aceptamos la lectura revisada, “alentéis a los de poco ánimo”. Algunos carecen de valor y combatividad, de manera natural, y con buena voluntad y corazones fieles, no pueden “ser fuertes en el Señor” ni “luchar la buena batalla de fe” en público, al mismo nivel que otros en el cuerpo. Sin embargo, el Señor debe ver sus voluntades, sus intenciones, de ser valientes y leales, y así deberían ser los hermanos, si ellos van alcanzar el rango de vencedores.

Todos deberían reconocer que el juicio del Señor a su pueblo es de acuerdo a sus corazones, y que si estos débiles o de poco ánimo han tenido una comprensión suficiente y de voluntad para captar los fundamentos del Plan Divino de redención por medio de Cristo Jesús, y su propia justificación a vista de Dios por medio de la fe en el Redentor, y si sobre estas bases están luchando por vivir una vida de consagración al Señor, deben ser tratados de todos modos de manera que les permita sentir que son miembros de manera completa y a conciencia del cuerpo de Cristo, y que el hecho que no puedan exponer o no puedan quizás discernir con claridad todos los aspectos del Plan Divino de manera intelectual, y defender los mismos tan valerosamente como los demás, no es para que se considere que ponen en duda su aceptación del Señor. Deberían ser animados a insistir en el sentido del sacrificio en el servicio divino, buscando tales cosas que puedan hacer sus manos, para la gloria del Señor y la bendición de su pueblo, confortados con el pensamiento de que a su debido tiempo todos aquellos que habitan en Cristo y cultivan los frutos de su Espíritu y siguen sus pasos de sacrificio tendrán cuerpos nuevos con capacidad plena, en los que todos los miembros serán capaces de conocer como ellos son conocidos, y que mientras tanto el Señor nos asegura que su fortaleza se muestra de manera más completa en nuestra debilidad.

Sostener a los débiles

Esto implica que hay algunos en la Iglesia que son más débiles que otros, no simplemente en el aspecto físico, sino en el aspecto espiritual, en el sentido de tener organismos humanos con tendencia desenfrenada de modo tal que como Criaturas Nuevas, encuentran gran dificultad en el crecimiento y desarrollo espiritual. Tales no deben ser rechazados del cuerpo, sino por el contrario, debemos comprender que si el Señor los tomó en cuenta como dignos de conocer su gracia, significa que él es capaz de convertirlos en conquistadores por medio de él mismo que nos ama y pagó con su preciosa sangre el rescate. Ellos deben ser apoyados con promesas que ofrecen las Escrituras, con el propósito de que cuando seamos débiles en nosotros mismos, podamos ser fuertes en el Señor y en la fuerza de su poder, proyectando todo nuestro cuidado sobre él, y, mediante la fe, conservar su gracia; que en la hora de debilidad y de tentación ellos encontrarán cumplida la promesa, “bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad”. Toda la congregación puede colaborar en esta acción de consolar y ayudar, aunque desde luego, los ancianos tienen una obligación especial y responsabilidad con ellos, porque son los representantes elegidos de la Iglesia, y en consecuencia del Señor. El Apóstol, al referirse a los distintos miembros del cuerpo, después de hablarles a los pastores y maestros, menciona las “ayudas” o dones (1 Corintios 12:28). Evidentemente, el placer del Señor sería que cada miembro de la Iglesia debiera buscar ocupar tal lugar de utilidad, no solamente ayudando a los ancianos elegidos como los representantes de la Iglesia, sino también ayudándose unos a otros, haciendo el bien a todos los hombres cuando tengamos la oportunidad, pero especialmente a la familia de la fe.

“Tener paciencia con todos”

Al obedecer esta exhortación para ejercer la paciencia con todos y en todas las circunstancias, las Criaturas Nuevas encontrarán que ellos no solamente están ejerciendo una actitud apropiada con cada uno de nosotros, sino que ellos están cultivando en ellos mismos una de las más grandes gracias del Espíritu Santo, la paciencia. La paciencia es una gracia del Espíritu que podrá ser ejercida en muchas oportunidades en todos los aspectos de la vida, con aquellos que no pertenecen a la Iglesia así como también con aquellos que sí pertenecen, y es bueno que recordemos que el mundo entero demanda nuestra paciencia. Discernimos esto solamente cuando se nos aclara la condición de la gimiente creación, que se nos revela a través de las Escrituras. En esto, vemos la paciencia de Dios con los pecadores y su maravilloso amor por su redención, y en las disposiciones que él ha dado, no solamente para bendición y elevación de su Iglesia fuera del fango arcilloso y del horrible abismo del pecado y muerte, sino disposiciones gloriosas también para la humanidad entera. También en esto, nosotros vemos que la gran dificultad con el mundo es que ellos están bajo los engaños de nuestro Adversario, “el dios de este mundo”, quien ahora los ciega y defrauda (2 Corintios 4:4).

¡Con seguridad, este conocimiento debería darnos paciencia! Y si tenemos paciencia con el mundo, mucho más deberíamos tener paciencia con aquellos que ya no son del mundo, pero los que por medio de la gracia de Dios figuran bajo las condiciones de su misericordia en Cristo Jesús, y han sido adoptados dentro de su familia, y están ahora buscando seguir sus pasos. ¡Qué paciencia afectuosa deberíamos tener con estos condiscípulos, miembros del cuerpo del Señor! Seguramente, podríamos tener nada más que paciencia con ellos, y nuestro Señor y Maestro desaprobaría y de algún modo reprendería la impaciencia con cualquiera de ellos. Además, tenemos gran necesidad de paciencia aun al tratar con nosotros mismos bajo la actual angustia, debilidad y batalla contra el mundo, la carne y el Adversario. Si aprendemos a apreciar estos hechos, esto nos ayudará a hacernos más pacientes con todos.

“Que ninguno pague a otro mal por mal”

Esto es más que un consejo individual: es un mandamiento dirigido a la Iglesia como un todo, y es aplicable a cada congregación del pueblo del Señor. Implica que si alguien de la casa de fe está dispuesto a tomar venganza, a desquitarse, a hacer el mal por el mal a los hermanos o a los que están afuera, entonces la Iglesia debe intervenir cuando se dé cuenta de tal rumbo. Es deber de la Iglesia ver esto. “Ver que ninguno pague mal por mal”, significa prestar atención a que un espíritu apropiado sea observado entre los hermanos. Si por ello, los ancianos deben aprender de tales ocasiones cuando sean cubiertos por este mandamiento, sería su deber advertir amablemente a los hermanos o las hermanas respecto del Mundo del Señor; y si ellos no escucharan, sería deber llevar el asunto ante la congregación, etc. Y para eso está la comisión de la Iglesia, para tomar conocimiento de tal rumbo impropio por parte de cualquier miembro. No solamente debemos de ese modo vernos unos a otros, y tener cuidado con los demás con bondadoso interés, fijarnos que no se den los pasos incorrectos, sino que por el contrario, debemos ver que todos sigan detrás de lo que es bueno. Deberíamos elogiar y regocijarnos por toda evidencia de progreso de un modo correcto, dando nuestro apoyo como individuos y como congregaciones del pueblo del Señor. Como el Apóstol sugiere, al hacer esto podemos regocijarnos eternamente, y con buena causa; porque ayudándonos así unos a otros, el cuerpo de Cristo crecerá en amor, más y más en semejanza con la Cabeza, y llegando a ser cada vez más aptos para la herencia en el Reino.

“Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras.”
—Hebreos 10:24—

¡Qué bello y afectuoso pensamiento se expresa aquí! Mientras otros consideran criticar o desalentar a sus prójimos, o egoístamente tomar ventaja de sus debilidades, la Nueva Creación debe hacer lo inverso, estudiar cuidadosamente los temperamentos de los demás con el fin de evitar decir o hacer cosas que serían innecesariamente lesivas, despertar la ira, etc., con el fin de incitar en ellos el amor y la buena conducta.

¿Y por qué? ¿No es acaso toda la actitud del mundo, la carne y el demonio lo que provoca la envidia, el egoísmo, los celos y llena de incentivo maligno hacia el pecado, de pensamiento, de palabra y de hecho? ¿Por qué entonces no deberían las Criaturas Nuevas del cuerpo de Cristo no solamente abstenerse de tales provocaciones hacia ellos y los demás, sino también dedicarse a provocar o incentivar en la dirección contraria, hacia el amor y las buenas acciones? Seguramente esto, como cada advertencia y exhortación de la Palabra de Dios, es razonable como también provechoso.

“Nuestra congregación”

“No dejando de reunirnos como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca.” (Hebreos 10:25).

La misericordia del Señor, por medio del Apóstol, respecto de la congregación de su pueblo, está en completo acuerdo con sus propias palabras, “porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí yo estoy en medio de ellos.” (Mateo 18:20). El objeto de estas reuniones está claramente indicado; ellos están para mejorarse mutuamente en las cosas espirituales (oportunidades para incitar más y más el amor por el Señor y por los demás) y para incrementar las buenas acciones de todo tipo que glorificarían a nuestro Padre, que bendecirían a la hermandad, y que harían el bien a todos los hombres a medida que tengamos la oportunidad. Si aquel que dice, “yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano, a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? (1 Juan 4:20), de manera similar nosotros creemos que están equivocados aquellos que dicen: yo anhelo estar con el Señor y disfrutar su bendición y hermandad, si ellos descuidan las oportunidades de reunirse con los hermanos y no disfrutan de su compañía y hermandad.

Está en la naturaleza de las cosas que cada ser humano debe buscar alguna compañía, y la experiencia certifica la veracidad del proverbio, “Las aves del mismo plumaje se juntan”. Si por ello, no se aprecia, ni se anhela, ni se busca la hermandad de los que tienen mentalidad espiritual, si no mejoramos las oportunidades para disfrutarla, podemos estar seguros que éstas son indicaciones poco saludables con respecto a nuestra condición espiritual. El hombre natural ama y disfruta la hermandad natural y la compañía, y hace planes y se organiza con sus asociados respecto de los asuntos de negocios y de placeres, aun cuando sus esperanzas y planes terrenales comunes sean ciertamente muy limitados en comparación con las grandiosas y preciadas esperanzas de la Nueva Creación. Como nuestras mentes se transforman mediante la renovación del Espíritu Santo, nuestro apetito por la hermandad no se destruye, sino que simplemente se torna hacia nuevos canales, en los que encontramos un terreno maravilloso para la hermandad, la investigación, la discusión y el disfrute: la historia del pecado y la gimiente creación, pasada y presente; el registro de Dios de la redención y la venidera liberación de la gimiente creación; nuestro gran llamado a la herencia conjunta con el Señor; las evidencias de que nuestra liberación se está aproximando, etc. ¡Qué terreno tan abundante para el pensamiento, para el estudio, para la hermandad y la comunión!

No es extraño que digamos que quien no aprecie el privilegio de reunirse con los demás para la discusión de estos temas está espiritualmente enfermo, en algunos aspectos, ya sea si es capaz de diagnosticar su propia enfermedad o no. Puede ser que esté afectado con algún tipo de orgullo espiritual y autosuficiencia, que lo conduzca a decirse a sí mismo, yo no necesito ir a la escuela pública de Cristo, para aprender con sus otros seguidores; yo tomaré lecciones privadas del Señor en casa, y él me enseñará por separado lecciones más profundas y más espirituales. Muchos parecen estar afligidos con este egoísmo espiritual, imaginarse que ellos mismos son mejores que los demás hermanos del Señor y que él se apartaría de su usual costumbre y de los métodos señalados en su Palabra, para servirlos de una manera peculiar, solamente porque ellos piensan más de ellos mismos que lo que deberían pensar, y porque ellos lo requieren. Tales hermanos deberían recordar que ellos no tienen ni una sola promesa del Señor de ser bendecidos mientras ellos estén en esta actitud de corazón y conducta. Por el contrario, “el Señor se resistió al orgullo y mostró sus favores al humilde”. El Señor bendice a aquellos que escuchan y obedecen sus instrucciones, diciendo: “Si me amáis, guardad mis mandamientos”. Para aquellos que están en una actitud correcta de corazón es bastante suficiente que el Señor haya ordenado que nos reunamos en su nombre, y que él haya prometido bendiciones especiales aun para tantos como dos o tres que le obedezcan, y que la Iglesia es de manera representativa su cuerpo, y que debe prosperar por “lo que cada unión suministra”, y edificarse a sí misma y “desarrollarse los unos a los otros”, como miembros en todas las gracias y frutos del Espíritu. A veces la dificultad no es puramente un egoísmo espiritual sino el hecho de descuidar la Palabra de Dios y una inclinación a la comprensión humana que supone que la promesa: “todos ellos recibirán las enseñanzas de Dios” implica una enseñanza individual, que separa al uno del otro. Las costumbres de los apóstoles, sus enseñanzas y la experiencia del pueblo del Señor son todos contrarios a tal pensamiento.

Por otro lado, no debemos simplemente desear cantidades, alarde y popularidad, sino que debemos recordar que la bendición prometida del Señor es para “dos o tres de ustedes”; y nuevamente, mediante el Apóstol, la exhortación es para “la congregación de nosotros mismos”. Lo que el Señor y el Apóstol inculcan aquí no es un espíritu sectario cuando ellos insinúan que las congregaciones no deben ser reuniones mundanas, en las que el pueblo del Señor deba mezclarse, sino reuniones cristianas donde aquellos que conocen la gracia de Dios y que han aceptado la misma por medio de una completa consagración hacia él y su servicio. No se debe pedir a los mundanos que vengan a estas reuniones. Ellos no son de ustedes, así como “Vosotros no sois del mundo”, y si ellos fueran atraídos ya sea por la música u otros aspectos, se perdería el espíritu del mandamiento, porque donde abunda lo mundano, y un deseo de complacer y atraer lo mundano, el adecuado propósito de la reunión sería perdido de vista muy rápidamente. Ese adecuado propósito se explica como: “por lo cual animaos unos a otros, y edificaos unos a otros, así como lo hacéis”. “Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras.” (1 Tesalonicenses 5:11, Hebreos 10:24).

Dejemos que los de disposición maligna y amoral se junten, si ellos lo desean; que los engendrados del Espíritu se congreguen y procedan en el sentido establecido en la Palabra del Señor para su propia edificación. Pero si ellos descuidan esto, no permitamos que las consecuencias desfavorables sean atribuidas a la Cabeza de la Iglesia ni a los fieles apóstoles, quienes enfatizaron claramente el apropiado rumbo y lo ejemplificaron en su propia conducta.

Esto no significa que los extraños sean prohibidos de ingresar a las reuniones de la Iglesia, si ellos están lo suficientemente interesados como para desear venir y “contemplar vuestro orden”, y ser bendecidos con vuestra santa conversación, vuestras exhortaciones a hacer el bien y practicar amor, y vuestra exposición de la divina Palabra de la promesa, etc. El Apóstol da a entender esto de manera muy clara en 1 Corintios 14:24. Lo que observamos es que “nuestra congregación” no es una congregación de no creyentes, donde se hacen constantemente los esfuerzos para quebrar los corazones de los pecadores. El pecador debería tener la libertad de asistir, pero se debería dejar que por sí solo vea el orden y el amor que prevalece entre los consagrados del Señor, aunque de ese modo comprenda solamente en parte, que puede ser reprobado de sus pecados al percibir el espíritu de santidad y pureza en la Iglesia, y pueda ser convencido respecto de sus errores de doctrina contemplando el orden y simetría de la verdad que prevalece entre el pueblo del Señor. Comparar 1 Corintios 14:23-26.

Carácter general de las reuniones

Esto nos lleva a una consideración del pueblo del Señor. Primeramente, observamos que sobre este asunto, como con otros, el pueblo del Señor es dejado sin leyes y regulaciones férreas, dejado en libertad para adaptarse a las condiciones cambiantes del tiempo y del país, dejados en libertad en el ejercicio del espíritu de una mente sana, dejados en libertad para buscar la sabiduría que llegó del cielo, y para manifestar el grado de su realización de la semejanza de carácter con el Señor bajo la disciplina de la Ley del Amor. Esa Ley del Amor sin duda pedirá modestia con respecto a todas las innovaciones en las costumbres de la Iglesia primitiva; sin duda titubeará para hacer cambios radicales con excepción de aquellos en los que se perciba su necesidad, y aun así buscará mantenerse dentro del espíritu de cada advertencia e instrucción, y práctica de la Iglesia primitiva.

En la Iglesia primitiva tenemos el ejemplo de los apóstoles como maestros especiales. Tenemos el ejemplo de los ancianos, haciendo el trabajo pastoral, el trabajo de llevar las buenas nuevas, profecías o hablando en público; y de una ilustración, dada con particularidad en 1 Corintios 14, podemos juzgar que cada miembro de la Iglesia era alentado por los apóstoles a despertar cualquier talento y don que éste podría tener, para glorificar al Señor y servir a los hermanos, para que ejercitase así y se fortalezca en el Señor y en la verdad, ayudando a otros y siendo ayudado a su vez por otros. Esta explicación de una reunión normal de la Iglesia en los tiempos del Apóstol no podría ser imitada de manera completa y en detalle hoy en día, a causa de los peculiares “dones del Espíritu” temporalmente conferidos a la antigua Iglesia para el convencimiento de los que estaban fuera de ella, así como también para el aliento personal en un tiempo en el que, sin estos dones, hubiera sido imposible para cualquiera del grupo ser edificado o beneficiado. No obstante, podemos sacar ciertas lecciones valiosas y útiles de esta costumbre antigua, aprobada por el Apóstol, que pueden ser adjudicadas así mismas por las pequeñas compañías del pueblo del Señor en cualquier lugar de acuerdo a las circunstancias.

La lección principal es la de utilidad mutua, “edificándose los unos a los otros en la santísima fe”. No era la costumbre para uno o aun muchos de los ancianos predicar regularmente, ni hacer o intentar hacer toda la edificación. Cada miembro tenía la costumbre de hacer su parte, siendo las partes de los ancianos más importantes de acuerdo a sus habilidades y dones; y podemos ver que esto sería una disposición muy útil y que llevaría una bendición no solamente a aquellos que la escuchen sino también a todos los que participen. Y quienes no saben que aun el orador más pobre o la persona más ignorante puede, si su corazón está lleno de amor por el Señor y devoción hacia él, comunicar pensamientos que serán preciados por todos los que los puedan escuchar. La clase de reuniones aquí descritas por el Apóstol evidentemente era una muestra de la mayoría de reuniones celebradas por la Iglesia. La explicación muestra que era una reunión mixta, en la que, adaptando la explicación a los tiempos actuales, uno podría exhortar, otro podría exponer, otro podría ofrecer una oración, otro proponer un himno, otro leer un poema que le parece que encaja con sus sentimientos y experiencias, en armonía con el tema de la reunión; otro podría citar algunas escrituras que tienen que ver con el tema en discusión, y así el Señor podría usar cada uno y todos los miembros de la Iglesia en edificación mutua.

Nuestro pensamiento no es que la prédica nunca estuvo presente en la antigua Iglesia. Por el contrario, encontramos que adonde iban los apóstoles eran considerados expositores especialmente capacitados de la Palabra de Dios, quienes estarían presentes por poco tiempo y durante el periodo de su presencia, es probable que ellos hicieran casi todos los discursos en público aunque no dudamos también que se celebraban otras reuniones sociales abiertas a todos. Esta misma práctica con respecto a la prédica apostólica sin duda era seguida por otros que no eran apóstoles; como por ejemplo, Bernabé, Timoteo, Apolos, Tito, etc., y las mismas libertades eran disfrutadas también por algunos que las usaron mal y ejercieron bastante influencia a favor del mal: Himeneo y Fileto y otros.

Donde el Señor no haya establecido ninguna ley positiva sería inapropiado para nosotros o para otros fijar una ley. Sin embargo, ofrecemos algunas sugerencias, a saber, que hay ciertas necesidades espirituales de la Iglesia que requieren ser dedicadas a:

(1) La instrucción, es necesaria en las materias más puramente proféticas y también en las doctrinas morales y con respecto al desarrollo de las gracias cristianas.

(2) A causa de los métodos más o menos diferentes en el uso del lenguaje, y a causa de la mayor o menor agudeza mental y los variados grados de percepción espiritual, como la que hay entre aquellos que son bebés en Cristo y aquellos que son más maduros en conocimiento y en gracia, es aconsejable que se den las oportunidades en las que cada uno sea alentado a expresar su comprensión de las cosas que ha aprendido, ya sea leyendo o escuchando, con el propósito de que si su compresión de estas cosas fuera defectuosa, pueda ser corregida mediante declaraciones de otros sobre la materia.

(3) Deberían haber reuniones regulares frecuentes en las que razonablemente se den todas las oportunidades para que cualquiera presente lo que podría creer que es una visión de la verdad, distinta quizás de lo que generalmente se mantiene y es aprobado por la Ecclesia.

(4) No deberían haber solamente servicios de devoción relacionados con todas las reuniones del pueblo del Señor, pero la experiencia muestra lo provechoso que son cada uno de estos, al escuchar a sus hermanos, confesando con sus propios labios, en testimonio o en oración, su devoción al Señor.

La doctrina que aún es necesaria

Con respecto a la primera proposición: vivimos en una época en la que las doctrinas en general están siendo despreciadas, y en la que una buena mayoría reclama que la doctrina y la fe no tienen valor en comparación con la moral y las acciones. No podemos estar de acuerdo con esto porque está completamente en desacuerdo con la Palabra divina, en la que la fe es colocada en primer lugar y las acciones en segundo lugar. Nuestra fe es lo que el Señor acepta, y según nuestra fe él nos premiará, aunque él esperaría que una buena fe suscite tantas buenas acciones como lo permitan las debilidades del individuo. Esta es la regla de fe establecida en las Escrituras. “Pero sin fe es imposible agradar a Dios.” “Y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe.” (Hebreos 11:6, 1 Juan 5:4). Por ello, ningún hombre puede de manera alguna ser un vencedor, a menos que ejerza la fe en Dios y en sus promesas; y para ejercer la fe en las promesas de Dios debe comprenderlas; y esta oportunidad y habilidad para fortalecerse en fe estará en proporción a su comprensión del Plan Divino de todas las edades, y las grandiosas y preciadas promesas relacionadas con ello. De aquí que la doctrina, la instrucción, es importante, no simplemente para el conocimiento que el pueblo de Dios debe tener y disfrutar por encima del conocimiento del mundo en cosas que corresponden a Dios, sino especialmente a causa de la influencia que este conocimiento ejercerá sobre todas las esperanzas, objetivos y conductas. “Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo.” (1 Juan 3:3) es una expresión de las Escrituras que coincide completamente con las declaraciones anteriores. Quien se esfuerce por purificarse para limpiar su conducta, debe, para tener éxito, empezar como empiezan las Escrituras, con el corazón, y debe progresar usando las promesas inspiradas para una limpieza. Y esto significa un conocimiento de las doctrinas de Cristo.

Sin embargo, es apropiado que distingamos claramente y diferenciemos entre las doctrinas de Cristo y las doctrinas de los hombres. Las doctrinas de Cristo son aquellas que fueron establecidas por él mismo y por los apóstoles inspirados en el Nuevo Testamento. Las doctrinas de los hombres están representadas en los credos de los hombres, muchas de las cuales están groseramente y seriamente en discrepancia con las doctrinas del Señor y todas ellas en desacuerdo entre sí mismas. Más aun, no es suficiente que adoctrinemos una sola vez; porque como da a entender el Apóstol, recibimos los tesoros de la gracia de Dios en pobres recipientes materiales que están muy agujereados, y de ahí que si cesamos de recibirlos dejaremos de tenerlos, por cuya causa es necesario que los tengamos “línea sobre línea, precepto sobre precepto”, y que continuamente renovemos y revisemos nuestro estudio del Plan Divino de las edades, usando la ayuda y asistencia divina que la providencia suministra, buscando en lo posible obedecer el mandamiento del Apóstol de “no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra”, y así “hacedores de la palabra.” (Santiago 1:22-25).

Nuestra segunda proposición es aquella que no puede ser inmediatamente tan apreciada de manera completa como la primera. Hay la tendencia de muchos a pensar que aquellos que pueden expresar la verdad de manera más clara, más fluidamente, de manera más precisa, deberían ser los únicos que la expresen y que los demás deberían callarse, escuchar y aprender. Este pensamiento es correcto en muchos aspectos. No sugerimos que cualquiera sea puesto a enseñar o sea buscado como maestro, o sus palabras recibidas como instrucción, siendo incapaz de dar instrucción y no percibiendo claramente el Plan Divino. Pero hay una gran diferencia entre poner a aquel a enseñar, como en el caso de los ancianos, y tener una reunión en la que todos los miembros de la Nueva Creación tengan una oportunidad de expresarse brevemente o de hacer preguntas, entendiendo que sus preguntas, dudas o expresiones no sean consideradas por la Iglesia como los sentimientos de la compañía. En tales reuniones, las ideas equivocadas posiblemente pueden ser presentadas en la forma de preguntas, no con la intención de enseñar estas opiniones ni con el propósito de imponerlas, sino con la visión de hacer una crítica sobre éstas. Pero tengan cuidado de no violar la conciencia mediante cualquier intento de defender el error. Tal procedimiento debe ser aprobado solamente en presencia de alguien que esté avanzado en la Verdad y que sea capaz de dar una razón bíblica para su fe, y para mostrar de manera más perfecta el camino del Señor. ¿Se preguntan, qué ventaja se puede sacar de tal acción? Contestamos que frecuentemente hemos visto demostraciones de estas ventajas. A menudo es difícil exponer alguna materia en la forma más simple y más directa, y es igualmente imposible para todas las mentes, aunque sean honestas, captar una idea con el mismo grado de claridad que la misma ilustración. De ahí el valor de las preguntas y de una variedad de presentaciones de la misma verdad, como se ilustra en las parábolas de nuestro Señor que presentan ideas desde varios puntos de vista, ofreciendo una visión más completa y armoniosa de la totalidad. Así también, hemos notado que las explicaciones disparatadas y algo torpes de alguna verdad pueden en ciertos momentos tener el efecto de ingresar en algunas mentes en las que haya fallado una declaración más sólida y más lógica (en algunos aspectos, la poca madurez del orador trae consigo un pobre razonamiento y juicio del oyente). Debemos regocijarnos si el Evangelio es predicado y encuentra acogida en los hambrientos corazones, sea cual sea el canal, como lo explica el Apóstol: “algunos a la verdad; predican a Cristo por envidia y contienda”. Nosotros solamente podemos regocijarnos si algunos son llevados hacia un conocimiento apropiado del Señor, aunque podamos lamentar grandemente los motivos impropios de la presentación, o como en el otro caso, la imperfección de la presentación. Es al Señor, a la Verdad y a los hermanos a quienes nosotros amamos y deseamos servir, y por ello debemos regocijarnos de cualquier cosa que conduzca a los resultados deseados y deberíamos hacer nuestros propios planes de modo que no interfieran con esto, que reconocemos como un hecho. Esto no significa que el incompetente y el falto de lógica deba ser colocado para enseñar en la Iglesia, ni que debamos imaginar que las presentaciones ilógicas serían las más exitosas en general. Muy por el contrario. Sin embargo, no debemos ignorar completamente que lo que vemos es a veces un canal de bendición para algunas mentes y que tiene el respaldo de la enseñanza de la Iglesia primitiva.

En apoyo de nuestra tercera proposición: No importa cuán seguros estemos de que tenemos la verdad, ciertamente sería poco prudente para nosotros que cerremos y aseguremos la puerta de la interrogación y de las expresiones contrarias como para excluir completamente todo lo que pueda ser considerado como un error por el líder de la reunión o por toda la congregación. Una sola limitación debería prevalecer como una exclusión total, a saber, que las reuniones de las Criaturas Nuevas no sean para considerar las materias seculares, las ciencias mundanas y las filosofías, sino exclusivamente para el estudio de la revelación divina, y en el estudio de la revelación divina la congregación debería en primer y en último lugar siempre reconocer la diferencia entre los principios fundamentales de las doctrinas de Cristo (que ningún miembro puede cambiar o alterar, ni consentir que hayan sido cuestionadas) y la discusión de las doctrinas avanzadas, que deben estar en completo acuerdo con los principios fundamentales. En todo momento debería haber la oportunidad completa y libre de escuchar estas doctrinas, y debería haber reuniones en las que éstas puedan ser escuchadas. Sin embargo, esto no significa que éstas deban ser escuchadas una y otra vez, y que a algún individuo se le deba permitir confundir y distraer cada reunión y cada tema con algún asunto en particular. Dejemos que su tema tenga una buena audiencia y una buena discusión en el momento apropiado, con la presencia de alguien que sea bien versado en la Verdad, y si está prohibida por la congregación como no bíblica, y el promotor de esa idea no estuviera convencido de eso, por lo menos abstengámosle de importunar el tema mediante notificación de la Iglesia por un largo tiempo, quizás un año, cuando pueda sin falta de propiedad solicitar otra audiencia, que podría o no serle otorgada al tiempo que la congregación debería pensar el asunto como digno o no de audiencia y de investigación.

Lo que nosotros exhortamos es que, a menos que haya algún tipo de apertura, se pueden encontrar dos peligros: Primero, el peligro de caer en la condición que vemos que prevalece ahora en las iglesias nominales de la Cristiandad, en la cual es imposible encontrar acceso a ser escuchado en sus reuniones eclesiásticas regulares, siendo cuidadosamente vigilada cada vía de aproximación. El otro peligro es que, teniendo el individuo una teoría que apela a su juicio como verdad, sin importar cuán falsa e irracional pueda ser, nunca se sentiría satisfecho a menos que tenga una audiencia, sino estaría continuamente trayendo el tema a colación, mientras que después de haber sido escuchado de manera razonable, aun si no está convencido del error de su argumento, sería neutralizado respecto de lo impropio del tema a aquellos que ya han escuchado y rechazado su razonamiento falaz.

Nuestra cuarta proposición: El crecimiento en conocimiento es muy propenso a quitarle valor a la devoción, tan extraño como pueda parecer. Encontramos que nuestras capacidades son tan pequeñas y nuestro tiempo para los asuntos espirituales tan limitado, que si la atención estuviera dirigida en un canal habría la tendencia a eclipsar en otras direcciones. El cristiano no debe ser todo cabeza y nada de corazón, ni todo corazón y nada de cabeza. El “espíritu de una mente sana” nos dirige a cultivar todas las gracias y frutos que van a llenar y completar un carácter perfecto. La tendencia en nuestros días, en todas las materias, va en la dirección opuesta: la especialización. Un trabajador hace esta parte, otro trabajador esa parte; de modo que muy pocos trabajadores ahora comprenden un oficio de manera completa como en las épocas pasadas. La Criatura Nueva debe resistir esta tendencia, y en consecuencia, debe “tender caminos rectos para sus pies”; no vaya a ser que mientras cultiva un elemento de gracia caiga en peligro mediante la pérdida del ejercicio adecuado de otra facultad o privilegio dado por Dios.

Las cualidades de devoción se encuentran en toda la humanidad en mayor o menor grado de desarrollo. Estas cualidades mentales son llamadas veneración y espiritualidad, y éstas llaman en su ayuda a los órganos de la conciencia, la esperanza, la armonía, etc. Si éstos fueran desatendidos, el resultado sería que el interés y el amor por la Verdad se degeneraría, así que en lugar de que nuestros corazones sean conducidos al Señor con mayor apreciación de su amor y con mayor deseo de complacerle, honrarle y servirle, encontraríamos que los órganos inferiores se unen más a la controversia, ocupando los lugares de aquellos superiores, y las investigaciones se tornarían más hacia la luz de las filosofías mentales, en las que ingresarían la combatividad y la destructividad, la ambición, los conflictos y la vanagloria. Por ello, la Nueva Creación necesita no sólo unir los servicios de devoción, la oración y las alabanzas, como parte de cada reunión, sino que creemos que necesita además una reunión especial del tipo de devoción una vez a la semana, conjuntamente con lo que deberían ser las oportunidades para dar testimonio respecto de las experiencias cristianas, no bajo la usual costumbre de regresar de uno a veinte años atrás, o más, para contar sobre una primera conversión, etc., sino un testimonio actualizado que se refiera específicamente a la condición del corazón en ese momento e interviniendo durante la semana, desde la última reunión. Tales testimonios actualizados demuestran ser útiles para aquellos que los escuchan, alentándolos a veces mediante la repetición de experiencias favorables, y a veces consolándolos mediante la narración de penurias, dificultades, perplejidades, etc., porque así ellos disciernen que no están solos al tener experiencias duras y a veces fracasos.

De ese modo todos pueden aprender de manera más completa el significado de las palabras del Apóstol, “Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido como si alguna cosa extraña os aconteciese” (1 Pedro 4:12). Ellos encuentran que todos los que son del pueblo del Señor pasan por penurias y dificultades, y cada uno aprende de ese modo a simpatizar con el otro, y a medida que el vínculo de simpatía crece, el espíritu de utilidad también, y el espíritu del amor: el Espíritu Santo. Tales reuniones de media semana podrían ventajosamente tener un tema ya sugerido en la reunión del domingo anterior, y al estar este tema ante las mentes de los miembros de la clase, debería inspirar a cada uno a que observe las experiencias de la vida que van pasando y a tomar nota sobre éstas, especialmente en el sentido del particular tema de la semana. Indudablemente, todo cristiano tiene cada semana una abundancia de oportunidades para tomar nota de las lecciones y experiencias de vida sobre varios temas, pero la mayoría que no piensa, que no toma nota, permite que estas valiosas lecciones pasen desapercibidas, y aprenden principalmente de las mayores y más agrias experiencias de vida, de las cuales ellos podrían haber aprendido mejor prestando atención al trato diario del Señor a través de sus providencias.

Como ilustración: Supongan que el tema de la semana ha sido: “La paz de Dios”, del texto: “Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.” (Filipenses 4:7). Cada uno de la hermandad debería haber notado durante la semana hasta qué punto esta escritura se cumple en su propio caso, y qué cosas parecieron interrumpir y evitar esta paz reinante, llevándolo al desasosiego y al descontento. Estas experiencias y las lecciones que se sacan de ellas, contadas por aquellos que son más expertos en el grupo, y por aquellos menos expertos (hombres y mujeres) no solamente llamarían la atención de cada uno de los demás a sus propias experiencias durante la primera parte de la semana, sino que en la segunda parte añadirían a sus propias experiencias las lecciones y experiencias de otros, ampliando así sus simpatías y conduciéndolos cada vez más a discernir las cosas bellas de la paz en contraste con los conflictos (la bendición de la paz de Dios en el corazón), y cómo es posible tener esta paz aun cuando esté rodeada de agitación y confusión o en condiciones de angustia sobre las cuales nosotros no tenemos control. El aspecto de devoción de estas reuniones añadirá en provecho de ellos. El que se dé cuenta más profundamente de sus propios defectos, y que está, de todo corazón, esforzándose más en crecer en las gracias del Espíritu, será el más ferviente en sus devociones al Señor y en sus deseos de complacerlo y de ser partícipe más y más de su Espíritu Santo.*

* Hay reuniones para fortalecer el carácter que se describe aquí que se celebran en varias localidades, que son convenientes para los pequeños grupos que las constituyen.

En estas reuniones, como en todas las demás, resulta evidente que el bien más grande puede ser llevado a cabo preservando el orden, no al extremo de destruir la vida y la libertad de la reunión, sino al punto apropiado de preservar mejor su libertad, sin anarquía ni desorden; bajo una sabia, cariñosa y moderada restricción. Por ejemplo: El carácter de la reunión debería ser organizado con anterioridad, y debería ser obligación del líder mantenerlo, con un razonable y afectuoso relajamiento, dentro del propósito ya especificado y acordado. Debería comprenderse que éstas no son reuniones sobre temas generales, ni reuniones para la discusión, ni para la prédica; ya que se dispone de otras reuniones, y que aquellos que deseen asistir a éstas son bienvenidos; y además que estas reuniones tienen un alcance limitado. Para mantener así la reunión en la misma línea y para evitar discusiones privadas o réplicas de un individuo a otro, el anciano o coordinador (que es el elegido para representar al total) debería ser el único que pueda replicar o aconsejar a otros, y desde luego solamente cuando sea necesario. Es su ineludible obligación moral velar por que algunos de los testimonios no sean tan largos como para caer aburridos y dificultar que otros tengan oportunidad de participar, y que la reunión no se prolongue más allá de su tiempo razonable, acordado con anterioridad. Todas estas cosas que recaen sobre el coordinador, implican que éste debería ser un Anciano de la Iglesia. Un novato con insuficiente experiencia sería propenso, aun con la mejor de sus intenciones, a ser muy poco estricto o muy rígido al aplicar los principios para tal ocasión, además podría estropear las reuniones con demasiada indulgencia u ofender a algún hermano o hermana dignos mediante una corrección imprudentemente expresada y una aplicación de las apropiadas reglas. Más aun, el coordinador de tal reunión debería ser un Anciano, o alguien competente que sostenga la posición de un Anciano en la Iglesia, de modo que pueda tener un conocimiento suficiente de la Palabra y una suficiente experiencia en gracia y habilidad en la enseñanza para ser capaz de dar una palabra de aliento o de orientación o un consejo útil en respuesta a los distintos testimonios a medida que se presenten. “Y la palabra, a su tiempo, ¡cuán buena es!”, cuánto más útil, a menudo, todo un discurso bajo otras condiciones (Proverbios 15:23).

Aunque en lo anterior hemos señalado varios intereses que deberían ser previstos para las reuniones, nosotros hemos descrito de manera particular sólo el último, que a propósito consideramos que es el más importante de todos: la reunión más útil en el crecimiento espiritual. Demos ahora una mirada a lo que podrían ser buenos planes respecto de otras reuniones. Éstas diferirían de acuerdo a las circunstancias, condiciones y grupos que constituyen la reunión, la Ecclesia, el cuerpo. Si el grupo fuera de cincuenta más o menos, y si algunos del grupo fueran particularmente talentosos en la oratoria y en la exposición clara de la Verdad, aconsejamos que un servicio de prédica a la semana podría ser generalmente ventajoso, especialmente como una reunión a la que se puede invitar a amigos, vecinos u otros. Pero si en la providencia del Señor nadie de la compañía está especialmente calificado para la presentación de un discurso relacionado, lógico y razonable sobre algún tema bíblico, creemos que sería mejor que esta forma de reunión no se realice, o que el tiempo sea dividido entre varios que posean alguna habilidad para tratar un asunto bíblico en conexión con el público, siendo el tema el mismo y que los hermanos se turnen en la conducción. O que los ancianos podrían alternarse, uno este domingo, el otro el próximo, etc.; o dos este domingo, dos el siguiente, etc. Pareciera que los mejores intereses de toda la Iglesia se conservan mediante la presentación y otorgamiento de oportunidades a todos los hermanos en proporción con su habilidad, siempre valorando que la humildad y la claridad en la Verdad sean absolutamente los puntos fundamentales, no los gestos ni la oratoria.

Pero la reunión más importante, a nuestro juicio, la más útil, después de la reunión de devoción que se describió primero, es aquella en la que toda la compañía de creyentes participa a veces bajo un presidente o coordinador, y a veces otro. Para estas reuniones se puede tomar un tema o un texto de las Escrituras para la discusión, y el coordinador, que repase la materia con antelación, debería recibir la autoridad para dividirla entre los hermanos líderes, si es posible adjudicándoles las partes una semana antes, para que ellos puedan llegar a la reunión preparados para ofrecer sugerencias, cada uno en el sentido de su propia particular sección del tema. Estos participantes principales en el examen de la material (quizás dos o media docena, o más, conforme a cómo lo demande el grupo de personas competentes, el tamaño de la congregación y el peso del tema) encontrarán de mucha utilidad las Biblias Bereanas con las referencias a los Estudios y Reimpresiones* y los Índices de tópicos. Permitámosles que hagan la presentación de la materia en su propio lenguaje o que busquen extractos especiales de Estudios, Reimpresiones, etc., relacionados con el tema, que ellos podrían leer en conexión con algunas observaciones apropiadas.

* No disponible en español.

Después que la reunión haya sido abierta mediante alabanzas y oraciones, el Presidente puede anunciar los tópicos en su turno adecuado; y después de que cada orador designado haya presentado sus hallazgos sobre su parte del tema se debería dar paso a que toda la clase haga preguntas y se exprese en armonía o en oposición a lo que ya ha sido presentado por el orador líder en el tópico. Si la clase es apática y es necesario que se los anime, el Presidente debería hacerlo mediante preguntas hábiles. El Presidente solamente debería dirigirse a los oradores o intentar responder o armonizar sus declaraciones, aunque desde luego, puede llamar a que cualquier orador dé una explicación adicional de su posición o de sus razones. Todos los oradores deberían dirigir sus observaciones al Presidente y nunca a los demás, y de esa manera se puede evitar el peligro de que haya alusiones personales y riñas. A excepción de lo anterior, el Presidente no debería tomar parte en relación con la discusión, pero debería ser capaz de reunir las distintas conclusiones al cierre de la discusión, resumiendo brevemente todo el tema desde su propio punto de vista, antes de finalizar la sesión con una oración y una acción de gracias.

Cada punto puede ser examinado detenidamente, y todo el tema puede ser ventilado e investigado, de modo que sea claramente percibido por todos. O en algunos de los temas más complejos, el Presidente podría sintetizar y dar sus opiniones al cierre del examen de cada tópico. No conocemos otro mejor tipo de reunión que éste para un estudio a fondo de la Palabra divina. Lo consideramos usualmente mucho más ventajoso que la prédica regular para la mayoría de reuniones del pueblo del Señor.

Una reunión de este tipo incluye todos los aspectos cubiertos por las sugerencias 1, 2 y 3, enumeradas anteriormente. Con respecto al primero, aquellos a quienes se les asigna la parte de la conducción tienen toda la oportunidad para ejercer cualquiera de las habilidades que posean. En relación al segundo punto, todos tienen la oportunidad de participar, haciendo preguntas, ofreciendo sugerencias, etc. sobre los distintos puntos, después de cada uno de los oradores. Y respecto al tercer punto, también se acomoda a una reunión como ésta, porque los tópicos para cada semana deberían ser decididos preferiblemente por toda la clase y no por el coordinador, y con al menos una semana de anticipación a su consideración.

Cualquiera que asista a esta clase debería tener el privilegio de presentar su pregunta o tópico, y el espíritu del amor, simpatía, amabilidad y consideración que domine a todos debería ser tal que todos los tópicos apropiados reciban una audición respetuosa. Y en el caso de un requerimiento especial para un tópico que se supone está en contra de la opinión general de la congregación, aunque completamente dentro de las líneas de los principios fundamentales del Evangelio, la persona deseosa de discutir el tema debería recibir un tiempo razonable para la presentación, y debería ser el orador principal para la ocasión, siendo su tiempo posiblemente limitado, por ejemplo, treinta minutos más o menos, de acuerdo con la importancia del tópico y el interés de la clase en éste. Luego de su presentación, la cuestión debería ser abierta para su discusión por los demás en la clase, teniendo, el que propuso la pregunta, algunos minutos para que subsecuentemente responda de manera breve a cualquier objeción hecha por otros, teniendo el Presidente la palabra final al cierre de la reunión.

Otro tipo de reunión que ha demostrado ser muy ventajoso en el estudio de la Palabra se conoce como un “círculo Bereano para el estudio de la Biblia”. Estos no son simplemente círculos de lectura, sino un estudio sistemático del Plan Divino en todas sus fases, seguido punto por punto. Los distintos volúmenes de los ESTUDIOS DE LAS ESCRITURAS (SCRIPTURE STUDIES), que tratan los temas, en un orden consecutivo y relacionado, constituyen (con la Biblia) los libros de texto para estos estudios de la Biblia; pero para el provecho de estas clases es necesario que el coordinador y la clase deban diferenciar claramente entre lectura y estudio. Hasta donde se relaciona con la lectura, todos los estimados amigos pueden también, o quizás mejor, hacer su lectura ellos mismos en casa. El objeto de estos estudios es tomar una cierta porción de cada tópico como se presente en uno o más párrafos, y discutirlo profundamente entre ellos mismos, citando pasajes colaterales de las Escrituras, etc., y ventilando a fondo la materia, y si es posible, consiguiendo que cada miembro de la clase exprese su pensamiento con relación a la materia en particular bajo consideración, procediendo luego al siguiente tópico. Algunos de estos círculos bereanos han demorado uno o dos años para el estudio de un solo volumen de ESTUDIOS DE LAS ESCRITURAS (SCRIPTURE STUDIES), y eso para ganar interés y provecho.*

* Hay reuniones de este tipo que se celebran en varias localidades, y de manera más conveniente en las noches para que los amigos asistan a cada una de ellas, las que son conducidas por varios hermanos ancianos. En español no están disponibles todos los tomos.

“Cada uno esté plenamente convencido en su propia mente.”
—Romanos 14:5—

Todas las mentes lógicas se deleitan al llegar a una decisión, si es posible, con respecto a cada punto de la verdad; y el Apóstol declara que cada miembro de la Iglesia debería esforzarse por alcanzarla para sí mismo, “en su propia mente”. Sin embargo, es un error común intentar aplicar esta buena regla personal a la Iglesia o a una clase en el estudio de la Biblia, intentar forzar todo a decidir exactamente la misma conclusión con respecto al significado de la Palabra del Señor. Es apropiado que nosotros debamos desear que todos puedan “coincidir”, pero no es razonable esperar esto cuando nosotros sabemos que todos han caído de la perfección, no solamente de cuerpo, sino también de mente, y que estas desviaciones se dan en varias direcciones, como lo demuestran las varias formas de opiniones que se encuentran en cualquier reunión de personas. Los distintos tipos y grados de educación también son factores importantes que ayudan o dificultan la unidad de opiniones.

Pero el Apóstol, ¿no da a entender que todos nosotros debemos preocuparnos por las mismas cosas?, y que ¿todos nosotros seremos instruidos por Dios de modo que todos tendremos el espíritu de una mente sana?, y que ¿nosotros deberíamos esperar crecer en gracia y conocimiento, edificándonos los unos a los otros en la santísima fe?

Sí, todo esto es cierto, pero no se da a entender que todo se logrará en una sola reunión. El pueblo del Señor no solamente ha desarrollado diferentes opiniones, y diferencias en la experiencia o educación, sino que ellos tienen diferentes edades como Criaturas Nuevas: bebés, jóvenes, adultos. Por ello no nos debe sorprender si algunos son más lentos que otros para comprender y en consecuencia más lentos para ser completamente convencidos en sus propias mentes con respecto a algunas de “las cosas profundas de Dios”. Ellos deben captar las ideas fundamentales, de que todos eran pecadores, que Cristo Jesús, nuestro líder, nos redimió mediante su sacrificio que finalizó en el Calvario, que ahora estamos en la Escuela de Cristo para recibir las enseñanzas y ser preparados para el Reino y su servicio, y que nadie entra a esta Escuela excepto en la consagración de su todo al Señor. Todos deben ver estas cosas y expresar su conformidad siempre y de manera completa, de lo contrario no podríamos reconocerlos como hermanos bebés en la Nueva Creación, pero todos nosotros necesitamos tener paciencia los unos a los otros, y tolerancia con las peculiaridades de los demás, y detrás de esto debe estar el amor, incrementando toda gracia del espíritu a medida que alcanzamos cada vez más cerca su plenitud.

Siendo esto así, todas las preguntas, todas las respuestas y todas las observaciones (en las reuniones en las que participan varios) deberían ser para toda la compañía presente (y no de modo personal para nadie ni para cualquier grupo), y deberían por ello ser dirigidas al Presidente, quien representa a todos, excepto cuando el Presidente pueda por conveniencia requerir que el orador encare y se dirija directamente a la audiencia. En consecuencia también, después de haber expresado su propia opinión, cada uno debe escuchar en silencio las opiniones de los demás y no sentirse llamado a debatir o a repetir su posición. Habiendo usado su oportunidad, cada uno debe confiar que el Señor guíe, enseñe y muestre la verdad, y no debería insistir en que todos deben apreciar cada punto como él los aprecia, ni tampoco como lo aprecia la mayoría. “Unidad en los puntos esenciales, caridad en los no esenciales”, es la regla apropiada que se debe seguir.

Sin embargo, coincidimos en que cada punto de la verdad es importante y que el más pequeño punto de error es injurioso, y que el pueblo del Señor debería orar y esforzarse por la unidad en el conocimiento, pero no esperamos que esto se logre mediante la fuerza. La unidad de espíritu respecto de los primeros principios básicos de la verdad es la cosa importante, y cuando esto se mantiene debemos confiar que nuestro Señor guiará a todos los que la posean dentro de toda verdad oportuna y necesaria para él. Es en relación a esto que los líderes del rebaño del Señor necesitan una sabiduría especial, amor, fuerza de carácter y claridad en la Verdad, de manera que al concluir cada reunión el que haya liderado sea capaz de resumir las conclusiones de las Escrituras y dejar a todas las mentes bajo su bendita influencia (expresándose de manera clara, positiva, afectuosa) pero nunca dogmáticamente, excepto respecto de los principios fundamentales.

[La Tercera y última Parte se publicará en la edición de Septiembre-Octubre 2005]



Asociación De los Estudiantes De la Biblia El Alba