ORDEN Y DISCIPLINA EN LA NUEVA CREACIÓN

Servicios funerarios

En ocasión de los funerales, cuando prevalece la solemnidad entre los amigos presentes, el cadáver frío y silencioso, los corazones heridos y los ojos llorosos, el crespón, etc., todos ayudan a poner de manifiesto la lección general de que la muerte no es amiga de la humanidad, sino su enemiga. Por ello, tales ocasiones son muy favorables para la presentación de la Verdad. Muchos de los que ahora están interesados en la Verdad Presente recibieron sus primeras impresiones de ésta a través de un discurso de funeral. Además, muchos que pudieran ser muy prejuiciosos, muy temerosos de oponerse a los deseos de sus amigos como para asistir a cualquiera de los ministerios regulares de la Verdad, asistirán y escucharán en tal ocasión. Por consiguiente, recomendamos que tales oportunidades sean usadas de manera tan efectiva como las circunstancias lo permitan. Cuando el fallecido es un creyente, y su familia se oponga, éste mientras esté moribundo debería hacer una solicitud de que alguien que represente la Verdad se dirija a los dolientes en ocasión de su funeral. Si el fallecido fuera un niño, y los padres están en la Verdad, no habría dudas respecto del asunto, pero si solamente uno de ellos estuviera en simpatía y el otro en oposición, las responsabilidades del asunto recaerían en el padre, aunque la esposa tendría el perfecto derecho de presentar su opinión del asunto a su esposo, y él debería dar a las sugerencias de ella la consideración razonable; no obstante, sin eludir su propia responsabilidad con Dios como el jefe de la familia.

En muchas de las pequeñas compañías hay hermanos bastante calificados para hacer un discurso interesante y provechoso, conveniente para tal ocasión, sin ninguna sugerencia por parte de nosotros ni de nadie, pero en la mayoría de los grupos pequeños de consagrados se carece del talento especial para tal discurso, y es por esta razón que ofrecemos algunas sugerencias respecto de un método provechoso de conducir tales servicios. El hermano que conduce el servicio sería preferiblemente alguien que no tenga un parentesco cercano con el fallecido, y aun si no hubiera nadie más que un pariente cercano, no sería impropio que un hijo o un esposo o un padre conduzca el servicio. A menos que sea bastante versado con la oratoria y familiarizado con el asunto, su mejor plan podría ser adaptar a su uso particular y a la ocasión las sugerencias que se dan a continuación, escribiéndolas en forma de manuscrito, del cual él leería a los amigos reunidos. El escrito debería ser a mano o impreso, y debería ser leído varias veces en voz alta antes de intentar hacerlo en público, de manera que pueda ser tan claro y sin complicaciones y fácilmente comprensible como sea posible. Sugeriríamos además que si no se encuentra a ningún hermano competente para la ocasión, no sería impropio que una hermana haga la lectura, llevando algún tipo de cubierta en la cabeza.

Ofrecemos las siguientes sugerencias para la conducción del servicio y para un discurso en el funeral de un hermano en el Señor:

(1) Comenzar el servicio cantando algún himno apropiado con una melodía moderadamente baja del Himnario “La Aurora del Milenio”.

(2) Si cualquiera de la familia fuera miembro de las iglesias confesionales, y deseara que su ministro tenga asignada alguna parte en el servicio, lo más apropiado para esto sería que lea algunos versículos de las Escrituras sobre la resurrección, o que ofrezca una oración o ambas cosas. Si no hubiera tal requerimiento, omitan este punto (2) y pasen del (1) al (3).

(3) Esquema sugerido de un discurso de funeral

Queridos amigos: Estamos reunidos para ofrecer un tributo de respeto a la memoria de nuestro amigo y hermano, cuyos restos materiales estamos por dar sepultura, polvo sobre polvo, cenizas sobre cenizas. No obstante el hecho de que no haya nada más común en el mundo que la muerte y los procesos de enfermedad, dolor y aflicción que la acompañan; sin embargo, encontramos que, como seres inteligentes, es imposible acostumbrarnos a semejante separación penosa de los lazos de amistad, del hogar, de amor, de hermandad. Aun también es penoso curar la herida como nosotros lo haremos, como lo declara el Apóstol, como cristianos, “no nos afligimos como otros que no tienen esperanza”. Y aquí, hoy en día, no podría ser más apropiado que un examen de esta magnifica esperanza, establecida ante nosotros en el Evangelio como el bálsamo de Galaad, que es capaz de sanar las aflicciones como nadie podría hacerlo.

Sin embargo, antes de considerar las esperanzas establecidas en el Evangelio (la esperanza de la resurrección del fallecido, la esperanza de una vida futura en una condición mucho más feliz que la presente) nos preguntamos: ¿Por qué necesitaríamos tal esperanza? ¿Por qué no deberíamos más bien ser eximidos de la muerte en lugar de recibir una esperanza de resurrección? ¿Por qué permite Dios que vivamos unos pocos días o años, y además llenos de dificultades? , ¿por qué somos entonces cortados como el césped que se marchita? y ¿por qué las fibras sensibles de nuestros corazones son rotas, y los planes del hogar y de la familia son alterados por este gran enemigo de nuestra raza que es la muerte, que durante los pasados seis mil años se ha cobrado, miles de millones de seres humanos, nuestros hermanos con relación a la carne, hijos de Adán? Para las mentes reflexivas no hay preguntas más interesantes que éstas.

Los no creyentes nos dicen que, siendo simplemente el grado más superior de los animales; nacemos, vivimos y morimos como las bestias animales y que no hay vida futura prevista para nosotros. Pero mientras nos estremecemos con semejante idea y somos incapaces de demostrar lo contrario mediante cualquier experiencia propia, como hijos de Dios hemos escuchado la Palabra de nuestro Padre “hablando de paz a través de Jesucristo nuestro Señor”. El mensaje de paz, que nuestro Redentor nos da como sus seguidores, no es una negación de los hechos del caso, ni una declaración de que no hay dolor ni aflicción ni muerte, sino lo contrario a esto. Él declara: “Yo soy la resurrección y la vida”. Él nos dice nuevamente que “todos los que están en sus tumbas escucharán su voz y saldrán”. ¡Ah, esta contradicción de la voz de los incrédulos es dulce para nosotros! Nos trae esperanza, y la esperanza trae paz a medida que aprendemos a conocer y a confiar en el Padre y también en el Hijo, cuyas palabras hemos escuchado y quien está llevando a cabo los misericordiosos planes del Padre.

Pero si el Señor nos da la esperanza de una resurrección, y si el mensaje de la resurrección trae paz, descanso y esperanza, es apropiado preguntar: ¿Por qué Dios primero debería llevar al hombre a la muerte y luego más tarde, mediante la resurrección, decirle a la humanidad en el lenguaje del salmista (Salmos 90:3) “Vuelves al hombre hasta ser quebrantado, y dices: convertíos, hijos de los hombres” ¿Por qué no haberlos mantenido con vida? ¿Por qué no impedir la aflicción, el dolor y la muerte? Respondemos que las Escrituras, y solamente ellas, nos dan una explicación de las condiciones actuales: ninguna otra fuente nos da la más mínima luz sobre el asunto. Su testimonio es que Dios originalmente creó nuestra raza perfecta, justa, a su propia imagen y semejanza, y que por la desobediencia de nuestros primeros padres cayeron de ese estado noble, bajo el castigo del pecado, que es la muerte, y que este castigo por el pecado que fue pronunciado contra el padre Adán involucra a toda su raza de un modo natural. El pecado aumento con el devenir de las generaciones humanas y las enfermedades, el dolor y la salud de igual manera se deterioraron.

Todos hemos recibidos las enseñanzas erróneas de que el pago por el pecado del padre Adán, la maldición, el castigo, debía ser tormento eterno, que nosotros y por lo tanto toda la humanidad heredamos ese indescriptible castigo como resultado del pecado original, y que solamente los que se convierten en seguidores de Jesús, santos consagrados, escaparán de ese tormento eterno. Pero, queridos amigos, nosotros encontramos que la Palabra de Dios no favorece ese plan tan irracional, injusto y falto de afecto, y que las Escrituras establecen muy claramente, por el contrario, que la paga del pecado es la muerte, que la vida eterna es el regalo de Dios, y que nadie puede tener este regalo excepto aquellos que llegan a estar unidos de manera vital con el querido Hijo de Dios. En consecuencia, vemos que, ya que el perverso no recibirá la vida eterna, ellos no podrían sufrir la miseria eterna. La declaración de las Escrituras es muy sencilla y muy razonable: “Jehová guarda a todos los que lo aman, mas destruirá a todos los impíos.” (Salmos 145:20).

Noten cuán claramente fue establecido esto para el padre Adán cuando él fue puesto a prueba, y nuestro Padre Celestial sentenció lo que sería el castigo proveniente de su cólera justificada por su desobediencia. La declaración es que el Señor hizo abundantes previsiones para nuestros primeros padres en los diversos árboles frutales en el Paraíso, y simplemente los puso a prueba con respecto a la obediencia al prohibirles que coman o aun prueben o toquen el fruto de un árbol en particular. Esta desobediencia fue lo que acarreó la exclusión del Paraíso, la exclusión de los árboles (bosque) de la vida, y en consecuencia los condujo gradualmente a las condiciones de muerte que aun prevalece, para todos es sabido que el promedio de vida humano hoy en día es mucho menor que el del padre Adán, quien “vivió novecientos treinta años”.

Las palabras del Señor como se presentan en el Génesis son “porque el día que de él comieres, ciertamente morirás”. Este “día” el Apóstol Pedro nos explica, fue un día del Señor, con respecto a lo que él dice: “No ignoréis esto: que para con el Señor, un día es como mil años y mil años como un día”, y fue en este “día” que Adán murió, y nadie de su posteridad ha vivido nunca un día completo de mil años. Después de la trasgresión de Adán, las palabras del Señor de condena muestran muy claramente que él no tuvo la intención de atormentar a sus criaturas y que la maldición no se extendió más allá para la destrucción de la presente vida y de las tribulaciones inherentes relacionadas con la condición de muerte. La expresión del Señor de maldición para Adán fue “con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres y al polvo volverás.” (Génesis 2:17, 3:19; 2 Pedro 3:8).

Ciertamente es una gran causa de regocijo el darse cuenta que la terrible doctrina del tormento eterno, con su imposición, no solamente sobre nuestros primeros padres, sino sobre todos los de su raza, todos sus hijos, es una falsa doctrina que no nos llegó de la Biblia, sino de la “Edad del oscurantismo”. No está en la declaración del Señor en ningún sentido de la palabra. Escuchemos la explicación del Apóstol Pablo sobre el asunto, en completo acuerdo con el relato del Génesis. Él dice en Romanos 5:12: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron”. ¿Qué podría ser más razonable o sensato o más satisfactorio que esta divina explicación de la muerte?, que es el resultado del pecado; que nuestro padre Adán, cuando fue procesado, perdió todos sus derechos y privilegios por desobediencia y cayó bajo esta maldición de enfermedad, dolor, aflicción, dificultades y muerte, y que nosotros, sin haber sido procesados (siendo inútil procesarnos a nosotros que hemos heredado las tendencias y debilidades pecaminosas) somos partícipes de esta misma sentencia divina contra el pecado; a saber, la muerte, y estamos, como raza, decayendo gradualmente en debilidad, enfermedad, dolor y dificultades hacia la tumba.

La explicación es satisfactoria para nuestro criterio, y explica el hecho de que el bebé de una hora, un día, una semana o un mes ya comparte el proceso de dolor y de muerte así como aquellos que viven unos cuantos años más y participan personalmente en la trasgresión de las leyes de rectitud. “He aquí en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre” es la declaración de las Escrituras sobre este punto. “Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios”.

Pero ahora, ¿dónde está la esperanza? ¿Qué ayuda puede haber para una condición tan triste? ¿Qué se puede hacer para aquellos que están ahora sufriendo aflicción y muriendo, en todo el mundo, y qué se puede hacer para los miles de millones que ya han caído en la prisión de la muerte? Respondemos que ellos ciertamente no pueden hacer nada por ellos mismos. Seis mil años de esfuerzo humano para salir por sí mismos de la enfermedad, dolor y muerte han demostrado incuestionablemente, lo completamente infundado que son cualquiera de las esperanzas de ese tipo. Aquellos que ejercen la esperanza deben hacerlo apreciando al Señor, el Dios de nuestra salvación. Él ha propuesto una salvación, y la Biblia es la revelación del glorioso plan de todos los tiempos que Dios está llevando a cabo, paso a paso. El primer paso fue el de la redención, el pago del castigo que fue en contra nuestra, el castigo de la muerte. Fue pagado por nuestro Señor Jesús, quien “murió, el justo por el injusto, que él podría habernos llevado hasta Dios”. Nadie que pertenezca a la raza condenada podría tanto como redimirse así mismo, y desde luego sin duda, como lo indicó el profeta: “Nadie podría dar a Dios un rescate por su hermano”. Pero el pecado del hombre se convirtió en la oportunidad de Dios, y él envió a Jesús, quien dio su vida incólume por nosotros, que fue “santa, inofensiva, separada de los pecadores”. Esta vida que Dios acepta como el correspondiente precio y compensación para la vida condenada del padre Adán, y así nos vale para todos nosotros que somos parte de los hijos de Adán, porque nosotros no estuvimos condenados por nuestra propia cuenta, sino “por la desobediencia del hombre”, de aquí que Dios puede ser justo y puede librarnos por medio de la obediencia y el rescate de Jesucristo, nuestro Señor. De él se ha escrito que “el cual se dio asimismo, en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo.” (1 Timoteo 2:6).

Queridos amigos, entretanto démonos cuenta, que nuestro Señor Jesús no redimió simplemente a la Iglesia, sino como lo establecen claramente las Escrituras, “Y él es la propiciación (sacrificio) por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros sino también por los de todo el mundo” (1 Juan 2:2). ¡ Demos gracias a Dios!, que nosotros tengamos un fundamento para la buena esperanza que, como el Apóstol sugiere, permite que no suframos tanto como los que no tienen esperanza o los que tienen una esperanza poco sólida, que no está basada en las declaraciones positivas de la palabra de Dios.

Pero alguien puede decir que fue hace mucho que Jesús murió. ¿Por qué se permite que el pecado y la muerte reinen y devoren a la familia humana? Nosotros respondemos que Dios retrasó el envío del sacrificio por cuatro mil años, y aun retrasa el envío de la bendición que fue prometida por éste, que en última instancia resultará, cuya bendición estará asegurada en la “debida hora” de Dios. El objeto en retraso, como lo explican las Escrituras, es doble:

Primero, permitir el nacimiento de un suficiente número de miembros de la familia humana que sean apropiados para llenar o poblar toda la tierra, cuando sea llevada a la perfección del Edén, y como un todo sea el Paraíso de Dios restaurado en una mayor y más grandiosa escala. En la actualidad, estos ganan experiencia con el pecado y la muerte, y aprenderán una muy importante lección, a saber, lo excesivamente dañino del pecado y su inconveniencia. Tan pronto como la hora del Señor venga, la cual nosotros creemos que no está muy distante, él cumplirá su promesa y establecerá su Reino en el mundo, que atará a Satanás, restringirá todos los poderes e influencias que hoy están operando mediante el pecado y la muerte, y causarán que el conocimiento del Señor llene toda la tierra. Así Cristo bendecirá a la familia humana y la elevará paso a paso, hacia la gran perfección en la que fue creada, a la imagen de Dios como lo representaba el padre Adán. Este periodo de bendición es llamado el Reino del Milenio y fue por esto que el Señor nos enseño a orar: “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”(Mateo 4: 2). Requerirá todo lo de este día de mil años, de bendición y restitución, para establecer la rectitud sobre una base firme en la tierra y para poner a prueba a la humanidad, para establecer qué seres humanos, mediante la obediencia a Cristo, pueden ser considerados como dignos de la vida eterna, y quiénes, a causa de la preferencia por el pecado, serán sentenciados a la Segunda muerte: “la destrucción eterna lejos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder”. Estas bendiciones de la edad del Milenio se aplican no solamente a los miles de millones que ahora viven en la tierra, sino también a los miles de millones que se han ido a la tumba, la gran casa prisión de la muerte, de la cual nuestro Señor Jesús los llamará hacia las oportunidades del Reino, como él declara: “Y tengo las llaves de la muerte y el Hades.” (Apocalipsis 1:18).

En segundo lugar, queridos amigos, el Señor ha retrasado la venida de la bendición general y de las oportunidades para el mundo, ya que nuestro Señor nos redimió, para que durante esta edad del Evangelio él pueda reunir, de entre la humanidad, a quienes él ha redimido, un “pequeño rebaño”, una clase “elegida”, discípulos, seguidores, santos. Él está buscando así “un pueblo peculiar”, “un Sacerdocio Real”, para que se asocien con él en ese Reino del Milenio, no para que participen con el mundo en la restitución de las condiciones terrenales, aunque perfectas, grandiosas y gloriosas, y para una casa Edénica, aunque deseable, pero en todavía un mayor favor, de ser como su Señor, seres espirituales, partícipes de la naturaleza divina, muy por encima de los ángeles, principados y poderes, y partícipes de su gloria. ¡Qué maravillosa esperanza es ésta, y cuán inspiradora para los corazones de todos quienes han escuchado la invitación y que se han convertido en discípulos, en seguidores de Jesús, y que están buscando seguir sus pasos, como él nos ha puesto como ejemplo! ¡Qué bendición será alcanzada para tal gloria, honor e inmortalidad como es ofrecida a la Iglesia en la Primera Resurrección! y qué gran privilegio será el ser asociado con nuestro Señor al dispensar los favores divinos a toda la creación gimiente. ¡Venir al agua de la vida, y participar de esto libremente! Sí, en ese entonces en el Reino, el Espíritu y la Novia dirán “Ven” (porque habrá una Novia, el matrimonio del Cordero que tendrá lugar al final de esta Edad del Evangelio), “Y el que quiera tome el agua de la vida gratuitamente.” (Apocalipsis 22:17). ¿No son éstas dos buenas razones por las que Dios retrasó el envío de la bendición tan pronto como fuera finalizado el sacrificio de redención en el Calvario? Con seguridad podemos nosotros regocijarnos en el retraso, y en nuestra consecuente oportunidad de ser llamados y de hacer nuestro llamado y elección segura.

Queridos amigos, ésta es una breve declaración de las gloriosas esperanzas que animaron a nuestro querido hermano(a) en cuya memoria lo honramos hoy día. Estas esperanzas fueron como un ancla para su alma, que le permitió permanecer firme en el lado del Señor y ponerse de parte con aquellos que siguen las pisadas del Maestro, y que buscan llevar su cruz diariamente al seguirlo. Nuestro hermano tuvo cualidades nobles, que sin duda muchos de ustedes recuerdan, pero no estamos basando nuestras esperanzas y alegrías en la suposición de que él fue perfecto, sino en nuestro conocimiento de que Cristo Jesús fue su perfecto Redentor, y que él confió en él, y que todo aquel que confíe en él nunca será avergonzado, sino que será convertido en conquistador. Sin duda nuestro querido hermano(a) tiene cualidades estimables que todos nosotros podríamos copiar, pero no necesitamos tomar ningún modelo terrenal. Dios mismo nos ha dado en su Hijo un glorioso ejemplo, que todos nosotros, como nuestro querido hermano, debemos esforzarnos por copiar. Hacemos bien en no mirar a los demás, sino a una copia perfecta, Jesús. Hacemos bien en pasar por alto las imperfecciones naturales que toda la humanidad tiene a raíz de la caída, y recordar que todas éstas están cubiertas, por los que son seguidores del Señor, por la vestidura de su rectitud, de modo que somos “aceptados en el Querido Hermano Jesús”.

Queridos amigos, finalmente aprendamos una lección sobre la brevedad de la presente vida, y que mientras Dios tenga grandes bendiciones guardadas para el mundo, nosotros, que ya hemos escuchado de su gracia y salvación en Jesús, tenemos privilegios especiales, oportunidades especiales y en la misma medida responsabilidades especiales en relación con nuestro conocimiento. Como lo declara el Apóstol: “Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro”( 1 Juan 3:3). Si nosotros esperamos estar con el Señor y compartir su gloria y ser sus asociados en su trabajo en el futuro, sabemos que esto significa que nuestros caracteres deberán ser transformados, que nuestros corazones deben ser renovados, que nosotros debemos llegar a ser no solamente puros en corazón, esto es, en intenciones, en voluntad, en propósito hacia Dios, sino también, en palabra y en hechos, tan cerca como la mente pueda ser capaz, bajo varias circunstancias, para controlar estos cuerpos, imperfectos a causa de la caída. No solamente debemos recordar morar en Jesús y bajo la vestidura de su mérito, sino también cultivar en nuestros corazones las gracias de su Espíritu, y las buenas resoluciones son una gran ayuda en esta dirección. Por ello, permitámonos declarar de nuevo bajo estas solemnes circunstancias y con estos pensamientos, ante nuestras mentes, que en lo que nos concierne, nos esforzaremos de aquí en adelante para seguir más cerca los pasos del Maestro y para dejar que la luz de su verdad y gracia brille cada vez más a través de nuestras vidas. Esforcémonos por que el mundo sea mejor y más feliz, por cada día que vivimos en éste, y que, hasta donde podamos nosotros, glorificaremos a Dios en nuestros cuerpos y espíritus que son suyos. Amen.

(4) El discurso puede ser seguido de una oración, que debería ser hecha por el orador mismo o por algún hermano competente en la Verdad. Un ministro de otra religión nunca debería ser llamado a orar después del discurso. Él estaría seguro de orar a los hombres y no a Dios, y de tratar de destruir en las mentes de la audiencia cualquier buen efecto que haya sido producido por el discurso. En la oración se debería dar gracias a Dios de manera especial por su gracia en Cristo Jesús, y se debería pedir su bendición sobre todos los presentes y particularmente sobre los deudos.

(5) El servicio puede ser cerrado de manera apropiada con uno o dos himnos adecuados, como lo sugerido previamente.

(6) Recomendamos unas cuantas palabras de oración en el lado de la fosa después de que el féretro haya sido enterrado.

Variaciones en el discurso, para adaptarse a las diversas circunstancias

El discurso de arriba desde luego sería igualmente apropiado para una hermana, al sustituir la palabra “Hermano” por “Hermana”, pero en el caso de una persona mundana o de alguien que no profesa una completa consagración al Señor, sería necesario hacer varias enmiendas, tales como lo que fácilmente se sugeriría a cualquier persona competente para dar tal discurso.

En el caso de un niño, si fuera de padres creyentes o no creyentes, el discurso podría ser variado para adaptarse, haciendo referencia al difunto como “nuestro joven amigo, cortado del brote de la condición de hombre o de mujer por la sombra de la muerte”, o si fuera un bebé, el texto que podría ser tomado sería “Reprime del llanto tu voz, y de las lágrimas tus ojos; porque salario hay para tu trabajo, dice Jehová y volverán de la tierra del enemigo” (Jeremías. 31:15-17). En tal caso, sería apropiado enfatizar el indiscutible hecho de que los niños de edad inmadura no cometen pecado hasta su muerte, y que así se verifica la declaración de las Escrituras, que fue por la desobediencia del hombre y no por la desobediencia universal, que el pecado entró en el mundo, con la muerte como su resultado o penalidad.

Diezmos, colectas, etc.

Hasta donde sabemos, ninguna de las pequeñas compañías del pueblo del Señor “este camino” (Hechos 22:4) hicieron colectas públicas. Desde las primeras recomendaciones, tenemos la prohibición de hacer colectas públicas, no porque creamos que haya algo pecaminoso en el procedimiento ni tampoco porque haya algo en las Escrituras que lo condene sino porque el dinero en cuestión ha sido convertido en algo tan importante a través de la Cristiandad por todas las denominaciones que, en nuestra opinión, el evitarlo iría a favor de la gloria de Dios. Las personas que durante toda su vida han sido acosadas por dinero tienden rápidamente a creer que la prédica y enseñanza, etc., se realiza solamente por ingresos económicos.

No solamente las Escrituras insinúan que la mayoría de los fieles del Señor serán de los pobres de este mundo, sino que nuestra experiencia da fe, que no hay muchos ricos, ni muy grandes, ni muy nobles, sino “principalmente los pobres de este mundo, ricos en fe”. Estamos seguros que algunos de estos que vienen a las reuniones en las que se defiende la Verdad Presente, tienen un sentimiento de alivio en la ausencia del espíritu mundano y acaparador de dinero; y en algunos casos, al menos este aspecto ha hecho que confíen en la Verdad. Aquellos cuyos ojos se han abierto a la luz de la Verdad Presente han sido poseídos por un fervor y una energía en el servicio de la Verdad, y un deseo muy grande de dejar que su luz brille para la gloria del Padre y del Hijo, que muchos cristianos poco entusiastas se inclinan a preguntarse: ¿Cuál es el motivo? ¿Cuál es el objeto? ¿Cómo esto te pagará o qué ventaja te trae, que tu debas buscar que yo me interese, que tu debas prestarme libros o gastar tu tiempo en esforzarte por llamar mi atención hacia estos temas bíblicos? El hecho de venir a las reuniones y de encontrar que aun las colectas usuales y los acreedores están ausentes, estos que preguntan son los más convencidos de que ha sido el Amor, por el Señor, por su Verdad y por su rebaño, lo que ha inspirado los esfuerzos realizados para llevar la Verdad. Aun cuando algunos estén inclinados a ser prejuiciosos en contra de la Verdad, estas evidencias de sinceridad y de un espíritu divino de benevolencia y generosidad hace que ellos se consideren así mismos como las manifestaciones del Espíritu del Señor, el espíritu de amor.

Pero mientras se aboga por este principio y se le recomienda a todos los del pueblo del Señor en todas partes, es nuestro deber, por otro lado, llamar la atención sobre el hecho que, sin embargo, cualquiera podría ser innoble, egoísta y mezquino en el momento de su aceptación y su consagración al Señor, Él no podría permanecer identificado con “la Iglesia cuyos nombres están escritos en el cielo” ni con el Señor, la cabeza de esa Iglesia, sin lograr una considerable victoria sobre su actitud egoísta. Sabemos bien que el egoísmo y la avaricia son extrañas al Espíritu de nuestro Padre Celestial y de nuestro Señor Jesús y deben por ello ser extrañas a todos los que sean, reconocidos como hijos de su Padre, todos los que deban tener la semejanza de la familia, la principal característica de la cual es el amor y la benevolencia. Si por herencia o por un entorno y una educación desafortunada, el espíritu de la maldad se ha desarrollado en la carne mortal de cualquiera que ha sido aceptado como miembro de la Nueva Creación, él encontrará prontamente un conflicto en este sentido. Como lo insinúa el Apóstol, la mente de la carne luchará en contra de la mente del espíritu, la Nueva Criatura, y la mente renovada debe ganar la victoria si en última instancia alcanzan la codiciada posición entre los vencedores. El egoísmo y la maldad deben ser vencidos, la devoción, la libertad y la generosidad, de corazón y de hecho, deben ser cultivadas de manera diligente. Aun en su día de muerte, tales cualidades pueden ser obligadas a luchar con la carne, pero no debe haber preguntas acerca de la actitud de la mente, la nueva voluntad; y aquellos que mejor se conocen seguramente percibirán en su conducta las evidencias de la victoria de la mente nueva sobre la mente egoísta y carnal.

Por ello, nuestro pensamiento en relación con el hecho de evitar las colectas y todos los asuntos financieros en las asambleas de la Iglesia es de no desalentar las donaciones. Hasta donde podemos observar, aquellos que dan al Señor más abundantemente, más entusiastamente, más alegremente, son los más bendecidos por parte de él en los asuntos espirituales. Se podrá observar que no estamos limitando la expresión, “Porque Dios ama al dador alegre”, a regalos monetarios; sino que incluyen todos los regalos y sacrificios que el pueblo del Señor está privilegiado a presentar en el altar del sacrificio, y que Dios nos informa que él está complacido en aceptar a través del mérito de nuestro querido Redentor. Ciertamente, en cualquier lugar y momento en que se nos haya presentado la pregunta: ¿Debería dedicarme a mi negocio y así ser capaz de dar en mayor proporción del producto de mis manos y de mi intelecto por la diseminación de la verdad?, o ¿debería mejor estar contento con la menor habilidad y servicio en esta dirección al tomar otro rumbo que me permitiría dar más de mi tiempo y personalidad a los intereses de la Verdad y su divulgación entre los amigos y vecinos, etc.?, nuestra respuesta universal ha sido que nosotros deberíamos considerar que nuestro tiempo e influencia dados al servicio de la Verdad son aun más apreciados desde el punto de vista del Señor que las donaciones de dinero.

De aquí que si uno posee talento para presentar la Verdad, y también de talento para generar dinero de manera legítima, nuestro consejo sería que se debería ejercer ambos talentos de manera equilibrada, de modo que se pueda dar tanto tiempo, atención y energía como sea posible para el ejercicio de su aun mayor talento de ministrar la Verdad. Y esto se aplicaría también a los ministerios de la Verdad a través de textos impresos, repartición de textos, etc.

“Más bienaventurado es dar que recibir”, es un axioma que todo el pueblo del Señor que ha alcanzado algún buen grado de desarrollo en la semejanza divina puede apreciar de buena manera. Dios es el gran Dador, él está dando de manera continua. Toda la creación en todos sus aspectos es el resultado de esta benevolencia por parte de Dios. Él dio a su Único Hijo Engendrado. Él ha dado a los hijos angelicales innumerables bendiciones. Él ofreció a nuestra raza, en la persona del padre Adán, la bendición de vida y las abundantes bendiciones de este mundo, que aun en su actual condición de caída y de degradación, son maravillosas. Él no solamente nos proporciona nuestros sentidos, por los que nosotros podemos notar los olores y sabores placenteros, bellos colores y combinaciones de estos, etc., así también él ha proporcionado en la naturaleza, maravillosamente y copiosamente, para la gratificación de estos sentidos: frutas y flores, piedras preciosas y cielo estrellado, él no ha escatimado en otorgar sus dadivas amorosas al hombre mortal.

Y cuando contemplamos las bendiciones que Dios tiene en reserva para el “pequeño rebaño” , la Nueva Creación, como nos revela en su Palabra, reconocemos que éstas son sumamente abundantes, más de lo que nosotros podríamos haber pedido o pensado. “Cosas que ojo no vió ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado a los que le aman. Pero Dios nos la reveló por el Espíritu”. Por ello, la benevolencia o las donaciones, la asistencia, la bendición a los demás son parte de la Divinidad. Entonces, ¿qué maravilla que podamos apreciar el espíritu dador como algo más superior que recibir?

A medida que aprendamos a apreciar las cosas espirituales, y que estemos en hermandad con el Señor, y seamos partícipes de su Espíritu, y el espíritu del amor y de prodigalidad y de generosidad sea derramado en nuestros corazones, en la misma proporción nos encontramos deleitándonos haciendo el bien a todos los hombres, especialmente a la casa de la fe. El amor en nosotros, como en nuestro Padre Universal, no buscó simplemente su propio interés y bienestar, sino que está continuamente en alerta para notar cómo las bendiciones pueden ser conferidas también a sus criaturas, cómo las vidas de los demás pueden ser alegradas y alentadas, cómo pueden ser reconfortados en sus aflicciones y asistidos en sus necesidades. Ciertamente, es a medida que esta nueva mente es derramada en nosotros, a medida que somos transformados mediante la renovación de nuestras mentes y cambiados de gloria en gloria, es que llegamos a apreciar el gran trabajo que Dios ha planificado para nosotros en el futuro, el trabajo divino de bendecir a todas las familias de la tierra, de ser sus agentes en la distribución de los obsequios celestiales que él ha proporcionado para todos los que llegarán a un acuerdo con él. Por ello, las Nuevas Criaturas encuentran que a medida que ellos crecen en gracia, mientras aprecian aun las glorias personales prometidas, ellos llegan a pensar de manera más particular en los privilegios que serán suyos a través de su herencia conjunta con su Señor, de dedicarse a la restitución y todas sus bendiciones multitudinarias a la pobre creación gimiente, elevando a tantos de ellos como puedan hasta la perfección humana de la que todos cayeron en Adán.

Este espíritu de amor, este deseo de dar, de asistir a los demás, a medida que crece en nuestros corazones, nos conduce no solamente a la generosidad de pensamiento respecto de los demás, sino también a la generosidad de conducta, a la buena voluntad de sacrificar nuestro tiempo e influencia a favor de los demás, de modo que ellos puedan ser bendecidos con la luz de la Verdad Presente, como hemos sido bendecidos. Y este mismo espíritu nos conduce, si no tuviéramos el talento para enseñar o exponer, a usar nuestras actitudes de tiempo y oportunidad para la distribución de folletos, etc., con una palabra oportuna, aunque breve. Y nos conduce además, si también tenemos bendiciones económicas, a usarlo en el servicio del Señor, para la proclamación del Evangelio. Ciertamente, creemos que el Señor aprecia hoy en día, tanto como apreció el espíritu que estuvo en la pobre viuda que arrojó dos moneditas en el tesoro del Señor y cuya abnegación, exhibida en esta pequeña ofrenda, nuestro Señor la declaró dentro de su estimación y por ello en la estimación del Padre, como una persona generosa en lo más profundo de su corazón: “Más ésta, de su pobreza hecho todo el sustento que tenía” (Lucas 21:4). Por ello, en su camino ella estuvo trabajando por la causa en el mismo sentido que nuestro Señor. Él estuvo dando, no simplemente una vida, sino entregando su vida misma, cada día, cada hora, en el servicio de los demás; y finalmente en el Calvario, completando su misión divina.

Hemos estado inclinados a preguntarnos por qué nuestro Señor no alertó de algún modo a la pobre viuda que ella estaba haciendo más de lo que debía, pues tenía solamente dos moneditas, debió haberlas guardado al menos una de ellas, para sus necesidades. Si hubiera sido otro, aparte del Señor o de uno de los apóstoles, quien se diera cuenta de este acto de desprendimiento y lo permitió, sin expresar una palabra de advertencia en relación a esto, nos habríamos sentido perfectamente libres de haber hecho esa advertencia. Pero en general, presumimos que muy pocos requieren advertencias en el sentido de la auto preservación. Muy pocos requieren ser prevenidos de dar toda su vida. Pueden haber algunos, pero estamos seguros que sería cierto con aquellos pocos, como con la pobre viuda, que el Señor los recompensará por lo que estaríamos inclinados a considerar su gran generosidad. “Hay quienes reaparten y les es añadido más; y hay quienes retienen más de lo que es justo, pero vienen a pobreza” (Proverbios 11:24).

Ya que el Señor no ha establecido ninguna ley sobre su pueblo con respecto a su benevolencia, sino que ha dejado el asunto abierto para los que han consagrado su todo a él, es evidente que él intenta que su consagración sea medida por medio de su conducta, sus sacrificios, sus abnegaciones. Luego, la pregunta apropiada llega a cada uno de nosotros de manera individual, ¿Hasta qué punto yo debería dar mi tiempo, mi influencia, mi dinero al Señor? Nosotros respondemos que si la interrogante viene de alguien que ha hecho una completa consagración de sí mismo, y se ha convertido en una Nueva Criatura, no puede haber sino una sola respuesta, a saber, que no tenga nada que dar, ya que ha dado todo lo que tiene al Señor. Si mantuvo algo consigo, no hizo una completa consagración y puede tener la seguridad de que no tiene la completa aceptación del Señor.

Pero, admitiendo que hemos dado todo al Señor, ¿cómo determinaremos la voluntad divina con respecto a nuestra realización de esta dádiva? Respondemos que cada uno debe considerarse ante el Señor como el administrador de su propio tiempo, influencia, dinero, etc., y cada uno debe buscar usar estos talentos con lo mejor de su habilidad, para gloria del Maestro. Y ya que él recibió el privilegio del trono de gracia, esto significaría que si él está en duda respecto del uso de estos talentos, él puede pedir de Dios quien le dio su sabiduría generosamente, que también lo guíe en éstos asuntos. Guiado por esta sabiduría, a medida que su amor y fervor por el Señor crecen día a día por medio del conocimiento de la Verdad y el logro de su espíritu, él se encontrará dando más y más de su tiempo, de su influencia, de los medios que estén a su disposición, para el servicio de la Verdad, y planificar, cómo él puede reducir sus diversas obligaciones personales y familiares de modo que sea capaz de incrementar sus ofrendas y sacrificios.

Como es bien sabido, Dios instituyó con los judíos un sistema de diezmos, bajo el cual la décima parte de todo el incremento de riqueza, ya sea de granos o vegetales o manadas o rebaños o dinero, era separada para ser usada solamente en propósitos sagrados. Pero esto fue sólo un arreglo para “la casa de los siervos”. El Señor ha dejado “la casa de los hijos” sin ninguna ley o regulación. ¿Esto implica que él espera menos de lo hijos que de los siervos? No, en verdad, el hijo que esté menos interesado en los asuntos de su padre que el siervo sería indigno de su lugar como hijo, y ciertamente lo perdería; se encontraría a otro que posea más del verdadero espíritu de hijo. En el caso de la casa de los hijos, se consagra todo y no simplemente un décimo, todo se sacrifica y todo debe ser usado cuando la oportunidad nos indica en los servicios para el Señor y para su causa. Así estamos procediendo de manera continua, entregando nuestras vidas, nuestro todo, en el servicio de la Verdad.*

* Las obligaciones del consagrado con sus familias, y cómo esto tiene que ver con la devoción de su todo al Señor, se considera en el Cap. XIII (En proceso de traducción).

El Apóstol llama nuestra atención sobre esta lección en su carta a los Filipenses 4:17, asegurándoles que sus donaciones voluntarias eran útiles y apreciadas, él dice: “No es que busque dádivas, sino busco frutos que abunde en vuestra cuenta”. Él supo de manera tan segura como ellos habían sido engendrados del Espíritu Santo y empezaría a producir los frutos de las buenas acciones y de la benevolencia, y que cuanto más esta benevolencia era evidente, tanto más él tenía demostración de su crecimiento espiritual, que era la cosa que él realmente deseaba. Y así es hoy en día. El Señor nos informa que todo el oro y la plata son suyos, y el ganado que está sobre mil colinas. Él realmente no necesita nada de nuestros esfuerzos, nada de nuestro dinero; sino más bien para nuestra ventaja, nos ayudará en nuestro desarrollo, él permite que su trabajo esté en condición tal que tendrá necesidad de todos los esfuerzos de aquellos que son verdaderamente suyos, y de todos los medios que ellos estuvieran dispuestos a usar en sus esfuerzos para glorificarlo.

¡Cuán llena de gracia es esta disposición! ¡Qué bendiciones ya han llevado estos privilegios al querido pueblo del Señor! No dudamos que ellos continuarán con nosotros hasta el final de nuestro singular rumbo, con la intención de que todos podamos tener el privilegio bendito de ofrecer nuestros talentos, sean los que fueren en el servicio del Señor. Así pues, exhortamos a que, después del ejemplo de la pobre viuda y sus dos moneditas, no haya nadie tan pobre que no pueda mostrar al Señor el deseo de su corazón. El juicio de nuestro Señor parece ser, como se expresa en una parte, que el que sea fiel en pocas cosas será fiel en grandes y mayores oportunidades, y para tal, es que él estará inclinado a dar, no solamente las grandes oportunidades del futuro, sino también las grandes oportunidades del presente.

Nuestro consejo es que la cuestión del dinero sea dejada, hasta donde sea posible (y nosotros creemos que es en general), fuera de consideración de las reuniones de la Iglesia. Aconsejamos que el Espíritu del Señor sea cultivado, y que mientras habite abundantemente, cada uno estará ansioso de hacer su parte para con la reunión, no solamente los gastos corrientes para el mantenimiento de la Iglesia (quizás renta, u otros gastos) sino que estará ansioso también de hacer lo que pueda con relación a la diseminación de la luz que está bendiciendo su propia alma, a otros que todavía están en la oscuridad. Aconsejamos en este mismo sentido que el dinero no sea solicitado a los extraños, aunque no conocemos ninguna razón por la que el dinero ofrecido por los extraños deba ser siempre rehusado. Al menos sería una indicación de su simpatía y sin duda los llevaría, en el presente o en la vida futura, a algún reconocimiento y recompensa de él que declaró que aun una copa de agua fría dada a uno de sus discípulos en su nombre de ningún modo quedaría sin su recompensa. (Mateo 10:42, Marcos 9:41).



Asociación De los Estudiantes De la Biblia El Alba