El Poder Limpiador de Cristo

Un pobre leproso llegó hasta Jesús con palabras de fe en su boca: “Y he aquí vino un leproso y se postró ante él, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme” A lo cual la respuesta fue: “Quiero; sé limpio” Mateo 8:2,3. La Biblia usa la leprosidad como un tipo de pecado. Como resultado de “la desobediencia de un sólo hombre” toda la humanidad está en una leprosidad moral, nacida en “el pecado” o con las semillas del pecado en ella y malformada por la gran cantidad de perversidades que po las leyes de la herencia son pasadas de generación en generación. Rom. 5:12,19; Salmo 51:5.

Más o menos dos mil años atrás, Jesús vino como el Cordero de Dios para quitar el pecado del mundo. (Juan 1:29). A través de su sufrimiento y de su muerte, el proveyó una ofrenda para el pecado lo suficientemente grande como para cubrir todos los pecados del mundo. Antes de que los pecados del mundo sean borrados de la Tierra en la Época del Milenio, él hizo una aplicación especial de su mérito para beneficio de la iglesia, llamado por el mundo en la Época del Evangelio.

Él apareció: “para presentarse ahora por nosotros ante Dios” Heb. 9:24. Esta limpieza del pecado y de las imperfecciones será afectada por dos agentes, como es sugerido por las dos familiares escrituras: “la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (I Juan 1:7) y “acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura” Heb. 10:22. Es así que nuestro Padre Celestial lo dispuso.

Cuan Limpios

Como resultado del diseño del Padre, llegamos a Jesús en fe y consagración, reconociendo que él solo es el que nos puede limpiar de la “leprosidad” del pecado. El mérito que nos es brindado por la fe nos trae la bendición de la justificación. “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” Rom. 5:1.

Esto, en las Escrituras, es simbolizado como una bata blanca de justicia cubriendo todas nuestras imperfecciones. Siguiendo la consagración, la justificación “a través de la fe en su sangre” (Rom. 3:25) el Padre nos engendra por su Espíritu. Esta bendición de la justificación nos da “entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes,…” como hijos de Dios, formamos parte de la llamada celestial. (Rom. 5:2). En consecuencia, nuestras mediocridades del día a día están también cubiertas por el mérito del mismo sacrificio del pecado “la sangre de Jesucristo…nos limpia de todo pecado

Una mancha en esta bata de justicia que nos fue dada para cubrirnos, debe ser limpiada (perdonada) a través del arrepentimiento y la plegaria para que sus méritos sean aplicados. Sólo el arrepentimiento y los esfuerzos de hacer las cosas mejor después de que los errores se hayan cometido, no removerá ninguna mancha, pero “… si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo” (I Juan 2:1,2). El mérito del sacrificio de nuestro Salvador por tales pecados son la causa de que se limpien completamente. Efe. 5:27.

Además de este arreglo de liberarnos de toda culpa, hay otra clase de limpieza que es igualmente necesaria, que es sugerida por las palabras del apóstol “nuestros cuerpos lavados con el agua pura”. “…Limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (II Cor. 7:1) “Cristo amó a la iglesia, y se entregó a símismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra,…” Efe. 5:25,26.

Aquellos en Cristo están todavía en la carne y tienen numerosas manchas en la mente y en el cuerpo, pero con la ayuda de la Verdad podremos quitar los malos pensamientos, quebrar malos hábitos, y librarnos a nosotros mismos de cosas poco sabias. Después de muchos años en la escuela de Cristo, muchas imperfecciones son lavadas con el agua pura de la Verdad. (Simbolizada por la pila en la Corte del Tabernáculo).

Todos los engendrados espíritus de los hijos del Señor usan la Palabra (pila) de esta manera. La influencia celestial de la Palabra y del Espíritu nos ayuda a progresar en la disminución de las imperfecciones. “¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra” Salmo 119:9

Por lo tanto, el Señor limpiará y perfeccionará a su gente en la justicia y en la verdadera santidad. Ésto provocará un carácter fijo que nunca más se desviará de la rectitud y del amor y que podrá vestirse con seguridad con la inmortalidad.

La bata de lino blanca de la justicia, ahora usada por los santos, puede ser manchada y vuelta a limpiar otra vez. La santidad que será poseída por los que, en la gloria, sobrepasen las pruebas, nunca experimentará la deshonra.


Viene del número anterior

Agradecidos y Abundantes Cristianos

Verso clave: “Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él; arraigados y sobreedificados en él, y confirmados en la fe, así como habéis sido enseñados, abundando en acciones de gracias”. Col. 2:6,7

Andad en Él

Pablo nos amonesta y exige a caminar (andar) en Cristo y en mantener la forma en que lo hemos recibido. ¿Cómo hemos recibido a Cristo como nuestra Cabeza y Señor? Primero reconocimos nuestra condición llena de pecados, que éramos miembros de una raza maldecida y decadente por el pecado, no siendo merecedores de ningún favor de Dios. Después reconocimos nuestra redención a través del trabajo sacrificado de Jesús y a través del mérito de tal sacrificio podemos parecer aceptables ante Dios. Vimos en esta provisión una manifestación maravillosa del amor Divino y por él fuimos obligados a presentarnos con toda devoción a la voluntad de Dios. Este paso de total consagración es descrito por el Apóstol Pedro como “la aspiración de una buena conciencia hacia Dios por la resurrección de Jesucristo” I Pedro 3:21

Esto significa el abandono de nuestras voluntades y la aceptación de la voluntad de Dios expresada a través de Cristo. Por ello, figurativamente hablando, fuimos “decapitados” y hemos aceptado a Cristo como nuestra Cabeza. (Apoc. 20:4). Ésta era la condición para ser mercedores de convertirnos en miembros del “cuerpo” de Cristo, (Rom. 12:5) para estar en él, y así para andar en él. Aún así fue sólo por el mérito de Cristo, que fue aplicado para nuestra justificación, que podríamos ser aceptados en el “cuerpo”. Por ello Pablo explica: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” Rom. 8:1.

Recibimos a Cristo y somos instalados en su cuerpo porque aceptamos su voluntad como regla de vida y porque el mérito de su sangre, nos hace aceptables. Pues, cuando el apóstol nos exhorta a continuar, a andar en él mientras que lo recibimos, simplemente quiere decir que debemos reconocer continua y humildemente nuestra falta de dignidad. Hicimos ésto en el comienzo, dejando de lado nuestras voluntades y deseos, como habíamos estado de acuerdo en hacer en nuestra consagración. (I Cor. 9:27). Luchamos por convertirnos en personas más abiertas y que responden a la guía y a los impulsos aceleradores del Espíritu Santo, a través del cual la voluntad de Dios nos es revelada.

Esta fórmula de fidelidad al Señor es muy simple, pero muy excitante. Es excitante porque es la diferencia de decir “Señor, Señor” (Mat. 7:21) y actualmente mantener nuestra voluntad reprimida sin importar el precio que tengamos que pagar. Es la diferencia entre la filosofía escritural de la vida cristiana y vivir la vida cristiana. Nosotros aceptamos la filosofía y ahora la prueba es andar en él.

Para llevar a cabo diariamente los términos de nuestra consagración y para continuar a hacerlo tan fielmente hasta el final del “estrecho…camino” (Mat. 7:14), será necesario estar “enraizado y hecho en él”. Aquí Pablo cambia la figura del discurso de caminar en Cristo a estar enraizado en él, o como el salmista dice: “Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas” (Salmo 1:3). Pero el apóstol tenía en su mente los tres primeros versos de este salmo al combinar el pensamiento de andar con él de estar enraizado pues el salmista escribió: “Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, Ni estuvo en camino de pecadores, …; Sino que en la ley de Jehová está su delicia, Y en su ley medita de día y de noche. Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas…” (vss. 1-3)

Para estar establecido, un árbol debe tener sus raíces bien profundas en la tierra y para que el árbol florezca y dé fruto, sus raíces también deben estar en contacto con el agua suficiente o con la humedad para satisfacer sus necesidades. El salmista nos explica que el hombre que ama la regla del Señor, o que ha rendido su propia voluntad a la voluntad del Señor y continúa caminando en el camino de su consagración, es “como un árbol plantado en los ríos de aguas”.

Aplicando las ilustraciones a nosotros mismos, significa que necesitamos nuestras raíces, o nuestro entendimiento o fe profundamente envuelto en las grandes bases de la Verdad, que están centradas en Cristo. El conocimiento superficial de la Verdad no nos ayudará a estar resueltos contra los muchos “vientos” de las falsas doctrinas que están sobrecogiendo a la gente del Señor en los días de la maldad. Necesitamos profundizar en el estudio de las doctrinas “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad” (II Tim. 2:15) No será suficiente con saber la Verdad, o cualquier fase de ella, simplemente porque otra persona la sabe. Nuestras propias raíces deben crecer a lo más profundo de las preciadas promesas de Dios quien nos revela su plan y deben absorber sus nutrientes si nos vamos a parar resueltos.

Si tenemos raíces apropiadas y bien echadas, podremos hacer frente a todos los malos elementos de los que estamos rodeados en nuestra vida diaria de cristianos. Tanto para crecer como para dar fruto, un árbol necesita luz solar, lluvia y diferentes grados de temperatura. Aún el viento es una ayuda para fortalecer su tronco y sus ramas. Por ello, como cristianos necesitamos la luz del sol del favor de Dios, necesitamos las pruebas, las persecuciones, las obras difíciles y las desilusiones. Necesitamos “cada viento tormentoso que sople” y si estamos enraizados de manera adecuada en la Verdad, ésto nos establecerá aún más y causará que abunde nuestro agradecimiento.

Crecer en Él

Además de estar enraizados en Cristo y en las preciosas verdades de las cuales él es representante supremo, necesitamos crecer en él. En Efesios 4:15, Pablo escribe y “habla de la verdad en el amor” en la que “crecemos hacia él en todas las cosas”. Mientras que el pensamiento de crecer en él y crecer es apenas diferente, el término “en todas las cosas” aplica a ambos. Si estamos andando en Cristo, como lo hemos recibido, si estamos enraizados de la manera adecuada en él con la aplicación del entendimiento personal y profundo de la Verdad, nuestra tarea es vivir nuestras vidas conforme a sus enseñanzas y ejemplo en todas las cosas.

Esta es una prueba de lo genuino de nuestra consagración y de la muerte de nuestras voluntades personales. Por naturaleza todas las personas del Señor difieren las unas de las otras. Algunas encuentran más difícil el desarrollar cualidades cristianas. Para ser cristianos abundantes necesitamos caminar, andar en él en todas las cosas.

Debemos “amarnos los unos a los otros” así como él nos amó a nosotros, con el amor sacrificado que nos lleva a dar nuestras vidas por la hermandad. Ésto debe ser traducido en acción con mucho entusiasmo y no de mala gana, sino con abundantes ganas. La medida del abundante amor por los hermanos no será hecha a la medida de nuestra conveniencia sino a la medida de su necesidad y de la oportunidad de dar nuestras vidas por ellos. El ejemplo del sacrificado amor de Jesús será nuestra guía del tiempo, la fuerza y los medios con los que serviremos devotamente a nuestros hermanos. No importa si son administrados a las necesidades de un solo hermano, o a más de uno individualmente, o en forma de servicio general en nombre de todos los consagrados.

“La Luz del Mundo”

Jesús fue la “luz del mundo”, y dijo que también nosotros seríamos la luz del mundo. (Mateo 5:14-16; Juan 8:12). Nosotros sabemos cuan fiel fue Jesús como portador y testigo de la Verdad. A él no le importó cuánto tiempo o fuerza le costó o cuánto estaba en juego su reputación pues él estaba siempre listo y contento de hablar de aquellas cosas que el Padre le había dado para que dijera. Él hizo un servicio abundante, en exceso por las demandas de justicia, un servicio que diariamente absorbía su vitalidad más allá del punto de la normal resistencia humana. Ésta es otra de “todas las cosas” por las que debemos crecer en él quien es nuestra Cabeza y nuestro mayor ejemplo.

En todos los siglos de la Época del Evangelio, sólo un pequeño rebaño será merecedor de vivir y reinar con Cristo (Lucas 12:32). Una razón de ésto, es que son pocos los que, aceptando a Cristo, progresan más allá del punto de ser simples benficiarios de la gracia Divina expresada a través de él. Están felices de ser salvos y las enseñanzas éticas de la Palabra ocasionan una reforma moral en sus vidas. De otra forma, van por la vida como las demás personas. La vida cristiana, por el contrario, es mucho más que ésto. Recibimos todas las riquezas de la gracia Divina a través de Cristo de manera tal que damos nuestras vidas para ser sus embajadores.

¿Estamos siendo recipientes y testigos de la Verdad como lo hizo Jesús? ¿Son los esfuerzos hechos en esa dirección mayores que nuestra conveniencia y al costo de tiempo y fortaleza que de otra manera podrían incrementar la relajación y los placeres de la carne? El autosacrificio hecho con ardor como portadores, es una de las evidencias de crecer en Cristo, una de “todas las formas” en que su vida es reflejada en la nuestra.

Está Escrito

Otra característica predominante en la vida fiel de Jesús fue su inamovible lealtad hacia la Palabra del Padre. “Está escrito” fue su respuesta a la tentación. (Mateo 4:4). “Porque yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar” (Juan 12:49). Más tarde le dijo a su Padre Celestial: “he acabado la obra que me diste que hiciese” (Juan 17:4).

Al decir las cosas y al hacer el trabajo que le dio el Padre, Jesús siguió explícitamente las instrucciones que le había dado Dios en el Viejo Testamento. No hubo desviación, compromiso, ni especulaciones.

Es en ésto en lo que estamos de acuerdo para hacer en nuestra consagración. Es la Palabra de Dios, que ahora incluye las enseñanzas de Cristo y de sus apóstoles, que revela la voluntad del Padre Celestial. Nos hemos puesto de acuerdo en seguir la voluntad del Padre. Sabemos que ésto es cierto, pero ¿Cuán profundas van nuestras raíces hacia la profundidad de estas preciadas verdades? ¿Somos nosotros “hacedores” de la Palabra, o sólo su “audiencia”? Santiago 1:22.

Pablo nos amonesta: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad.” (II Tim. 2:15) No es sólo la lectura o el estudio de la Palabra lo que nos traerá la aprobación Divina. Nuestro estudio debe ser hecho con el propósito de descubrir la voluntad de Dios en todos los mínimos detalles de nuestras vidas. El estudio de la Biblia, por lo tanto, ya sea de forma individual o con otros es un desafío a la profundidad de nuestra consagración. Para leer las intrucciones de Jesús, por ejemplo, el dar la otra mejilla cuando hemos sido golpeados por el enemigo, (Mat. 5:39) deja al consagrado con ninguna otra opción sino la de obedecer sin tomar en consideración cuán en contra de las inclinaciones naturales de la carne estén.

Podríamos fácilmente ser inspirados con la belleza de la Verdad y estar tan llenos con el deseo de decírsela a todo el mundo, o que vayamos a descuidar nuestras responsabilidades hacia aquellos que son dependientes de nosotros, pero ésto sería contrario a la voluntad de Dios. Pablo escribió que aquel que no proveyera por los suyos serían peores que los que no creen (I Tim. 5:8). En nuestro estudio para mostrarnos merecedores, necesitamos encontrar el balance entre las directivas para que hagan brillar nuestras luces y conocer a las responsibilidades de familia.

Ve a Él, sin Compañía

Muchas de las personas del Señor se encuentran más tarde o más temprano en malentendidos con otras personas. Utilizamos la palabra “malentendidos” pues dudamos que un cristiano consagrado de verdad vaya a lastimar a otro de manera premeditada. Pero sin embargo hay momentos en que la evidencia circunstancial puede indicar que ese es el caso. Situaciones de este tipo llaman a por el ejercicio de la comprensión compasiva y el amor fraternal y las intrucciones de Jesús sobre qué curso seguir en el caso del herido.

Estas instrucciones están registradas en Mateo 18:15-18. “Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando túy él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano. Mas si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra. Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano” ¡Cuánto más seguro de ganar al hermano si vamos solos!

Cualquiera sea la razón, esta particular directiva de la Palabra parece ser la más ignorada entre la gente del Señor. Cuando concluímos que nuestro hermano ha obrado en nuestra contra, la tendencia es ir a hablar de ello con todos menos con ese hermano. Mientras la información pasa de uno al otro, tal es nuestra naturaleza humana, los hechos se distorcionan y para cuando el hermano en cuestión oye del asunto, apenas puede reconocer lo que se suponía que él había hecho.

¡Cuánto mejor sería seguir las instrucciones de Jesús e ir a él solo! Al hacer ésto se encontrará que en la mayoría de las circunstancias, lo que parecía como una acción en nuestras contra, no era más que un malentendido y que la persona no se había dado cuenta que había lastimado a alguien. Aún si la persona lo hizo a propósito, la actitud amorosa y cristiana estará dirigida a él solamente en vez de crear en otras personas prejuicios contra él y así se irá lejos en ganar su entendimiento y amistad. Éste sería el propósito real de ir al hermano directamente y no el buscar compensación por la herida recibida a través de su mal acto.

Un hermano en Cristo que ha actuado en contra de alguien a propósito, muestra una actitud peligrosa que tiene guardada en su corazón y en la mente. Nuestro deseo debe ser el ganar a ese hermano y prevenir que continúe en el camino de la amargura y el rencor. Al que le toque ser la víctima de tal hermano y falle en procurarlo, como Jesús dice “uno o dos” más debe hacerse para participar en el esfuerzo. (vs. 16) Si esto falla, el caso debe ser presentado ante lo eclesiástico. Si después el hermano manifiesta con seguridad que actuó en contra de la iglesia, entonces es cuando debe ser tomado como un no creyente, pues él ha demostrado que no ha caminado en él.

Pacientemente Esperando al Señor

El estrés y las tensiones del día del mal, a través de las cuales el mundo y la iglesia han pasado por tantos años, ha resultado en un trágico estado de ansiedad y de irritabilidad en casi toda la humanidad. La propia gente del Señor no está libre de estas influencias. Parece difícil para muchos hasta escuchar con mucha atención lo que otros dicen. Un grupo de personas escuchando y viendo lo mismo o pasando por las mismas experiencias, tendrán concepciones de lo que oyeron o vieron muy diferentes.

En una familia el padre comienza a relatar un incidente con el cual toda la familia está familiarizada, sólo para ser interrumpido por la madre o uno de sus hijos con: “Padre, no sucedió de esa manera. Déjame explicar lo que sucedió”. Entonces, después de oir diferentes versiones de la misma experiencia, el huésped se queda con la tarea de entender lo que pasó.

Este tipo de cosas pasan todo el tiempo. Tanto en familias, grupos sociales y aún en la iglesia. El peligro no está dirigido a propósito a nadie y muy esporádicamente los sentimientos se ven heridos. En realidad no hace mucha diferencia si el padre o la madre o alguno de los chicos dice la versión verdadera de un incidente o la dicen con algún grado de error. Pero esta misma inhabilidad de recrear los hechos verídicamente, a veces se manifiesta entre los hermanos en conexión con hechos y temas que son vitales, los cuales necesitan ser entendidos correctamente o pueden llevar a consecuencias serias.

Si el relato de incidentes simples de experiencias cotidianas es frecuentemente poco preciso, ¿Cuánto más probable es que las historias que hablan mal (de forma no cristiana) de un hermano o una hermana estén equivocadas? Esto sucede muy especialmente ahora ya que Satanás está siempre alerta para crear problemas y peleas entre la gente consagrada de Dios y está listo y ansioso de poner nuestras imperfecciones en contra del otro. Practiquemos el arte de ser buenos escuchas y observadores cuidadosos para que entendamos los hechos antes de hablar. No hablemos de temas que pueden lastimar o herir a un hermano en Cristo. Esta aplicación de la ley del amor es uno de los términos de la consagración, uno de los aspectos de la voluntad de Dios uniéndonos en su Palabra.

El Ministerio del Mal

El Señor es capaz de remover cada dificultad que encontremos en el camino angosto así la luz de su semblante brillará continuamente. Él sabe, sin embargo que bajo estas circunstancias no tendremos oportunidad de probar nuestro amor hacia él. Nuestra fidelidad hacia él y la profundidad de nuestra consagración para hacer su voluntad ante cualquier circunstancia debe ser probada. Él permite cosas poco placenteras y la aflicción como uno de los métodos a través del cual nos hace una prueba para saber si lo amamos con todo nuestro corazón, mente, alma y fuerza. En Santiago 5:10 leemos: “Hermanos míos, tomad como ejemplo de aflicción y de paciencia a los profetas que hablaron en nombre del Señor” .

Uno de los ejemplos más extraordinarios de fidelidad bajo juicio es el del profeta Jeremías. Él vivió y sirvió a Dios y su gente antes de y en el tiempo en que Israel fue tomada prisionera en Babilonia. A él se le dio un mensaje duro para proclamar. Lo hizo antipopular con su propia gente y su fidelidad llevó a muchas experiencias severas incluso la prisión en un calabozo.

A pesar de su sufrimiento personal, su gran pena en el corazón se debió a las tragedias que le sucedieron a su gente por culpa de sus pecados. En el libro de Lamentaciones da la impresión que él es un hombre con el alma amargada. Más allá de eso, él reconocía la abundante misericordia de Dios en el hecho de que una calamidad más grande no había caído sobre su nación. “Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias” Lam. 3:22.

Nuestro Padre Misericordioso

¿No es ésto verdad con cada uno de nosotros? Cuando recién venimos al Señor, reconocemos lo poco merecedores que somos de sus favores. Nosotros sabemos ésto, pero por su misericordia, la condenación de Adán hubiera resultado que todos nosotros estuviéramos consumidos para siempre en la muerte. Sabemos que fue sólo a través del mérito de Cristo que tenemos una oportunidad ante él, el ser también sirvientes aceptables a su servicio. Debemos continuar en recordar ésto y darnos cuenta que es igual para todos nuestros hermanos y para toda la humanidad. Recordemos cuando nos sentimos fastidiados con las imperfecciones de otros, cuan misericordioso es el Señor con nosotros y cuan paciente es. Recordemos las instrucciones de Jesús de que si no perdonamos al hombre y sus abusos contra nosotros, nuestro Padre Celestial no nos perdonará nuestros abusos a ellos tampoco.

Jeremías continúa con respecto a la misericordia del Señor: “Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad” Lam. 3:23. Sin importar cuan cortos quedemos ante Dios, ni cuan necesitados estemos de su misericordia, ésta nunca se agota. A través de Cristo, él estará listo mañana para mostrarnos continuamente sus bendiciones para con nosotros más allá de merecerlas muy poco. ¡Cuán grandiosa es su fidelidad!

Jeremías había profetizado la caída de su nación. Él vio sus profecías cumplidas. Su nación estaba cautiva pero no consumida. Se veía un regreso. Pero para el profeta todas las corrientes que intentaran asegurarle de ésto, no pudieron convencerlo. Aún bajo estas circunstancias él pudo escribir: “Mi porción es Jehová, dijo mi alma; por tanto, en él esperaré. Bueno es Jehová a los que en él esperan, al alma que le busca” Lam. 3:24,25.

Para probar la veracidad de nuestra consagración, el Señor a veces permite que todas las fuentes de consolación humana fallen. Nos puede parecer también que incluso nuestros hermanos en Cristo no nos entienden. Pero el Señor permite ésto sólo para que aprendamos a poner la confianza mucho más en él y para apreciar mejor la hermandad que es nuestro privilegio el disfrutar con él a través de la plegaria y de su Palabra. Él quiere que nosotros aprendamos como Jeremías hizo, que él es nuestra “porción” y el centro de nuestras esperanzas.

En Perplexidad

Debido a nuestras propias imperfecciones y a las de los demás incluyendo nuestros hermanos en Cristo, podremos encontrarnos en el medio de situaciones fastidiosas sin saber para que lado agarrar ni que hacer. Estas son experiencias que prueban nuestras almas y la tentación es hacer algo a las apuradas que al final, en lugar de arreglar la situación, la hace peor. Debemos recordar que la vida está llena de problemas que no podemos resolver. Algunos pueden darse en nuestras familias, algunos en lo eclesiástico, etc.

El Señor sabe todo sobre estas pruebas. Cuando Moisés y los israelitas estaban frente al Mar Rojo, con la armada egipcia cerrándolos por detras y acercándose rápidamente para destruirlos, la situación parecía un caso perdido. Ellos no podían hacer nada al respecto y Moisés estaba perdido. Pero el Señor sabía y proveyó la solución.

Al caminar y crecer en él, encontraremos muchas experiencias como aquellas del Mar Rojo. Habrán muchas cosas perplejas que no tendrán solución para nosotros. Habrán muchas situaciones frente a las cuales se nos pedirá lo mismo que se les pidió a los israelitas: “Y Moisés dijo al pueblo: No temáis; estad firmes, y ved la salvación que Jehová hará hoy con vosotros; porque los egipcios que hoy habéis visto, nunca más para siempre los veréis” Éxodo 14:13. Jeremías aprendió ésto y escribió: “Bueno es esperar en silencio la salvación de Jehová” Lam. 3:26

Abundante Acción de Gracias

En los Estados Unidos el cuarto jueves de noviembre es un día que conmemora la acción de gracias al Señor. Esto es bueno, pero todos los días deberían ser Día de Acción de Gracias para el cristiano que es abundante en todas las cosas que envuelven el llevar a cabo su consagración. Si estamos caminando en las huellas de nuestro Maestro y estamos enraizados y crecemos en él y estamos establecidos en su fe, encontraremos muchas experiencias de la vida por las cuales estar agradecidos. Agradeceremos a Dios por la lluvia y el sol y le agradeceremos por la pena y el dolor.

Hay un significado especial de lo que Pablo escribió: “abundante en la acción de gracias”. Ciertamente ésto implica que nuestra acción de gracias será abundante, y si así es ¿no se deduce que nuestra abundancia será manifestada en cada aspecto de la vida de cristianos? ¿Será probable mantener el resentimiento en nuestros corazones contra aquellos que nos fastidian si agradecemos a Dios por las prubas que nos alacanzan a través de ellos?

¿No abundará nuestra paciencia en esperar al Señor si le agradecemos por las situaciones que nos permiten probar nuestra lealtad hacia él y la profundidad de la consagración?

Si le estamos agradecidos al Señor por cada oportunidad que tenemos de dejar de lado nuestras vidas en el servicio de la Verdad, ¿dejaremos que esas oportunidades pasen desapercibidas?

Si le agradecemos a Dios por su Palabra y por las maravillosas instrucciones y promesas que contiene, ¿seremos flojos al estudiar su Palabra para ser aprobados ante él?

Si le agradecemos diariamente a Dios por su amor y su misericordia a través de Cristo, en reconocimiento de nuestra necesidad de la pía sangre, ¿no nos recordará continuamente de nuestras imperfecciones y nos hará más condescendientes para con nuestros hermanos quienes sabemos son también aceptables para Dios solamente a través del mérito del Redentor?

Un cristiano fiel es un cristiano agradecido y aquellos que abundan en sus acciones de gracias, serán los que tendrán una entrada en el “reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” II Pedro 1:11


Victorias de la Fe

Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad” Hebreos 11:16.

Pablo explica que: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Heb. 11:1). Si poseemos las cosas que anhelamos y podemos ver las que no se ven, no necesitaríamos fe. Porque estamos rodeados de circunstancias y condiciones que son adversas y están escondidas de la vista de las cosas gloriosas que Dios ha prometido, es que nosotros necesitamos fe. Fe para sobrepasarlas y subir a la montaña para mirar más allá de ella a la tierra espiritual de la promesa que está muy lejos. Isa. 33:17.

Permiso del Mal

Aquellos que están al tanto del plan Divino, saben por qué Dios ha permitido que el mal haya estado reinando por más de seis mil años. Estos también creen que la humanidad aprenderá una lección valorable en relación con el exceso del pecado y las terribles consecuencias para el pecador. Pero sin embargo ellos también se dan cuenta que el mundo debe tener una oportunidad de experimentar las condiciones favorables del milenio antes de que entiendan completamente y de apreciar apropiadamente el valor del presente reino del pecado y de la muerte.

Bajo estas circunstancias nuestra fe debe fijarse en las promesas de Dios y creer en su integridad para cumplirlas. Nos ha prometido la Divina naturaleza “…gloria y honra e inmortalidad” (Rom. 2:7). Con la base de la fe y de la obediencia debemos probarnos valiosos y merecedores de tal exaltación. Aquellos que caminan con la fe en esta Época del Evangelio están siendo formados en una Nueva Creación. Somos aún hoy “nuevas criaturas” en Jesucristo (II Cor. 5:17). En el pasado todas la criaturas inteligentes de Dios fueron primero creadas y luego puestas a prueba. Pero con la Nueva Creación es diferente. Estamos siendo puestos a prueba antes de que se complete el proceso de creación, pues cuando esté terminado, todos aquellos que califiquen serán hechos inmortales. Serán a prueba de la muerte, por lo que deben mostrarse merecedores de tal alta creación antes de alcanzarla.

Es por esta razón que nuestro Señor permite que su gente esté rodeada del mal y de influencias malignas. Es sólo la fe en Él y en la justicia de su plan para Él y para el mundo que se les da la victoria sobre sus alrededores. El mundo bajo el liderazgo de Satanás encuentra un aliado en la carne caída. La fe en Dios y en sus promesas que nos guiarán y ayudarán en la gloria es absolutamente necesaria para ser vencedores ante esta alianza poco santa.

Los Trabajos de la Fe

Después de explicar que la “sustancia de las cosas que deseamos, la evidencia de las cosas que no vemos”, Pablo nos recuerda de un gran número de grandiosos ejemplos de lo que la fe puede lograr en las vidas de los creyentes. Él saca sus ilustraciones de las experiencias y palabras del Antiguo Testamento. Ésto las hace más significativas porque aquellos hombres ancianos de Dios tenían menos conocimiento del Plan Divino del que nos ha sido dado a nosotros. Ellos no estaban entusiasmados de correr por tal maravilloso premio como aquel ofrecido en la Época del Evangelio. Sin embargo las Antiguas Palabras ejercían una gran fe. “Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín…” Heb. 11:4. Enóc caminó con Dios, Noé predicó justicia y construyó el arca, Abraham ofreció a Isaac como ofrenda (o estaba dispuesto a hacerlo), Moisés escogió sufrir con la gente de Dios antes “que gozar de los deleites temporales del pecado” (verso 25). José se enfrentó por la justicia en la tierra de Egipto, Josué conquistó Canán, Elías desafió y venció a los sacerdotes de Baal y Daniel paró a la boca de leones. Los tres hebreos arriesgaron las llamas calentadas por la furia y Jeremías sobrevivió los horrores de las catacumbas. Estos hombres de Dios tenían una cosa en común que los habilitó a pasar por estas experiencias. Fue la fe en Dios y sus promesas.

Su conocimiento de las promesas de Dios fue la base de su fe. Fue por el conocimiento de las promesas de Dios que Abraham: “esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Heb. 11:10). Todas las Palabras Antiguas disfrutaron del conocimiento del propósito de Dios, no en su total claridad como lo entendemos nosotros, pero lo suficientemente claro para darse cuenta que cualquier tipo de ventaja que ellos pudieran disfrutar temporalmente no se compara en valor con la bendición eterna que Dios ha prometido.

Este sólo conocimiento no les dio fe, sino que fue la base de su fe al ser persuadidos que las promesas de Dios eran verdaderas y así ellos pudieron colocar la confianza de su corazón en ellas. Al hacer las promesas de Dios suyas, ordenaron sus vidas en armonía con ellas. Cuando por ejemplo Abraham oyó la voz de Dios llamándolo para ir hacia un país desconocido, el obedeció. Cualquier cosa menos que la obediencia total hubiera demostrado la falta de fe.

Continúa en el próximo número