Sanidad Divina
LA ENFERMEDAD es una terrible plaga en la raza humana. A nadie le gusta sufrir ni verse perjudicado por una o más de los cientos de enfermedades que se ciernen sobre nosotros y que, finalmente, nos arrastran a la muerte. En la antigüedad poco o nada se conocía sobre el tratamiento médico científico, lo que dio la oportunidad a brujos y a otros profesionales sin escrúpulos de explotar a la gente, aprovechándose de sus temores, de sus supersticiones y de su muy comprensible deseo de ser aliviados del dolor.
Hoy la situación es algo diferente. Se ha realizado un gran progreso en la ciencia médica, pero aún quedan millones de personas incurables que siguen esperando contra toda esperanza de que algún día se descubra un remedio o se encuentren medios para devolverles la salud. Esta comprensible esperanza de encontrar una cura expone a muchos de los desafortunados miembros de la familia humana a la explotación hoy en día, incluso como en épocas pasadas.
El control del gobierno sobre el tráfico de drogas ayuda a proteger a algunos de convertirse en víctimas. La licencia de los médicos, de los dentistas y del resto del personal que trabaja en aliviar el sufrimiento humano es una mayor protección del público contra la explotación. Pero tal disposición es sólo una salvaguarda parcial contra la mala práctica de atacar a los desafortunados y de aprovecharse de su lastimosa situación con fines egoístas.
Cuando la ciencia médica falla a aliviar el dolor, curar enfermedades o restaurar la vista, muchos comienzan a preguntarse sobre la posibilidad de que se realice un milagro. A los que no tienen fe en un poder superior no se les tienta en esta línea, pero los que sí creen en Dios y tienen fe en que es capaz de hacer todas las cosas, a menudo se convencen fácilmente de que deben esperar que los cure. Con este pensamiento en mente apelan a Dios en busca de ayuda, ya directamente o ya mediante la asistencia de un sanador de fe. A veces se nota una mejoría. En muchos otros casos, el “paciente” se decepciona, ya que no se produce ningún “milagro.”
La curación de la enfermedad sin el uso de medicamentos o cirugía no es nueva. La practicaron los magos del antiguo Egipto, Asiria y Babilonia. Los santos hombres de la India realizan lo que dicen ser curas milagrosas. Lo hicieron en el pasado y aún todavía.
Hoy en América y Europa, la idea de tratar dolencias de la mente y el cuerpo a través de métodos psiquiátricos es cada vez más popular. Algunos lo describen como la mente sobre la materia. A veces se emplea el hipnotismo. Se dice que algunos médicos y dentistas, por ejemplo, pueden hipnotizar a sus pacientes antes de operar y así eliminar la necesidad de gas o anestesia local.
Llamamos la atención sobre estos diversos métodos para curar enfermedades y matar el dolor fuera del ámbito de la ortodoxia médica no con la idea de condenarlos, sino más bien para demostrar que, aparte de las profesiones de creer en Cristo o en el poder de Dios para sanar la enfermedad, se han logrado cosas extraordinarias, y todavía se logran. Obviamente, esto nos deja con la necesidad de admitir que los sanadores de fe cristianos no están logrando nada más sorprendente que los que en sus prácticas no invocan el nombre de Cristo en absoluto, o si invocan el poder de la deidad, es el de un dios pagano.
Cristo realizó milagros
A menudo se argumenta que, dado que Jesús realizó curas milagrosas y que los apóstoles de la Iglesia primitiva sanaron a los enfermos mediante el poder milagroso, los cristianos de hoy en día deberían poder hacer lo mismo. Llamamos la atención a una declaración hecha por Jesús en el sentido de que sus discípulos podrían realizar las mismas obras poderosas, e incluso “mayores.” —Juan 14:12
Es cierto que Jesús sanó a los enfermos mediante el poder milagroso. También es cierto que aseguró a sus discípulos que podrían hacer obras aún mayores de las que le habían visto. También Jesús resucitó a los muertos. Lázaro, por ejemplo, había estado muerto durante cuatro días y su cuerpo había empezado a descomponerse; sin embargo, Jesús lo restauró a la vida. El apóstol Pedro, al invocar el poder divino, levantó a Dorcas a la vida. Si los cristianos de hoy deben practicar la sanación divina porque lo hicieron Jesús y los apóstoles, entonces debería ser posible, por fe, resucitar a los muertos.
No importan los éxitos que puedan tener los curanderos de fe de hoy en día, deben admitir algunos fracasos; sin embargo, Jesús nunca falló. E incluso los más entusiastas deben estar de acuerdo en que son por completo incapaces de devolver la vida a los muertos. Por lo tanto se nos presentan hechos ineludibles a tener en cuenta en la evaluación de la práctica moderna de sanar a los enfermos en el nombre de Cristo.
En primer lugar, debemos recordar que los demás están haciendo lo mismo, aparte de todos los reclamos de ser cristianos, y lo han estado haciendo durante siglos. En segundo lugar, hay muchos fracasos en los intentos que hacen hoy los sanadores por la fe para restaurar la salud de los enfermos; y tercero, no pueden resucitar a los muertos como hizo Jesús; de ahí que sus pretensiones de seguir su ejemplo deja mucho que desear, lo que plantea la cuestión de si realmente actúan por su autoridad.
No más dolor
Sin embargo, no puede negarse el hecho de que la Biblia tiene mucho que decir acerca de la sanidad divina. A Dios se le representa como el gran médico que cura todas las enfermedades de su pueblo. (Sal. 103:3) El profeta Isaías predijo un tiempo en el que “no dirá el morador: Estoy enfermo.” (Isa. 33:24) Y también que se abrirían los ojos de los ciegos y los oídos de los sordos; y que el cojo saltaría y el mudo cantaría. —Isa. 35:5-6
Las enfermedades son simplemente la evidencia de que la raza humana está muriendo. Son los concomitantes de la muerte y el apóstol Pablo nos informa que Cristo debe reinar hasta haber destruido la muerte. (1 Cor. 15:25,26) La destrucción de la muerte incluirá la destrucción de la enfermedad que conduce a ella. El apóstol Juan, describiendo el significado de la visión que le dio Cristo en la Isla de Patmos, dijo que vendría un tiempo en el que no habría más muerte, que Dios enjugaría las lágrimas de todo rostro, que no habría más dolor y que la tristeza y el lamento terminarían. —Apoc. 21:4
Las Escrituras no sólo prometen que es el propósito de Dios poner fin al pecado y la muerte, sino que las profecías también revelan que se haría por medio de Cristo, que a través de él la salud y la vida llegarían a la gente. El hecho es enfatizado por un mensaje que Jesús envió a Juan el Bautista. Éste había sido encarcelado, y aunque anteriormente había anunciado a Jesús como el Mesías predicho, y creía por entero que lo era, más tarde se lo cuestionó y buscó respuesta. En este estado de ánimo, envió a dos de sus discípulos a preguntar a Jesús: “¿Eres tú el que había de venir, o esperaremos a otro?” —Mat. 11:3
Jesús les pidió a los mensajeros que volvieran a Juan y le dijeran lo que habían visto: que los enfermos estaban curándose, que los ojos de los ciegos estaban abriéndose, que los muertos estaban resucitándose y a los pobres les anunciaba el Evangelio. Jesús sabía que Juan el Bautista tomaría estas cosas como prueba de que el Mesías, el Cristo, había venido realmente, porque entendería que éstas eran las obras que Dios había prometido que el Mesías haría por el pueblo.
En vista de este propósito claramente establecido de Dios, a través de Cristo, tal como lo encontramos en la Biblia, ningún creyente verdadero en las Escrituras negará que la sanación divina es parte del programa cristiano para la raza condenada y moribunda por el pecado. Por otro lado, un momento de honesta reflexión sobre las experiencias de los cristianos a lo largo de los siglos desde que Jesús sanó a los enfermos y resucitó a los muertos debería ser suficiente para convencer a cualquier buscador sincero de que si el programa divino para restaurar la raza humana a la salud y a la vida no es para lograr para la gente más de lo que han hecho los diversos sanadores de fe y los hacedores de milagros que han afirmado operar en el nombre de Cristo, el programa divino de salud ha sido, y sigue siendo, un fracaso miserable.
Verlo y reconocerlo debería, a su vez, hacernos buscar más profundamente en la Palabra de Dios para descubrir, si es posible, la manera y el tiempo en que se hará realidad su provisión de salud para las personas. Por tanto, y sólo así, encontraremos armonía entre el testimonio de la Biblia y las experiencias de los seguidores de Jesús, pasados y presentes. Independientemente de cuáles sean nuestras teorías y nuestros deseos, no se les debe permitir ponderar nada en contra de los hechos; y los hechos son que ningún programa de curación divina como el prometido en la Palabra de Dios ha llegado a la raza moribunda. ¿Y por qué no?
Tiempos de Restauración
Como hemos visto, los apóstoles, como Jesús, practicaron la curación divina. Un ejemplo fue la curación por Pedro del cojo que se sentó “en la Puerta Hermosa del templo” pidiendo limosna. (Hechos 3:1-11) Este hombre había sido cojo desde su nacimiento; pero cuando Pedro dio la palabra de autoridad, fue restaurado a la integridad física. Cuando la gente preguntó con qué autoridad y poder había sanado este hombre, Pedro explicó que fue a través de Jesús de Nazaret, a quien habían crucificado.
Pero Pedro no se detuvo en esa respuesta, sino que explicó que después de que Jesucristo regresara habría “tiempos de restauración de todas las cosas.” Este tiempo de restauración general, explicó Pedro, había sido predicho por la boca de todos los santos profetas de Dios desde el comienzo del mundo. —Hechos 3:19-23
La lección aquí es clara y la conclusión, inequívoca. Pedro había sanado a un cojo. Se cumplió a través de su creencia en Cristo. Utilizando esto como la base de su sermón, el apóstol explicó que habría un tiempo de restauración general después de la segunda venida de Cristo y que era lo que todos los profetas de Dios habían predicho. El programa de salud y vida de Dios para la gente, por lo tanto, no debía inaugurarse hasta después de la segunda venida de Cristo y el establecimiento de su reino.
Esta característica del plan divino no ha fallado ni fallará. Cuando se ponga en funcionamiento, dará como resultado un cumplimiento completo de todas las promesas divinas de salud y vida. Todos los ojos ciegos se abrirán; todos los oídos sordos serán destapados; todos los cojos serán sanados. Nadie en el mundo entero que acepte la provisión de la gracia de Dios a través de Cristo dirá entonces: “Estoy enfermo.”
Realidad de la enfermedad y de la muerte
La enfermedad y la muerte son los mayores enemigos del hombre. Lo sabemos por observación y experiencia, pues los gérmenes de la enfermedad y la decrepitud están funcionando en todos nosotros, llevándonos gradualmente a la discapacidad, a la vejez y, finalmente, a la muerte. A pesar de los esfuerzos de la ciencia médica del siglo XXI millones de personas son alcanzadas por la muerte mientras todavía son jóvenes. Cada aspecto de la vida se vuelve incierto. Una de las cosas que sella la Biblia con la marca de la autenticidad es proclamar la realidad de la muerte explicando su origen.
Deseamos enfatizar este punto, ya que hay muchas personas en el mundo actual que, en un intento por escapar de la realidad, tratan de creer que la enfermedad y el dolor, e incluso la muerte, en realidad no existen, que estos males son meras invenciones del mundo. Quizás con la esperanza de que si uno simplemente decide que el dolor no existe, no se verá afligido por el dolor. Es una teoría fantasiosa que en la práctica no funciona.
La enfermedad finalmente conduce a la muerte; pero quienes pretenden eliminar la enfermedad simplemente insistiendo en que no existe, ¡no deberían, en sana lógica, morir! Pero sí mueren, sin embargo. No importa qué punto de vista tengan los practicantes de la fe, ya sea creyendo que el Cristo resucitado lo sanará de las enfermedades o induciendo al paciente a creer que no hay enfermedad, nadie en ningún siglo ha dejado de morir. Por otro lado, la Biblia nos asegura que el programa divino de sanación dará como resultado que “no habrá muerte.” —Apoc. 21:4
Por qué Jesús sanó a los enfermos
Ningún cristiano negará que Jesús realmente sanó a los enfermos y que lo hizo por el poder divino y de acuerdo con la voluntad de Dios. Sin embargo, a quienes Jesús sanó murieron posteriormente y a quienes resucitó de entre los muertos gustaron la muerte otra vez. Entonces surge la pregunta: ¿por qué no fueron permanentes sus curaciones?
Tal vez la respuesta bíblica más directa a esta pregunta, ya que se relaciona con los milagros que realizó Jesús, se encuentra en la declaración registrada por Juan sobre el milagro de convertir el agua en vino. “Este principio de señales hizo Jesús en Caná de Galilea, y manifestó su gloria.” (Juan 2:11) El pensamiento de este texto es que por sus milagros Jesús mostró su gloria a la gente de su día antes del tiempo de revelarse al mundo entero por un programa de salud que traería vida eterna a toda la humanidad.
Era, entonces, una parte necesaria de su ministerio para poder establecer sus enseñanzas y su mesianismo. La gente de la antigüedad estaba más acostumbrada a las manifestaciones de los llamados sobrenaturales que la de hoy. El misticismo oriental estaba plagado de afirmaciones y prácticas de lo oculto y lo supuestamente milagroso.
Además, Dios había realizado muchos milagros por la nación de Israel, que comenzaron con Moisés. Cuando este gran líder del pueblo se presentó ante Faraón para exigir la liberación de los israelitas, manifestó signos milagrosos para establecer su patrocinio divino. Los magos de Egipto se apresuraron a duplicarlos, es decir, todos excepto uno, que no pudieron.
Así vemos que la mente pública en la antigüedad esperaba alguna demostración sobresaliente de autoridad y poder divino por parte de aquellos a quienes aceptaban como enviados por Dios. El Dios de Israel había luchado por ellos en la batalla y había destruido a sus enemigos. Algunos de sus profetas habían resucitado a sus muertos. ¿Podría esperarse que aceptasen a Jesús como el más grande de todos sus profetas, el Uno, en verdad, que todos anunciaron que vendría, si pudiera hacer menos que quienes habían prometido su venida?
Ésta fue una de las razones por las cuales el ministerio de Jesús estuvo acompañado de milagros: la curación de los enfermos y la resurrección de los muertos. Y al hacerlos también estaba dando lecciones ilustrativas de lo que él, como el Mesías prometido, haría por el mundo entero y, sobre una base permanente, al llegar el debido tiempo de Dios de inaugurar esta característica del plan divino.
Es la voluntad de Dios, que en última instancia, quienes acepten a Cristo y obedezcan las leyes de su reino sean restaurados a la salud y vivan para siempre como seres humanos. Cada uno de los santos profetas, de una forma u otra, predijo un programa mundial de salud y vida. Jesús se refirió a él como un tiempo de “regeneración.” (Mat. 19:28) Como ya se señaló, el apóstol Pedro lo describió como los “tiempos de restauración de todas las cosas.” (Hechos 3:19-21) Pero Jesús no inició este programa en su primera venida ni prometió a ninguno de sus discípulos que podían esperar curarse divinamente de sus dolencias físicas debido a su fe en él.
Invitado a morir
Un caso interesante es el del joven y rico gobernante que vino a Jesús y le preguntó qué podía hacer para heredar la vida eterna. Además de decirle a este joven que necesitaría disponer de su riqueza, usándola para beneficio de los demás, Jesús le dijo que tomara su cruz y lo siguiera hasta la muerte. Le prometió al joven que con esta condición tendría un tesoro en el cielo. Jesús no dijo ni una palabra acerca de la curación física. La única seguridad que le dio a este joven fue que si sacrificaba su vida, recibiría una recompensa celestial en la resurrección. —Mat. 19:16-26; Marcos 10:17-27; Lucas 18:18-27
Y así se nos presenta el programa divino para la presente Edad Evangélica. No es un programa de sanación de dolencias físicas, sino más bien, el sacrificio de la vida humana siguiendo los pasos de Jesús. Jesús preguntó a dos de sus discípulos: “¿Podéis beber del vaso del que yo he de beber, y ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado?” (Mat. 20:22; Marcos 10:35-40) A la iglesia en Roma, Pablo escribió: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional.” —Rom. 12:1
No hay forma de acumular tesoros en el cielo excepto sacrificando tesoros en la tierra, y algunos de los tesoros terrenales que los cristianos están llamados a sacrificar en el servicio del Señor pueden ser la salud física y la fortaleza. No queremos decir con esto que un cristiano abandone su vida imprudentemente, sin embargo, la salud física y la fortaleza no deben ser su principal consideración.
Todos los cristianos deben reconocer que Dios tiene el poder de curar enfermedades y de restaurar a los enfermos a la salud cuando lo desea. Dios es capaz de hacer abundantes milagros ahora, de cualquier modo que elija, incluso cuando lo hizo a través de su amado Hijo Jesús hace casi dos mil años. Lo que queremos enfatizar es que el objetivo principal del programa de Dios para la edad presente no es el de la curación física.
En relación con esto llaman nuestra atención algunos hechos interesantes del Nuevo Testamento. Tomemos el caso del apóstol Pablo. En el momento de su conversión perdió la vista como resultado de la luz cegadora que brilló desde el cielo, más cegadora que el brillo del sol al mediodía. Al principio, aparentemente, estaba totalmente ciego, pero la visión parcial se restableció unos días después.
Sin embargo, tras su conversión, Pablo nunca pudo ver bien. Habló de su aflicción como “un aguijón en la carne.” (2 Cor. 12:7) Aparentemente razonó que si se le quitaba este “aguijón”, si pudiera disfrutar de una vista normal, podría lograr mucho más en el servicio del Señor. Entonces oró a Dios. De hecho, hizo una oración especial en tres ocasiones diferentes. Finalmente Dios respondió a su petición no restaurándole la vista, sino explicándole que su gracia le sería suficiente. En otras palabras, en lo que respecta a la restauración milagrosa de la vista física de Pablo la respuesta del Señor fue: “No.”
No podemos suponer que el hecho de que a Pablo no se le hubiera restaurado la vista por el poder divino se debió, en ningún sentido, a falta de fe o a incapacidad para presentar el asunto propiamente al Señor. Tampoco el apóstol se desanimó por el hecho de que el Señor no le restaurara la vista, como habría hecho si hubiera entendido que la curación física era el programa divino para esta edad; porque habría probado su propia indignidad de las bendiciones que Dios había prometido.
Pablo sabía que Dios no había prometido dar salud física a los seguidores de Jesús durante esta edad y sabía que era su privilegio sufrir y morir con Jesús. No esperaba ser favorecido por encima de su Maestro y Señor. Al verlo, pensó que podría prestar un servicio más eficiente si tuviera una mejor visión física y, por tanto, lo convirtió en una cuestión de oración. Pero cuando el Señor dictaminó lo contrario, Pablo se contentó y explicó que, como era la voluntad divina seguir siendo discapacitado por este “aguijón en la carne,” se gloriaría en sus debilidades.
Desde este punto de vista, es correcto que cada cristiano deje el asunto de su salud física en las manos del Señor, aun cuando lo busque como guía y bendición en todas las demás líneas. Sin duda, ha habido muchos casos en los que el Señor usó su poder para dar salud física y fortaleza a su pueblo sacrificado. En muchos casos, el Señor diseña ciertos trabajos para los seguidores individuales del Maestro y los fortalece hasta realizarlos. Pero en todos esos casos la obra a realizar es la consideración importante, no la salud física de aquellos a quienes el Señor pueda llamar a hacerlo.
Vida espiritual y humana
En términos generales, en la Biblia se encuentran dos conjuntos de promesas separados y diferentes relacionados con la vida eterna. Las más conocidas son las que aseguran a los cristianos de la edad presente que bajo condiciones de fidelidad serán recompensados con vida inmortal en el cielo y resucitados en la “primera resurrección” para vivir y reinar con Cristo mil años. Pero también hay muchas otras que presentan la esperanza de ser restaurados a la salud física como seres humanos y de vivir para siempre en la tierra. En un esfuerzo por armonizarlos con las promesas de la vida celestial, la mayoría de los estudiantes de la Biblia las espiritualizan; mas, al hacerlo, pierden su significado real.
Otros, al tomar estas promesas de sanidad y salud fuera de contexto, las toman como base para sus afirmaciones de que el Señor ahora sanará a su pueblo de sus enfermedades mientras esperan morir e ir al cielo. Pero aquí también se pasa por alto el significado real de estas muchas promesas y hace que la Biblia parezca contradictoria.
La armonía entre ambas líneas de pensamiento se encuentra en reconocer el hecho de que en el plan divino para la recuperación humana del pecado y la muerte se prometen dos salvaciones: una salvación celestial y la otra terrenal, restauración de la salud y vida eterna aquí mismo en la tierra. Las promesas de la salvación celestial pertenecen a los seguidores de Jesús durante esta edad presente, mientras que las promesas de la vida humana perfecta se aplican a la raza humana como un todo.
Estas promesas de vida terrenal perfecta e interminable no se aplican a la experiencia humana de hoy, pero presentan una maravillosa esperanza para el futuro, esa edad futura en la cual Jesús reinará como Rey sobre la tierra y sus fieles seguidores de esta edad reinarán con él. Esta restauración de la raza humana a la vida en la tierra es el gran objetivo del plan divino; por tanto se le da mucha consideración tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.
El trabajo de restaurar la raza humana a la vida se realizará durante el reinado de mil años de Cristo. Las Escrituras claramente enseñan que el reino de Cristo no se establecerá hasta después de su regreso. (Hechos 3:19-21) Durante el corto período del ministerio del primer advenimiento de Jesús, predicó la esperanza del reino y, en conexión con su mensaje, hizo muchas demostraciones prácticas de lo que las bendiciones del reino significarían para el pueblo al volver a cumplir las promesas de Dios. Los milagros de Jesús, como ya hemos indicado, no se designaron para iniciar un programa de milagros para esta edad presente, sino como ilustraciones del programa divino para la edad del reino.
La lepra prevalecía en la época de Jesús y, como ahora, se consideraba incurable. Debido a esto era un símbolo apropiado del pecado, que, desde el punto de vista de la capacidad humana, también es incurable. La muerte vino al mundo como resultado del pecado; así que cuando Jesús limpió a los leprosos de su época estaba ilustrando la intención divina en última instancia de eliminar la plaga del pecado de la tierra y destruir la muerte, el resultado del pecado.
En este punto había prometido el Señor a través de Isaías: “Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta; si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana. Si quisiereis y oyereis, comeréis el bien de la tierra.” (Isa. 1:18-19) Note que la promesa no asegura un hogar en el cielo, sino que los dispuestos y obedientes “comerán el bien de la tierra” y esto porque sus pecados han sido limpiados.
Ojos ciegos abiertos
El profeta Isaías, en su profecía de la restauración de la raza humana a la salud y a la vida, escribió que se abrirían todos los ojos ciegos; lo que estaba en consonancia con lo que Jesús, a fin de mostrar la gloria de su obra en el reino venidero, hizo restaurando la vista a algunos de los ciegos de su día. —Isa. 35:5-6
También profetizó que llegaría el momento en que “el cojo saltaría como un ciervo,” y Jesús restauró a algunos de los lisiados de su tiempo y así prefiguró aún más los “tiempos de restauración de todas las cosas.”
Incluso la misma muerte será destruida por el poder divino. El Señor “tragará la muerte en victoria,” se nos asegura en esta misma profecía del Antiguo Testamento, “enjugará Jehová el Señor toda lágrima de todos los rostros.” (Isa. 25:8) Jesús ilustró esta victoria prometida al despertar a algunos del sueño de la muerte, lo que demuestra que la muerte no se interpone en el camino del plan divino para restaurar la salud y la vida de las personas.
Obras mayores
Jesús prometió que sus seguidores estarían facultados para hacer obras aún mayores que las emprendidas hasta ese momento. (Juan 14:12) ¿Qué quiso decir? Una explicación es que hace referencia al trabajo de convertir a los pecadores y así salvarlos de la muerte eterna. Asociado a esto, por supuesto, estaría también el trabajo de cooperar con el Señor en la curación de las dolencias de las mentes y los corazones de quienes se convierten, sus enfermedades espirituales. El pensamiento es que este trabajo está en un nivel más alto que el de la curación de dolencias físicas, de ahí que se lo llame “obras mayores.”
Esta promesa a veces se asocia con Marcos 16:17-18, donde Jesús dice: “En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes; y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán.” Sin embargo, todos los eruditos de la Biblia están de acuerdo en que este pasaje es espurio al haberse agregado al texto inspirado por alguien no autorizado mucho después de que se escribiese el manuscrito original.
Es cierto que el Espíritu Santo capacitó más tarde a algunos para hablar en lenguas. Pero fue para que quienes hablaban otras lenguas pudieran atestiguar del Evangelio. También es cierto que a algunos en la iglesia primitiva se les dio el don de la curación. Pero fue sólo para servir a un propósito temporal. El apóstol Pablo deja claro que cesarían estos dones especiales del Espíritu, y así fue. (1 Cor. 13:8) Sólo hay un registro de un discípulo al que se le protege contra la mordedura de una “serpiente,” y fue el caso del apóstol Pablo cuando, junto con otros presos camino a Roma, naufragaron en una isla. No hay nada acerca de este incidente que sugiera el cumplimiento de Marcos 16:18.
Santiago escribió que si alguien en la iglesia estaba enfermo debía llamarse a los ancianos, que lo ungirían, y “la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará.” (Santiago 5:14-15) La palabra “enfermo” en el versículo 15 de este pasaje proviene de una palabra griega que significa “débil” o “cansado.” Es la misma palabra traducida como “cansado” en Hebreos 12:3, donde el apóstol amonesta a los cristianos no estar cansados y débiles en sus mentes. También se usa en Apocalipsis 2:3, donde se traduce como “desmayado.” El significado evidente aquí, como en Hebreos, es la enfermedad espiritual, no la enfermedad física. El desaliento y otras formas de cansancio espiritual bien podrían conducir a una medida de enfermedad física. Donde esto ocurre, la curación de la enfermedad espiritual automáticamente daría como resultado una mejor salud física. Ciertamente, es el privilegio de todos los ancianos de la iglesia y de todos los hermanos ayudarse unos a otros en esta línea cuando sea posible.
Si bien esta explicación es razonable y puede haberse incluido en lo que prometió Jesús creemos, sin embargo, que su principal referencia fue para el trabajo de su reino de mil años, el gran proyecto de restaurar a toda la humanidad a la salud y la vida. Muchas promesas de la Biblia nos aseguran que los fieles seguidores del Maestro compartirán ese trabajo futuro en el reino. Junto con él, ministrarán a la gente como la prometida “simiente de Abraham”, a través de la cual todas las familias de la tierra serán bendecidas. —Gál. 3:8,16,27-29
¡Y cuánto “mayor” será ese futuro trabajo del reino que el representado en los pocos milagros realizados por Jesús como ejemplos de lo que se hará más tarde para toda la humanidad! ¡Él abrió sólo algunos de los ojos ciegos, pero en su reino se abrirán todos los ojos ciegos! Y esto incluirá tanto la ceguera espiritual de las personas como la física. No importa qué tipo de enfermedad pueda estar involucrada, el trabajo futuro de curación será universal, no se tratará sólo con unos pocos casos individuales, como en la primera venida de Jesús.
Y no sólo eso, sino que ese trabajo futuro también será “mayor” en eso, para todos los que creen y obedecen, será permanente, mientras que en el caso de las ilustraciones dadas por Jesús, fue temporal. No había seguridad de que aquellos a quienes Jesús sanó no enfermaran de nuevo. Pero esta no será la experiencia de aquellos que son restaurados a la salud durante los mil años del reinado de Cristo: “los tiempos de restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de todos sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo.” —Hechos 3:19-21
Además, aunque Jesús despertó a algunos que estaban dormidos en la muerte, no permanecieron vivos, como será el caso con todos los que se despertarán durante el Milenio y que luego obedecen las leyes de ese nuevo reino. El propósito de su despertar será darles la oportunidad de creer y obedecer y vivir para siempre. Solo aquellos que no obedezcan serán “desarraigados del pueblo.” —Hechos 3:23
Verdaderamente será un trabajo “mayor” que cualquier cosa realizada por Jesús en su primer advenimiento. Y sin embargo, las obras poderosas que realizó fueron bastante amplias para dar seguridad de que, cuando llegue el momento oportuno, no hay nada que el Señor haya prometido que no sea posible para Cristo y su iglesia. Es obvio que si el poder divino fue capaz de sanar a algunos de los enfermos, podrá sanar a todos los enfermos. Si fue capaz de despertar a algunos de los muertos, podrá despertar a todos los muertos. Y también es claro que esas mismas disposiciones de la gracia divina permitirán a todos los que están dispuestos y obedientes a vivir para siempre.
¡Qué maravilloso programa de sanación y restauración será! Se describe simbólicamente en la profecía de Malaquías como el surgimiento del “Sol de justicia, con salud en sus alas.” (Mal. 4:2) ¡Qué ilustración tan significativa! Durante 6.000 años, la gente ha estado envuelta en la oscuridad del pecado, la enfermedad y la muerte. Satanás, el dios de este “presente siglo malo” ha cegado sus mentes con respecto al verdadero Dios del amor. (2 Cor. 4:4; Gál. 1:4) Sin conocer a Dios, han tropezado en la oscuridad sobre el “camino espacioso” que conduce a la destrucción. —Mat. 7:13-14
¡Pero qué diferente será cuando el reino de Cristo entre en vigor para bendición de las personas! El “Sol de justicia” estará brillando. Asociado con Jesús en esta obra de iluminación y bendición del mundo estará la iglesia. Con respecto a esto, Jesús mismo dijo que “brillarían como el sol” en ese glorioso reino. —Mat. 13:43
Sí, compartirán con él estas “obras mayores” que Jesús prometió. ¡Y cuánto mejor será eso que los esfuerzos de curación que a veces se intentan hoy en el nombre de Cristo! Los caminos y planes de Dios son siempre mejores que los de los hombres; así que continuemos orando para que venga su reino y se haga su voluntad en la tierra, así como ahora se hace en el cielo. Cuando se responda a esta oración será verdad, como predijo el profeta Isaías, que “el morador [de aquel día] no dirá: estoy enfermo.” —Isa. 33:24
De Jehová, el Gran Médico, el salmista escribió: “El es quien perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus dolencias; el que rescata del hoyo tu vida, el que te corona de favores y misericordias; el que sacia de bien tu boca de modo que te rejuvenezcas como el águila.” (Sal 103:3-5) ¡Qué claro se expone el propósito último del Creador con respecto a la raza humana! Fue el pecado—desobediencia a la ley divina—lo que trajo la enfermedad y la muerte a la raza humana, pero en esta tranquilizadora promesa se nos informa que a través del amor redentor de Dios se perdonará la iniquidad, lo que dará como resultado la curación de todas las enfermedades.
¡Y qué maravillosa la promesa de que aquellos así bendecidos por el Señor renovarán su juventud! Esta bendita experiencia será literalmente cierta en el caso de todos los que, durante los mil años del reinado de Cristo, acepten la gracia de Dios, como se representa en la sangre expiatoria del Redentor, y obedezcan las justas leyes del reino mesiánico.
Nadie entonces tendrá que envejecer y morir; nadie entonces tendrá que morir de una enfermedad porque nadie tendrá que morir en absoluto; ya que, como afirma claramente el Revelador con respecto a ese tiempo cuando la provisión divina de salud estará disponible, “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron.” —Apoc. 21:4
Otra promesa completa de las bendiciones de la salud y la vida que se otorgará a todos bajo la administración del reino de Cristo es la de Apocalipsis 22:1-2 y 17. Aquí las provisiones del amor divino se simbolizan como un poderoso “río”—“un río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero.” El “trono de Dios” es un símbolo de la autoridad divina que se ejercerá en la tierra a través del reino de Cristo. La asociación del “Cordero” con esta imagen nos recuerda que las bendiciones de la vida representadas por el río estarán disponibles sólo por la sangre derramada del “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.”
Y note la referencia en el versículo 2 al “árbol de la vida”, y que las hojas de este árbol (o árboles, como está en el texto griego) son para “sanidad de las naciones.” Sí, gracias a Dios, a las personas de todas las naciones se les debe dar la oportunidad de ser sanados, de participar del “árbol de la vida” que se le prohibió a la raza humana una vez por el pecado. (Gén. 3:24) En el versículo 17 se nos informa que cuando el “río de la vida” fluya para bendición del pueblo, la invitación a participar de sus aguas de vida se ofrecerá al “que quiera.” Entonces “el Espíritu y la Esposa dicen: Ven… Y el que quiera, tome el agua de la vida gratuitamente.”
La “esposa” que dice “Ven” es la iglesia de Cristo, unida a él en gloria, habiendo demostrado ser digna de esta alta posición sufriendo y muriendo con él durante esta edad. En el plan divino, éstos son recompensados, no con salud física ahora, sino con gloria, honor e inmortalidad para vivir y reinar con Cristo con el propósito de compartir con él la curación de toda la humanidad de sus enfermedades y ofrecer la vida humana eterna a todos los que acepten la invitación: “Ven y tome del agua de la vida gratuitamente.”