La Sangre de la Expiación
“Abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo.” —1 Juan 2:1,2
La BIBLIA enseña claramente que el plan de salvación de Dios para la raza humana está basado en el sacrificio expiatorio de Jesucristo. Es una doctrina fundamental de la Biblia que nadie puede ser salvo del pecado y su pena de muerte, excepto a través de la creencia en Jesús como el Redentor y Salvador del mundo. Esta gran verdad se nos presenta de diferentes puntos de vista, de modo que podamos comprender más claramente lo que significa para nosotros y aún significará para toda la humanidad. Aquí están algunas referencias de la Biblia acerca de esa importante enseñanza:
Jesús dijo: “El pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo.” Entonces, él añadió: “Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros.” —Juan 6:51,53
“Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo.” —1 Tim. 2:5,6
“La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado.” —1 Juan 1:7
“La paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.” —Rom. 6:23
“Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados.” —1 Cor. 15:22
Las diferentes expresiones de estos y de otros textos de las Escrituras relativos a la obra expiatoria de Jesucristo son utilizados libremente por todos los cristianos profesos, aunque, muchas veces, aparentemente, ningún esfuerzo se hace para explicar lo que realmente significan. La palabra “sangre”, por ejemplo, está empleada repetidas veces para dar énfasis a la obra expiatoria del Salvador, aunque probablemente existan pocas personas que, si fueran solicitadas, podrían dar una explicación clara de exactamente lo que quieren decir cuando, por ejemplo, hablan de ser purificadas por la sangre.
REDENCIÓN
¿De Que? ¿Para Que?
Básicamente importante para una correcta comprensión de todo el tema de la expiación es un discernimiento de lo que la Biblia quiere decir con la expresión: “La paga del pecado es muerte.” (Romanos 6:23) La expiación hecha por Jesucristo proporcionó la liberación del castigo infligido a la raza humana a causa del pecado. A no ser, por lo tanto, que comprendamos correctamente la naturaleza de la punición, sería imposible comprender claramente la doctrina bíblica de la expiación.
Por ejemplo, Pablo escribió que Jesús se dio a sí mismo como “un rescate por todos.” Aquí el pensamiento es que Jesús se hizo nuestro substituto en la muerte. La palabra griega traducida como “rescate” significa literalmente “un precio correspondiente.” Ahora, si la sanción divina por el pecado es un tormento en el infierno de fuego para siempre, eso significa que Jesús debería sufrir tormento para siempre a fin de pagar esa pena o ser un substituto para los pecadores.
Pero la sanción divina por el pecado es la muerte, no el tormento. Infelizmente, la palabra muerte ha sido explicada por muchos como la separación de Dios y el encarcelamiento en un infierno de fuego. Pero no hay autoridad bíblica para esta definición. La muerte, en las Escrituras, significa exactamente lo que significa en el diccionario, a saber, ausencia de vida. Salomón escribió: “Los que viven saben que han de morir; pero los muertos nada saben.” (Eclesiastés 9:5) Hablando de alguien que muere, David escribió: “En ese mismo día perecen sus pensamientos”. —Sal. 146:4
La primera vez que la pena por el pecado se mencionó en la Biblia se declaró como la muerte. Para Adán Dios dijo: “El día que de él comieres, ciertamente morirás.” (Gén. 2:17) Cuando nuestros primeros padres comieron del fruto prohibido Dios les dijo: “Polvo eres, y al polvo volverás.” —Gén, 3:19
Ese fue el límite máximo de la pena—volver al polvo. Nada más se dijo a nuestros primeros padres con relación al resultado de sus pecados, excepto para delinear las penas accesorias que experimentarían antes de morir. La consumación final de la pena sobre Adán se menciona en Génesis 5:5, donde leemos: “Y fueron todos los días que vivió Adán novecientos treinta años; y murió.”
Eclesiastés 12:7 ha sido mal interpretado para significar que el hombre posee un “espíritu” inmortal, que no puede morir, y que con la muerte del cuerpo ése regresa a Dios. Citamos: “Y el polvo vuelva a la tierra, como era, y el espíritu vuelva a Dios que lo dio”. Tanto el “polvo” de que está compuesto el cuerpo como el “espíritu” regresan. Esto significa que ambas revierten a la condición prenatal.
La palabra “espíritu”, usada en este texto es una traducción de una palabra hebrea que en otras partes del Antiguo Testamento, se traduce como “aliento”. Ella se usa para definir el poder de vida dado por Dios inherente en la respiración. En su sermón en el Areópago, Pablo dijo que en Dios “vivimos, y nos movemos, y somos.” —Hechos 17:28
En la muerte, el cuerpo regresa al polvo. Eso debería ser obvio para todos, y el texto que citamos afirma que el poder dado por Dios para vivir, el espíritu o el aliento, también regresa. Él vino de Dios como el Dador de toda la vida y, por lo tanto, se describe debidamente como regresando a él.
Muchos hablan de la inmortalidad inherente del hombre como si ésa fuera un punto de vista claramente establecido en la Palabra de Dios, pero ellos se sorprenderán al aprender que la Biblia no se refiere al hombre como un ser inmortal en ningún lugar. La expresión “alma inmortal”, o equivalente a la misma, no aparece en la Biblia tampoco.
Según las Escrituras, solamente Dios poseía originalmente la inmortalidad. Fue conferida a Jesús en el momento de su resurrección, y está prometida a sus seguidores como una recompensa por su fidelidad en seguir sus pasos de autosacrificio. Pablo habla de ésos como buscando la “gloria, honra e inmortalidad.” No se busca lo que ya posee. —Rom. 2:7; 1 Tim. 6:15,16
Reconociendo, entonces, que cuando la Biblia declara que el salario del pecado es la muerte esto significa la ausencia de vida, se hace claro que la “salvación” ofrecida por la obra expiatoria de Jesucristo es la oportunidad de ser liberado a partir de esta condición. El resultado final de este programa de expiación se expone bien en Apocalipsis 21:4, donde se nos informa de una época en la cual “no habrá más muerte.”
Todos Mueren en Adán
Surge naturalmente la pregunta: ¿Cómo fue posible que un solo hombre, Jesús, redimiese a toda la raza humana? Las Escrituras declaran que él “probó la muerte por todos”, y también explicó como eso fue posible. El apóstol Pablo escribió: “Así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados.” (1 Corintios. 15:22) La penalidad por el pecado original fue pronunciada sobre Adán, y fue sólo por herencia, y porque sus descendientes nacieron pecadores, que han compartido esa penalidad—“la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.” —Rom. 5:12
Dios reconoció a Adán como el responsable por el pecado, porque él fue creado perfecto, y a la imagen divina. Por lo tanto, a pesar de ser humano, él era plenamente capaz de obedecer la ley divina. Jesús, por lo tanto, el hombre perfecto, aquel que era “santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores”, fue un exacto precio correspondiente por el pecado del padre Adán. —Heb. 7:26
Jesús, como Adán, también poseía una raza humana potencial en sus lomos, así, cuando él fue hasta la muerte para redimir a Adán, él también suministró la redención para todos de la raza de Adán, que aún estaban en sus lomos cuando él pecó. Así, vemos con claridad y simplicidad cómo el pensamiento bíblico de rescate, o el precio correspondiente, está envuelto en la obra expiatoria de Jesús.
La característica de rescate del plan divino de salvación, por lo tanto, se ve como una expresión de la justicia de Dios. Este principio fue establecido por Dios en la ley que él dio a Israel—“diente por diente”, “vida por vida.” (Ex 21:23,24) Sólo Jesús puede ofrecer ese precio correspondiente por todos los hijos de Adán que eran pecadores e imperfectos. El Profeta David escribió: “Ninguno de ellos podrá en manera alguna redimir al hermano, ni dar a Dios su rescate”. —Sal. 49:7
Por qué es Necesario
La tendencia hoy es alejarse de este concepto bíblico de expiación del pecado. La sabiduría humana moderna asume la posición de que un Dios amoroso no exigiría un sacrificio de sangre por el pecado. Se alega que tal pensamiento es repugnante a los pensadores iluministas de esta “edad cerebral”.
El rechazo de esta filosofía bíblica de expiación del pecado es, en verdad, una negación de las grandes verdades fundamentadas en la Biblia. Una compañera de esta incredulidad, también defendida por esta visión, es que la creación citada en Génesis es sólo una alegoría, que el hombre no es una creación directa de Dios y de la imagen divina.
De manos dadas con esto es, naturalmente, una negación de la caída del hombre. Es insistir en que el hombre está evolucionando, no cayendo, y no necesita la expiación, sino sólo una mayor libertad de elevarse por encima de sus limitaciones actuales. Todo esto es lisonjero para el ego humano, pero es una negación categórica de prácticamente toda la Palabra de Dios, incluso las propias enseñanzas de Jesús.
Pero cuando nosotros ajustamos nuestro pensamiento al punto de vista establecido en la Palabra de Dios, no hay ninguna dificultad en comprender por qué Dios exigió un rescate por Adán y por su raza antes que pudieran ser liberados del castigo del pecado. Habiendo creado a Adán perfecto y capaz de obedecer su ley, Dios tenía el derecho de exigir obediencia. Todos nosotros admitimos esto.
El Creador también tenía el derecho de determinar la naturaleza de la pena que debería infligirse a los desobedientes. Adán disfrutaba de la vida sólo por la gracia de Dios. El Creador no tenía la obligación de crear al hombre y darle vida, pues él no tenía cualquier obligación de mantenerlo vivo. Su intención de hacerlo, como está implícito en su mandamiento de multiplicarse y llenar la tierra, era una mayor expresión de su gracia, y su insistencia en que, para disfrutar de esta continuidad de su gracia el hombre debería obedecer la ley divina, fue una simple expresión de la justicia divina.
Una pregunta que pudiera surgir: ¿no pudiera Dios haber manifestado su gran amor para con el hombre, liberándolo de la muerte sin un rescate? Él no podía hacer eso sin ir en contra de sus propios principios, y si Dios hiciera eso, no podríamos tener confianza en ninguna de sus promesas. Si él perdonara el pecador sin una justa recompensa por sus pecados, ¿cómo se podría tener certeza de que Dios no podría nuevamente cambiarse de idea?
¿De qué manera, entonces, nos garantiza la obra expiatoria de Jesús la integridad de Dios? ¿No fue el propio Dios quien hizo ese acuerdo? ¿No es una expresión del amor divino? Si esto fuera verdad, ¿no podría Dios manifestar su amor por la raza pecadora y condenada a la muerte sin la necesidad de la muerte de Jesús? ¿De qué forma es que esto prueba la inmutabilidad de Dios en la ejecución de sus decisiones?
“De tal manera amó Dios”
Una de las respuestas más simples y directas de las Escrituras a esta pregunta se encuentra en Juan 3:16. Este texto familiar nos informa que “de tal manera amó Dios” al mundo que dio a su Hijo unigénito para morir por la humanidad. Aunque sea casi imposible para nosotros comprender plenamente la naturaleza de Dios, entendemos a partir de esta expresión que el dar de su Hijo era un precio muy alto para el Padre, pero que él estaba dispuesto a cubrir este costo, a fin de que él fuera justo, y aún ser el justificador de todos aquellos que vinieran a él por Jesús y a causa de su obra expiatoria. —Rom. 3:26
Sabemos que la obra expiatoria de Jesús envolvió mucho sufrimiento, que lo soportó voluntaria y alegremente. Pero su Padre Celestial también sufrió. La obra de expiación era cara para él así como era para su Hijo, y de la parte de ambos, fue una expresión del amor divino.
Era necesario que la justicia divina se satisficiera antes que el hombre pudiera ser liberado de la muerte, pero el amor divino, proporcionó el precio de la expiación. Así, la integridad de Dios permaneció inviolada, y aún una manera fue suministrada para la liberación del pecador de la pena de muerte.
Jesús, el Perfecto
Las Escrituras declaran que Jesús “fue hecho carne y habitó entre nosotros.” (Juan 1:14) Un “cuerpo” fue preparado para él “a causa del padecimiento de la muerte.” (Heb. 2:9; 10:5) Uno de los títulos dados a él fue “Jesucristo, hombre.” (1 Tim. 2:3-5) Pero Jesús no era un ser imperfecto, miembro mortal de la raza humana. Él era “santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores.” —Heb. 7:26
Jesús tuvo una existencia prehumana. En el primer capítulo del Evangelio de Juan, él se llama el “Logos”, que significa “Palabra”. De acuerdo con el griego original de este capítulo, el Logos era “un” Dios, o Poderoso, y fue en el inicio, con “El” Dios, es decir, Jehová, el Creador. Él era el “principio de la creación de Dios.”* —Apoc. 3:14
*No vamos a discutir aquí este aspecto del asunto en detalles, pero para aquellos que quieren examinarlo, recomendamos el folleto intitulado “Padre, Hijo y Espíritu Santo.”
Después que el Logos fuera creado, él fue el agente activo de Dios en todos los trabajos creativos—“Sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho.” (Juan 1:3) Esta relación entre el Padre y el Hijo en la obra de Creación es revelada por el pronombre “nosotros”, en la expresión, “Hagamos al hombre a nuestra imagen”. —Gén. 1:26
Es acerca de este Logos poderoso y glorioso que Paulo escribe en Filipenses 2:6-8: “El cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.”
Pablo dice que Jesús fue “encontrado” en forma humana. Esto sugiere que, alguna vez él estuvo “perdido” de las huestes del cielo, entre las cuales él se había mezclado libremente como el Logos. Para éstos, estaba perdido desde el momento de la anunciación de su nacimiento. Su transferencia a la tierra de esta forma fue un milagro.
La aceptación de milagros es absolutamente esencial para una verdadera creencia en el plan divino de redención. La creación original del hombre fue un milagro. La propia vida es un milagro. La resurrección de Jesucristo de entre los muertos, que, como veremos, fue muy importante para el plan de expiación, fue el mayor de todos los milagros.
Así, el Logos fue milagrosamente transferido a la tierra y se hizo un hombre—un hombre perfecto—a fin de que pudiera dar su carne, su humanidad, por la vida del mundo. Jesús no tuvo un miembro de la raza pecaminosa y caída como su padre, entonces él no participó del pecado y de la imperfección. Pero no se engañe: el niño que nació en Belén no era Dios encarnado. Era el Hijo de Dios hecho carne. Cuando él creció y llegó a la adultez, y oró al Padre Celestial, él ciertamente no oró a sí mismo.
Es verdad que Jesús dijo: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre”. (Juan 14:9) Eso era porque él estaba a la “imagen de Dios”, así como cuando Adán fue creado. Pero Jesús enfatizó: “El Padre es mayor que yo.” (Juan 14:28) Aquellos que vieron a Jesús atestiguaron una maravillosa manifestación de las características del glorioso Dios, pero no vieron a Dios en persona, porque nadie puede verlo y vivir. —Ex. 33:20
“A Causa del Padecimiento de la Muerte”
En Salmos 8:4, Dios se representa como “visitando” a la humanidad. Las Escrituras revelan que Jesús fue el único que hizo esta visita para Dios, y como expresión del amor divino, en nombre de la raza humana, que originalmente había sido creada “un poco menor que los ángeles”, y dada un dominio sobre la tierra. —vss. 4-8
En el Nuevo Testamento, el apóstol Pablo se refiere a esa profecía, y entonces añade: “Todavía no vemos que todas las cosas le [al hombre] sean sujetas, Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos.” —Heb. 2:6-9
Aquí tenemos dos importantes reflexiones traídas a nuestra atención. Una de ellas es que la obra expiatoria de Jesús fue designada por Dios para hacer posible la restauración del hombre a su casa perdida y dominar sobre la tierra. La otra gran verdad es que, para realizar este propósito divino de su visita a la Tierra, era esencial que Jesús “experimentara la muerte por cada hombre.”
Así como la penalidad del pecado que fue impuesta sobre Adán (y a través de él sobre sus hijos) era la muerte, entonces Jesús debería morir a fin de poner a un lado el juicio. Él no podría redimir al hombre por el buen ejemplo de su vida, ni podría hacerlo, mostrándonos cómo morir por una buena causa. El valor intrínseco del ministerio fiel de Jesús estaba en el hecho de que él “derramó su vida [alma] hasta la muerte… y fue contado con los pecadores habiendo él llevado el pecado de muchos”. —Isa. 53:12
Otras declaraciones sobre la base de la obra expiatoria de Jesús son: “Fue cortado de la tierra de los vivientes”; “Como cordero fue llevado al matadero”; “Haya puesto su vida en expiación por el pecado.” (Isaías 53:7,8,10) El “alma” de Jesús fue todo su vivir. Este es el significado de la palabra en hebreo en el Antiguo Testamento de donde se traduce la palabra “alma”.
En Salmos 16:10 tenemos una expresión profética de esperanza de Jesús en ser resucitado de entre los muertos. Él dice: “Porque no dejarás mi alma en el infierno, ni permitirás que tu santo vea corrupción.” La palabra “infierno” en esa profecía de la resurrección de Jesús viene de la palabra hebrea seol, que es la única palabra del Antiguo Testamento traducida como “infierno”. Esto se aplica a la condición o al estado de muerte. Las Escrituras explican que es un estado de inconsciencia, diciendo: “En el Seol, adonde vas, no hay obra, ni trabajo, ni ciencia, ni sabiduría”. —Ecles. 9:10
Ya que el “salario del pecado es la muerte,” todos van a este estado de muerte, o “seol”, el infierno bíblico. Por eso, fue necesario que Jesús fuera a “seol”, el mismo estado de muerte, a fin de tomar el lugar del pecador. No fue sólo su cuerpo que murió, sino todo su ser, su “alma”—“Él derramó su alma hasta la muerte.”
Cuando Dios condenó al hombre a la muerte, él retiró también su protección. Para Jesús tomar plenamente el lugar del pecador era necesario que él experimentara la misma pérdida de protección y amor del Padre, lo que aconteció. En la cruz, él clamó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:46) Cuando fue abandonado por su Padre, Jesús murió rápidamente.
Resurrección Necesaria
Como un hombre perfecto, libre de la condena a la muerte que reposaba sobre los hijos de Adán, Jesús tenía el derecho de continuar a vivir como un humano. Él murió porque entregó su vida en sacrificio como un substituto por la vida perdida de Adán. Él dio su carne, su humanidad, por la vida del mundo, y nunca más podría gozar de la vida como un ser humano.
Pero Dios había prometido resucitar a su Hijo de entre los muertos y darle poder para completar el programa divino de redención y restauración humana. Pablo escribió que, “por el gozo puesto delante de él,” Jesús “sufrió la cruz, menospreciando el oprobio”, y que ahora él está “sentado a la diestra del trono de Dios.” (Heb 12:2) El hombre Jesús murió para redimir al mundo, y fue levantado a la naturaleza divina para ser el restaurador y el rey de todos aquellos que él redimió.
En el Antiguo Testamento, en los servicios del tabernáculo instituidos por Dios a través de Moisés, nosotros podemos observar una bella ilustración del significado de la relación vital de la resurrección de Jesús para el programa de expiación. Aquel día típico de expiación, un becerro fue ofrecido en sacrificio. Este señaló el sacrificio de Jesús. El sumo sacerdote colocaba sus manos sobre la cabeza del becerro para denotar que lo representaba y que sería sacrificado en su lugar.
El sumo sacerdote, entonces, mató al becerro y llevó su sangre al santísimo del tabernáculo, y la roció sobre el propiciatorio. Si él no hubiera ejecutado fielmente cada detalle de la ceremonia, como Dios había instruido, él habría muerto al pasar por debajo del segundo velo del tabernáculo para entrar en el santísimo con la sangre.
Esto, claro, era sólo una imagen. El segundo velo anticipó el cumplimiento de la muerte sacrificial que sería necesaria para Jesús entrar en el antitípico santísimo, el cielo propiamente dicho, la presencia de Dios. El hecho de que el sumo sacerdote pasó por debajo de este velo y salió vivo por el otro lado, anticipó la resurrección de Jesús. Si el sacerdote no hubiera sido fiel, él no podría haber concluido esta imagen completa de la muerte sacrificial y obtener la resurrección.
Así, se nos enseña que la resurrección de Jesús dependía de su fidelidad en dar su carne a favor de la vida del mundo. Si Dios lo resucitara de entre los muertos, esto probaría que su sacrificio fue aceptado, y él podría, entonces, “rociar” el antitípico “propiciatorio” con su “sangre”. Es por eso que Pablo dijo que la resurrección de Jesús fue una “prueba a todos los hombres”— es decir, una prueba que él había hecho la expiación aceptable por el pecado y, por lo tanto, proporcionó una vía de escape de la muerte para toda la humanidad. —Hechos 17:31
El apóstol Pedro esclarece ese punto de vista aún más en su sermón en el Pentecostés. Él atesta el hecho de la resurrección de Jesús, que en cumplimiento de la profecía su “alma” no había sido dejada en el infierno. Enseguida, él explica que el Jesús resucitado había regresado a las cortes celestes y ahora estaba sentado a la “diestra” de Dios.
Pablo también habla de la vuelta de Jesús al cielo tras la resurrección, y dice: “Porque Cristo no entró en un lugar santo hecho por manos, (aquellas del tabernáculo típico) una representación del verdadero, sino en el cielo mismo, para presentarse ahora en la presencia de Dios por nosotros.” —Heb. 9:24
El pensamiento aquí es muy claro. Así como el sumo sacerdote de Israel entró en el Santísimo del tabernáculo, y roció la sangre de su ofrenda sobre el propiciatorio, entonces Jesús, después de su resurrección, apareció en la presencia de Dios para nosotros. Simbólicamente hablando, él roció su “sangre” en el propiciatorio antitípico en nombre de su pueblo, sus seguidores asidos.
En el texto título de esta discusión, el apóstol Juan escribe que Jesús ahora es nuestro “abogado” ante el Padre, porque él es la “propiciación”—expiación, en griego—de nuestros pecados. El mérito de su sacrificio por la humanidad cubre nuestra falta de justicia, su “sangre” cubre nuestros pecados.
Es evidente que la sangre del Redentor se refiere así de manera simbólica. Jesús no llevó su sangre literal al cielo con sí. En el Antiguo Testamento leemos: “La vida de la carne está en la sangre.” (Lev. 17:11,14) En otras palabras, las Escrituras se refieren a la “sangre” de Jesús, representando el mérito o el valor de su vida sacrificada. Esta es la base para nuestra reconciliación con Dios. Así, es a través de la justicia de su sangre derramada, o la vida sacrificada, que se dice de nosotros que somos “purificados”.
Cuando, en el cenáculo con sus discípulos en la noche anterior su crucifixión, Jesús se refería a esta forma simbólica, tanto para su “cuerpo” como para su “sangre”. Fue entonces que él instituyó la conmemoración de su muerte, lo que exigía comer el pan ázimo y beber del “cáliz”. Él explicó que el pan representaba su cuerpo que sería partido y el cáliz, su sangre que sería derramada. Participar de estos emblemas representa nuestra aceptación de la gracia de Dios a través de la redención que hay en Cristo Jesús. Los seguidores de Jesús, desde entonces, han continuado a participar de estos símbolos en la ocasión apropiada cada año, y cada vez, es un recuerdo dulce para ellos de la obra expiatoria vicaria de Jesucristo en su nombre, sin el cual no podrían tener esperanza de vida eterna.
Una Esperanza de Vida
Sí, la vida que los cristianos ahora disfrutan por medio de la expiación de Cristo está basada en la fe. Es una esperanza de vida. Pablo escribió que a través de la perseverancia en hacer el bien “que buscan gloria, honra e inmortalidad [reales], la vida eterna.” —Rom.2:7
Ya no estamos alejados de Dios a causa de nuestros pecados, pues también estamos cubiertos con un “manto de justicia”—no la nuestra, sino la justicia de Cristo, simbolizada por su sangre. (Isaías 61:10) Pablo describe el resultado de esto como “justificación”—“Por tanto, habiendo sido justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.” Entonces él añade: “Por medio de quien también hemos obtenido entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios.” —Rom. 5:1,2
Sí, a través del poder justificador de la “sangre” nosotros tenemos acceso a “esta gracia.” Esta es una referencia a una característica del plan divino que es descuidado por la gran mayoría de los cristianos profesos. Pablo señala lo que es, diciendo que aquellos que han entrado ahora “gloria[n] en la esperanza de la gloria de Dios”. En otro lugar, él describe ese mismo gran beneficio de Dios como “Cristo en vosotros, la esperanza de la gloria.” —Col. 1:27
Fue la vida humana que Adán perdió aquí en la Tierra cuando desobedeció la ley divina. Jesús sacrificó su humanidad perfecta para redimir a Adán y sus hijos. La aceptación de este don ofrece la oportunidad de disfrutar de la vida eterna como seres humanos. Esta maravillosa oportunidad se ofrecerá a todos los millones de la raza humana durante los mil años del reinado de Cristo. Pero primero algo está realizándose sobre la base de la expiación.
Aquellos que ahora aceptan por la fe la provisión de vida de Dios a través de Cristo, y dedican sus vidas al servicio divino, son invitados a participar en la muerte sacrificial de Jesús. Ellos tienen la oportunidad de ser “plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte.” (Romanos 6:5) Pablo escribió: “Así que, hermanos, os ruego…. que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional.” —Rom. 12:1
Cuando nos presentamos al Señor en plena consagración, concordando en seguir los pasos del sacrificio de Jesús, nuestra ofrenda es aceptable a Dios sobre la base de nuestra fe en el mérito expiatorio de la “sangre” de Cristo. Este es el objetivo de la justificación de nuestra fe, lo que significa que por la fe nosotros recibimos vida por medio de Cristo, para que podamos ofrecerla en sacrificio agradable a Dios.
Esto está descrito por Pablo como un bautismo en la muerte de Cristo. Siendo así bautizados en su muerte, llegamos a ser miembros del cuerpo místico de Cristo. Esto está descrito por Pablo como estar “en Cristo”, y él nos asegura que no hay ninguna condena para aquellos que disfrutan de este relación favorecida. —Rom.8:1
Así como Jesús, en la resurrección, fue exaltado por encima de la naturaleza humana—exaltado a la gloria, honra e inmortalidad—esta misma recompensa está prometida a todos aquellos que son “plantados” con él en la muerte. La promesa es que, “si morimos con él viviremos con él, y si sufrimos con él, reinaremos con él.” —2 Tim. 2:11,12
Las promesas de Dios relativas a las bendiciones de la vida que alcanzarán al mundo por medio de la expiación están asociadas con el pacto que él hizo con el padre Abrahán que a través de su “simiente” todas las familias de la tierra serían bendecidas. (Gén 12:3; 22:18) En Gálatas 3:16 Pablo identifica a Jesús como esta “simiente” prometida de Abrahán. En los versículos 27-29 del mismo capítulo, él explica que todos aquellos que están “en Cristo” también son contados por Dios como parte de la prometida “simiente”, por lo tanto, el futuro canal de bendición para el mundo.
La Iglesia Ahora, el Mundo Después
Está claro que la obra de expiación de Cristo, hasta ahora, ha beneficiado sólo aquellos pocos que por medio de la fe se hicieron seguidores asidos. Sin embargo, estos no fueron restaurados a la perfección humana y concedida la vida eterna en la tierra, que es la provisión constituida por la expiación. En vez de eso, esa perfección restaurada fue contada a ellos por Dios, que les permitió ofrecer sus vidas en sacrificio, para ser “plantados juntamente” en la semejanza de la muerte de Cristo, para que también puedan estar en la semejanza de su resurrección. —Rom. 6:3-5
Es a éstos que el apóstol Juan se refirió, cuando escribió que Cristo es la propiciación o expiación por “nuestros” pecados. Pero Juan añade que esta expiación también aconteció “por los pecados del mundo entero.” Es un gran error suponer que los beneficios de la expiación son aplicables solamente para los que en aquella era aceptaron la invitación para andar en los pasos de Jesús, llevando sus vidas en sacrificio. Este arreglo, en nombre de los seguidores asidos es meramente preparatorio para la manifestación plena de la gracia de Dios por medio de la expiación por la cual se ofrecerá vida a toda la humanidad durante los mil años del reino de Cristo—vida sobre la tierra para los seres humanos, la misma que Adán perdió, a causa del pecado.
Las Dos Aspersiones
Ya nos referimos al sacrificio del becerro en el día típico de la expiación de Israel, y el hecho de que la sangre del becerro era rociado sobre el propiciatorio en el Santísimo del Tabernáculo. El registro de esta situación indica que esta aspersión se hacía en nombre de la familia sacerdotal. (Levítico 16:11) Esto correspondería al antitipo con Cristo apareciendo en el cielo por “nosotros”, y con garantías de Juan de que Jesús expío “nuestros” pecados.
En ese día típico de expiación un macho cabrío también era sacrificado. Su sangre era rociada sobre el propiciatorio, así como la sangre del becerro. Eso era en nombre del “pueblo”. (Lev. 16:15,33) El sacrificio del macho cabrío indicaba el sacrificio de los seguidores asidos de Jesús. El sacrificio de ellos era considerado aceptable por su sangre. Entonces, en la realidad, la aspersión de la sangre del macho cabrío sobre el propiciatorio anunciaba una segunda “aspersión” de la sangre de Jesús, una aparición en el cielo por él en nombre de todas las personas, así como él apareció para “nosotros” en el inicio de la presente Edad Evangélica.
Pero el propósito y el resultado de esto serán muy diferentes. El mundo no será invitado a sacrificar la vida en servicio a Dios. Ellos tendrán la oportunidad de aceptar las disposiciones de la expiación y mediante pruebas de su deseo sincero de obedecer las leyes del reino de justicia de Cristo, que estará reinando entonces en la tierra, ellos serán restaurados a la perfección como seres humanos y vivirán para siempre.
En un texto ya citado, Pablo afirma: “Así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados.” Entonces, el apóstol añade: “Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida.” (1 Corintios 15:22,23) La palabra “venida” en este texto se traduce de una palabra griega que significa “presencia”. La referencia es la segunda presencia de Cristo en la tierra.
La expresión “las primicias de Cristo” incluye tanto a Jesús y su iglesia, como sus seguidores asidos. Estos, con sus hermanos, son los primeros a ser vivificados. Pero, entonces, seguirán todos aquellos que se hacen de Cristo durante el tiempo de su reino.
Pablo añade: “Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia. Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies. Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte.” —1 Corintios. 15:24,26
Así, Pablo describe el resultado de la obra de expiación concluida, incluso la destrucción de la propia muerte. La rebelión contra la ley de Dios, que comenzó en el Jardín del Edén, y ha continuado a crecer a lo largo de los tiempos, entonces habrá sido derrotada. La expiación vicaria de Cristo habrá abierto el camino para la liberación de los prisioneros de la muerte, todos ellos serán despertados de la muerte y tendrán la oportunidad de creer y vivir.
Pablo escribió que es el deseo de Dios que todos “sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad”, y enseguida añade que la gran verdad es que aquellos salvos de la muerte a través de la resurrección aprenderán que el Hombre Jesucristo dio a sí mismo como “un rescate por todos.” (1 Tim. 2:3-6) Él nos asegura que este será un “testimonio [para todos], a su debido tiempo”.
Así, tenemos ante nosotros la plenitud del sentido contenido en ese precioso texto sobre el gran amor de Dios, el amor que lo llevó a enviar a su Hijo “para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” (Juan 3:16) Se le da a la clase de la iglesia la oportunidad de creer en la presente Edad Evangélica, pero para la gran mayoría la oportunidad no quedará disponible hasta que la Iglesia esté completa y esté reinando con su Señor.
Entonces, la tierra se llenará del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar. (Isaías 11:9) Entonces, los ojos de los ciegos serán abiertos, y los oídos de los sordos se abrirán. (Isaías 35:5) Entonces, el “velo” que está esparcido por todas las naciones será removido. (Isaías. 25:6-9) “Y habrá allí calzada y camino, y será llamado Camino de Santidad; no pasará inmundo por él, sino que él mismo estará con ellos; el que anduviere en este camino, por torpe que sea, no se extraviará.” —Isa. 35:8
Será entonces que los “redimidos de Jehová”—todos los por quienes Cristo murió—“los redimidos de Jehová volverán; y vendrán a Sion (Cristo y su Iglesia glorificada) con alegría; y gozo perpetuo será sobre sus cabezas; y tendrán gozo y alegría, y huirán la tristeza y el gemido.” —Isa.35:10
Esta será la consumación del gran plan de Dios para la expiación. Este resultado final está descrito por Pedro como una “restauración”, y él declara que los “tiempos de la restauración” fueron anunciados por Dios “por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo.” —Hechos 3:19-21
Probablemente habrá algunos durante la edad del reino que, a pesar de la buena oportunidad ofrecida, rehusarán a creer y obedecer. Estos serán “desarraigados del pueblo”. Ellos “morirán” lo que la Biblia describe como la “segunda muerte”. —Hechos 3:23; Apocalipsis 20:14; 21:8
Además de aquellos mil años de regeneración y recuperación basadas en la expiación habrá alegría y vida sin fin para la raza humana restaurada. El propósito original de Dios en la creación del hombre, tal como indicado en el Jardín del Edén, habrá sido cumplido, y el hombre perfecto continuará a glorificar a Dios y disfrutar de las bendiciones de vida que fue suministrada para ellos.
PREGUNTAS
¿Cuál es la penalidad por el pecado de la cual Cristo redimió al mundo?
¿Qué sería necesario para que Cristo redimiese al mundo del tormento eterno?
¿Dónde, en la Biblia, encontramos la primera mención de la pena por el pecado?
¿Qué es el “espíritu” al cual se refiere Eclesiastés 12:7 que regresa a Dios que lo dio?
¿Cuántas veces aparece la expresión “alma inmortal” en la Biblia?
¿Cuál es la “salvación” proporcionada por la obra de expiación de Cristo?
¿Cómo fue posible que un solo hombre, Jesús, pudiera redimir a toda la raza humana?
¿Cuál es el significado de la palabra “rescate” y cómo funciona el recurso del rescate en el plan de Dios para revelar su justicia?
¿Por qué no fue posible que un miembro de la raza de Adán pudiera redimir al mundo?
¿Cuál es la tendencia moderna de pensamiento con relación a la enseñanza de la expiación de la Biblia?
¿Cómo funciona la expiación de Cristo para revelar la integridad de Dios?
Explique la manera en la cual Jesús fue “hecho carne” pero al mismo tiempo no fue contaminado por el pecado de la raza caída.
¿Qué quiso decir Pablo cuando escribió que Jesús fue “encontrado”?
¿Por qué Jesús fue “hecho carne” y cómo difiere esto del concepto de ser encarnado?
¿Fue simplemente el cuerpo de Jesús lo que murió en la cruz?
Explique el significado de Salmos 16:10, que dice: “Porque no dejarás mi alma en el infierno, ni permitirás que tu santo vea corrupción.”
¿Por qué fue necesario que Jesús resucitara de entre los muertos?
¿Cómo fue ilustrada su resurrección en los servicios del tabernáculo, y cuál parte de la obra de expiación fue ilustrada mediante la aspersión de la sangre por el sacerdote en el propiciatorio?
¿Cuándo apareció Jesús en el cielo por “nosotros”?
¿Qué está representado por la participación en la conmemoración del pan y del vino?
¿Será que nosotros recibamos ahora una vida real a través de la expiación o sólo una esperanza de vida?
¿Por qué los cristianos son invitados a seguir en los pasos de Jesús?
¿Por qué sólo algunos hasta ahora han beneficiado de la expiación? ¿Cuándo beneficiará todo el mundo?
¿Aparecerá Jesús en la presencia de Dios para el mundo, así como lo hizo por “nosotros”?
¿Cuál es el orden de la resurrección resultante de la expiación?
Cite algunas de las promesas de Dios que describen las bendiciones que aún recibirá toda la humanidad a través de la expiación.