Israel: Historia y Profecía


INDICE
Israel: Historia y Profecía
Esclavitud en Egipto
Seis Períodos
El Nacimiento de Jesús
El Derecho de Ciudadanía en Israel
El Tiempo Está Cerca
La Fase Terrestre del Reino
Restauración
Cumplimiento


ISRAEL: HISTORIA Y PROFECÍA

Desde hace años “Israel” entró en la prominencia internacional. Su nombre también predomina en la Biblia, donde se cita más de dos mil veces. Según el Prof. Strong, esta palabra significa: “él gobernará como Dios”. Aparece por primera vez en Génesis 32:28, donde fue dado a Jacob, el nieto de Abrahán, por el ángel que luchó con él durante la noche. El ángel le dijo: “No se dirá más tu nombre Jacob, sino Israel; porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido.”

A partir de este momento, “Israel” se hizo el nombre nacional de los descendientes de Abrahán, aplicado a las doce tribus de Jacob, salvo en el momento de la división de la nación en dos reinos: aquel del Norte y aquel del Sur. Las diez tribus que ocuparon el Norte de Palestina se conocieron bajo el nombre de Israel, y las dos tribus del Sur bajo el nombre de Judá. Así fue, desde la muerte de Salomón hasta el cautiverio en Babilonia. Los que volvieron de este cautiverio, sin importar la tribu a la cual hubieran pertenecido en el pasado, fueron llamados Israelitas o el pueblo de Israel.

Este nombre fue conservado por los descendientes de Abrahán; eran orgullosos de ello, porque creían, con razón también, que había sido dado a ellos por su Dios, Jehová. En el pasado, este pueblo histórico fue conocido como el pueblo hebreo, y, a menudo todavía, los Israelitas son llamados hebreos. Esta palabra aparece por primera vez en la Biblia, en Génesis 14:13, donde encontramos la expresión “Abram el hebreo”. Abram — o Abrahán — era un descendiente directo de Heber. (Génesis 11:14-26)

La palabra “hebreo” significa atravesar o pasar al otro lado. Parece que Abrahán y su familia habían sido llamados “hebreos” para destacar la distinción entre las antiguas razas del este y del oeste del Eufrates. Abrahán había atravesado la Caldea para ir hacia el Oeste en el momento de su viaje hacia el país que Dios le había prometido. Son sobre todo las otras naciones que llamaron a los descendientes de Abrahán, hebreos, pero los judíos, sí mismos, prefirieron el nombre de Israel. “Judío” deriva de la palabra Judá.

LA PROMESA HECHA A ABRAHÁN

Dios comenzó a ocuparse de este pueblo cuando hizo esta promesa a Abrahán, su padre: “Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra.” (Génesis 12:1-3)

Tres puntos tienen que retenerse de esta promesa: 1) La posteridad de Abrahán debía hacerse una nación grande. 2) Él debía tener una posteridad gracias a la cual: 3) todas las familias de la tierra serían bendecidas. En Gálatas 3:8, el apóstol Pablo se refiere a esta promesa y utiliza la palabra naciones en lugar de familias. En el tiempo de Abrahán, había poca o ninguna diferencia entre las palabras familias y naciones, pues en aquel tiempo, había sólo familias o tribus.

En el séptimo versículo del capítulo 12 de Génesis, Dios añadió: “A tu descendencia daré esta tierra”. Y en el capítulo 13, versículos 14 y 15, una nueva promesa de Dios a Abrahán: “Alza ahora tus ojos, y mira desde el lugar donde estás hacia el norte y el sur, y al oriente y al occidente. Porque toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia para siempre.” Por lo tanto, allí está el cuarto aspecto de la promesa hecha a Abrahán: el país de Canaán pertenecería a él y a sus hijos para siempre.

NO SIN CONDICIONES

La Biblia demuestra claramente que, por medio de estas promesas hechas a Abrahán, Dios reveló su plan para la bendición final de todas las familias de la tierra. Éste debe aportarles paz, salud y vida. Este designio divino era arbitrario y ciertamente debía cumplirse. Los que Dios destina a esta obra deben cualificarse antes para ocupar una posición tan alta en el plan divino probando su dignidad mediante la obediencia a su voluntad.

Esto es lo que es demostrado por los tratos de Dios con Abrahán. Él le dijo: “Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande”. Si Abrahán no hubiera dejado a su pueblo, y la casa de su padre, para ir a Canaán, la promesa de hacer de él una nación grande no se habría realizado.

Este principio es revelado por el nombre de Israel sí mismo. Jacob, cuyo nombre fue cambiado a Israel, era el hermano gemelo de Esaú. Esaú era el primogénito, y, según las costumbres de este tiempo, el derecho de herencia pertenecía a él. Pero Dios había previsto otra cosa. Antes del nacimiento de los dos niños, Jehová dijo a su madre, Rebeca: “Dos naciones hay en tu seno, y dos pueblos serán divididos desde tus entrañas; el un pueblo será más fuerte que el otro pueblo, y el mayor servirá al menor.” (Génesis 25:23)

El menor del cual se trata la discusión aquí, fue Jacob y sus descendientes. Dios lo había escogido en lugar de Esaú, como él había escogido a Abrahán, pero primero Jacob debía demostrarse digno de esta elección. Él debía hacer firme su llamamiento. El hecho de que su nombre fue cambiado a Israel prueba que lo hizo. El ángel, que había luchado toda la noche con él, le había dicho: “Has vencido”; esto quiere decir que había probado su dignidad y por lo tanto recibió un nombre relacionado con este hecho.

Dios ya había mostrado cómo escogía a sus representantes con Isaac, el hijo de Abrahán y el padre de Jacob. Abrahán tenía otro hijo, Ismael, a quien juzgó cualificado para ser su heredero. Él dijo a Jehová: “Ojalá Ismael viva delante de ti.” Pero Dios dijo: “Ciertamente Sara tu mujer te dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Isaac; y confirmaré mi pacto con él como pacto perpetuo para sus descendientes después de él.” (Génesis 17:18,19). Más tarde, Dios dijo a Abrahán: “En Isaac te será llamada descendencia.” (Génesis 21:12)

Jehová escogió a Isaac como padre de la simiente prometida, en el momento en el cual Sara, su madre, pidió la expulsión de Ismael, el hijo que Abrahán tuvo con su sierva egipcia. Sin embargo, la vida de Ismael fue preservada y él llegó a ser el padre de la raza árabe, que también es prominente. Ismael persiguió a Isaac y hoy el odio todavía existe entre los descendientes de estos dos hijos. Esaú tomó por esposa a una hija de Ismael, y sus descendientes, los primeros edomitas, se mezclaron más o menos con los descendientes de Ismael, los árabes.


ESCLAVITUD EN EGIPTO

Por un intrigante e interesante secuencia de circunstancias, donde la venta del hijo joven de Jacob, José, como esclavo en Egipto, todo el pueblo hebreo se encontró esclavizado en este país. Jehová dirigió las experiencias de José, que llegó a ser virtualmente el gobernador de Egipto, en particular durante los siete años de hambre. Su alta posición en el gobierno egipcio y el favor de que gozaba permitieron a su padre Jacob, así como a su familia, venir para establecerse en Egipto.

Su número fue restringido en este momento, pero aumentó rápidamente. Jacob o Israel murió en Egipto. Antes de su muerte, bendijo a sus doce hijos y les reveló cómo Dios actuaría con ellos (Génesis 49). A la muerte de Jacob, sus hijos formaron el núcleo de la nación de Israel. Entonces, Dios comenzó a tratar con ellos, no individualmente, sino como una familia que debía hacerse una nación grande.

Cuando Israel se mudó a Egipto con su familia, todos fueron tratados bien. El Faraón que reinaba entonces estuvo bien dispuesto hacia ellos, a causa de lo que José, que ocupaba entonces una alta posición en el gobierno, había hecho por el país. Pero este Faraón murió, así como José, y los Israelitas llegaron a ser un pueblo oprimido.

MOISÉS

En este punto de su experiencia y por las providencias de Jehová, Moisés fue preparado con vistas a su liberación. Su situación era difícil. Para impedir que los Israelitas se propagaran, y para la salvaguardia de Egipto, un decreto había sido publicado, ordenando la muerte de todos los hebreos recién nacidos. La madre de Moisés no obedeció este decreto, puso a su hijo en un cofrecito y lo colocó entre las cañas del Nilo.

La hermana de Moisés se escondió no muy lejos para vigilarlo. Pronto la hija del Faraón vino a la orilla del río para bañarse y el bebé fue descubierto. Estuvo encantada por el niño y decidió tomarlo y criarlo en la casa real. La hermana de Moisés se acercó y se ofreció para buscarle una nodriza para el bebé. La oferta fue aceptada y fue la propia madre de Moisés que fue escogida como nodriza.

De este modo, Moisés se hizo un hombre instruido y apto para ser un gran líder. A la edad de cuarenta años, entristecido por la condición difícil en la cual se encontraba su pueblo, él se esforzó por hacer algo por ello. Pero todavía no era el tiempo previsto por Dios para su liberación, y Moisés fue obligado a huir al país de Madián, donde se quedó durante cuarenta años.

Entonces, Jehová se dirigió a Moisés en la zarza ardiente, lo encargó liberar a los Israelitas conduciéndoles fuera de Egipto. Algunos de los milagros más notables relatados por la Biblia se efectuaron durante esta liberación bajo la dirección de Moisés. Diez plagas sobrevinieron a los egipcios antes de que el Faraón consintiera en dejarlos ir; la décima fue la muerte de los primogénitos de Egipto, los primogénitos de Israel siendo preservados porque se encontraban bajo la protección de la sangre del cordero pascual. Los israelitas conmemoran hasta hoy en día este acontecimiento milagroso en la historia de su nación.

Otros milagros se produjeron durante el viaje del pueblo de Israel, tal como la travesía del Mar Rojo y la provisión del maná celestial, alimento que permitió que los Israelitas vivieran, durante los cuarenta años que duró su viaje en el desierto de Sinaí. Aquel de las aguas amargas que se hicieron potables, y aquel del agua que brotó del peñasco. Durante estos cuarenta años, sus zapatos no se gastaron en absoluto, esto fue otro milagro. El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob se ocupó de ellos porque eran su pueblo.

LA LEY

Poco tiempo después de que Moisés hubiera conducido a los Israelitas al desierto por el Mar Rojo, Dios se sirvió de él como intermediario, para dar su ley a la nación, en el Monte Sinaí. La ley fue resumida en los diez mandamientos. Fue el acontecimiento más significativo en la experiencia de los Israelitas. Dios prometió que aquel que pusiera en práctica su ley viviría por ella (Levítico 18:5; Nehemías 9:29; Ezequiel 20:11). Esto quería decir que tal hombre no envejecería ni moriría como todos los demás.

En el Nuevo Testamento, el apóstol Pablo escribió: “No obstante, reinó la muerte desde Adán hasta Moisés, aun en los que no pecaron a la manera de la trasgresión de Adán, el cual es figura del que había de venir.” (Romanos 5:14). Adán pecó a sabiendas y trajo sobre sí el castigo de la muerte. Desde entonces, todos sus descendientes mueren a causa de su trasgresión.

La ley debía demostrar a los miembros de la raza humana su incapacidad de obtener la vida por su propia justicia. El ensayo fue intentado sólo con esta pequeña nación, pero el resultado habría sido lo mismo para otras naciones y razas. Todos son imperfectos y pecadores. Todos se adelantan hacia la muerte y necesitan la ayuda divina para obtener la vida.

La ley debía servir aún otra misión en cuanto a Israel. Jehová dijo al pueblo por Moisés: “Vosotros visteis lo que hice a los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águilas, y os he traído a mí. Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel.” (Éxodo 19:4-6)

Como hemos visto, “Israel” significa: el que gobierna como Dios, en calidad de representante. Esto quiere decir que el pueblo al cual Dios dio este nombre ha sido escogido para representarle en la tierra — para enseñar, gobernar y bendecir, según las promesas contenidas en su plan. Pero para tener parte en esta gran herencia, los hijos de Jacob debían probar que eran dignos de ella por su sinceridad, su obediencia a la voz de Jehová y su fidelidad al pacto que concluyó con ellos: el pacto de la ley.


SEIS PERÍODOS

A partir del Éxodo y la promulgación de la ley, la existencia nacional de Israel se dividió en seis períodos o fases, antes de su supresión como nación y su dispersión sobre toda la tierra.

1) El primero fue el viaje de cuarenta años a través del desierto. A causa de su actitud rebelde, particularmente desplegada en el rechazo del informe de los espías, relativo a la conquista del país de Canaán, (Números 14) Jehová decidió hacer morir en el desierto a todos los varones de la nación de veinte años y más de edad, después de su salida de Egipto. Sólo fueron excepción los dos espías fieles, Caleb y Josué.

2) Después de la muerte de Moisés, Josué se hizo el líder de la nación y, bajo su mando, atravesó el Jordán, para ir al País prometido de Canaán. En este momento comenzó una nueva fase: la división del país entre las doce tribus y los conflictos que resultaron. Josué fue un líder fiel — fiel a su pueblo y fiel a Dios.

3) Después de la muerte de Josué, comenzó el período de los jueces, durante el cual la nación no tuvo gobierno central; cada uno era libre de actuar como le gustaba, según la propia comprensión de sus responsabilidades frente a la ley recibida en el Sinaí. El comportamiento de los Israelitas estuvo lejos de ser saludable. Cuando fueron demasiado comprometidos en el pecado, particularmente aquel de la idolatría, Jehová los castigó, por la invasión de las naciones vecinas, como los madianitas y otras. Luego, cuando clamaron a Jehová, jueces fueron designados por Él para librarles.

4) El último de los jueces fue Samuel, que también fue profeta. Durante el tiempo de su servicio, el pueblo reclamó a un rey. Los israelitas querían ser gobernados como otros pueblos. Jehová dijo a Samuel que les advirtiera contra las dificultades que encontrarían bajo la gobernación de un rey. Sin embargo, ellos insistieron en tener uno, y Jehová ordenó a Samuel que ungiera a un rey para gobernarlos. Su primer rey fue Saúl, que luego fue rechazado por Jehová a causa de su maldad y que se suicidó ignominiosamente.

David fue escogido para suceder a Saúl. Dios dio este testimonio en cuanto a David: “He hallado a David hijo de Isaí, varón conforme a mi corazón.” (Hechos 13:22). Escogió a la familia de David de la cual saldría el gran Libertador de Israel y de toda la tierra: el Mesías. Hablando de Salomón, el hijo de David, que debía sucederle sobre el trono de Israel, Jehová dijo: “Mi misericordia no se apartará de él como la aparté de Saúl, al cual quité de delante de ti. Y será afirmada tu casa y tu reino para siempre delante de tu rostro, y tu trono será estable eternamente.” (2 Samuel 7:15,16)

La Biblia relata esta promesa, hablando de las “misericordias firmes a David” (Isaías 55:3). Se describe así porque su cumplimiento necesitó la misericordia divina. No sólo Salomón, sino que también otros sucesores en la descendencia de David, transgredieron la ley divina; sin embargo, la realeza no fue quitada de esta familia. Es interesante leer cómo Jehová protegió a los herederos del trono de David, durante el período de los reyes.

Después de la muerte de Salomón, el reino fue dividido. Roboam era el heredero verdadero del trono; pero, bajo la conducta de Jeroboam, diez de las tribus se separaron de Judá y Benjamín; los reyes de la descendencia de David reinaron sobre estas dos tribus. Pero esto no cambió de ningún modo el designio original de Dios, concerniente al gran Rey y al Mesías prometido, que debía venir de la tribu de Judá. (Génesis 49:10)

Sin excepción, los reyes de las diez tribus de la nación fueron malos; y, a su debido tiempo, fueron vencidos por los asirios y llevados cautivos a Asiria. Algunos reyes de la descendencia de David, que reinaron sobre las dos tribus, fueron fieles a Dios; otros no lo fueron. El último se cita en Ezequiel 21:25 como un “profano e impío príncipe de Israel”, “cuyo día ha llegado ya, el tiempo de la consumación de la maldad.”

Esto fue en el año 606 a.C., cuando Nabucodonosor, rey de Babilonia, completó su conquista de la Tierra Santa, destruyó Jerusalén, hizo prisionero al rey Sedequías y al pueblo, y los llevó a Babilonia. A primera vista, podría parecer que en este momento, la promesa divina que la descendencia de los reyes de David será protegida “No será quitado el cetro de Judá” (Génesis 49:10) había fallado; pero no fue así. El profeta Ezequiel dijo: “Esto no será más, hasta que venga aquel cuyo es el derecho, y yo se lo entregaré” (Ezequiel 21:27); que indica que el reino fue suspendido por un tiempo y que sería restablecido más tarde.

5) La fase siguiente, en la existencia nacional de Israel, fue el período de cautiverio en Babilonia. Duró setenta años, la nación no fue destruida, aunque había perdido su independencia nacional. Al fin del cautiverio, la libertad de regresar a Palestina fue concedida al pueblo; pero la nación no recobró su libertad entera; ella se quedó en la servidumbre.

Uno de los personajes notables de la historia de Israel se hizo célebre durante el cautiverio en Babilonia. Fue el profeta Daniel. Él no sólo sirvió escrupulosamente a Dios en calidad de profeta, sino que también llegó a ser el primer ministro del imperio, obtuvo el tercer lugar en el gobierno, y conservó esta alta posición bajo el reino del rey de los medos, que conquistó Babilonia. Rehusando obedecer el edicto del rey, Daniel fue echado en el foso de los leones, donde su vida fue protegida milagrosamente.

6) A finales de los setenta años de cautiverio, el rey Ciro publicó un decreto, permitiendo que los Israelitas regresaran a su país y reconstruyeran su templo en Jerusalén. En 2 Crónicas 36:22 y Esdras 1:1, leemos que: “Despertó Jehová el espíritu de Ciro rey de Persia”, con el fin de publicar este decreto. Daniel todavía vivía bajo el reino de Ciro y fue probablemente por medio de él que Jehová incitó al rey a tomar esta decisión tan favorable a los Israelitas.

Los libros de Esdras y de Nehemías nos dan un registro bastante completo de los primeros años que siguieron el fin del cautiverio. En este registro aparecen los nombres de Esdras, de Nehemías, de Zorobabel y de otros, de los cuales Jehová se sirvió para la reconstrucción del templo y luego de la ciudad de Jerusalén y sus recintos que habían sido destruidos cuando la nación fue llevada cautiva a Babilonia.

Bajo el liderazgo de Esdras y de Nehemías, el pueblo fue consagrado de nuevo a Dios. La lectura de la ley fue hecha por Esdras (Nehemías 8). El capítulo 10 de Nehemías relata que la mayoría del pueblo de Israel renovó el pacto solemne, bajo la dirección de sus líderes. Este pacto hasta sobrepasaba las exigencias de la ley, y ciertos estudiantes de la Biblia creen que fue un sabor anticipado de los escritos del Talmud, que, aún hoy, ejerce una influencia tan grande en la vida de muchos israelitas.

Después de las experiencias relativas a la reconstrucción del templo, de la ciudad de Jerusalén y de su recinto, la Biblia no contiene ninguna información concerniente a la nación, hasta el nacimiento de Jesús. El libro apócrifo de los Macabeos relata los esfuerzos heroicos de la familia de los Macabeos para combatir a los asirios, opresores de los Israelitas. Algunos reyes fueron establecidos en Jerusalén por un tiempo, pero esta dinastía corta se acabó con la conquista de Israel por los romanos.


EL NACIMIENTO DE JESÚS

Durante siglos, hasta el nacimiento de Jesús, la nación de Israel no gozó de ningún favor divino especial; Malaquías fue el último de los profetas y sirvió durante el tiempo de Nehemías. Sin embargo, numerosos fueron los Israelitas que continuaron interesándose en la Palabra y en la ley de Jehová; y, cuando Juan el Bautista comenzó su ministerio, le preguntaron si él era el Mesías prometido. (Lucas 3:15,16)

Podemos suponer que los sacerdotes y doctores de la ley conocían la profecía de Daniel 9:25, en la cual se menciona un período de sesenta y nueve semanas simbólicas, marcando el tiempo de la llegada del Mesías. Proféticamente, este período corresponde a 483 años. Este comenzó con el decreto autorizando la reconstrucción de la ciudad de Jerusalén y su recinto, en 454 a.C. Si los líderes religiosos de Israel hubieran comprendido esta profecía, habrían sabido que vivían justamente al tiempo en que el Mesías debía aparecer.

Un ángel de Jehová dijo a María, que llegó a ser la madre de Jesús: “Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.” (Lucas 1:31-33)

Si había alguna duda respecto a la manera en la cual deben cumplirse las promesas divinas, relativas a la perpetuación del trono de David, tenemos allí la respuesta. Por otra parte, este anuncio hecho a María por el ángel confirma la veracidad de esta profecía acerca del nacimiento de Jesús: “Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz. Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre. El celo de Jehová de los ejércitos hará esto.” (Isaías 9:6,7)

EL MESÍAS — EL UNGIDO

Las palabras “Mesías” y “Cristo” significan ungido. Jesús fue ungido en el Jordán a la edad de treinta años, por Juan el Bautista. La costumbre de ungir a los reyes y sacerdotes con aceite santo, practicado en los tiempos del Antiguo Testamento, era una ilustración de la unción por el Espíritu Santo. Juan el Bautista tuvo la demostración de esto en el Jordán bautizando a Jesús, el Espíritu Santo o el poder de Dios habiendo venido sobre Jesús.

Poco tiempo después, Jesús fue a la sinagoga de Nazaret, su ciudad natal. Alguien le dio el libro del profeta Isaías y lo leyó, del capítulo 61: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor.” (Lucas 4:18,19; Isaías 61:1-3)

Jesús recorrió toda Palestina proclamando este mensaje del Evangelio o buenas nuevas: las buenas nuevas del reino, donde el gobierno prometido por Dios, el cual, por sus representantes, dará salud a los enfermos, despertará a los muertos y restablecerá la paz y la seguridad en Israel y en todas las naciones. Sus doce apóstoles, y más tarde, los setenta, llamados evangelistas, le ayudaron en este ministerio.

Durante más de tres años ellos trabajaron en este pequeño país de Palestina. Su mensaje de las buenas nuevas fue acompañado por milagros: curaciones, resurrecciones de muertos, en breve, todas las bendiciones que aportará a la humanidad el reino mesiánico. Este poder de obrar milagros, que poseyeron Jesús y sus apóstoles, debería haber sido un testimonio suficiente para convencer al pueblo que Jesús era realmente el Mesías de la promesa.

Pero pocos fueron los Israelitas que aceptaron a Jesús como su Mesías. Los líderes religiosos sobre todo estaban en su contra. Juan escribió: “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron.” (Juan 1:11). Muchas veces, Jesús fue obligado a modificar su plan de acción, para evitar acercarse a los israelitas que eran hostiles hacia él. Hacia el fin de su ministerio, cuando Jesús comprendió que había venido el tiempo previsto en el plan divino donde debía morir como Redentor del mundo, él regresó al distrito judaico, donde la oposición era la más fuerte; y, en estos últimos días, él hizo revelaciones notables. Por ejemplo:

“Por tanto, he aquí yo os envío profetas y sabios y escribas; y de ellos, a unos mataréis y crucificaréis, y a otros azotaréis en vuestras sinagogas, y perseguiréis de ciudad en ciudad; para que venga sobre vosotros toda la sangre justa que se ha derramado sobre la tierra, desde la sangre de Abel el justo hasta la sangre de Zacarías hijo de Berequías, a quien matasteis entre el templo y el altar. De cierto os digo que todo esto vendrá sobre esta generación. ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste! He aquí vuestra casa os es dejada desierta. Porque os digo que desde ahora no me veréis, hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor.” (Mateo 23:34-39)

Las experiencias hechas por la generación de Israel a la cual Jesús predicó, demuestran que Jesús era un verdadero profeta. La profecía citada más arriba se cumplió menos de cuarenta años después, Jerusalén fue destruida, marcando el comienzo de su dispersión, y el fin de la sexta fase de su historia nacional relatada por la Biblia. Esta fase debutó en el momento del regreso de los exiliados de Babilonia, y acabó en 70-73 después de J.C., cuando las más severas y largas de las calamidades nacionales los sobrevinieron. Comenzando con la dispersión, la Biblia continúa describiendo varias experiencias de este pueblo elegido de Dios, no de una forma histórica, sino profética, es decir, en forma de historia escrita por anticipado.

Otro aspecto del plan divino para la redención de la raza humana y la liberación del pecado y de la muerte se cumplió en los últimos días de Israel. Cuando Juan escribió respecto a los que rechazaron a Jesús, que “los suyos no le recibieron”, añadió: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad (el derecho o el privilegio) de ser hechos hijos de Dios.” (Juan 1:12). Hoy, la expresión “hijo de Dios” se utiliza de una manera vaga. Aunque sea verdad que toda la raza humana es la creación de Dios y que Adán fue llamado en la Biblia “hijo de Dios” (Lucas 3:38), esta denominación desapareció con el pecado.

Sin embargo, Juan tenía otro pensamiento, cuando escribió que algunos israelitas creyentes tenían el privilegio de devenir “hijos de Dios”. Según la Biblia, los hijos o los niños de Dios son los individuos escogidos para ser miembros de la casa reinante de Dios, su familia real. Pablo escribió: “Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo.” (Romanos 8:17)

Los Israelitas que, individualmente, aceptaron a Jesús como el Mesías prometido y llegaron a ser sus discípulos, fueron los primeros “hijos” destinados a hacerse coherederos con él. Los apóstoles formaban parte de este grupo. En el día del Pentecostés, tres mil creyeron, y hubo aún muchos otros. Pero el número de Israelitas creyentes no fue suficiente. Apocalipsis 7:4 y 14:1 nos revela que la familia reinante de Dios consta de ciento cuarenta y cuatro mil miembros, que tienen el nombre de su Padre escrito en su frente, y el número de los Israelitas creyentes era mucho menos que esto.

En Hechos 15:14, leemos que “Simón ha contado cómo Dios visitó por primera vez a los gentiles, para tomar de ellos pueblo para su nombre”, la iglesia primitiva ya estaba compuesta de israelitas creyentes y de gentiles convertidos.

“UNA NACIÓN SANTA”

Poco tiempo después de su salida de Egipto, Dios prometió a los israelitas que serían “un reino de sacerdotes, y gente santa” (Éxodo 19:5,6), a condición de que obedecieran a Dios y su ley. Ellos no cumplieron esta condición y, cuando la nación fracasó en la prueba final, Jesús dijo: “Vuestra casa os es dejada desierta.” (Mateo 23:38). La casa de Israel fue dejada desierta, es decir, privada de toda reivindicación posterior con vistas de ser “un reino de sacerdotes, y gente santa”.

Jesús había dicho anteriormente: “El reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a gente que produzca los frutos de él.” (Mateo 21:43). El apóstol Pedro identificó a esta nación, escribiendo: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios… vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios.” (1 Pedro 2:9,10).

Aquí el lenguaje utilizado por Pedro es muy semejante al que fue utilizado en la promesa de Dios a los israelitas. Él dice que un pueblo que había sido ajeno a las promesas de Dios ahora había llegado a ser el pueblo de Dios al cual pertenecían estas promesas del reino. Es, por lo tanto, la nación mencionada por Jesús, a la cual fue dado el reino quitado de Israel.


EL DERECHO DE CIUDADANÍA EN ISRAEL

Escribiendo a la iglesia de Éfeso, compuesta de israelitas y de gentiles conversos, Pablo se dirigió a los gentiles conversos: “En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa.” (Efesios 2:12). Y además: “Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios.” (Efesios 2:19)

Así, Pablo explica que los creyentes gentiles ahora pueden participar en las promesas divinas antaño exclusivamente reservadas para los descendientes naturales de Abrahán. Dios no creó nuevas disposiciones en provecho de los gentiles conversos; los invitó a participar en el “derecho de ciudadanía” en Israel, por la fe en Cristo, para hacerse “gente de la casa de Dios”, su familia reinante.

RAMAS DESGAJADAS

En el capítulo 11 de Romanos, Pablo compara Israel con un olivo silvestre, sus ramas, los israelitas incrédulos son desgajados. Esta ilustración tiene por objeto de demostrar que Dios no cambió de intención con respecto a Israel, sino que ofreció a los gentiles la ocasión de participar en su plan.

En el versículo 2, él dijo: “No ha desechado Dios a su pueblo, al cual desde antes conoció.” Esta expresión no es contradictoria con la que Jesús se dirigió a Israel: “Vuestra casa os es dejada desierta.” Jesús hablaba de la exclusividad de la nación de Israel como la casa reinante de Dios. Desde entonces, los descendientes naturales de Abrahán, la nación de Israel, no podían aseverar más que era la nación reinante de Dios.

Pero esto no quería decir que Dios había rechazado a Israel como pueblo, ni que había quitado de los israelitas la posibilidad de cualificarse individualmente como herederos de Dios y coherederos de Jesucristo. Para probarlo, Pablo cita la experiencia de Elías. Elías creía que todo Israel había rechazado a Jehová y doblado la rodilla delante de Baal. Pero estaba equivocado, y Jehová le dijo: “Me he reservado siete mil hombres, que no han doblado la rodilla delante de Baal.” (versículo 4; 1 Reyes 19:18)

Aplicando esta ilustración, Pablo dijo: “Así también aun en este tiempo ha quedado un remanente escogido por gracia.” (versículo 5) Este remanente está compuesto de los, mencionados en Juan 1:12, que aceptaron a Jesús y obtuvieron el privilegio de hacerse hijos de Dios, miembros de su casa reinante. Él también comprende tres mil que aceptaron a Cristo en el día del Pentecostés. Además, él engloba a todos los descendientes naturales de Abrahán, los cuales, en el transcurso de la edad, aceptaron a Jesús.

Esto prueba, como lo demuestra Pablo, que Dios no rechazó a su pueblo, o hace cualquier distinción entre los israelitas. Él los privó simplemente de la exclusividad. En el versículo 7, Pablo añade: “Lo que buscaba Israel, no lo ha alcanzado; pero los escogidos sí lo han alcanzado, y los demás fueron endurecidos.” Todos los Israelitas eran el pueblo elegido de Dios, pero el remanente, los creyentes, que hicieron firme su elección por la fe y la fidelidad, obtuvieron lo que buscaban, es decir, un puesto en la familia divina, o casa reinante.

“Los demás fueron endurecidos”, dijo Pablo. Su endurecimiento, su falta de fe, tuvieron por resultado su desgaje del árbol de Israel; y en su sitio fueron injertados algunos creyentes gentiles. En los versículos 8-24 de este capítulo notable, Pablo destaca la necesidad de la fe y de la obediencia para poder gozar de los arreglos divinos. Los creyentes gentiles que, a causa del desgaje de las ramas naturales, pudieron ocupar los lugares vacantes, deberían recordar que una falta de fe traería también su desgaje del árbol de Israel.

En el versículo 24, Pablo dijo que el injerto de ramas salvajes en el árbol original está contrario a la naturaleza. Cuando algunas ramas de árboles frutales son trasplantadas en otras variedades salvajes o cultivadas, llevan la misma suerte de frutos que el árbol del cual han sido tomadas. La naturaleza, la savia, el alimento del árbol en el cual han sido trasplantadas no cambian el carácter de estas ramas. Pero no es lo mismo con el injerto de los gentiles en el árbol israelita. El resultado está contrario a la naturaleza, porque en este caso, las ramas se cambian. Ellas llegan a ser como el árbol que las lleva; es decir, que se hacen israelitas.

Es por eso que en Apocalipsis 7:4-8, la casa reinante de Dios, su casa real, se describe como viniendo de las doce tribus de Israel. Por lo tanto, el nombre de Israel continúa siendo asociado con aquellos que Dios llama, selecciona y prueba durante la edad presente, para vivir y reinar con Cristo. Los primeros miembros de esta familia son los descendientes naturales de Abrahán, y los otros se hacen israelitas por su injerto en el árbol Israel.

LA “SIMIENTE” DE LA BENDICIÓN

Hemos visto que Dios había prometido a Abrahán que en su posteridad, todas las familias de la tierra serían bendecidas. Pero Dios dijo a Abrahán: “… En Isaac te será llamada descendencia.” Pablo se refiere a estas palabras en el capítulo 9 de Romanos, y explica su significado espiritual. Él dice que experimenta una gran tristeza y que tiene en el corazón una pena continua, porque todos los Israelitas no aceptaron a Cristo, y no hicieron firme su vocación y elección como coherederos de Cristo.

Él añade: “No que la palabra de Dios haya fallado; porque no todos los que descienden de Israel son israelitas” (Romanos 9:6). Es decir, esto no quiere decir que el plan de Dios ha fallado. ¿Cómo habría podido? La Palabra de Dios no vuelve a él vacía. (Isaías 55:11) Y Pablo da las razones. Citamos: “Porque no todos los que descienden de Israel son israelitas, ni por ser descendientes de Abraham, son todos hijos; sino: En Isaac te será llamada descendencia.” (versículos 6,7).

Así como Pablo lo indica, Isaac era en realidad la simiente de la promesa que representaba la descendencia de Abrahán de la edad presente de la fe. En Gálatas 4:28, Pablo escribió: “Así que, hermanos, nosotros, como Isaac, somos hijos de la promesa.” En el versículo 7 del mismo capítulo, él escribió: “Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo”, es decir, miembro de la casa reinante de Dios.

En Gálatas 3:27-29, leemos: “Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa.” ¿Cómo mejor probar que Dios, cuando hizo la promesa a Abrahán, que por su simiente, todas las familias de la tierra serían bendecidas, hablaba de la simiente de la promesa compuesta de judíos y de gentiles, y que el hecho de ser uno u otro no nos impide ser aceptados para esta alta posición en el arreglo divino?

UNA CASA REINANTE ESPIRITUAL

Para poder gobernar en el reino mesiánico, los que son escogidos con este fin deben ser resucitados de los muertos. Fue el caso con Jesús que, después de su resurrección, dijo a sus discípulos: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra.” (Mateo 28:18). Luego fue elevado “sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero.” (Efesios 1:21)

Él no fue elevado solamente en autoridad y poder, sino recibió una naturaleza superior. Él no era más un ser humano, dio su carne por la vida del mundo. (Juan 6:51) “Es la imagen del Dios invisible”, es decir, que él posee la naturaleza divina (Colosenses 1:15). Jesús dijo respecto a esta alta posición de gloria y de autoridad: “Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono.” (Apocalipsis 3:21).

En el capítulo 15 de la primera epístola a los Corintios, Pablo, hablando de los que serán elevados a esta alta posición, dice que tendrán cuerpos celestiales. En este capítulo, él dice también, respecto al reino de Cristo: “Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies.” (versículo 25) El establecimiento de este reino es esencial a la resurrección de los que deben reinar con Cristo. Ellos recibirán cuerpos celestiales o espirituales. (versículos 39-44)

Esta casa reinante de hijos espirituales, invisibles, no fue formada en el momento en que Jesús fue rechazado por Israel, que no se cualificó para ser el reino de sacerdotes y la nación santa. Aunque Dios hubiera preparado esta parte de su plan desde los antiguos tiempos, fue realizada sólo a partir de la llegada del Mesías.

Según este plan, los creyentes gentiles debían heredar el reino de gloria con los judíos creyentes. Este designio divino no se conoció antes, porque el “misterio que en otras generaciones no se dio a conocer a los hijos de los hombres, como ahora es revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu: que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio.” (Efesios 3:5,6).

DE SION SALDRÁ LA LEY

El rey David estableció la sede de su gobierno sobre el monte de Sion en Jerusalén. Dios consideró el reino de Israel como el suyo, fue una imagen del reino verdadero mesiánico y prometido. En el Antiguo y el Nuevo Testamento, “Sion” simboliza la gobernación de Cristo y sus coherederos. En Apocalipsis 14:1, los vemos sobre el monte Sion.

Miqueas 4:2 y Isaías 2:3 nos dicen que de Sion saldrá la ley, cuando la “casa reinante del Señor” sea establecido en el reino mesiánico. El mismo símbolo, concerniente a la fase espiritual, se describe en Romanos 11:26 y 27, donde dice: “Y luego todo Israel será salvo, como está escrito: Vendrá de Sion el Libertador, que apartará de Jacob la impiedad. Y este será mi pacto con ellos, cuando yo quite sus pecados.”

En el mismo capítulo de Romanos, Pablo dice que solamente un resto obtuvo lo que todo Israel buscaba, es decir, la coherencia con Cristo, el Mesías de la promesa; otros han sido endurecidos. Pero esto no quiere decir que Dios no amó a los israelitas caídos en el endurecimiento. Ellos no conocieron el “supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.” (Filipenses 3:14). Israel se quedará en este endurecimiento, hasta que “haya entrado la plenitud de los gentiles”, es decir, hasta que un número suficiente de gentiles haya probado su dignidad para ocupar el lugar de las “ramas naturales” desgajadas. Después de eso “todo Israel será salvo.” (Romanos 11:25, 26)

Cuando haya entrado la plenitud de los gentiles, el número de los miembros del Sion espiritual estará completo; serán elevados a la gloria celestial. Entonces, de Sion vendrán las bendiciones del reino prometido; serán derramadas primero sobre Israel, según el pacto que Dios hizo con ellos, para quitar todos sus pecados.

Pablo dice: “En cuanto al evangelio, son enemigos por causa de vosotros.” A consecuencia de sus hostilidades hacia Jesús y su Evangelio del reino, la oportunidad de obtener el gran premio de coherencia con Jesús ha sido ofrecida a los gentiles “pero en cuanto a la elección, son amados por causa de los padres. Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios.” (versículos 28,29)

La palabra elección, en este texto, es muy interesante y significativa. Abrahán fue escogido por Dios para ser el padre de Israel natural y heredar el país de Canaán. Su simiente natural debía representar la simiente de la fe de la Edad Evangélica, que debe ser elevada a la gloria, la honra y la inmortalidad, y hacerse el instrumento por el cual todas las familias de la tierra serán bendecidas. Pero Abrahán debía primero hacer firme su elección. Su buena voluntad de dejar su país y la casa de su padre fue probada. Él obedeció. (Hebreos 11:8) La prueba final fue la del sacrificio a Dios de su hijo Isaac. Aún allí su fe triunfó.

Por medio de Moisés, Dios hizo un pacto con el pueblo de Israel, ofreciéndole la oportunidad de hacerse un “reino de sacerdotes y una nación santa”; pero bajo esta condición: “Si diereis oído a mi voz.” (Éxodo 19:5,6). Dios, en su presciencia, sabía que el pueblo de Israel no obedeciera siempre y con sinceridad su voz. Después de su fracaso, Jehová prometió hacer con ellos un “nuevo pacto”. Este pacto fue expresado en el momento de la división de la nación, en la cual una parte se llamó “Israel” y la otra, “Judá”. Dios le dio a conocer que siempre amaba a todo Israel, y les había dicho:

“He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos, dice Jehová. Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado”. (Jeremías 31:31-34)

Romanos 11:27 se refiere a esta promesa: “Y este será mi pacto con ellos, cuando yo quite sus pecados”; y Pablo piensa en este pacto al escribir: “Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios” (Romanos 11:29). El pacto precedente, como Dios mismo lo declara, había sido violado. Israel no se había cualificado para gozar de las disposiciones de este pacto. Dios no había cambiado, sino Israel no había cumplido con las condiciones, y el pacto que le ofrecía la oportunidad de devenir “un reino de sacerdotes y una nación santa” se hizo nada y sin efecto.

Es por eso que, Dios, en su amor, prometió hacer un nuevo pacto; un pacto que les proporcionará la vida, pero no la gobernación y la gloria. Será hecho con Israel, tan pronto como “haya entrado la plenitud de los gentiles”, por medio del Cristo Divino, que constituirá la fase espiritual del reino. “Vendrá de Sion el Libertador, que apartará de Jacob [cuyo nombre fue cambiado a Israel] la impiedad.” (Romanos 11:26)


EL TIEMPO ESTÁ CERCA

Los acontecimientos actuales revelan cada vez más claramente que hemos llegado al fin de la Edad Evangélica, y que vivimos en este período de transición, durante el cual se prepara el reino mesiánico. La evolución de Palestina es uno de estos acontecimientos más importantes, más de cuatro millones y medio de judíos han regresado allá. Ellos tienen su propio gobierno, formaron un estado libre e independiente, e Israel ha llegado a ser una nación entre las naciones del mundo.

Las profecías de la Biblia revelan que el nuevo pacto prometido se hará con Israel, cuando este pueblo disperso sea reunido en el país prometido, es entonces cuando Dios cumplirá su promesa: “Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón.” (Jeremías 31:33) Este designio divino es relatado por el profeta Ezequiel:

“Pero he tenido dolor al ver mi santo nombre profanado por la casa de Israel entre las naciones adonde fueron. Por tanto, di a la casa de Israel: Así ha dicho Jehová el Señor: No lo hago por vosotros, oh casa de Israel, sino por causa de mi santo nombre, el cual profanasteis vosotros entre las naciones adonde habéis llegado. Y santificaré mi grande nombre, profanado entre las naciones, el cual profanasteis vosotros en medio de ellas; y sabrán las naciones que yo soy Jehová, dice Jehová el Señor, cuando sea santificado en vosotros delante de sus ojos. Y yo os tomaré de las naciones, y os recogeré de todas las tierras, y os traeré a vuestro país. Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré. Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra. Habitaréis en la tierra que di a vuestros padres, y vosotros me seréis por pueblo, y yo seré a vosotros por Dios.” (Ezequiel 36:21-28)

La profecía de Jeremías 30, versículos 3 y 5, indica que el regreso de los Israelitas a su país prometido no se efectuará sin dificultades. “Porque he aquí que vienen días, dice Jehová, en que haré volver a los cautivos de mi pueblo Israel y Judá, ha dicho Jehová, y los traeré a la tierra que di a sus padres, y la disfrutarán. Porque así ha dicho Jehová: Hemos oído voz de temblor; de espanto, y no de paz.” Los Israelitas esperaban que el establecimiento de su estado les aportara la paz; pero en lugar de haber sido bendecidos por esta paz, han sido plagados por el temor.

En esta profecía, Jehová dice que hará volver a su pueblo a su país. En el capítulo 16, versículos 14-16, se nos informa que Jehová enviará a pescadores y a cazadores entre su pueblo, para obligarles a regresar al país que dio a sus padres. Otra profecía relata el mismo pensamiento de manera sorprendente, la de Ezequiel 20:33-38, que dice:

“Vivo yo, dice Jehová el Señor, que con mano fuerte y brazo extendido, y enojo derramado, he de reinar sobre vosotros; y os sacaré de entre los pueblos, y os reuniré de las tierras en que estáis esparcidos, con mano fuerte y brazo extendido, y enojo derramado; y os traeré al desierto de los pueblos, y allí litigaré con vosotros cara a cara. Como litigué con vuestros padres en el desierto de la tierra de Egipto, así litigaré con vosotros, dice Jehová el Señor. Os haré pasar bajo la vara, y os haré entrar en los vínculos del pacto; y apartaré de entre vosotros a los rebeldes, y a los que se rebelaron contra mí; de la tierra de sus peregrinaciones los sacaré, mas a la tierra de Israel no entrarán; y sabréis que yo soy Jehová.”

Esta profecía contiene varios puntos interesantes:

1) A causa del furor de Jehová, los Israelitas deben ser desarraigados de los países en los cuales viven. Circunstancias penosas ocasionaron su salida. La generación actual es testigo de esto.

2) En lugar de ser traídos a un lugar de paz y de seguridad, se encuentran en este lugar llamado el “desierto de los pueblos”. Este éxodo moderno hacia Canaán — (Palestina) — debe por lo tanto efectuarse en el momento en que el mundo entero se encuentra en una condición de inseguridad y de temor, tal que lo experimentaron los antiguos israelitas en su salida de Egipto, cuando atravesaron el Mar Rojo para ir al desierto. El mundo se encuentra actualmente en un desierto semejante y los israelitas comparten este temor que llena el corazón de todos los hombres, a la espera de las cosas que van a sobrevenir.

Además, Jehová dijo que él “litigará” con su pueblo, como litigó con sus padres “en el desierto de la tierra de Egipto”, y que los hará “pasar bajo la vara”. Comprendemos por ahí que las dificultades por las cuales los Israelitas han pasado y todavía pasan, son de naturaleza disciplinaria, y dirigidas por Jehová, para prepararlos a entrar en los “vínculos del nuevo pacto”.

Jehová dijo que él separará a los israelitas, a los rebeldes que rehúsan entrar en los “vínculos del pacto” cuando se les ofrezca la oportunidad. Jehová dice: “De la tierra de sus peregrinaciones los sacaré, mas a la tierra de Israel no entrarán.”

La palabra hebrea aquí vertida “entrar” es una que, según el Prof. Strong, significa “ir o venir (en una variedad amplia de aplicaciones).” En Números 31:23 se traduce como “resistir”. La referencia es a ciertos metales que “resistirían” el fuego y así serían purificados, y no serían destruidos. Este claramente es el pensamiento deseado en la profecía bajo consideración.

Los “rebeldes”, como los denomina Jehová, regresan a la Tierra de Promesa junto con los demás, pero no se demuestran dignos de permanecer allí. Ellos no “resisten” las pruebas ardientes que Jehová, “litigando” con su pueblo, les permite experimentar. En vez de acercarse a Jehová por causa de estas experiencias, y entrar en los “vínculos del pacto,” rechazan tanto a él como la provisión amorosa que ha hecho a favor de Israel y del mundo y son destruidos. Pedro dijo, “Toda alma que no oiga a aquel profeta, será desarraigada del pueblo.” (Hechos 3:23)

PRIMEROS PASOS

El capítulo 37 de Ezequiel contiene otra profecía acerca de la restauración del pueblo de Israel. En esta profecía la casa de Israel es representada por un valle lleno de huesos secos. En la visión dada a Ezequiel, él fue invitado a profetizar, y dice:

“Profeticé, pues, como me fue mandado; y hubo un ruido mientras yo profetizaba, y he aquí un temblor; y los huesos se juntaron cada hueso con su hueso. Y miré, y he aquí tendones sobre ellos, y la carne subió, y la piel cubrió por encima de ellos; pero no había en ellos espíritu. Y me dijo: Profetiza al espíritu, profetiza, hijo de hombre, y di al espíritu: Así ha dicho Jehová el Señor: Espíritu, ven de los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos, y vivirán. Y profeticé como me había mandado, y entró espíritu en ellos, y vivieron, y estuvieron sobre sus pies; un ejército grande en extremo.” (versículos 7-10)

Las promesas divinas dan la seguridad de una resurrección de los muertos, para Israel y para el mundo entero, pero en esta profecía no se trata de estas promesas. Sin embargo, lo que se realiza actualmente nos señala que la resurrección está cerca. Pablo escribió: “¿Qué será su admisión, sino vida de entre los muertos?” (Romanos 11:15), es decir, la restauración de Israel continuará efectuándose, hasta que los muertos hayan regresado a la vida y que hayan recibido la oportunidad de gozar de las bendiciones del reino mesiánico.

En esta ilustración de la restauración gradual, desde el primer temblor de los huesos hasta el crecimiento de la carne y de la piel y hasta que revivan, se nos habla de un ruido y de un movimiento y de cuatro vientos que soplan sobre ellos. Esto indica que la restauración de Israel se efectuará durante un tiempo de gran confusión sobre la tierra, el tiempo de angustia, representado por los cuatro vientos. Se dice que el soplo de vida les viene de los cuatro vientos, o mientras soplan.

Dios dijo a Ezequiel: “Hijo de hombre, todos estos huesos son la casa de Israel. He aquí, ellos dicen: Nuestros huesos se secaron, y pereció nuestra esperanza, y somos del todo destruidos.” El hecho de que los huesos hablan así, indica que no están efectivamente muertos, sino que se trata de las esperanzas marchitadas de Israel. Sin embargo, Jehová prometió que se cambiarían estas condiciones. “He aquí yo abro vuestros sepulcros, pueblo mío, y os haré subir de vuestras sepulturas, y os traeré a la tierra de Israel.” (versículos 11,12)

Los sepulcros en los cuales Israel se encontró durante los siglos de dispersión, son evidentemente los diferentes países o naciones, a los cuales fueron. “Estamos perdidos”, dicen ellos, lo que era verdad; todos habían muerto, en cuanto a sus esperanzas nacionales.

La mayoría de los sepulcros nacionales ya han sido abiertos; varios millones de israelitas salieron de ellos y han sido devueltos a su país. Sin embargo, pocos comprenden el significado de estos acontecimientos. No saben que es Jehová que les dirigió y lo sabrán sólo en el momento del cumplimiento de la última fase de su restauración, es decir, cuando reciban la vida que les vendrá de los cuatro vientos, según la explicación del versículo 14, cuando Jehová ponga su espíritu en ellos y que vivan.

La abertura de los sepulcros, su regreso al país prometido y la efusión del Espíritu de Jehová, son hechos que les ayudarán a reconocer que Jehová cumplió grandes cosas para ellos; y se regocijarán de eso. Las naciones también sabrán que Jehová se ocupó de su pueblo, con el fin de que viva en paz y seguridad en su país, bajo la gobernación del Mesías de la promesa, su rey. (versículos 24-28)

AGRESIÓN DEL NORTE

Los capítulos 38 y 39 de Ezequiel dan algunas indicaciones acerca de la angustia por la cual Israel debe pasar, antes de recibir el Espíritu de Jehová. El capítulo 38 dice que Israel será atacado por una cohorte que vendrá del “Norte”, bajo el mando de alguien nombrado “Gog”. Él tendrá aliados de Persia, de Etiopía y de Put, de Gomer y de Togarma. Son antiguos nombres difíciles de identificar, lo que no es indispensable por otra parte para comprender el sentido de la profecía.

Este ataque describe la aflicción catastrófica final sobre Israel, cuando venga la intervención divina. Cuando llegue esta liberación por medio del poder de Dios, será reconocida claramente como tal por Israel y por todas las naciones. Después de la destrucción de las huestes invasoras, la profecía declara: “Y seré engrandecido y santificado, y seré conocido ante los ojos de muchas naciones; y sabrán que yo soy Jehová.” (Ezequiel 38:23)

Pero cuando haya venido este tiempo, Israel conocerá sus últimas pruebas, bajo la “vara” de Jehová. La profecía dice: “Así ha dicho Jehová el Señor: En aquel tiempo, cuando mi pueblo Israel habite con seguridad, ¿no lo sabrás tú?” Esto se dirige a Gog, e indica que este gran poder que vendrá del “Norte” tendrá conocimiento de la impotencia de Israel. La profecía dice también:

“Vendrás de tu lugar, de las regiones del norte, tú y muchos pueblos contigo, todos ellos a caballo, gran multitud y poderoso ejército, y subirás contra mi pueblo Israel como nublado para cubrir la tierra; será al cabo de los días; y te traeré sobre mi tierra, para que las naciones me conozcan, cuando sea santificado en ti, oh Gog, delante de sus ojos.” (Ezequiel 38:14-16)

“En aquel tiempo habrá gran temblor sobre la tierra de Israel”, dice el profeta (Ezequiel 38:19). Este estado de cosas se refiere sin duda alguna al movimiento de los huesos que se juntan unos con otros y se cubren de carne, según el capítulo 37, versículo 7. Será un tiempo de angustia para Israel, tal vez peor que aquello que ha experimentado desde su regreso al país prometido. Pero Jehová intervendrá a favor de ellos. Él dice:

“Y en todos mis montes llamaré contra él (Gog y sus ejércitos) la espada, dice Jehová el Señor; la espada de cada cual será contra su hermano.” (versículo 21) Esto indica el desarrollo de una gran confusión en las filas de estos aliados, que se juntarán en este combate final contra Israel. Teniendo en cuenta la situación confusa que existe en el mundo actualmente, no es difícil prever que los conflictos importantes pueden nacer de una agresión contra Israel. Jehová dice: “Y yo litigaré contra él con pestilencia y con sangre; y haré llover sobre él, sobre sus tropas y sobre los muchos pueblos que están con él, impetuosa lluvia, y piedras de granizo, fuego y azufre. Y seré engrandecido y santificado, y seré conocido ante los ojos de muchas naciones; y sabrán que yo soy Jehová.” (versículos 22 y 23)

No estamos en condiciones de interpretar estos símbolos. Sin embargo, la intervención divina se manifestará en provecho de Israel, que se encontrará en una situación, en este punto difícil que, abandonado a su propia suerte, sufriría una derrota completa y probablemente sería expulsado del país. No es indispensable saber cómo esto se realizará, nos basta saber que esto se efectuará, y que, por la manifestación del poder milagroso, la multitud de las naciones reconocerá la mano de Jehová en los asuntos de su antiguo pueblo.

Los seis primeros versículos del capítulo siguiente (39) revelan el efecto que tendrá esta intervención sobre los enemigos de Israel. El versículo siguiente dice: “Y haré notorio mi santo nombre en medio de mi pueblo Israel, y nunca más dejaré profanar mi santo nombre; y sabrán las naciones que yo soy Jehová, el Santo en Israel.”

Será un tiempo notable para Israel y para todas las naciones. Los Israelitas todavía no ven el significado real de lo que se cumple a favor de ellos. El espíritu del nacionalismo y el deseo de seguridad económica, han sido las razones de muchos que regresaron a Palestina para vivir allí; otros han ido allá porque han sido desarraigados de los países donde fueron dispersados y que no podían ir sencillamente a otra parte.

Cualesquiera que sean los motivos por su presencia en Palestina, ellos pudieron comprobar el espíritu de hostilidad que alimentan sus vecinos al respecto y la intención mal escondida de los árabes de destruirlos y de poseer de nuevo el país que pretenden que no pertenece a Israel. Han tenido que aguantar varios atentados terroristas y han visto sus fronteras violadas y su economía amenazada por la presión ejercida por las Naciones Unidas, la organización a la cual se adhirieron para gozar de las medidas de seguridad.

También, están convencidos de que pueden tener confianza sólo en su propia perspicacia y fuerza militar. Finalmente, después de haber gozado de un corto período de paz y de seguridad, creyendo que hayan superado todos los obstáculos, ellos se encontrarán súbitamente enfrentando la amenaza más terrible de su existencia como joven nación combatiente. El temor y la desesperación se apoderarán de ellos.

Es entonces cuando se producirá el milagro; la “litigación” de Dios en su favor, por la peste simbólica, por las piedras de granizo, por el fuego y el azufre (tal vez no solamente simbólico). ¡Será una experiencia decisiva! Así es como Jehová hará saber su santo nombre en medio de su pueblo de Israel.

Los últimos versículos de este capítulo (23-29) resumen los hechos relatados en los capítulos 36-39. El versículo 29 en particular tranquiliza a Israel. Jehová dice: “Ni esconderé más de ellos mi rostro; porque habré derramado de mi Espíritu sobre la casa de Israel, dice Jehová el Señor.”


LA FASE TERRESTRE DEL REINO

La liberación milagrosa de Israel marcará el principio de las bendiciones del reino, que se difundirán sobre Israel y sobre toda la tierra. A partir de este momento, el reino comenzará y controlando totalmente los asuntos en Israel, difundirá su influencia en el control del mundo entero. Es entonces cuando aparezcan los representantes humanos del “Sion” profético.

¿Y quiénes serán? Jesús dio la respuesta a esta pregunta. Él dijo a los Israelitas de su tiempo, según Mateo 8:11-12 y Lucas 13:28-29, que varios vendrán del Oriente y del Occidente (es decir, del mundo entero) y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob y todos los profetas en el reino. Esto quiere decir que los antiguos dignos entonces serán despertados de entre los muertos.

Durante el período largo comenzando con Abel y acabando con Juan el Bautista, Dios formó y probó a estos antiguos dignos, con vistas a la posición de responsables de la cual ocuparán, como representantes humanos del reino. El capítulo 11 de Hebreos relata sus pruebas y la fidelidad de su fe, inspirados por la esperanza de una “mejor resurrección”.

En el Salmo 45:16, estos fieles de otro tiempo son llamados “padres”. Entonces, el Salmista dice: “En lugar de tus padres serán tus hijos, a quienes harás príncipes en toda la tierra.” Serán los hijos del Cristo divino, porque es por él que tendrán la vida. Ellos reinarán como príncipes. Refiriéndose a los israelitas espirituales, formados durante la edad actual, y comparando su recompensa con la de los antiguos dignos, Pablo escribió que: “Proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros.” (Hebreos 11:40)

Esta “alguna cosa mejor”, alcanzada por los discípulos de Jesús, es su herencia espiritual de gloria, de honra y de inmortalidad, la honra y la gloria de reinar con Cristo, y la inmortalidad de la naturaleza divina. (Romanos 2:7; 2 Pedro 1:4) Cuando todos esos hayan probado su fidelidad hasta la muerte, resucitarán en el momento de la primera resurrección, y formarán la fase celestial o espiritual del reino. Luego resucitarán los antiguos dignos, representantes del reino en la tierra.

Parece razonable concluir que este gran milagro se efectuará en el momento en el cual Jehová intervenga para salvar a Israel de la mano de sus enemigos, o inmediatamente después. Ya que la derrota de sus enemigos abrirá sus ojos, conocerán a Jehová, estarán dispuestos a entrar en el nuevo pacto. Serán instruidos y dirigidos por los antiguos dignos que estarán encargados de esta misión.

“SION” Y “JERUSALÉN”

Jerusalén era la capital del antiguo Israel, donde el gobierno se encontraba en el monte Sion. Jehová hizo de Sion el símbolo del dominio espiritual del reino, y Jerusalén representa la fase terrestre, que será dirigida por los antiguos dignos. Leemos que “de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová.” (Miqueas 4:2) Sí, la Palabra de Jehová, las interpretaciones y las instrucciones relativas a la aplicación de las leyes del reino que emanará de Sion, serán dadas por los antiguos dignos.

Esto es lo que explica Jesús, diciendo que en el reino, todo el pueblo se sentará con Abrahán, Isaac, Jacob y los profetas. El objetivo de “sentarse” así con los antiguos dignos en el reino es revelado por la declaración adicional de Jesús de que “los hijos del reino” serían “echados.” Como hemos visto, la promesa condicional de ser un reino de sacerdotes, para instruir y bendecir al mundo, fue hecha a Israel. A pesar de su fracaso, ellos no pierdan la oportunidad de alcanzar la vida bajo las leyes del reino; pero la posición buscada de instructores, pertenecerá sólo a los antiguos dignos.

EL NUEVO PACTO

El período de transición actual introduce el reino mesiánico, y por sus experiencias, el pueblo de Israel está preparado para recibir las bendiciones dispensadas bajo el Nuevo Pacto prometido. Jehová los devuelve a su propio país, para hacer este pacto con ellos, cuando haya venido el tiempo oportuno, porque según el designio divino, serán los primeros que reciban las bendiciones del reino. Es por eso que podemos suponer que este pacto se hará con ellos, tan pronto como hayan sido librados de sus enemigos.

Pero, hay que tener presente la naturaleza de este pacto. Jehová dice: “No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto.” (Jeremías 31:32). Las leyes divinas no varían. También será el caso con el Nuevo Pacto. La única diferencia residirá en el modo según el cual se hará.

Las leyes del pacto precedente fueron escritas sobre piedra; el pueblo prometió obedecer estas leyes y Dios prometió bendecir a los israelitas, si fueran obedientes. La ley y los compromisos tomados constituyeron este pacto. Pero el Nuevo Pacto no se hará de este modo, porque ha dicho: “Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón”, “dentro de vosotros.” (Jeremías 31:31-34; Ezequiel 36:24-28).

Esto no puede hacerse y no se hará en unas cuantas horas, o en unos cuantos días, sino se requerirá mucho tiempo, necesitará mucha instrucción, disciplina y aplicación. Escribir la ley en el corazón del pueblo, de todo el pueblo, hasta de los que murieron y que resucitarán, exigirá toda la duración del reino de Cristo de mil años. Es una obra de restauración, porque cuando la ley de Dios sea escrita en el corazón de todos, ellos alcanzarán la perfección, la que gozaba Adán, antes de transgredir la ley divina.

El hecho que, a consecuencia del gran milagro de su liberación, los Israelitas en Palestina reconocerán a Jehová, no quiere decir que la ley del Nuevo Pacto será escrita en su corazón, “dentro de ellos”, de repente. La profecía indica que las naciones gentiles, hasta las que combatirán contra Israel, tendrán sus ojos abiertos por el mismo milagro; pero, será sólo la primera etapa para encontrarse en armonía completa con el reino y para tener las leyes del reino grabadas en sus corazones.

EL JUDÍO PRIMERAMENTE

El apóstol Pablo, hablando de los castigos que Dios permite para los hombres, y las bendiciones que les concede, escribió: “Tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo, el judío primeramente y también el griego, pero gloria y honra y paz a todo el que hace lo bueno, al judío primeramente y también al griego; porque no hay acepción de personas para con Dios.” (Romanos 2:9-11),

El “judío primeramente”. Dios hizo un pacto con Israel, un pacto que ellos rompieron. Es por eso que, las tribulaciones vinieron sobre la nación en 70-73 después de J.C. El mundo gentil tiene su tiempo de gran tribulación, cual no la ha habido; la generación actual es testigo de esto.

Cuando las bendiciones del reino se difundan sobre la humanidad, serán para los “Judíos primeramente”. Las mismas bendiciones alcanzarán pronto al mundo gentil porque “Dios no hace acepción de personas.” Los israelitas entrarán en armonía con las leyes de justicia del reino, y tendrán la oportunidad de cooperar con los antiguos dignos, en el gran proyecto de restauración; los gentiles (paganos) harán lo mismo.

Jesús nos da esta seguridad en la parábola de las ovejas y de los cabritos (Mateo 25:31-46). Según esta parábola todas las naciones serán reunidas delante del Hijo del hombre cuando se siente en el trono de su gloria y como un pastor él separe a las ovejas de los cabritos. A las ovejas que estarán a su derecha, el Hijo del hombre dirá: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo.”

Este es el reino o el dominio que fue dado a nuestros primeros padres, el dominio sobre toda la tierra. Jehová es el Maestro de todo el universo y designó al hombre para representarlo y para dominar toda la tierra. Así, el hombre, en su perfección original, dominaba como o en nombre de Dios. Este reino será restablecido para aquellos de todas las naciones que estén bien dispuestos y obedientes; todos gobernarán con Dios. Ya que tal es el significado de la palabra “Israel”, todos los que tengan vida eterna en la tierra serán “israelitas”.

¿Cómo alcanzarán esta posición honorable según los arreglos divinos? En primer lugar, aceptando la vida provista por la obra redentora de Jesucristo y obedeciendo las leyes del reino. Pero será una obediencia sincera, porque la ley se escribirá en sus corazones, dentro de ellos.

Todas las leyes de Dios reflejan su glorioso carácter de amor, de generosidad, de abnegación de sus intereses para con otros. También, los de todas las naciones, las ovejas de la parábola, que oigan las palabras benévolas: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo”, serán cualificados para recibir las bendiciones, ocupándose de los desfavorecidos. Es decir, ellos participarán de muy buena gana en la obra de amor para con su prójimo. Ellos cooperarán en la obra del reino; todas las naciones tendrán este privilegio.


RESTAURACIÓN

Un resumen del plan de Dios para la reconciliación del mundo, se nos da en Hechos 15:14-18. El versículo 14 dice: “Simón ha contado cómo Dios visitó por primera vez a los gentiles, para tomar de ellos pueblo para su nombre.” Este pueblo, como hemos visto, es el número predeterminado de aquellos que deben vivir y reinar con Cristo, en la fase espiritual del reino con los Israelitas naturales que hayan aceptado a Cristo y lleguen a ser israelitas espirituales — “herederos de Dios y coherederos de Cristo.”

Los versículos 15 y 16 dicen: “Y con esto concuerdan las palabras de los profetas, como está escrito: Después de esto volveré y reedificaré el tabernáculo de David, que está caído; y repararé sus ruinas, y lo volveré a levantar.” El tabernáculo simbólico de David fue construido bajo condiciones extraordinarias. Durante el último período de los jueces, el arca del pacto, primitivamente conservado en el tabernáculo construido por Moisés, cayó en manos de los filisteos. Esto significaba que la gloria de Dios se había retirado de Israel, el arca siendo el símbolo de la presencia y del favor de Dios entre ellos.

La presencia del arca entre los filisteos fue para ellos una causa de confusiones, y se la devolvieron a los Israelitas. Durante el reino de Saúl, el primer rey de Israel, se le dio poca importancia; pero cuando David subió al trono, construyó un tabernáculo para alojar el arca y la puso de nuevo en su sitio. Fue una gran alegría en Israel, porque la presencia de Dios estaba de nuevo entre ellos.

El trono de David no se estableció en este tabernáculo, aunque una profecía, refiriéndose al trono antitípico de David, que será ocupado por Cristo, declara: “Y se dispondrá el trono en misericordia; y sobre él se sentará firmemente, en el tabernáculo de David, quien juzgue y busque el juicio, y apresure la justicia.” (Isaías 16:5). Es una referencia profética al “tabernáculo de David” que será levantado de su caída (Hechos 16:16), con su designio inicial de simbolizar el regreso del favor al Israel natural, por medio del reino mesiánico.

Las Escrituras afirman que Cristo, en su reino de gloria, se sentará en el trono de David. Concerniente a Jesús, el ángel dijo a María: “Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre.” (Lucas 1:32). En Isaías 9:7, leemos que Jesús se sentará en el trono de David y dará una paz interminable a su reino; él lo dispondrá y lo confirmará en juicio y en justicia desde ahora y para siempre.

En Ezequiel 21:26, 27 Jesús se menciona como “aquel cuyo es el derecho” de restablecer la gobernación divina que fue representada en la línea Davídica de reyes. En este pasaje se dice que la “tiara” está depuesta y la “corona” está quitada. Esto sucedió cuando Sedequías, el último de los reyes judíos, fue derrocado. Jehová entonces dijo: “Esto no será más, hasta que venga aquel cuyo es el derecho, y yo se lo entregaré.”

Es en la conclusión de la Edad Evangélica, cuando el número necesario de los gentiles haya sido seleccionado para constituir la “nación santa” de Dios, su divina casa reinante de hijos, que “aquel cuyo es el derecho” sea establecido sobre el “trono de David.” Con él será sus coherederos tanto de entre los judíos como de entre los gentiles. Y es el establecimiento de esta autoridad divina en manos de la clase de David antitípica, que tiene como resultado el regreso del favor de Dios al “resto” de Israel.

Esto es lo que parece ser simbolizado por el rey que establece su trono en el “tabernáculo de David,” “para que el resto de los hombres” “busque al Señor.” Esta es una cita de Amos 9:11,12. La declaración completa en la profecía es, “para que aquellos sobre los cuales es invocado mi nombre posean el resto de Edom.” Este (“resto de Edom”) es el “resto” del cual Santiago habla. ¿Y quiénes son ellos?

Los edomitas son los descendientes de Esaú, que vendió su primogenitura. En Romanos 9:8 Pablo explica que en Israel había dos clases. Primero, los “hijos según la carne.” Éstos, explica él, “no son los hijos de Dios” — no de aquellos que creyeron y fueron dados potestad de llegar a ser “hijos de Dios.” Entonces, hay “hijos según la promesa,” quienes explica él, “son contados como descendientes.” Es decir, éstos son la simiente prometida de Abrahán, por la cual todas las familias de la tierra serán bendecidas.

Entonces, Pablo relaciona estas dos clases con la presciencia de Dios y anulación en los asuntos de Israel que, indica él, fueron ilustrados por sus tratos con Jacob y Esau. “Se le dijo [a la madre de estos gemelos]: El mayor servirá al menor. Como está escrito: A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí.” (versículos 12,13) En el paralelo así establecido por Pablo se demuestra que el “resto” de Israel que no aceptó a Cristo son los que son representados por Esaú — los edomitas en la profecía de Amos.

Regresando a la presentación de Santiago parece claro, por lo tanto, que el “resto” que él menciona, a quienes se les da una oportunidad de buscar al Señor al fin de la edad, son todos los israelitas que en el primer advenimiento y desde entonces no han aceptado a Cristo. Ya que estos recibieron la primera oportunidad de buscar al Señor, se les dará a “todos los gentiles” una oportunidad similar, afirma Santiago.

Y Santiago añade un pensamiento adicional — “todos los gentiles, sobre los cuales es invocado mi nombre.” Al igual que el testimonio fue dado especialmente a la nación judía en el primer advenimiento, así también ha salido al mundo gentil durante toda la edad. Pero esto no ha constituido su única y final oportunidad de creer y recibir las bendiciones prometidas de Dios. Al igual que con los judíos, por lo que con los gentiles, se les dará una oportunidad adicional durante el reinado de Cristo.

El que busque a Jehová lo encontrará. Isaías 60:1-3 dice: “Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti. Porque he aquí que tinieblas cubrirán la tierra, y oscuridad las naciones; mas sobre ti amanecerá Jehová, y sobre ti será vista su gloria. Y andarán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu nacimiento.”

Simeón define a Jesús así: “Luz para revelación a los gentiles, y gloria de tu pueblo Israel.” (Lucas 2:32). Sí, Jesús es esta luz verdadera que, viniendo al mundo, alumbra a todo hombre y disipará las tinieblas que han cegado a los judíos y a los gentiles. Entonces, la tierra será llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar. La citación de Simeón se saca de la profecía de Isaías 42:6,7. El séptimo versículo dice que la “Luz de las naciones” no solamente abrirá los “ojos de los ciegos”, sino también hará salir a los “cautivos de prisión”. Los cautivos son los presos de la muerte. La restauración de Israel y de las naciones no alcanzaría la meta que Dios ha propuesto, si no comprendiera también a los habían muerto. Hasta los que rechazaron y persiguieron a Jesús, se resucitarán y dirán de él: “Bendito el que viene en el nombre del Señor.” (Mateo 23:39)

La restauración al favor divino implica la destrucción de la misma muerte, “Ya no habrá muerte”, cuando el “Tabernáculo de Dios more con los hombres” (Apocalipsis 21:3), entonces el favor divino se derramará sobre los judíos y los gentiles por medio del Cristo reinante. “Ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron.” (Apocalipsis 21:4)


CUMPLIMIENTO

Los descendientes naturales de Abrahán, viviendo en Palestina, serán los primeros en beneficiarse de las bendiciones del reino. Las otras naciones comprenderán pronto que Jehová está bendiciendo a su antiguo pueblo. Ellas comprobarán también que las bendiciones de Jehová están sobre los israelitas, porque se habrán sometido a la autoridad del reino de Cristo, representada por los antiguos dignos resucitados; y ellas desearán gozar de los mismos privilegios. Jehová lo predijo:

“Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Aún vendrán pueblos, y habitantes de muchas ciudades; y vendrán los habitantes de una ciudad a otra, y dirán: Vamos a implorar el favor de Jehová, y a buscar a Jehová de los ejércitos. Yo también iré. Y vendrán muchos pueblos y fuertes naciones a buscar a Jehová de los ejércitos en Jerusalén, y a implorar el favor de Jehová. Así ha dicho Jehová de los ejércitos: En aquellos días acontecerá que diez hombres de las naciones de toda lengua tomarán del manto a un judío, diciendo: Iremos con vosotros, porque hemos oído que Dios está con vosotros.” (Zacarías 8:20-23)

Esto no implica que la gente de todas las naciones viajará literalmente a Jerusalén para adorar a Jehová. El pensamiento es, mejor dicho, que en sus mentes y corazones reconocerán la autoridad del reino de Jehová emanando desde allí por los antiguos dignos resucitados, y darán su lealtad a él, felizmente participando en la bendición rica de restitución que atestiguarán siendo derramada sobre los israelitas.

Poco a poco, el mundo entero tendrá la oportunidad de participar en estas bendiciones. Zacarías 14:14-21 nos da una ilustración definitiva del reino mesiánico y del resultado de su establecimiento. Los “que vinieron contra Jerusalén”, tales como se describen en detalle en el capítulo 38 de Ezequiel, también tendrán la oportunidad de “subir”, para prosternarse delante de Jehová. En efecto, es sólo así que las bendiciones del reino puedan obtenerse, porque leemos: “Y acontecerá que los de las familias de la tierra que no subieren a Jerusalén para adorar al Rey, Jehová de los ejércitos, no vendrá sobre ellos lluvia.” (Zacarías 14:17)

Podemos decir que Jehová aplicará sanciones contra los que no se conformen a los reglamentos del nuevo reino. El profeta Miqueas dice que Jehová “juzgará entre muchos pueblos, y corregirá a naciones poderosas hasta muy lejos” (Miqueas 4:3). Estas sanciones serán administradas a todos los que no se prosternarán delante del rey, Jehová de los ejércitos.

En aquel día, se grabará en las campanillas de los caballos: SANTIDAD A JEHOVÁ. ¡Qué cumplimiento glorioso del plan divino para Israel y para todas las naciones! “Y no habrá más Cananeo alguno en la casa de Jehová de los ejércitos en aquel tiempo,” ni Asiático, ni Europeo, ni Africano, ni Americano; porque todos serán israelitas. (Zacarías 14:20-21)

El dominio de la tierra será devuelto a los hombres, cuando la ley de Dios esté escrita “dentro de ellos”. Ellos compartirán las responsabilidades de este reino, gobernando con Dios en este dominio terrestre del gran universo, del cual él es el emperador supremo y eterno.

Tal es el destino final para Israel y para todos los hombres que viven hoy y para los que han muerto durante todos los siglos anteriores. Pero la herencia de este destino depende de la fe en la obra redentora de Cristo y de la obediencia a las leyes de su reino, ¡Dios sea alabado por la oportunidad que se les dará a todos para creer y obedecer!

¡Qué solución gloriosa a los problemas del mundo entero!