Esperanza para un Mundo Lleno de Temor

Millones de jóvenes pelearon. y muchos de ellos murieron en la contienda mundial luchada en esperanza de que cesara la agre-sión y no hubiera más lugar para el temor. Cuando se dieron a saber los objetivos de la contienda, se dijo era con el fin de “librar del temor.” Ese fue un noble objetivo, pero cuando llegó a su término por medio de bom-bas atómicas arrojadas a ciudades del Japón, dejó los corazones de la gente llenos de un más terrible temor que el experimentado an-tes por el hombre. Y como si esto no fuera suficiente para destruir la fe en los objetivos humanos, el fracaso de todos los intentos desde entonces—zanjar las dificultades en-tre las naciones—de no ser resueltos tarde o temprano pudieran provocar otra guerra mundial, y esto ha dado margen a un mayor temor.

Existe una verdadera causa para el temor, por cuanto ahora el mundo entero sabe que ninguna nación se siente segura en contra de la destrucción por medio de bombas atómi-cas en caso de haber otra guerra. Las ciuda-des de Estados Unidos pudieran llegar a ser montones de escombros semejantes a los que ahora ensombrecen la belleza de gran parte de la tierra que lleva el nombre de Europa. Y todo el mundo sabe que, aun cuando esto en sí mismo significaría una terrible pérdida de vidas, la caótica condición que seguiría sería aun peor por cuanto eliminaría la últi-ma posible oportunidad del mundo hasta para un recobro parcial de su estabilidad económica.

Los temores del mundo hoy día se encuen-tran profundamente enraigados en el fracaso de los líderes humanos en cuanto a hallar una apropiada solución a los problemas re-sultantes del egoísmo y del odio. Hubo un tiempo, antes de la Primera Guerra Mundial en que los hombres sabios de la tierra decían a la gente que por medio de un proceso de evolución la raza humana se encontraba avanzando hacia un superior estado de civi-lización, y que las guerras llegarían a ser una cosa del pasado. Ellos decían que el mundo iba mejorando y que pronto llegaríamos a un utópico tiempo de paz y de buena volun-tad soñado por los profetas y ensalzado en los cánticos de los poetas.

Como prueba de que esta plácida perspec-tiva para el futuro estaba bien fundada, se nos recordaba el progreso en lo que respecta a educación y se nos decía que un mundo ilu-minado buscaría una mejor manera de zanjar sus dificultades que por medio de guerras. Se nos invitaba también a tomar en cuenta el gran adelanto en lo tocante a la ciencia, y se nos decía que esto también contribuiría a una paz duradera entre las naciones. Ade-más, se pretendía que el cristianismo estaba logrando grandes y rápidas ganancias por so-bre toda la tierra, y que pronto el mundo entero llegaría a estar tan imbuido en la filo-sofía del Sermón del Monte dado por Jesús que la guerra sería imposible.

Todos sabemos muy bien que todas estas pretensiones hechas antes de la Primera Guerra Mundial han fracasado totalmente. La horrible implicación de tales fracasos no fue inmediatamente apercibida por la huma-nidad. Las agencias de propaganda de las naciones que tomaron parte en ese con-flicto global se encargaron de apartar las mentes de la gente de la muy perceptible ver-dad de que se aproximaba el fin del mundo. Por ejemplo, se nos dijo que la guerra fue causada por naciones no gobernadas demo-cráticamente y que para impedir otra catástrofe semejante debería librarse una guerra hasta el extremo límite con el fin de hacer al mundo un lugar seguro para la democra-cia.

Esto sonaba muy bien puesto que a todos les gustaría ver un mundo seguro para la de-mocracia, por cuanto, después de todo, la de-mocracia es la mejor forma de gobierno que conoce el hombre. Pero no se hizo al mun-do seguro para la democracia. La mayor par-te de las naciones de Europa fueron hechas seguras para las dictaduras. El único verda-dero cambio efectuado por la guerra fue el de dar fin a las dictaduras hereditarias, por familias reales, substituyéndolas por dicta-duras de un pintor de casas y de un remen-dador, quienes estuvieron más que listos a precipitar a las naciones a otra guerra. En realidad, como resultado de la Primera Gue-rra Mundial, las fuerzas democráticas per-dieron terreno, y debido al conflicto, hasta Estados Unidos se vio amenazado de caer en manos de la dictadura, según dicen algunos políticos. De todos modos, el mundo no fue hecho seguro para la democracia.

Habiendo fracasado en impedir un segun-do conflicto mundial en una generación, las fuerzas de la ciencia, la educación, y la reli-gión nos dijeron que un mundo en donde no hubiera carencia de alimentos y de otras necesidades, ni temor, y en donde toda per-sona tuviera libertad de decir y publicar lo que pudiere resultar en provecho general de individuos y de grupos, no habría lugar para guerras. Por esta razón, y por medio de otra guerra, se hizo un enérgico esfuerzo para librar al mundo de necesidades y de temor, y para obtener libertad de expresión en lo que respecta a política y religión. La tarea fue una noble, pero fracasó.

Y ahora, en tanto que estamos experimen-tando una paz llena de sobresalto, esta paz está amenazada de un lado por el hecho de que una gran parte de la raza humana está lentamente muriéndose de hambre, y por el otro lado, por censura oficial por cuanto mu-chas naciones se encuentran esclavizadas tras la cortina de hierro, la que al impedir libertad de expresión conduce a malos en-tendimientos y falsas suposiciones que son la semilla para la guerra. Mientras tanto, el temor crece al grado de que las afortunadas entre las naciones están sobrecargadas con el mantenimiento de organizaciones gigan-tescas, militares, para lograr según preten-den impedir otra guerra, o en caso de no lograr esto, estar listas para la guerra cuando no puedan por más tiempo luchar contra lo inevitable, ocosionado por los temores y las necesidades de un mundo caótico.

Nuestro Día en Profecía

Aun cuando este tiempo de temor y an-gustia llegó sobre el mundo inesperadamente a pesar de las pretenciones de la civilización siempre en aumento, no fue de sorprender para los que cuidadosamente estudian la Bi-blia por cuanto en sus páginas, por medio de sus profetas inspirados, Dios lo ha predicho. Por ejemplo, el Profeta Daniel predijo esta época de la experiencia humana, describién-dola como “un tiempo de angustia como nunca lo ha habido desde que ha habido na-ción.” (Dan. 12:1) Jesús citó esta profecía de Daniel, y añadió que su cumplimiento sería al tiempo de su retorno al fin de la edad.

Jesús pormenizó algunos de los detalles de este “tiempo de angustia,” diciendo que sería uno de “angustia de naciones con perpleji-dad,” y que los corazones de todos desfalle-cerían de temor a causa de las cosas que ve-rían en la tierra. (Luc. 21:25,26) La refe-rencia de Jesús al temor que llenaría los co-razones de la gente es suficiente para indicar que él se refería al tiempo presente, porque nunca antes ha habido tan general temor. de parte de la gente como el que hay hoy, espe-cialmente entre los líderes.

Cuando Jesús dijo que habría sobre la tierra angustia de naciones con perplejidad, ilustró el punto, comparando la condición con el rugir de las olas—un símbolo bastante apropiado de las inquietas multitudes que sin éxito se esfuerzan por evitar la des-trucción que temen será ocasionada por la desenfrenada corriente del egoísmo humano implementada por los terribles instrumentos de destrucción provistos por la misma cien-cia que hace alarde de su habilidad para conducir al mundo a una condición de paz y de buena voluntad.

El Profeta David predijo también el tiem-po en que vivimos y, como Jesús, él también comparó la caótica condición del mundo al incesante vaivén de las olas del mar: las clamorosas exigencias de gentes y naciones azotando en contra de las fortalezas de una civilización que en un tiempo se pensó ser impregnable. La profecía de David se dirige a quienes tienen fe en la Palabra de Dios, y en ellos pone las siguientes palabras:

“Por tanto no temeremos aunque la tierra sea conmovida, y aunque las montañas se trasladen al centro de los mares; aunque bra-men y se turben sus aguas; aunque tiemblen las montañas a causa de su bravura.”—Salmos 46:2,3

“No temeremos,” declara el profeta. Como cristianos no es necesario que temamos lo que ha de sobrevenir a la tierra; no temere-mos si nos familiarizamos con las profecías de la Biblia y si tenemos fe en lo que en ellas se dice concerniente a nuestros días. Las pro-fecías de la Biblia contienen la única verda-dera explicación de la causa de la presente angustia mundial y nos informan del final resultado de este presente período de obscu-ridad y de temor. El saber cuál es el plan de Dios concerniente al destino humano es mo-tivo de paz y gozo en nuestros corazones a pesar del temor que nos rodea, y también nos coloca en una posición de traer algo de con-suelo a otros.

En conformidad con la Biblia, ¿cuál será el resultado de este tiempo de temor y gran angustia? Hay quienes dicen que a esta ge-neración se le ha permitido tener un encuen-tro con el destino. Esto es cierto, pero Dios controla el destino y las implicaciones son de tanto alcance que la imaginación se abis-ma cuando tratamos de comprenderlo. Bre-vemente,, según se indica en la Palabra de Dios, los hechos son los siguientes:

Hemos llegado al final de una edad en el plan de Dios—aun más, hemos llegado al fin del mundo. Esto no significa, como en un tiempo suponíamos, el final de la tierra, sino el fin del dominio de Satanás sobre la tierra. El gobierno de Satanás será suplantado por el reinado de Cristo, y por tanto el fin del reino de Satanás es también el tiempo del retorno de Cristo como nuevo Rey de esta tierra, y se nos ha concedido vivir en este tiempo de su retorno y de su reino.

Señales de Su Presencia

Cuando Jesús, respondiendo a las pregun-tas de sus discípulos, predijo las caracterís-ticas de nuestro día, declaró que sería un tiempo cuando los corazones de los hombres estarían llenos de temor. Las preguntas fue-ron: ¿Cuándo será esto? ¿y qué señal habrá de tu venida y del fin del siglo?” Es bueno tener en cuenta que los discípulos no le pre-guntaron por señales de la proximidad de su retorno, sino que cómo sabrían que él estaba ya presente. Bien sabían ellos que esto ocu-rriría al fin de la edad—al final del largo período de espera comprendido entre el tiempo en que se ofreció en sacrificio y el tiempo para introducir su reino.

La respuesta del Señor a estas preguntas suministra la única explicación digna de crédito con respecto a las presentes condiciones del mundo y la sóla genuina esperanza de mejores días venideros. Revela que hemos llegado al final de la edad presente y al tiem-po de su retorno. Esto, a su vez, significa que está cercano el tiempo para el cumplimiento de las numerosas promesas en la Palabra de Dios que nos hablan de las bendiciones de paz, gozo y vida que estarán al alcance de toda la humanidad como resultado del reino de mil años de Cristo, el Rey de reyes y Se-ñor de señores.

Esto no significa que Jesús reinará en la tierra como hombre. Su venida como hombre a la tierra, según él mismo lo explicó, fue con el objeto de dar su carne “para la vida del mundo.” (Juan 6:51) Pero habiendo pro-visto por medio de su sacrificio la manera en que la raza humana sea librada de la muerte y alcance la perfección humana, después de morir en la cruz Jesús fue resucitado de entre los muertos como glorioso ser divino, de la misma naturaleza que el mismo Crea-dor “a quien ninguno de los hombres ha vis-to, ni le puede ver.”—1 Tim. 6:16

A causa de interpretaciones demasiado literales algunas de las profecías de la Pala-bra de Dios han resultado erróneas concep-ciones en cuanto al retorno de Cristo. Se ha interpretado que cuando él retorne será visto como hombre suspendido en el aire, en tanto que al mismo tiempo habrían tremendos dis-turbios de la naturaleza en el cielo y en la tierra en mayor grado que la destrucción que a los hombres ha sido posible llevar a cabo hasta con la bomba atómica.

Ahora percibimos, sin embargo, que las profecías interpretadas como base para esta errónea concepción del retorno del Señor son simbólicas y describen el trastorno que ocurrirá a las instituciones creadas por el hombre y que han formado nuestra civiliza-ción presente. Esto es lo que las profecías indican como el fin del mundo—no el fin de la tierra sino lo que el Apóstol Pablo describe como “este presente siglo (mundo) malo.” (Gál. 1:4) Jesús se refirió a Satanás, el Diablo, como “el príncipe de este mundo,” y por tanto, el fin del actual mundo significa el fin del imperio de Satanás, el fin de su soberanía sobre las mentes y los corazones de los hombres.—Juan 12:31

Todo cristiano debería sentirse contento al percibir la evidencia tendiente a mostrar que el fin del mundo se aproxima. Toda la hu-manidad se regocijará al darse cuenta de que ha llegado el fin del mundo de Satanás por cuanto tendrá cada cual la oportunidad de llegar a ser ciudadano de un mundo nuevo—no otra civilización constituida por los hom-bres sino un nuevo orden de cosas en el cual la autoridad y las leyes serán las del Reino de Cristo.

El mundo que en la actualidad está to-cando a su fin nunca ha sido enteramente satisfactorio, ni aun siquiera a quienes han sido en gran manera entusiásticos en sus es-fuerzos por perpetuar su existencia. Cierto es que algo bueno ha habido en él, pero el pecado y el mal han predominado. Las en-fermedades, el dolor y la muerte han sido la temida herencia de todos. El odio y las gue-rras han robado la felicidad a la gente y han destruido la paz en toda nación.

El temor de cosas peores por venir, tanto ahora como en el más allá, ha contribuido a privar a todo hombre y mujer del gozo que a lo menos temporalmente hubieran podido lo-grar. Ciertamente, como lo declaran las Es-crituras, éste ha sido un mundo malo, y entre más estudiamos sus características más nos damos cuenta de que Jesús sabía de qué tra-taba cuando declaró que Satanás es el prín-cipe o gobernante en él.

Ciertamente, podemos sentirnos conten-tos de que ese mundo está tocando a su fin, y que, según lo indican las Escrituras, su gobernante será atado o incapacitado, y final-mente destruido. Jesús dijo que quienes vi-vieran en ese entonces, y quienes percibieran las cosas por él predichas, deberían levantar sus cabezas y regocijarse por cuanto estaría aproximándose el tiempo de su propia libera-ción y el de la humanidad en general.

Los Enemigos Destruidos

En una inspirada profecía por el Apóstol Pablo, relativa al reino de Cristo, él declara que Cristo debe reinar hasta que todos sus enemigos sean puestos debajo de sus pies, y que el último o postrer enemigo destruido será la muerte. (1 Cor. 15:24-26) Esto in-dica que uno de los propósitos del reino de Cristo es la destrucción de los enemigos de Dios, del hombre, y de la justicia. Aun cuando la muerte será el postrer enemigo ex-tirpado por medio del dominio de Cristo, otros enemigos serán destruidos antes, entre los primeros siendo las egoístas y pecamino-sas instituciones humanas que ahora predo-minan y que están en desacuerdo con el do-minio de equidad y justicia de Cristo. La destrucción de estos de necesidad ocasiona temporarios disturbios y angustia para la gente que ha sido mantenida en sujeción a ellos. Esto es lo que el Profeta Daniel describe como un “tiempo de angustia cual nunca ha sido desde que ha habido nación hasta aquel tiempo.”—Dan. 12:1

En la profecía del Salmo Dos se alude a Jesús como el gran Rey de toda la tierra a quien Dios ha designado para dominar, y en ella se nos dice que el comienzo de su reino resultará en el desmembramiento de las na-ciones como vaso de alfarero. De esta pre-dicha catástrofe que derrumbará un orden de cosas, ya se ha permitido a la presente gene-ración ser testiga de la destrucción de las casas reinantes o dominios hereditarios de Europa, y de la caótica condición de los asuntos del mundo que han seguido. En la profecía de Jesús sobre estos acontecimien-tos resultantes de su presencia, él declaró que todas las tribus de la tierra se lamenta-rían. Hoy se puede percibir en el mundo en-tero el comienzo de este lamentar.

Sin embargo, podemos dar gracias a Dios de que esta angustia es temporal. El retorno de Cristo tiene por objeto el traer paz, gozo, y vida a un mundo agonizante. Ese será el final resultado, pero para efectuarlo, es pre-ciso establecer un nuevo dominio sobre la tierra, lo cual requiere el derrumbe del do-minio del que Satanás ha sido el invisible y, en muchos casos, el no reconocido príncipe.

Si en alguna ocasión usted ha tratado de hallar alguna razón del porqué personas que han disfrutado de las ventajas de la civiliza-ción y educación de este siglo veinte no han logrado librar al mundo de su apresurada marcha hacia la destrucción, acuda ahora a la Biblia en donde se indica que la influencia divina ha intervenido en los asuntos del mundo en preparación del establecimiento de un nuevo orden de cosas. Esa influencia gradualmente está siendo ejercida por medio de la presencia del divino Cristo.

Pero el derrocamiento de las instituciones del pecado y del egoísmo—instituciones que han motivado la opresión y las guerras—es solamente el comienzo de la tarea benéfica de Cristo. Es el bisturí del cirujano, emplea-do para salvar la vida de un moribundo pa-ciente. De por sí, el hombre no ha logrado hallar remedio alguno contra el ponzoñoso dardo del pecado que a todos trae la muerte. Ahora Cristo, el Gran Médico, ha llegado, y él cambiará las cosas. La primera tarea es la de colocar al paciente, la humanidad, en nuevas condiciones, bajo leyes justas y equi-tativas. Los preparativos para ello es lo que motiva la invalidación de la autoridad hu-mana en todas partes de la tierra.

En los Ultimos Días

Los únicos que hasta ahora están al tanto del significado de lo que hoy ocurre en la tie-rra son los ue por medio de la fe están pre-parados para aceptar el testimonio de la Pa-labro de Dios. Para éstos, las profecías de la Biblia son un rayo de luz indicándoles que a pesar de la obscuridad de este período, el peor que la gente ha experimentado, un día glorioso está próximo a despuntar. Ese día será un día en que las bendiciones de salud, gozo, paz, y vida emanarán de la presencia de Cristo, el nuevo Rey, el divino Gober-nante proféticamente descrito como el “Sol de Justicia” que se levantará trayendo “sa-lud eterna en sus alas.”—Mal. 4:2

Sin embargo, con el tiempo—y según pen-samos no muy distante—la humanidad co-menzará a darse cuenta de que existe un poder divino que se ejerce en los asuntos del mundo, muy superior a todo gobierno cons-tituido por los hombres. Esto llegará a ser evidente por medio del continuo fracaso de los hombres para establecer una paz perma-nente y la consiguiente seguridad entre los hombres.

Los gobernantes del mundo hoy todavía imaginan que ellos son los controladores del destino humano, y que su sabiduría y la im-presionante potencia de sus ejércitos logra-rán imponer paz entre las naciones. El mé-todo de Dios para establecer paz aún es ridi-culizado por los sabios conforme al mundo. Mas en proporción a que todos los esfuerzos continúan resultando en fracaso, gradual-mente comenzarán a buscar ayuda de una autoridad superior. Esta condición, la que todavía es un futuro acontecimiento en este transcedental momento en que vivimos, es lo que describe el Profeta Miqueas en las si-guientes palabras:

“Mas sucederá que en los postreros días el monte de la casa de Jehová será establecido como cabeza de los demás montes, y será en-salzado sobre los collados; y como ríos flui-rán a él los pueblos Pues caminarán muchas naciones diciendo: ¡Venid y subamos al monte de Jehová, y a la Casa del Dios de Jacob! y él nos enseñará en cuanto a sus ca-minos, y nosotros andaremos en sus sende-ros, porque de Sión saldrá la ley, y de Jeru-salem la palabra de Jehová. Y juzgará entre muchos pueblos, y reprenderá a fuertes na-ciones, hasta en tierras lejanas; y ellas forja-rán sus espadas en rejas de arado, y sus lan-zas en hoces; no levantará espada nación contra nación, ni aprenderán más la guerra. Y se sentarán cada cual debajo de su parra, y debajo de su higuera; y no habrá quien los espante: porque la boca de Jehová lo ha dicho.”—Miq. 4:1-4

Esta profecía es una de mucho alcance, que aumenta nuestra confianza, y que a la luz de los acontecimientos del día tendrá pronto cumplimiento para regocijo de toda la humanidad. Examinémosla brevemente. En primer lugar dénse cuenta de la identifi-cación del tiempo—“mas sucederá que en los postreros días.” Esta expresión profética, “postreros días,” no se refiere a la destruc-ción de esta tierra ni al final de la existencia humana en la tierra. Tiene referencia a los últimos días del dominio satánico sobre la gente; a los últimos días del pecado y de la muerte; a los últimos días de guerras, y a los últimos días de todos los males que han pla-gado a la raza humana desde los días del Edén hasta ahora.

Nos encontramos viviendo en los comien-zos de esos proféticos “días postreros” y ya hemos sido testigos de la destrucción de al-gunos de los males que han afligido a la mayor parte de las naciones. Las familias dominantes o “casas” reinantes hereditarias de Europa, las que han oprimido a la gente en nombre de Dios pero que sus acciones han dado amplia evidencia de que han sido ins-piradas por Satanás, poco a poco están lle-gando a su fin. Y en proporción a que el pro-pósito de Dios progresa en estos postreros días seremos testigos del final de las dicta-duras totalitarias, ya sean comunistas, fas-cistas, o de otro cariz. También veremos el final de las guerras, y el final del atorme-tante temor que ahora llena los corazones de la gente.

Sí; los “postreros días” predichos en las profecías son el glorioso tiempo en que vivi-mos, y antes de poco sucederá lo declarado por el profeta: “El Monte de la Casa de Jehová será establecido como cabeza de los demás montes … y como ríos fluirán a él los pueblos.” El “monte” de Jehová es el reino de Dios. En el segundo capítulo de su profe-cía, Daniel simbólicamente representa el do-minio humano sobre la tierra como una ima-gen colosal de forma humana, y el final de ese dominio se representa por la destrucción de la imagen. El instrumento de destrucción, según se muestra, es una piedra, la que luego creció hasta llegar a ser una gran montaña que llenó toda la tierra. En la interpretación de esta maravillosa profecía Daniel nos dice que la montaña que llenará toda la tierra es el Reino de Dios.

El Profeta Miqueas describe este monte o Reino de Dios como el monte o montaña de la “casa” de Jehová, o sea la “casa” o familia real, dominante, compuesta de sus propios “hijos”. Jesús es el jefe de todos ellos, y junto con él estarán quienes han aceptado la invitación a sufrir y morir con él. A ellos se hace la promesa de que vivirán y reinarán con Cristo. El Apóstol Pablo, para dar más confianza a los seguidores del Maestro, dice: “El espíritu mismo da testimonio, juntamen-te con nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios; y si hijos, luego herederos; herede-ros de Dios. y coherederos con Cristo, si es así que sufrimos con él, para que también seamos glorificados con él.”—Rom. 8:16,17

Entonces, Jesús y su iglesia, exaltados a la naturaleza divina y juntamente glorifica-dos, compondrán la gobernante casa de Dios, cuya autoridad se hará sentir sobre todos los asuntos humanos. El poder divino que obra milagros, garantiza el éxito de este nuevo gobierno. Satanás creyó que él había dado fin a la vida de Jesús, el Príncipe de Paz y Rey de reyes, pero el poder divino lo levantó de entre los muertos. Quienes han sufrido y muerto con él, serán levantados de entre los muertos por medio de lo que las Es-crituras llaman la “resurrección primera,” para que puedan vivir y reinar con Cristo.

La profecía descriptiva del victorioso do-minio del Reino de Cristo, dada por Isaías, nos dice que “El celo de Jehová de los Ejér-citos hará esto.” (Isa. 9:7) Al considerar que el poder de Dios ya ha levantado al Rey de reyes de entre los muertos, y que ese po-der divino también será empleado para traer nuevamente a la vida a los que gobernarán con él, ¿podrémos dudar de la habilidad de Dios para cumplir todas sus buenas prome-sas por medio de Cristo? ¡Ciertamente que nó!

Entremos en pormenores de lo que ha sido prometido. El profeta declara que la casa gobernante de Dios será establecida por ca-beza de los demás montes o reinos, lo que significa que tendrá una posición dominante en los asuntos de todas las naciones, puesto que “del aumento de su dominio y de su paz no habrá fin.”

La profecía continúa: “Y como ríos flui-rán a él los pueblos.” Hasta ahora la expe-riencia humana ha sido que cuando un go-bierno inclinado al imperialismo ha tratado de extender su esfera de influencia sobre otra naciones, muchos han huido por refugio a otros países. Pero ése no será el caso al tra-tarse del Reino de Cristo. Cuando la gente se dé cuenta de que se extiende su poder, según el profeta, ellos “como ríos fluirán a él.”

Dando más detalles sobre el particular, la profecía continúa: “Pues caminarán muchas naciones diciendo: ¡Venid y subamos al monte de Jehová … él nos enseñará en cuan-to a sus caminos, y nosotros andaremos en sus senderos.” Para el tiempo en que se cum-pla esta profecía las naciones se habrán dado cuenta de la futilidad e insensatez de sus propios caminos. Habiendo fracasado en to-dos sus esfuerzos por librar al mundo de su caótica condición y de la ruina, estarán más que listos a buscar la ayuda del único que puede proveer la solución, es decir, de Cristo, quien para ese entonces habrá sido recono-cido como el legítimo Rey de la tierra.

Y cuando las naciones se sientan dispues-tas a aprender a proceder conforme a lo que requiere Dios resultará en un tiempo feliz puesto que la profecía dice que forjarán sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en ho-ces, y que no aprenderán más la guerra. La sabiduría humana siempre ha pretendido que la única manera de preservar la paz es pre-parándose para la guerra, pero el nuevo Rey de la tierra reversará ese proceder por cuanto las naciones se sujetarán a la benéfica influencia de las leyes del reino, y entonces los recursos de la tierra, los que anteriormente se empleaban para promover guerras, serán empleados para suplir a la gente lo necesario para comer y vestir.

Piensen en el gran alcance en las experiencias y los prospectos humanos y lo que implican las palabras: “No aprenderán más la guerra.” Daráse fin a los enlistamientos en tiempo de paz y a la conscripción en tiempos de guerra. Las madres en todas las naciones no estarán dando a luz hijos para que sean exterminados en las guerras. Se dará fin al militarismo europeo y asiático en todas sus horribles formas. Se pondrá fin al temor en los corazones de los hombres por cuanto todos se darán cuenta de que si las naciones no aprenderán más la guerra no les será necesario ir a la guerra. ¡Gracias a Dios por su programa educativo que omite el aprendizaje de la estrategia bélica.

Debajo de su Parra y de su Higuera

A causa de que en ese entonces las naciones aprenderán o pondrán en práctica las tácticas de paz y de justicia, tendrán seguridad económica. La seguridad de esto se nos suministra en la hermosa figura de que cada cual se sentará debajo de su parra y de su higuera. Esta es otra manera de indicar que bajo la administración del reino de Cristo los recursos de la tierra estarán al alcance de todos, y que el derecho de todos a participar igualmente de esos beneficios será garantizado por las leyes del reino divino. A causa de ser esto cierto la profecía añade: “Y no habrá quien los espante.” Gracias a Dios por esta promesa de que no habrá causa alguna para el temor.

El temor de la agresión hoy atormenta la mente de toda persona. Este temor no se limita a posible agresión o amenaza de las naciones. La agresión económica, con la resultante alza de precios, acarrea casi iguales severos sufrimientos a la gente. Por ello el temor engendrado por la inhumanidad del hombre para el hombre en diversas maneras continúa destruyendo la herencia de paz y gozo que contribuyen al derecho de toda criatura humana por cuanto sus padres fue-ron creados a la imagen de Dios. Bajo las leyes del reino de Cristo ese derecho será restaurado puesto que entonces no habrá quien espante.

Destrucción de la Muerte

A pesar de la hermosa y animadora profecía de Miqueas, que hemos estado analizando, no presenta el pleno plan de Dios con respecto a la raza humana bajo el dominio de Cristo. Un mundo sin guerras, y sin el temor de guerras, sería uno mucho mejor que el agonizante mundo de ahora. Y si a esto añadimos la certeza de seguridad económica para todos, tendríamos un mundo tal como lo han soñado los filósofos pero que no ha sido posible establecer, y de lograrlo, sin embargo persistirían otros temores, penas, dolores y muerte.

Si; continuaría el temor de la muerte, y a causa de las erróneas enseñanzas de la Edad del Obscurantismo, habría el temor de lo que vendría después de la muerte. Existiría todavía la necesidad de hospitales y doctores, y de enterradores. Pero, gracias a Dios que nos asegura en su Palabra que hasta la mis-ma muerte y las enfermedades serán destruidas por el reino de Cristo.

Ya hemos tomado en cuenta que Pablo nos asegura que la muerte será destruida en el reino de Dios. Examinémos ahora la profecía de Isaías 25:6-9. En esta profecía, lo mismo que en la profecía de Miqueas, el reino de Dios es simbolizado por un monte, y se nos dice que en ese monte la muerte será tragada para siempre, y que “Jehová el Se-ñor engujará las lágrimas de sobre todas lascaras.” El profeta continúa: “Y se dirá en aquel día: ¡He aquí, éste es nuestro Dios; le hemos esperado, y él nos salvará; estaremos alegres y nos regocijarems en su salvación!”

Tal esperanza de salvación para la moribunda raza humana es mencionada por el Apóstol Pedro en el Nuevo Testamento. En su profecía Pedro nos habla del propósito del retorno de Cristo, y dice que traerá lo que él describe como “tiempos de refrigerio de la presencia del Señor…. Tiempo de la restauración de todas las cosas, de la cual habló Dios por boca de sus santos profetas que han habido desde la antigüedad.” (Hechos 3:19-21) Podemos en verdad sentirnos contentos de que el retorno de Cristo no resultará en la destrucción de todas las cosas, incluso la tierra, sino en cambio en la restauración de todas las cosas. Esto abarca la restauración de salud a los vivientes, y la resurrección de los muertos.

El retorno de Cristo ya está resultando en la destrucción de este presente mundo u orden de cosas malo en preparación para su dominio de justicia y de amor. Pero esta destrucción es solamente la de las instituciones egoístas del hombre. Tanto vivos como muertos, si obedecten las leyes de Dios, serán restaurados a todo lo perdido a causa del pecado. El hombre no perdió un hogar en el cielo. La tierra fue hecha para el hombre, y cuando el hombre fue creado se le dio dominio sobre la tierra. Pero el dominio y la vida fueron perdidos como resultado del pecado. Sin embargo, el paraíso perdido será restaurado, y ésa es la tarea de restauración a que se refiere el Apóstol Pedro como “tiempos de restauración de todas las cosas,” y también de-clara que Dios había predicho su glorioso propósito por boca de sus santos profetas que han habido desde la antigüedad. Uno de los ejemplos de este testimonio profético fue la promesa que Dios hizo a Abraham.

Otra de las cosas predichas describiendo las bendiciones de restitución que vendrán sobre todos bajo la administración del reino de Cristo es una que ya hemos mencionado: la bienaventurada promesa de que la muerte será tragada victoriosamente y que Dios en-jugará toda lágrima de sobre todos los rostros. ¡Piensen en el gran cambio en las experiencias humanas que entraña esta pro-mesa! Dios enjugará toda Lágrima de los rostros de la gente, removiendo las causas de sus aflicciones. ¡Piensen en las muchas causas para sentirse uno afligido en el mundo de hoy, y lo que implica para la humanidad la remoción de ellas!

Otro de los profetas de Dios, describiendo los “tiempos de la restauración,” declara que “Vendrá el Deseo de todas las naciones.” (Aggeo 2:7) Todas las naciones desean la paz; desean la seguridad en contra de la agresión; desean prosperidad para todos. El Profeta David declara con respecto al nuevo Rey, Cristo Jesús, que “él juzgará a los afligidos del pueblo, salvará a los hijos del menesteroso, y quebrantará al opresor.”—Salmos 72:4

En otra promesa de restitución el Profeta Isaias declara que entonces, es decir durante el reino de Cristo, “el cojo saltará como el ciervo, y cantará la lengua del mudo.” También dice que “serán abiertos los ojos de los ciegos, y los oídos de los sordos serán destapados.” (Isa. 35) Esto sin duda se refiere a los que son literalmente ciegos y sordos, pero también a quienes están ciegos y sordos a las cosas de Dios. De estos últimos los hay por millones, pues según dice el Apóstol Pablo, el dios de este presente mundo malo, Satanás, el diablo, ha cegado los entendimientos de los que no creen, impidiéndoles conocer, amar y alabar al verdadero Dios de amor.—2 Cor. 4:4

Otro de los profetas de Dios, al describir desde otro ángulo las bendiciones de la restitución, dice que en ese entonces “la tierra estará llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar.” (Hab. 2:14) En ese entonces no estará la gente rindiendo homenaje a una diversidad de dioses y practicando religiones en conflicto. Sobre este particular otra profecía declara que Dios dará “a los pueblos labios puros (un mensaje puro) para que todos ellos invoquen el nombre de Jehová, sirviéndole de común acuerdo.” (Sof. 3:8, 9) Entonces la gente tendrá completa libertad para servir al verdadero Dios de amor con todo el corazón.

En el libro del Apocalipsis aparece otra maravillosa promesa de las bendiciones que vendrán sobre la gente durante el reino de Cristo. Dice: “Y la muerte no será más; ni habrá más gemido, ni clamor, ni dolor; por-que las cosas de antes han pasado ya.”—Apoc. 21:4

Es muy difícil imaginar un mundo en el que no habrá muerte, pero Dios lo ha prometido, y así será; y creemos esto, y nos sentimos llenos de ánimo. Si tal promesa fuera hecha por alguien menos poderoso que Dios tendríamos motivos para dudar de su cumplimiento. Pero el Creador es competente para cumplir esa promesa por cuanto él es la fuente de toda vida. “En él vivimos, y nosmovemos, y tenemos nuestro ser,” declara el Apóstol Pablo.—Hechos 17:28

No podemos entender cómo vivimos ni lo que nos da fuerzas para mantenernos en movimiento, pero Dios sí lo sabe, y él es entera-mente competente para dar vida eterna a todo aquel que obedezca las leyes del reino de Cristo. Y eso precisamente es lo que él ha prometido hacer. Esa es la razón para el re-torno de Cristo y del establecimiento de su reino. Sin embargo, según las Escrituras toda persona que bajo las favorables condiciones de ese tiempo se niegue a creer y a obedecer, como dice Pedro, “será exterminada de entre el pueblo.” (Hech. 3:23). La vida eterna será concedida solamente a los que se hagan dignos de ella al creer y obedecer.

Y esta es la gloriosa esperanza que puede ofrecerse a la gente de este atribulado mundo lleno de temor. Es una gloriosa esperanza, y al proclamarla seguimos las instrucciones del profeta: “Decid a los que son de corazón tímido: ¡Sed fuertes , no temáis! ¡He aquí a vuestro Dios. La venganza viene, la retribución de Dios. El mismo viene y os salvará!—Isa. 35:4

Uno de los nombres descriptivos que se da a nuestro día en profecía es el día de la venganza.” Es un día cuando la justa ira de Dios se manifiesta en el derrocamiento de las antiguas instituciones pecaminosas y opresivas. En tanto que temor y angustia son experimentodos por la gente como resultado del desarraigamiento del “presente mundo malo,” el determinanado propósito de Dios es el de librar a la gente del pecado y de la muerte por medio del establecimiento del reino de Cristo. Por tanto, podemos decir al mundo hoy—a este mundo lleno de temor: “No temáis,” por cuanto la intervención divina en los asuntos humanos pronto traerá paz, salud y vida. Pronto se ofrecerá a todos la oportunidad de obtener salvación eterna, y alcanzar perfecta vida humana en la tierra en armonía con el Creador por medio del prometido reino de Dios.