Una Promesa Bendita

“Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron. Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas.”—Apocalipsis 21:4,5



Esperanza

“Si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto.” Estas son las palabras de Marta a Jesús en la ocasión de la muerte de su hermano Lázaro. Expresan el sentimiento desgarrador de remordimiento experimentado por millones de personas cuando sus seres queridos son tomados de ellos a causa de la muerte. Tantos pensamientos pasan por la mente durante ese tiempo—si hubiéramos hecho ésta o tal cosa; o si hubiéramos acudido a otro médico. Si la muerte fuera el resultado de un accidente mientras viajaba, pudiéramos decir que si sólo nuestro ser querido no hubiese hecho tal viaje, esto no hubiera pasado. En el caso de Marta, ella pensó que fue la ausencia de Jesús que causó la muerte de su hermano, así que estuvo dispuesta a echarle la culpa a él.

Muchos han compartido el mismo punto de vista de Marta en que han sentido que de una u otra manera el Señor fue responsable por la muerte de su ser querido, o que él pudiera haber prevenido la tragedia de haber ocurrido. Así que se preguntan, ¿por qué? Se imaginan que de una u otra manera deben haber hecho algo que fue desagradable a Dios, o quizás que el que murió fue castigado por un mal particular. Y, entonces, quizás con temblor, piensan que si lo último fuera verdad, ¿cuál es la condición del ser querido que ha muerto ahora? ¿Estará sufriendo de algo que es aun peor que la misma muerte?

Mezclados con los pensamientos que plagan a tantos cuando la muerte visita su hogar es la pregunta, usualmente no contestada, ¿qué hay más allá de la tumba? ¿Veremos de nuevo a nuestros seres queridos? ¿Están felices ahora, y nos reuniremos con ellos algún día para compartir su felicidad? Nuestros corazones anhelan respuestas definidas a todos estos interrogantes que se levantan en medio de nuestro dolor. Y estas preguntas pueden ser contestadas puesto que las respuestas se encuentran en la Palabra de Dios.

¿Por qué mueren las personas de todos modos? Muchos podrían decir que es natural que la gente envejezca y muera; pero lo débil de tal respuesta es que millones mueren antes de envejecer. La Muerte no respeta a las personas porque abate tanto a los jóvenes como a los viejos, tanto a los santos como a los pecadores. Pero, sin importar que sea un infante o un padre envejecido que muere, el impacto es igualmente grande. Nunca estamos preparados para la muerte, y aun después de miles de años de experiencia con este monstruo, la raza humana no se ha acostumbrado a su visita—siempre llega como una sorpresa no deseada. Por eso, no hay tal cosa como una “muerte natural,” porque la muerte siempre es antinatural e inoportuna.

La Biblia explica que los seres humanos mueren a causa del pecado—no a causa del pecado singular del individuo que es abatido por la muerte, sino a causa del pecado original, el de nuestros primeros padres. El apóstol Pablo explica, “el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte.” (Rom. 5:12) Por herencia todos somos miembros de una raza moribunda. Vale la pena recordar que cuando la muerte llega a nuestros hogares nos ayuda a darnos cuenta de que tal experiencia trágica no se debe a una falta de interés o cuidado de nuestra parte, y que no es un castigo especial, ni para el que se murió, ni para los parientes que quedan. Nuestros seres queridos mueren porque “en Adán todos mueren.” Además, podemos tener consuelo en la promesa maravillosa de la Palabra de Dios de que “así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados.”—1 Cor. 15:22

Durmiendo Tranquilamente

Regresando a los días de Jesús y a la familia querida en Betania—María, Marta y Lázaro—podemos sacar algunos pensamientos reveladores y alentadores de ellos. Parece que Jesús fue un amigo especial de esta familia, y ellos dieron por sentado que Jesús vendría a ayudarles inmediatamente cuando se enteró de que Lázaro se enfermó. La obra de Jesús lo había llevado a un lugar distante de Betania en aquel tiempo, pero las dos hermanas le mandaron un mensaje que decía, “Señor, he aquí el que amas está enfermo.”—Juan 11:3

Jesús recibió este mensaje pero no hizo nada al respecto por dos días. Finalmente, les dijo a sus discípulos, “Nuestro amigo Lázaro duerme; mas voy para despertarle.” (Juan 11:11) Este anuncio les sorprendió a sus discípulos. Ellos habían oído también que Lázaro estuvo gravemente enfermo. Probablemente, Jesús les había dicho algo acerca del mensaje que había recibido. Pero, si ahora estaba durmiendo, no podían entender la razón por la que el Maestro quería despertarle. Pudieran haber pensado que esto fue mal juicio de su parte, así que le dijeron, “Señor, si duerme, sanará.” Es decir, pensaban que sería un gran error despertar a un hombre enfermo que estaba descansando tranquilamente en el sueño—que sería mucho mejor que él siguiera durmiendo.

Sin embargo, ellos no comprendieron lo que Jesús quiso decir. “Pero Jesús decía esto de la muerte de Lázaro,” dice el relato. (Juan 11:13) Dándose cuenta de que sus discípulos malentendieron su referencia al sueño de Lázaro, él les dijo claramente, “Lázaro ha muerto.” (Juan 11:14) Aquí tenemos de los mismos labios del Maestro un punto de vista muy interesante y a la vez consolador de la muerte. Es como el sueño, que quiere decir que los que han muerto descansan, y esperan, sin saberlo, al tiempo del Señor cuando Él los despierta del sueño—del sueño de la muerte. Así que se descubre que el sueño es una de las ilustraciones bíblicas diseñadas para ayudarnos a entender el significado verdadero de la muerte.

Hay dos características principales de la muerte. Una de ellas es que los que duermen están inconscientes. No están conscientes de lo que está pasando en el mundo que les rodea. No están tristes ni contentos. No tienen preocupaciones y no experimentan ninguna emoción de alegría. No tienen hambre ni sed. En cuanto a ellos las Escrituras declaran, “Los que viven saben que han de morir; pero los muertos nada saben.”—Eccles. 9:5

No obstante, hay otra característica del sueño que es muy significativa también cuando la consideramos como una ilustración de la muerte. Es la expectación de despertarse. La madre arropa a su niño querido en la cuna por la noche, le canta una canción tranquilizante hasta que sus ojos se cierran en el sueño y su cerebro pequeño entra en la tierra del olvido. El niño ahora está inconsciente, y la madre anda en cuclillas y silenciosamente sale del dormitorio, contenta en su amor por su querido, y regocijándose de la expectación de oír el balbuceo encantador de su niño la próxima mañana. No hay lágrimas, ni corazón quebrantado, ni soledad ya que el niño está durmiendo solamente, y por la mañana estará despierto con su brillantez llenando de nuevo el hogar.

Concerniente a la joven que murió, Jesús dijo, “la niña no está muerta, sino duerme.” (Mateo 9:24) Aquí, de nuevo, como en el caso de Lázaro, Jesús comparó la muerte con el sueño—un sueño porque desde el punto de Dios y su provisión de vida por medio de Cristo, habrá un despertamiento en la mañana del nuevo día de la Tierra, el día del reinado de Cristo que pronto amanecerá. Jesús les dijo a sus discípulos, “Nuestro amigo Lázaro duerme; mas voy para despertarle.” (Juan 11:11) La intención de Jesús fue de despertar a Lázaro del sueño de la muerte, y al realizarla, trajo alegría a las hermanas de Lázaro y a todos los que lo amaban.

Vivir de Nuevo

Después de haber anunciado sus intenciones a sus discípulos, Jesús viajó a Betania, a la casa de sus amigas, Marta y María. Marta lo encontró cuando se acercaba a la casa de ellas y lo regañó suavemente por no haber venido mientras su hermano aun vivía. Entonces, Jesús le hizo una declaración notable—unas palabras que han hecho eco durante siglos desde aquel tiempo, dando consuelo a miles de dolientes que han podido comprender la sencillez maravillosa y, por esta causa, creer que se harán realidad algún día. Él dijo, “Tu hermano resucitará.”—Juan 11:23

Aquí está la gran esperanza de la Biblia para todos los que han muerto—vivirán de nuevo. Pero, no debemos pasar por alto las palabras “de nuevo.” Jesús no dijo a Marta, no llores porque su hermano no está muerto en realidad. ¡Él sí estuvo muerto! Jesús había dicho claramente a sus discípulos, “Lázaro ha muerto,” y podemos estar seguros de que no contradijo esta verdad en su conversación con Marta; así que su mensaje de consuelo a ella fue que su hermano debería vivir de nuevo y que al que estuvo muerto le restauraría la vida.

Siglos antes, el profeta Job preguntó, “Si el hombre muriere, ¿volverá a vivir?” (Job 14:14) Es importante notar la manera correcta en la cual Job hizo esta pregunta. Él no preguntó, “¿Si el hombre muriere, está muerto de verdad?” o, “¿Hay algo en el hombre que se queda vivo después que el cuerpo muere?” Job supo que la muerte fue una realidad, una macabra realidad trágica. Supo que la muerte fue un castigo por el pecado, y que a causa del hecho de que todos los humanos son pecadores, todos mueren. Job quiso saber si se restaurarían a la vida los muertos—“¿volverán a vivir?” Jesús contestó esta pregunta para Job, para Marta y para todos los que aceptan de buena gana la veracidad sencilla de sus palabras, “Tu hermano resucitará.”

Que los muertos se resucitarán en un tiempo futuro no fue una idea nueva para Marta puesto que ella creyó las promesas del Antiguo Testamento que ofrecen esta esperanza bendita. El profeta Job, después de preguntar, “Si el hombre muriere, ¿volverá a vivir?, encontró la respuesta y la expresó con respecto a su propia esperanza, diciendo “Todos los días de mi edad esperaré, hasta que venga mi liberación. Entonces llamarás, y yo te responderé; tendrás afecto a la hechura de tus manos.”—Job 14:14,15

El Día Postrero

En una profecía tocante a la esperanza del destino final de los niños que fueron asesinados por el edicto de Herodes durante el tiempo cuando Jesús nació, el Señor dice a las madres llorosas, a las cuales se hace referencia en la profecía como Raquel, “Reprime del llanto tu voz, y de las lágrimas tus ojos; porque salario hay para tu trabajo … y volverán de la tierra del enemigo. Esperanza hay también para tu porvenir, dice Jehová, y los hijos volverán a su propia tierra.”—Jer. 31:16,17

Marta probablemente estuvo familiarizada con estas promesas que aseguran a los creyentes de un tiempo venidero cuando los muertos, tanto jóvenes como viejos, se resucitarán. Además, Jesús había sido un huésped frecuente en su hogar, y ella sin duda había oído las maravillosas palabras de vida cuando salieron de sus labios inspirados. Así que cuando Jesús le dijo, “Tu hermano resucitará,” ella le replicó, “Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día postrero.” (Juan 11:24) Sí, ella supo que todos los muertos resucitarán—que serían despertados del sueño de la muerte—porque ella conocía que este era el plan de Dios para toda la humanidad.

¿Qué quiso decir Marta con las palabras “el día postrero”? El plan de Dios para la salvación y la restauración de la raza humana del pecado y de la muerte se divide en periodos de tiempos llamados “días” en la Biblia. Será durante el último de estos periodos de tiempo, estos días, cuando el plan divino de restauración llegará a su consumación. El “día postrero” en el plan de Dios dura mil años—los mil años del reinado de Cristo.

El hecho de que se habla de este periodo como un “día” es muy significativo ya que es un contraste con los seis mil años de experiencia humana que le precede en la cual se hace referencia en las Escrituras como un periodo de oscuridad, una noche de dolor y de muerte. En cuanto a esta noche oscura de pecado y de sufrimiento, y la mañana de alegría que la sigue, el salmista escribió, “Porque un momento será su ira, pero su favor dura toda la vida. Por la noche durará el lloro, y a la mañana vendrá la alegría.”—Salmos 30:5

Aunque David habla de la “ira” de Dios, no debemos considerarlo vengativo, o que disfruta del sufrimiento de sus criaturas. Ni tampoco será expresada su ira por el tormento de los inicuos en un infierno de llamas para siempre; ni tampoco en un “purgatorio” por un periodo limitado de tiempo. El Nuevo Testamento habla de la “ira” de Dios, y explica que aun ahora se revela desde el cielo contra toda impiedad. (Rom. 1:18) La ira de Dios se revela en la sentencia de muerte que está impuesta sobre la entera raza humana—“Así como en Adán todos mueren.”—1 Cor. 15:22

El favor de Dios es la vida, declara el salmista. (Salmos 30:5) Aquí el favor de Dios se pone en contraste con su ira. Cuando nuestros primeros padres violaron la ley de Dios él quitó su favor de ellos. Sin el favor de él no podían seguir vivos, así que automáticamente la sentencia “polvo eres, y al polvo volverás” empezó a estar operativa sobre ellos—es decir, comenzaron a morir (Gen. 3:19).

Y la raza humana sigue muriendo desde entonces. Cuando Dios quitó la luz del sol de su favor, una “oscuridad” bajó sobre la raza humana—una oscuridad tan densa que se ha sentido en todos los dolores y padecimientos relacionados con el proceso de morir. Esta “noche” de la experiencia del mundo con el pecado y con su resultado de veras ha sido una de lamento. Pero, ¡no va a durar para siempre! Ha sido una noche larga y tenebrosa, pero viene la mañana, y con la llegada de la mañana vendrá también la alegría prometida—una alegría que no tendrá limites porque la muerte dejará de abatir a sus victimas, y los que han muerto serán revivificados por el poder divino.

Así que cuando Jesús dijo a Marta, “Tu hermano resucitará,” la mente de ella naturalmente se enfocó en este cuadro maravilloso de alegría que vendrá sobre toda la humanidad en aquel nuevo día cuando las bendiciones de la vida brotarán sobre todos. Por eso, respondió, “Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día postrero.” Jesús no negó la veracidad de lo que dijo Marta. Sin duda fue por causa de su propio ministerio en ese hogar en Betania que esta esperanza de un despertar general de todos los que duermen en la muerte fue tan brillante en el corazón de Marta. Al contrario, Jesús confirmó la fe de ella, diciendo “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente.”—Juan 11:25,26

“Yo soy la resurrección y la vida,” dijo el Maestro, indicando que en aquel día futuro cuando los muertos serán revivificados, y el jardín de Edén brotará de nuevo con sus fronteras envolviendo al planeta entero, él será el canal de poder divino por medio del cual se realizará todo esto. Jesús es el Portador de luz del mundo—la luz de la vida. (Juan 1:9; 8:12; 9:5) El reinado de su reino traerá el “día” de salud y de vida. Él será lo que describe el profeta como el “Sol de Justicia,” que nacerá con “salvación en sus alas.”—Mal. 4:2

El Cristo

¿Crees esto? preguntó Jesús a Marta. ¿Crees que yo soy el que restaurará la vida a tu hermano en aquel día cuando se realizará el propósito amoroso de Dios hacia la humanidad? Y Marta le respondió, “Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo.” (Juan 11:26,27) Desde el tiempo cuando cayó el hombre en el pecado y la muerte, Dios había estado prometiendo enviar a un Libertador. La promesa fue hecha a Abrahán que en su “simiente” serían benditas “todas las naciones de la tierra.” (Gen. 12:1-3; 22:18) El Apóstol Pablo explica que Jesús es esa “simiente” de la promesa. (Gal. 3:16) Y Marta lo sabía también, y debido al hecho de que el Cristo prometido bendeciría todas las familias de la tierra, ella sabía que él también tendría que ser la “resurrección y la vida.”

Aun en los días de Marta ya habían pasado más de cuatro mil años de muerte. Su propio hermano había muerto, así que ella supo que si las promesas de Dios para bendecir a toda la humanidad se cumplieran por medio de Cristo, los que dormían en la muerte tendrían que ser despertados; y ella creyó que Jesús fue el que lo haría—“en la resurrección, en el día postrero.”

“El que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá,” dijo Jesús. (Juan 11:25) Aquí está una promesa definida a todos los creyentes de un despertamiento del sueño de la muerte. La intención fue principalmente para asegurar a Marta que la muerte de Lázaro no fue debido a una falta de fe de su parte o deslealtad a Jesús. Lázaro creyó en Jesús, pero se murió de todos modos. Esto ha sido veraz de todos los creyentes desde aquel tiempo hasta ahora. Pero, Jesús estaba asegurando a Marta y a nosotros que la muerte no es el fin—“aunque esté muerto,” o ha muerto, “vivirá,” es decir, será restaurado a la vida.

Entonces Jesús quita la cortina de la incertidumbre y nos da un vistazo mayor de aquel “día postrero” para que podamos apreciar aun más el amor sin limites de Dios en su provisión de vida para toda la humanidad. Él declara, “Todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente.” Esta declaración no es una verdad concerniente al tiempo actual porque todos morimos. La vida futura de la humanidad depende de su despertamiento del sueño de la muerte. Sin embargo, será diferente en aquel nuevo día—aquel día en el cual el “Sol de Justicia” quita la oscuridad de la noche larga del pecado y de la muerte, y trae la luz y la vida a toda la humanidad. Los que están vivos en aquel tiempo, y todos que creen en Cristo, jamás morirán—ellos verdaderamente quedarán vivos para siempre como seres humanos.

Los Justos y Los Injustos

¿Quiénes estarán vivos en aquel “día postrero,” en aquel día de mil años cuando las bendiciones de la vida eterna se asegurarán a todos los que creen entonces? Toda la humanidad estará viva en aquel tiempo porque el plan de Dios es de despertar a todos del sueño de la muerte. Pablo dice que “ha de haber resurrección de los muertos, así de justos como de injustos.” (Hechos 24:15) Y Jesús declaró, “No os admiréis de esto, porque viene la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán su voz, y saldrán.” (Juan 5:28,29) El pensamiento consolador del resto de este pasaje de Escritura ha sido destruido por una mala traducción. Correctamente vertido se lee así, “Los que hicieron lo bueno, a resurrección de vida, y los que practicaron lo malo, a resurrección de juicio.”—Juan 5:29, La Biblia de las Américas.

“Los que hicieron lo bueno,” dice el Maestro, saldrán “a resurrección de vida.” Esta es una referencia al galardón de los creyentes consagrados que han probado su mérito de la “gloria y honra e inmortalidad.” (Rom. 2:7) Estos son los que viven y reinan con Cristo, como parte de la “simiente” de Abrahán por medio de la cual todas las familias de la tierra serán bendecidas. (Gal. 3:27-29) Estos serán como Jesús y compartirán su gloria celestial. (1 Juan 3:2) Lo suyo será una “corona de vida,” aun la “naturaleza divina.” (Apoc. 2:10; 2 Ped. 1:4) Sin embargo, los que salen en la resurrección para vivir y reinar con Cristo serán pocos en comparación con los millones que han muerto. Jesús se refiere a ellos como un “rebaño pequeño” a los cuales es el placer del Padre darles el reino. (Lucas 12:32) La vasta mayoría de los muertos son de esa clase que no han hecho lo bueno desde el punto de vista divino. Mueren como miembros de una raza pecaminosa y moribunda. Según los criterios humanos, la mayoría de ellos han sido personas moralmente rectas—buenos ciudadanos y buenos vecinos—pero no han sido seguidores asidos del Maestro; por eso, la sangre de Cristo no les ha dado una posición de justicia delante de Dios.

No obstante, Dios ama a éstos también, y envió a su Hijo para morir por ellos para que puedan tener una oportunidad de vivir para siempre. La vida eterna por medio de Jesús es obtenible solamente sobre la base de la fe, y la gran mayoría de la raza humana nunca ha tenido una oportunidad genuina de creer. Millones nunca han oído de Jesús, y entre los que han oído de él hay pocos que han entendido claramente el propósito verdadero de su venida al mundo. Ha habido tantas teorías contradictorias con respecto a Jesús y al cristianismo que la mayoría de la gente honesta está confundida, y como resultado de esto, nunca han tomado en serio el cristianismo. No han sido inicuos intencionalmente, pero no han hecho “lo bueno” en el sentido de hacerse seguidores asidos de Jesús.

Estos millones también van a ser despertados del sueño de la muerte. Pablo habla de este despertamiento como ser “salvo,” y es la voluntad de Dios, explica él, que ellos “sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad.” (1 Tim. 2:4-6) La gran verdad que se hará patente a todos en aquel tiempo—con claridad y sin ambigüedad—es que Jesús “se dio a sí mismo en rescate por todos”—es decir, que murió por los pecados “de todo el mundo,” y que los que acepten esta provisión puedan vivir.—1 Juan 2:2

Esto fue lo que quiso decir Jesús cuando dijo a Marta, “todo aquel que vive”—es decir, el que ha sido despertado del sueño de la muerte “en la resurrección, en el día postrero”—y que “cree en mí, no morirá eternamente.” (Juan 11:26) Esto será el periodo de juicio para el mundo, el tiempo cuando tendrán que afrontar la gran decisión que significará la vida o la muerte por la eternidad. (Hechos 17:31) Cuando Jesús prometió que ellos saldrían de la muerte, él dijo que saldrían a lo que se describe por la palabra griega krisis (en español: crisis), es decir, un tiempo de prueba, cuando, si se dirigen a Dios, a Jesús, y a la justicia, no tendrán que morir de nuevo, y al creer así, “vivirán para siempre.”—Juan 6:51

“¿Crees Esto?”

Cuando Jesús explicó esta esperanza maravillosa de la vida futura a Marta, él le preguntó, “¿Crees esto?” Esta es una pregunta examinadora de corazón para todos nosotros hoy en día. Si podamos ejercer una fe genuina en las promesas de Dios, mucha de la amargura y dolor serán quitados de nuestros corazones cuando nuestros seres queridos son tomados de nosotros por causa de la muerte. Si podamos creer, sabremos que no se han ido para siempre, que habrá un gran regreso de los muertos, un despertamiento del sueño de la muerte. Jesús dijo a sus discípulos en cuanto a Lázaro, “Voy para despertarle,” y Jesús viene de nuevo durante su segundo advenimiento para despertar del sueño de la muerte a todos para los que él murió. Fue su sacrificio que cambió la muerte de un olvido eterno a un sueño tranquilo del cual habrá un despertamiento.

¿Cuán Literal Será?

Ha habido tantos mal entendimientos concerniente a la esperanza de la resurrección que muchos encuentran difícil de comprender la realidad de lo que significará para la gente. Pero, no debe haber ninguna vaguedad al respecto porque Jesús dio ilustraciones de la manera muy literal en la cual las promesas de Dios serán cumplidas. Tenemos una de estas ilustraciones en el caso de Lázaro. Después de que el Maestro hubiera explicado a Marta la gran verdad de la resurrección general y lo hizo claro que en el “día postrero” los que fueron despertados y creyeron en él jamás morirían, él fue a la tumba de su hermano, y por el uso del poder divino, lo llamó de la muerte.

Jesús habló con Lázaro, diciéndole, “Ven fuera,” y el relato nos dice que “el que había muerto salió.” (Juan 11:43,44) Entonces, Jesús dio instrucciones de quitar las vendas para que estuviera libre de nuevo y pudiera mezclarse con su familia y sus amigos. Él estuvo con ellos de nuevo, el mismo Lázaro como antes. No fue un fantasma ni un espíritu. No tuvo que volcar una mesa o sacudir un espejo para dejar saber a sus amigos que estaba entre ellos porque les había sido devuelto a ellos, personalmente y corporalmente. Tal como Lázaro había estado muerto, de la misma manera ahora estuvo vivo, y sus hermanas y amigos se regocijaron.

Con esto tenemos una ilustración práctica y entendible de lo que significará para la raza humana cuando todos los que están en las tumbas oirán la voz de Jesús y se despertarán del sueño de la muerte. Multiplica en su mente otros miles de millones de veces esa escena de alegría de Betania cuando Lázaro oyó la voz de la autoridad divina despertándole de la muerte, y entonces usted comprenderá hasta cierto punto lo que quiere decir Dios por sus promesas de bendecir a todas las familias de la tierra. Fue este último objetivo de la venida de Jesús al mundo que justificó el mensaje de los ángeles en la noche de su nacimiento, aquel mensaje que describieron como “nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor.”—Lucas 2:10,11

¿Está usted angustiado porque alguien que quiere mucho ha sido tomado por la muerte? Es una experiencia difícil ya que deja un vacío terrible en las vidas de los que quedan. Sin embargo, tenga valor, la separación no es para siempre. En la mañana alegre del plan de Dios—una mañana que está cerca ahora—en ese tiempo glorioso de reunión, usted verá a su ser querido de nuevo. Mientras tanto, siga ejerciendo fe en las promesas de Dios y en su habilidad de cumplir con estas promesas. Y si puede, piérdase en el gran gozo de contar a otros la esperanza que inspira su corazón y que le capacita seguir adelante por la oscuridad de la noche mientras espera la alegría, de la cual puede estar seguro, vendrá por la mañana.



Un Avance del Reino

Cerrad los ojos por un momento a las escenas de miseria y dolor, de degradación y tristeza que aún prevalecen a causa del pecado, e imagináos la gloria de la tierra perfecta. Ni una mancha de pecado empaña la armonía y la paz de la sociedad perfecta; ni un pensamiento amargo, ni una palabra o mirada áspera; el amor rebosa en todo corazón y encuentra eco en el corazón de los demás; la benevolencia satura todas las acciones. Allí no habrá más enfermedades, ni dolores; tampoco habrá evidencias de decaimiento-ni aun siquiera el temor de tales cosas. Pensad en los más hermosos modelos de comparativa salud, belleza de formas y figuras humanas, y sabed que la humanidad perfecta sobrepujará a todo esto en hermosura. La pureza interior, junto con la perfección moral y mental, lucirán y llenarán de gloria a toda faz radiante. Tal será la sociedad aquí en la tierra, y al apercibirse que la obra de resurrección está completa, cesarán de brotar las lágrimas de los pobres angustiados cuyos ojos humedecía el dolor.