EVENTOS SOBRESALIENTES DEL ALBA

“Sucederá”

“Sucederá en los últimos días, que el monte de la casa del SEÑOR será establecido como cabeza de los montes, se elevará sobre las colinas y afluirán a él los pueblos.” —Miqueas 4:1

En esta profecía inspirada de la Palabra de Dios, recibimos una vista previa de los hechos venideros, lo que nos asegura que los pueblos de la tierra no siempre estarán plagados de miedo, guerra, malestar, división y desconcierto. En el versículo cuatro de esta profecía, se nos dice que “no habrá quien los atemorice”. En el mismo verso se encuentra la garantía de que, de hecho, vendrá un día más brillante y mejor, ya que, como declara el profeta: “la boca del SEÑOR de los ejércitos ha hablado”.

Se ha vuelto cada vez más claro, que la sabiduría humana no es capaz de encontrar una solución a la mayor parte de los complejos y angustiantes problemas que confrontan a las naciones. Cada esfuerzo que el mundo hace para librarse a sí mismo de las arenas movedizas de la desesperación deja a los pueblos y a las naciones hundiéndose más en el fango de la confusión y la desesperanza. La mayor parte del mundo desea paz y seguridad y está buscándolos, pero hasta ahora, todos los esfuerzos por alcanzar estas metas de la felicidad humana se han quedado muy lejos del resultado esperado por los hombres.

Debido al fracaso continuo de estas naciones para encontrar fórmulas viables para resolver muchos de sus problemas, estos pueblos se vuelven cada vez más temerosos de ese terrible cataclismo de acontecimientos que puede producirse. Tomemos, por ejemplo, el miedo a la guerra y su potencial para la muerte y la desolación. A pesar de dicho miedo, gran parte de la sabiduría humana insiste en que la única forma de evitar el posible holocausto de la guerra moderna es continuar con la producción de más y mejor armamento. Esto, por supuesto, solo aumenta los potenciales horrores de cualquier guerra que pueda estallar.

Tales preparaciones ofrecen una escasa esperanza de seguridad, pero la lección de la historia es que rara vez se evita la guerra preparándose mejor para ella. Sin embargo, los líderes mundiales no tienen otro conocimiento para guiarlos que no sea la imperfecta sabiduría humana. Por lo tanto, mientras que esperan lo mejor, se preparan para lo peor. No obstante, las palabras del profeta nos garantizan que esto no siempre será así, que se acerca el momento en el que, reconociendo su propio fracaso, las naciones dirán: “Venid y subamos al monte del SEÑOR…y él nos instruirá en sus caminos y andaremos en sus sendas”. —Mi. 4:2

Nuestro texto inicial nos informa que este será uno de los desarrollos de los “últimos días”. Gran parte no comprendió el significado de la expresión profética “los últimos días” y supuso que es un sinónimo de “el día del juicio final”. Se malinterpretó para denotar los últimos días del tiempo y el comienzo de una temible eternidad de tormento para la mayoría de la raza humana. Asimismo, se pensó que los “últimos días” significa la destrucción de la tierra y el final de toda experiencia humana y vida en el planeta.

Empero, este punto de vista es incorrecto. De hecho, los “últimos días” es un sinónimo del profético “fin del mundo”, pero el “fin del mundo” no significa la destrucción de la tierra ni el final de la experiencia humana, como muchos pensaron. Las Escrituras nos aseguran que “la tierra permanece para siempre”. (Ec. 1:4) En Isaías 45:18 nos indican que Dios creó la tierra, que “él no la creó en vano, sino que la formó para ser habitada”.

Esto está totalmente en consonancia con el relato de la creación del Génesis, en donde leemos que Dios creó al hombre, le ordenó multiplicarse, llenar la tierra y dominarla. (Gén. 1:28) Es cierto que el hombre pecó y perdió su derecho a vivir en la tierra por siempre, pero las Escrituras revelan que a través del plan de redención de Dios realizado por Cristo, la sentencia de muerte en contra de la raza humana se suprimirá para que, quien lo desee, pueda ser devuelto a la vida y la salud y disfrute de las bendiciones de un paraíso terrenal para siempre.

El Apóstol Pedro describe esta obra de recuperación como la “restauración” y nos informa que en la disposición divina la obra de la restauración sigue a la segunda venida de Cristo. (Hechos 3:20:21) Este es el objetivo final del regreso de Cristo y es obvio que esta gran característica del plan de Dios para la restauración humana a la vida en la tierra no podría lograrse si se destruye la tierra a su regreso.

Sin embargo, es cierto que, el profético “fin del mundo” se relaciona con la segunda venida de Jesús, pero las profecías correspondientes a esta se refieren al final de un orden social, no a la destrucción literal de la tierra. La palabra griega mayormente usada en estas profecías es kosmos, que significa un orden o arreglo, no el planeta en sí mismo. Esta es la palabra que el apóstol Juan utilizó cuando le escribió a los cristianos, diciéndoles: “No améis al mundo [kosmos] ni las cosas que están en el mundo [kosmos]”. —I Juan 2:15

Jesús utilizó esta palabra cuando le dijo a sus discípulos: “yo os escogí de entre el mundo [kosmos]”. (Juan 15:19) Este es el “orden mundial” que los Cristianos no amarán, del que deben separarse y que llega a su fin. Es un orden mundial egoísta y pecador. Se caracteriza por la codicia, la corrupción y la opresión, el delito, la guerra, el dolor, la muerte y por todas las cosas malvadas que los hombres y las mujeres que piensan bien desprecian y odian. El fin de dicho mundo u orden, en lugar del concepto “día del juicio final” para la raza humana, será una gran bendición eterna para toda la humanidad.

LA DESTRUCCIÓN DEL IMPERIO DE SATANÁS

Cuando se lo entiende de forma apropiada, “los últimos días” de nuestro texto se considera un período en la experiencia humana durante el cual el “mundo” actual finaliza y en su lugar se establece un nuevo orden bajo el dominio de Cristo. Jesús se refirió a Satanás como el “príncipe de este mundo” que finaliza y Pablo lo menciona como su “dios”. (Juan 14:30; II Cor. 4:4) Por lo tanto, la destrucción de este mundo significa el final del dominio de Satanás y de su imperio de maldad.

El momento en que este “actual mundo malvado” finaliza también se describe proféticamente como el “día del Señor” (Gá. 1:4; I Ts. 5:2) Este es el momento en el que Dios ya no se abstiene de interferir en los asuntos de los humanos, sino que ejerce su poder, a través de Jesucristo, su Hijo, sobre el orden mundial controlado por Satanás para ponerle fin. El Apóstol Pablo se refiere a esto como “el día del Señor”, diciendo que vendría “como un ladrón en la noche” y que el pueblo de Dios sería capaz de identificarlo porque habría un clamor de “paz y seguridad”, seguido por una “destrucción repentina” que vendría “como dolores de parto a una mujer que está encinta”. —I Ts. 5:2,3

En Isaías 42:13,14, la relación de Jehová con los hechos de este día es descrita por estas palabras: “El SEÑOR saldrá como valiente, despertará celos como hombre de guerra; clamará y rugirá; prevalecerá contra sus enemigos. Hace mucho tiempo que callo; me quedé quieto y me contuve: ahora lloraré como una mujer que da a luz; destruiré y devoraré a la vez”.

En esta profecía, incluso como en la previsión de eventos de Pablo en el “día del Señor”, la destrucción anunciada se describe como “dolores de parto”, lo que indica que, si bien la primera crisis de dolor vendría sobre las naciones de forma repentina e inesperada, el orden mundial y social no sería completamente destruido por un golpe corto y contundente. En su lugar, el patrón de destrucción sería una serie de espasmos que incrementarían su intensidad, como en el parto, con períodos cada vez más cortos de alivio entre ellos.

Existen muchas razones para creer que el primero de estos espasmos de destrucción comenzó en la época de la Primera Guerra Mundial. Además del número de muertes y la destrucción, fue una guerra que tuvo como resultado la caída de gran parte de las casas gobernantes hereditarias de Europa, gobiernos que habían constituido el pilar de la llamada civilización durante siglos. Un poco más de veinte años después, la Segunda Guerra Mundial se extendió durante seis años, tuvo como resultado otra franja de destrucción global y dejó a la civilización aún más cerca del borde del caos. Desde ese entonces, muchas otras guerras, grandes o pequeñas, se extienden en todo el mundo casi de forma continua, sin ningún país que sea inmune a una posible ruina y calamidad.

Mientras tanto, tal como Pablo predijo, casi constantemente existe el clamor de “paz y seguridad”. Muchas sociedades y frentes de paz surgieron en los años anteriores al comienzo de la Primera Guerra Mundial. En 1938, solo unos meses antes del estallido del segundo conflicto mundial, Neville Chamberlain, el entonces Primer Ministro del Reino Unido, regresó de una conferencia de paz en Múnich, Alemania, agitó un tratado ante la multitud que le dio la bienvenida y dijo: “es paz para nuestro tiempo”.

Sin embargo, la paz no se produjo ni las naciones ganaron “paz para nuestro tiempo” desde ese entonces, ya que luchan por el control a ambos lados de los grandes conflictos ideológicos. El patrón profético de esta era de gran tribulación continuará hasta que el Señor se revele a sí mismo ante las naciones y sus ojos se abran para contemplar su gloria en la convulsión final de este actual orden mundial.

“PERMÍTENOS ASCENDER”

Cuando los ojos de las naciones se abran de este modo para reconocer la mano de Dios en sus asuntos para que no logren sus planes egoístas, comenzarán a mirarlo con humildad y dependencia. Será entonces, como el profeta declara, que dirán: “Venid y subamos al monte del SEÑOR…y nos instruirá en sus caminos y andaremos en sus sendas”. —Mi. 4:2

El “monte” del Señor es un símbolo de su reino de justicia. Originalmente las profecías fueron dirigidas a la nación judía, y este pueblo se acostumbró a pensar que el control de Dios de su entorno se encontraba en un monte, el Monte Sion, en Jerusalén. (Isa. 8:18; 18:7) Desde el Monte Sion Dios gobernó la antigua nación de Israel a través de varios reyes, sobre quienes está escrito que se sentaron en “el trono del SEÑOR”. —I Cr. 29:23

Nuestro texto habla sobre el “monte” o reino, de la “casa” del Señor. Este es un lenguaje que debería ser fácilmente comprendido por aquellos que están familiarizados con la historia. Desde muy temprano en la antigüedad, las naciones e imperios del viejo mundo fueron gobernados por “casas” reinantes. Estas eran “familias reales” en las que el derecho a gobernar se transmitía de una generación a otra.

Dios utiliza el término “casa” en conexión con el reino que prometió crear, dado que ese reino también será gobernado por una familia real o gobernante. Será su propia familia, o hijos, de los que Jesús es el jefe, el “Rey de reyes y el Señor de señores”. (Ap. 17:14; 19:16) Jesús tendrá asociados a él a aquellos quienes siguieron sus pasos fielmente durante esta era actual.

La nación judía fue la primera en recibir la oportunidad de convertirse en coheredera y gobernante con Jesús en su reino. Fue durante la época de su ministerio terrenal. Respecto a esto, leímos que Jesús “a lo suyo vino, y los suyos no lo recibieron. Pero a todos los que le recibieron, les dio el derecho [el derecho o privilegio] de llegar a ser hijos de Dios”. (Juan 1:11,12) Sin embargo, no hubo suficientes personas de la nación judía que lo acepten y respondan a su llamado a la filiación, de modo que el Señor se dirigió a los gentiles para buscar al resto de los que iban a formar esta casa gobernante de hijos. —Hechos 15:14

Estos creyentes de Jesús, tanto judíos como gentiles, califican para ser miembros de la casa gobernante de Dios sobre la base de su fidelidad a Jesús en el sacrificio y sufrimiento. Pablo se enfrentó a la muerte en una prisión romana, le escribió a Timoteo y le dijo: “Palabra fiel es esta: Que si morimos con él, también viviremos con él: Si sufrimos, también reinaremos con él”. —II Tim. 2:11,12

En Romanos 8:16,17 leemos: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios: Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si en verdad padecemos con él a fin de que también seamos glorificados con él”. La obra de esta era actual ha sido la llamada del mundo por el mensaje del evangelio, aquellos que han tenido la voluntad de vivir una vida de sacrificio y servicio, incluso hasta la muerte, de acuerdo con el patrón enunciado por Jesús. Este es el pueblo “para su nombre” mencionado en Hechos 15:14.

Cuando esta obra esté completa, entonces se establecerá el “monte de la casa del SEÑOR”. El poder inmenso de Dios nos lo garantiza. Comenzó a actuar con ese fin casi veinte siglos atrás, al levantar a Jesús de entre los muertos. Fue parte de un plan divino que Jesús muriera por la raza maldita por el pecado, ya que era el designio de Dios que el reinado fuera sobre una raza viva, en lugar de una raza moribunda. De esta forma, Jesús murió por sus súbditos para que pudieran tener una oportunidad para vivir. (Rom. 5:18,19; I Cor. 15:21,22; I Tim. 2:3-6) Cuando los enemigos de Jesús lo mataron, uno de los cargos en su contra fue afirmar que era un rey. (Juan 18:33-37; 19:12) Puede que Satanás haya pensado que había triunfado sobre el plan de Dios de crear un reino en las manos de Jesús. No obstante, Satanás fracasó, porque el poder divino levantó al rey de entre los muertos.

Eso sucedió al principio de la era actual. Al final de la era, el poder divino logra otro poderoso milagro en la creación del reino prometido desde hace tiempo. Aquellos quienes a lo largo de la era sufrieron y murieron con Jesús, también son levantados de entre los muertos. Esto se menciona en las Escrituras como la “primera resurrección” y su propósito es que estos puedan vivir y reinar “con Cristo por mil años”. —Ap. 20:4,6

Jesús, junto con su iglesia como la “casa” gobernante de Dios, será el gobernante del nuevo orden mundial. A través de las eras pasadas, Jesús explicó: Satanás fue el gobernante del viejo y pecador orden que, de hecho, ideó y ensambló. Él ejerció su poder a través de representantes humanos de una clase y otra, pero Satanás mismo fue invisible para el pueblo. Así será con el reino de Cristo. Jesús y sus reyes asociados no serán vistos por el mundo. Sin embargo, ejercerán su justo poder y autoridad a través de representantes humanos, como Abraham, Isaac, Jacob y los profetas. —Lucas 13:28

Estos representantes humanos también fueron educados, capacitados y disciplinados con anticipación. Ellos son los fieles siervos de Dios, quienes vivieron y demostraron su fidelidad a él antes del ministerio terrenal de Jesús. El justo Abel fue el primero de ellos, y Juan el Bautista fue el último. Jesús dijo que de aquellos “entre los nacidos de mujer no se ha levantado nadie mayor que Juan el Bautista: sin embargo, el más pequeño en el reino de los cielos es mayor que él”. —Mat. 11:11

Esto no significa que Juan el Bautista no será salvado. Jesús simplemente quiso decir que no estará en la fase espiritual del reino, mencionada en el versículo anterior como el “reino de los cielos”. Juan el Bautista, quien murió antes de la muerte de Jesús como el Redentor del hombre, fue el último de aquellos mencionados en Salmos 45:16 quién será “príncipe en toda la tierra”. No serán reyes, pero representarán al rey Jesucristo y a su iglesia como “príncipes”.

Cerca del final del período actual de “gran tribulación”, cuando la intervención divina se manifieste sobre la tierra, esos príncipes, “Abraham, Isaac y Jacob y todos los profetas”, serán levantados de entre los muertos para vivir aquí en la tierra. Se convertirán en los líderes y hombres de Estado reconocidos en el nuevo orden mundial bajo la dirección del gobierno espiritual de Cristo. Esto es mencionado en Lucas 13:29, donde nos enteramos de que de todas partes de la tierra, el este, el oeste, el norte y el sur, los pueblos reconocerán a los Dignos Antiguos como sus instructores y guías en el “reino de Dios”.

Estos representantes antiguos del reino son aquellos quienes le demostraron su fidelidad al Señor en las eras pasadas y se compondrán en su mayor parte de la semilla natural de Abraham. Sin embargo, su esfera de influencia se esparcirá rápidamente hasta que abrace a toda la tierra. Todas las personas, sin importar su nacionalidad o historia, tendrán la misma oportunidad de volverse una parte del nuevo orden mundial y participar de sus bendiciones. De hecho, como se menciona en Isaías 2:2, “todas las naciones confluirán” en el monte del Señor.

Cuando esto suceda, todas las personas y naciones aprenderán los caminos de la paz en lugar de los de la guerra. Se pondrá en práctica un programa genuino de desarme, porque la promesa es que ellos, de forma simbólica, “forjarán sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en podaderas”. (Mi. 4:3) ¡Qué sabiduría! Durante siglos, las naciones han intentado establecer la paz preparándose para la guerra, pero fracasaron. Las leyes del reino de justicia de Dios revertirá este procedimiento, porque los instrumentos de guerra serán destruidos y los pueblos se educarán en los caminos de la paz.

Entonces, la economía de las naciones ya no estará orientada a la necesidad de una preparación continua para la guerra y el conflicto. La paz, universal y eterna, se convertirá en el patrimonio de todas las personas y al mismo tiempo ellos estarán seguros económicamente. Recibimos un pensamiento reconfortante en el simbolismo de habitar bajo una parra y una higuera, y la promesa es que “cada hombre” se sentará “bajo su parra y bajo su higuera, y no habrá nadie quien los atemorice”. —versículo 4

En la actualidad, la sabiduría humana limitada y el egoísmo llevaron al mundo a un estado de caos y miedo. El pueblo le teme a la guerra y a sus horribles consecuencias, pero también le teme a las incertidumbres económicas con las que el mundo se rodea continuamente. El desempleo, la depresión y las dificultades económicas son una preocupación constante para muchos. Sin embargo, le agradecemos a Dios. Esto tampoco plagará a la humanidad cuando, en el “monte del Señor”, el pueblo no solo forje sus espadas en rejas de arado, sino también habite en la seguridad económica, cada uno debajo de su “parra” e “higuera”.

Además de la paz y la seguridad económica, las bendiciones de la salud y la vida estarán disponibles en el monte del Señor. La promesa dice que en este reino Dios “destruirá la muerte para siempre” y “enjuagará toda lágrima” de todos los rostros. (Isa. 25:6-9) Este es el pensamiento implícito del Apóstol Pablo, cuando escribió que Cristo debe reinar hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies y que el “último enemigo que será abolido es la muerte”. —I Cor. 15:25,26

Esta promesa de vida no se limita a aquellos quienes pasarán a través del presente tiempo de angustia y problemas, y estarán vivos cuando el reino divino tome el control de los asuntos de la tierra. Las Escrituras nos aseguran que todos los muertos se levantarán, que es posible que también tengan la oportunidad de disfrutar las bendiciones de ese reino. En uno de los hermosos capítulos de la Biblia sobre el reino, el Apóstol Juan nos dice que la “muerte” y el “hades” entregarán a los muertos que se encuentren en ellos. —Ap. 20:13

 En Apocalipsis 1:18 Jesús nos dice que tiene las “llaves” del hades. En este versículo, la palabra “infierno” es una traducción de la palabra griega hades, la cual significa “el invisible”. El infierno, o hades, es el estado de muerte, no un lugar físico. La Biblia lo describe de esta manera: “No hay actividad ni propósito ni conocimiento ni sabiduría en el Seol donde vas” (Ec. 9:10, Biblia Enfatizada de Rotherham) El testimonio de las Escrituras nos asegura que Jesús utilizará las “llaves del hades” para liberar del estado de muerte a sus prisioneros. Al despertar del sueño de la muerte, tendrán la misma oportunidad de obedecer las leyes del reino como aquellos que viven los problemas actuales en el reino. Aquellos quienes aceptan la provisión de vida para ellos a través de Cristo y obedezcan las leyes del reino administrado por los “príncipes en toda la tierra” vivirán por siempre. —Ap. 21:3-7

Las Escrituras muestran que la gloriosa obra del reino no se logrará en unos pocos días ni incluso en unos pocos años, sino que tomará miles de años. Como se señaló anteriormente, el apóstol Pedro describe este período como los “tiempos de la restitución de todas las cosas”, el cual, él revela, que sigue al regreso de Cristo. En la profecía de Pedro, él menciona a Jesús como “ese profeta” prometido por Moisés, y dice que en los “tiempos de restitución”, habiendo sido completamente educado en las leyes de Dios, todos deberán obedecer, desde un corazón de amor y devoción, los preceptos divinos, resumidos en el amor. —Hechos 3:20-23; II Pedro 3:8

De este modo, con la obra del reino, el “monte de la casa del SEÑOR” lograda en su totalidad, la raza humana regresará al hogar y al dominio, perdidos por el pecado. Esta será la respuesta completa a la oración cristiana: “Venga a nosotros tu reino. Hágase tu voluntad en la tierra, como en el cielo”. (Mat. 6:10) Esta es en la cual, de acuerdo con la Palabra segura de Dios, pronto “¡sucederá!”



Asociación De los Estudiantes De la Biblia El Alba