EVENTOS SOBRESALIENTES DEL ALBA

Anunciar las buenas noticias

“¡Cuán hermosos son los pies de los que predican el
evangelio de la paz y traen buenas nuevas de cosas buenas!”
— Romanos 10:15 —

Las frases en nuestro versículo de apertura, “predicar el evangelio” y “traer buenas nuevas”, son traducciones de una palabra griega que significa “anunciar buenas noticias”. Nuestro texto identifica, además, dos elementos de estas buenas nuevas que se anunciarán: “paz” y “cosas buenas”. La paz, como todos pueden apreciar sin duda, trae a la mente pensamientos tales como armonía, tranquilidad y descanso, ya sean de naturaleza interna o expresados externamente. Thayer’s Greek Definitions indica que “cosas buenas”, un término muy general, denota aquello que es agradable, alegre, recto y honorable.

De todas las buenas nuevas que se han informado en este mundo convulso, la más destacada es la anunciada por los ángeles en el nacimiento de Jesús. A los pastores que estaban cuidando sus rebaños esa noche memorable, llegó la alegre proclamación: “No teman, porque he aquí, les traigo buenas noticias de gran alegría que serán para todo el pueblo. Porque ha nacido hoy en la ciudad de David un Salvador, que es Cristo el Señor”. (Lucas 2:10, versión estándar de la Biblia en inglés o “ESV”). Este mensaje del ángel ha sido anunciado a lo largo y ancho de la tierra durante casi veinte siglos. Aunque muchos se han sentido reconfortados por él, desde el punto de vista de la realidad práctica, hay muchos en el mundo de hoy que, probablemente, se preguntan si era información verdadera.

En general, el cuestionamiento de las buenas noticias parece ocurrir con demasiada frecuencia. Primero, es raro ver titulares positivos. De hecho, hay muchos eventos que tienen lugar en el mundo que señalan la miríada de problemas, inconvenientes y luchas que enfrenta la humanidad. Aparecen en los titulares, ya sea en televisión, los periódicos o las aparentemente interminables fuentes electrónicas de noticias, incluidas las redes sociales. En segundo lugar, cuando aparece alguna buena noticia en los titulares, la mayoría de las veces está contaminada con un “giro” de negatividad de una forma u otra.

Un ejemplo reciente de esto es la “buena noticia” de la vacuna contra el virus de la COVID-19, que recientemente ha comenzado a administrarse. Según se informa en todas las instancias, esta es, quizá, la mejor noticia que la humanidad haya visto o escuchado durante el último año. Sin embargo, los titulares a menudo plantean preguntas, justificadas o no, sobre aspectos tales como: la eficacia de la vacuna; sus posibles efectos secundarios; y diversas desigualdades percibidas en su distribución y administración. Por lo tanto, las personas en general, como sucede tan a menudo en el mundo actual, están confundidas y divididas en su pensamiento sobre lo que, de otro modo, podría considerarse una buena noticia.

NOTICIAS FIABLES

Para aquellos que ponen su fe y confianza en las Escrituras inspiradas, no es necesario que haya ninguna negatividad ni cuestionamiento adjunto a las buenas nuevas en sus páginas. Dios es el autor de su Santa Palabra, y él mismo nos dice: “Así será la palabra que sale de mi boca, no volverá a mí sin cumplir su cometido, sin antes hacer lo que me he propuesto: será eficaz en lo que la he mandado”. (Isa. 55:11).

Las buenas nuevas del nacimiento de Jesús declaran que él sería un Salvador, que salvaría a las personas de sus pecados y el resultado de esos pecados. Las Escrituras también explican que el pecado entró en el mundo a través de “un solo hombre”, Adán. La muerte de Adán, así como de toda su progenie, siguió a su paso. (Rom. 5:12). Cuando se nos dice, por lo tanto, que el objeto de la venida de Jesús era salvar a las personas de sus pecados, debemos entender el asunto en armonía con el registro del origen del pecado y los estragos del sufrimiento y la muerte que ha traído a la tierra a lo largo de los siglos.

Además, para tener una idea clara de lo que implica la salvación del pecado y la muerte, debemos aceptar el hecho de la muerte. El término “muerte”, tal como se usa en las Escrituras, describe lo que vemos que sucede a nuestro alrededor día a día; es decir, la afectación de la salud y el deterioro final del organismo humano hasta el punto en que la vida ya no existe en él. Acompañando a esta experiencia de la muerte, hay un sufrimiento mental y físico, la ruptura de familias y todas las demás circunstancias angustiosas que han plagado a la raza humana a lo largo de los siglos.

Salvar a las personas de esto significaría la destrucción de todas las enfermedades y el sufrimiento relacionado. También significaría salud y vida continuas para aquellos que acepten los términos de la salvación. La muerte real, así como el proceso de morir, serían destruidos. Con la enfermedad y la muerte eliminadas de la tierra, ya no habría necesidad de médicos, enfermeras, hospitales, boticarios, centros de enfermería y rehabilitación ni funerarios. Todo lo que se asocie directa o remotamente a la enfermedad y la muerte será descartado.

La destrucción del pecado, la enfermedad y la muerte es la intención divina en nombre de la humanidad, y las promesas de Dios se refieren a ella como la salvación que Él ha proporcionado a través de Jesús, el Salvador. Uno de los muchos pasajes de la Escritura que muestra claramente esto se encuentra en estas palabras del profeta Isaías: “El SEÑOR es nuestro juez, el SEÑOR es nuestro legislador, el SEÑOR es nuestro Rey; él nos salvará. (…) Y el morador no dirá: ‘Estoy enfermo’; al pueblo que habite en él se le perdonará su iniquidad”. (Isa. 33:22,24).

PARAÍSO PERDIDO

Los relatos históricos de la Biblia sientan las bases para una comprensión adecuada de lo que implica la salvación de la raza humana. Estos registros nos hablan de la preparación del Jardín del Edén, y de la pareja perfecta, Adán y Eva, que fueron colocados en ese Huerto con el entendimiento de que sería su hogar, para disfrutarlo mientras siguieran obedeciendo la ley de su Creador. Además, se les ordenó multiplicarse hasta que la tierra estuviera llena y tuvieran dominio sobre ella. En otras palabras, a medida que su familia aumentaba y sus necesidades lo requerían, debían extender los límites del jardín hasta abarcar toda la tierra. ¡Qué provisión tan amorosa y gloriosa se hizo así para estas criaturas humanas! (Gén. 1:26-30; 2:8,9,15).

Sin embargo, para obtener todas estas bendiciones, se esperaba que obedecieran la ley del Creador. Eligieron desobedecer; y, como se les había dicho claramente de antemano, fueron condenados a la muerte y fueron expulsados del jardín a la tierra inacabada para morir. Así perdieron su hogar y, al verse privados de las provisiones que sustentaban la vida en el Edén, las semillas de la muerte comenzaron a trabajar. A su debido tiempo, terminaron en la tumba. (Gén. 3:1-24). Sus hijos, nacidos de padres imperfectos, también compartieron la condena, y por eso la raza entera de la humanidad ha sido un mundo moribundo. El paraíso se perdió verdaderamente, pero no para siempre.

EL PARAÍSO QUE SE RESTABLECERÁ

El término “salvación” se vuelve más fácil de entender cuando tenemos en cuenta que describe la restauración para la familia humana de lo que se perdió por la desobediencia de nuestros primeros padres en el Edén. (Lucas 19:10). No perdieron un hogar en el cielo, porque nunca habían tenido un hogar en el cielo y no se les prometió uno. Fueron creados como seres humanos, adaptados para vivir en la tierra. Se les proporcionó un hermoso hogar terrenal, “hacia el este en el Edén”. Fue solo cuando entró el pecado que la enfermedad y la muerte se convirtieron en parte de la experiencia humana, y se han convertido en una parte tan arraigada y duradera que ahora, a menudo, se acepta como necesaria e ineludible.

Sin embargo, aquí es donde las Escrituras nos piden que hagamos una pausa para buscar guía y consuelo en sus páginas. En esas páginas, aprendemos que el envío de Jesús al mundo para salvar a las personas de sus pecados fue con el propósito de deshacer los resultados de esa tragedia en el Edén. Además, fue para devolver a la humanidad el estado del que hubiéramos disfrutado como seres humanos perfectos y vivientes si el pecado no hubiese interferido temporalmente.

Si, por lo tanto, podemos visualizar la tierra llena de una humanidad restaurada adorando a Dios en la belleza de la santidad; si podemos imaginarnos a la humanidad disfrutando de una salud vibrante y juvenil, sin dolor ni sufrimiento, ni siquiera el miedo a tales cosas; y si podemos estar seguros de que esta condición de la sociedad y las personas de la tierra continuará para siempre, entonces, comenzamos a comprender el significado de las buenas nuevas de la "paz" y las "cosas buenas" de las que habla nuestro texto inicial.

JESÚS, UN PRECIO CORRESPONDIENTE

Jesús salva a las personas de sus pecados redimiéndolos, y el Padre Celestial lo envió al mundo con este propósito. Siglos antes, Dios había prometido que haría esto, al decir: “Los rescataré del poder del sepulcro; los redimiré de la muerte: Oh, muerte, seré tus plagas; oh, sepulcro, seré tu destrucción”. (Os. 13:14).

La palabra “rescate” en el griego del Nuevo Testamento significa “precio correspondiente”. Cuando Jesús se hizo carne, era la contraparte exacta de Adán antes de pecar, y podía entregarse a sí mismo en la muerte como precio correspondiente. (Juan 1:14; Gál. 4:4). Jesús pagó la pena por el pecado, que era la muerte, derramando su perfecta humanidad hasta la muerte. (Isa. 53:12). El apóstol Pablo explica que, así como el pecado y la muerte entraron en el mundo por un hombre, Adán, también la justificación, la libertad del pecado y la vida vienen por medio de un hombre, Jesús. (Rom. 5:12,18,19).

PROMESAS CELESTIALES

Jesús murió como el Redentor del hombre hace casi veinte siglos, y todavía las personas están infectadas por enfermedades, sufren y, finalmente, mueren. Aquellos que aceptan a Cristo y se esfuerzan por agradarle también mueren. Debido a que los creyentes en Cristo se enferman y mueren, al igual que el resto de la humanidad, a muchos les parece razonable creer que no era el propósito divino destruir lo que llamamos “muerte”, sino, simplemente, proporcionar un estado de bienaventuranza para los creyentes después de la muerte. Este supuesto estado de felicidad se llama “cielo”, y la idea general es que aquellos que aceptan a Jesús en esta vida van al cielo cuando mueren, siendo la muerte, simplemente, un cambio momentáneo de un estado a otro.

Es cierto que las Escrituras hablan de una recompensa celestial para aquellos que aceptan a Cristo durante esta era y que siguen fielmente sus huellas de abnegación. Sin embargo, las promesas de esta recompensa especial se aplican solo a los pocos que están dispuestos a dedicar plenamente su vida al servicio divino. A esta clase de “rebaño pequeño” se le promete la herencia conjunta con Jesús en el reino futuro, el cual bendecirá a todas las familias de la tierra en la tierra. (Lucas 12:32; Rom. 8:17; II Tim. 2:11,12).

Jesús les dijo a sus discípulos: “Voy a prepararles un lugar. Y, si me voy (…), volveré otra vez y los recibiré en mí mismo; para que, donde yo esté, ustedes también estén”. (Juan 14:2,3). Este lugar especial no se está preparando para todo el mundo de la humanidad, ni se ofrece una recompensa tan alta a las personas en general. Es solo para aquellos del “rebaño pequeño” que están dispuestos a sufrir y morir con Jesús, siendo su muerte un sacrificio.

Es esta clase a la que se hace referencia en las Escrituras como la iglesia de Cristo. Aquellos que constituyen la clase de la iglesia, en la resurrección, serán hechos como Cristo, su Cabeza. Como él, serán criados como seres divinos, a la “imagen expresa” del Padre. (Heb. 1:3). Cristo regresa para recibirlos en sí mismo, y su unión con el Maestro se compara en Apocalipsis 19:7 con un matrimonio; se hace referencia a Jesús como el “Cordero” inmolado y a la iglesia como su “esposa”.

VIDA EN LA TIERRA

Cuando se lleve a cabo la boda del Cordero y su esposa celestial, entonces, se transmitirá el mensaje de buenas nuevas profetizado en Apocalipsis 22:17. “Y el Espíritu y la esposa claman: ‘Ven’. Y el que oiga, diga: ‘Ven’. (…) Y el que quiera, que tome del agua de la vida gratuitamente”. Cuando salga la proclamación para venir y “tomar el agua de la vida”, esta no será una invitación para unirse a los anfitriones celestiales, sino más bien un llamado a la vida en la tierra. Anteriormente en este capítulo, el simbolismo dado es el de un jardín a través del cual fluye un río caudaloso, y se nos dice que, a ambos lados de este río, hay árboles de vida. (Vv. 1,2). Es un recordatorio del Jardín del Edén, que nos lleva a sus bendiciones, que se perdieron debido al pecado.

La iglesia de Cristo, luego unida a él como su “esposa”, participará en la impartición de estas bendiciones de vida. Aunque Jesús se fue a preparar un lugar para la iglesia, la humanidad en general tenía un lugar preparado para ellos desde la fundación del mundo. Este hogar se perdió, pero será restaurado durante la venida del reino de Dios, cuando Cristo y la iglesia reinarán sobre la tierra. (Mat. 6:10; Ap. 5:10; 20:6).

RESTITUCIÓN DE TODAS LAS COSAS

El apóstol Pedro describe este reino terrenal como los “tiempos de la restitución de todas las cosas, según declaró Dios por medio de sus santos profetas desde los comienzos del mundo”. (Hechos 3:20,21). La palabra “restitución” significa “restauración”, y, en este reino, se llevará a cabo la restauración de todo lo que se perdió en el Edén a causa del pecado. Así, el cumplimiento de las promesas de Dios dadas a través de sus santos profetas del Antiguo Testamento es lo que también cumplirá el anuncio de los ángeles en la noche en que nació Jesús.

Ahora podemos ver por qué las bendiciones de la vida no estuvieron disponibles de inmediato cuando Jesús murió como Redentor del hombre. Fue por el tiempo reservado en el plan de Dios para la selección y el desarrollo de aquellos que compartirían con Jesús la obra de restaurar el mundo. Mientras tanto, el mundo ha tenido que esperar. Sin embargo, la espera no ha sido en detrimento de nadie, ya que, como los ángeles dijeron que las buenas nuevas iban a ser para “todas las personas”, así todos deben tener las bendiciones de la salvación y la vida disponibles para ellos.

“Todas las personas” incluye a todos los que han muerto, que serán despertados del sueño de la muerte para recibir las bendiciones prometidas. El apóstol Pablo habló sobre un tiempo en el que “habrá resurrección de muertos, tanto de justos como de injustos”. (Hechos 24:15). ¡Cuán absolutamente inútil sería cualquier plan para la bendición del mundo humano que no prevea la resurrección de los muertos! El pecado, la enfermedad y la muerte han sido los agentes que han estropeado la felicidad de la humanidad, y aquellos que han perdido a sus seres queridos nunca podrán ser felices por completo, a menos que sean devueltos a la vida.

JESÚS, EL SALVADOR

Dios, por medio del profeta Isaías, dijo: “Vuélvanse a mí y los salvaré, confines todos de la tierra”. (Isa. 45:22). En el Nuevo Testamento, se nos muestra que todas esas promesas deben cumplirse por medio de Jesús, a quien los ángeles anunciaron como el Salvador. Pablo declara que, cuando Jesús fue levantado de entre los muertos, fue muy exaltado y se le dio un “nombre que está por sobre todo nombre: para que todos los seres (…) caigan de rodillas ante el nombre de Jesús, y todos proclamen que Jesucristo es el Señor, para la gloria de Dios Padre”. (Fil. 2:9-11).

El apóstol también conecta la promesa bajo juramento de Dios hecha a Abraham de bendecir a todas las naciones con la venida y la obra de Jesús como Cristo y Salvador. “Ahora bien, Dios hizo las promesas a Abraham y a su descendencia. No se dice ‘y a tus descendientes’, como si fueran muchos, sino ‘y a tu descendencia’, refiriéndose a Cristo solamente. (Gál. 3:16). Aquí, Cristo es claramente identificado como la “descendencia” prometida tanto tiempo antes a Abraham, quien llevaría a cabo la bendición de todas las familias de la tierra. (Gén. 22:18).

Más adelante, en el mismo tercer capítulo de Gálatas, Pablo revela que la iglesia de Cristo participará con él en la obra de bendecir a la humanidad, siendo contada como parte de la clase de la “descendencia”. Declara a los seguidores de los pasos del Maestro: “Ustedes son todos uno en Cristo Jesús. Y, si son de Cristo —es decir, si pertenecen a él—, entonces, son descendientes de Abraham y herederos según la promesa”. (Vv. 28,29). ¡Cuán maravillosamente todas las promesas, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, se complementan y combinan en su testimonio para asegurarnos de la veracidad de las buenas nuevas anunciadas por el ángel!

LA TIERRA FORMADA PARA SER HABITADA

En Isaías 45, donde notamos el juramento anterior de Dios de salvar al pueblo, también se nos asegura que su propósito al crear la tierra no había cambiado. Leemos: “Así dice el SEÑOR, el que creó el cielo y es Dios, el que formó la tierra y la hizo; la ha establecido, la creó no en vano, sino que la formó para ser habitada: Yo soy el SEÑOR; y no hay otro”. (Isa. 45:18).

Dios reveló por primera vez su propósito de que la tierra fuera habitada por el hombre cuando les ordenó a Adán y a Eva que “se multiplicaran y llenaran la tierra”. (Gén. 1:28, ESV). El hecho de que la muerte arruinara temporalmente a la familia humana no significa que se le permitirá interferir permanentemente con el propósito divino. Mediante el programa de redención de Dios centrado en Cristo, todas las familias de la tierra podrán mirarlo y ser salvadas; es decir, tener la oportunidad de que se les devuelva todo lo perdido en el Edén.

CONSIDERAR A LOS POBRES

En una profecía sobre el reino venidero de Dios bajo Cristo, David escribe: “Bienaventurado el que piensa en los pobres; el SEÑOR lo librará en tiempos de angustia. El SEÑOR lo protegerá y lo mantendrá con vida; y será bendecido en la tierra”. (Sl. 41:1,2). En otro salmo, se declara que Cristo, el nuevo rey de la tierra, considerará a los pobres y, luego, bendecirá a los necesitados y a los desamparados de la tierra. (Sl. 72: 2,4,12,13). Así como la verdadera fe en Jesús incluso ahora implica la aceptación de sus estándares y prácticas, también será así en la próxima era, cuando su reino esté en funcionamiento.

Podemos ver por qué el salmista dice que los que consideran a los pobres son aquellos a quienes el Señor “mantendrá (…) vivos” en la tierra. Significa que esas personas han aceptado verdaderamente a Jesús y se esfuerzan por conformar sus vidas a sus leyes justas, que se centran en el amor. El reino venidero establecerá leyes que ayudarán a los pobres y necesitados, y traerán bendiciones a todos. Todos aquellos que cumplan con estos acuerdos, de corazón, se encontrarán deleitándose en el espíritu de amor, simpatía y ayuda que entonces prevalecerá. Todos ellos continuarán viviendo, no al ser llevados al cielo, sino al recibir salud y la vida eterna aquí en la tierra.

ENTREGA EN TIEMPOS DE ANGUSTIA

Es digno de mención que la promesa del Salmo 41:1,2 asocia las bendiciones del reino de la vida en la tierra con los “tiempos de angustia”. Este tiempo de angustia puede ser el mismo que mencionó el profeta Daniel y que Jesús citó, ese gran tiempo de angustia con el que esta era actual está terminando. Hay una promesa similar a esta que dice: “Practiquen la justicia y busquen la humildad; puede ser que los protejan el día de la ira del SEÑOR”. (So. 2:3).

Seguramente, estamos viviendo ahora en un gran momento de angustia, “como nunca lo ha sido desde que hubo una nación”, “ni lo habrá jamás”. (Dan. 12:1; Mat. 24:21). Es el tiempo descrito en muchas de las profecías como el día de la venganza de Dios sobre los gobiernos y las instituciones injustos de la Tierra. (Isa. 34:8; Jr. 46:10). Su propósito es el derrocamiento del imperio de egoísmo, pecado y muerte de Satanás, a fin de que, en su lugar, pueda establecerse el reino mesiánico de justicia. Es un tiempo de angustia ahora, con pocas “buenas noticias” en la tierra, pero el futuro será glorioso, porque significa que el tiempo de salvación y bendición para el mundo está cerca. El profeta Isaías se refiere a este día de la venganza de Dios y su resultado al decir: “Fortalece las manos débiles y afirma las rodillas temblorosas. Digan a los miedosos: ‘Sigan firmes, no teman, que viene su Dios a vengarlos. Él les trae la recompensa y viene en persona a salvarlos’”. (Isa. 35:3,4).

La salvación de Dios para el pueblo vendrá después del día de la venganza con el que esta época presente llegue a su fin. Por lo tanto, cuando Dios hizo que el ángel anunciara el nacimiento de Jesús con la proclamación de que iba a ser un Salvador, fue con el conocimiento de que la salvación así provista no estaría disponible para el mundo en general hasta después del derrocamiento del imperio de Satanás en este fin de la era. Visto así, el plan de Dios no ha sido un fracaso, sino que está funcionando exactamente como él lo diseñó.

Es verdaderamente una “buena noticia” darse cuenta de que Dios tiene el control total de la situación actual de la tierra y, pronto, mostrará su gran poder a través de la autoridad de Cristo y su “esposa”, la iglesia. Así habrá un mañana alegre, donde la felicidad vendrá para quedarse, porque las causas de la tristeza serán destruidas. El profeta está de acuerdo con esto, al decir: “Entonces, los ojos de los ciegos serán abiertos, y los oídos de los sordos serán destapados. Entonces el cojo saltará como un ciervo, y la lengua del mudo cantará; porque manarán aguas en la estepa y habrá torrenteras en el desierto; (…) Volverán los rescatados del SEÑOR y entrarán con cánticos en Sión: encabezados por eterna alegría, seguidos de fiesta y de gozo; penas y suspiros huirán”. (Isa. 35:5,6,10).



Asociación De los Estudiantes De la Biblia El Alba