EVENTOS SOBRESALIENTES DEL ALBA

La victoria de la resurrección

“Si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres.” —Juan 8:36

A finales del siglo XVIII se desarrolló entre las trece colonias británicas en el Continente Americano un creciente deseo de separarse del dominio gobernante de la madre patria y establecer un estado libre e independiente. Uno de los factores que contribuyó fue la actitud autoritaria del rey Jorge III de Inglaterra y, especialmente, la práctica del gobierno británico de imponer “impuestos sin representación”. Tal situación no podía ser soportada por hombres que habían sacrificado mucho para comenzar de nuevo la vida y escapar de la opresión del Viejo Mundo.

En consecuencia, las colonias americanas convocaron un Congreso Continental en 1774 para considerar posibles cursos de acción. En un plazo de dos años se designó a un comité de cinco prominentes líderes coloniales para redactar una declaración oficial de independencia y que fuera ratificada por todas las colonias. A Thomas Jefferson se le asignó la tarea de componer el documento, cuyo resultado fue lo conocido históricamente la Declaración de Independencia.

Este documento expone en un lenguaje magistral y conciso algunas de las necesidades y deseos básicos de todas las personas en todo el mundo. Tanto escolares como estadistas se han emocionado al contemplar algunos de los pensamientos expresados: “Sostenemos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables, entre los cuales están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Que para garantizar estos derechos se instituyen los gobiernos entre los hombres, derivando sus justos poderes del consentimiento de los gobernados.”

Después de enumerar en detalle las quejas pendientes contra la Corona británica, el documento tiene un último párrafo que comienza: “Nosotros, por tanto, los Representantes de los Estados Unidos de América, en Congreso General reunidos, apelando al Juez Supremo del mundo por la rectitud de nuestras intenciones, en el nombre y por la autoridad del buen pueblo de estas colonias, solemnemente publicamos y declaramos que estas Colonias Unidas son, y de derecho deberían ser, Estados libres e independientes;… Y en apoyo de esta Declaración, y con una firme confianza en la protección de la Divina Providencia, comprometemos mutuamente nuestras vidas, nuestras fortunas y nuestro honor sagrado.” La declaración fue firmada por cincuenta y seis miembros del Congreso.

UNA FE MENGUANTE

Los que actualmente leemos este documento y otros que pertenecen al establecimiento original de nuestra nación no podemos dejar de impresionarnos por el espíritu reverencial con el que fueron escritos. La mayoría de nuestros padres fundadores confiaban profundamente en la providencia dominante de Dios y lo demostraron en sus vidas y palabras. Muchas de las colonias las establecieron hombres profundamente religiosos que buscaron un refugio de las persecuciones políticas y religiosas que prevalecían en Europa. Se estableció un sistema libre de educación pública para asegurar que todos estuvieran habilitados para leer la Biblia, que, junto con la cartilla inglesa, se convirtió en el primer libro de texto.

¡Qué cambio se ha forjado, sin embargo, en menos de doscientos cincuenta años, y especialmente en los últimos decenios! Hoy presenciamos un deterioro cada vez mayor de la fe en Dios y de la creencia en las cosas espirituales; ya sea en los altos niveles de gobierno, en el sistema educativo, en la sociedad en general o, incluso, dentro de la región de las mismas iglesias el resultado ha sido el mismo. Uno debe buscar a lo largo y ancho para encontrar individuos temerosos de Dios que no hayan perdido su integridad o confianza en Dios y que aún defiendan los principios de verdad y justicia.

Hay una notable excepción a esta condición de decadencia espiritual y moral que está barriendo nuestra tierra y el mundo de hoy que se encuentra en la vida de un número relativamente reducido de personas que podrían denominarse “seguidores de los pasos de Cristo Jesús”. Éstos son los de corazón honesto y sincero a quien el Señor ha complacido revelarse y confiarles un entendimiento de sus planes y propósitos; son sus luces y testigos en una sociedad que se oscurece y degenera rápidamente y que no han dejado ir ni su fe ni su confianza en Dios. —Rom. 6:4; Col. 2:6; Juan 2:6

Ante la masiva incredulidad y el materialismo que amenaza con engullirlo todo, y como fuente de fortaleza espiritual en este día especial de prueba, sería bueno que todos los creyentes afirmen su fe estableciendo su propia “Declaración de Independencia”. Con esto queremos decir una declaración de independencia, o libertad, tanto del espíritu del mundo como de las preocupaciones y ansiedades que los presionan y amenazan con abrumar hasta al creyente más ardiente. Tal declaración sería útil ya que les llevaría de vuelta a la Palabra de Dios como fuente de inspiración y ayuda.

Consideremos, pues, lo que podría decirse en La Declaración Cristiana de Independencia, construida no como un resumen de nuestras quejas o descontentos, sino de nuestro agradecimiento. Deje que sirva también como un inventario de las razones de nuestra esperanza y confianza en Dios. En lugar de los firmantes de la Declaración de 1776 adjuntaremos una lista de los textos de la Biblia, algunos de los más preciosos y edificantes para el corazón creyente. Gramaticalmente, utilizaremos la primera persona singular para poner de relieve el privilegio de nuestra relación personal con el Padre.

LA DECLARACIÓN CRISTIANA

1. La Biblia declara que sobre la base del sacrificio expiatorio de Jesucristo todos los creyentes consagrados a él gozan de una posición de perfección ante los ojos del Padre, llamada en las Escrituras “justificación”. A través del estudio de la Palabra de Dios y por la guía del Espíritu Santo, he aceptado esta verdad básica y ahora también estoy cubierto por la justicia de Jesús. Por tanto, he tenido la condenación de Adán, que se apoya en gran medida sobre todos, levantado de mí y se me han perdonado todos mis pecados y defectos heredados e involuntarios: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.” —Rom. 5:1

2. Habiendo llegado a apreciar que la voluntad del Padre para mí era que yo consagrara mi vida a su servicio, he renunciado a mis antiguos caminos y he venido a él en plena rendición. Me he esforzado por prestar atención al llamado de Dios: “Dame, hijo mío, tu corazón, y miren tus ojos por mis caminos.” (Pr. 23:26) “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional.” (Rom. 12:1) Deseo, por la gracia del Padre Celestial, continuar esta obra de sacrificar la carne y sus intereses para, eventualmente, lograr una herencia celestial. Me esforzaré por no conformarme a este mundo, ni ser seducido por sus placeres transitorios, porque mi vida ya no es mía, pertenece a Dios y a su Hijo, mi Redentor. “… para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.” —2 Cor. 5:15

3. La Biblia declara además que las experiencias comunes de los que han elegido para caminar por la senda cristiana serían dobles: bendiciones especiales procedentes del Señor, mas la dificultad y la persecución que viene del mundo. “…todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús, padecerán persecución.” (2 Tim. 3:12) “En el mundo tendréis aflicción.” (Juan 16:33) Al contrarrestar esto, las Escrituras abundan en preciosas promesas para el pueblo de Dios dando garantía de protección y cuidado divinos. Estas promesas son el pilar del creyente, su piedra de toque de confianza y esperanza. Habiendo entrado en una relación íntima con el Padre a través de la fe y la consagración, estoy completamente convencido de que es un privilegio para mí alcanzar y abrazar estas promesas, hacerlas mías y velar por su cumplimiento en mi vida. —2 Ped. 1:4

4. Con gran alegría, me doy cuenta de que el camino ha sido preparado para que yo lleve una vida victoriosa en Cristo y posea su paz y su seguridad. Ya no debo estar atado ni por la tentación mundana ni por los grilletes de la ansiedad y el cuidado que antes me han confundido. Mi vida está “escondida con Cristo en Dios.” (Col. 3:3) Por lo tanto, ahora resuelvo aceptar con gratitud la fuerza interior, la paz y la alegría que mi Señor ha hecho de la herencia de todos los que cifran su confianza en Dios. Al hacerlo, declaro mi plena independencia de todo deseo, miedo o angustia mundanos que de otra manera me sobrecargaría. “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros… y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil y ligera mi carga.” —Mat. 11:28-30

5. Entiendo por la Biblia que la aceptación de este legado divino de fortaleza y paz no es un asunto pasivo y que requiere un esfuerzo continuo y consciente de mi parte. “Por tanto, queda un reposo para el pueblo de Dios.” (Heb. 4:9-11) Por tanto, resuelvo también mi determinación de “pelear la buena batalla de la fe.” (1 Tim. 6:12) Me esforzaré por repeler todos los pensamientos ansiosos, el descontento y el desaliento que el Adversario empuja diariamente contra mí. Confiando implícitamente en el diario cuidado de Dios procuraré no murmurar ni resistir lo que su providencia permita, sabiendo que la fe puede confiar firmemente en él en cada experiencia de la vida.

6. En lugar de los cuidados anteriores que me agobiaron, sustituiré los pensamientos superiores que se centran en las verdades espirituales. “Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba.” (Col. 3:1) “…todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si hay algo digno de alabanza, en esto pensad.” (Fil. 4:8) Además, dirigiré mis energías al servicio del Señor, la verdad y los hermanos en la medida de mis capacidades y oportunidades. También trataré de mantener la visión del reino que viene tan fuertemente ante mí que no quedará espacio para las preocupaciones anteriores.

7. La base de esta Declaración de Independencia de toda la mundanalidad y los cuidados de esta vida se encuentra en las preciosas promesas de la Palabra de Dios, las Sagradas Escrituras. En ellas se contienen las seguridades de la cercanía del Padre Celestial, de su gran amor y de su poder trabajando en mí. A continuación, se añaden las promesas y exhortaciones muy especiales que han resistido como un bastión de la comodidad y la fuerza divina, especialmente en mi tiempo de necesidad. Deseo no sólo recordarlas, sino también permitirles su plena influencia santificadora sobre mi corazón y mi mente. Así, confiado en el poder de Dios que opera en mi vida y fortalecido con el alimento espiritual, me elevaré por encima de las preocupaciones actuales y seré transportado a las alegrías expectantes de compartir las edades de la eternidad con mi Padre Celestial y su querido Hijo, y con el privilegio de participar en la edificación y bendición del mundo gimiente de la humanidad durante el Reino milenario de Cristo. —Rom. 8:18-22

LAS ESCRITURAS: NUESTRA FUENTE DE FORTALEZA

1. “Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado.” —Isa. 26:3

2. “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.” —Juan 14:27

3. “Por nada estéis afanosos; sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.” —Fil. 4:6,7

4. “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”; “no améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo…”; “esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe.” —Rom. 12:2; 1 Juan 2:15; 5:4

5. “Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas.” —Prov. 3:5,6

6. “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.” —Rom. 8:28

7. “Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir… Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre Celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.” —Mat. 6:25,32,33

8. “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús.” —Fil. 4:19

9. “Echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros.” —1 Ped. 5:7

10. “El Padre mismo os ama.” —Juan 16:27

11. “Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba [griego: probar] que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuantos sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría.” “Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria.” —1 Ped. 4:12,13; 2 Cor. 4:17

12. “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar.” —1 Cor. 10:13

13. “Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.” —2 Cor. 12:9,10

14. “Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?” “Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad.” “Estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo.” —Rom. 8:31; Fil 2:13; 1:6

15. “Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida.” —Apoc. 2:10



Asociación De los Estudiantes De la Biblia El Alba