EVENTOS SOBRESALIENTES DEL ALBA

¿Alcanzará el hombre la “Tierra Prometida?”

“Por la fe Abraham… habitó como extranjero en la tierra prometida, como en tierra ajena, como un extraño, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la promesa; porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios.” — Hebreos 11:8-10

Hace cincuenta años, en abril de 1968, el Dr. Martin Luther King, Jr. dio un discurso en Memphis, Tennessee, hacia el final del cual dijo estas palabras: “Yo sólo quiero hacer la voluntad de Dios. Y Él me ha permitido subir a la montaña. Y he mirado por encima. Y he visto la Tierra Prometida. Puede que no llegue allí con ustedes. Pero quiero que sepan que esta noche, como pueblo, llegaremos a la Tierra Prometida… Mis ojos han visto la gloria de la venida del Señor.”

Este discurso iba a ser el último del Dr. King. Al día siguiente, mientras permanecía fuera de la habitación de su motel en Memphis, fue asesinado por la bala de un asesino. Más tarde, el médico que le realizó la autopsia, notó que aunque sólo tenía treinta y nueve años su corazón tenía la condición de un anciano de sesenta. Muchos lo atribuyen al extenso estrés por sus muchos años de participación en el movimiento por los Derechos Civiles. Sin duda es una prueba de su compromiso incansable por la causa de la igualdad, la paz y la hermandad entre todos los hombres.

El espíritu del deseo de Martin Luther King, tanto para él como para las muchas personas que representaba, de entrar en la Tierra Prometida, sin duda ha tenido eco en las mentes y corazones de gran parte de la humanidad. La humanidad en general ha buscado un tiempo y un lugar en el que exista una idílica utopía de paz, seguridad, salud, respeto y amor entre los habitantes de la tierra. Personas sinceras por todo el mundo continúan esperando, e incluso rezando, por una respuesta positiva a la pregunta de nuestro título, el deseo tan vívidamente expresado por el Dr. King hace medio siglo.

ORIGEN BÍBLICO

El término “Tierra Prometida” tiene su origen en la Biblia, que denota específicamente la tierra que se le prometió a Abrahán, Isaac y Jacob, como declara nuestra Escritura inicial. Estos versículos añaden que los fieles patriarcas sólo vivían como extranjeros en esta tierra esperando pacientemente el momento en que Dios lo preparara como lugar de residencia permanente para sus descendientes, incluido el establecimiento de ciudades con “cimientos permanentes.”

Con el paso del tiempo, la descendencia de los doce hijos de Jacob se hizo numerosa y Dios comenzó a llamarlos por el nombre de “Israel.” (Gén. 35:9-12) Debido a que todavía no era el tiempo debido de Dios para que los israelitas poseyeran la tierra prometida a sus antepasados, permitió que vivieran en Egipto por un largo período. En Egipto, “aumentaron abundantemente, y se multiplicaron, y se hicieron sumamente poderosos.” (Éxo. 1:1-7) Finalmente, llegó el momento en que el propósito de Dios para que los israelitas vivieran permanentemente en la tierra prometida a su padre Abrahán debía comenzar su cumplimiento. “Dios se acordó de su pacto con Abrahán.” —Exo. 2:24

Bajo el liderazgo de Moisés y Aarón, a quienes había designado Dios para este gran propósito, los israelitas salieron de Egipto. Pasarían otros cuarenta años antes de tener lugar el evento monumental de entrar en la tierra prometida y aproximadamente seis años más para conquistarla y dividirla entre las diversas tribus. (Jos. 14:7,10) Aunque no los consideraremos en este momento, las Escrituras registran muchos eventos significativos que sucedieron durante este período: las diez plagas en Egipto; la institución de la Pascua; el milagroso paso del Mar Rojo; el espionaje de la tierra de la promesa y los malos informes resultantes; el vagar de los israelitas en el desierto durante cuarenta años; las provisiones de comida y agua de Dios para el pueblo y el establecimiento del pacto de Israel con Dios, con sus leyes y servicios religiosos. Los libros de Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio contienen muchos detalles sobre estas y muchas otras experiencias de los israelitas mientras vagaban.

GRAN ANTICIPACIÓN

La narración de los hijos de Israel entrando en la tierra prometida se registra en el Libro de Josué. Al ver este episodio trascendental en su historia, podemos sentir un aire de excitación en el campo de Israel. El cumplimiento de la promesa hecha a su padre, Abrahán, casi cinco siglos antes, estaba a punto de realizarse. Dios le había dicho que le daría la tierra, llamada Canaán, a su posteridad para siempre. (Gén. 12:1-7; 13:15) Antes de la muerte de Moisés, cuando se encontraba en la cima del Monte Pisga mirando hacia Canaán, Dios describió la extensión de la tierra que iba a pertenecer a Israel. (Deut. 34:1-4) A Moisés no se le permitió entrar en Canaán, pero ahora, bajo el liderazgo de Josué, los israelitas estaban acampados en la frontera de esa misma tierra.

Cuarenta años antes, los israelitas habían permanecido en la misma posición, a punto de entrar en ella. En ese momento, sólo algunos pocos meses después de salir de Egipto con “mano fuerte” [“audazmente”, Nueva Biblia Estándar Americana] y con canciones triunfales de alabanza a Dios en sus labios, llegaron a la frontera de Canaán. (Éxo. 14:8; 15:1-21; 19:1; Deut. 1:2,19,21) Pero, cuando Moisés envió a los doce espías para reconocer la tierra sólo dos regresaron con informes positivos. Josué y Caleb dijeron: “Subamos de inmediato, y poseámosla; porque podemos vencer.” “Seguramente fluye leche y miel.” Los otros diez espías, sin embargo, “trajeron un informe malvado de la tierra.” “Es una tierra que consume a sus habitantes;… y allí vimos gigantes.” “Y todo el pueblo lloró aquella noche.” (Núm. 13:25-33; 14:1) Su expectativa se transformó en un miedo tan grande que llevó al pueblo a considerar la lapidación de Caleb y Josué. (Núm. 14:10) Su fe en Dios no era lo suficientemente fuerte como para seguir su dirección.

Ahora, sin embargo, después de cuarenta años de vagar por el desierto, la generación incrédula de Israel había muerto, como Dios había prometido. (vv. 22,23) Incluso su firme líder, Moisés, ahora estaba muerto. Sólo los dos espías fieles, Josué y Caleb, permanecieron de la generación adulta que salió de Egipto. (Núm. 32:11-13) Todavía estaban convencidos de que Jehová era un Dios poderoso que podría darles la tierra prometida de Canaán, de la que fluyen leche y miel.

Después de la muerte de Moisés, Josué fue la elección lógica de Dios para llevar a los hijos de Israel a Canaán. Había sido la fiel mano derecha de Moisés, ya que había demostrado su gran capacidad de liderazgo. Fue quien condujo a Israel en feroz batalla contra los amalecitas y, con la ayuda del Señor, obtuvo una gran victoria. (Éxo. 17:8-14) Ahora la gente se volvió a Josué depositando su confianza en él, sabiendo que había sido designado especialmente por Dios.

Josué, como Moisés, era un hombre manso que no entendía la responsabilidad y la autoridad como podría haber hecho. Sin embargo, cuando Dios le encargó la función que había sido de Moisés, inmediatamente aceptó el privilegio y tomó medidas. El Señor le dijo: “Nadie te podrá hacer frente en todos los días de tu vida; como estuve con Moisés, estaré contigo; no te dejaré ni te desampararé… no temas ni desmayes porque Jehová tu Dios estará contigo dondequiera que vayas.” —Jos. 1:5,9

JOSUÉ COMIENZA SU LIDERAZGO

Josué mandó a sus oficiales: “Pasad por en medio del campamento y mandad al pueblo, diciendo: Preparaos comida, porque dentro de tres días pasaréis el Jordán para entrar a poseer la tierra que Jehová vuestro Dios os da en posesión.” (Jos. 1:11) La gente respondió: “Haremos todas las cosas que nos has mandado e iremos a donde quiera que nos mandes.” (vv. 16) Los tiempos habían cambiado, y las personas con ellos. Esta generación era mucho más confiable que la de sus padres y anhelaban terminar su vagar por el desierto y entrar en la tierra.

Dos de sus hombres de confianza fueron escogidos por Josué para inspeccionar en secreto la ciudad de Jericó. Los espías se dirigieron a buscar a una mujer llamada Rahab, que rápidamente los llevó a su casa y los ocultó. Por las palabras de Rahab sabemos que la gente del pueblo estaba asustada y los líderes de la ciudad estaban vigilando a los espías hebreos. (Jos. 2:1-7) Su expresión de fe se muestra en estas palabras: “Porque Jehová vuestro Dios es Dios arriba en los cielos y abajo en la tierra.” (v. 11) Aunque Rahab no tenía buena reputación, Pablo la elogió por su convicción: “Por la fe… ella había recibido a los espías con paz.” (Heb. 11:31) Su seguridad era tan fuerte que estaba dispuesta a ponerse en peligro al esconderlos y al ayudarlos luego a escapar con una cuerda por la ventana de su casa, construida junto al muro de la ciudad.

Después de seguir el consejo de Rahab de esconderse en las montañas cercanas durante tres días para evitar a sus perseguidores, los espías cruzaron el Jordán y regresaron a Josué. Su informe fue muy positivo: “Jehová ha entregado toda la tierra en nuestras manos; y también todos los moradores del país desmayan delante de nosotros.” (Jos. 2:16,22-24) Con esta información afirmativa Josué puso en marcha los planes para cruzar el río Jordán. Después de dar todas las instrucciones necesarias habló a la gente, diciendo: “Santificaos, porque Jehová hará mañana maravillas entre vosotros.” —Jos. 3:5

CRUZANDO EL JORDAN

Desde el punto de vista militar era una época muy desfavorable para cruzar el río Jordán, ya que estaba en la época de inundación primaveral y rebosaba. Normalmente había menos de cien pies (treinta metros y medio, aproximadamente) de ancho en este punto, pero ahora se había aumentado en mucho ese ancho y la corriente se había vuelto peligrosamente rápida y profunda. Esto no impidió el entusiasmo de los israelitas. No se hizo ni una palabra de protesta mientras acamparon esa noche a orillas del río y revisaban el plan para el día siguiente. Era fuerte su fe en el poder y en la sabiduría de Dios.

Por Josué, el Señor indicó a la gente que al día siguiente debían observar a los sacerdotes levitas, que les precederían, llevando el Arca del Pacto del Tabernáculo, y seguirlos toda la compañía de Israel desde una distancia aproximada de media a tres cuartos de milla. Entonces Dios haría un milagro: tan pronto como las plantas de los pies de los sacerdotes descansaran en el agua, el río dejaría de fluir y las aguas “se pararían sobre un montón.” (Jos. 3:3-13) Los sacerdotes, con el Arca, se detendrían y permanecerían en el centro del río hasta haber pasado todo Israel de forma segura.

Así sucedió, tal como Dios había descrito a Josué, que “todos los hijos de Israel pasaron en seco, hasta que todo el pueblo pasó limpio sobre el Jordán.” Esto incluía “unos cuarenta mil hombres preparados, listos para la guerra [que] pasaron hacia la llanura de Jericó delante de Jehová.” (Jos. 3:17; 4:13) Cualquiera que fuese el método utilizado para detener el flujo del río peligroso Jordán, sabemos que fue la poderosa mano de Dios, que actuó de parte de su pueblo escogido.

PIEDRAS CONMEMORATIVAS

El Señor instruyó a Josué para seleccionar a un hombre de cada una de las doce tribus y les ordenara llevar a cada uno una piedra del medio del Jordán, donde los sacerdotes sostenían el Arca, y dejarlas “en el lugar donde habéis de pasar la noche”, que fue Gilgal. “Habló (Josué) a los hijos de Israel, diciendo: Cuando mañana preguntaren vuestros hijos a sus padres, y dijeren: ¿Qué significan estas piedras? Declararéis a vuestros hijos, diciendo: Israel pasó en seco por este Jordán. Porque Jehová vuestro Dios secó las aguas del Jordán delante de vosotros hasta que habíais pasado… para que temáis a Jehová vuestro Dios todos los días.” (Jos. 4:2-7,20-24) Antes de que los sacerdotes se retiraran de su posición en el río, Josué colocó otras “doce piedras en medio del Jordán, en el lugar donde los pies de los sacerdotes estaban… y están allí hasta el día de hoy.” —v. 9

“Cuando los sacerdotes que llevaban el arca del pacto de Jehová subieron del medio del Jordán, y las plantas de los pies de los sacerdotes estuvieron en lugar seco, las aguas del Jordán se volvieron a su lugar, corriendo como antes sobre todos sus bordes.” (v. 18) “Cuando los reyes de los amorreos… y… de los cananeos… oyeron cómo Jehová había secado las aguas del Jordán delante de los hijos de Israel,” debido a que el río inundado ya no era una medida de seguridad para ellos, “desfalleció su corazón y no hubo más aliento en ellos.” —Jos. 5:1

En Gilgal, donde se colocaron las piedras conmemorativas de acuerdo con las instrucciones de Dios, Israel acampó por primera vez en la tierra prometida. Cuatro días después de cruzar el Jordán “celebraron la pascua… en los llanos de Jericó. Al otro día de la pascua comieron del fruto de la tierra, los panes sin levadura y en el mismo día espigas nuevas tostadas. Y el maná cesó al día siguiente, desde que comenzaron a comer del fruto de la tierra; y los hijos de Israel nunca más tuvieron maná, sino que comieron del fruto de la tierra de Canaán.” —Jos. 5:10-12

IMÁGENES DE COSAS POR VENIR

Hay muchas imágenes y lecciones valiosas que pueden encontrarse en esta emocionante narración de la entrada a la tierra de Canaán. Aprendemos que la fe es recompensada al observar el caso de Rahab y también vemos cómo defendió Dios a Israel cuando confiaron en Él y les dio fuerzas para superar los grandes obstáculos que encontraron al entrar y conquistar la tierra.

Pablo saca lecciones sorprendentes del hecho de que a los israelitas infieles que originalmente salieron de Egipto no se les permitiera entrar en la tierra: “Juré en mi ira: no entrarán en mi reposo… ¿Quiénes fueron los que, habiendo oído, le provocaron? ¿No fueron todos los que salieron de Egipto por mano de Moisés? ¿Y con quiénes estuvo él disgustado cuarenta años? ¿No fue con los que pecaron, cuyos cuerpos cayeron en el desierto? ¿Y a quiénes juró Dios que no entrarían en su reposo, sino a aquellos que desobedecieron? Y vemos que no pudieron entrar a causa de su incredulidad.” (Heb. 3:11,16-19) Estas palabras nos amonestan a poner nuestra confianza en nuestro Dios fuerte y fiel que nunca abandonará a los que ponen su confianza en él.

Las Escrituras retratan también esta experiencia de Israel de un modo ilustrado. Se nos dice que Dios descansó el séptimo día creativo de esa fase de su trabajo. Era un día que fue a ver los pasos finales de su propósito para la tierra y para la humanidad. (Gén. 2:1-3) Al hombre en su perfección original se le comisionó para ayudar en este trabajo. “Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla; y señoread… en todas las bestias que se mueven sobre la tierra.” (Gén. 1:28) Después de la caída de Adán, sin embargo, el hombre perdió su dominio: fue incapaz de someter la tierra y de llenarla con una raza que poseyera la vida. La terrible experiencia “salvaje” del hombre comenzó al demostrar su falta de fe en Dios y creer en su lugar la mentira de Satanás.

Josué es el equivalente hebreo de “Jesús” y significa “Jehová es salvación.” Con esto en mente, la nación de Israel representa bien el mundo de la humanidad, perdida y errante por el desierto del pecado, la enfermedad y la muerte. “Sabemos que toda la creación gime a una y a una está con dolores de parto hasta ahora.” (Rom. 8:22) Es imposible para las personas esperar con dolor y anhelar durante seis mil años cruzar el río Jordán sin la ayuda de la poderosa mano de Dios. El nombre Jordán significa “ir hacia abajo, descender” y es una imagen apropiada de la condenación divina, la sentencia de muerte pronunciada sobre el hombre y a sus descendientes por herencia. Sin embargo, el plan de salvación de Dios, centrado en su Hijo Jesús, ha proporcionado los medios por los cuales la humanidad, a su debido tiempo, cruzará este simbólico río y entrará en tierra prometida de reposo. —Rom. 5:17-19; 1 Cor. 15:21,22

EL ARCA DEL PACTO

El Arca del Pacto, que estaba en medio del río cuando cruzaron los israelitas, era un símbolo del favor de Dios hacia ellos. En su significado más completo, representa acertadamente el favor futuro de Dios sobre el mundo entero a través de Cristo. Las aguas del Jordán, describiendo la sentencia de muerte, se secaron cuando el Arca, llevada por los sacerdotes, entró en el río. El arca representa tanto la muerte como la resurrección de Jesús, por lo que viene una cancelación de la pena de muerte, a fin de que la tierra prometida de bendiciones y reposo pueda ser alcanzada por la humanidad. La palabra de Dios establece que “todas las naciones” serán bendecidas a través de la “simiente, que es Cristo” de Abrahán. —Gal. 3:8,16

También es significativo que el arca fuera llevada por los sacerdotes y que pasaran primero al Jordán antes de que nadie pudiera cruzar. Parada en medio del río ilustraba la parte esencial que desempeñaban el gran sumo sacerdote y sus sacerdotes asociados para liberar a la gente de la condena. Jesús murió por los pecados del mundo, deteniéndose simbólicamente en medio del Jordán para que el mundo tuviera la oportunidad de pasar. (Juan 1:29) Los sacerdotes, los seguidores de Cristo, también se detienen allí. Sacrifican sus vidas para que en la edad siguiente puedan participar en la obra de ayudar al mundo a pasar por debajo de esta terrible maldición de la muerte.

No era necesario que los sacerdotes permanecieran en el Jordán para completar el cuadro. Se tomaron doce piedras y se colocaron exactamente donde estaban los sacerdotes. Estas piedras ilustran bien el “rebaño pequeño” de los fieles llamados “de cada pueblo y nación” y preparados como “reyes y sacerdotes.” Ellos, con Cristo, su Cabeza, reinarán sobre la tierra como “sacerdocio real” de Dios en su reino venidero. (Lucas 12:32; Apoc. 5:9-10; 1 Ped. 2:9) Estos seguidores del Maestro se convierten en “muertos con Cristo” según la carne. (Rom. 6:8) No cruzan el Jordán, sino que permanecen en el medio, como las piedras que “están allí hasta hoy” (Jos. 4:9) y renuncian a su herencia en el Canaán terrenal para buscar el llamamiento supremo a la naturaleza divina y poder ser parte de la clase sacerdotal en la edad venidera de bendición para la humanidad.

DESTRUCCIÓN DE JERICÓ

Al cruzar Israel el Jordán aún había un obstáculo formidable delante de ellos. Era la ciudad fortificada de Jericó. Con sus altos muros se alzaba como una poderosa fortaleza que bloqueaba su camino hacia la posesión de la tierra. Josué contempló la situación, tal vez buscando alguna debilidad que pudiera utilizar por ventaja como medio de acceder a la ciudad y presentar batalla contra ella. La narración dice que, al contemplar Josué a Jericó, “alzó sus ojos y vio un varón que estaba delante de él, el cual tenía una espada desenvainada en la mano. Y Josué, yendo hacia él, le dijo: ¿Eres de los nuestros, o de nuestros enemigos? Él respondió: No; mas como Príncipe del ejército de Jehová he venido ahora. Entonces Josué, postrándose sobre su rostro en tierra, le adoró; y le dijo: ¿Qué dice mi Señor a su siervo? Y el Príncipe del ejército de Jehová respondió a Josué: Quita el calzado de tus pies; porque el lugar donde estás es santo. Y Josué así lo hizo.” —Jos. 5:13-15

Este poderoso ángel le dijo a Josué que Dios iba a concederles la victoria sobre Jericó por un medio inusual, no por ninguna estrategia militar ordinaria. Iba a ser un método que pondría a prueba la fe de cada uno en el campamento de Israel. En lugar de utilizar sus ejércitos para romper y destruir el muro, el ángel dijo que volvieran a usar el Arca del Pacto. El ejército de Israel debía marchar alrededor de la ciudad una vez al día durante seis días, con siete sacerdotes cargando el Arca y tocando las trompetas. El ejército debía pasar frente a los sacerdotes, después de lo cual el Arca procedía desde atrás, mientras los sacerdotes continuaban tocando las trompetas. Este fue el único sonido que se escuchó hasta el séptimo día, cuando Josué hizo una señal para que la gente gritara. —Jos. 6:1-10

¡Qué improbable efectividad parecía esto! Desde un punto de vista humano era muy dudoso que tuviera éxito este enfoque. Sin embargo, ¿quién podría no creer en la poderosa potencia que había revertido el traicionero poder del Jordán? Los israelitas estaban listos para escuchar a Dios y seguir sus instrucciones. Al amanecer del séptimo día, se les ordenó rodear la ciudad como antes, pero ese día debían pasar siete veces alrededor de la ciudad. “Y cuando los sacerdotes tocaron la bocina la séptima vez, Josué dijo al pueblo: Gritad, porque Jehová os ha dado la ciudad.” Al hacerlo, “el muro se derrumbó.” —Jos. 6:15-20

VICTORIA FINAL SOBRE EL PECADO Y SATANÁS

La destrucción de la ciudad de Jericó es una ilustración notable de la victoria final sobre el pecado y Satanás. El mundo entero de la humanidad, al haber sido levantado del sueño de la muerte, habrá sido liberado de la sentencia legal de muerte. Habrán cruzado el Jordán. Incluso tendrán sus pies plantados en la tierra prometida. Ya no vagarán sin rumbo en el desierto del pecado y de la muerte bajo el gobierno de Satanás.

Sin embargo, de pie ante la humanidad será su Jericó, levantándose como una poderosa barrera para su habitación eterna y el disfrute de la tierra. Es la gran fortaleza del pecado que debe ser superada. Los muchos vestigios de imperfección en el carácter del hombre adquiridos durante el presente reinado de pecado y muerte necesitarán combatirse y vencerse. Como el gran poder de Dios estaba disponible para los israelitas, ya que, en la fe, lucharon contra el enemigo, entonces, a través de la fe, toda la ayuda necesaria estará a la mano para cada individuo en el reino. Será en la fortaleza de Dios que también obtendrán la victoria. —Apoc. 21:3-7

El apóstol Pablo dice: “Por la fe cayeron los muros de Jericó.” (Heb. 11:30) El mundo de la humanidad estará listo para seguir las instrucciones del libertador, su Josué, Cristo y su iglesia. La gente rodeará su Jericó y lo destruirá con un grito alegre: “El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, el poder y la alabanza.” (Apoc. 5:13) ¡Con qué entusiasmo incondicional entraron los israelitas en el plan de Dios bajo Josué, a pesar de parecer una forma extraña, incluso tonta, de conquistar una ciudad! ¡Con qué ansiedad, también, cuando se establezca el “monte de la casa de Jehová… correrán a él todas las naciones… Y dirán: Venid, y subamos al monte de Jehová… y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas.” —Isa. 2:2-5

La gente reconocerá y seguirá la presencia de Dios como se representa en el Arca del Pacto, en el Cristo, que gobernará en rectitud. La trompeta de la verdad será anunciada por el sacerdocio de esa edad, y la humanidad en su deseo por entrar de lleno en la tierra, gritará de alegría. No permanecerá ningún rastro de pecado al terminarse la obra del Reino, porque el dispuesto y el obediente habrán destruido cada vestigio de él en su carácter. (Apoc. 21:24-27) La alta muralla de la fortaleza del pecado y del mal se derrumbará bajo este violento ataque. Se había mantenido seguro por Satanás durante más de seis mil años, sin embargo, en un tiempo relativamente corto (sólo mil años) Dios hará que sea absolutamente destruido para no levantarse más. La cooperación combinada de Dios, Cristo y su iglesia, y la humanidad hará que ese reino de rectitud sea un éxito eterno.

Mantengamos viva nuestra esperanza al crecer en fe y confianza y continuemos firmemente en nuestro esfuerzo por aprender la rectitud y someter el pecado en nuestros corazones circuncidados, y preparémonos para marchar alrededor de Jericó como los futuros trompetistas sacerdotales. Llevaremos el Arca del Pacto y se derrumbarán los muros de Jericó. Toda la humanidad rendirá entonces honor, alabanza y gloria a Dios. La respuesta a nuestro título será un rotundo: “¡Sí!” El hombre no sólo la alcanzará sino que también vivirá eternamente en una tierra perfecta en la tierra prometida. Así se cumplirán los deseos y esperanzas tan bien expresadas por Martin Luther King, Jr. hace cincuenta años, y cuyo eco resuena en los corazones de millones de personas de antes y después, para honor y gloria de Dios, nuestro Padre Celestial. —1 Tim. 1:17



Asociación De los Estudiantes De la Biblia El Alba