EVENTOS SOBRESALIENTES DEL ALBA

Misericordia

“¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia.” — Miqueas 7:18

NO es frecuente poder decir que los principios proclamados por las principales religiones mundiales estén de acuerdo. El judaísmo, el cristianismo, el islam, el hinduismo y el budismo constituyen más del 91% de la adhesión religiosa actual del mundo. Una doctrina importante que estos cinco grupos defienden y tienen en común es la calidad de la misericordia. Cada una de ellas enseña la importancia y el valor de la misericordia, defendiendo su cultivo entre sus seguidores. Además, en el caso del judaísmo, del cristianismo y del islam, afirman creer en un Ser Supremo, quien es presentado con atributos que incluyen la misericordia y la compasión.

Hay una clara ironía, particularmente en este momento, con respecto a esta enseñanza común de la misericordia entre las religiones del mundo. Aunque se la considera una cualidad importante y virtuosa para ser estimado altamente, su práctica le falta mucho a la humanidad de forma generalizada. Apenas se encuentra escasamente en los niveles más altos del orden político, religioso y social del mundo actual. Del mismo modo, entre la humanidad en general, sin importar estado, riqueza, trasfondo o edad, la misericordia está ausente la mayor parte del tiempo. En el mejor de los casos, parece que cuando se ejerce misericordia hacia los demás se limita a aquellos que están de acuerdo con las opiniones y las causas de quienes lo manifiestan. Para cualquiera que discrepe o tenga ideas diferentes cualquier pensamiento de misericordia es rápidamente reemplazado por crítica, prejuicio, intolerancia e, incluso, odio.

Así, pues, creemos que es muy oportuna una consideración del tema de la misericordia, ya que vemos el papel tan importante que desempeña el espíritu de odio y venganza en la configuración de los planes y las políticas del mundo actual. Para comprender adecuadamente esta cualidad esencial del carácter, y luego ponerla en práctica en la vida diaria, creemos que es necesario y beneficioso considerar lo que la Biblia dice sobre este tema vital.

LA FUENTE DE LA MISERICORDIA

El salmista declara de Dios: “Porque miró desde lo alto de su santuario; Jehová miró desde los cielos a la tierra, para oír el gemido de los presos, para soltar a los sentenciados a muerte.” (Sal. 102:19,20) De acuerdo con esta declaración del misericordioso interés del Padre Celestial por la familia humana, Jesús, al declarar la razón de su venida a la tierra para sufrir la muerte como rescate por el hombre, dice: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” —Juan 3:16

Una de las más grandes cualidades que el hombre puede ejercer, y que le traerá las correspondientes bendiciones, es la de la misericordia. Jesús puso gran énfasis en esta cualidad declarando que cualquiera que sea nuestro logro si no tenemos misericordia de los demás, tampoco la tendrá Dios de nosotros. “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.” (Mateo 5:7) Hacemos bien en darnos cuenta de que todo estaría perdido si no se nos mostrara ninguna misericordia. De la misma manera no podemos mantener nuestra relación con Dios a menos que su espíritu de misericordia habite en nosotros.

La obra de la creación fue la manifestación más extraordinaria de la sabiduría y el poder infinitos de Dios. Sin embargo, para deshacer los resultados del mal provocado por el gran adversario y para llevar a cabo la restauración del pecado y de la alienada raza de la humanidad de nuevo en su favor, ha requerido el ejercicio por parte de Dios de los atributos adicionales de la justicia y el amor. En este sentido, el plan de Dios para la recuperación definitiva del hombre es un trabajo mucho mayor que el de la creación. Sin embargo, en todas las grandes obras del Padre Celestial, se nos asegura que “no desfallece, ni se fatiga con cansancio.” —Isa. 40:28

LA MISERICORDIA DEL HIJO

El “Hijo unigénito” de Dios compartió las mismas cualidades de carácter que el gran Creador, y deseó formar parte en la ejecución del plan redentor de su Padre hacia el hombre. El Hijo de Dios se despojó de su existencia prehumana y de la gloria, se humilló y vino a ser hombre — no para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.” (Fil. 2:5-8; Mat. 20:28, Diaglotón Enfático de Wilson) Requería un amor intransigente por la justicia y un odio a la iniquidad para resistir cada tentación de desviarse, aun en el más mínimo grado, de este curso determinado. El espíritu de sacrificio de Jesús y su disposición a rendir sus derechos y privilegios nunca fallaron. Incluso en su prueba suprema de lealtad y obediencia en Getsemaní, donde clamó al “que fue capaz de salvarlo de la muerte, y fue escuchado” encontró a Jesús determinado a hacer la voluntad del Padre. “Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia.” —Heb. 5:7-8

Cuando se presentó ante el Sumo Sacerdote y ante el Sanedrín, se consideró a Jesús como un objeto apto para ser insultado, burlado y maltratado físicamente. Se le escupió, se le golpeó con varas, con las palmas abiertas y los puños cerrados. Inventando una nueva distracción, le vendaron los ojos, le golpearon y le pidieron que adivinara quién lo hizo. “Y muchas otras cosas blasfemaban contra él,” todas las cuales las sufrió el Maestro en silencio. —Mat. 26:67-68; 27:30; Marcos 14:65; Lucas 22:63-65

Al no responder nada Jesús a estas cosas y no defenderse, se le entregó a los romanos, que también se burlaron de él. Los soldados le colocaron un manto escarlata, le pusieron una corona de espinas y le colocaron una caña en su mano derecha. Divirtiéndose, los espectadores se inclinaban ante él diciendo: “¡Salve, Rey de los judíos!” (Mat. 27:27-29). Lo soportó humilde y resignadamente. ¡A qué profundidades de maldad el corazón humano depravado puede descender y enorgullecerse! Sin embargo, fue a este mismo mundo y a toda su gente, justa e injusta, al que Jesús había venido a salvar, entregándose a sí mismo como “rescate por todos.” —1 Tim. 2:5-6

JESÚS AÚN MISERICORDIOSO

Al tercer día Jesús resucitó de entre los muertos y fue exaltado a la diestra del Padre, “y a él están sujetos ángeles, autoridades y potestades.” (1 Ped. 3:22) Ahora es el Señor de vivos y muertos y el Padre le ha prometido todo juicio. (Rom. 14:9; Juan 5:22) En vista de su rechazo alguien podría preguntarse si ha alterado Jesús de algún modo su propósito original de “buscar y salvar lo que estaba perdido.” (Lucas 19:10) Tal ciertamente no es el caso. A diferencia de la disposición humana imperfecta, el Hijo fiel, como el Padre, es “el mismo ayer, hoy y siempre” y que aun “si no creemos, sin embargo, él permanece fiel: no puede negarse a sí mismo.” (Heb. 13:8; 2 Tim. 2:13). Así, después de su resurrección, dio el Señor resucitado un glorioso testimonio a dos discípulos en el camino de Emaús: “Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados debe ser predicado en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén.” —Lucas 24:46-47

“Todo poder… en el cielo y en la tierra” se le ha dado a nuestro Señor resucitado, que, a su debido tiempo, se manifestará maravillosamente en que llamará de la tumba a todos los allí encarcelados (Mat. 28:18; Isa. 61:1) Sin embargo, se requerirá más que este poder y conocimiento ilimitados para “reconciliar al mundo consigo mismo.” (2 Cor. 5:19) Para un mundo pecaminoso, sumido en tinieblas y enemigos a través de obras perversas, debe extenderse gran misericordia y compasión, dulzura inagotable y paciencia para hacerlo volver a subir por el camino de santidad a la perfección y comunión con Dios. —Isa. 35:8-10

Jesús, como el Padre Celestial, “se deleita en la misericordia” como se declara en nuestro texto de apertura. Como “sumo sacerdote misericordioso y compasivo” puede “compadecerse de nuestras debilidades.” (Heb. 2:17; 4:15). Él es perfectamente capaz de responder al más mínimo llamado de ayuda, leer los secretos más íntimos de cada corazón y extender un amor que nunca falla. Y “salvará perpetuamente a los que por él se acerquen a Dios.” —Heb. 7:25; Rom. 10:13

En muchas cosas somos imperfectos y se requiere la misericordia de nuestro Señor, que se extiende a nosotros. Del mismo modo, en la edad venidera, cuando el conocimiento del Señor cubra la tierra, “como las aguas cubren el mar”, también se extenderá la misericordia a toda la humanidad. (Isa. 11:9) Después de tan costosa redención, Dios desea “que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” y que “ninguno perezca.” (1 Tim. 2:4; 2 Ped. 3:9) La misericordia y la longanimidad se manifestarán hasta que el pecado y el pecador se muestren inseparable y voluntariamente conectados.

LOS COJUECES DEBEN SER MISERICORDIOSOS

El apóstol Pablo nos dice que los fieles seguidores de Cristo de la edad presente serán cojueces con él del mundo en el venidero Día de Juicio de mil años. (1 Cor. 6:2; Hechos 17:31) No pensemos, sin embargo, que nuestro Señor, tan amoroso y misericordioso, delegaría esta gran obra a alguien menos amoroso, menos compasivo, menos gentil y tolerante que él. Podemos estar seguros de que no es el caso. Todos los comisionados para juzgar al mundo en el Reino del Mesías se habrán rendido para ser enseñados por Dios y guiados por su Espíritu Santo. Son aquellos que por ser “fuertes en el Señor y en el poder de su fuerza” han crecido “en él en todas las cosas… incluso en Cristo” para poder tener misericordia con el mundo, viendo que estuvieron también una vez “cercados por la enfermedad.” —Efe. 4:15; 6:10; Heb. 5:2

La cualidad divina de la misericordia, en la que nuestro Maestro asegura que todos sus seguidores deben abundar, la define el diccionario Merriam-Webster así: “Compasión o indulgencia demostrado a un delincuente o a un sujeto bajo poder de otro;” “trato indulgente o compasivo;” “trato compasivo de aquellos en apuros” y “un acto de favor o compasión divina”. Estrechamente asociada con la misericordia la compasión se define como: “Conciencia empática de la aflicción de los demás junto con un deseo de aliviarlo.”

MISERICORDIA EN ACCIÓN

La compasión, la misericordia y la simpatía humanas son fragmentos que quedan de la perfecta disposición del hombre antes de la caída, y hoy son sólo reflejos débiles y limitados del carácter divino. La misericordia, sin embargo, que se ejercita, independientemente de la aprobación humana y de la recompensa, es un motivo justo y la expresión exterior de un corazón en el que se ha derramado el amor de Dios a través del poder del Espíritu Santo. Este poder se apodera de los sentimientos, las palabras, los afectos y, correctamente fomentado, impregnará todos los canales de la vida. Se extenderá a todos sus semejantes, especialmente a quienes muestren en cualquier grado su deseo de rectitud. Pedirá en oración incluso por sus enemigos y su bendición.

Sólo quienes disciernen su propia necesidad de misericordia están en la actitud mental correcta para ser misericordiosos con los demás. Curiosamente, sin embargo, aquellos con mayor necesidad de misericordia parecen los menos dispuestos a ejercerla con los demás. Algunos son tan deficientes en esta importante cualidad que practican la crítica de las faltas ajenas, pasando por alto sus buenas cualidades. Con esta actitud arruinan su propia felicidad y la de los demás. La oración, en lugar del resentimiento, es la mejor reacción ante los fallos y errores de los demás que no podemos remediar. Cualquier cosa similar a la ira, a la envidia, al odio, a la malicia o al conflicto es contraria a la misericordia. (Efe. 4:31) De hecho, la pérdida de la misericordia permitirá que tales disposiciones se afirmen y causen un desastre.

En lugar de quejarnos de los demás, deberíamos tratar de cubrir sus defectos, a menos que sea necesario hablar de ellos para evitar lastimar a otros. (1 Ped. 4:8) En más de una ocasión Jesús citó estas importantes palabras de Dios a través del profeta: “Misericordia quiero, y no sacrificio.” (Oseas 6:6; Mat. 9:13; 12:7) lo cual debería haber enseñado a los fariseos, a quienes iba dirigido, que los sacrificios eran bastante secundarios para el amor, la justicia, la misericordia y la compasión por sus semejantes, los hombres. Deberían, más bien, haber estado encantados de echar una mano en llevar a otros más cerca de Dios, y ponerlos bajo su instrucción e influencia. Sin embargo, los corazones ufanos y complacientes de los fariseos eran desagradables al Señor y les hacía indignos de su bendición.

MISERICORDIA VERSUS JUSTICIA

Es cierto que Dios es justo, pero también que es amoroso y amable. Se dice que es “el Padre de las misericordias”, “rico en misericordia” y que tiene “abundante misericordia.” (2 Cor. 1:3; Efe. 2:4; 1 Ped. 1:3) Sólo en los Salmos aparece la palabra “misericordia” cien veces en la versión del Rey Jaime y diez veces se mencionan las “tiernas misericordias” de Dios. Jacob pronunció humildemente en oración: “Menor soy que todas las misericordias y que toda la verdad que has usado para con tu siervo.” —Gen. 32:10

Al permitir castigos y correcciones sobre nosotros, no es que el Padre Celestial desee tomar represalias sobre sus siervos, que, en el transcurso de su mayordomía, han cometido errores, a veces graves. La sabiduría, la justicia y la misericordia divinas pueden, a veces, exigir experiencias severas a fin de aprender lo que no podríamos de otra manera: “Porque juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia; y la misericordia triunfa sobre el juicio.” (Santiago 2:13) Es adecuado gobernarnos por las reglas de la justicia. Sin embargo, debemos ver y medir al resto con el mayor grado de generosidad, compasión y perdón posibles.

Mientras admiten todo esto, y tratando de practicarlo al menos en una pequeña forma, muchos no “aman la misericordia.” (Miq. 6:8) Más bien, buscan venganza y, aunque dejan el castigo final a Dios, se molestan por la aparente demora. No tengamos tal actitud, sino seamos “revestidos, como los escogidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia.” “Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso.” Mostremos “misericordia con alegría”, y busquemos estar “llenos de misericordia”, sólo él malvado y engañoso “recuerda no mostrar misericordia.” —Col. 3:12; Lucas 6:36; Rom. 12:8; Stg. 3:17; Sal. 109:16

EJEMPLOS DE MISERICORDIA

De nuestro Padre Celestial se lee en la epístola a Tito que “la bondad y el amor de Dios, nuestro Salvador con los hombres nos salvó por su misericordia.” (Tito 3:4,5) Jesús lloró por Jerusalén. (Lucas 19:41-44) Se entristeció, se movió a compasión y se agitó con emoción por los judíos al caer sobre ellos tan gran desolación como resultado de su rechazo a él y su mensaje.

Abrahán en “polvo y cenizas” suplicó a Dios con mucha persistencia por Sodoma. (Gén. 18:26-32) Moisés, el hombre de Dios, más manso que todos los demás, aprendió toda la sabiduría de los egipcios pero se negó a ser llamado hijo de la hija de Faraón, y trabajó incansablemente por el pueblo de Israel hasta su muerte sin ningún deseo de recompensa. —Num. 12:3; Heb. 11:24-27

Cuando Israel provocó a Dios con el becerro de oro, Éste informó a Moisés que iba a destruirlos y haría de Moisés una gran nación. ¡Qué prueba de ambición era si estuviera escondido en el corazón de Moisés! Se nos dice que tenía miedo de la ira y el disgusto de Dios; así, se postró sobre su rostro cuarenta días y noches para rogar por Israel. Esta conmovedora intercesión que subió del corazón de Moisés a Dios ha disminuido a través de las edades. “Este pueblo ha cometido un gran pecado… Perdona ahora su pecado, y si no, ráeme ahora de tu libro que has escrito.” (Éxo. 32:31-32; Deut. 9:7-21) Una vez más, en Cades-barnea Dios habría destruido a Israel, pero Moisés, una vez más intercedió: “Oh Señor Jehová no destruyas a tu pueblo y a tu heredad que has redimido con tu grandeza, que sacaste de Egipto con mano poderosa.” —Deut. 9:26

José también fue notable ejemplo de misericordia y compasión. Cuando Jacob envió a sus hijos a Egipto la segunda vez, José se les dio a conocer, y lloró con tanta intensidad que todos lo oyeron en la casa del faraón. Y dijo a sus hermanos: “Acercaos ahora a mí… no os entristezcáis por haberme vendido acá; porque para preservación de vida me envió Dios delante de vosotros… Habitarás en la tierra de Gosén… y allí te alimentaré… Y besó a todos sus hermanos y lloró sobre ellos.” —Gen. 45:1-15

Del mismo modo, David, aunque ungido siendo muchacho a la realeza por Samuel, guardó el asunto para sí mismo y no despreció el humilde trabajo diario. Era valiente, piadoso y modesto ante Saúl. Aunque a menudo en peligro, perseguido y acosado por Saúl, David nunca planeó, hirió o habló con indiscreción, sino que con confianza aguardó el debido tiempo de Dios. Cuando la noticia de la muerte de Saúl llegó a David, “lloraron y lamentaron y ayunaron hasta la noche por Saúl… Y David lamentó esta elegía por Saúl: …Hijas de Israel, llorad por Saúl, quien os vestía de escarlata con deleites, quien adornaba vuestras ropas con ornamentos de oro. ¡Cómo han caído los valientes en medio de la batalla!” —2 Sam. 1:11-25

Pablo escribió con gran compasión y misericordia a sus hermanos israelitas: “Hermanos, ciertamente el anhelo de mi corazón y mi oración a Dios por Israel es para salvación.” “Verdad digo en Cristo… mi conciencia me da testimonio en el Espíritu Santo, que tengo gran tristeza y continuo dolor en mi corazón. Porque deseara yo mismo ser anatema… por amor a mis hermanos.” (Rom. 10:1; 9:1-3) Al reprender a los corintios por sus desviaciones, Pablo dice que su carta la había escrito “con muchas lágrimas.” —2 Cor. 2:4

Esteban oró, mientras lo apedreaban: “Señor, no les tomes en cuenta este pecado.” (Hechos 7:60) De la misma manera, muchos otros a través de los tiempos, teniendo un corazón bueno y honesto, han servido fielmente a Dios y siguieron su ejemplo de misericordia, compasión, simpatía y amor. Incluso si no entendieron su propósito en ese momento, estaban llenos de fe y “amaban la misericordia”, porque vieron evidencias en sus vidas de que era algo que Dios “deleitaba.”

¡Qué preciosas son estas ilustraciones de la gracia de Dios y su capacidad de llenar los corazones de las personas con su propio bendito Espíritu de compasión y misericordia! Aunque el mundo actual se mueva por egoísmo y por dureza de corazón, demos gran diligencia en hacer notar que nuestra actitud mental, nuestras palabras y nuestros hechos proceden de un corazón totalmente dedicado y en armonía con “el Padre de las misericordias y el Dios de toda consolación.” (2 Cor. 1:3) Continuemos también orando por el Reino venidero de Dios, en el que toda la humanidad aprenderá a “alabar la belleza de la santidad” y a decir: “Glorificad a Jehová, porque su misericordia es para siempre.” —2 Crón. 20:21



Asociación De los Estudiantes De la Biblia El Alba