EVENTOS SOBRESALIENTES DEL ALBA

Seguridad para todos

“Y el efecto de la justicia será paz; y la labor de la justicia, reposo y seguridad para siempre. Y mi pueblo habitará en morada de paz, en habitaciones seguras, y en recreos de reposo.” —Isaías 32:17-18

MUCHOS ESTARÍAN dispuestos a concluir que hay poquísima seguridad en la humanidad para conseguir un resultado positivo a la miríada de problemas que aquejan al mundo actual. De hecho, las únicas garantías que parecen claras en la mente de las personas son dos líneas: Primera, la seguridad de que los problemas del mundo sólo seguirán empeorando; y segunda, la seguridad de que nuestra vida individual es limitada y tarde o temprano moriremos.

No negamos la realidad de las condiciones cada vez peores del mundo, ya sea en los aspectos políticos, sociales, morales o de otra índole de la existencia de la humanidad. También coincidimos en que bajo el orden actual de las cosas la muerte continuará su terrible trabajo entre todos los habitantes de la tierra. Sin embargo, si este tipo de cosas constituyen nuestras únicas garantías relativas al futuro del hombre, hay poco que esperar del futuro anticipadamente. El testimonio coherente de la Biblia presenta, no obstante, una perspectiva muy diferente para el futuro de la tierra y para la existencia del hombre en ella.

Nuestro texto de apertura es uno de esos pasajes de las Escrituras en el cual se prometen condiciones de rectitud, paz y tranquilidad entre las personas. Además, habla de la “seguridad” de que se cumplirán estas condiciones. Ciertamente, en la medida en que reclamemos tales promesas y tengamos confianza en que se lleven a cabo debería ser mucho más brillante nuestra perspectiva para el futuro de la humanidad. Debemos ser capaces de mirar más allá de los problemas actuales y estar seguros, como el salmista David, de que “la ira” de Dios con respecto al actual curso descendente de la humanidad será “un momento…, pero su favor dura toda la vida. Por la noche durará el lloro, y a la mañana vendrá la alegría.” —Sal. 30:5

SEGURIDAD RELACIONADA CON LA FE

La palabra “seguridad” tal y como se usa en nuestro texto de apertura denota confianza y seguridad. La seguridad, particularmente con respecto a las promesas de Dios para la bendición futura de la humanidad, requiere fe. Este requisito lo observa el apóstol Pablo al definir la fe en relación con “lo que se espera” y “lo que no se ve” (Heb. 11:1). Las promesas que Isaías, David y los demás profetas registraron fueron de este tipo. Eran cosas esperadas y aún no vistas, es decir, promesas para el futuro. Por fe, estos siervos de Dios del Antiguo Testamento los reclamaron y estaban seguros de su eventual cumplimiento. De hecho, Pablo dice que “murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo.” —v. 13

La fe y la garantía resultante de aquellos como Isaías, David y otros no se basaban en una creencia ciega, que es credulidad. Lo cual también señala Pablo en su definición de fe. La fe sólo puede existir, dice, si las cosas que se esperan se basan en “sustancia” y las cosas que no se ven se fundan en “pruebas”. La sustancia y evidencia que fueron la base de la fe para estos fieles de antaño se situaban principalmente en dos líneas. La sustancia era de los que entendieron los planes y propósitos eternos de Dios para la humanidad y la evidencia, la guía y dirección diarias de aquellos que individualmente la reconocieron como proveniente de Dios en el día a día de sus vidas.

Un buen ejemplo de ambos aspectos de la fe se encuentra en Abrahán. Al pedirle Dios que sacrificara a su hijo Isaac, algo casi impensable de hacer desde el punto de vista humano, Abrahán no dudó. Esto se debía a que la “sustancia” de la esperanza de la resurrección estaba firmemente establecida en su mente, tanto que Pablo dijo que Abrahán supuso que Dios podía levantar a Isaac “aun de entre los muertos”. El aspecto de la “evidencia” de la fe de Abrahán se mostró inmediatamente después, porque al alzar la mano para matar a su hijo un ángel del Señor intervino e impidió milagrosamente que tal muerte llegara a Isaac. Así Pablo dice que Abrahán recibió a su hijo amado de vuelta “de entre los muertos… en sentido figurado.” —Heb. 11:19

Aunque a pocos se les ha pedido mostrar su fe en la misma medida que Abrahán, se aplican los mismos principios en cuanto a su desarrollo. Incluso hoy día, la fe debe basarse en la sustancia del plan de Dios y sus doctrinas fundamentales, y en las evidencias cotidianas de su cuidado providencial y su gobierno en la vida de su pueblo. Tal fe debe desarrollar en nosotros una comprensión de que incluso las adversidades que Dios nos permita obrarán en nosotros “paciencia, prueba,… esperanza” y el “fruto apacible de justicia”, si somos “ejercitados así” (Rom. 5:3-5; Heb. 12:6-11). Por tanto, las promesas de Dios “esperadas” pero “no vistas” en su estado completo son muy reales y pueden reclamarse con “plena certidumbre de fe.” —Heb. 10:22

GUIADO POR EL ESPÍRITU SANTO

Además de la gran fe exhibida por los héroes de antaño, y como se muestra en sus escritos, su registro también lo guió el Espíritu Santo de Dios, su poder e influencia. El apóstol Pedro señala este hecho importante declarando que tenemos la “palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones; entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo.” —2 Ped. 1:19-21

Para aquellos que hoy se esfuerzan por cumplir la voluntad de Dios en sus vidas, el Espíritu Santo es igualmente necesario para su éxito final en la realización de la “plena certidumbre de fe” en todas las promesas de Dios. Es a través de la ayuda y la influencia del Espíritu que su pueblo crece en la comprensión del plan de Dios, y mediante el cual, también se desarrollan día a día en la imagen de los atributos del carácter del Padre celestial, resumidos en el amor. —Juan 16:13; 1 Juan 4:16

FE LIMITADA, GARANTÍA LIMITADA

La mayoría de los cristianos profesos alegarán sin duda que tienen fe y seguridad. Sin embargo, en la mayoría de los casos, con un alcance muy limitado. Se cree que la seguridad de las promesas de Dios se aplica sólo a un porcentaje relativamente pequeño de todos los seres humanos que han existido. Para los demás, su destino termina siendo la destrucción eterna de uno u otro tipo. Lo mismo se aplica a la perspectiva general de la tierra misma, con muchos que sostienen la creencia de que la tierra literal está condenada a ser destruida.

Tal fe limitada en el testimonio completo de la Palabra de Dios, dará como resultado una garantía limitada de sus promesas. Si creemos que el Dios del universo es incapaz, o no amoroso, de proporcionar una oportunidad completa por la cual su creación humana pueda recuperar la armonía con él, nuestra seguridad en sus nobles designios está muy limitada. Si suponemos también que va a destruir la tierra, el hermoso hogar que creó para el hombre, ¿cómo podemos concluir algo que no sea que todo fue hecho en vano? Aquí nuevamente la “palabra profética más segura” brinda seguridad, pero sólo a aquellos con suficiente fe: “Porque así dijo Jehová, que creó los cielos; él es Dios, el que formó la tierra, el que la hizo y la compuso; no la creó en vano, para que fuese habitada la creó: Yo soy Jehová, y no hay otro”, “la tierra siempre permanece.” —Isa. 45:18; Eccl. 1:4

PECADO Y MUERTE

Para comprender mejor y obtener seguridad con respecto a las promesas de Dios que se encuentran en las Escrituras es necesario examinar algunos detalles, la sustancia, de sus planes y propósitos eternos, que también se encuentran en su Palabra. Por lo tanto, si la Biblia nos dice lo que debe ser, debemos aceptarla en su totalidad como Palabra inspirada de Dios. Al principio de sus páginas se nos informa que nuestros primeros padres fueron creados a imagen de Dios; lo que significa que eran perfectos y estaban dotados de las cualidades divinas del amor, la simpatía y la comprensión. Ciertamente, si la tierra hoy día estuviera llena de tales personas no habría ninguno de los horribles males que afligen actualmente a la humanidad. —Gen. 1:27-28

A estos perfectos especímenes de la humanidad se les instruyó a obedecer la ley de Dios y se les informó que la desobediencia llevaría a la muerte (Gen. 2:17). Desobedecieron y la sentencia de muerte cayó sobre ellos. Pronto vinieron más problemas. Caín asesinó a su hermano Abel, y el asesinato todavía sigue. El curso descendente de la raza humana ha sido constante. El registro revela que menos de dos mil años después de la caída del hombre “todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal.” —Gen. 6:5

El Diluvio destruyó ese malvado orden social, pero poco después el pecado y el egoísmo comenzaron a aumentar nuevamente, y cada generación ha experimentado sus terribles resultados. Ha habido guerras y multitud de manifestaciones angustiosas por el hecho de que la raza humana está caída e incapaz de rescatarse de la atracción del pecado. La Biblia lo atestigua así como las páginas de la historia secular. —Rom. 3:9-19 y 23

ALIVIO PROMETIDO

En cada generación, sin embargo, ha habido personas que se esforzaron por mantener su creencia en Dios y que trataron de detener la ola de egoísmo humano. Abrahán fue una de ellas, como ya se ha visto en páginas anteriores. Dios le hizo una promesa maravillosa, asegurándole de que a través de su “simiente” todas las familias de la tierra serían bendecidas. Cuando Abrahán demostró su completa fe en Dios por su disposición a ofrecer a su hijo Isaac en holocausto, Dios confirmó su promesa por juramento. —Gen. 12:3; 22:15-18

Esta promesa pasó luego a Isaac y después a Jacob, nieto de Abrahán (Gen. 26:4; 28:14). Al morir Jacob, se convirtió en la herencia de la nación de Israel en conjunto. Para los judíos devotos esta promesa fue la base de su esperanza en un futuro Mesías. Tal y como la entendieron, el Mesías establecería un gobierno poderoso en Israel, que se extendería y bendeciría a todas las familias o naciones de la tierra.

El evento más grande que tuvo lugar en la tierra hasta ese momento fue el nacimiento de Jesús, enviado al mundo para cumplir las promesas mesiánicas. Sin embargo, tal nacimiento recibió poca publicidad en ese entonces. Los pastores, a quienes los ángeles anunciaron el nacimiento de Jesús, sin duda hicieron lo que pudieron para difundirlo, pero fue escaso para un evento tan importante para la humanidad. Los magos que llegaron después quedaron muy impresionados, y es probable que difundieran las noticias hasta cierto punto. Tal vez la mejor noticia que recibió el nacimiento de Jesús fue en relación con el intento de Herodes de destruir al niño mediante la matanza de todos los niños hebreos en esa área. Por lo tanto, al igual que hoy, el mal eclipsó temporalmente al bien.

A pesar de la poca atención dada al nacimiento de Jesús en ese instante, había ocurrido uno de los eventos más grandes de la historia. Era un rayo de luz en la noche de la experiencia humana, nació aquel por quien el Creador había prometido redimir a la humanidad de las fuerzas del pecado y de la muerte. Sin duda nació en un humilde pesebre, pero fue anunciado por los santos ángeles de Dios. Nació para el papel eventual de Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno y Príncipe de Paz. —Isa. 9:6-7

MESÍAS Y REY

Jesús nació también para ser el gran Mesías y Rey de la promesa. Sus discípulos creían que éste era su destino, y sin duda así era. Esperaban que estableciera su reino inmediatamente, primero para librar a Israel del yugo romano de esclavitud, y luego para tomar el control del gobierno mundial. Sin embargo, aunque Jesús demostró mediante sus milagros que era capaz de lograr grandes cosas, los discípulos no vieron ninguna evidencia de que formara un nuevo gobierno bajo su liderazgo.

Lo que sí vieron fue una creciente hostilidad hacia Jesús por parte de los gobernantes religiosos pero no entendieron la actitud de Jesús frente a la creciente ola de oposición pues les comunicó su intención de ir a Jerusalén para ser arrestado y ejecutado. Simplemente, no podían armonizarlo con sus expectativas respecto a su Maestro; de hecho, Pedro aconsejó a Jesús que no fuera a Jerusalén tratando luego de evitar su arresto mediante el uso de la espada. —Mat. 16:21-23; 20:18-19; Juan 18:10-11

Sin embargo, todo fue en vano. Jesús estaba decidido a entregarse a sus enemigos, aunque podría haber pedido a su Padre celestial la ayuda de los santos ángeles si hubiera creído que era la voluntad divina para él (Mat. 26:53). Aun con sus corazones angustiados, los discípulos no pudieron hacer nada para cambiar el curso de los acontecimientos. Su Mesías y Rey fue traicionado y arrestado. Se le llevó ante los sacerdotes y los gobernantes para juzgarle, escupirle, golpearle, colocarle una corona de espinas sobre su cabeza y para clavarle en una cruz, donde se le dejó morir. Acompañó a su muerte un gran terremoto y el velo del templo se rasgó (Mat. 27:51); también vino oscuridad sobre la tierra, símbolo apropiado de la oscuridad del pecado y de la muerte que Éste enviado de Dios vino a disipar. —Luc. 23:44-45

EL REDENTOR

Fue por el sacrificio de su vida que Jesús proveyó la redención del pecado y la muerte para toda la humanidad; además de ser el futuro Rey del mundo ahora es el Redentor de la raza humana. En ese momento, sin embargo, los discípulos no lo entendieron y quedaron desconcertados por qué su Maestro había permitido que sus enemigos lo mataran. La gran alegría por su nacimiento y ministerio milagrosos la habían eclipsado la frustración, la tristeza y la confusión que ocasionaron su muerte.

La fe de los discípulos estaba tan firmemente arraigada en la realidad de su Mesianismo que prestaron poca atención a algunas de sus declaraciones que indicaban que moriría a manos de sus enemigos. ¿Cómo pudo sucederle a su Mesías? Cuando fue crucificado recordaron vagamente su promesa de que resucitaría al “tercer día” y a ello se aferraron como su última esperanza. —Mat. 16:21; Lucas 9:22

En la madrugada de ese tercer día algunas mujeres fueron a la tumba para completar el embalsamamiento del cuerpo de Jesús y la encontraron vacía. Un ángel les explicó que su Maestro no estaba allí, que había resucitado. Jesús se apareció a María Magdalena y le pidió que dijera a sus discípulos que ya no estaba muerto (Lucas 24:1-10; Juan 20:11-18). Más tarde ese día, Jesús se apareció como un forastero a dos de sus discípulos en el camino a Emaús y al preguntarles la causa de su tristeza le explicaron lo sucedido, agregando: “Nosotros esperábamos que él era el que había de redimir a Israel; y ahora, además de todo esto, hoy es ya el tercer día que esto ha acontecido” —Lucas 24:13-21

De las profecías del Antiguo Testamento, Jesús señaló a estos dos discípulos que era necesario que el Mesías sufriera y muriera, y que las promesas de su gloria como Mesías y Rey se cumplirían más tarde y al desaparecer Jesús de la vista de estos discípulos se decían: “¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?” —vv. 26-32

Sin duda, los corazones de todos los discípulos ardieron en su interior al convencerse de que su Maestro había resucitado de entre los muertos. Sin embargo pocos, aparte de los seguidores dedicados de Jesús, creían en semejante milagro. La resurrección de Jesucristo ha sido el evento más notable y maravilloso en la historia del mundo, no obstante, se le prestó poca atención. Las buenas noticias al respecto proclamadas por sus fieles seguidores cayeron en su mayoría en oídos sordos.

CONMEMORACIÓN AHORA

El último viernes de marzo y el domingo siguiente conmemorarán la muerte y la resurrección de Jesús millones de personas. Habrá mucho regocijo, música inspiradora e incluso desfiles. Muchas iglesias tendrán su asistencia más grande del año y se predicarán sermones elocuentes. Sin embargo, la mayoría de las personas desconoce el significado real de la muerte y la resurrección de Jesús. De hecho, muchos de los predicadores esos días estarán confusos en cuanto a tales, como la mayoría de los que acuden a sus congregaciones.

La muerte y resurrección de Jesús fueron fundamentales para el éxito del plan de Dios. Sin la muerte de Jesús, la humanidad seguiría condenada a muerte y, por tanto, sin una nueva mañana de alegría para la raza humana. Sin embargo, debido a que Jesús dio su vida en “rescate por todos”, y haciendo así provisión para la anulación de la sentencia de muerte, la promesa de la alegre mañana todavía se hará realidad (Sal. 30:5). La gran realidad de la muerte de Jesús como Redentor del hombre se “dará testimonio a su debido tiempo” a toda la gente. —1 Tim. 2:3-6

SEGURIDAD A TRAVÉS DE SU RESURRECCIÓN

Un Redentor muerto no podía librar a la humanidad de la muerte, ni un Rey muerto podía gobernar y bendecir a todas las familias de la tierra, como Dios le prometió a Abrahán. Por lo tanto, el siguiente gran paso en la ejecución del plan de Dios para la salvación humana era la resurrección de Jesús de entre los muertos. El Padre celestial demostró su poder para cumplir sus promesas levantando a Jesús de entre los muertos (Hechos 2:32; 1 Cor. 15:3, 4) lo cual demuestra que nada puede interferir con éxito con la realización del plan amoroso de Dios para sacar a la raza humana de la degradación causada por la desobediencia a su ley.

Verdaderamente, entonces, la resurrección de Jesucristo de la muerte fue un rayo brillante de esperanza para el mundo angustiado y moribundo de la humanidad. En el oscuro mundo presente de caos y sufrimiento la gente en general no tiene un verdadero conocimiento de Dios. Él lo sabe; sin embargo, cuando sus juicios estén “en la tierra aprenden justicia los moradores del mundo” (Isa. 26:9). Ese día de juicio, basado en el recto aprendizaje del pueblo es todavía futuro; y con respecto a esto, el apóstol Pablo explica que Dios “ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón [Cristo Jesús] a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos.” —Hechos 17:31

SEGURIDAD SÓLO A TRAVÉS DEL PLAN DE DIOS

No hay garantía de paz y tranquilidad, mencionada en nuestro texto de apertura, que pueda encontrarse en alguna parte del mundo hoy en día. Sólo tenemos esperanza al mirar el plan divino de Dios tal y como se nos presenta en su Palabra. En ese plan, Jesús es el Príncipe de Paz, el futuro maestro y el justo juez del pueblo que iluminará a toda la humanidad. En él vemos al gran Mesías de la promesa y a quien será el nuevo y justo Rey de la tierra.

Tenemos la certeza de que todo el plan del Creador, centrado en Jesús, tendrá un desenlace glorioso en la tierra porque el Padre “entregó a su Hijo unigénito” y le levantó de entre los muertos (Juan 3:16) ¡Que nuestra conmemoración de la muerte y resurrección de Jesús en las próximas semanas nos inspire a todos un mayor deseo de contarle al mundo entero las benditas nuevas y la seguridad del reino centrado en él!



Asociación De los Estudiantes De la Biblia El Alba