DOCTRINA Y VIDA CRISTIANA

La Nueva Creación:
“Orden y Disciplina en la Nueva Creacion”
Parte XXV

Queridos amigos, ésta es una breve declaración de las gloriosas esperanzas que animaron a nuestro querido hermano(a) en cuya memoria lo honramos hoy día. Estas esperanzas fueron como un ancla para su alma, que le permitió permanecer firme en el lado del Señor y ponerse de parte con aquellos que siguen las pisadas del Maestro, y que buscan llevar su cruz diariamente al seguirlo. Nuestro hermano tuvo cualidades nobles, que sin duda muchos de ustedes recuerdan, pero no estamos basando nuestras esperanzas y alegrías en la suposición de que él fue perfecto, sino en nuestro conocimiento de que Cristo Jesús fue su perfecto Redentor, y que él confió en él, y que todo aquel que confíe en él nunca será avergonzado, sino que será convertido en conquistador. Sin duda nuestro querido hermano tiene cualidades estimables que todos nosotros podríamos copiar, pero no necesitamos tomar ningún modelo terrenal. Dios mismo nos ha dado en su Hijo un glorioso ejemplo, que todos nosotros, como nuestro querido hermano, debemos esforzarnos por copiar. Hacemos bien en no mirar a los demás, sino a una copia perfecta, Jesús. Hacemos bien en pasar por alto las imperfecciones naturales que toda la humanidad tiene a raíz de la caída, y recordar que todas éstas están cubiertas, por los que son seguidores del Señor, por el manto de su justicia, de modo que somos “aceptados en el Querido Hermano Jesús”.

Queridos amigos, finalmente aprendamos una lección sobre la brevedad de la presente vida, y que mientras Dios tenga grandes bendiciones guardadas para el mundo, nosotros, que ya hemos escuchado de su gracia y salvación en Jesús, tenemos privilegios especiales, oportunidades especiales y en la misma medida responsabilidades especiales en relación con nuestro conocimiento. Como lo declara el Apóstol: “Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro” (1 Juan 3:3). Si nosotros esperamos estar con el Señor y compartir su gloria y ser sus asociados en su trabajo en el futuro, sabemos que esto significa que nuestros caracteres deberán ser transformados, que nuestros corazones deben ser renovados, que nosotros debemos llegar a ser no solamente puros en corazón, esto es, en intenciones, en voluntad, en propósito hacia Dios, sino también, en palabra y en hechos, tan cerca como la mente pueda ser capaz, bajo varias circunstancias, para controlar estos cuerpos, imperfectos a causa de la caída. No solamente debemos recordar morar en Jesús y bajo la vestidura de su mérito, sino también cultivar en nuestros corazones las gracias de su Espíritu, y las buenas resoluciones son una gran ayuda en esta dirección. Por ello, permitámonos declarar de nuevo bajo estas solemnes circunstancias y con estos pensamientos, ante nuestras mentes, que en lo que nos concierne, nos esforzaremos de aquí en adelante para seguir más cerca los pasos del Maestro y para dejar que la luz de su verdad y gracia brille cada vez más a través de nuestras vidas. Esforcémonos por que el mundo sea mejor y más feliz, por cada día que vivimos en éste, y que, hasta donde podamos nosotros, glorificaremos a Dios en nuestros cuerpos y espíritus que son suyos. Amen.

(4) El discurso puede ser seguido de una oración, que debería ser hecha por el orador mismo o por algún hermano competente en la Verdad. Un ministro de otra religión nunca debería ser llamado a orar después del discurso. Él estaría seguro de orar a los hombres y no a Dios, y de tratar de destruir en las mentes de la audiencia cualquier buen efecto que haya sido producido por el discurso. En la oración se debería dar gracias a Dios de manera especial por su gracia en Cristo Jesús, y se debería pedir su bendición sobre todos los presentes y particularmente sobre los deudos.

(5) El servicio puede ser cerrado de manera apropiada con uno o dos himnos adecuados, como lo sugerido previamente.

(6) Recomendamos unas cuantas palabras de oración en el lado de la fosa después de que el féretro haya sido enterrado.

Variaciones en el discurso, para adaptarse a las diversas circunstancias

El discurso de arriba desde luego sería igualmente apropiado para una hermana, al sustituir la palabra “Hermano” por “Hermana”, pero en el caso de una persona mundana o de alguien que no profesa una completa consagración al Señor, sería necesario hacer varias enmiendas, tales como lo que fácilmente se sugeriría a cualquier persona competente para dar tal discurso.

En el caso de un niño, si fuera de padres creyentes o no creyentes, el discurso podría ser variado para adaptarse, haciendo referencia al difunto como “nuestro joven amigo, cortado del brote de la condición de hombre o de mujer por la sombra de la muerte”, o si fuera un bebé, el texto que podría ser tomado sería “Reprime del llanto tu voz, y de las lágrimas tus ojos; porque salario hay para tu trabajo, dice Jehová y volverán de la tierra del enemigo” (Jeremías 31:15-17). En tal caso, sería apropiado enfatizar el indiscutible hecho de que los niños de edad inmadura no cometen pecado para muerte, y que así se verifica la declaración de las Escrituras, que fue por la desobediencia de un solo hombre y no por la desobediencia universal, que el pecado entró en el mundo, con la muerte como su resultado o penalidad.

Diezmos, colectas, etc.

Hasta donde sabemos, ninguna de las pequeñas compañías del pueblo del Señor de “este camino” (Hechos 22:4) hicieron colectas públicas. Desde las primeras recomendaciones, hemos abogado por la evitación de hacer colectas públicas, no porque creamos que haya algo pecaminoso en el procedimiento ni tampoco porque haya algo en las Escrituras que lo condene sino porque el dinero en cuestión ha sido convertido en algo tan importante a través de la Cristiandad por todas las denominaciones que, en nuestra opinión, el evitarlo iría a favor de la gloria de Dios. Las personas que durante toda su vida han sido acosadas por dinero tienden rápidamente a creer que la predicación y enseñanza, etc., se realiza solamente por ingresos económicos.

Las Escrituras no solamente insinúan que la mayoría de los fieles del Señor serán de los pobres de este mundo, sino que nuestra experiencia da fe, que no hay muchos ricos, ni muy grandes, ni muy nobles, sino “principalmente los pobres de este mundo, ricos en fe”. Estamos seguros que algunos de estos que vienen a las reuniones en las que se defiende la Verdad Presente, tienen un sentimiento de alivio en la ausencia del espíritu mundano y acaparador de dinero; y en algunos casos, al menos este aspecto ha hecho que confíen en la Verdad. Aquellos cuyos ojos se han abierto a la luz de la Verdad Presente han sido poseídos por un fervor y una energía en el servicio de la Verdad, y un deseo muy grande de dejar que su luz brille para la gloria del Padre y del Hijo, que muchos cristianos poco entusiastas se inclinan a preguntarse: ¿Cuál es el motivo? ¿Cuál es el objetivo? ¿Cómo esto te pagará o qué ventaja te trae, que tu debas buscar que yo me interese, que tu debas prestarme libros o gastar tu tiempo en esforzarte por llamar mi atención hacia estos temas bíblicos? El hecho de venir a las reuniones y de encontrar que aun las colectas usuales y los acreedores están ausentes, estos que preguntan son los más convencidos de que ha sido el Amor, por el Señor, por su Verdad y por su rebaño, lo que ha inspirado los esfuerzos realizados para llevar la Verdad. Aun cuando algunos estén inclinados a ser prejuiciosos en contra de la Verdad, estas evidencias de sinceridad y de un espíritu divino de benevolencia y generosidad hacen que ellos se consideren a sí mismos como las manifestaciones del Espíritu del Señor, el espíritu de amor.

Pero mientras se aboga por este principio y se le recomienda a todos los del pueblo del Señor en todas partes, es nuestro deber, por otro lado, llamar la atención sobre el hecho que, sin embargo, cualquiera podría ser innoble, egoísta y mezquino en el momento de su aceptación y su consagración al Señor, Él no podría permanecer identificado con “la Iglesia cuyos nombres están inscritos en los cielos” ni con el Señor, la cabeza de esa Iglesia, sin lograr una considerable victoria sobre su actitud egoísta. Sabemos bien que el egoísmo y la avaricia son extrañas al Espíritu de nuestro Padre Celestial y de nuestro Señor Jesús y deben por ello ser extrañas a todos los que sean, reconocidos como hijos de su Padre, todos los que deban tener la semejanza de la familia, la principal característica de la cual es el amor y la benevolencia. Si por herencia o por un entorno y una educación desafortunada, el espíritu de la maldad se ha desarrollado en la carne mortal de cualquiera que ha sido aceptado como miembro de la Nueva Creación, él encontrará prontamente un conflicto en este sentido. Como lo insinúa el Apóstol, la mente de la carne luchará en contra de la mente del espíritu, la Nueva Criatura, y la mente renovada debe ganar la victoria si en última instancia alcanzan la codiciada posición entre los vencedores. El egoísmo y la maldad deben ser vencidos, la devoción, la libertad y la generosidad, de corazón y de hecho, deben ser cultivadas de manera diligente. Aun en su día de muerte, tales personas pueden ser obligadas a luchar con la carne, pero no debe haber preguntas acerca de la actitud de la mente, la nueva voluntad; y aquellos que mejor se conocen seguramente percibirán en su conducta las evidencias de la victoria de la mente nueva sobre la mente egoísta y carnal.

Por ello, nuestro pensamiento en relación con el hecho de evitar las colectas y todos los asuntos financieros en las asambleas de la Iglesia es de no desalentar las donaciones. Hasta donde podemos observar, aquellos que dan al Señor más abundantemente, más entusiastamente, más alegremente, son los más bendecidos por parte de él en los asuntos espirituales. Se podrá observar que no estamos limitando la expresión, “Porque Dios ama al dador alegre”, a dádivas monetarias; sino que incluyen todas las dádivas y sacrificios que el pueblo del Señor está privilegiado a presentar en el altar del sacrificio, y que Dios nos informa que él está complacido en aceptar a través del mérito de nuestro querido Redentor. Ciertamente, en cualquier lugar y momento en que se nos haya presentado la pregunta: ¿Debería dedicarme a mi negocio y así ser capaz de dar en mayor proporción del producto de mis manos y de mi intelecto por la diseminación de la verdad?, o ¿debería mejor estar contento con la menor habilidad y servicio en esta dirección al tomar otro rumbo que me permitiría dar más de mi tiempo y personalidad a los intereses de la Verdad y su divulgación entre los amigos y vecinos, etc.?, nuestra respuesta universal ha sido que nosotros deberíamos considerar que nuestro tiempo e influencia dados al servicio de la Verdad son aun más apreciados desde el punto de vista del Señor que las donaciones de dinero.

De aquí que si uno posee talento para presentar la Verdad, y también de talento para generar dinero de manera legítima, nuestro consejo sería que se debería ejercer ambos talentos de manera equilibrada, de modo que se pueda dar tanto tiempo, atención y energía como sea posible para el ejercicio de su aun mayor talento de ministrar la Verdad. Y esto se aplicaría también a los ministerios de la Verdad a través de textos impresos, repartición de textos, etc.

“Más bienaventurado es dar que recibir”, es un axioma que todo el pueblo del Señor que ha alcanzado algún buen grado de desarrollo en la semejanza divina puede apreciar de buena manera. Dios es el gran Dador, él está dando de manera continua. Toda la creación en todos sus aspectos es el resultado de esta benevolencia por parte de Dios. Él dio a su Hijo Unigénito. Él ha dado a los hijos angelicales innumerables bendiciones. Él ofreció a nuestra raza, en la persona del padre Adán, la bendición de vida y las abundantes bendiciones de este mundo, que aun en su actual condición de caída y de degradación, son maravillosas. Él no solamente nos proporciona nuestros sentidos, por los que nosotros podemos notar los olores y sabores placenteros, bellos colores y combinaciones de estos, etc., así también él ha proporcionado en la naturaleza, maravillosamente y copiosamente, para la gratificación de estos sentidos: frutas y flores, piedras preciosas y cielo estrellado, él no ha escatimado en otorgar sus dádivas amorosas al hombre mortal.

Y cuando contemplamos las bendiciones que Dios tiene en reserva para el “rebaño pequeño”, la Nueva Creación, como nos revela en su Palabra, reconocemos que éstas son sumamente abundantes, más de lo que nosotros podríamos haber pedido o pensado. “Cosas que ojo no vió ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado a los que le aman. Pero Dios nos la reveló por el Espíritu”. Por ello, la benevolencia o las donaciones, la asistencia, la bendición a los demás son parte de la Divinidad. Entonces, ¿qué maravilla que podamos apreciar el espíritu dador como algo más superior que recibir?

A medida que aprendamos a apreciar las cosas espirituales, y que estemos en hermandad con el Señor, y seamos partícipes de su Espíritu, y el espíritu del amor y de prodigalidad y de generosidad sea derramado en nuestros corazones, en la misma proporción nos encontramos deleitándonos haciendo el bien a todos los hombres, especialmente a la familia de la fe. El amor en nosotros, como en nuestro Padre Universal, no buscó simplemente su propio interés y bienestar, sino que está continuamente en alerta para notar cómo las bendiciones pueden ser conferidas también a sus criaturas, cómo las vidas de los demás pueden ser alegradas y alentadas, cómo pueden ser reconfortados en sus aflicciones y asistidos en sus necesidades. Ciertamente, es a medida que esta nueva mente es derramada en nosotros, a medida que somos transformados mediante la renovación de nuestras mentes y cambiados de gloria en gloria, es que llegamos a apreciar el gran trabajo que Dios ha planificado para nosotros en el futuro, el trabajo divino de bendecir a todas las familias de la tierra, de ser sus agentes en la distribución de los obsequios celestiales que él ha proporcionado para todos los que llegarán a un acuerdo con él. Por ello, las Nuevas Criaturas encuentran que a medida que ellos crecen en gracia, mientras aprecian aun las glorias personales prometidas, ellos llegan a pensar de manera más particular en los privilegios que serán suyos a través de su herencia conjunta con su Señor, de dedicarse a la restitución y todas sus bendiciones multitudinarias a la pobre creación gimiente, elevando a tantos de ellos como puedan hasta la perfección humana de la que todos cayeron en Adán.

Este espíritu de amor, este deseo de dar, de ayudar a los demás, a medida que crece en nuestros corazones, nos conduce no solamente a la generosidad de pensamiento respecto de los demás, sino también a la generosidad de conducta, a la buena voluntad de sacrificar nuestro tiempo e influencia a favor de los demás, de modo que ellos puedan ser bendecidos con la luz de la Verdad Presente, como hemos sido bendecidos. Y este mismo espíritu nos conduce, si no tuviéramos el talento para enseñar o exponer, a usar nuestras actitudes de tiempo y oportunidad para la distribución de folletos, etc., con una palabra oportuna, aunque breve. Y nos conduce además, si también tenemos bendiciones económicas, a usarlo en el servicio del Señor, para la proclamación del Evangelio. Ciertamente, creemos que el Señor aprecia hoy en día, tanto como apreció el espíritu que estuvo en la pobre viuda que arrojó dos moneditas en el tesoro del Señor y cuya abnegación, exhibida en esta pequeña ofrenda, nuestro Señor la declaró dentro de su estimación y por ello en la estimación del Padre, como una persona generosa en lo más profundo de su corazón: “Más ésta, de su pobreza hecho todo el sustento que tenía” (Lucas 21:4). Por ello, en su camino ella estuvo trabajando por la causa en el mismo sentido que nuestro Señor. Él estuvo dando, no simplemente una vida, sino entregando su vida misma, cada día, cada hora, en el servicio de los demás; y finalmente en el Calvario, completando su misión divina.


(La siguiente parte del libro “La Nueva Creación” se publicará en la edición de enero - febrero de 2018)


Asociación De los Estudiantes De la Biblia El Alba