EVENTOS SOBRESALIENTES DEL ALBA

Cielos nuevos y tierra nueva

“Pero nosotros esperamos, según su promesa, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia.”
— 2 Pedro 3:13 —

Para los estudiantes sinceros de la Biblia las promesas de Dios son de vital importancia. Especialmente al ser testigos de la agitación, la incertidumbre y el mal presentes en el mundo entero en que vivimos. Una de las reconfortantes promesas de la Biblia se encuentra en nuestro texto: Dios establecerá un “cielo nuevo” y una “tierra nueva” en los cuales prevalecerá la justicia, en lugar del mal. El apóstol Pedro usa un lenguaje simbólico para describir esta promesa, pero en resumen significa que por autoridad divina Cristo establecerá en la tierra un gobierno nuevo y justo, a través del cual las promesas de paz de la Biblia “sobre la tierra” y “buena voluntad hacia los hombres” se cumplirán gloriosamente. —Lucas 2:14

Sin embargo la palabra inicial de nuestro texto es muy significativa pues indica que los nuevos cielos y la nueva tierra que ha prometido el Señor están en contraste con lo que Pedro había estado discutiendo. Yendo a los versículos precedentes del capítulo la razón es muy evidente. Había estado retratando un tiempo de destrucción y problemas diciendo que un “cielo” y “tierra” pasarían y que “los elementos ardiendo serán deshechos” —v. 10

Incluso esta imagen de destrucción no nos da el pleno significado del uso de Pedro de la palabra “pero”. La fuerza completa de ella se hace evidente sólo cuando leemos los vv. 3 y 4, que son la introducción a la lección general del capítulo, y que dicen: “Sabiendo primero esto, que en los postreros días vendrán burladores, andando según sus propias concupiscencias, y diciendo: ¿Dónde está la promesa de su advenimiento [griego: parusía, que significa ‘presencia’]? Porque desde el día en que los padres se durmieron, todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación”.

En Hechos 3:20-22 se cita al mismo Pedro afirmando que tras la segunda venida de Cristo habría “tiempos de restauración de todas las cosas” y que se había anunciado esta gloriosa obra a los “padres” por todos los santos profetas de Dios. Ahora, en su epístola, nos indica que cuando el Señor regresare y su segunda presencia fuese una realidad, algunos se burlarían. No verían evidencia visible de la presencia de Cristo y concluirían que todo continúa como desde la creación.

A través del testimonio de los profetas, los padres de Israel creyeron que la venida del Mesías traería bendiciones ricas y duraderas de paz, salud y vida. Uno de los textos que lo prueba, y que Pedro citó en su sermón, es la promesa hecha a Abrahán de que a través de su “simiente… todas las familias de la tierra” serían bendecidas. Los creyentes en estas promesas hechas a los padres y repetidas por Pedro tienen derecho a esperar que el regreso de Cristo traiga las bendiciones prometidas (Hechos 3:25; Gen. 12:3; 22:18) que fluyen hacia el mundo.

Es con este punto de vista con el que Pedro está de acuerdo cuando usa la palabra “pero”, pues continúa: “Nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia”. Sin embargo, Pedro, antes de llegar a este punto de su lección, nos recuerda que hay acontecimientos catastróficos en los asuntos mundiales que lo preceden y en preparación para las bendiciones disponibles a través de los nuevos cielos y de la nueva tierra.

Al presentar esta información, Pedro usa la ilustración y el lenguaje empleados por Jesús en su gran profecía referente al tiempo de su regreso y el fin de la edad presente. Jesús se refirió a ellas como los “días del Hijo del Hombre” y dijo que aquellos días serían “como en los días de Noé” y en los “días de Lot.” —Lucas 17:26-30

Refiriéndose a ello, Pedro dice que quienes se burlan y cuestionan la promesa de su presencia son “voluntariamente ignorantes”, porque deben tener en cuenta estos ejemplos de destrucción previa que Jesús había usado en su gran profecía. Así, Pedro nos recuerda los días de Noé diciendo: “que en el tiempo antiguo fueron hechos por la palabra de Dios los cielos, y también la tierra, que proviene del agua y por el agua subsiste, por lo cual el mundo de entonces pereció anegado en agua.” —2 Ped. 3:5-6

Entonces sigue dándonos el significado de la ilustración que Jesús usó e informa de que en el “día del Señor”, los presentes “cielos pasarán con gran estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas” (v. 10). Así, la lección general que Pedro presenta es evidente: Cristo regresa para establecer su reino y bendecir a todas las familias de la tierra; sin embargo, para lograrlo, la primera obra tras su regreso debe ser la destrucción del mundo de Satanás—“los cielos y la tierra, que existen ahora.” —v. 7

LENGUAJE PICTÓRICO

En nuestro estudio de la profecía de Pedro es importante darse cuenta del uso que da a los términos “cielos”, “tierra” y “elementos” como símbolos de los diversos aspectos de un orden mundial. Por ejemplo, en los versículos 5 y 6 citados anteriormente, habla del orden mundial, los cielos y la tierra, que desapareció en el momento del diluvio. Los cielos y la tierra físicos no pasaron, fue el orden mundial existente antes del Diluvio lo que fue destruido. Si bien es cierto que casi todas las personas murieron también, el punto que Pedro saca se basa de esta catástrofe es la importante consideración de que “el mundo [griego: kosmos, que significa ‘disposición ordenada’] de entonces pereció anegado en agua.” —v. 6

Hoy en día muchos estudiantes de la profecía están convencidos de que la generación actual está presenciando la destrucción de otro orden mundial, y que lo que ha estado ocurriendo en la tierra durante muchos años es el cumplimiento del pronóstico bíblico relacionado con este tiempo. Creen en el testimonio de la Biblia de que la tierra misma “permanece para siempre”, pero ven en los desmoronados sistemas del mundo y en el caos y trastorno general de la sociedad en todas partes el colapso de lo que el apóstol Pablo llama el “presente siglo malo.” —Eccl.1:4; Gál.1:4

Jesús predijo que resultaría un tiempo de “gran tribulación” tan severo que, a menos que terminara con la intervención divina, “nadie sería salvo” (Mat. 24:21-22). El Apóstol Pablo, identificando el mismo periodo con el “día del Señor”, dijo que entonces “la destrucción repentina” vendría sobre el mundo “como los dolores a la mujer encinta.” —1 Tes. 5:1-3

Estas y otras profecías acerca del fin del actual orden mundial describen con acierto lo que los estudiantes de la Biblia disciernen. El primer espasmo significativo de destrucción comenzó en 1914 y resultó en el derrocamiento de casi todos los gobernantes hereditarios de Europa. La segunda guerra mundial resultó en un debilitamiento adicional del tejido de la civilización.

Desde entonces han estallado innumerables guerras, grandes y pequeñas, por toda la tierra. Muchas aún hoy. A esto se suma la creciente decadencia moral del mundo, el extremismo religioso, el caos político, las incertidumbres económicas y la siempre presente amenaza de una guerra nuclear. La humanidad está agudizando su ingenio para resolver estos problemas. De hecho, la gran tribulación que predijo Jesús está ya seguramente sobre nosotros.

El potencial destructivo de la situación actual del mundo es muy grande. Podemos preguntarnos si la referencia de Pedro al “calor ferviente”, que hace que los elementos del actual orden mundial se derritan, podría no transmitir la idea de una devastación literal. En este tiempo de gran tribulación, “tal como no fue desde el principio del mundo”, seguramente habrá una destrucción generalizada, independientemente de cómo pueda producirse; sin embargo, pensamos que Pedro está hablando en gran parte con lenguaje simbólico.

SÍMBOLOS ESPIRITUALES Y TERRESTRES

Los símbolos en la Biblia se usan por su capacidad de ilustrar el tema tratado. En todas las civilizaciones establecidas han existido dos aspectos importantes, que en la Biblia se describen simbólicamente como “cielos” y “tierra”. Como sabemos, toda vida en la tierra literal está sometida de una u otra forma a las influencias ejercidas por los cielos: nuestras estaciones, nuestros años, nuestros días y nuestras noches están controlados por los cielos.

Debido a que el hombre fue creado a imagen de Dios, es por naturaleza un ser que se extiende en adoración y dependencia a un poder superior. Aunque la raza humana se ha apartado en gran medida del verdadero Dios, el Creador, el pueblo ha tenido respeto por las influencias religiosas en sus asuntos. En algunos casos se ha ejercido a través de varios tipos de dioses y en otros los gobiernos civiles han sido establecidos como objetos de veneración y adoración.

Es este aspecto de toda civilización, u orden mundial, lo que está simbolizado en la Biblia por los cielos, mientras que la tierra representa una sociedad organizada que está más o menos sujeta a tales cielos simbólicos. Es esta combinación la que Pedro describe como un “mundo”, o kosmos, como se dice en griego. Así, cuando Pedro habla de que los cielos y la tierra pasarán y de que los elementos se fundirán no está diciendo que el sol, la luna y las estrellas reales en los cielos y la tierra física con todos sus elementos serán destruidos.

La palabra “elemento”, como la usa Pedro, nos da una idea de lo que quiere decir y traduce una palabra griega que denota “un arreglo ordenado”. El apóstol Pablo utiliza esta misma palabra cuando escribe a los cristianos de Galacia y les habla de volverse hacia los “débiles y pobres rudimentos” (Gál. 4:9). Aquí se refiere a las ordenanzas de la antigua Ley Mosaica, de la cual los cristianos son libres. El punto es que usó la palabra para describir los arreglos y costumbres, elementos, por los cuales el pueblo había sido gobernado una vez, y Pedro lo usa de la misma manera.

La referencia de Pedro a los elementos de los cielos y de la tierra, sin embargo, es mucho más comprensiva. Y lo es porque está hablando de todas las leyes hechas por el hombre, morales, costumbres, puntos de vista, religiosos y civiles, por las cuales el actual orden social ha sido gobernado a través de los siglos, y nos dice que en el “día del Señor” se fundirán con calor ardiente.

Sin darse cuenta, la gente del mundo durante el siglo pasado con perspicacia para comprender la importancia de lo que ha estado ocurriendo se refiere a estos eventos como “fuego”. Durante la Primera Guerra Mundial, el Presidente Woodrow Wilson dijo: “El mundo está en llamas”. Cuando comenzó la segunda otro estadista se refirió a ella como “fuego de cuatro alarmas”. Este simbolismo se usa libremente en las profecías que predicen el fin del presente orden mundial.

Esta fundición simbólica de los elementos, por supuesto, resulta en una gran destrucción física. Se han reducido a escombros grandes porciones de muchos países durante las guerras, las revoluciones y el terrorismo que han plagado al mundo durante este proceso. Más significativo, sin embargo, ha sido el derretimiento de los elementos sociales, políticos, religiosos y morales que durante siglos se vieron como medida de estabilidad. Las ciudades y pueblos han sido reconstruidos, pero los esfuerzos para restaurar otros elementos de este orden mundial han fracasado.

La angustia, el miedo y la perplejidad general han resultado de la fundición de todos estos elementos del mundo actual. Millones de personas están enojadas y desilusionadas por la incapacidad de sus líderes para proporcionarles la paz y seguridad que consideran legítimas disfrutar. Independientemente de los niveles de estabilidad del pasado parecen ahora verse por muchos de los llamados jefes de la sociedad basados en leyes, costumbres y puntos de vista anticuados. Como resultado la ley y el orden generales, el respeto por el prójimo y la tolerancia a opiniones diferentes están desapareciendo rápidamente de la tierra. Todas estas condiciones son sin duda indicios de que el derretimiento de los elementos de este mundo está avanzando hacia la conclusión de la que habló Pedro: la desaparición del orden presente.

MUCHOS ELEMENTOS

Como sugieren los párrafos anteriores el mundo actual se compone de muchos elementos, tanto religiosos como civiles. No todos son malos en su totalidad, a pesar de las actuales condiciones mundiales. En medida en que las normas éticas y morales de la Biblia se han mantenido entre el pueblo las personas se han beneficiado de ellas, al igual que sus líderes. Sin embargo, estos ejemplos positivos son cada vez menos en comparación con la creciente degradación de la sociedad actual. Así, cuando Pablo habla del nuestro como “mundo malo” quiere decir que en el cuadro general el mal predomina.

En este mundo hay muchos elementos religiosos, de los que el Cristianismo, el Islam, el Hinduismo y el ateísmo son sólo algunos de los más notables. También hay muchos elementos civiles: el trabajo, el capital, lo social, lo moral, lo político; y de negocios y económicos. No requiere un discernimiento especial darse cuenta de que entre estos diversos elementos existe hoy día una fricción perjudicial, e incluso violenta, y que han perdido en gran medida la cohesión y la tolerancia anteriores que, en los siglos pasados, unía el mundo.

También es notable la tendencia cada vez mayor en todo el mundo hacia la laxitud en el cumplimiento de las restricciones anteriores, las leyes y las prácticas éticas en general. Se desacata el derecho local, nacional e internacional bajo el más mínimo pretexto. Los gobiernos y sus líderes olvidan sus promesas y responsabilidades. Estos ejemplos de infidelidad llegan a las comunidades, e incluso a los hogares, haciendo perder a las masas gradualmente el respeto por los principios más honorables alguna vez tenidos en estima.

Hay excepciones nobles a esta tendencia. Simplemente estamos describiendo el desarrollo general, que sigue esencialmente el mismo patrón en todo el mundo. En este y en otros países, hombres y mujeres honorables están haciendo arduos esfuerzos para contener la marea de decadencia social, política, moral y económica, pero en general los resultados son escasos.

LOS CIELOS SACUDIDOS

Entre las muchas señales que dio Jesús de la época de su segunda presencia y del fin de los tiempos fue que “las potencias de los cielos serán sacudidas” (Lucas 21:24-26) y predijo que como resultado los hombres desfallecerían de temor. ¡Qué cierto ha demostrado ser! Si la gente de todas las naciones creía hoy que los elementos religiosos de la sociedad pudieran ayudar a resolver los problemas actuales del mundo, con qué rapidez se disiparían sus temores.

Sin embargo, saben que no es posible. Algunos de los elementos religiosos más extensamente seguidos del mundo apoyan la violencia como base de su creencia; otros elementos cada vez mayores son de naturaleza atea, que tienen poco o ningún respeto por los conceptos religiosos del mundo que los rodea; incluso entre algunas de las religiones occidentales más tradicionales hay una creciente falta de respeto por los principios de rectitud. Sin duda que podemos ver que los poderes e influencias del mundo religioso, los cielos simbólicos, están siendo sacudidos hasta la médula.

Grupos de hombres y mujeres decididos en las iglesias participan en discusiones esperanzadoras y aprueban resoluciones que indican lo que piensan que deben hacer los líderes de sus respectivos países en distintas situaciones, pero se les presta poca atención. Incluso entre los que profesan afiliación religiosa, la gran mayoría opta por no involucrarse. Por ejemplo, en Estados Unidos más del ochenta por ciento de las personas afirman tener alguna afiliación religiosa, pero sólo el veinte por ciento asiste a servicios religiosos con cierta regularidad. En muchos otros países la situación es igualmente desalentadora desde el punto de vista de la participación religiosa.

Estamos llamando la atención sobre este cuadro no para criticar ni condenar los elementos religiosos del mundo actual, sino sobre los hechos y las condiciones que están cumpliendo las profecías bíblicas de los acontecimientos que se producirán al final de la presente edad. Afortunadamente, estas condiciones pronto llegarán a su fin, dando paso al establecimiento de los nuevos cielos y la nueva tierra divinamente prometidos.

NUEVOS CIELOS Y NUEVA TIERRA

Junto con el derretimiento de los diversos elementos del mundo actual ha habido un aumento sin precedentes de conocimiento en todas las áreas de investigación. Esto también fue profetizado en las Escrituras. Daniel, al hablar del “tiempo de angustia” y del “tiempo del fin”, dijo que “muchos correrán de aquí para allá, y la ciencia se aumentará” (Dan. 12:1 y 4). La ciencia médica es sólo uno de los muchos ejemplos: se han hecho excepcionales progresos, especialmente en el mundo occidental, para la erradicación, el tratamiento y la atención preventiva de las enfermedades. La esperanza de vida media en muchos países se ha triplicado desde finales del siglo XIX.

Esto no significa que el hombre por sí mismo encuentre una manera de vivir para siempre. El poder de la vida se sostiene bajo el control divino y la bendición de la vida eterna llegará al pueblo sólo a través de los nuevos cielos y la nueva tierra que Dios ha prometido. ¡Cuán múltiples serán las bendiciones prometidas por Dios! La paz, universal y eterna, será una de ellas. Junto con sus fieles asociados Cristo Jesús será el gobernante justo de ese nuevo orden mundial. Murió por sus súbditos para poder ofrecerles salud y vida (1 Ped. 3:18; Isa. 53:4-6; Juan 6:51; Rom. 5:6-8) Así, Cristo gobernará no sobre una raza moribunda, sino sobre una raza a la que se le dará una oportunidad de ser restaurados a la perfección mental, moral y física, y de vida para siempre. —Lucas 19:10; Hechos 3:21; 1 Tim. 2:3-6

¿Por qué, puede alguien preguntar, se describe a ese nuevo reino, ese nuevo orden mundial, de la Biblia como un nuevo cielo y una nueva tierra? Es por la misma razón por la que el mundo antes del Diluvio y este “presente siglo malo” se describen simbólicamente. El nuevo mundo de Dios también tendrá sus aspectos espirituales y materiales. Cristo, junto con su iglesia, será el gobernante espiritual en los nuevos cielos, la fuente de los elementos justos y santos en ese nuevo mundo. La clase de “iglesia” está compuesta por aquellos descritos por Pablo que sufren con Cristo, para que también puedan reinar con él. —Rom. 8:17; 2 Tim. 2:12; Apoc. 20:6

La clase de Cristo, Jesús y la iglesia, ejercerá su autoridad gobernante a través de representantes humanos. Éstos, creemos, serán los antiguos profetas resucitados y otros fieles de edades pasadas. Para empezar, constituirán los representantes justos y los maestros de la nueva tierra. Poco a poco, sin embargo, todos los voluntarios y obedientes de la humanidad se asociarán con estos “príncipes” en un orden mundial basado en elementos de paz y rectitud. Bajo la influencia de estos elementos se recordará el nombre de Dios “en todas las generaciones, por lo cual te alabarán los pueblos eternamente y para siempre.” —Sal. 45:16-17

Como explica el salmista, estos “príncipes” han de ser los que antes eran considerados los “padres” en Israel. En cuanto a su posición en el nuevo orden mundial de Dios, Jesús dijo que el pueblo vendría del este, del oeste, del norte y del sur y se sentaría con Abrahán, Isaac, Jacob y todos los profetas (Lucas 13:28-29) Esto indica que estos padres fieles serán reconocidos por toda la humanidad como maestros bajo Cristo.

Las fases espirituales y terrenales del reino de Dios, los nuevos cielos y la nueva tierra, también se describen simbólicamente como “Sion” y “Jerusalén”. El profeta Isaías usa este simbolismo diciendo: “Y vendrán muchos pueblos y dirán: venid y subamos al monte de Jehová, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová.” —Isa. 2:3

Será porque se darán a conocer a la gente las justas leyes de Dios, y aplicadas, que la justicia predominará y prevalecerá en los nuevos cielos y tierra prometidos. En cada rincón de la tierra, esto resultará en batir “espadas en arados” y “lanzas en hoces”, porque “no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra.” —v. 4

Individualmente, significará que cada hombre se sentará “debajo de su vid y debajo de su higuera; y no habrá quien los amedrente; porque la boca de Jehová de los ejércitos lo ha hablado” (Miq. 4:4). La morada bajo la viña y la higuera sugiere paz, seguridad económica y prosperidad. Ahora el mundo teme al futuro, sin embargo, ninguno tendrá miedo, porque todos se darán cuenta de que se ha establecido un nuevo orden mundial en el que el divino Cristo es el centro, el justo gobernante, “el Padre eterno” y “el Príncipe de Paz.” —Isa. 9:6-7

La referencia del apóstol Pedro en nuestro texto inicial a la promesa de Dios de nuevos cielos y una nueva tierra, se dio primero por Isaías: “Porque he aquí que yo crearé nuevos cielos y nueva tierra; y de lo primero no habrá memoria, ni más vendrá al pensamiento. Mas os gozaréis y os alegraréis para siempre en las cosas que yo he creado… No habrá más allí niño que muera de pocos días, ni viejo que sus días no cumpla; porque el niño morirá de cien años, y el pecador de cien años será maldito. Edificarán casas, y morarán en ellas; plantarán viñas, y comerán el fruto de ellas. No edificarán para que otro habite, ni plantarán para que otro coma; porque según los días de los árboles serán los días de mi pueblo.” —Isa. 65:17-22

En la isla de Patmos, el apóstol Juan, en visión, vio el cumplimiento de esta promesa. Mientras que la profecía dada a través de Isaías declara que en los nuevos cielos y tierra nueva ya no habrá “niño que muera de pocos días”, Juan recibió una visión más completa al afirmar que “ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron.” —Apoc.21:1-4

Sigamos entonces buscando los nuevos cielos y la nueva tierra prometidos. Es este nuevo reino y su gobierno el único que resolverá los actuales problemas desconcertantes de una raza maldita y moribunda por el pecado. Con esta esperanza ante nosotros, comprenderemos el significado de los acontecimientos que están causando que los elementos del presente orden mundial se derritan y no nos alarmaremos por el resultado. De hecho, como advirtió Jesús, vamos a levantar nuestras cabezas, sabiendo que nuestra “liberación se acerca.” —Lucas 21:28, Nuevo Testamento de Weymouth.



Asociación De los Estudiantes De la Biblia El Alba