DOCTRINA Y VIDA CRISTIANA

La Nueva Creación:
“Orden y Disciplina en la Nueva Creacion”
Parte XXIII

Otro tipo de reunión que ha demostrado ser muy ventajoso en el estudio de la Palabra se conoce como un “círculo Bereano para el estudio de la Biblia”. Estos no son simplemente círculos de lectura, sino un estudio sistemático del Plan Divino en todas sus fases, seguido punto por punto. Los distintos volúmenes de los ESTUDIOS DE LAS ESCRITURAS (SCRIPTURE STUDIES), que tratan los temas, en un orden consecutivo y relacionado, constituyen (con la Biblia) los libros de texto para estos estudios de la Biblia; pero para el provecho de estas clases es necesario que el coordinador y la clase deban diferenciar claramente entre lectura y estudio. Hasta donde se relaciona con la lectura, todos los estimados amigos pueden también, o quizás mejor, hacer su lectura ellos mismos en casa. El objetivo de estos estudios es tomar una cierta porción de cada tópico como se presente en uno o más párrafos, y discutirlo profundamente entre ellos mismos, citando pasajes colaterales de las Escrituras, etc., y ventilando a fondo la materia, y si es posible, consiguiendo que cada miembro de la clase exprese su pensamiento con relación a la materia en particular bajo consideración, procediendo luego al siguiente tópico. Algunos de estos círculos bereanos han demorado uno o dos años para el estudio de un solo volumen de ESTUDIOS DE LAS ESCRITURAS (SCRIPTURE STUDIES), y eso para ganar interés y provecho.1

1 Hay reuniones de este tipo que se celebran en varias localidades, y de manera más conveniente en las noches para que los amigos asistan a cada una de ellas, las que son conducidas por varios hermanos ancianos. En español no están disponibles todos los tomos.

“Cada uno esté plenamente convencido en su propia mente.”
—Romanos 14:5—

Todas las mentes lógicas se deleitan al llegar a una decisión, si es posible, con respecto a cada punto de la verdad; y el Apóstol declara que cada miembro de la Iglesia debería esforzarse por alcanzarla para sí mismo, “en su propia mente”. Sin embargo, es un error común intentar aplicar esta buena regla personal a la Iglesia o a una clase en el estudio de la Biblia, intentar forzar todo a decidir exactamente la misma conclusión con respecto al significado de la Palabra del Señor. Es apropiado que nosotros debamos desear que todos puedan “coincidir”, pero no es razonable esperar esto cuando nosotros sabemos que todos han caído de la perfección, no solamente de cuerpo, sino también de mente, y que estas desviaciones se dan en varias direcciones, como lo demuestran las varias formas de opiniones que se encuentran en cualquier reunión de personas. Los distintos tipos y grados de educación también son factores importantes que ayudan o dificultan la unidad de opiniones.

Pero el Apóstol, ¿no da a entender que todos nosotros debemos preocuparnos por las mismas cosas?, y que ¿todos nosotros seremos instruidos por Dios de modo que todos tendremos el espíritu de una mente sana?, y que ¿nosotros deberíamos esperar crecer en gracia y conocimiento, edificándonos los unos a los otros en la santísima fe?

Sí, todo esto es cierto, pero no se da a entender que todo se logrará en una sola reunión. El pueblo del Señor no solamente ha desarrollado diferentes opiniones, y diferencias en la experiencia o educación, sino que ellos tienen diferentes edades como Nuevas Criaturas: bebés, jóvenes, adultos. Por ello no nos debe sorprender si algunos son más lentos que otros para comprender y en consecuencia más lentos para ser completamente convencidos en sus propias mentes con respecto a algunas de “las cosas profundas de Dios”. Ellos deben captar las ideas fundamentales, de que todos eran pecadores, que Cristo Jesús, nuestro líder, nos redimió mediante su sacrificio que finalizó en el Calvario, que ahora estamos en la Escuela de Cristo para recibir las enseñanzas y ser preparados para el Reino y su servicio, y que nadie entra a esta Escuela excepto en la consagración de su todo al Señor. Todos deben ver estas cosas y expresar su conformidad siempre y de manera completa, de lo contrario no podríamos reconocerlos como hermanos bebés en la Nueva Creación, pero todos nosotros necesitamos tener paciencia los unos a los otros, y tolerancia con las peculiaridades de los demás, y detrás de esto debe estar el amor, incrementando toda gracia del espíritu a medida que alcanzamos cada vez más cerca su plenitud.

Siendo esto así, todas las preguntas, todas las respuestas y todas las observaciones (en las reuniones en las que participan varios) deberían ser para toda la compañía presente (y no de modo personal para nadie ni para cualquier grupo), y deberían por ello ser dirigidas al Presidente, quien representa a todos, excepto cuando el Presidente pueda por conveniencia requerir que el orador encare y se dirija directamente a la audiencia. En consecuencia también, después de haber expresado su propia opinión, cada uno debe escuchar en silencio las opiniones de los demás y no sentirse llamado a debatir o a repetir su posición. Habiendo usado su oportunidad, cada uno debe confiar que el Señor guíe, enseñe y muestre la verdad, y no debería insistir en que todos deben apreciar cada punto como él los aprecia, ni tampoco como lo aprecia la mayoría. “Unidad en los puntos esenciales, caridad en los no esenciales”, es la regla apropiada que se debe seguir.

Sin embargo, coincidimos en que cada punto de la verdad es importante y que el más pequeño punto de error es injurioso, y que el pueblo del Señor debería orar y esforzarse por la unidad en el conocimiento, pero no esperamos que esto se logre mediante la fuerza. La unidad de espíritu respecto de los primeros principios básicos de la verdad es la cosa importante, y cuando esto se mantiene debemos confiar que nuestro Señor guiará a todos los que la posean dentro de toda verdad oportuna y necesaria para él. Es en relación a esto que los líderes del rebaño del Señor necesitan una sabiduría especial, amor, fuerza de carácter y claridad en la Verdad, de manera que al concluir cada reunión el que haya liderado sea capaz de resumir las conclusiones de las Escrituras y dejar a todas las mentes bajo su bendita influencia (expresándose de manera clara, positiva, afectuosa) pero nunca dogmáticamente, excepto respecto de los principios fundamentales.

Servicios funerarios

En ocasión de los funerales, cuando prevalece la solemnidad entre los amigos presentes, el cadáver frío y silencioso, los corazones heridos y los ojos llorosos, el crespón, etc., todos ayudan a poner de manifiesto la lección general de que la muerte no es amiga de la humanidad, sino su enemiga. Por ello, tales ocasiones son muy favorables para la presentación de la Verdad. Muchos de los que ahora están interesados en la Verdad Presente recibieron sus primeras impresiones de ésta a través de un discurso de funeral. Además, muchos que pudieran ser muy prejuiciosos, muy temerosos de oponerse a los deseos de sus amigos como para asistir a cualquiera de los ministerios regulares de la Verdad, asistirán y escucharán en tal ocasión. Por consiguiente, recomendamos que tales oportunidades sean usadas de manera tan efectiva como las circunstancias lo permitan. Cuando el fallecido es un creyente, y su familia se oponga, éste mientras esté moribundo debería hacer una solicitud de que alguien que represente la Verdad se dirija a los dolientes en ocasión de su funeral. Si el fallecido fuera un niño, y los padres están en la Verdad, no habría dudas respecto del asunto, pero si solamente uno de ellos estuviera en simpatía y el otro en oposición, las responsabilidades del asunto recaerían en el padre, aunque la esposa tendría el perfecto derecho de presentar su opinión del asunto a su esposo, y él debería dar a las sugerencias de ella la consideración razonable; no obstante, sin eludir su propia responsabilidad con Dios como el jefe de la familia.

En muchas de las pequeñas compañías hay hermanos bastante calificados para hacer un discurso interesante y provechoso, conveniente para tal ocasión, sin ninguna sugerencia por parte de nosotros ni de nadie, pero en la mayoría de los grupos pequeños de consagrados se carece del talento especial para tal discurso, y es por esta razón que ofrecemos algunas sugerencias respecto de un método provechoso de conducir tales servicios. El hermano que conduce el servicio sería preferiblemente alguien que no tenga un parentesco cercano con el fallecido, y aun si no hubiera nadie más que un pariente cercano, no sería impropio que un hijo o un esposo o un padre conduzca el servicio. A menos que sea bastante versado con la oratoria y familiarizado con el asunto, su mejor plan podría ser adaptar a su uso particular y a la ocasión las sugerencias que se dan a continuación, escribiéndolas en forma de manuscrito, del cual él leería a los amigos reunidos. El escrito debería ser a mano o impreso, y debería ser leído varias veces en voz alta antes de intentar hacerlo en público, de manera que pueda ser tan claro y sin complicaciones y fácilmente comprensible como sea posible. Sugeriríamos además que si no se encuentra a ningún hermano competente para la ocasión, no sería impropio que una hermana haga la lectura, llevando algún tipo de cubierta en la cabeza.

Ofrecemos las siguientes sugerencias para la conducción del servicio y para un discurso en el funeral de un hermano en el Señor:

(1) Comenzar el servicio cantando algún himno apropiado con una melodía moderadamente baja del Himnario “La Aurora del Milenio” como, por ejemplo, “Roca de la Eternidad”, “Más Cerca, Oh Dios, de Ti”, “Divina Luz”, “Muchos Duermen, Pero No Por Siempre” u otro.

(2) Si cualquiera de la familia fuera miembro de las iglesias confesionales, y deseara que su ministro tenga asignada alguna parte en el servicio, lo más apropiado para esto sería que lea algunos versículos de las Escrituras sobre la resurrección, o que ofrezca una oración o ambas cosas. Si no hubiera tal requisito, omitan este punto (2) y pasen del (1) al (3).

(3) Esquema sugerido de un discurso de funeral

Queridos amigos: Estamos reunidos para ofrecer un tributo de respeto a la memoria de nuestro amigo y hermano, cuyos restos materiales estamos por dar sepultura, polvo sobre polvo, cenizas sobre cenizas. No obstante el hecho de que no haya nada más común en el mundo que la muerte y los procesos de enfermedad, dolor y aflicción que la acompañan; sin embargo, encontramos que, como seres inteligentes, es imposible acostumbrarnos a semejante separación penosa de los lazos de amistad, del hogar, de amor, de hermandad. Aun también es penoso curar la herida como nosotros lo haremos, como lo declara el Apóstol, como cristianos, “no nos afligimos como otros que no tienen esperanza”. Y aquí, hoy en día, no podría ser más apropiado que un examen de esta magnifica esperanza, establecida ante nosotros en el Evangelio como el bálsamo de Galaad, que es capaz de sanar las aflicciones como nadie podría hacerlo.

Sin embargo, antes de considerar las esperanzas establecidas en el Evangelio (la esperanza de la resurrección del fallecido, la esperanza de una vida futura en una condición mucho más feliz que la presente) nos preguntamos: ¿Por qué necesitaríamos tal esperanza? ¿Por qué no deberíamos más bien ser eximidos de la muerte en lugar de recibir una esperanza de resurrección? ¿Por qué permite Dios que vivamos unos pocos días o años, y además llenos de dificultades?, ¿por qué somos entonces cortados como el césped que se marchita? y ¿por qué las fibras sensibles de nuestros corazones son rotas, y los planes del hogar y de la familia son alterados por este gran enemigo de nuestra raza que es la muerte, que durante los pasados seis mil años se ha cobrado, miles de millones de seres humanos, nuestros hermanos con relación a la carne, hijos de Adán? Para las mentes reflexivas no hay preguntas más interesantes que éstas.

Los no creyentes nos dicen que, siendo simplemente el grado más superior de los animales; nacemos, vivimos y morimos como las bestias animales y que no hay vida futura prevista para nosotros. Pero mientras nos estremecemos con semejante idea y somos incapaces de demostrar lo contrario mediante cualquier experiencia propia, como hijos de Dios hemos escuchado la Palabra de nuestro Padre “hablando de paz a través de Jesucristo nuestro Señor”. El mensaje de paz, que nuestro Redentor nos da como sus seguidores, no es una negación de los hechos del caso, ni una declaración de que no hay dolor ni aflicción ni muerte, sino lo contrario a esto. Él declara: “Yo soy la resurrección y la vida”. Él nos dice nuevamente que “todos los que están en sus tumbas escucharán su voz y saldrán”. ¡Ah, esta contradicción de la voz de los incrédulos es dulce para nosotros! Nos trae esperanza, y la esperanza trae paz a medida que aprendemos a conocer y a confiar en el Padre y también en el Hijo, cuyas palabras hemos escuchado y quien está llevando a cabo los misericordiosos planes del Padre.

Pero si el Señor nos da la esperanza de una resurrección, y si el mensaje de la resurrección trae paz, descanso y esperanza, es apropiado preguntar: ¿Por qué Dios primero debería llevar al hombre a la muerte y luego más tarde, mediante la resurrección, decirle a la humanidad en el lenguaje del salmista (Salmos 90:3) “Vuelves al hombre hasta ser quebrantado, y dices: convertíos, hijos de los hombres” ¿Por qué no haberlos mantenido con vida? ¿Por qué no impedir la aflicción, el dolor y la muerte? Respondemos que las Escrituras, y solamente ellas, nos dan una explicación de las condiciones actuales: ninguna otra fuente nos da la más mínima luz sobre el asunto. Su testimonio es que Dios originalmente creó nuestra raza perfecta, justa, a su propia imagen y semejanza, y que por la desobediencia de nuestros primeros padres cayeron de ese estado noble, bajo el castigo del pecado, que es la muerte, y que este castigo por el pecado que fue pronunciado contra el padre Adán involucra a toda su raza de un modo natural. El pecado aumentó con el devenir de las generaciones humanas y las enfermedades, el dolor y la salud de igual manera se deterioraron.


(La siguiente parte del libro “La Nueva Creación” se publicará en la edición de septiembre - octubre de 2017)


Asociación De los Estudiantes De la Biblia El Alba