EVENTOS SOBRESALIENTES DEL ALBA

En los pasos del Cordero

“Éstos son los que siguen al Cordero por dondequiera que va. Éstos fueron redimidos de entre los hombres como primicias para Dios y para el Cordero.” — Apocalipsis 14:4

EL “CORDERO” es uno de los títulos simbólicos que las Escrituras aplican a Jesús. En Apocalipsis 5:6 Juan describe la visión del trono de Dios y dice “que en medio del trono… estaba en pie un Cordero como inmolado.” Aquí se revela la lección que se desprende del simbolismo del cordero: es un “cordero como inmolado”, que denota un sacrificio total y completo, hasta la muerte. Si bien ésta es la primera referencia al Cordero en el Libro del Apocalipsis, este símbolo de sacrificio en relación con el resultado del plan de Dios es prominente a través de la Biblia.

Dios dijo a Adán y Eva que si transgredían su ley morirían: “El día que de él comieres, ciertamente morirás.” (Gén. 2:17) Así, al comer del fruto prohibido, se les condenó a muerte. También dijo a la serpiente que la simiente de Eva (Gén. 3:14-15) “te herirá en la cabeza.” Esta declaración, aun en velado lenguaje simbólico, implicaba que de alguna forma, aún no revelada, se erradicarían los resultados de la victoria de Satanás sobre nuestros primeros padres.

Más tarde los dos hijos de Adán y Eva trajeron ofrendas al Señor. La de Caín consistió en el fruto de la tierra mientras que Abel ofreció los primogénitos de sus ovejas, corderos (Gén. 4:2-5). Leemos en Hebreos 11:4 que “por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín.” Por la fe de Abel en ofrecer este más excelente sacrificio, debe haberle revelado el Señor de alguna forma qué tipo de ofrenda le sería aceptable.

Es dudoso que Abel entendiera por qué la ofrenda de un cordero sería agradable al Señor; sin embargo, a la luz del plan de Dios desarrollado a lo largo del resto de la Palabra de Dios, ahora podemos entenderlo. Nuestros primeros padres pecaron y fueron condenados a muerte. Esa condena pasó a su descendencia, porque toda persona iba a nacer en el pecado. Sin embargo, Dios había hecho una declaración que implicaba que de alguna forma el pecado debía remitirse, que resultaría en una liberación de la sentencia de muerte. Por lo tanto, muy pronto en el desarrollo de su plan Dios comenzó a revelar, utilizando el símbolo del cordero, que “sin derramamiento de sangre no se hace remisión.” —Heb. 9:22

BENDICIONES PROMETIDAS PARA TODOS

Unos dos mil años más tarde en la experiencia humana, el simbolismo del cordero llama de nuevo nuestra atención, esta vez en relación con el trato de Dios con Abrahán. Dios prometió a este fiel patriarca que a través de su “simiente” serían benditas todas las familias de la tierra. (Gén. 12:3) La fe de Abrahán se puso a prueba en la espera del nacimiento de esta simiente prometida. No entendió que la simiente de la que hablaba Dios en su promesa era Cristo. —Gal. 3:8 y 16

Después de muchos años de espera les nació Isaac a Abrahán y Sara. Según su entendimiento Isaac fue la simiente de la promesa. Sin embargo, cuando este hijo amado llegó a la madurez, Dios le pidió a Abrahán que se lo ofreciera en holocausto. (Gén. 22:1-19). Abrahán había desarrollado una gran fe en Dios y en sus promesas y creía que si lo ofrecía en sacrificio, Dios lo levantaría de entre los muertos para cumplir su promesa de bendecir a través de él a todas las familias de la tierra. (Heb. 11:17-19) Por tanto, Abrahán procedió a cumplir con la solicitud de Dios.

En consecuencia, vemos a Isaac tumbado en un altar para ser sacrificado y a Abrahán con un cuchillo en alto para sacrificarlo. Aquí se nos informa de una verdad importante en relación con el plan de Dios: antes de poder bendecir a todas las familias de la tierra a través de la descendencia de Abrahán, un amoroso Padre debe renunciar a su Hijo en sacrificio. A medida que las Escrituras continúan desarrollando el plan de Dios para la salvación del mundo, aprendemos que el padre que da a su hijo en sacrificio es nuestro amoroso Padre Celestial, que ha dado a su “Hijo unigénito” para la redención y la salvación del mundo. (Juan 3:16) Se proveyó un carnero, o cordero, como sustituto de Isaac, que representaba a Dios que proveía a su amado Hijo como Cordero, y por medio de su sacrificio bendeciría a toda la humanidad.

LIBERACIÓN DE EGIPTO

Siglos después de la época de Abrahán, sus descendientes eran esclavos del faraón de Egipto y Dios les envió a Moisés para liberarlos. Faraón, que en esta situación bien podía representar a Satanás, el Diablo, no estaba dispuesto a liberar a los hebreos de la esclavitud. Se infligieron varias plagas a Faraón y a su pueblo, siendo la última la muerte de los primogénitos. Algunas de ellas también cayeron sobre los israelitas.

Dios dio instrucciones a Moisés y Aarón en cuanto a cómo el pueblo de Abrahán podía salvar a sus primogénitos de la muerte. Cada familia debía matar un cordero y rociar con su sangre las jambas y los dinteles de sus casas; durante la noche debía comerse el cordero. Bajo la protección de la sangre rociada se salvaron de la muerte los primogénitos de los hebreos y al día siguiente todos los israelitas fueron liberados de la esclavitud de Egipto. (Ex 12:1-13, 28-42 y 50-51) Una vez más, el simbolismo del Cordero inmolado llama drásticamente nuestra atención.

Observamos que la sangre del cordero trajo la salvación a los primogénitos de Israel. En Hebreos 12:23 el apóstol Pablo habla de la “congregación (iglesia) de los primogénitos”. Las Escrituras revelan también que, tras la salvación de la iglesia de los primogénitos durante la época actual, toda la humanidad será liberada de la esclavitud del pecado y de la muerte; lo cual es posible a través del cordero inmolado y se ilustra por la liberación de Israel de la mano de Faraón.

“AL MATADERO”

Las profecías del Antiguo Testamento también se refieren al Cordero inmolado. En Isaías leemos: “Jehová desnudó su santo brazo ante los ojos de todas las naciones, y todos los confines de la tierra verán la salvación del Dios nuestro.” (Isa. 52:10) El “brazo” del Señor es Jesús exaltado en Su gloria real, la simiente a través de la cual todas las familias de la tierra serán bendecidas. ¡Qué tranquilizador que a través de él “todos los confines de la tierra verán la salvación del Dios nuestro!”

Sin embargo, en el siguiente capítulo Isaías pregunta: “¿Quién ha creído a nuestro anuncio? ¿Y sobre quién se ha manifestado el brazo de Jehová?” En lugar del brazo de Dios que se revela a todas las naciones, como había visto Isaías en su visión profética previa, ahora ve a Cristo “sin atractivo para que le deseemos. Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos.” —Isa. 53:1-3

Isaías continúa la descripción profética del rechazo al cual Jesús fue sometido por el pueblo y de las crueles persecuciones infligidas sobre él. En el versículo 7 leemos: “Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca.” Así, el que estaba destinado en el Plan de Dios a traer la redención y la liberación a “todos los confines de la tierra” primero se convirtió en el Cordero inmolado.

EL CORDERO IDENTIFICADO

Juan el Bautista identificó el Cordero predicho en el Antiguo Testamento. Al ver acercarse a Jesús dijo: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.” (Juan 1:29) Hablando bajo la inspiración del Espíritu Santo, Juan pudo no haber entendido la importancia completa de sus declaraciones. Para nosotros, sin embargo, está claro que estaba hablando de quien era el antitipo del cordero que Abel ofreció a Dios. También fue el cordero prefigurado provisto por Dios como sustituto de Isaac sobre el altar del sacrificio. Aquí es el tipificado por el cordero sacrificado de la Pascua de Israel y el predicho por Isaías como el “cordero al matadero”, el verdadero Cordero, “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.”

En corroboración con el testimonio de Juan, el apóstol Pablo se refiere a Jesús como “nuestra Pascua”, que lo identifica como el cordero antitípico de la Pascua de Israel (1 Cor. 5:7) y Pedro también confirmó esta misma verdad al escribir: “Sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación: ya destinado desde antes de la fundación del mundo.” —1 Ped. 1:18-20

Así, el simbolismo del Cordero se traza a través del Antiguo y Nuevo Testamento, encontrando su punto culminante en el Libro del Apocalipsis. En esta visión, Juan ve el “Cordero como inmolado” como el que se encontró digno de “abrir el libro” sellado “en la mano derecha del que estaba sentado en el trono.” (Apoc. 5:1-7). Más tarde, ve al Cordero en el “Monte Sión” y el momento de “las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado” y, por último, “un río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero.” —Apoc. 14:1; 19:7; 22:1

EL CORDERO EXALTADO

Asociada con muchas referencias bíblicas al Cordero inmolado hay otra línea de testimonio profético bastante diferente en carácter. Pedro resume este testimonio adicional diciendo que el Espíritu Santo, por boca de los profetas, “anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos.” (1 Ped. 1:11). Muchas de las profecías de los sufrimientos de Cristo, mostradas en parte por el simbolismo del Cordero inmolado, revelan también las maravillosas promesas de la exaltación y la gloria del Cordero que seguiría a su sufrimiento y muerte.

Una maravillosa descripción de esta gloria prometida se presenta en los versículos siguientes a los anteriormente citados de Apocalipsis, capítulo 5. En esta representación posterior Juan escribe: “Y oí la voz de muchos ángeles alrededor del trono: … y su número era millones de millones, que decían a gran voz: El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la honra, la gloria y la alabanza. Y a todo lo creado que está en el cielo y en la tierra,… y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir: Al que está sentado en el trono y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos.” —vv. 11-13.

Lo cual está en consonancia con que en el capítulo catorce, como se señaló anteriormente, nos encontramos al Cordero de pie sobre el monte Sión. Después de haber sido recompensado con “la gloria que debería seguir”, ahora está altamente exaltado. Se ha sugerido que en el reino animal cuando se deja a las ovejas y a las cabras deambular libremente invariablemente las cabras trepan a las cimas de las colinas mientras que las ovejas normalmente buscan los valles y los lugares bajos. Para Juan debe haber sido bastante inusual haber visto al Cordero en el monte Sión.

Esto saca a la luz una verdad vital acerca de Jesús, el Cordero de Dios. No alcanzó su elevada posición en el monte Sión por medio de su propia exaltación. Al ser semejante a una oveja, había buscado los lugares bajos. Jesús se humilló a sí mismo y, por ello, su Padre Celestial lo exaltó. Pablo llama la atención sobre ello: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no meditó una usurpación para ser igual a Dios, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.” —Fil. 2:5-11, Diaglotón Enfático de Wilson.

En Hebreos 12, se nos da otro ejemplo de la humildad de Jesús, que dio lugar a su exaltación por Dios. Aquí Pablo nos exhorta a mirar a Jesús como guía en nuestros propios esfuerzos para ser agradable al Padre Celestial. Leemos: “Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios. Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar en sus mentes. Porque aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado.” —vv. 2-4

“CONTRADICCIÓN DE PECADORES”

Jesús soportó una contradicción casi constante de los pecadores desde el comienzo de su ministerio hasta el final, cuando en la cruz exclamó: “Consumado es.” (Juan 19:30) Esta contradicción fue tanto en cosas pequeñas como en asuntos de gran importancia, incluso se contradicen las grandes verdades concernientes a su vida: Él era el Hijo de Dios, pero esto fue contradictorio; vino a la tierra para ser el Mesías y el rey de Israel, pero esto también fue contradictorio. De hecho, fue la contradicción de estos hechos vitales con respecto a Jesús lo que condujo a su crucifixión.

Al ser bautizado Jesús se oyó decir a su Padre Celestial: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia.” (Mat. 3:17) Cuarenta días después, en el desierto, Jesús fue confrontado por Satanás. El diablo lo llevó en visión a la santa ciudad, le puso sobre el pináculo del templo y le dijo: “Si eres Hijo de Dios, échate abajo; porque escrito está: a sus ángeles mandará acerca de ti, y, en sus manos te sostendrán para que no tropieces con tu pie en piedra.” —Mat. 4:5-6.

Jesús venció la tentación replicando: “Escrito está…: No tentarás al Señor tu Dios.” (v. 7) Cuarenta días antes el Padre Celestial le había dado la certeza de su filiación y tenía plena confianza en el hecho de que era el Unigénito de Dios. Sabía que habría sido incorrecto hacer cualquier cosa en el camino de la búsqueda de confirmación adicional, especialmente una cosa tan tonta como saltar desde el pináculo del templo.

Satanás también lo tentó en relación con su realeza. Leemos: “Le llevó el diablo a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos; y le dijo: Todo esto te daré, si postrado me adorares.” (vv. 8 y 9) Jesús sabía que en el debido tiempo del Padre asumiría la gobernación de los reinos de este mundo y no propuso entrar en esta herencia en los términos del diablo, y respondió: “Escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás.” —v. 10

Santiago escribió que si resistimos al diablo huirá de nosotros. (Santiago 4:7) Sin embargo, no hay ninguna garantía de que no vaya a intentarlo de nuevo, y lo hizo con Jesús. Estas tentaciones de Satanás sentaron las bases para gran parte de la “contradicción de pecadores” contra el Maestro. El adversario estaba siempre alerta para continuar la campaña, particularmente hacia el final del ministerio de Jesús.

Cuando la multitud llegó de Jerusalén a Getsemaní para arrestar a Jesús, les dijo a los líderes religiosos: “Habiendo estado con vosotros cada día en el templo, no extendisteis las manos contra mí; mas ésta es vuestra hora y la potestad de las tinieblas.” (Lucas 22:53) Anteriormente, Jesús había dicho que estos hipócritas religiosos eran de su “padre el diablo.” (Juan 8:44) Satanás es el príncipe de las tinieblas y la observación de Jesús, “ésta es vuestra hora”, implica que a Satanás se le permitiría entonces hacer lo que quisiese con Jesús. Con esto en mente observemos algunos detalles de lo que ocurrió en estas últimas horas de la vida terrenal de Jesús, porque al llevarle como cordero al matadero nos encontramos con el clímax de la contradicción de los pecadores contra él.

FILIACIÓN Y REALEZA RECHAZADOS

Jesús fue arrestado y llevado a la casa del sumo sacerdote, donde fue torturado y humillado hasta la mañana siguiente. Luego se le condujo al concilio de los ancianos del pueblo, los principales sacerdotes y los escribas donde le preguntaron todos: “¿Luego eres tú el Hijo de Dios?” (Lucas 22:66 y 70). A lo que Jesús respondió: “Vosotros decís que lo soy.” Para sus perseguidores esto era una confesión, pues dijeron: “¿Qué más testimonio necesitamos? Porque nosotros mismos lo hemos oído de su boca.” —vv. 70 y 71

El punto aquí es que Jesús sí era en realidad el Hijo de Dios. Por lo tanto, reconocer este hecho no era blasfemia. Sus perseguidores, sin embargo, no lo creían y, por tanto, su acusación de blasfemia era parte de la contradicción de los pecadores. El mismo genio satánico que tres años y medio antes había dicho a Jesús que probara “si eres Hijo de Dios” echándose desde el pináculo del templo, aparentemente aparecía ahora victoriosa. Jesús no había demostrado a los líderes judíos que era el Hijo de Dios, y ahora se le juzgaba digno de muerte por blasfemia.

Sin embargo, los líderes religiosos de Israel no tenían autoridad para dar muerte a nadie, sólo el gobierno romano podía hacerlo; así que se le llevó ante Pilato, el gobernador, donde se le acusó de proclamarse rey. Si fuera cierto, podría interpretarse como una insurrección contra Roma. Pilato preguntó a Jesús: “¿Luego eres tú rey?” Jesús respondió: “Para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad.” —Juan 18:37

Después de esto, Jesús fue azotado, se le colocó una corona de espinas sobre la cabeza, se le puso una túnica púrpura y le aclamaron: “¡Salve, rey de los judíos!” (Juan 19:1-3) Más tarde Pilato escribió “un título, que puso sobre la cruz, el cual decía: JESÚS NAZARENO, REY DE LOS JUDIOS” (v. 19). Jesús era el Rey de los judíos y estaba destinado a ser rey del mundo entero, el “Rey de reyes” (Apoc. 17:14) Pero en estos momentos, todo lo que decían sobre su realeza sus enemigos era sólo una manifestación más de la contradicción de los pecadores. Jesús se negó a inclinarse y adorar a Satanás con el fin de convertirse en rey sobre las naciones, y ahora era condenado a muerte porque, con razón, así se proclamaba.

Los que veían a Jesús crucificado le decían: “Si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz.” (Mat. 27:40) Esto fue el mismo desafío que le lanzó Satanás al pedirle que saltara del pináculo del templo y probar así su filiación. Jesús se negó a tentar a su Padre Celestial entonces, pero ahora se le daba una última oportunidad. Bajando de la cruz probaría que era el Hijo de Dios y absteniéndose de hacerlo su afirmación se interpretaría como falsa, otra manifestación de la contradicción de los pecadores.

Los espectadores también gritaban: “A otros salvó; a sí mismo no se puede salvar. Si es el Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, y creeremos en él.” (v. 42) Una vez más Jesús negó reivindicarse ante los ojos de sus enemigos, escogiendo antes ser la contradicción de los pecadores. Poco sabían sus enemigos que al negarse a salvarse a sí mismo estaba proporcionando la salvación para ellos y para “todos las familias de la tierra.” (Hechos 3:25) Así, Jesús permitió que lo condujeran como “cordero al matadero”, sin abrir la boca en defensa propia o tratar de justificarse de otro modo ante sus enemigos. Tras su resurrección, el Padre Celestial lo exaltó sobremanera; Jesús se humilló a sí mismo y ahora nos encontramos al Cordero simbólico en el monte Sión.

TRAS EL CORDERO

Aquí la narración se convierte en vital interés para nosotros. Juan afirma que en el Monte Sión con el Cordero hay “ciento cuarenta y cuatro mil, que tenían el nombre de él y de su Padre escrito en la frente.” (Apoc. 14:1). Nuestro texto de apertura de que éstos que están en el Monte Sión con el Cordero son los que siguen al Cordero por dondequiera que va, un camino que en última instancia conducirá al Monte Sión. No hay ninguna otra manera de alcanzar esta posición exaltada y estar con el Cordero excepto seguirlo. Seguir un liderazgo humano no es el camino para alcanzar el monte de Sión; la confianza en nuestra carne caída tampoco servirá para llevarnos al monte de Sión. Sólo hay una manera de llegar a esta posición exaltada y consiste en “seguir al Cordero por dondequiera que va.”

¿Cuál es ese “camino” por el que anduvo tan fielmente el Cordero alcanzando así el Monte Sión? Era el camino de la humillación, del sufrimiento y, finalmente, de la muerte; era un camino en el que la contradicción de los pecadores fue lanzada continuamente contra él; era un camino en el que, como cordero, no abrió la boca para defenderse y que permitía voluntariamente que otros pensaran que estaba equivocado—tan equivocado como para considerarle como un enemigo que debe ser condenado a muerte.

¿Podemos caminar del mismo modo y lo estamos haciendo? Es poco probable que alguna vez se nos contradiga en cuestiones tan importantes como las de Jesús. Sin embargo, el principio es el mismo, incluso si las cosas en las que estamos en contradicción parecen a menudo insignificantes. Uno de los deseos más fuertes del corazón y de la mente humanos es contar con la buena voluntad y la aceptación de los demás; incluso en la discusión de detalles menores de las Escrituras nos gusta demostrar que tenemos razón. Tener la “última palabra” es, por lo general, muy importante para la carne. Tal, sin embargo, no fue la disposición del Cordero.

Comparémonos con Jesús en esta línea. A veces podríamos sentir ganas de hacer algo dramático para demostrar que somos especiales a los ojos de Dios. ¡Cuánto más aceptable es, sin embargo, que sigamos en silencio haciendo la voluntad del Señor día a día, inadvertidos por quienes nos rodean! (1 Cor. 1:27-31; 1 Pedro 3:4) Dios puede usar de pequeñas cosas para probarnos a lo largo de esta línea; está bien, entonces, examinar los pensamientos más íntimos de nuestro corazón para asegurarnos de estar sometidos humildemente a cualquier contradicción de pecadores que puedan venir a nosotros como consecuencia de nuestro caminar mientras “seguimos al Cordero”.

Pedro nos dio la idea correcta al escribir: “¿Qué gloria es, si pecando vosotros sois abofeteados, y lo soportáis? Mas si haciendo lo bueno sufrís, y lo soportáis, esto es ciertamente aprobado delante de Dios. Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente.” —1 Ped. 2:20-23

Continuemos humillándonos bajo la poderosa mano de Dios, siguiendo al Cordero en el camino del sacrificio y de la muerte. De este modo, y al continuar soportando la contradicción de pecadores con paciencia y victoriosamente hasta la muerte, el Padre Celestial nos exaltará a su debido tiempo. (1 Pedro 5:6) Entonces, estaremos con el Cordero como parte de los “ciento cuarenta y cuatro mil” hijos de Dios que tienen su nombre “escrito en la frente”. Cuando el reino sea del Señor seremos, con el Cordero, “salvadores” en el monte de Sión y gobernaremos con justicia para bendición de toda la humanidad (Abd. 21). ¡Qué gloriosa perspectiva espera a aquellos que fielmente “siguen al Cordero!”



Asociación De los Estudiantes De la Biblia El Alba