ESTUDIOS INTERNACIONALES DE LA BIBLIA

Lección Cuatro

Alfa y Omega

Versículo Clave: “Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último.”
—Apocalipsis 22:13

Escrituras Seleccionadas:
Apocalipsis 22:12-21

PARA ENTENDER el significado de estas palabras del Apóstol Juan, comencemos con su relato evangélico: “En el principio era la Palabra, y la Palabra era con el Dios, y un dios era la Palabra” (Juan 1:1, Traducción Interlineal del Diaglotón Enfático de Wilson). Continuando, Juan dice que la Palabra “era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas; y sin él nada de lo que ha sido hecho fue hecho” (vv. 2 y 3). En estos versículos, “Palabra” es una traducción de la palabra griega logos, y transmite la idea de un portavoz. Juan dice que en su existencia prehumana el Hijo unigénito de Dios actuó como portavoz, o Logos, para hablar y actuar en nombre de su Padre. Como el Logos, fue utilizado a lo largo de todo el proceso creativo, y estuvo siempre con “el Dios”—Jehová. El Logos, también, era “un dios”, un poderoso ser espiritual.

A su debido tiempo, la “Palabra [logos] se hizo carne” (v. 14). Se le dio el nombre de Jesús y creció hasta la edad adulta “apartado de los pecadores” y distinto de todos los demás (Heb. 7:26). Durante su ministerio terrenal, Jesús “enseñó … como alguien que tiene autoridad” y los hombres decían que “nunca hombre habló como este hombre” (Mat. 7:29, Juan 7:46). Jesús había conocido su origen y testificaba: “Descendí del cielo” y “yo soy el pan vivo que descendió del cielo” (Juan 6:38 y 51). Cuando los fariseos le preguntaron, declaró: “Yo sé de dónde he venido y a dónde voy”, “yo soy de arriba … yo no soy de este mundo”, “de Dios he salido y he venido … él me envió” y “antes que Abraham fuese, yo soy.” —Juan 8:14, 23, 42, 58

Estos versículos son sólo una muestra de las muchas Escrituras que señalan la existencia prehumana del amado Hijo de Dios. Al llegar el final de su ministerio terrenal, Jesús expresó en oración el gran deseo que tenía de estar una vez más con el Padre en el reino celestial. Sus sentidas palabras fueron: “Te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese. Ahora, pues, Padre, glorifícame tú … con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese.” —Juan 17:4-5

Jesús dejó las riquezas de las cortes celestiales y vino a la tierra para ser el Redentor del hombre. Como hombre prácticamente no tenía posesiones. En una ocasión le dijo a un posible seguidor que “el Hijo del Hombre no tiene donde recostar su cabeza” (Mat. 8:20). Pablo dijo que el Hijo de Dios “siendo rico por amor a vosotros se hizo pobre, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos” (2 Cor. 8:9). Dejó la gloria y la riqueza espiritual que tenía con el Padre como el Logos y “se despojó a sí mismo tomando forma de siervo … se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte (Fil. 2:7-8). Así vemos que Jesús, como instrumento de la creación de Dios y después como Redentor del hombre, está calificado para tener el título dado en nuestro versículo clave: “Alfa y Omega, el principio y el fin”. Como agente del Padre es el iniciador y consumador del maravilloso plan de Dios, aunque no su autor.

El Apóstol Pablo habla de la excelencia de Jesús comparado con el resto de las demás criaturas, exceptuando a Dios mismo. En Jesús, “tenemos redención por su sangre … Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra … Él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten. Él es … el primogénito de entre los muertos; para que en todo tenga la preeminencia.” —Col. 1:14-18



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