EVENTOS SOBRESALIENTES DEL ALBA

“La Palabra se hizo carne”

“Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros, y contemplamos su gloria, como la gloria del unigénito del Padre lleno de gracia y de verdad.” —Juan 1:14, Reina-Valera Actualizada

EN NUESTRO texto de apertura la expresión “Palabra” es una traducción del griego logos. Una nota a pie de página del Diaglotón Enfático de Wilson para este versículo explica el significado de logos aplicado a las costumbres del mundo antiguo. Parafraseando la nota: En los reinos antiguos el rey designaba a un oficial para ser su “palabra” o portavoz. El oficial se situaba en los escalones adyacentes al trono, separados del rey por una celosía. La ventana, cubierta con un paño de seda, tenía una abertura por la que el rey podía transmitir las órdenes al oficial y éste, a su vez, las comunicaba a los funcionarios, jueces y asistentes según el caso. Así pues, usando la comparación griega, a este oficial se le consideraba el logos del rey.

Al usar este término griego como un título dado a Jesús, Juan se refiere a él como la Palabra o Logos durante su existencia prehumana, cuando vivía como un ser espiritual en el reino celestial. Pablo afirma que Jesús, como el Logos prehumano, fue el “primogénito de toda la creación”, y le utilizó Dios para crear “todas las cosas en los cielos y en la tierra” y “todo fue creado por medio de él y para él” (Col. 1:15-16). Del mismo modo en Apocalipsis 3:14 al Logos se le conoce como “el principio de la creación de Dios.”

La Escritura afirma que el Logos, el más alto de todos los seres espirituales creados, se humilló a sí mismo y “se hizo carne”. Es decir, por el poder de Dios experimentó un cambio de naturaleza: de ser espiritual a ser humano. “Nació de mujer”, con naturaleza “menor que los ángeles”, y habitó en la tierra como el hombre perfecto Jesús (Gal. 4:4; Heb. 2:9). En esta forma humana perfecta voluntariamente “se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo” (1 Tim 2:6). Pablo, hablando del maravilloso ejemplo de la humildad de Jesús, declaró: “Por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos” (2 Cor. 8:9). Y continúa diciendo respecto a Jesús: “El cual, siendo en forma de Dios no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.” —Fil. 2:6-8

UN MILAGRO REALIZADO

La vida terrenal de Jesús no comenzó de la manera usual de la concepción humana. Él no tenía un padre biológico terrestre. En cambio su Padre Celestial tomó el principio de vida que se encontraba previamente en el Logos y, por un milagro, lo implantó en el útero de María como embrión humano. Para anunciarlo: “El ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón que se llamaba José;… y el nombre de la virgen era María. Y entrando el ángel en donde ella estaba, dijo: ¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres.” —Lucas 1:26-28

Cuando María vio a Gabriel y escuchó su mensaje, “se turbó por sus palabras y pensaba qué salutación sería ésta” (v. 29). El ángel la tranquilizó diciendo: “María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios. Y ahora concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS” (vv. 30 y 31). Más adelante se nos dice que el anuncio del nacimiento de Jesús a María por Gabriel se había hecho “antes que fuese concebido” (Lucas 2:21). Así tenemos la confirmación de este gran milagro realizado por Dios.

EL HORARIO DE DIOS

El momento del nacimiento de Jesús fue favorable y, sin duda, dominado por Dios. La época del anterior imperio griego había introducido el griego como lengua aceptada en gran parte del mundo, por tanto, podía usarse una lengua común para registrar y transmitir un evento tan trascendental. Además, fue también una época de relativa paz ya que el imperio romano había conquistado gran parte del mundo. Por tanto, era el momento más favorable para el comienzo del Evangelio, centrado en Jesús. También se encuentran muchas otras valiosas lecciones en las Escrituras relativas a la providencia de Dios que rodearon el nacimiento de Jesús.

“Aconteció en aquellos días que se promulgó un edicto de parte de Augusto César, que todo el mundo fuese empadronado… E iban todos para ser empadronados, cada uno a su ciudad. Y José subió de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por cuanto era de la casa y familia de David” (Lucas 2:1-4). A través de la providencia de Dios, justo en el momento preciso, el emperador romano emitió un decreto tributario por todo el imperio. Este decreto requería que cada varón fuera a la ciudad de su linaje familiar, y la de José era Belén. De esta manera providencial José y María marcharon a la ciudad profetizada por Miqueas: “Tú, Belén Efratá, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad.” —Miq. 5:2

María, lista para dar a luz a Jesús en cualquier momento, viajó cerca de setenta millas (ciento doce kilómetros aproximadamente) con José desde Nazaret a Belén. Bien podemos hacernos a la idea de la dificultad y malestar que debió padecer durante el viaje. Al llegar a Belén, José y María se encontraron con que “no había lugar para ellos en el mesón.” Ella “dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre” (Lucas 2:7). La palabra “pesebre” se refiere a un comedero para animales. Probablemente pocos bebés en la historia de Israel hubieran nacido en un entorno tan humilde.

Note, sin embargo, que no hay registro de la menor queja o insatisfacción por parte de José y María con esas medidas y condiciones. Esto nos recuerda de la importante lección que dio más tarde Jesús a sus seguidores de “no estar demasiado ansiosos” sobre las cosas de la vida presente, porque nuestro “Padre Celestial sabe que tenéis necesidad de estas cosas”. Por el contrario, Jesús dijo: “Hagan del Reino de Dios y su justicia su objetivo principal.” —Mateo 6:25-33, Nuevo Testamento de Weymouth.

HUMILDES PASTORES

Dios anunció el gran acontecimiento del nacimiento de Jesús como ser humano por sus poderosos ángeles. Aunque la sabiduría mundana habría dictado otra cosa, los ángeles fueron enviados a pastores humildes que estaban en sus campos velando los rebaños por la noche. En ese momento era fundamental que los pastores permanecieran con sus rebaños durante la noche para protegerlos de los ladrones y de los animales salvajes. Una tarea tan humilde, pero tan importante, nos recuerda de la importancia que Dios pone en esta cualidad de carácter, como se dice: “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes.” —Santiago 4:6.

Los pastores normalmente no tenían mucha educación formal. Sin embargo, se les conocía como personas que razonaban y pensaban profundamente, porque tenían muchas horas para reflexionar y discutir unos con otros diversos temas mientras vigilaban sus rebaños. Los que enfocaron sus pensamientos en Dios tal vez meditaron a menudo en las palabras del pastor David, diciendo con él: “Con labios de júbilo te alabará mi boca … cuando medite en ti en las vigilias de la noche” (Sal. 63:5-6). Mientras miraban a los cielos estrellados habrían llegado a su mente más de los sentimientos del salmista: “Los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos.” —Sal. 19:1

Fue a este grupo de humildes pastores al que Dios envió el primer mensaje con respecto a que Su Hijo engendrado se hizo carne. El relato dice: “Había pastores en la misma región, que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño. Y he aquí se les presentó un ángel del SEÑOR, y la gloria del SEÑOR los rodeó de resplandor. Pero el ángel les dijo: No temáis, porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo” (Luc. 2:8-10). La expresión “buenas nuevas” viene del griego y significa “anunciar buenas noticias” pero en otras partes del Nuevo Testamento se ha traducido como “Evangelio”. El ángel del Señor les explicó qué eran estas buenas nuevas al decirles: “Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor.” —v. 11

Continuando el ángel les dijo a los pastores: “Esta os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre” (v. 12). Esta información era necesaria no sólo para identificar qué bebé en Belén era el Salvador, sino también para llamar la atención y los pensamientos de los pastores a los humildes comienzos que rodearon el nacimiento de Jesús. “De repente apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales, que alababan a Dios y decían: ¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (vv.13 y 14). Nosotros no hemos visto todavía la paz en la tierra ni la buena voluntad para con todos los hombres; en la actualidad seguimos viendo guerras, violencia, injusticia, enfermedad, dolor y muerte. Esto se debe a que continúa la labor de seleccionar y completar el cuerpo de Cristo, como se nos dice: “Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios” (Romanos 8:19). Una vez terminado el trabajo se cumplirán las palabras pronunciadas por las huestes celestiales.

Después de que los ángeles dejaran a los pastores éstos se dijeron: “Pasemos, pues, hasta Belén, y veamos esto que ha sucedido, y que el Señor nos ha manifestado. Vinieron, pues, apresuradamente, y hallaron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Y al verlo dieron a conocer lo que se les había dicho acerca del niño. Y todos los que oyeron, se maravillaron de todo lo que los pastores les decían. Volvieron los pastores glorificando y alabando a Dios por todas las cosas que habían oído y visto, como se les había dicho.” —Lucas 2:15-18 y 20

PADRES EJEMPLARES

“María guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón” (Lucas 2:19). María y José fueron los cariñosos y dedicados padres de Jesús, que podrían criarlo y cuidarlo de la forma que agradara a Dios. En obediencia a la Ley dada a Israel, José y María circuncidaron a Jesús al octavo día (Lev. 12:1-3, Lucas 2:21). Treinta y tres días más tarde, “al cumplirse los días de su purificación según la Ley de Moisés, le trajeron a Jerusalén para presentarle al Señor (como está escrito en la ley del Señor: Todo varón que abriere la matriz será llamado santo al Señor), y para ofrecer conforme a lo que se dice en la ley del Señor: un par de tórtolas o dos palominos.” —Lucas 2:22-24.

Bajo la Ley judía tenían que traer un “cordero de un año para holocausto, y un palomino o una tórtola para expiación” (Lev. 12:6). Sin embargo, la Ley asimismo preveía que “si no tiene lo suficiente para un cordero, tomará entonces dos tórtolas o dos palominos, uno para el holocausto, y otro para expiación: y el sacerdote hará expiación por ella, y será limpia” (v. 8). De esto aprendemos que María y José debieron ser pobres: porque no se hace mención en el relato de Lucas de un cordero, sino de dos tórtolas o palominos.

MAGOS DEL ORIENTE

El Evangelio de Mateo dice: “Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén unos magos, diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el Oriente y venimos a adorarle” (Mat. 2:1-2). Observamos que en ninguna parte de Biblia se dice cuántos magos llegaron, aunque en general se cree que eran tres ya que ese es el número de regalos que llevaron. —v. 11

Buscando al rey de los judíos los magos, naturalmente, fueron primero al palacio de Herodes, el gobernante romano sobre Judea, para indagar. “Oyendo esto el rey Herodes se turbó, y toda Jerusalén con él” (v. 3). Herodes probablemente sintió amenazado su propio gobierno. Otros en Jerusalén también se preocuparon, tal vez aquellos que pudieran haber obtenido algunas ventajas debido a la posición de Herodes como gobernante.

“Y convocados se reunieron todos los principales sacerdotes y los escribas del pueblo, les preguntó (Herodes) dónde había de nacer el Cristo”. Familiarizados con las profecías respecto al Mesías, los principales sacerdotes y los escribas contestaron inmediatamente “en Belén de Judea”. Herodes llamó a los magos en privado y les preguntó “el tiempo de la aparición de la estrella”. Entonces los envió a Belén, diciendo: “Id allá y averiguad con diligencia acerca del niño; y cuando le halléis, hacédmelo saber, para que yo también vaya y le adore (vv. 4-8). Fue un engaño de Herodes, pues si sabía dónde estaba exactamente el niño Jesús podría matarlo y proteger su propio gobierno.

Después de que los magos dejaran al rey Herodes, “la estrella que habían visto en el oriente iba delante de ellos, hasta que llegando, se detuvo sobre donde estaba el niño” y “se regocijaron con muy grande gozo. Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra. Pero siendo avisados por revelación en sueños que no volviesen a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino.” —vv. 9-12

José y María sin duda se sorprendieron por los generosos regalos recibidos por estos extranjeros de tierras lejanas. Cada uno fue precioso y dado en el momento justo. Su costoso valor probablemente lo utilizaría esta pobre familia para cubrir los gastos durante la huída a Egipto que pronto seguiría.

Cada uno de estos regalos tenía también un significado simbólico. El oro, un metal relativamente raro y considerado precioso a lo largo de la historia, fue un regalo apropiado para un futuro rey enviado por Dios. El oro se utiliza en las Escrituras como una representación de la naturaleza divina y la gloria asociada con Dios y los atributos de su carácter: sabiduría, justicia, amor y poder.

El incienso viene de una palabra hebrea que significa “ser blanco”. Se saca a partir de la savia de un árbol en particular que se encuentra en algunas zonas de Arabia. Es amargo al gusto y produce un olor aromático al quemarse. Era uno de los ingredientes que cayó sobre el altar de oro en el Santo del Tabernáculo y también se puso en los panes de la proposición que residían igualmente en el mismo compartimiento (Ex. 30:34-38; Lev. 24:7). Debido a que el incienso se utilizó ampliamente en el arreglo del Tabernáculo este regalo parece señalar al servicio sacerdotal de Jesús.

La mirra es una resina aromática que se obtiene a partir de la savia de un árbol originario del desierto de Arabia y de partes de África. Al igual que el incienso también es amarga al gusto. En tiempos antiguos la mirra se utilizaba en tratamientos de belleza y de limpieza. Por ejemplo, antes de que una mujer pudiera ver al rey Asuero tenía que completar varios tratamientos, algunos de los cuales eran “aceite de mirra” (Est. 2:12). La mirra era también uno de los ingredientes en el “aceite de la santa unción” (Ex. 30:23-23). ¡Cuán bellamente retrata la mirra de antemano la amarga vida de sufrimiento para quien sería “varón de dolores, experimentado en quebranto!” (Isa. 53:3). De hecho, fue este sufrimiento el que ha desarrollado en Jesús la belleza espiritual y la pureza de su carácter.

UBICACIÓN DE LA VISITA DE LOS MAGOS

Las escenas de Navidad han presentado la visita de los magos como en Belén o muy poco después de la noche en que nació Jesús. Sin embargo, numerosos indicios de las Escrituras indican que los magos fueron probablemente a Nazaret y que su visita fue algún tiempo después de su nacimiento. Si los magos visitaron a Jesús en Belén al poco de nacer, José y María habrían tenido que esperar como mínimo casi seis semanas antes de huir a Egipto. Esto se debe a los requisitos legales citados anteriormente: la circuncisión de Jesús al octavo día, seguido de otros treinta y tres para completar la purificación de María. Después de esto, Lucas dice que fueron a Jerusalén a ofrecer un sacrificio en conformidad con la Ley (Lev. 12:6; Luc. 2:21-24). Sin embargo, el relato de Mateo afirma que José no esperó a huir a Egipto, sino que salieron durante la noche, inmediatamente después de la salida de los magos. Leemos: “Después que partieron ellos, he aquí un ángel del Señor se apareció a José en un sueño, y dijo: Levántate y toma al niño y a su madre, y huye a Egipto, y permanece allá hasta que yo te diga: porque acontecerá que Herodes buscará al niño para matarlo. Y él, despertando, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto.” —Mat 2:13-14

Si los magos le hubiesen ofrecido los regalos de oro, incienso y mirra al momento de nacer Jesús en Belén, José y María habrían tenido los medios para comprar y llevar un cordero para el holocausto cuarenta y un días más tarde. Seguramente, y sabiendo la importancia del nacimiento de Jesús, no habrían evitado usar de ellos para obtener un cordero, la mejor manera de cumplir con el requisito de la Ley. Sin embargo, debido a que los magos no los visitaron hasta después de cumplir con estas obligaciones, José y María no contaban con los medios para ofrecer un cordero.

Mateo 2:8, citado anteriormente, parece en principio contradecir estos pensamientos al afirmar que envió Herodes a los magos “a Belén”, diciéndoles que buscaran allí a Jesús. No hay nada en este versículo, sin embargo, que indique que Jesús estaba todavía allí, o que los magos fueran allí en absoluto. De hecho, el texto dice luego que la estrella “iba delante de ellos” y los guió hasta el lugar donde “estaba el niño” (v. 9). Si Jesús hubiera estado en Belén, no habría habido ninguna necesidad de la guía de la estrella, ya que Belén se encontraba en la principal ruta de viaje que conduce al sur de Jerusalén, y estaba sólo a unos pocos kilómetros de distancia. Sin embargo, Nazaret estaba a noventa millas (ciento cuarenta y cinco kilómetros) al norte, y los magos tendrían seguramente necesidad de la dirección de la estrella para encontrar a Jesús ahí. Así, aunque Herodes pudo haber pensado que Jesús aún estaba en Belén y encargó a los magos ir allí y reportar, todo el asunto fue resuelto de otra manera por Dios.

Deben considerarse algunos puntos más en relación con la ubicación y el momento de la visita de los magos. Mateo 2:11 indica que “entraron en la casa” al presentar los regalos a Jesús. En Lucas 2:7 dice que en la noche en que Jesús nació “… lo acostó en un pesebre porque no había lugar para ellos en el mesón”, es decir, José y María no estaban en una casa en el momento del nacimiento de Jesús. Además, esa misma noche se dijo a los pastores que iban a encontrar al “bebé” [griego: brephos, un recién nacido] envuelto en pañales (Lucas 2:12) y, por el contrario, los magos fueron a ver “al niño” [griego: paidion, un niño o un pequeñuelo]. Esta palabra griega se usa seis veces en el contexto del Mateo 2 relativo a la visita de los magos (vv. 8, 9, 11 y 13-14). Por último, cuando Herodes se dio cuenta de que había sido “burlado por los magos” emitió una orden para matar a “todos los niños que había en Belén, … menores de dos años” (Mat. 2:16). Aquí recalcamos que la orden fue de matar a todos los niños hasta la edad de dos años, no simplemente recién nacidos.

Tales detalladas y minuciosas distinciones mencionadas en los párrafos anteriores pueden parecer innecesarias para nuestra comprensión de los arreglos de Dios en relación con el don de su Hijo amado. Sin embargo, sirven de testimonio de la constante anulación y del cuidado providencial de nuestro Padre Celestial sobre aquellos con quienes está tratando y usando en el cumplimiento de sus propósitos eternos para el beneficio eterno del hombre. No perdamos nunca de vista su previsión y sabiduría infalibles.

LA MAYORÍA “NO LE RECIBIÓ”

Durante el primer advenimiento de Jesús muy pocos lo reconocieron como el Hijo de Dios. “Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; incluso a los que creen en su nombre” (Juan 1:11-12). La palabra “creer” se traduce de una palabra griega que significa no solamente una creencia mental o intelectual, sino que tiene un significado mucho más profundo como tener fe en, confiar.

Los que confían y se comprometen plenamente a seguir los pasos del Hijo de Dios tienen la certeza de que, aunque él soportó “el sufrimiento de la muerte”, ahora está “coronado de gloria y honor” tras haber probado “la muerte por cada hombre” (Heb. 2:9). En el reino venidero de justicia toda la humanidad verá y se dará cuenta de que tienen un Rey que es sabio, justo, poderoso, amoroso, y compasivo —“¡un Salvador, que es Cristo el Señor!”



Asociación De los Estudiantes De la Biblia El Alba