EVENTOS SOBRESALIENTES DEL ALBA

Parte 2 de 2

La experiencia del Aposento Alto
Perspectivas de los cuatro escritores evangélicos

“Sabiendo Jesús que su hora había llegado para que pasase de este mundo al Padre, como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin.” — Juan 13:1

LOS DIVERSOS incidentes que tuvieron lugar en el aposento alto la noche antes de la muerte de Jesús fueron registrados por los cuatro evangelistas, aunque no con los mismos detalles. La parte 1 de este artículo, que apareció en el número del mes pasado, se ocupó de las experiencias mencionadas en los relatos de Mateo, Marcos y Lucas, mientras estaban Jesús y sus doce apóstoles reunidos esa noche. En la parte 2 de este artículo vamos a examinar los detalles proporcionados por el apóstol Juan en su Evangelio.

El relato de Juan de la experiencia del aposento alto se encuentra en los versículos que siguen a nuestro texto de apertura. (Juan 13:2-35) Como Mateo, Juan estaba presente en esta ocasión, como uno de los doce. Su narrativa es, sin embargo, sorprendentemente diferente de la de Mateo, así como de las de Marcos y Lucas. Juan parecía tener una perspectiva muy diferente de los otros escritores del Evangelio, que nos da la razón para examinar brevemente por qué fue así.

PERSPECTIVA SINGULAR

La perspectiva singular de Juan acerca de la vida de Jesús, incluyendo la experiencia del aposento alto, puede atribuirse en gran medida a cuándo lo escribió, que fue evidentemente mucho más tarde que los otros tres evangelistas. Como se menciona en la parte 1 de este artículo los libros de Mateo, Marcos y Lucas se escribieron probablemente en un intervalo de entre el 40 al 65 A.D., y todos antes de la destrucción de Jerusalén en el 70 de nuestra era.

En el libro de Apocalipsis, el cual también escribió Juan, señala que estaba en la “isla llamada Patmos” cuando recibió esta visión especial del Señor resucitado. (Apoc. 1:9) Muchos eruditos seculares y religiosos creen que Juan fue exiliado a Patmos por el emperador Domiciano alrededor del 95 A.D. Esto significa que habría registrado la visión del Apocalipsis en algún momento después de eso. Probablemente fue poco después, ya que en este momento Juan tendría, posiblemente, noventa años o más. También notamos que, debido a similitudes en el estilo y en algunos de los textos en los últimos versículos de ambos libros, fueron escritos el Apocalipsis y el Evangelio de Juan cercanos en el tiempo. (Juan 21:22-24; Apoc. 22:18-20) A partir de todos estos factores la mayoría de autoridades sitúa la redacción del Evangelio de San Juan entre el 95 d. C. y 100 d. C.

Si, como parece ser, Juan escribió el registro de su Evangelio en los últimos años del primer siglo, esto fue más de sesenta años después del final del ministerio terrenal de Jesús. También fue de treinta a sesenta años más tarde que la redacción de los otros tres evangelios y al menos veinticinco después de que Jerusalén y el templo fueran destruidos. Por tanto es fácil de entender que desde su punto de vista posterior la perspectiva de Juan de las cosas fuera algo diferente de la de Mateo, Marcos y Lucas.

En el momento en que escribió, Juan era sin duda el último Apóstol vivo. La nación judía ya no existía, Jerusalén y el templo estaban destruidos y sus habitantes dispersos por toda la tierra. Juan sin duda observó que Roma era ahora no sólo el centro de un gran imperio civil, sino que también se había convertido en el punto focal de la cristiandad, y percibió acertadamente que esto pronto tendría consecuencias peligrosas. Aunque la iglesia primitiva estaba bien establecida en este momento, Juan pudo ver que el “espíritu del anticristo” ya estaba trabajando. (1 Juan 2:18,22; 4:3; 2 Juan 7) Además, a través de la visión del Apocalipsis, aun sin entender su significado, debe haberle quedado claro a Juan que todavía habría mucho que suceder antes de establecerse el reino mesiánico y restaurarse el trono de David.

Pudo apreciar cómo los seguidores de Cristo que permanecieron fieles al mensaje del Evangelio en su pureza original se enfrentaron con experiencias muy difíciles, lo que puso a prueba su fe en el corazón. Con esta perspectiva, y como último apóstol viviente, Juan tenía como objetivo principal al escribir su Evangelio proporcionar beneficio espiritual de la iglesia a largo plazo, incluso hasta nuestros días. Así, mientras miraba lo que registraron Mateo, Marcos y Lucas muchos años antes, sintió la necesidad de dedicar especial atención a algunas de las lecciones más espiritualmente enfocadas del ministerio de Jesús. De hecho, estamos agradecidos de que Dios, mediante el poder de su Espíritu Santo, guiara a los evangelistas a testificar de todo lo relativo a la vida y al ministerio de Jesús necesario para sus seguidores consagrados a lo largo de la Edad Evangélica.

EL RELATO DEL APOSENTO ALTO DE JUAN

Es este mismo enfoque espiritual el que impregna el relato de Juan de las experiencias que tuvieron lugar en el aposento alto, como registró más de sesenta años después. Nuestro texto de apertura, inicio del testimonio de Juan, es un buen ejemplo. En lugar de explicar el propósito inmediato de la reunión con sus discípulos, que era celebrar la Pascua, destaca el gran amor del Maestro. Como un apóstol mayor y muy sabio ahora, volviendo la vista a la experiencia del aposento alto, en la que compartió, vio que, aunque era necesario que Jesús cumpliera con la Pascua para cumplir con la Ley Mosaica, su principal motivación para reunirse con sus discípulos más cercanos fue el amor. Esta fue la última oportunidad del Maestro de estar con ellos antes de ser detenido, juzgado como blasfemo y crucificado, y sabía lo difíciles que serían esas experiencias mientras no fueran los discípulos engendrados por el Espíritu. Juan podía verdaderamente testificar de Jesús: “los amó hasta el extremo.”

Como nota a pie de página a las experiencias de esa noche, Juan recuerda algo importante en las palabras del versículo dos. Aunque pudo no haber sido evidente para él y los demás discípulos entonces, mirando hacia atrás ahora, sabe que Judas hubo consentido a la influencia de Satanás, el diablo—“ahora, tras haber puesto en el corazón de Judas… traicionar a Jesús.” Es una advertencia y un sobrio recordatorio a la Iglesia a lo largo de la Edad Evangélica—que existe la posibilidad de que se introduzca entre nosotros un lobo “vestido de oveja”, “sin perdonar a la grey.” —Mat. 7:15; Hechos 20:29

UN EJEMPLO DE SERVICIO

Tras su solemne recordatorio de Judas, Juan recuerda que concluyendo la cena de Pascua, los discípulos comenzaron a discutir sobre quién era el más importante de ellos. Esta afirmación, registrada por Lucas, se discutió ya en la parte 1 de este artículo. (Lucas 22:24-30) Lucas, sin embargo, no registra el gran ejemplo de servicio que proporcionó Jesús y que probablemente fuera el resultado inmediato de la discusión voluntariosa de los discípulos. Al darse cuenta de que ni Lucas ni los demás evangelistas la registraron, Juan dio testimonio de esta importante lección, sabiendo que sería de gran ayuda para los creyentes consagrados de la Edad Evangélica.

En Juan 13:3-17, se nos presenta el gran ejemplo y la humilde lección de servicio de Jesús, que ofreció en el aposento alto. “Se levantó de la cena, se quitó su manto y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido.” (vv. 4:5) Reflexionando sobre ello, Juan se dio cuenta de que todos se quedaron perplejos por lo que hizo Jesús, pero nadie dijo nada ni le preguntó hasta llegar a Pedro.

Pedro fue el portavoz de los doce, y en la mayoría de las ocasiones se apresuraba a expresar su opinión o sus preguntas. Esta vez no fue diferente. Dijo, haciéndose eco de lo que todos probablemente tenían en mente: “Señor, ¿Tú me lavas los pies?” (v. 6) A continuación se registra lo que parecía una respuesta vaga del Maestro, quien dijo a Pedro, “Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después.” (v. 7) En retrospectiva, Juan sabía cuán cierto era que ninguno de ellos entendían en ese instante lo que sucedía ni por qué Jesús les estaba lavando los pies. Lo iban a “saber” más adelante, al ser engendrados por el Espíritu Santo en Pentecostés.

“No me lavarás los pies jamás,” dijo Pedro. “Le respondió Jesús: Si no te lavare, no tendrás parte conmigo.” (v. 8) Juan no dice precisamente lo que motivó a Pedro a responder como lo hizo. Tal vez pensó que era demasiado servil para Jesús realizar una tarea propia de un esclavo o un siervo. Otra posibilidad es que Pedro no sintiera la necesidad de lavar sus pies entonces, puesto que es probable que hubiera guardado las costumbres de la ley relacionadas con el lavado antes de entrar en la habitación. —Marcos 7:3-4

Teniendo en cuenta el resto del relato que sigue, ambas pueden haber sido razones plausibles en la mente de Pedro para responder como lo hizo. Sin embargo, Juan no lo dice, porque comprendió que la verdadera lección de la experiencia aún no la reveló el Maestro. No es tan importante saber exactamente por qué Pedro no quiso que le lavaran los pies como aprender la lección que Jesús iba a darles en los siguientes versículos. Por lo tanto, Juan simplemente registra esta afirmación de Jesús que Pedro y los otros discípulos—incluyéndonos a nosotros—de no tener “parte” [“participación”, Nuevo Testamento de Weymouth] con él a menos que permitieran darles esta lección y, finalmente, aprenderla.

YA ESTÁ LIMPIO

Al oír estas palabras Pedro le pidió al Señor que le lavase no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza. (Juan 13:9) En este momento, Juan comienza a declarar la verdadera lección que tuvo la intención de dar el Maestro. Primero, Jesús recordó a Pedro que, en cuanto a lavado literal se refiere, ya estaba limpio, porque había hecho el habitual lavado antes de la comida pascual. La única excepción, tal vez, era con relación a sus pies, que podrían, sin duda, beneficiarse siempre del frescor proporcionado por el lavado. (v. 10) Por esta respuesta, Jesús dio a entender que la verdadera lección que estaba transmitiendo no era literal, ya se trate de los pies o de cualquier otra parte del cuerpo.

Continuando con el relato Jesús dijo: “Vosotros estáis limpios, aunque no todos. Porque sabía quién lo iba a entregar; por eso dijo: No estáis limpios todos.” (vv. 10,11) Igual que la lección no era acerca de lavado literal, estas palabras indican que la importancia real no era tampoco sobre limpieza espiritual o simbólica. “Vosotros estáis limpios” también en esa forma, dice Jesús—excepto Judas, en cuyo corazón había entrado Satanás y ahora estaba manchado.

Juan, mientras volvía la vista atrás sobre esta experiencia por la potencia iluminadora del Espíritu Santo, sabía bien que Jesús no habría dicho: “Vosotros estáis limpios, aunque no todos”, si la lección hubiese sido de lavado literal o incluso de limpieza espiritual. El lavado literal era adecuado y necesario para el bienestar físico del cuerpo, y Pedro y los otros discípulos indudablemente habían tenido cuidado de estas cuestiones. Sin embargo, este no era el punto.

La limpieza espiritual es de vital importancia para el hijo de Dios. Cada uno debe ser limpio, tener el corazón puro y, así, protegerse de las contaminaciones del mundo y de la carne al mayor grado posible. Varias escrituras señalan las fuentes de este simbólico lavado: Dios; la sangre de Cristo; la influencia santificadora del Espíritu Santo; el agua de la palabra de verdad; y nuestra plena cooperación con todos estos agentes de limpieza. —1 Juan 1:7,9; Apoc. 1:5; 1 Cor. 6:11; Ef. 5:22,26; Heb. 10:22; 2 Cor. 7:1

Tan importante como el lavado simbólico es para el creyente consagrado, sin embargo, también no era el objetivo principal de la lección que Jesús lavara en sí los pies de los discípulos. Los discípulos en el aposento alto aún no habían recibido los beneficios derivados de la sangre de Cristo o de la vida en el Espíritu Santo. Mas, Jesús podía leer sus corazones y vio que, a excepción de Judas, estaban “limpios” en la medida en que era posible en ese momento.

SERVICIO HUMILDE

Volviendo al relato de Juan y después de explicar a sus discípulos que el significado de su acción no estaba especialmente relacionado con lavado, se sentó de nuevo y les preguntó: “¿Entendéis lo que he hecho con vosotros?” (Juan 13:12, Weymouth) Reflexionando en ello, Juan se dio cuenta de que en ese instante ninguno podría haber contestado afirmativamente a la pregunta del Maestro. Sin embargo, continúa con la explicación de Jesús: “Vosotros me llamáis Maestro y Señor; y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque os he dado ejemplo, para que como yo os he hecho vosotros también hagáis.” (vv. 13-15)

Fue correcto, dice Jesús, que le llamaran “Señor y Maestro”, pero él también estaba allí para servirlos, y lo había demostrado lavándoles los pies. Este era a menudo el trabajo de un humilde siervo, pero Jesús asumió ese papel. Además, si fue apropiado para él asumir el papel de un siervo humilde, ¡cuánto más deben hacer lo mismo sus discípulos uno a otro! “Os he dado ejemplo”, dice Jesús, de la clase de servicio humilde que debería prestarse de un miembro del cuerpo hacia otro.

En esta lección Jesús hizo hincapié usando las palabras “siervo”, “Señor,” y “enviados”. Él dijo: “El siervo no es mayor que su señor, ni el enviado mayor que el que le envió.” (v. 16) Cada discípulo era un “siervo” y Jesús era su “señor”. Sin embargo, él también fue un siervo y no debían considerarse “mayor que” él absteniéndose de ser siervos de la misma manera. Igualmente, a quienes estaban con Jesús en el aposento alto se les eligió para ser sus apóstoles, que en griego significa “enviados”. (Léxico Griego de Thayer) Como quienes pronto serían “enviados” por su Señor a predicar el Evangelio y establecer la Iglesia primitiva no iban a considerarse “mayores” que aquel que les envió a participar en este servicio.

“SI LAS HICIEREIS”

Jesús concluye su explicación diciendo: “Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis.” (v. 17) Parecen de una particular importancia estas palabras del Señor a la gente de hoy. En efecto, “sabemos estas cosas” y entendemos la verdadera lección contenida en el acto de Jesús de lavar los pies a sus discípulos, pero sólo si “las hacemos” recibiremos la aprobación y bendición del Señor.

El lavatorio de los pies no debe considerarse una autoridad para limpiar o lavar a un hermano del pecado. Como ya se señaló, las Escrituras indican los muchos medios por los cuales se realiza la limpieza del pecado en un creyente consagrado. Sin embargo, ninguno de ellos incluye la presunción de que es nuestra responsabilidad buscar los defectos y fallos de los hermanos y, a continuación, intentar “lavarlos”—incluso si nuestras intenciones son buenas. Podemos y debemos ayudar, siendo un ejemplo, proporcionando estímulo, orando unos por otros, razonando juntos en la Palabra de Dios y ayudando de otras maneras, pero no con el pensamiento de la limpieza.

Así como Jesús explicó al dar esta lección, el servicio humilde es nuestro medio de “lavar los pies”. Además de la mencionada asistencia que podemos prestarnos unos a otros, podrían incluirse otras formas de servicio: participar en comunión frecuente; prestar asistencia a los hermanos; compartir nuestras experiencias—alegrías, tristezas, éxitos y fracasos—unos con otros; abrir nuestros hogares para reuniones y entretenimiento de los hermanos; visitar a los enfermos y aislados; reconfortar al desconsolado o al que se encuentre en prueba severa; proporcionar un cálido apretón de manos y una sonrisa a nuestros hermanos cada vez que los veamos; tratar siempre de edificarlos; apoyarlos en los trabajos de cosecha actual en sus diversas formas; decirles a nuestros hermanos que los amamos. Estas y otras muchas más actividades constituyen el lavatorio de los pies unos a otros. ¡Qué refrescante es para los que reciben estas ayudas y qué alegría debe ser prestar dicho servicio en cada oportunidad!

JUDAS, EL TRAIDOR

Juan, que prosiguió registrando los acontecimientos que tuvieron lugar en el aposento alto, sabía que Mateo, Marcos y Lucas habían registrado previamente la predicción de Jesús de que uno de ellos lo traicionaría, junto con el subsiguiente intercambio que tuvo lugar con Judas y el resto de los discípulos. Sin embargo, en lugar de prescindir de una repetición de este episodio Juan lo proporciona una vez más, incluso con mayor detalle que los demás evangelistas. (Juan 13:18-30) Podemos preguntarnos por qué Juan escogió hacerlo, ya que parece quitarle importancia a la lección de humilde servicio que había registrado.

Aunque no podemos estar seguros de su razonamiento, Juan puede haber visto la conveniencia de mencionar el episodio de Judas por la razón de que tuvo lugar inmediatamente después de la lección del lavamiento de los pies. Jesús había lavado los pies de los doce, incluido Judas, aunque sabía que el mal estaba en su corazón. Al lavarle los pies el Señor tal vez le diera una indicación a Judas de que todavía tenía una oportunidad de cambiar su corazón y arrepentirse, incluso en esa hora tardía. Lamentablemente, no ocurrió así. Así, Juan consideraba conveniente reiterar el relato relativo a Judas que siguió a la gran lección de servicio, una lección que Judas tristemente no aprendió.

SALIDA EN BREVE

La siguiente parte de la experiencia del aposento alto del registro de Juan también es exclusiva de su Evangelio, como la lección del lavatorio de los pies. Él trajo a la memoria que tras la partida de Judas Jesús centró su atención al resto de los discípulos, cuyos corazones estaban limpios. A pesar de no entender todavía la importancia de lo que estaba sucediendo, e incluso demostrando con sus preguntas su falta de conocimiento, sus corazones estaban en lo correcto y amaban mucho a su Señor y Maestro.

En los versículos 31 y 32 se registra una velada referencia de Jesús a su inminente partida. Él dice que aunque Dios ya estaba siendo “glorificado en él”, es decir, por sus palabras y acciones, pronto habría una mayor gloria manifestada en su Hijo amado. Esto sería cuando Dios “le glorificara” con la naturaleza divina. Aunque Juan no lo entendía en ese momento, él y los otros discípulos reconocieron más tarde que la glorificación de Jesús tuvo que ser precedida por su muerte como Redentor del hombre.

Con palabras más suaves, Jesús habló más directamente: “Hijitos, aún estaré con vosotros un poco. Me buscaréis, pero como dije a los judíos así os digo ahora a vosotros: a donde yo voy, vosotros no podéis ir.” (v. 33) Al mirar atrás, Juan sin duda pudo apreciar que estas fueron algunas de las palabras más difíciles que Jesús les hubo hablado alguna vez a sus discípulos. No obstante, debe decirse, porque estaban directamente relacionadas con las siguientes palabras que pronunció, que hasta este momento son una de las declaraciones más importantes jamás realizadas por el Maestro.

UN MANDAMIENTO NUEVO

Sólo en el Evangelio de Juan encontramos estas vitales e importantes palabras de Jesús: “Un mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros; como yo os he amado, que os améis también unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.” (vv. 34,35) No sólo fue la declaración de un nuevo mandamiento, sino que fue también un momento culminante con respecto a todo lo sucedido aquella tarde en el aposento alto. Se habían reunido para tomar la comida de Pascua. Casi de inmediato hubo contienda sobre quién debería ser el mayor, lo que indica una falta de amor desinteresado. Jesús entonces les había dado la lección del lavatorio de los pies, o servicio humilde, como manifestación externa de amor, aunque no comprendieran todavía el significado de sus acciones. Los discípulos, incluso, habían recordado, observando el carácter de Judas, los terribles resultados de un corazón malvado, lleno de odio y traición.

En el punto culminante de todo esto, Jesús ahora resume toda la cuestión directamente diciendo a sus discípulos, y a nosotros, que tener amor divino desinteresado unos por otros es un mandamiento. Si el amor no se desarrolla y no se posee, nuestra posición como miembro consagrado del cuerpo de Cristo está en grave peligro. Es por amor, dice Jesús, que se nos conocerá por “todos los hombres” y como discípulos de Dios. No tendremos parte en recompensa alguna o trabajo en el reino venidero de Dios si faltamos a este mandamiento.

CONMEMORACIÓN NO CITADA

Después de registrar el “mandamiento nuevo” dado por Jesús, Juan menciona el intercambio de palabras que tuvo lugar entre el Maestro y Pedro, que concluyó con la predicción de que Pedro le negaría tres veces antes de que terminara la noche. (vv. 36-38) Esto también se registra en los otros tres evangelistas, y todos ellos lo colocan después de instituir Jesús la Cena Conmemorativa. —Mat. 26:26-34; Marcos 14:22-30; Lucas 22:17-20, 31-35

Juan no registró la inauguración de la Conmemoración del Señor. Sin embargo, comparando su registro de la predicción de las tres negaciones de Pedro con la de los otros evangelistas y la colocación del incidente citado anteriormente, podemos concluir razonablemente que la Cena Conmemorativa tuvo lugar antes del versículo 36 del relato de Juan. Esta conclusión se ve corroborada por el hecho de que Mateo, que como Juan estaba presente en el aposento alto, registró el episodio sobre Judas justo antes de la institución de la Conmemoración de Jesús. (Mat. 26:21-25) Como ya se ha señalado, el relato de Juan sobre Judas termina en el versículo 30 del capítulo 13, y comenzando con el versículo 31 él inmediatamente transcribe las palabras de Jesús acerca de su inminente partida seguida por la entrega del “mandamiento nuevo”, registrada en el versículo 35. Teniendo todo esto en cuenta, la colocación de la Conmemoración en el relato de Juan parecería ponerse entre los versículos 35 y 36.

Sobre si las sugerencias anteriores relativas a la secuencia de los eventos del aposento alto son precisamente correctas, no podemos estar completamente seguros. De hecho, no es decisivo para nuestra comprensión de las enseñanzas importantes de esas horas estar seguros de la secuencia exacta. Sin embargo, es legítimo preguntar por qué Juan no menciona en absoluto la institución de la Conmemoración de Jesús ni de los emblemas simbólicos del “pan” y del “fruto de la vid”, ya que tenían tanta importancia como se detalla en la parte 1 de este artículo.

Sin duda Juan sabía que Mateo, Marcos y Lucas habían dado razones específicas de la celebración conmemorativa en el aposento alto. Probablemente también era consciente de que más adelante el Apóstol Pablo había reiterado las indicaciones de Jesús, tal como se registra en 1 Cor. 11:23-28. Al tiempo en que Juan escribió su Evangelio, a finales del primer siglo, los hermanos consagrados habían celebrado la Conmemoración desde hace más de sesenta años. Por estos motivos, suponemos que Juan podía haber considerado innecesario repetir los acontecimientos de esta parte de la noche en su narración y simplemente decidió dejarla fuera.

COMER SU SANGRE Y BEBER SU SANGRE

Mientras que Juan no registró la institución de la Conmemoración del Señor en su narración, sin embargo, proporciona un importante testimonio sobre el tema del cuerpo y de la sangre de Jesús. En Juan 6:26-66, se encuentra el discurso de Jesús sobre el pan de vida, su carne y su sangre, la exigencia de sus seguidores a “comer” su carne y “beber” su sangre, y la explicación de que ello no debía considerarse literalmente, sino que comer y beber de él significa “vivir con” él.

Citamos de este pasaje porciones seleccionadas de las palabras de Jesús: “No trabajéis por la comida que perece, sino por la comida que permanece a vida eterna, la cual el Hijo del hombre os dará.” “Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás.” “Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron. Éste es el pan que desciende del cielo, que un hombre puede comer y no morir. Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo.” “Si no coméis la carne del Hijo del hombre, y bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros.” “Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre en mí permanece y yo en él. Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre; asimismo el que me come, él también vivirá por mí.” “El espíritu es el que da la vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida.”

¡Qué verdaderas son estas últimas palabras! (v. 63) Literalmente comer la carne de Jesús o beber su sangre “para nada aprovecha”; por el contrario: apropiarse y alimentarse de las palabras que habló, del ejemplo que dio y del sacrificio que hizo en nombre de cada uno, todo bajo la guía del Espíritu Santo, que da “vida” a sus seguidores consagrados— “que los vivifica”. Juan comprendió que estas palabras del Maestro, aunque no pronunciadas en el aposento alto, dio la esencia de lo que se entiende por la participación de los emblemas de la Conmemoración.

Tal vez no sea ninguna sorpresa que este discurso de Jesús, parcialmente citado antes, y que pronunció poco después de alimentar a cinco mil, sólo se registre en el evangelio de Juan. Desde su punto de vista de más de sesenta años más tarde, Juan puede haber observado que la celebración conmemorativa, en cierta medida, se convirtió en una observancia ritual. Así, en su perspectiva del significado de la Conmemoración, consideró más importante destacar la mayor experiencia espiritual y la aplicación diaria de los principios consagrados en sus símbolos en lugar de las instrucciones proporcionadas en el aposento alto sobre su celebración anual.

CONCLUYE EL RELATO DE JUAN

Después de registrar el “mandamiento nuevo” de Jesús, Juan termina su testimonio de los eventos del aposento alto optando por no repetir la institución conmemorativa proporcionada por los otros evangelistas. Al hacerlo deja que el gran mandamiento de Jesús permanezca sobre ellos como la última lección que abarca todos los momentos que pasó con sus discípulos. Juan entendió que sin amor participar de los emblemas de la Conmemoración sería insignificante y celebrarla “indignamente”. (1 Cor. 11:29) ¡Qué aleccionador es darse cuenta de la vital relación entre el mantenimiento de la Conmemoración y el cumplimiento del mandamiento de Jesús de amarnos unos a otros!

Los relatos de Mateo y Marcos indican que tras la celebración de la Conmemoración, Jesús y los discípulos cantaron un himno y salieron hacia el Monte de los Olivos, donde se hallaba Getsemaní. (Mat. 26:30; Marcos 14:26) En ese ínterin, Jesús dio su último mensaje a los discípulos, orando luego por ellos. Una vez más, sólo Juan registra todas estas importantes palabras, que se encuentran en los capítulos 14-17. En ellas hay muchas verdades espirituales que comprenderían una vez engendrados del Espíritu Santo y que han llegado a conocer y aplicar todos los creyentes consagrados a través de la Edad Evangélica en su caminar cristiano. ¡Qué maravilloso saber que estamos incluidos en el mensaje y en la oración que Jesús nos dio! Él oró no sólo por los once, “sino también por los que han de creer en mí por su palabra; para que todos sean uno, como tú, oh Padre, en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros.” —Juan 17:20-21

El registro único de Juan del aposento alto—especialmente la lección de servicio humilde de Jesús y la entrega del mandamiento nuevo—narra el mensaje y la oración final del Maestro. ¡Qué agradecidos estamos de que este anciano y sabio apóstol viera la necesidad de incluir estas últimas experiencias del ministerio terrenal de Jesús en su relato evangélico! Tratemos de emular la perspectiva de Juan y completar nuestro camino de servicio humilde y amor fiel hasta la muerte.



Asociación De los Estudiantes De la Biblia El Alba