EVENTOS SOBRESALIENTES DEL ALBA

Sus días finales

“Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese.” — Juan 17:4

¿QUÉ HARÍA una persona si supiera que sólo le quedan unos pocos días de vida? La respuesta de cada uno a esta pregunta depende en gran medida de su perspectiva general sobre la vida y sobre su comprensión de la misma. Un ateo que, incluso enfrentando una muerte cierta, sigue creyendo que la muerte es el fin de todo, podría fácilmente decidir en sus últimos días de existencia obtener tanto placer como fuera posible. Por tanto, es probable que pasara esos días de juerga. El que se adhiere a la falsa enseñanza de la Edad de las Tinieblas sobre la doctrina del tormento eterno para los impíos probablemente hará todo lo posible para asegurarse de que escapa a esa horrible suerte en el momento de la muerte. Un fiel seguidor de los pasos del Maestro, sin embargo, no teniendo ningún temor a la muerte, simplemente quiere asegurarse de no dejar de hacer nada en su vida en cuanto a su pacto para hacer la voluntad del Padre celestial. Esta fue la actitud de Jesús y él es nuestro ejemplo perfecto.

No se da a muchos de los consagrados al Señor conocer específicamente cuándo terminará su curso de auto-sacrificio. Por lo tanto, nos corresponde a todos vivir cada día como si fuera el último. Debemos usar celosamente cada oportunidad de servicio y aceptar valientemente y cumplir con toda responsabilidad que la providencia de Dios pueda colocar sobre nosotros. Pablo escribió: “Temamos, pues, no sea que permaneciendo aún la promesa de entrar en su reposo, alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado.” —Heb. 4:1

Jesús sabía cuándo había alcanzado los últimos días de su ministerio terrenal. Él conocía la profecía de Daniel que predecía que el Mesías sería “cortado” después de la sexagésima novena semana simbólica desde el momento de emitirse un decreto autorizando a los judíos exiliados a regresar de Babilonia para “restaurar y reconstruir Jerusalén.” (Dan. 9:25-26) Sabía, además, que sería en la “mitad” de la septuagésima semana de la profecía que su “sacrificio y oblación” u “ofrenda”, “cesaría”. (vs. 27) Jesús comprendió que la mitad de la septuagésima semana caería en la temporada de la Pascua de los judíos, en primavera. Lo que es más importante, él era consciente de que era el “Cordero de Dios” antitípico de la Pascua y que era la voluntad del Padre que muriera por el “pecado del mundo” en la fecha designada para el sacrificio del cordero típico de la Pascua, el décimo cuarto día del primer mes religioso de Israel. —Juan 1:29; Éxodo 12:1-14

Como aclaración debemos señalar que este año la mayoría del mundo cristiano guardará un especial recuerdo de la muerte de Jesús el Viernes Santo 25 de marzo. De hecho, era correcto en ese día tener en mente la muerte de nuestro precioso Redentor, como en cualquier otro día del año. Sin embargo, en el calendario judío el decimocuarto día del primer mes en el 2016 es el periodo de veinticuatro horas a partir de la puesta de sol del jueves 21 de abril. Este día corresponderá al sacrificio del cordero típico de la Pascua de Israel, pero más importante, es el aniversario de la muerte de Jesús como “el Cordero que fue inmolado desde la fundación del mundo.” (Apoc. 13:8) Así vemos la conveniencia de estudiar los últimos días de la vida terrenal del Maestro.

Ya que es evidente que Jesús sabía el día exacto en que iba a morir es esclarecedor y estimulante observar cómo se condujo durante sus últimos días y cuál fue su principal preocupación. Nuestro texto de apertura resume perfectamente su punto de vista: “Te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese.” A lo largo del ministerio del Maestro su gran objetivo fue glorificar a su Padre celestial. Él sabía que la única manera de lograrlo era mediante la labor fiel que le había asignado su Padre.

Habiendo sido fiel a su Padre celestial en todo su ministerio, cuando el maestro llegó a los pocos días del final de ese fiel servicio no le fue necesario cambiar su curso de acción. Para ser plenamente fiel hasta la muerte fue necesario que siguiera por el mismo camino que había seguido hasta ahora y hacer las mismas cosas que había estado haciendo. Es ahí donde vemos el ejemplo perfecto de la vida de Jesús. Desde el inicio de su ministerio Jesús “anduvo haciendo bienes” desinteresadamente con su tiempo, su fuerza y sus talentos para bendición de otros y, de esta manera, glorificar a su Padre celestial. —Hechos 10:38

JESÚS ENTRA EN JERUSALÉN

Los últimos días del ministerio terrenal del Maestro estaban repletos de actividad, comenzando con su entrada triunfal en Jerusalén y su aclamación como Rey de los judíos. En todo lo que hizo Jesús fue muy cuidadoso de ajustarse a las instrucciones registradas para él en el Antiguo Testamento. Tempranamente en su ministerio advirtió que un gran grupo de simpatizantes deseaba por la fuerza tomarlo y hacerle rey, pero él no lo permitió entonces. (Juan 6:15) Ahora, sin embargo, reconoció que había llegado el momento cuando había de cumplirse una determinada profecía del Antiguo Testamento. Dio instrucciones a sus discípulos para adquirir un asno y, en consonancia con esa profecía, cabalgó por las puertas de la ciudad mientras era aclamado con entusiasmo por una multitud. —Zac. 9:9; Mat. 21:1-9; Marcos 11:1-10; Lucas 19:28-38 y Juan 12:12-15

Los enemigos de Jesús se opusieron a la fuerte conmoción y le pidieron que la detuviera. En respuesta explicó que si la gente no gritara, clamarían las piedras del templo. (Lucas 19:39,40) ¡Qué gran fe se manifestó así! Jesús sabía que no se le haría realmente rey entonces. Esta muestra de honor, a pesar del entusiasmo del momento, no nació de una profundamente arraigada convicción en la mayoría de los casos. De hecho, no muchos días después “todo el pueblo dijo: Su sangre sea sobre nosotros y sobre nuestros hijos.” (Mat. 27:25) No obstante, el maestro comprendió que el aparente triunfo de su entrada en Jerusalén fue una de las experiencias por las cuales habría de pasar y una parte necesaria de los arreglos del padre para con él. Jesús estaba tan seguro de ello, y, tan convencido de que ni un sólo detalle de la profecía debía omitirse, que, de ser necesario, las piedras lo aclamarían como rey.

Hay una lección en esto para todos los que se esfuerzan por seguir el ejemplo de Jesús. Si proclamamos fielmente la verdad como hizo el Maestro, y en relación con este servicio manifestamos el mismo espíritu de compasión y bondad hacia aquellos a quienes servimos, nos pueden a veces tener un considerable grado de aprecio hacia nosotros. Se nos puede, hasta cierto punto y temporalmente, honrar. Sin embargo, no debemos permitir que tales experiencias desvíen nuestras mentes y nuestros corazones del curso del sacrificio para el que nos llama nuestro pacto con el Señor. Debemos recordar que si hoy algunos pueden honrarnos, mañana puede permitir el Señor que experimentemos prejuicios y oposición.

Fue así con Jesús, a pesar de que podría haberlo evitado si hubiera optado por seguir un curso menos fiel a su Padre celestial. La presente exaltación es una prueba para los consagrados, especialmente cuando se ve en contraste con el deshonor, la vergüenza, el sufrimiento y la muerte. Esta prueba le vino a Jesús justo antes del momento de ser detenido y condenado a muerte. Poseía una maravillosa personalidad y gran capacidad de persuasión. Por tanto, incluso en esta fecha tardía, y aunque sus enemigos ya estaban tramando matarlo, si se hubiera desviado de su lealtad a Dios y hubiese acordado trabajar con ellos, podría haberse convertido en un prominente líder en Israel. El éxito mundano presenta siempre una tentación para agradar a los hombres de poder conseguir más honra, pero Jesús no cedió a la tentación.

Después de cabalgar hacia Jerusalén en tal regio estilo noble y de recibir el entusiasta aplauso de tantas personas Jesús fue al templo. Allí realizó un acto que aumentó el antagonismo de sus enemigos: expulsó a los cambistas del templo y denunció a los responsables de haber convertido la casa de oración de Dios en guarida de ladrones. (Mat. 21:12-13; Lucas 19:45-46) Entonces Jesús comenzó a enseñar en el templo y, a pesar de que los líderes religiosos “trataron de destruirle”, no pudieron encontrar una oportunidad “pues todas las personas le escuchaban atentamente.” —Lucas 19:47-48

HACIENDO EL BIEN

Mientras estaba en el templo en esta ocasión, los ciegos y los cojos vinieron a Jesús “y los sanó.” (Mat. 21:14) Por más de tres años había estado curando a ciegos y cojos, de modo que no era una experiencia nueva. Sin embargo, esto enfatiza que aunque Jesús sabía que le quedaban unos pocos días de vida, todavía estaba dispuesto a usar su tiempo y sus fuerzas para ayudar a los demás. Se regocijó en transmitirles las bendiciones que, aunque ahora sólo temporales, su muerte habría de hacer permanentes para toda la humanidad al convertirse en rey de toda la tierra. Jesús no se sentía con el derecho a dedicar los pocos días restantes de su vida a sus propios intereses. Él todavía tenía que hacer el trabajo de su padre y, por tanto, glorificarle.

El servicio de Jesús en ningún momento fue obligatorio ni basado en la mera obligación. Él verdaderamente amaba a la gente y trabajaba incansablemente para ayudarla hasta el final. Su interés y su celo eran auténticos, y no podría haber sido más aún si hubiera esperado convertir a todo Israel, o a todo el mundo, en ese momento. Esto se evidencia por el hecho de que más temprano en el día mientras se dirigía hacia Jerusalén, miró a la ciudad y lloró, diciendo: “¡Oh también si tú conocieses, al menos en este tu día, lo que es para tu paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos.” —Lucas 19:41-42

Cuando el día azaroso llegaba a su fin, Jesús sabía que sus enemigos estaban en Jerusalén buscando la primera oportunidad favorable para apoderarse de él. No tenía miedo, pues el día exacto en el plan del Padre de su muerte aún no había llegado, por lo que no corría riesgo por permanecer en la ciudad durante la noche. Así pues él y los doce discípulos fueron a Betania y allí pasaron la noche. (Marcos 11:11) Ninguno de los Evangelios nos informa dónde se alojaron esa noche Jesús y los discípulos, pero pudo haber sido en casa de Marta, María y Lázaro. Es evidente que fueron agasajados por estos amigos especiales la noche anterior, como fue declarado seis días antes de la Pascua. (Juan 12:1-2) Recordamos que fue en esa ocasión cuando María ungió los pies de Jesús con perfume y los enjugó con sus cabellos. —vs. 3

DE VUELTA EN EL TEMPLO

A la mañana siguiente Jesús y los doce regresaron al templo en Jerusalén. En el camino Jesús vio una higuera que tenía hojas, pero no fruto. Y dijo al árbol: “Nunca jamás nazca de ti fruto” y la “higuera se secó.” (Mat. 21:18-19) Jesús habló a la higuera no porque estuviera enfadado con ella, sino porque sabía que en las Escrituras es símbolo de la nación de Israel. (Jer. 24:1-7) La higuera que encontró “en el camino”, sin fruto, representaba la condición de Israel en aquel tiempo—su falta de fruto y su rechazo, daría lugar pronto en ser desechados y marchitarse como nación. Recordamos que más tarde Jesús dio como uno de los signos de su regreso y su segunda presencia el florecimiento de una higuera—representando un retorno del favor a Israel y, finalmente, su aceptación como su Mesías. —Mat. 24:32

Al llegar Jesús al templo comenzó a enseñar de nuevo. Poco después de comenzar “vinieron a él los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo” exigiendo saber con qué autoridad hacía “estas cosas”, refiriéndose evidentemente a su enseñanza y a la expulsión de los cambistas el día anterior. (cap. 21:23) Desde aquí hasta el final del capítulo 22 el Maestro proporciona un notable conjunto de instrucciones dirigidas principalmente a los dirigentes religiosos judíos que habían venido a interrogarlo.

Permítanos volver a recordar que Jesús sabía que tenía apenas unos días de vida, sin embargo, lo encontramos continuamente dejando que su luz brille, dando testimonio a aquellos para quienes tenía poca esperanza de ser una verdadera bendición en ese momento. Sin embargo, el Padre le había dado una misión y estaba decidido a serle fiel. Para hacer frente a estos líderes religiosos que le habían despreciado y conspirado para matarlo, Jesús aprovechó la ocasión para señalar la posición exacta en la que estaban posicionados como opositores del plan de Dios.

Es en este contexto que Jesús da la parábola de los dos hijos. Uno de estos, al pedírsele que fuera a trabajar en la viña del Padre, se negó, pero más tarde se arrepintió y fue a trabajar. El otro consintió en trabajar al principio, pero no lo cumplió. Los jefes de los sacerdotes y los ancianos convinieron en que el hijo que al principio se negó y más tarde fue agradó a su padre. Entonces Jesús explica la parábola diciéndoles que los publicanos y las rameras—representados por el hijo arrepentido—entrarían en el reino de Dios antes que ellos. Su posición, explicó, fue que el hijo que aceptó servir no lo hizo. Sólo aquellos que hacen la voluntad del Padre celestial—que no solamente hacen la profesión—entrarán en el reino. —vss. 28-32

Jesús sigue con la parábola del dueño de casa que “plantó una viña.” (vss. 33-41) En el Antiguo Testamento, se nos dice que la “viña de Jehová de los ejércitos es la casa de Israel.” (Isa. 5:7) En la parábola, Jesús dice que el dueño de casa cercó de vallado la viña, cavó un lagar y edificó una torre para su protección. El dueño de casa encomendó su cuidado a unos labradores mientras iba a un país lejano. Más tarde el dueño de casa envió a sus siervos a recoger el fruto de la viña, pero los labradores “golpearon a uno, mataron a otro y apedrearon a otro.” Envió entonces más criados, pero “les hicieron lo mismo.” Finalmente envió a su propio hijo, pero los labradores lo mataron también con la esperanza de heredar así la viña. Jesús explicó que cuando el dueño de casa llegase a la viña “destruiría sin misericordia” a los labradores que le habían sido tan infieles.

Después de estas dos parábolas Jesús preguntó a los principales sacerdotes y a los ancianos si habían leído en las Escrituras sobre “la piedra que desecharon los edificadores”, que se convertiría en “cabeza del ángulo”. Explicó que el que “cayere sobre esta piedra será quebrantado” y sobre quien la piedra “cayere, le desmenuzará.” (Mat. 21:42-44; Sal. 118:22-23) La lección de esta ilustración es que se quitaría el reino de Dios a estos dirigentes religiosos, hasta entonces reconocidos por él, y le será dado a “una nación que lleve los frutos del mismo.” Este sería el “sacerdocio real” y la “nación santa” descritos más tarde por Pedro. —1 Pedro 2:9-10

Esta no fue una denuncia personal hacia los dirigentes religiosos judíos, pues Jesús no les tenía amargura en su corazón. Era una simple constatación de la realidad y un testimonio de su mal proceder y su resultado cierto. Cuando “oyeron sus parábolas, percibieron que hablaba de ellos.” Sin embargo, no se suavizaron sus corazones; más bien habrían detenido inmediatamente al Maestro, mas, viendo que la multitud le tenía simpatía, se contuvieron esperando una oportunidad más favorable. —Mat. 21:45-46

Jesús no temía a los que fueron entonces sus enemigos. Su vida estaba en manos de su Padre, así continuó con otra parábola. Un rey hizo un banquete de bodas para su hijo, pero los invitados no asistieron. Entonces envió a los siervos “a las salidas de los caminos” para encontrar a otras personas con que llenar las vacantes. (cap. 22:1-10) Por lo tanto, a los líderes religiosos se les recordó una vez más que, a causa de su infidelidad, otros tomarían sus lugares en las “cena de boda” del Rey de reyes. —Apoc. 19:7-9

Al no osar poner las manos sobre Jesús mientras la mayoría de la audiencia era amigable, sus enemigos trataron de atraparlo por “preguntas capciosas”. Al hacerlo, querían revelar su propia sabiduría superior y posiblemente mostrar que Jesús no era un maestro seguro. Sin duda esperaban que esto pusiera a la gente en contra de él permitiendo su largamente esperada oportunidad de apresarlo. En esto también fracasaron hasta el punto de que “lo dejaron y siguieron su camino.” —Mat. 22:15-22

Más tarde ese mismo día los saduceos se acercaron a Jesús con una pregunta basada en su incredulidad en la resurrección de los muertos. Proponían al maestro lo que pensaban que era un férreo argumento para demostrar que no podía existir una resurrección porque provocaría el caos en la raza humana. La hipotética pregunta versaba sobre una mujer que tuvo siete maridos en esta vida. “En la resurrección, ¿de quién será esposa ella?” Una vez más falló la sabiduría de este mundo porque cuando la gente escuchó la respuesta del Maestro “se admiró de su doctrina.” —vss. 23-33

UN TESTIMONIO GENERAL

En el capítulo 23 de Mateo, cuatro días antes de su muerte, se registra un mensaje que Jesús dio a sus discípulos y a la multitud. Los dirigentes religiosos todavía se sentaban en “la cátedra de Moisés” como representantes de Dios en favor de la nación. Por tanto, Jesús advirtió a sus oyentes que obedecieran estas reglas, es decir, “observaran” sus enseñanzas de justicia, pero que no siguieran sus “obras” de maldad. —vss. 1-3

Jesús lo mostró claramente: muchos “ayes”—unas exclamaciones de luto—llegarían a estos “guías ciegos”. (vss. 13-35) Iban a ser castigados, así como toda la nación, y no en un futuro tenue y distante. Dijo que este ay “vendría sobre esta generación.” (vs. 36) A continuación dio Jesús este trascendental y fatídico decreto a Israel “He aquí vuestra casa os es dejada desierta… No veréis hasta que digáis: Bendito el que viene en nombre del Señor.” —vss. 37-39

LA PROFECÍA DE SU SEGUNDA PRESENCIA

Jesús estaba a punto de abandonar a la incrédula nación de Israel, no por la eternidad, sino hasta el momento en que estuviera dispuesta a aceptarlo como el Mesías enviado de Dios. Los gobernantes estaban tramando matarlo, pero Jesús reconoció en esto que el tiempo que su Padre le asignó para “terminar el trabajo” estaba a punto de llegar a su fin. Si bien había incidido en señalar los pecados de los dirigentes religiosos de Israel, se regocijó en que, aunque estaban a punto de matarlo, llegaría el momento en el que los podía bendecir.

Con esta garantía de las bendiciones por venir Jesús y sus discípulos abandonaron el templo. Terminó su trabajo de testificar a Israel. Ahora tenía una oportunidad de instruir y alentar a sus discípulos. Les dijo que el templo sería destruido: “No quedará aquí piedra sobre piedra”. Retirados en el Monte de los Olivos, los discípulos se le acercaron “en privado” y le preguntaron: “¿Cuándo serán estas cosas? ¿Y qué señal habrá de tu venida [griego: parusía, que significa presencia] y del fin del siglo [Griego: aion, que significa edad]?” —Mat. 24:1-3

Acababan de oír a Jesús decirle al pueblo que no iban a verle más hasta que volviera de nuevo. Les había dicho que el templo sería destruido, así que estaban ansiosos por conocer más de estos eventos. ¿Cuándo serán estas cosas y cómo vamos a saber cuándo vuelves? En respuesta a estas preguntas dio nuestro Señor la gran profecía relativa a la edad subsiguiente y a su regreso cercano al fin. Anteriormente había dicho poco sobre este tema, pues habría sido prematuro. Al no tener el Espíritu Santo los discípulos tenían dificultad en captar mucho de lo que Jesús les decía. Si tuvieran que enfrentarse con anterioridad al hecho de que el reino no iba a establecerse entonces y que habría una edad intermedia durante la cual estaría lejos de ellos, se habrían sentido confundidos y desalentados.

Ahora, sin embargo, las verdades que previamente pudieran haberles perjudicado eran necesarias para su estímulo. Habían aprendido de los mismos labios del Maestro que el templo iba a ser destruido y que él se iba y volvería otra vez. Esto trastornó sus cálculos en cuanto a cuándo sería entronizado como rey y ellos reinarían con él. Les dijo que su aclamación como Rey el día anterior no iba a ser ratificada por los romanos ni aprobada por los gobernantes religiosos de Israel. Si la fe de los discípulos en Jesús como Mesías debía mantenerse necesitaban saber más acerca de su partida y de su retorno de nuevo.

Aún no engendrados del Espíritu Santo, sin embargo, es dudoso que los discípulos hubieran captado el verdadero significado de lo que Jesús les dijo en respuesta a sus preguntas. En la providencia de Dios, sin embargo, estas circunstancias brindaron al Maestro una excelente oportunidad para esbozar una impresionante variedad de eventos que pudiera servir como guía a su pueblo cuando llegara el debido tiempo para poder ver y entender estas cosas. (vss. 4-51) Su profecía, por otra parte, ha servido para quienes “observan” a una adecuada armonización de sus palabras con las predicciones del Antiguo Testamento. Por este medio, y más tarde a través de los escritos de los Apóstoles, el “espíritu de profecía” ha guiado a las personas consagradas del Señor durante la noche hasta que “el día esclarezca y el lucero de la mañana” se haya levantado en sus corazones. —Apoc. 19:10; 2 Ped. 1:19

La esquematización de estas verdades dispensacionales era parte de la obra que el Padre celestial le había mandado hacer al Maestro y, aunque la muerte estaba cerca, se mostraba más interesado en completar esta labor que con el sufrimiento involucrado en la consumación de su sacrificio. Jesús podría haberles dado una respuesta mucho más breve a sus preguntas, pero fue más allá de lo preguntaron. Él destacó la labor de la Era Mesiánica, la parte de su segunda presencia a la que seguirían los calamitosos acontecimientos mundiales que constituyen algunos de los primeros signos de su retorno invisible.

Si supiéramos que nos quedaban sólo unos días de vida estaríamos probablemente tan preocupados por nosotros mismos que no pensaríamos en ayudar a los demás informándoles de acontecimientos de un futuro lejano. Jesús, sin embargo, no sólo predicó un maravilloso sermón de inspiración profética mostrando que el mundo de Satanás sería destruido como resultado de su segunda presencia, sino también reveló que sería seguido por un nuevo orden mundial. En la parábola de las ovejas y las cabras describe un tiempo en el cual “a todas las naciones” se les dará la oportunidad de volver a Dios y heredar el reino “preparado” para ellos “desde la fundación del mundo.” —Mat. 25:31-34

MENSAJE FINAL A LOS DISCÍPULOS

Jesús estuvo con sus discípulos especialmente escogidos la noche antes de su muerte. Una parte de ese tiempo estuvo en el “aposento”. Referimos a nuestros lectores el artículo en dos partes, “La Experiencia del Aposento”, que se encuentra en el actual y en el próximo número de El Alba para un examen detallado de esos eventos de importancia vital.

Después de salir del aposento y mientras caminaban hacia Getsemaní Jesús dio su último mensaje a los discípulos—registrado en los capítulos 14-16 de Juan—sabiendo que en tan sólo unas pocas horas sería llevado preso. Qué precioso es aquello que dijo: “No se turbe vuestro corazón”, “Voy, pues, a preparar lugar para vosotros… para que donde yo estoy, vosotros también estéis”, “Yo soy el camino, la verdad y la vida”, “El que cree en mí, las obras que yo hago él las hará también; y aun mayores hará; porque yo voy al Padre”, “Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré”, “Si me amáis, guardad mis mandamientos”, “El Padre… os dará otro Consolador,… el Espíritu de verdad”, “El que me ama será amado por mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él.” “La paz os dejo, mi paz os doy.” —cap. 14

“Yo soy la vid, vosotros los pámpanos… En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto”, “Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido”, “Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros”, “Estas cosas os he hablado, para que no tengáis tropiezo”, “El Espíritu de verdad… os guiará a toda la verdad”, “Se gozará vuestro corazón, y nadie quitará vuestro gozo”, “El Padre mismo os ama”, “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” —caps. 15 y 16

LA OBRA TERMINADA

El Evangelio de Juan registra después la maravillosa oración que Jesús pronunció al aproximarse al Getsemaní. (cap. 17) La obra que el Padre le había mandado para hacer estaba ahora terminada y a través de toda ella había glorificado a su padre. ¡Qué oportuno que al finalizar su labor debería invocar la bendición de su Padre sobre quienes le representaran después de su partida! Jesús estaba preocupado por sus discípulos así oró pidiendo que “fueran uno” como él y el padre son “uno” en propósito y deseo. Pidió que Dios “los santificara” en la verdad y que pudieran darse cuenta de que el Padre los amaba como él.

En su oración Jesús tampoco olvidó al mundo. Extendió su petición al propósito final de la obra de Redención—“que el mundo conozca que tú me has enviado.” Y después de decir estas palabras de consuelo a los once y de la oración a su padre que “salió con sus discípulos tras el arroyo Cedrón” y entró en Getsemaní, donde fue traicionado por Judas y arrestado. —Cap 18:1-12

Para Jesús la “noche… cuando nadie puede trabajar” había comenzado. (Juan 9:4) Iba a soportar ahora el sufrimiento físico y mental que sus enemigos echaran sobre él, estaba plenamente satisfecho de soportar lo que fuera con tal de glorificar a su Padre—“No se haga mi voluntad, sino la tuya.” (Lucas 22:42) Su trabajo había terminado pero de todos modos no escondió la luz de la verdad. Cuando le preguntó Pilato si era rey Jesús respondió: “Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo”, explicando, sin embargo, que su reino no era de este mundo.” —Juan 18:36-37

Mientras Jesús colgaba de la cruz en dolor agonizante, uno de los ladrones le pidió que le recordara en su reino. Dio entonces otro testimonio diciendo al ladrón, incluso en ese día oscuro de ignominia y muerte: “Tú estarás conmigo en el paraíso.” (Lucas 23:39-43) Sabía que, aunque fue crucificado por sus enemigos, se levantaría de entre los muertos y sería exaltado como rey sobre toda la tierra. El propósito de su reinado será el restablecimiento del paraíso y del ladrón, así como toda la humanidad, estará allí. Se les dará la oportunidad de creer en él, obedecer las leyes de su reino y vivir para siempre. Sabiendo esto Jesús se complació en utilizar su ya rápida decadente fuerza para decirlo, hablando en plena armonía con las palabras que Pedro diría pocas semanas después concernientes a “los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas desde el principio del mundo.” —Hechos 3:20-21

En sus últimos momentos, Jesús clamó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mat. 27:46) En realidad es una cita del Salmo 22. Es posible que haya sido a través de la meditación en la oración registrada en este Salmo, en el que se mencionan otros incidentes que Jesús vio que tenían lugar ante él, que su fe lo elevara en ese momento de desesperación. Confiando plenamente en su último y agonizante aliento dijo: “Consumado es”—totalmente terminado—“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”, mi vida. —Juan 19:30; Lucas 23:46

Jesús es nuestro gran modelo. Aunque ninguno de nosotros podemos hoy día saber cuándo exactamente entramos en nuestros últimos días, se cree entre la mayoría de los cristianos iluminados con la verdad que el tiempo es corto, quizás más de lo que pensamos. ¿Cómo estamos usando el tiempo? ¿Estamos pensando en nosotros mismos y en cómo asegurarnos nuestra propia posición en el reino? ¿O somos felices, más bien, en dejarnos en manos del Padre celestial mientras nosotros, como Jesús, redoblamos nuestros esfuerzos para hacer las obras de aquél que nos ha llamado?

Recordar cómo Jesús gastó su fuerza en servir a sus discípulos porque los amó nos hace preguntarnos: ¿amamos a nuestros hermanos como nos amó? ¿Ponemos nuestras vidas por ellos, como hizo por nosotros? Son preguntas inquietantes que deben ponderar cuidadosamente todos los creyentes consagrados y en oración durante esta temporada, cuando en breve conmemoraremos la muerte del Cordero de Dios. Considerémosle, sigámosle y muramos con él—creyendo su promesa de que si somos fieles hasta la muerte recibiremos la “corona de la vida”. —Apoc. 2:10



Asociación De los Estudiantes De la Biblia El Alba