DOCTRINA Y VIDA CRISTIANA

Parte 1 de 2

La experiencia del Aposento Alto
Perspectivas de los cuatro escritores evangélicos

“Entonces él os mostrará un gran aposento alto ya dispuesto; preparad allí. Fueron, pues, y hallaron como les había dicho; y prepararon la pascua. Cuando era la hora, se sentó a la mesa, y con él los apóstoles.”
— Lucas 22:12-14

A LO LARGO DE LA Palabra de Dios, desde Génesis hasta Apocalipsis, tenemos puesto delante de nuestra visión mental el testimonio armonioso del plan amoroso de Dios para la salvación del hombre y su recuperación definitiva del pecado y de la muerte. Además, las Escrituras nos informan que el punto focal para llevar a cabo ese plan radica en el hecho de que Dios, que “de tal manera amó al mundo”, envió “a su Hijo unigénito” para ser el Redentor del hombre. —Juan 3:16

En los Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan se registran muchos de los acontecimientos y circunstancias que rodearon el nacimiento, la vida, el ministerio, la muerte y la resurrección de éste a quien envió Dios. Él fue “Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo.” (1 Tim. 2:5-6) Es, por tanto, más apropiado que revisemos de forma regular los varios aspectos de la vida de Jesús, los cuales proveen una rica comida espiritual para nuestro crecimiento y desarrollo como “nueva criatura”. —2 Cor. 5:17

Como aquellos que se esfuerzan en ser seguidores de los pasos del Maestro nos encontramos con que uno de los hechos más significativos en la vida de Jesús es el registro de lo que sucedió en el “aposento” la víspera de su crucifixión y de su muerte. Lucas 22:7-14 describe las instrucciones de Jesús a sus discípulos en el “gran aposento alto”. Los cuatro escritores evangélicos registran diversas porciones de los sucesos que tuvieron lugar en las horas siguientes, cada uno dando énfasis en ciertos detalles que sentían como de particular importancia y como fueron dirigidos por el Santo Espíritu de Dios.

Los cuatro relatos evangélicos ponen de manifiesto que el propósito inmediato de la reunión de Jesús y sus doce discípulos especialmente escogidos fue tomar juntos la comida de Pascua. (Mat. 26:19-20; Mr. 14:16,17; Lu. 22:13-15; Juan 13:1-4) Era un requerimiento bajo la Ley Mosaica que todos los judíos observaran la Pascua cada año. Hacerlo era recordar su liberación de la esclavitud de Egipto muchos siglos antes. (Éx. 12:14,24-27). Jesús y sus discípulos eran judíos y, por tanto, estaban obligados a observar esta ceremonia anual.

EL TESTIMONIO DE MATEO

Mateo fue uno de los doce que se reunió con Jesús en el aposento alto mientras observaban la comida de Pascua. Como escribió más adelante de aquellas horas recordó que mientras comían Jesús habló diciendo: “Uno de vosotros me va a traicionar.” Se produjo entonces una discusión entre los discípulos mientras estaban a la mesa preguntándose: “Señor, ¿soy yo?” Entonces reveló que el traidor iba a ser Judas. —Mat 26:21-25

Siguiendo la narración, Mateo registra que mientras continuaron con la comida de Pascua Jesús instituyó una nueva ceremonia. Tomó algo de pan del que había en la mesa como parte de la comida, lo bendijo, lo partió y lo dio a los discípulos diciendo: “Tomad, comed; esto es mi cuerpo.” Del mismo modo tomó Jesús un poco de bebida, del “fruto de la vid”, la bendijo y la dio a los discípulos invitándoles a beber. Dijo que esta “copa” representaba su sangre que “por muchos es derramada para remisión de los pecados.” —Mat. 26:26-29

Esta sencilla ceremonia, descrita aquí por Mateo, es lo que durante la Edad Evangélica han denominado “La Cena Conmemorativa” los creyentes consagrados. Así como la observancia de la Pascua era un recuerdo, o Conmemoración, de la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto siglos antes, esta nueva observancia sería un recuerdo de una liberación mayor. Jesús moriría en menos de veinticuatro horas; iba a ser el “Cordero de Dios” antitípico de la Pascua que quitaría “el pecado del mundo” y liberaría a la humanidad de la esclavitud “del pecado y de la muerte.” —Juan 1:29; 1 Cor. 5:7; Rom. 8:2

El Apóstol Pablo escribe más adelante, después de haber recibido una visión del Señor sobre la institución de Jesús de la Cena Conmemorativa, que cuando invitó a sus discípulos a tomar del pan y a beber de la copa—fruto de la vid—les dijo: “Haced esto en memoria de mí”. Pablo continúa afirmando que por esta conmemoración “la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga.” —1 Cor. 11:23-26

SIGNIFICADO DEL PAN Y DE LA COPA

Los dos símbolos, el pan y la copa, representan dos aspectos de la “muerte del Señor” que Pablo menciona. El pan, que Jesús dijo que simbolizaba su cuerpo, es una representación apropiada de la característica redentora de su muerte. Para ser un rescate, o precio correspondiente, por el padre Adán, Jesús tenía que ser un ser humano—hecho carne. También tenía que ser perfecto, inmaculado, como Adán antes de pecar. Jesús cumplió ambos requisitos. Entregando voluntariamente su vida perfecta, su humanidad, su cuerpo “roto” por nosotros proporcionó el precio de rescate necesario para liberar a Adán y a su descendencia de la pena del pecado—la muerte.

Dios, por medio de Oseas, habló proféticamente del rescate que proporcionaría y que daría lugar a la liberación de la humanidad de la muerte adámica. “De la mano del Seol los redimiré, los libraré de la muerte. Oh muerte, yo seré tu muerte; y seré tu destrucción, oh Seol.” (Os. 13:14) Durante su primer advenimiento Jesús se identificó como el “Hijo del Hombre” y como el instrumento utilizado para cumplir la profecía de Oseas. Él dijo: “El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir; y para dar su vida en rescate por muchos.” Pablo más tarde declaró que Jesús murió como “rescate por todos”—“el don [de Dios]… a todos los hombres.” —Mat. 20:28; 1 Tim. 2:5-6; Rom 5:15-18; Juan 3:16

La copa, que Jesús dijo que representaba su sangre, derramada para remisión de los pecados, indica acertadamente de que el gran principio de justicia de Dios debe satisfacerse. Se nos dice en el Antiguo Testamento que “la vida de la carne en la sangre está… la misma sangre hará expiación de la persona.” (Lev. 17:11) Es decir, ya que la sangre literal es la que provee la vida a la carne del hombre es de sumo valor para mantener la vida. Asimismo la sangre derramada por medio de una vida recta entregada también tiene gran valor, o mérito, cuando se utiliza con el propósito de hacer “expiación” por aquellos a quienes se les imputa.

Jesús era justo en la medida de la perfección real—hasta la muerte. Así el valor de su vida, representada por la sangre que derramó, fue enteramente suficiente para satisfacer la justicia de Dios y traer “expiación” a toda la humanidad por medio de su imputación en su nombre. Pablo dijo: “Siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.” Pero él no se detuvo aquí sino que continuó diciendo que los que por fe reciben el valor de la vida de Jesús imputado a su favor son contados como “justificados por su sangre” y “salvos de la ira” que había caído sobre todos por la condenación de Adán. Entonces Pablo concluye: “Nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación.” —Rom. 5:8-9,11

RECORDANDO LA PASCUA DE ISRAEL

Al registrar Mateo las palabras de Jesús en el aposento sobre el significado de los símbolos del pan y de la copa como conmemoración de su inminente muerte quizás pensara en las instrucciones dadas a Moisés relativas a la institución de la Pascua de Israel en Egipto. En esta disposición típica había dos requisitos principales que observarse también. Primero, seleccionar un cordero el décimo día del primer mes religioso. Debía “ser sin defecto, macho de un año” y sacrificarlo al decimocuarto día. —Ex. 12:3-6

La selección de un cordero macho, sin mancha y su posterior sacrificio señala a Jesús, el Cordero Pascual antitípico. Él también era puro—“santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores.” (Heb. 7:26) Además, la especificación de que el cordero típico fuera “macho de un año” subraya la característica redentora de la muerte de Jesús. El hombre Jesús era “partícipe de carne y sangre” y “nacido de mujer.” (Heb. 2:14; Gal. 4:4) Él era el “Hijo del Hombre” que “venía para dar su vida en rescate por muchos”, simbolizada por el pan roto en la Cena Conmemorativa. —Mat. 20:28

El segundo requisito importante de la celebración típica de Pascua tenía que ver con la sangre del cordero sin mancha que debía sacrificarse. Habían de “tomar la sangre, ponerla en los dos postes y en el dintel de las casas” en las que habitaban. (Ex. 12:6-7) ¡Cómo apunta maravillosamente a la sangre derramada de Jesús y su aplicación en nombre de la humanidad como indica la copa conmemorativa que ofreció a sus discípulos en el aposento! Esta es, dice Pablo, la “redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación [expiación] por medio de la fe en su sangre.” (Rom. 3:24,25) El Apóstol Juan añade que Jesús “es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo.” —1 Juan 2:2

Durante la noche de Pascua típica el sacrificio del cordero y la aplicación de su sangre en nombre de los residentes en cada casa debían ocurrir para lograr la liberación de los israelitas de la esclavitud egipcia. En el antitipo Jesús, el perfecto, el precio correspondiente por Adán, tuvo que ser matado, pero, además, se requería que el valor de esa vida, representada por su sangre, se aplicara en la “balanza” de la justicia de Dios para asegurar la liberación final del hombre. Las palabras de Pedro resumen muy bien el tema: “Fuisteis rescatados… no con cosas corruptibles…, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación.” —1 Ped. 1:18-19

Mateo concluye su registro de sus experiencias en el aposento diciendo que seguidamente a la institución de la Cena Conmemorativa por Jesús, “habiendo cantado el himno salieron al Monte de los Olivos.” (Mat. 26:30) Los creyentes consagrados en todo el mundo continúan esta práctica en cada celebración anual de la Conmemoración del Señor. Tras participar en el pan y en la copa simbólicos se canta un himno, se finaliza el servicio y cada uno sale en tranquila meditación a su lugar de residencia.

EL REGISTRO DE MARCOS

Marcos, a quien a veces las Escrituras se refieren como Juan Marcos, no fue uno de los doce discípulos escogidos del Señor y, por tanto, no estuvo presente en el aposento la víspera de la muerte de Jesús. Relata la experiencia del aposento en los versículos 16-26 del capítulo catorce de su evangelio. Su contenido es virtualmente idéntico a la narración de Mateo previamente considerada. Por esta razón es innecesario repasar el registro de Marcos por separado en este momento pues muchos suponen que Marcos recopiló información de Mateo—uno de los doce—acerca de los eventos de esa noche.

Hay otra idea en cuanto a la fuente de información de Marcos. Varios comentaristas bíblicos sugieren que Marcos pudo haber recibido información para su Evangelio del Apóstol Pedro, incluyendo lo que tuvo lugar en el aposento. Esto se basa principalmente en dos pasajes de la Escritura. El primero está en Hechos capítulo doce, en el que se encuentra la primera mención de Marcos en el Nuevo Testamento. Fue en la ocasión en la que Pedro fue milagrosamente liberado de la cárcel. (vs. 1-11) Después de este milagro Pedro llegó a casa de María, la madre de Marcos, donde había una gran reunión de hermanos que estaban orando en su nombre pensando que aún estaba en la cárcel. (vs. 12) Aunque no se especifica que Marcos estuviera presente—sólo se especifica que la reunión fue en casa de su madre—se presume que él estaba allí también. Si este fuera el caso podría haber conocido a Pedro entonces por primera vez y sería el primer encuentro de Marcos con uno de los doce apóstoles de Jesús.

La segunda referencia que parece apoyar la conexión entre Marcos y Pedro se encuentra en la Primera Epístola de Pedro. El apóstol indica que Marcos estaba presente con él y a él se refiere cariñosamente como “mi hijo.” (1 Ped. 5:13) Esta expresión de cariño de Pedro da lugar a pensar que se sentía muy cercano a Marcos y quizás habían pasado considerable tiempo juntos desde su primer encuentro, registrado en Hechos 12. Por tanto, algunos concluyen que durante un periodo de tiempo Pedro, que había presenciado estas cosas de primera mano, compartió con Marcos muchos acontecimientos relacionados con el ministerio de Jesús, que Marcos entonces compendió en su Evangelio.

LA NARRACIÓN DE LUCAS

Lucas, como Marcos, no fue uno de los doce discípulos escogidos de Jesús y no estuvo presente en el aposento. Lucas era gentil y probablemente se convirtió en seguidor de Cristo en algún momento después de la conversión de Cornelio. (Hechos 10) Él es el autor tanto del Evangelio de Lucas como del Libro de los Hechos. (Compárese Lucas 1:1-4 con Hechos 1:1-3) Es evidente por Hechos 1:1 que Lucas escribió su Evangelio antes que el Libro de los Hechos, tal vez en algún momento de los años en los que viajó con Pablo. (Col. 4:14; Flm. 24; 2 Cor. 13:14 subíndice). Probablemente escribiera el Libro de los Hechos cerca del final de la vida de Pablo, o incluso de la suya propia, mientras estaban juntos en Roma. —2 Tim 4:11,22 subíndice

En los versículos de apertura de su Evangelio, Lucas afirma que su relato de la vida y del ministerio terrenal de Jesús procedía de numerosas fuentes. No las nombra, sólo dice que “lo vieron con sus ojos y fueron ministros de su palabra.” (Lu. 1:1-2) Lo cual incluiría los sucesos del aposento los cuales, si le fueron provistos por “testigos oculares”, indicaría que recibió la información de uno o de varios de los once discípulos presentes en aquella ocasión—lo mismo sin duda que en el caso de Marcos.

El testimonio del Cenáculo narrado por Lucas se encuentra en los versículos 13-38 del capítulo 22. Incluye los mismos incidentes que en los registros de Mateo y Marcos—la discusión sobre quién traicionaría a Jesús y la institución de la Cena Conmemorativa—aunque Lucas cambia el orden de éstos. (vss. 17-23) Otra diferencia con Mateo y Marcos es que Lucas registra la predicción de Jesús de las tres negaciones de Pedro mientras estaban todavía en el aposento (vss. 31-34,39) mientras que aquéllos la sitúan después de haber salido (Mat. 26:30-35; Mr. 14:26-31) Estas diferencias menores entre el Evangelio de Lucas y los de Mateo y Marcos no son de ninguna preocupación especial. Como ya se ha señalado Lucas recibió la información de varias fuentes, así que no sorprende que el orden de los acontecimientos no coincida exactamente.

HECHOS REGISTRADOS SÓLO EN LUCAS

De gran importancia, sin embargo, es el hecho de que Lucas registra ciertas cosas que tuvieron lugar en el aposento alto y que no mencionan ni Mateo ni Marcos en absoluto. Una de ellas la encontramos en Lucas 22:24-30. Aquí, mientras Jesús y sus discípulos estaban a la mesa, Lucas afirma que “hubo una disputa entre ellos sobre quién de ellos sería el mayor.” (vs. 24) Los discípulos todavía creían, evidentemente, que su Maestro iba a establecer su reino inminentemente y que iba a restaurar la gloria de Israel que disfrutaba siglos antes bajo David y Salomón. Aunque Jesús les había dicho varias veces que se marcharía—incluso que sería muerto—no comprendieron la realidad de sus palabras. Todavía estaban convencidos de que pronto establecería su reino y que, como sus discípulos más cercanos, ocuparían los más altos lugares de honor y dignidad al lado de su Mesías y Rey.

Al responder Jesús a la disputa de los discípulos acerca de cuál de ellos sería “el mayor” ejerció gran sabiduría. No les criticó por entender mal los tiempos y las sazones asociados con el restablecimiento del reino de Israel. Él, de hecho, les reafirmó que este hecho sucedería en el momento adecuado y, de ser fieles, desempeñarían un papel clave en ese reino. Jesús dijo: “Yo, pues, os asigno un reino como el Padre me lo asignó a mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino y os sentéis en tronos a juzgar a las doce tribus de Israel.” —vss. 29,30

Jesús, sin embargo, consideró que más allá de la falta de comprensión de sus discípulos acerca de los tiempos y las sazones de su reino, no exponían la humildad apropiada sobre cómo debían servir a los intereses de ese reino, independientemente de cuándo se estableciera. Les recordó que los reyes y sus líderes asociados, entre hombres caídos, “se enseñorean” sobre sus súbditos, que les llaman “bienhechores”—un título honorífico. (vs. 25) Con sus discípulos, dijo Jesús, no debería ser este el caso: “El mayor entre vosotros sea como el más joven; y el que dirige, como el que sirve.” —vs. 26

Para enfatizar aún más su punto de vista sobre el servicio, el Maestro les dio esta ilustración en forma de pregunta: “Porque, ¿cuál es mayor, el que se sienta a la mesa, o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? Mas yo estoy entre vosotros como el que sirve.” (vs. 27) ¡Qué impactante lección! Estaban sentados a la mesa con la comida de Pascua y Jesús era el “sirviente” que les servía y ellos eran los invitados. Realmente, si su Señor y Maestro era un sirviente, ellos llegarían a ser sirvientes también si iban a tener parte en su reino.

“BOLSA”, “ALFORJA” Y “ESPADA”

Otro suceso del aposento que sólo menciona Lucas se registra en los versículos 35-38. Jesús recordó aquí a sus discípulos cuando a principios de su ministerio los envió a “predicar el Reino de Dios” les instruyó para ir “sin bolsa, sin alforja y sin calzado” y no carecieron de nada. (vs. 35; capítulo 9:1-3) La “bolsa” se usaba para llevar dinero para las necesidades personales y la compra de alimentos y la “alforja” era una bolsa pequeña en la que se llevaban alimentos y otros artículos personales. Ahora, sin embargo, Jesús les dice: “El que tiene bolsa, tómela, y también la alforja; y el que no tiene espada, venda su capa y tome una.” (vs. 36) El Léxico Griego de Thayer define la palabra traducida por “espada” como “cuchillo usado para matar animales y cortar carne,” más bien que como una espada larga usada como arma de batalla.

Las instrucciones anteriores de Jesús a sus discípulos estaban evidentemente destinadas a destacar el hecho de que pronto no estaría con ellos. En contraste con las palabras anteriores registradas en el capítulo nueve, en adelante deberían estar preparados para proporcionarse su propia comida y otras provisiones temporales. La sugerencia de que cada uno de ellos “comprara” una espada es bastante interesante. Si realmente hubiesen hecho eso los once discípulos tendrían un cuchillo más tarde, cuando Jesús fue arrestado. Rápidamente el Maestro se dio cuenta de que once cuchillos en manos de sus discípulos—aun sólo para cazar o comer—no sería algo sensato, teniendo en cuenta que había llegado ahora el momento de ser entregado a las autoridades judías y romanas.

Así cuando los discípulos dijeron: “Señor, aquí hay dos espadas… Él les dijo: Basta.” (vs. 38) Conocía su falta de entendimiento y era consciente de que podrían tratar de defenderlo por un uso inapropiado de esos cuchillos. Teniendo en cuenta lo sucedido más tarde en el Jardín de Getsemaní “dos espadas” eran de hecho “suficientes”. Pedro, que evidentemente poseía uno de los dos cuchillos, intentó utilizarlo para evitar la detención de Jesús; de hecho cortó una oreja de un sirviente del sumo sacerdote. Jesús inmediatamente sanó al sirviente y reprendió a Pedro: “Vuelve tu espada a su lugar; porque todos los que tomen la espada, a espada perecerán. ¿Acaso piensas que no puedo orar a mi Padre ahora y que él no me daría más de doce legiones de ángeles? ¿Pero cómo entonces se cumplirían las Escrituras, de que es necesario que así se haga?” —Mat. 26:51-54; Jn. 18:10-11

Siguiendo los detalles de las instrucciones de Jesús a sus discípulos concernientes a la “bolsa”, la “alforja” y a la “espada”, Lucas concluye su relato de las experiencias en el aposento indicando que “fueron… al Monte de los Olivos.” (Lu. 22:39) Después de recibir el Espíritu Santo en Pentecostés los discípulos debieron haberse dado cuenta de la especial importancia de la última lección en el aposento. Entonces entenderían y comunicarían a otros creyentes consagrados que “las armas de nuestra milicia no son carnales”, “no tenemos lucha contra sangre y carne” y nuestra única espada es “la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios.” —2 Cor. 10:4; Ef. 6:12-17

MATEO, MARCOS, LUCAS: PUNTOS CONCLUYENTES

A la hora de concluir nuestra consideración de los relatos de las experiencias del aposento de Mateo, Marcos y Lucas cabe mencionar otros dos puntos relacionados con su testimonio del Evangelio en su conjunto, especialmente si lo comparamos con el cuarto Evangelio, escrito por el Apóstol Juan. El registro de la vida y del ministerio de Jesús de Mateo, Marcos y Lucas es en gran parte de estilo “sinóptico”, esto es, cada uno presenta una sinopsis de su vida, incluyendo breves reportes y detalles de muchos acontecimientos diferentes. Utilizan un formato absolutamente narrativo, registrando los acontecimientos de forma secuencial en su mayoría. El estilo de Juan es muy diferente, el cual consideraremos plenamente en la parte 2 de este artículo.

No se conoce con precisión la fecha de la autoría de los tres primeros Evangelios. En general, sin embargo, se cree que fueron escritos mucho antes que el Evangelio de Juan. Muchos comentadores bíblicos sitúan su escritura en un rango de años entre el 40 y el 65 d. C. aproximadamente, y el Evangelio de Juan del 95 al 100 d. C. Hay mucho debate en cuanto al orden específico de la escritura de Mateo, Marcos y Juan, con varios escenarios sugeridos por los historiadores. Pero cualquiera que sea el orden es probable que los tres se completaran algo antes del 70 d. C., cuando fue destruido el Templo de Jerusalén. Esta conclusión se basa en el hecho de que Mateo, Marcos y Lucas registran esta predicción de Jesús como inminente. (Mat. 24:1-2; Mr. 13:1-2; Lu. 21:5-6 y 20-24) Sin embargo, ninguno de los tres hace mención en su relato del cumplimiento de esta predicción, por tanto, es razonable creer que habían terminado su escrito antes de llevarse a cabo su destrucción, porque seguramente habrían hecho mención de un suceso tan importante.

En la parte 2 de este artículo, que aparecerá en la edición del próximo mes, consideraremos el testimonio del aposento conforme a lo dispuesto en el Evangelio de Juan. Su información proporciona una perspectiva notablemente diferente a la de Mateo, Marcos y Lucas—una, creemos, de significativa importancia para los hijos consagrados de Dios. De hecho, las muchas lecciones que podemos extraer de los cuatro Evangelios son para nosotros un recordatorio de las palabras de Pablo: “Toda Escritura… inspirada por Dios… es útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.” —2 Tim. 3:16-17



Asociación De los Estudiantes De la Biblia El Alba