EVENTOS SOBRESALIENTES DEL ALBA

Propósitos de Dios para Su Reino en la Tierra

“De reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra.”
— Efesios 1:10 —

MUCHOS CRISTIANOS de hoy tienen serias dudas de que el reino de Cristo sea establecido alguna vez en la tierra, y con razón, al contemplar el mundo que nos rodea y sus innumerables problemas. Según el Foro Económico Mundial de “Perspectivas de la Agenda Global de 2015” los diez desafíos a los que se enfrenta actualmente el mundo y por los que probablemente se preocuparán sus dirigentes en los próximos doce o dieciocho meses son:

  1. Creciente desigualdad de ingresos.
  2. Persistente crecimiento del desempleo.
  3. Falta de liderazgo.
  4. Creciente competencia geoestratégica entre las regiones del mundo.
  5. Debilitamiento de la democracia representativa.
  6. Creciente contaminación en el mundo en desarrollo.
  7. Aumento de casos de eventos meteorológicos severos.
  8. Intensificación del nacionalismo.
  9. Creciente estrés hídrico.
  10. Creciente importancia de la salud económica.

Además, existen las constantes amenazas de terrorismo en diversas formas, apertura flagrante de inmoralidad y un aumento general de impiedad en todo el mundo, para lo cual el poder religioso y el poder civil parecen impotentes a la hora de hacer algo. Visto sólo desde esta perspectiva resulta un panorama oscuro y sombrío para el mundo en el que vivimos hoy. ¿Vendrá alguna vez el Reino de Cristo? Y si viene, ¿será capaz de resolver los problemas del hombre? ¿Nos dice la Biblia cómo?

Examinando esta importante cuestión, primero debemos darnos cuenta de que el plan de Dios para la salvación de la raza humana caída y moribunda abarca miles de años en el tiempo. De este modo, sabemos instintivamente que hay mucho más que creer simplemente en Cristo y ser salvos. En primer lugar, debemos recordar que Jesús no vino a morir por el mundo hasta cuatro mil años después de la caída del hombre. Durante ese tiempo Dios no dio ninguna revelación definitiva de su plan de redención, hablando de ella sólo vagamente a través de los profetas y de los tipos y sombras, y luego sólo a la pequeña nación de Israel. No fue sino hasta que vino Cristo y sacó a luz la vida y la inmortalidad por medio del Evangelio que el pueblo de Dios comenzó a darse cuenta de que tiene un plan, un “propósito eterno”, y que no será hasta la “dispensación del cumplimiento de los tiempos” que serán reunidas en Cristo todas las cosas tanto en el cielo como en la tierra. —Efe. 1:10; 3:11

Muchos de los detalles del plan de Dios se revelan a través de su Palabra por medio de ilustraciones e imágenes. Nuestros primeros padres fueron probados en cuanto a su obediencia a la voluntad de Dios. Ellos fracasaron y, a pesar de que el mismo Jesús pagó la pena de su pecado, y, por tanto, proporcionó una vía de escape de la muerte, a ningún miembro de la raza de Adán le será concedida la vida eterna hasta ser juzgado individualmente. El periodo de mil años durante el cual la humanidad será sometida a esta prueba es lo que se conoce en las Escrituras como día del juicio. La palabra “juicio” en este sentido se emplea para describir el pensamiento de este aspecto particular del propósito de Dios, ya que se consumará durante la “dispensación del cumplimiento de los tiempos.”

El pecado de nuestros primeros padres fue una rebelión contra la voluntad del Creador, y toda la raza humana ha seguido esa rebelión en mayor o menor grado desde entonces. Dios nos ha asegurado que esta oposición a su voluntad será extinguida, y su voluntad, en última instancia, reinará en toda la tierra. A fin de transmitir a nuestras mentes lo que involucra este aspecto del propósito de Dios para la humanidad, las promesas de su Palabra nos hablan de un reino, y en este reino reinará Cristo hasta poner a todos sus enemigos bajo sus pies—hasta que se realice la voluntad de Dios en la tierra como está haciéndose ahora en el cielo. (Mat. 6:10) El término “súbditos” se utiliza a menudo en relación con el pensamiento de un reino y transmite el sentido de ilustración del reino en la Biblia. En ese momento el mundo va a ser “sujeto” a la voluntad de Dios.

Hay otra importante palabra para transmitir el alcance de las intenciones de Dios hacia la raza humana, y es “pacto”. La raza humana ha de ser restaurada a una relación de pacto con Dios. Un hombre puede ser fiel en medio de la prueba y podría someter plenamente su voluntad a las exigencias de la ley de Dios. Sin embargo, ser restaurado a una relación de pacto con el Creador ofrece una imagen aún mayor y más completa de lo que Dios, por medio de Cristo, propone hacer para la humanidad caída. Hay también otras expresiones usadas en las promesas de las Escrituras pero en nuestra presente discusión nos limitaremos a estas tres: la obra de juicio, la obra del reino y la realización de un pacto entre Dios y los hombres.

EL TRABAJO DE PREPARACIÓN

Por motivo de no haber entendido y armonizado bien la Palabra de verdad muchos han malentendido de gran manera el propósito divino relativo a los juicios de Dios, al reino de Dios y a sus pactos. La mayoría del mundo cristiano cree que la raza humana está a prueba en esta vida, que ahora es día del juicio final de Dios para todos los hombres. Puesto que la Biblia habla tan enfáticamente de un futuro día de juicio, esta línea de razonamiento trata de tomar las Escrituras correspondientes en consideración, pero el resultado es confusión y contradicción. Está destinado a serlo basándose en la falsa premisa que insiste en que el momento de la muerte marca el fin del periodo de prueba para todos.

También son malentendidas las promesas de Dios sobre el reino de Cristo y lo que hará para la raza humana. Sin conocer el plan de Dios muchos insisten en que el reino se estableció poco después de la primera venida de nuestro Señor, o en algún momento en los siglos posteriores, y que desde entonces ha estado reinando sobre la tierra. Este punto de vista anula las promesas de Dios de un futuro reino glorioso que traerá paz y alegría a la humanidad y vida eterna a todos los que obedecen sus leyes. Cómo nos alegramos de poder ver claramente que lo que empezó con la primera venida de Cristo fue el llamamiento y la formación de las personas que serían reyes asociados con Jesús y no el establecimiento del reino mismo.

El mismo principio de interpretación es cierto con respecto a las promesas de Dios para establecer un pacto entre él y la raza humana, comenzando por la “casa de Israel y […] la casa de Judá.” (Jer. 31:31) A esto le llama el profeta “nuevo pacto”. Muchos, incapaces de entender el designio de Dios, asumen que este Nuevo Pacto comenzó a funcionar entre Dios y los hombres cuando el Espíritu Santo descendió sobre los discípulos reunidos en el Pentecostés. Es más o menos el mismo error que se produce con respecto al trabajo del juicio y al trabajo del reino, y por la misma razón.

La causa de que muchos no entiendan correctamente estas doctrinas fundamentales de las Escrituras es que no ven la diferencia entre aquellos a quienes Dios ha prometido bendecir y aquellos a quienes quiere utilizar para proporcionar tales bendiciones. No llegan a discernir que la asociación de sus promesas del día del juicio, del Reino, y del Nuevo Pacto con sus siervos de esta edad no significa que este sea el día del juicio final del mundo, ni que el reino esté ya en funcionamiento ni que ahora vivamos bajo los términos del Nuevo Pacto.

MISTERIOS REVELADOS

Antes del primer advenimiento de Jesús había mucho del plan de Dios que era un misterio. Una característica importante que no se desarrolló hasta la llegada de Cristo fue la simiente de la promesa, el Mesías, el gran Rey y Juez—a través del cual serían satisfechas las promesas de Dios para bendecir al mundo—iba a tener asociados que compartirían su gloria y que vivirían, reinarían y juzgarían con él. El Apóstol Pablo dijo que “este misterio… es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria.” (Col. 1:27) Cuando este misterio fue revelado y abierto, sin embargo, el pueblo de Dios tuvo conocimiento de que los santos “juzgarán al mundo”, que “reinarán con Cristo mil años” y fueron llamados a ser “ministros competentes” del Nuevo Pacto. —1 Cor. 6:2; Apoc. 20:4 y 6; 2 Cor. 3:6

Tomando nota del día del juicio Pablo nos dice claramente que Dios ha “establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia” por Jesús, “aquel varón a quien designó.” (Hch. 17:31) Las Escrituras declaran también que Dios “ha designado todo el juicio” a su Hijo Cristo Jesús, quien juzgará “a los vivos y a los muertos en su manifestación.” (Juan 5:22; 2 Tim. 4:1) La primera mención de la labor de juicio que fue dada por uno de los profetas de Dios hace evidente que muchos participarían en ella. Ese fue Enoc, que, según Judas, profetizó que el Señor vendría con miríadas de sus santos para ejecutar el juicio. (Judas 1:14,15) Corroborando esto, Pablo escribió: “¿No sabéis que los santos juzgarán al mundo?” —1 Cor. 6:2

Varias veces las Escrituras anuncian a Cristo Jesús como el gran rey del reino de Dios que pronto gobernará sobre los asuntos de todo el mundo. La Palabra de Dios también declara enfáticamente que los fieles seguidores de esta edad van a compartir la gloria de su reinado y van a reinar con él. Es una maravillosa “esperanza de la gloria” para aquellos que sacrifican todo, sufriendo y muriendo con Jesús, y que en la “primera resurrección” vivirán y reinarán con él.

Por la gracia maravillosa de Dios, la Biblia nos autoriza incluir en la esperanza de gloria la previsión de participar en la labor de mediación del Nuevo Pacto. A Cristo Jesús se le declara específicamente mediador del pacto entre Dios y el hombre (Heb. 12:24; 1 Tim. 2:5). Sin embargo, a los fieles seguidores de Jesús también se les dice que son “ministros del nuevo pacto”, llamados y capacitados para servir en el “ministerio de la reconciliación” conforme a sus disposiciones. —2 Cor. 3:6; 5:18

FORMACIÓN PRÁCTICA

En el arreglo divino, la formación de los que son llamados a participar con Jesús en la bendición de todas las familias de la tierra está llevándose a cabo sobre una base muy práctica. Cuando Pablo preguntó a los hermanos de Corinto, “¿No sabéis que los santos juzgarán al mundo?”, él estaba amonestándoles a dar una mayor diligencia en la aplicación de los principios de la verdad en su propia vida y, en particular, en sus relaciones con los demás. Razonó que si iban a participar con Jesús en el juicio del mundo, deberían aprender a aplicar correctamente los principios de la justicia y la rectitud en la solución de los problemas que surgieron entre ellos de vez en cuando.

Esta misma formación práctica de los futuros bendecidores del mundo se aprecia en relación con su esperanza de reinar con Jesús, el rey de reyes. Cuando se reza: “Venga tu reino. Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”, debe recordarse en primer lugar que se debe hacer la voluntad de Dios en sus corazones y en sus vidas. Entrega plena y sin reservas a la voluntad de Dios a través de Cristo, nuestra cabeza, es la condición con la que cualquiera puede tener la esperanza de participar con Jesús en la labor de establecer la voluntad divina en los corazones de las personas durante el Reino. Por lo tanto, es sólo en la medida en que se humillan bajo la poderosa mano de Dios que él les exaltará a la gloria del reino con el Maestro.

De igual modo, como futuros ministros de reconciliación de la Edad Mesiánica, reciben su formación ahora. En el uso presente de la palabra de reconciliación, es su privilegio siempre y dondequiera que encuentren un oído decirle: “Reconciliaos con Dios.” (2 Cor. 5:20) Por lo tanto sirven como pacificadores en la preparación para este servicio ampliado como ministros competentes del Nuevo Pacto, cuando su privilegio será ayudar a que toda la raza humana entre en una relación de pacto con Dios.

EL REINO ESTÁ CERCA

Los estudiantes de las Escrituras deberían estar familiarizados con los muchos textos que hablan del Reino que, desde cierta perspectiva, tiene su inicio con el primer advenimiento de Jesús. Pablo escribió: “El cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas y trasladado al reino de su amado hijo.” (Col. 1:13) Jesús también afirmó en su primera venida: “El reino de los cielos sufre violencia.” (Mat. 11:12) Estas y otras escrituras muestran que el reino, en cierto sentido, entró en vigor en el primer advenimiento de Jesús. Sin embargo, quienes son capaces de usar bien la Palabra de verdad entienden que el Reino no comenzó a reinar sobre la humanidad entonces. Saben que el reino sólo ha existido en su etapa preparatoria y que la Edad Evangélica es el período durante el cual aquellos que reinarán en el reino han sido y están siendo llamados y capacitados para tan alta posición.

La razón para poner de relieve estos hechos de verdad es destacar también que el mismo principio de interpretación es cierto con respecto a las promesas de Dios del Nuevo Pacto. Al igual que las promesas de Dios dejan en claro que el periodo reinante de ese reino es durante la Edad Mesiánica, así sus originales promesas del Nuevo Pacto también identifican cuándo entrará en vigor y que se hará primero “con la casa de Israel y con la casa de Judá.” (Jer. 31:31-34) Del mismo modo, al igual que en el caso de las promesas del reino, las relativas al Nuevo Pacto también implican demasiado como para cumplirse en las experiencias de un número relativamente pequeño de personas consagradas a Dios durante la edad actual.

El Nuevo Testamento sí asocia a los seguidores asidos y consagrados de Jesús con el Nuevo Pacto de la promesa al igual que se les asocia a las promesas de Dios del reino. Cuando comprendemos que la relación actual de los santos con ese pacto es simplemente en el sentido de formarse como siervos, entonces no tendremos ninguna dificultad en discernir la perfecta armonía de todas las Escrituras relacionadas con el tema. Examinemos, pues, las referencias del Nuevo Testamento al Nuevo Pacto y tengamos en cuenta esas referencias en relación al Reino y en su relación con la iglesia.

LA SANGRE DEL NUEVO PACTO

En Mateo 26:27-28 se cita a Jesús diciendo a sus discípulos al darles la copa memorial, que representaba la “sangre del nuevo testamento” o “Nuevo Pacto”. A veces se malinterpreta en el sentido de que Jesús estaba diciendo a sus discípulos que el anunciado Nuevo Pacto ya había entrado en vigor y que, según sus términos, a través de su sangre, se reconcilia con Dios. Cuando se examina la cuestión más detenidamente, sin embargo, encontramos que esa no es la idea.

Hebreos 10:9 dice: “Diciendo luego: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad; quita lo primero, para establecer esto último.” “Lo primero” hace referencia en este texto al antiguo Pacto de la Ley, y “lo segundo” es el Nuevo Pacto. Según las Escrituras, Jesús puso fin al Pacto de la Ley como medio por el cual los israelitas, o los de cualquier otra nación, podían reconciliarse con Dios. Fue quitado así de definitivo como el reino típico de Israel fue retirado por Babilonia como profetizado por Ezequiel y Jeremías, y más tarde por los romanos como previsto por Jesús cuando dijo: “Su casa os es dejada desierta.” —Ezequiel. 21:25-27; Jer. 25:9-11; Mat. 23:38

Pablo escribe que el primer pacto fue quitado a fin de que el segundo, el Nuevo Pacto, pudiera establecerse. Lo mismo es cierto con respecto al reino. El reino típico fue retirado con el fin de que el reino antitípico, bajo Cristo, pudiera establecerse. Con la eliminación del reino típico, el verdadero reino estaba cerca. Comenzó a establecerse en el sentido de que los reyes de este reino empezaron a prepararse para el alto cargo al que se les llamó. Así fue con el Nuevo Pacto. Después del primer advenimiento del Señor, sus ministros capaces comenzaron a ser enseñados en la escuela de Cristo para estar dispuestos, en asociación con él, a inaugurar ese pacto al comienzo de la Edad Mesiánica—el periodo del reino de mil años y el día del juicio. Razón por la cual dijo Jesús que su sangre es la sangre del Nuevo Pacto. No hay ninguna otra sangre. El mismo propósito por el cual derramó su sangre era poder reconciliar con Dios la raza perdida y de que el trabajo de la reconciliación se realizara a través del Nuevo Pacto.

Recordemos además cómo Pablo establece la idea de que la sangre de Cristo es la sangre del Nuevo Pacto. Antes de la inauguración del primer pacto típico, Moisés, su mediador, sacrificó animales, y cuando el pacto fue impuesto al pueblo, utilizó la sangre de esos animales para rociar “tanto al libro como al pueblo.” Entonces Pablo añade: “Además de esto, roció también con la sangre tanto el tabernáculo y todos los vasos del ministerio. Fue, pues, necesario que las figuras de las cosas celestiales fuesen purificadas así; pero las cosas celestiales mismas, con mejores sacrificios que estos.” —Hebreos 9:21-23

La aspersión sobre “todo el pueblo” bajo el arreglo típico apunta hacia la inauguración del Nuevo Pacto. Además, sin embargo, como Pablo explica, fueron salpicados tanto el tabernáculo como todos los vasos del ministerio, lo cual apuntó hacia la aspersión antitípica del tabernáculo y sus arreglos—las cosas celestiales de esta edad. El Libro de Hebreos coloca a los seguidores asidos de Cristo en la misma relación con el tabernáculo antitípico como sacerdotes de Israel en el Tabernáculo típico. Actualmente, están formándose como sacerdotes con la esperanza de entrar en el “Lugar Santísimo”.

No sabemos cuánto tiempo requirió la construcción del Tabernáculo típico ni la inauguración de sus servicios a través de la cual la nación de Israel recibió sus bendiciones bajo el Pacto de la Ley, pero se requiere toda la Edad Evangélica para “construir” el tabernáculo antitípico e iniciar su sacerdocio. Esto es necesario en relación con el establecimiento del Nuevo Pacto porque está haciéndose en preparación para reconciliar al mundo con Dios a través de ese arreglo. La sangre de Cristo, que lo hace posible, es llamada sangre del Nuevo Pacto. En otras palabras, la sangre de Cristo es utilizada durante la Edad Evangélica para hacer aceptables los sacrificios de quienes se preparan como ministros del Nuevo Pacto. Esto no significa que estén ya bajo el Nuevo Pacto, sino que están preparándose para administrar las leyes de ese pacto al pueblo cuando se complete el trabajo de preparación de la Edad Evangélica.

En Hebreos 9:14, Pablo explica que la sangre de Cristo eliminará de la conciencia del cristiano las obras muertas. Es imprescindible que se lleve a cabo, de otra forma no podríamos ser aceptables a Dios como ministros del Nuevo Pacto. En el versículo siguiente explica que es por la purga de los pecados que Jesús es el mediador del Nuevo Pacto. Por ello, escribe el apóstol, la muerte de Jesús traerá “la remisión de las transgresiones que había bajo el primer pacto.” Así será que aquellos que son llamados reciban la “promesa de herencia eterna.”

En este pasaje encontramos, por tanto, dos cosas que se llevan a cabo por la sangre de Cristo. La primera es la depuración de nuestra conciencia de obras muertas y la segunda es la remisión de las transgresiones bajo el primer pacto. En los días de Pablo los judíos que habían venido “a Cristo” ya habían transgredido el Antiguo Pacto, pero esto no era cierto de los conversos gentiles ni entonces ni ahora. Lo que refiere es el modo en que se cumplirá la promesa de Jeremías 31:34 cuando se haga el Nuevo Pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá.

Pablo habla en Hebreos 9:15 de la casa natural de Israel como los que son “llamados.” Esto no es una referencia a los que están invitados al supremo llamamiento. Debemos recordar que la nación de Israel fue llamada a ciertos favores en el plan divino y a esto se refiere en Romanos 11:26-29. Aquí explica que de Sión vendrá “el Libertador, que apartará de Jacob la impiedad”, que es el pacto de Dios con ellos cuando quite sus pecados. A continuación añade: “Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios.” Comparando este pasaje con Hebreos 10:16 vemos claramente que en el último versículo Pablo explica que el último trabajo a realizarse por la sangre de Cristo será “después de aquellos días” durante los cuales se ha utilizado la sangre para purgar de obras muertas nuestra conciencia. En el caso de los judíos conversos algunas de esas obras muertas eran sus esfuerzos por obtener vida bajo la ley, pero la iglesia entera, judíos y gentiles, necesita esta purga para prepararse a administrar las leyes del Nuevo Pacto cuando se inaugure.

TABLAS DE CARNE DEL CORAZÓN

En 2 Corintios 3:3-8, Pablo ilumina aún más la relación de los seguidores de Cristo con el Nuevo Pacto. Es en este pasaje que se les llama “ministros competentes” de ese pacto e indica claramente la naturaleza de su servicio. Ellos son “carta de Cristo” no escrita en piedra, sino en “tablas de carne del corazón.” En los versículos siete y ocho deja claro que está comparando el ministerio del Pacto de la ley con el del Nuevo Pacto y que el ministerio al que se refiere es el que se llevó a cabo por Moisés en relación con la ley que fue grabada en piedras.

Pensemos en las tablas de la Ley como la “carta de Moisés”. Pablo dice que aquellos a quienes estaba escribiendo, creyentes consagrados, son “carta de Cristo” y que la Edad Evangélica es el período durante el cual estas cartas están escritas por el Espíritu Santo. En Éxodo 24:12, Dios le dijo a Moisés que le fueron dadas las tablas de la Ley para poder enseñar al pueblo. Así ocurre con las tablas de piedra antitípicas, la “carta de Cristo”. Como ministros del Nuevo Pacto, están preparándose como los futuros docentes de la población. Son la clase de Sión, y la ley del Nuevo Pacto deberá salir de Sión. Para que esto sea cierto, sin embargo, deben conocer primero la ley y reconciliarse completamente con todos sus términos, incluso como Jesús.

Ahora son ministros del Nuevo Pacto, puesto que hay dos fases en ese ministerio. Primero, hay el ministerio sacrificial de ese pacto y luego seguirá el ministerio en la gloria. El ministerio sacrificial se ha llevado a cabo a lo largo de toda la Edad Evangélica y pronto vendrá la fase de gloria del ministerio. Esta última, indica Pablo, se caracteriza por la gloria en el rostro de Moisés cuando bajó del Sinaí con las tablas de la Ley. Pablo nos dice que si Cristo está en nosotros tenemos esta “esperanza de gloria”, puesto que la promesa es que cuando aparezca, tipificado por la aparición de Moisés a Israel al bajar del Sinaí, también apareceremos “con él en gloria”. —2 Cor. 3:3-12; Col. 1:27; 3:4

Pablo escribe en Romanos 8:24 que uno no espera lo que ya ve o posee. Por tanto, si la fase de gloria de nuestro ministerio del Nuevo Pacto es todavía sólo una esperanza, y Pablo deja claro que es así, sin duda podemos decir que el Nuevo Pacto no está funcionando ahora. Su operación futura está en preparación. Los llamados se sacrifican por sus intereses, su sacrificio es aceptable a través de la sangre de Cristo. Sin embargo, el Nuevo Pacto no puede hacerse con la casa de Israel y con la casa de Judá, y a través de ellos con todas las naciones, hasta que aparezca Cristo en gloria, como Moisés, y con él sus “cartas”—sus co-ministros—como las tablas de piedra típicas estaban con Moisés al descender del Sinaí.

Hebreos 8:6 habla de la mediación de Jesús del Nuevo Pacto como el mejor y “más excelente ministerio”. No puede haber duda de que, cuando Pablo habla de la iglesia como “ministros” del Nuevo Pacto, significa que van a participar con Jesús en el trabajo de mediación, el mejor ministerio. Además, en la epístola a los Hebreos 9:21 el apóstol habla de los “vasos del ministerio” “rociados con sangre”. Estos vasos son también típicos de las cosas en el tabernáculo antitípico, que enfatiza la relación verdadera de los creyentes consagrados con el Nuevo Pacto, como siervos y ministros de ese pacto, no como aquellos que van a ser bendecidos bajo sus arreglos.

Cuando mantenemos esta distinción en mente, la diferencia entre “siervos” y “servidos”, entonces no tendremos ninguna dificultad en comprender todo lo que la Biblia dice acerca del Nuevo Pacto. Por ejemplo, en la lección de 2 Corintios, capítulos cinco y seis, donde Pablo designa a los seguidores asidos de Cristo como participantes en la obra de reconciliación, habla de ellos como de colaboradores de Dios. A continuación explica que la edad actual es el tiempo aceptable, el día de gran salvación. A este respecto cita Isaías 49:8-12 y la aplica a la iglesia. En esta maravillosa profecía Dios dirigiéndose a Cristo, Cabeza y cuerpo, dice: “…te daré por pacto al pueblo, para que restaures la tierra, para que heredes asoladas heredades.” (Isa. 49: 8). Aquí el Señor aclara muy bien que los fieles de esta edad han de ser parte de los arreglos de ese Nuevo Pacto mediante el cual las bendiciones del reino fluirán a Israel y al mundo entero.

Regocijémonos en que las alegrías del reino se distribuirán a toda la humanidad al debido tiempo de Dios. Alegrémonos de saber que todos los dispuestos y obedientes de Israel y del mundo van a ser traídos a la relación del pacto con Dios, que tendrán escrita su ley en sus corazones y que serán restaurados a la perfección de mente y cuerpo. Por último, agradezcamos que este arreglo tenga como resultado el justo juicio para toda la humanidad.



Asociación De los Estudiantes De la Biblia El Alba