ESTUDIOS INTERNACIONALES DE LA BIBLIA

Lección Siete

Compartiendo Todas las Cosas

Versículo Clave: “Así que no había entre ellos ningún necesitado; porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el precio de lo vendido.”
—Hechos 4:34

Escritura Seleccionadas:
Hechos 4:34 – 5:10

DESPUÉS DE LA respuesta a la oración registrada en Hechos 4:31 que consideramos en nuestra lección anterior, los hermanos se acercaban uno a otro hasta el punto de declarar que todo lo que poseían no era suyo propio, sino que pertenecía a la Iglesia en común. (vs. 32) Esto era evidentemente un reconocimiento de que todo lo que tenían no venía de sus propios talentos y habilidades, sino que eran dones de Dios. En un mundo donde las riquezas son a menudo un barómetro del estatus de uno, esta era una manera impresionante de demostrar su pleno apoyo por la obra de predicar el Evangelio.

La gravedad personal de este esfuerzo por apoyar el dar testimonio del Evangelio de Cristo fue demostrado por las acciones de cierta pareja cuyos nombres eran Ananías y Safira. Ellos vendieron una posesión para contribuir al cuidado común de los hermanos, pero guardaron parte del precio por sí mismos. Pedro discernió rápidamente su falta de honradez, diciendo que no habían mentido a los hombres, sino a Dios. Declaró que Satanás había llenado sus corazones con el espíritu de codicia. Al ser afrontados con su pecado, tanto Ananías como su esposa cayeron al suelo y murieron. Las muertes resultaron en una gran manifestación de temor reverente entre los hermanos. (Hechos 5:1-11) Este relato nos proporciona una poderosa lección espiritual acerca de la importancia de mantener plenamente nuestros votos de consagración, y no retener nada del Señor. “Mejor es que no prometas, y no que prometas y no cumplas.” —Ecl. 5:5

Este acuerdo de convivencia pronto terminó, cuando se demostró que no era posible en un mundo imperfecto. Sin embargo, señala la lección importante de que todo el cuerpo de Cristo es “bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor.” (Ef. 4:16) También corrobora la descripción de Pablo de que todos los miembros del cuerpo de Cristo son iguales a los ojos de Dios. Él dice, “Que no haya desavenencia en el cuerpo, sino que los miembros todos se preocupen los unos por los otros.” —1 Cor. 12:25

A pesar de que no podamos vivir comunitariamente con los hermanos, debemos ayudar con sus necesidades espirituales y temporales, siempre que sea posible. El apóstol Juan dice, “Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad.” (1 Juan 3:17,18). Aquellos que no estén a la altura de este “fruto del Espíritu” son como los descritos por nuestro Señor: “Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego. Así que, por sus frutos los conoceréis.” —Mat. 7:19,20

Santiago también habla de este principio con estas palabras: “Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha?” (Santiago 2:15,16) Tal era el caso de Ananías y Safira, que resultó no sólo en la pérdida de ganancia temporal, sino que también de sus propias vidas. Que estemos siempre atentos a examinar las necesidades de nuestros hermanos y estar a la altura del principio de compartir con un corazón de sincera generosidad.



Asociación De los Estudiantes De la Biblia El Alba