EVENTOS SOBRESALIENTES DEL ALBA

“Bautizados por los Muertos”

“De otro modo, ¿qué harán los que se bautizan por los muertos, si en ninguna manera los muertos resucitan? ¿Por qué, pues, se bautizan por los muertos?”
— 1 Corintios 15:29 —

LA DOCTRINA del bautismo es uno de los principios básicos de la fe cristiana. Por tanto, es justo que se considere como tal, ya que el apóstol Pablo la identifica como uno de los “principios de la doctrina de Cristo.” (Heb. 6:1,2) En sus diversas formas, la palabra “bautismo” aparece más de cien veces en el Nuevo Testamento. Sin embargo, a pesar de su uso en la Escritura, la comprensión de esta importante doctrina varía ampliamente entre los profesos creyentes en Cristo. Un versículo que habla del bautismo ha sorprendido especialmente a muchos a lo largo de los siglos. Es la afirmación de Pablo en el texto de apertura, y en particular la frase que aparece en el versículo dos veces: “bautizados por los muertos.”

Se han ofrecido diversas explicaciones para la expresión. Algunos historiadores de la iglesia afirman que Juan Calvino lo interpretó como una referencia a bautizarse poco antes de la muerte. Se dice que Martín Lutero creía que debería traducirse como “bautizados por encima de la tumba de los muertos.” Aún otros sostienen que la mención del bautismo en este versículo se refiere a los lavados rituales requeridos a los judíos bajo la ley Mosaica en el caso de contacto con un cuerpo muerto. La interpretación más comúnmente conocida de estas palabras es la dada por diversas facciones del mormonismo, que ve el rito del bautismo como requisito indispensable para entrar en el reino de Dios. Su creencia establece que el bautismo por los muertos puede realizarse por “delegados” por los que han muerto sin la oportunidad de recibirlo por sí mismos. Irónicamente, también enseñan que los muertos pueden aceptar o rechazar el bautismo hecho en su nombre.

Ninguna de estas explicaciones es satisfactoria para el estudiante sincero de la Biblia. ¿Cómo interpretar, sin embargo, adecuadamente estas palabras de San Pablo? ¿Qué quiere decir con la frase “bautizados por los muertos”, especialmente en vista del hecho de que lo repite una segunda vez en el versículo? Al igual que muchas otras Escrituras que pueden parecer en principio muy desconcertantes, la clave para entender correctamente estas palabras del apóstol se encuentra en el contexto en el que aparecen, en este caso todo el capítulo 15 de la primera carta a los corintios. Creemos que el contexto de este capítulo no sólo proporciona una comprensión correcta de lo que Pablo quería decir con las palabras de nuestro texto, sino que también nos ilumina concerniente a las importantes doctrinas de la muerte y de la resurrección.

TESTIMONIO DE PABLO

Pocos negarán que toda la raza humana esté muerta o a punto de morir. Pablo explica que se inició con el primer hombre, Adán: “Por cuanto la muerte entró por un hombre… en Adán todos mueren.” (1 Cor. 15:21,22) La muerte de Adán fue consecuencia de su desobediencia a la ley divina. Todos sus descendientes han heredado en una u otra medida su naturaleza pecaminosa y todos, por tanto, sufren la misma pena: la muerte. Como dice el salmista: “En pecado me concibió mi madre.” (Sal. 51:5) Y Pablo confirma este resultado final: “La paga del pecado es muerte.” —Rom. 6:23

Las Escrituras, sin embargo, proporcionan una maravillosa esperanza para la recuperación definitiva del pecado y de la muerte del hombre. El capítulo 15 de 1 Corintios presenta la garantía de que los muertos serán devueltos a la vida por medio de una resurrección. Pablo explica por qué: “Por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos.” (vs. 21) Aquí se nos recuerda que así como la muerte se produjo por un hombre caído, Adán, es por un hombre perfecto, Cristo Jesús, por quien la resurrección de los muertos es posible. Jesús redimió al mundo de la muerte de Adán, lo que está en consonancia con sus propias palabras cuando dijo que daría su carne por “la vida del mundo.” (Juan 6:51) Por tanto así como “en Adán” todos mueren, “en Cristo” todos “serán vivificados.” (1 Cor. 15:22) Así a todos se les dará la oportunidad de ser restaurados a una vida humana perfecta y eterna basada en la obediencia a la ley divina, en las mismas condiciones en las que vivió Adán antes de pecar.

“RESCATE POR TODOS”

El apóstol usa la palabra “rescate” para describir el medio por el cual se lleva a cabo el plan de Dios para la recuperación del hombre de su condenación a muerte. Él escribió: “Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad. Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo.” —1 Tim. 2:3-6

La palabra griega del Nuevo Testamento que se traduce “rescate” significa “precio que corresponde.” El hombre Cristo Jesús fue, como declaran las Escrituras, “santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores.” (Heb. 7:26) De esta manera “correspondía” al hombre perfecto Adán, creado a imagen de Dios. Sin embargo Adán, perdió la perfección y causó la muerte para él y para todos sus descendientes al transgredir la ley divina. El hombre perfecto Jesús se entregó en sacrificio voluntariamente y, haciéndolo, era el “precio que corresponde,” que proporcionó la redención para Adán y toda la raza humana—todos “en Adán.” Esto abrió el camino para que todos vuelvan a la vida.

Como se citó anteriormente Pablo dice: “La paga del pecado es muerte” añadiendo después, “la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.” (Rom. 6:23) Un pensamiento parecido se expresa en Juan 3:16,17: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él.”

Jesús también explicó, “El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios.” (vs. 18) Estos textos revelan que el mundo entero, por herencia, está condenado a muerte y que escapar de esta condena ha sido provisto a través de Cristo. Además nos dicen que este escape depende de la fe y de la aceptación de la persona a esta disposición que se ha hecho por él.

Durante la presente edad los que, al aprender de esta disposición de la gracia de Dios, la aceptan bajo las condiciones de obediencia y plena dedicación a la voluntad de Dios van a ser “justificados”. Pablo escribió: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.” (Rom. 5:1) Aquellos que no vengan a Cristo en plena fe y dediquen completamente su vida a hacer la voluntad de Dios siguiendo las huellas de Jesús no disfrutarán de esta “paz con Dios.” Están todavía alejados de él por el pecado y permanecen todavía bajo condenación a muerte.

No hay otro camino de salvación de la muerte que a través de Cristo. Hablando de Él Pedro dijo: “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.” (Hechos 4:12). El motivo de que no haya una salvación de la muerte salvo por medio de Jesucristo es que él es el único que derramó sangre humana perfecta (la suya propia) a favor de la moribunda raza condenada. Derramar sangre es en las Escrituras un símbolo de la vida derramada, y Jesús “derramó su alma hasta la muerte”, para que todos los hijos de Adán puedan tener una oportunidad de vivir. —Isa. 53:12

Cuando aceptamos por fe las disposiciones de la sangre de Cristo y nos dedicamos a la voluntad divina nos encontramos con que hay algo más que simplemente creer. Pablo escribió: “Porque a vosotros os es concedido a causa de Cristo, no sólo que creáis en él, sino también que padezcáis por él.” (Fil. 1:29). Hay muchos pasajes de las Escrituras que indican que es privilegio de los creyentes sufrir con Jesús. En su primera carta a Timoteo, Pablo escribió, “Si somos muertos con él, también viviremos con él: Si sufrimos, también reinaremos con él.” —2 Tim. 2:11,12

“POR LOS MUERTOS”

Volviendo al texto de apertura, Pablo menciona adecuadamente este aspecto de la voluntad divina para todos los creyentes en relación a su discurso de la resurrección de los muertos. Al parecer había algunos en la iglesia de Corinto que no creían en la resurrección de Jesús y él señala que si Cristo no resucitó de entre los muertos, entonces no hay esperanza de que los muertos sean restaurados a la vida. Demuestra, por otra parte, no sólo que Jesús ha sido resucitado de entre los muertos, sino que todos a través de él volverán a la vida. —1 Cor. 15:12-22

El apóstol muestra claramente que esto se logrará por medio de la gobernación del Reino de Cristo, que él reinará hasta que todos los enemigos sean puestos bajo sus pies y hasta que la muerte sea destruida. Cuando ese glorioso trabajo se complete el reino será entregado al Padre para que “sea todo en todos.” —vss. 24-28

Es en este contexto que Pablo, a continuación, agrega las palabras de nuestro texto: “De otro modo, ¿qué harán los que se bautizan por los muertos, si en ninguna manera los muertos resucitan? ¿Por qué, pues, se bautizan por los muertos?” Para enfatizar aún más su punto de vista el apóstol añade que si los muertos no resucitan, “¿Y por qué nosotros peligramos a toda hora? Os aseguro, hermanos, por la gloria que de vosotros tengo en nuestro Señor Jesucristo, que cada día muero. Si como hombre batallé en Efeso contra fieras, ¿qué me aprovecha? Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, porque mañana moriremos!” —vss. 30-32

Estos versículos nos recuerdan que los creyentes consagrados durante la Edad Presente—aquellos que se esfuerzan por seguir los pasos del sacrificio de Jesús—sufren y “mueren a diario” con Él. Pablo escribió que esto es a favor del mundo de la humanidad, actualmente “muerta” a los ojos de Dios. El apóstol indica que los muertos se beneficiarán, de alguna manera y al debido tiempo de Dios, de los sufrimientos y la muerte de los seguidores de Jesús. Esta es una de las características más importantes del magnífico designio de Dios para dar vida al mundo de la humanidad. Llama nuestra atención de varios modos en las Escrituras: uno de ellos a través de la promesa que Dios hizo a Abrahán de que a través de su simiente serían “benditas todas las familias de la tierra.” —Gén. 12:3; 22:18

En la epístola a los Gálatas 3:16, Pablo identifica a la prometida simiente de Abrahán con Cristo Jesús. Y luego añade: “Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos… Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa.” (vss. 27-29). Aquí se muestra claramente que aquellos que son bautizados en Cristo y que son fieles, heredarán con él la promesa de bendecir a las familias de la tierra. Puesto que estas familias de la tierra que van a ser bendecidas están ya muertas o moribundas es lógico pensar de los que son “bautizados en Cristo” como siendo “bautizados por los muertos.” Es decir, aquellos “bautizados en Cristo” y plenamente desarrollados en su semejanza de carácter en la Edad Presente, son también “bautizados”, simbólicamente hablando, con miras a ayudar al mundo muerto y moribundo. Es a través de este proceso adicional de “ser bautizados por los muertos” que los creyentes consagrados se desarrollan para formar parte de un sacerdocio comprensivo que “pueda compadecerse” de las flaquezas de la humanidad y es probado por las experiencias “humanas.” (Heb. 4:15 y 1 Cor. 10:13) Por lo tanto son probados dignos y preparados para esa gran labor futura de bendecir a todas las familias de la tierra.

EL BAUTISMO SE EXPLICA MÁS

El bautismo en agua autorizado en las Escrituras para los creyentes consagrados es sólo un símbolo, o imagen, del verdadero bautismo, que no es en agua, sino en Cristo. Pablo lo explica: “¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte?” Y continúa: “Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección.” —Rom. 6:3,5

¿Cuál fue la “semejanza” de la muerte de Jesús? Pablo dice: “Porque en cuanto murió, al pecado murió una vez por todas… Así también vosotros consideraos muertos al pecado.” (vss. 10, 11) Jesús nunca pecó. Su muerte “al pecado”, por tanto, es una muerte sacrificial a favor del mundo de la humanidad. Nuestro ser plantados con él por el bautismo en la muerte también es una muerte sacrificial y también a favor de la raza humana muerta. Más adelante en esta misma epístola Pablo escribió, “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios.” —Rom. 12:1

La muerte en sacrificio de Jesús al pecado aseguró la cancelación de la pena de muerte que descansa en la raza adámica. Ningún otro sacrificio es necesario para ello. Los seguidores consagrados de Cristo no participan en este aspecto de su sacrificio porque, como anteriormente se ha señalado, se requiere un hombre perfecto—un precio correspondiente por Adán—para alcanzar este objetivo. El mundo, sin embargo, a pesar de estar hecho libre de la condena de Adán, debe ser iluminado sobre la obra sacrificial de Cristo. Al comprender y aceptar esta disposición, también debe elevarse sobre todos los vestigios de la degradación, la enfermedad y la muerte para ser restaurado a la perfección perdida en Adán. Los seguidores de Jesús fielmente plantados juntos—bautizados—a “semejanza de su muerte”, participarán en este trabajo de iluminación y restauración.

RECONCILIANDO AL MUNDO

Pablo escribió, “Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios.” —2 Cor. 5:18-20

Es evidente en este pasaje que los seguidores sacrificadores del Maestro participan con él en la reconciliación del mundo. Esta obra proviene de Dios. Él es el gran autor del plan de salvación de la raza perdida, y éste se puso en práctica a través de Jesús: “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo.” Entonces nosotros, los seguidores de Cristo, somos introducidos en el cuadro como representantes de Cristo en la obra de la reconciliación para lo cual hizo provisión. Se nos ha dado el “ministerio de la reconciliación.”

El versículo 21 dice: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado [una ofrenda por el pecado], para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.” Aquí tenemos la explicación de la razón por la cual nosotros, miembros de la raza condenada y moribunda por herencia, podemos ser usados por Dios en la obra de reconciliación. Es porque Cristo hizo provisión para nuestra reconciliación, y al aceptar esta disposición somos “hechos justicia de Dios en él”. Nosotros, como creyentes consagrados, no agregamos a los méritos de la sangre por la que hemos sido reconciliados, sino que el poder de esa sangre efectúa nuestra reconciliación. Dios nos considera perfectos y nos da el privilegio de participar con Cristo en la obra de la reconciliación de los demás.

El versículo siguiente, el primero de 2 Corintios 6, dice: “Así, pues, nosotros, como colaboradores suyos, os exhortamos también a que no recibáis en vano la gracia de Dios.” ¡Qué maravillosa es “la gracia de Dios” que Pablo nos insta a no recibir en vano! Este privilegio de ser trabajadores junto a Dios es uno que abarca dos edades en el plan divino de salvación: La Edad Evangélica y la Mesiánica. Cristo comisionó a sus seguidores a ir por todo el mundo y predicar el Evangelio—la palabra de reconciliación. Esta obra exige sacrificio y la entrega de nuestras vidas. Esto es lo que está en juego en nuestro bautismo de muerte con Cristo, nuestro sufrimiento y muerte con él. Entonces, como hemos visto, la obra de la Edad Mesiánica que se aproxima, cuando todos los miembros del cuerpo de Cristo hayan sido reunidos y preparados, será reconciliar y restaurar la humanidad a la vida.

El versículo 2 del capítulo 6 dice: “En tiempo aceptable te he oído, y en día de salvación te he socorrido. He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación.” La expresión “ahora el tiempo aceptable”, no se aplica a la vida de los individuos, sino a una edad en el plan de Dios—la Edad Evangélica—cuando Dios acepte el sacrificio de su pueblo y les asigne un papel en su plan como colaboradores junto con él. En este texto Pablo está citando parte de Isaías 49:8-9: “Así dijo Jehová: En tiempo aceptable te oí, y en el día de salvación te ayudé; y te guardaré, y te daré por pacto al pueblo, para que restaures la tierra, para que heredes asoladas heredades; para que digas a los presos: Salid; y a los que están en tinieblas: Mostraos. En los caminos serán apacentados, y en todas las alturas tendrán sus pastos.”

LA NOVIA

En lenguaje simbólico la Biblia habla de la iglesia en su conjunto—todos aquellos que, durante la edad Evangélica, son plantados juntamente con él en la semejanza de la muerte de Jesús como la “esposa” de Cristo. En Apocalipsis 19:7, Jesús es mencionado como el “Cordero”, debido a la naturaleza sacrificial de su obra de redención. Leemos: “Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado.”

El adorno de la novia es el amor desinteresado que conduce al sacrificio por los demás. También es un adorno de humildad y obediencia en hacer la voluntad de Dios. Es una rica combinación de todos los frutos y las gracias del Espíritu Santo (Gal. 5:22,23 y 2 Ped. 1:5-8). Sólo cuando cada miembro en perspectiva de la futura esposa Cristo es adornado y, luego levantado en la primera resurrección, que acontecerá la boda del Cordero.

Será entonces que Apocalipsis 22:17 se cumplirá porque hasta entonces no habrá una novia. El texto dice: “Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente.” Aquí se nos informa de que “el espíritu y la esposa” constituyen la vanguardia de los que invitan a la humanidad a participar del agua de la vida. Aquí de nuevo se revela la posición especial en el plan de la salvación, que ocuparán aquellos que están plantados juntamente con él en la semejanza de la muerte de Jesús.

Con tal entendimiento, no resulta extraño que Pablo señalara cuán inútil sería el sufrimiento y la muerte de los cristianos, qué vacío de significado nuestro bautismo por el mundo muerto de la humanidad si no hay resurrección de los muertos. Con alegría, sin embargo, proclamamos la promesa de las Escrituras de una resurrección de los muertos, porque Cristo Jesús, nuestro Señor, ya ha sido levantado de entre los muertos y exaltado a gloria celestial. La primera resurrección abrazará a todos los que han sufrido y muerto con él para que puedan vivir y reinar con él, pero esta gloriosa esperanza sólo puede realizarse por medio de la fidelidad en el bautismo de la muerte.

Nos alegramos en la seguridad de la ayuda divina para aquellos que están ofreciendo sus vidas en sacrificio. Uno de los mayores incentivos a la fidelidad es la verdad de las Escrituras, tal como se indica en el texto de apertura, que el bautismo de muerte de la Iglesia es para aumentar el beneficio del mundo. Seamos fieles, para que podamos tener una participación en la futura gran labor de restaurar al mundo muerto a la vida, iluminándoles y dándoles la oportunidad de vivir para siempre.



Asociación De los Estudiantes De la Biblia El Alba