ESTUDIOS INTERNACIONALES DE LA BIBLIA

Lección Cinco

El que Viene

Versículo Clave: “Y los que iban delante y los que venían detrás daban voces, diciendo: ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!”
—Marcos 11:9

Escritura Seleccionada:
Marcos 11:1-11

ADEMÁS DE LA declaración de Juan el Bautista que Jesús era el “Cordero de Dios”, él también predicó a los judíos, diciendo: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado.” (Mat. 3:2) Jesús hacía uso de este mismo tema del reino cuando enseñaba, y también en las parábolas que él relataba. Él instruyó a sus discípulos a declarar lo mismo en todo el territorio de Israel que el reino de los cielos se había acercado. (cap. 10:6,7) Al cierre del ministerio de Jesús “el reino de los cielos” realmente vino a la nación judía en el sentido de que se les ofreció. La lección de hoy nos relata la historia de este ofrecimiento oficial del reino por Jesús y del rechazo de los judíos como pueblo de aceptarlo.

Por mucho tiempo, los discípulos habían reconocido a Jesús como el Mesías, y deseaban participar en las glorias de su reinado como el nuevo rey de Israel. A pesar de que la multitud generalmente no percibía el nuevo puesto de Jesús del mismo grado, también lo valoraba mucho, diciendo en una ocasión: “El Cristo, cuando venga, ¿hará más señales que las que éste hace?” (Juan 7:31) Después de registrar el sermón de Jesús en el monte, Mateo escribe: “Y cuando terminó Jesús estas palabras, la gente se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas.” —Mat. 7:28,29

En una ocasión, la multitud procuraba tomar a Jesús por fuerza y hacerle su rey, pero él se retiró de ellos, sabiendo que no era el momento oportuno. (Juan 6:15) Ahora, sin embargo, en el contexto de la lección de Marcos 11, en vez de retirarse, Jesús tomó un papel activo con el envío de dos de sus discípulos para conseguir un pollino para su entrada en Jerusalén. Durante mucho tiempo había sido la costumbre de los reyes viajar a su coronación de tal manera. Ahora era el momento justo, y la multitud se lanzó en el espíritu de la ocasión. La escena que contemplaban significaba nada menos que el hecho de que ahora estaba dispuesto a asumir el cargo del rey de Israel.

Sin duda, los corazones de los apóstoles debían haber estado llenos de emociones a medida que también contemplaban la cercanía de la gloria de su Maestro, y de su propia participación en ella. En toda la conmoción en torno de ellos no podían comprender el significado de sus palabras anteriores en el sentido de que él debe ser crucificado y debe irse a un “país lejano”—el cielo mismo—para recibir autoridad de su Padre, y luego volver para establecer el reino que bendeciría a Israel y a todo el mundo.

Jesús, como lo sabemos, era plenamente consciente de que la presentación de sí mismo como rey no era más que un gesto simbólico, diseñado para cumplir una profecía, y dejar la nación de Israel sin excusa. Si el pueblo debiera levantarse en unidad cuando él entró en la ciudad, reconocerlo y aclamarlo como su rey, entonces realmente estarían de acuerdo con los requisitos divinos para recibir la mayor de todas las bendiciones. El Señor sabía, sin embargo, que las profecías ya habían declarado que sería “despreciado y rechazado” por los de su propia nación. (Isa. 53:3) En los días siguientes, este rechazo empezó a desarrollarse. Con tristeza, Jesús lloró sobre la ciudad diciendo: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste! He aquí vuestra casa os es dejada desierta.” (Mat. 23:37,38) El apóstol Pablo nos dice que la ceguera de Israel no es permanente. Su eliminación sólo espera la finalización de la novia de Cristo y su clamor al gran Libertador. (Rom. 11:25-32) Por lo tanto, alabemos al Príncipe de la Paz y gritemos “Hosanna; Bendito el que viene en el nombre del Señor.”



Asociación De los Estudiantes De la Biblia El Alba