ESTUDIOS INTERNACIONALES DE LA BIBLIA

Lección para 4 de enero

Un Modelo Para la Oración

Versículo Clave: “Y les dijo: Cuando oréis, decid: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.”
—Lucas 11:2

Escritura Seleccionada:
Lucas 11:1-13

LA ORACIÓN OCUPABA un lugar de singular importancia en la vida y en las enseñanzas de nuestro Señor. En tiempos de decisión y de prueba él tenía la costumbre de acercarse al Padre celestial en oración. Comprendía plenamente que Dios nunca está confundido, desorientado, perplejo, ansioso o agobiado por las preocupaciones. Jesús sabía que los planes del Todopoderoso siempre tendrían éxito, habiendo observado estas cosas de primera mano durante su preexistencia humana. Nuestro Señor vio que el intelecto poderoso de Dios alcanzó a los límites de toda posibilidad y, conociendo el fin desde el principio, siempre podría alcanzar sus objetivos deseados.

En efecto, nuestro Señor Jesús comprendía bien a su padre y es por ello que, en confianza, frecuentemente se acercaba a él en oración. Los discípulos de Jesús observaron su hábito de oración, y la paz y la tranquilidad interior que esto trajo a su Maestro, por lo que le pidieron: “Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos.” —Lucas 11:1.

Al principio pueda parecer raro que los discípulos le pidieran a Jesús que les enseñara a orar. Sabemos por las Escrituras que los judíos, especialmente aquellos que sinceramente se esforzaban por guardar los términos de su pacto con Dios, eran un pueblo dado a oración. Cuando sus oraciones eran sinceras y de corazón, eran aceptables y eran contestadas, y eran bendecidos como resultado. De esta manera, los discípulos de Jesús ya sabían cómo orar, y su petición de que Jesús les enseñara era evidentemente por otras razones.

Como observaron los discípulos de Jesús, sentían que sus oraciones eran mucho más íntimas que la forma más mecánica de oración a la cual estaban acostumbrados. Desde la entrega de la ley en el Monte Sinaí, los israelitas habían considerado a Dios como un lejano poder que nunca podría ser abordado de cerca, y por ende sus oraciones tendían a reflejar ese sentimiento de separación. En Jesús, sin embargo, veían a alguien que se dirigía al Todopoderoso como “Padre”, y que oraba como si estuviera en estrecho contacto con él.

Al percibir su íntima comunión con Dios, y la evidencia de que Dios siempre le escuchaba y le contestaba, los discípulos pronto comenzaban a darse cuenta del gran poder y del beneficio de la oración de Jesús. Debido a su constante y estrecha comunión con Dios, inclusive en tiempos de gran tribulación y angustia, su Maestro siempre parecía estar en paz. Una de las claves de la capacidad de Jesús para mantener este parentesco con su Padre se encuentra en el hecho de que él siempre y sin excepción, estaba en completa armonía con la voluntad de Dios. Dando testimonio de esto, Jesús dijo, “Yo hago siempre lo que le agrada.” —Juan 8:29

Jesús cumplió con la petición de los discípulos y les proporcionó un modelo para la oración que, si se sigue desde el corazón, ayudaría a ponerlos en estrecha comunión con Dios, como él había disfrutado. El orden de su oración es hermoso, y es muy importante para nosotros, como seguidores de Cristo. No es casualidad que la oración comienza, como se indicó en nuestro versículo clave, con el dirigirse a Dios como “Padre nuestro”, y con reverencia dándole honor—“Santificado sea tu nombre”. Teniendo en mente estos sentimientos, así como las demás palabras de esta oración ejemplar, la cosa más prominente en nuestro corazón cuando oramos, nosotros también seremos capaces de tener comunión íntima con Dios, como lo hizo Jesús y los discípulos, que fueron enseñados por él. —Mat. 6:9-15



Asociación De los Estudiantes De la Biblia El Alba