EVENTOS SOBRESALIENTES DEL ALBA |
Peculiar y Celoso
“Quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad, y purificar para sí un pueblo peculiar, celoso de buenas obras.” —Tito 2:14 (Reina Valera Gómez)
LA PALABRA “PECULIAR” hoy en día está vinculada con el pensamiento de ser extraño, raro, pero en nuestro texto significa algo que es muy especial o fuera de lo común. Este es también el significado de la palabra griega de la que se traduce. Es cierto que el mundo considera al pueblo de Dios como extraño. Sin embargo el texto no está describiendo al pueblo del Señor tal como le parece al mundo sino, más bien, como es visto por Dios. Es muy especial para él —un tesoro en vía de ser un “diadema real” en su mano, a través del cual su gloria se reflejará a toda la humanidad a su debido tiempo. —Isa. 62:2, 3
Jesús fue el primero de estos “peculiares” tesoros especiales preparados por Dios para ser el conducto a través del cual todas las familias de la tierra serían bendecidas finalmente. Mientras estuvo en la tierra también encontró la burla y el desprecio general del mundo, particularmente de los líderes religiosos de su día. Con palabras proféticas Isaías describió por adelantado este punto de vista en cuanto a Jesús: “No hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos. Despreciado y desechado entre los hombres… y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos… nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido.” —Isa. 53:2-4
Sin embargo, Jesús fue un “peculiar” tesoro especial para Dios. Continuando su profecía, Isaías habla del punto de vista del Padre con respecto a su Hijo amado. “La voluntad de Jehová será en su mano prosperada… Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos.” (vss. 10-12) A medida que nos esforzamos día tras día por desarrollar aún más la “mente de Cristo” debemos tomar nota de su carácter y de sus obras que resultaron en que fuera considerado un tesoro especial para el Todopoderoso. Al emular su “mente”, y teniendo en cuenta los muchos pasajes de las escrituras con respecto a este importante tema, seremos capacitados, por la gracia de Dios, de ser estimados por él como “pueblo peculiar” y dignos de “repartir el despojo” de la herencia celestial con Cristo Jesús, nuestro Cabeza y Precursor.
PROMESAS DE AYUDA
Puesto que los llamados a la fase celestial del reino para ser coherederos con Cristo son un tesoro especial para el Padre Celestial él ha tomado todas las medidas necesarias para satisfacer todas sus necesidades: cuando están débiles, les da fuerza; cuando se sienten cansados y desfallecidos, los refresca con el agua de la verdad y el alimento de su Palabra; cuando les falta sabiduría, les proporciona todo lo necesario; cuando no saben qué camino tomar, su palabra es una luz para su camino y escuchan una voz detrás de ellos diciendo: “Este es el camino, andad por él.” —Isa. 30:21
Muchos son los enemigos del pueblo peculiar de Dios, pero él ha prometido protegerlos y con ese fin ha proporcionado la armadura de la verdad y la fortaleza de su Palabra. Por lo tanto, se les asegura que no puede sobrevenirles ningún mal porque mayor es el que está de su lado a todos los que están en su contra. Afirman la promesa: “El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente.” —Sal. 91:1
En su estado carnal el pueblo de Dios es débil y manchado, no llega a la norma perfecta de la justicia a la que aspira; sin embargo, esto no los deprime, pues Dios los ha redimido por la sangre preciosa de Cristo. Por consiguiente, son purificados y apartados para ser colaboradores de Jesús, que les amó y dio su vida para que pudieran vivir. Con Pablo exclaman: “Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará?” (Rom. 8:33, 34) En el consuelo de este conocimiento siguen adelante con la confianza de que el que comenzó la buena obra en ellos es capaz de realizarla en su propio tiempo y para su propia gloria. —Fil. 1:6
CON CONDICIONES
Si bien es un gran honor ser parte del pueblo peculiar de Dios y muy gratificante darse cuenta de la gran cantidad de promesas preciosas y grandísimas que ha hecho a favor de nosotros, debemos recordar siempre que nuestra posición delante de él en este puesto depende de nuestra fidelidad en hacer su voluntad. En este sentido estamos en la misma posición ante Dios como lo estaba su pueblo típico, Israel. A ellos dijo: “Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra.” —Éxodo 19:5
Hay muy pocas promesas de Dios incondicionales. Israel falló en su intento por calificar como su tesoro peculiar porque no escucharon su voz y no mantuvieron su pacto con él. Es a causa de su fracaso, y el rechazo definitivo del Mesías, que esta oportunidad llegó a los creyentes gentiles. Esta es la razón por la que hemos tenido el privilegio de escuchar el llamado de Dios y se nos ha concedido la oportunidad de ser su tesoro especial. Seguramente estemos agradecidos por esto, pero recordemos que las condiciones de nuestra aceptación todavía aplican, a saber, las condiciones de obediencia.
Este pensamiento se destaca en nuestro texto por medio de la declaración de que el pueblo que se menciona es “celoso de buenas obras.” Estos dos pensamientos son inseparables. No hay manera de calificar como un miembro de la clase de personas peculiares aparte de ser celoso, aunque simplemente ser celoso no es suficiente. A menos que el celo sea de buenas obras no valdrá para nada.
Jesús llama nuestra atención a este pensamiento. Dijo que muchos vendrían a él, diciendo: “¿No hicimos en tu nombre muchos milagros?” Sin embargo, la respuesta del Maestro es “nunca os conocí.” (Mat. 7:22, 23) Sin duda sabían que estaban trabajando, pero también sabía que el trabajo de estos celosos no estaba en consonancia con el plan del Padre ni se efectuaba desde una condición apropiada de corazón. Por lo tanto, no los elogió.
OBREROS APROBADOS
Es de vital importancia para todos los que aspiran a ser de la clase de personas peculiares asegurarse de que su celo esté bien orientado. Pablo nos dice cómo hacerlo. En su segunda carta a Timoteo escribe: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad.” (2 Tim. 2:15) Aquellos a quienes Jesús diga “nunca os conocí” estarán muy desilusionados porque no habían procurado con suficiente diligencia presentarse a Dios aprobados, a pesar de que ante los hombres aparecieran como tales.
Las Escrituras hablan de un “celo de Dios” no “conforme a la ciencia.” (Rom. 10:2) Tal celo podría ser de obras maravillosas en vez de obras buenas; o el afán de promover sus propias opiniones y, por tanto, buscar la aclamación de los hombres; o un celo por seguir a un líder humano o por crear una organización imponente; alguien aún podría tener celo por la obra que Dios quiere que se haga, pero podría ser suscitado por un motivo incorrecto.
Pablo llama nuestra atención a esta última posibilidad diciendo que aun si repartimos todos nuestros bienes para dar de comer a los pobres y entregamos nuestros cuerpos aun para ser quemados, y no tenemos amor, de nada nos sirve. (1 Cor. 13:3) Es una parte de las buenas obras de Dios de entregar nuestro cuerpo en sentido figurado para ser quemado. Pablo nos invita a hacer esta misma cosa diciendo: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional.” —Rom. 12:1
Jesús señaló las condiciones del camino estrecho al joven rico diciendo: “Anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres… y ven y sígueme.” (Mat. 19:21) De hecho, todos estamos invitados a presentarnos a nosotros mismos y todas nuestras posesiones a Dios para ser usados por él como quiera. Sin embargo, si además del amor nos impulsa cualquier otro motivo a hacerlo, esto significa que no tenemos el tipo de celo apropiado y no estamos celosos de lo que Dios considera buenas obras.
ESTUDIO SINCERO
Pablo nos amonestó, como ya se ha citado, “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado.” Este es el único motivo apropiado para estudiar la Biblia, y vale la pena que nos examinemos para asegurarnos de que estamos intentando aprender sinceramente la voluntad de Dios. El corazón humano es engañoso y tenemos que vigilar constantemente para no usar mal la Palabra de Dios en un intento de justificar algún punto de vista privado de nuestra propia invención o quizás alguna actividad especial en la que deseamos participar. Esta actividad especial puede no ser incorrecta desde el punto de vista divino o puede ser un servicio especial al que nos adaptamos naturalmente; sin embargo, si se lleva a cabo con la intención de la vanagloria o el honor personal, y no por la gloria y el honor de Dios, entonces sería en vano.
Vale la pena preguntarnos en todos nuestros estudios de la preciosa Palabra de Dios si estamos motivados totalmente por el deseo de conocer y hacer la voluntad de Dios. “Algunos leen para probar un credo preconcebido”, escribió el poeta, “y, por lo tanto, entienden poco de lo que leen.” Podemos imaginar no tener que probarnos ningún credo preconcebido, pero tenemos que estar atentos, pues, sin duda, no queremos ser obreros que se avergüencen.
Está bien tener en cuenta que el estudio de la Biblia en sí misma es sólo una preparación para las buenas obras que tienen aprobación divina. Además, tenemos que hacernos obreros aprobados de Dios. Nos esforzamos, a través del estudio, por usar correctamente la Palabra de verdad con el fin de que en nuestra obra para Dios, podamos ser obreros que no tienen de qué avergonzarse—obreros a los cuales no nos dirá “Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.” —Mat. 7:23
Es necesario usar correctamente la Palabra de verdad con el fin de saber qué quiere Dios que hagamos. Tenemos que usarla dispensacionalmente. Por ejemplo, había un tiempo en el plan de Dios, cuando era la voluntad de Dios que su pueblo matara realmente a sus enemigos porque su maldad había llegado a su plenitud. (Gén. 15:16) Sin embargo, hacerlo ahora, sin duda alguna, no manifestaría un celo de buenas obras, porque Jesús nos mandó, “Amad a vuestros enemigos. (Mat. 5:44) Citando otro ejemplo, Jesús dijo a sus discípulos que no fueran a los gentiles, pero esta comisión restringida ya no se aplica a nosotros hoy en día. De hecho, la cambió el mismo Jesús después de su resurrección.
¿QUÉ SON BUENAS OBRAS?
Fundamentalmente ninguna obra puede considerarse buena si no está en armonía con la voluntad de Dios. El joven que se acercó a Jesús y le preguntó cómo podría alcanzar la vida eterna se le dirigió como “Maestro bueno.” Jesús le respondió: “¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno sino uno: Dios.” (Mat. 19:16, 17) Jesús no quiso decir que él mismo era imperfecto o pecador. Simplemente enfatizaba el hecho de que el Padre celestial es la fuente de toda bondad.
Jesús repudió la bondad intrínseca. Todo lo que poseía había procedido de su Padre. Explicó que las palabras que hablaba no eran suyas. Eran palabras de gracia que radiaban simpatía, bondad y amor. Cualquier hombre podría gloriarse justamente en esas palabras, que reflejaban esa maravillosa sabiduría y autoridad. Sin embargo, Jesús no se las atribuyó. Eran palabras de su Padre, como explicó.
Lo mismo era cierto de las obras milagrosas de Jesús. Qué maravilloso debía haber sido llevar alegría a las vidas de las personas abriendo los ojos ciegos, destapando los oídos sordos, limpiándoles de la terrible enfermedad de la lepra y levantando a sus muertos a la vida. Alguien menos perfecto que el Maestro, y menos consciente de su absoluta dependencia de Dios por todo, podría haber estado tentado de atribuirse un poco el mérito de todo el bien que estaba haciendo, pero no Jesús.
Él estaba presto a recordarle a la gente que las obras que hacía no eran sus obras, sino las del Padre. Por lo tanto cuando el joven se le dirigió como “Maestro bueno”, la primera cosa esencial que hizo Jesús fue dirigir la mente y el corazón del joven a Dios, fuente de toda bondad. Sobre la misma base de este razonamiento nos damos cuenta de que para ser celoso de buenas obras debemos ser fervientes en las cosas que tienen su origen en Dios, en las cosas de su plan y en la obra en la cual nos ha invitado a colaborar.
OBSERVANDO TODAS LAS COSAS
Después de la resurrección de Jesús, encargó a sus discípulos ir por todo el mundo y predicar el Evangelio, enseñando a aquellos que creían observar todas las cosas que había mandado. (Mat. 28:19, 20; Hechos 1:8) Esta comisión no ha sido ni modificada ni retirada, y su obediencia designa a los seguidores del Maestro como luces en el mundo. En la providencia de Dios, y de acuerdo con la progresión ordenada de su plan, los resultados de la obra cristiana varían, pero hay pocos cambios en la obra en sí.
Durante gran parte de la edad actual, la predicación del Evangelio era como una siembra de grano, pero al final de la edad el resultado se compara con una cosecha del trigo maduro. Sin embargo, los principios básicos del Evangelio no cambian. Durante la Edad de las Tinieblas muy pocos entendían o predicaban acerca del reino, de la restitución o de otras facetas de la verdad porque no era el debido tiempo de Dios para una amplia divulgación de su plan. Sin embargo, a medida que se acercaban estos eventos, el Señor suministró una gran difusión del mensaje del Evangelio al comenzar el tiempo de la cosecha.
La buena obra de anunciar el Evangelio del reino significa simplemente más que dar testimonio. Aquellos que le aceptan como discípulos creyentes deben ser enseñados a observar todo lo que el Señor ha mandado. Esto significa que debemos animar a los que están atentos por presentarse en plena consagración a Dios. Las personas que hacen esto, y por consiguiente entran en comunión con los santos, deben ser edificadas en la santísima fe. Por lo tanto, todos tenemos una responsabilidad para con los demás, y si realmente somos celosos de las buenas obras de Dios nos deleitaremos con el privilegio de entregar nuestras vidas en este servicio divinamente designado.
Vale la pena tener en cuenta la limitación colocada sobre nuestra obra por el Maestro. Debemos proclamar el Evangelio, pero no debemos imponer cargas en los creyentes más allá de lo que Jesús nos ha enseñado a observar. Si estudiamos la Palabra con el sincero deseo de saber lo que el Señor ha mandado a fin de que podamos demostrarnos aprobados por él, no será difícil discernir entre esas cosas y las diversas cuestiones secundarias que pueden surgir en nuestras mentes de vez en cuando.
FUTURAS BUENAS OBRAS
Jesús ejemplificó una mayor consideración de las buenas obras de Dios que deben hacerse a favor de los hombres, a saber, curando sus enfermedades y dándoles vida. Los seguidores asidos a Cristo están dispuestos a participar en esta futura obra gloriosa. Refiriéndose a las obras que efectuó, Jesús dijo a sus discípulos, “aún mayores se harán.” (Juan 14:12) Estas obras mayores de curación y de restauración de la humanidad a la vida eterna no son sino la secuencia lógica de la obra de esta edad. El mensaje del Evangelio es un llamado a esta obra y un esbozo de las calificaciones necesarias para convertirse en participantes de la misma.
Una de estas calificaciones es un celo consumidor en la obra de prepararse para esos futuros privilegios. Tal y como Jesús nos comisionó, debemos enseñar a los creyentes a guardar todas las cosas que había mandado, pero es igualmente importante que nosotros mismos guardemos los mandatos divinos. Nos estremecemos al pensar que la voluntad de Dios está realizándose por toda la tierra y nos gloriamos en la esperanza de participar en la obra de reconciliación que logrará esta bendita condición. Rogamos encarecidamente: “Venga tu reino. Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.” (Mat. 6:10) Sin embargo, no debemos pasar por alto nunca la necesidad de contar con la voluntad de Dios en el momento presente, en nuestros propios cuerpos mortales. Esta es la gran lección que debe aprenderse ahora. Es el principal resultado actual de la buena obra que debe consumirnos diariamente a medida que nos esforzamos por cumplir nuestros votos de consagración al Señor y procurar celosamente conformarnos a la “mente de Cristo”.
EL EJEMPLO DE JESÚS
Caso de que alguna vez se produzca cualquier cuestión en nuestras mentes en cuanto a lo celosos que debemos ser podemos resolverla mediante la observación del ejemplo de Jesús. Se profetizó que él iba a consumirse por el celo de la casa de Dios. (Sal. 69:9; Juan 2:17) El innegable cumplimiento de esta profecía, demostrado por la incansable dedicación del Maestro a la obra que el Padre le había mandado hacer, es una cuestión de constancia en los cuatro registros evangélicos de su vida y muerte sacrificial. Sería imposible para cualquiera de nosotros ser más celoso que Jesús.
El celo del Maestro se manifestó no sólo en su servicio a Dios, sino también en su determinación para servir en la forma descrita para él por el Padre. Su celo estaba siempre de acuerdo con el conocimiento, de ahí redundó en un sacrificio aceptable. Nosotros también deberíamos preocuparnos por la forma en que servimos y el espíritu con el que lo hacemos. Y también por la medida en que nuestras propias vidas estén de acuerdo con los altos estándares de la justicia esbozados para nosotros en la Palabra de la verdad. Debemos tener celo por hacer la obra correcta, de la manera correcta y en el momento adecuado.
“DEBAJO DE UN ALMUD”
En el Sermón del Monte Jesús nos amonesta a no ocultar la luz del Evangelio “debajo de un almud”, sino a ponerla “sobre un candelero” para que se pueda ver. (Mat. 5:15) Hay diversos almudes debajo de los cuales puede ocultarse la luz. El temor del hombre es uno de ellos. Podemos estar dispuestos a contener la verdad a nosotros mismos por miedo a lo que nuestros amigos y familiares puedan pensar de nosotros. Una mayor fe en Dios, una oración más sincera por ayuda y una morada más rica del Espíritu de amor por él y por la humanidad que sufre ayudará a eliminar este almud.
El almud de limitación se sugiere a veces. Debido a que algunos han demostrado un celo que no ha estado de acuerdo con el conocimiento, la tendencia puede ser suponer que una salvaguardia contra el celo equivocado es menos celo. Se adopta la actitud de que lo más apropiado es establecer un límite en lo que vamos a hacer por el Señor. Sin embargo, esta no es la manera correcta de corregir una práctica errónea.
En lugar de poner nuestra luz debajo del almud debido a un menor celo y a una limitación autoimpuesta en cuanto a la cantidad de tiempo y energía que vamos a dedicar a la propagación del Evangelio, todo lo que tenemos que hacer es proclamar el mensaje de la verdad y estar seguros de que nuestra actividad está motivada por el Espíritu del Señor. Si estamos haciendo estas dos cosas entonces podemos quitar sin reservas las limitaciones y entregarnos total y celosamente a la obra bendita de dejar brillar nuestra luz.
El almud de una mala interpretación también ocultará la luz si se lo permitimos. Por ejemplo, la parábola de la red echada al mar describe la obra de pescar, y más tarde la de separar los peces. (Mat. 13:47, 48) Jesús también dijo, “Os haré pescadores de hombres.” (Mat. 4:19) Se plantea a veces la sugerencia de que la labor de pescar a los hombres era muy apropiada a través de la edad, e incluso en la parte anterior de la Cosecha de la Edad Evangélica, pero ahora, estando en el tiempo de la separación, no debe hacerse ninguna otra actividad pesquera.
Sin embargo, debemos recordar que al igual que el mensaje del Evangelio es el que atrapa a los peces así también es el mismo mensaje el que los separa. Es Dios quien decide cuáles son aceptables, y su decisión se basa en la forma en la que cada uno responde a la verdad cuando escucha y, a fin de que el Evangelio sea escuchado incluso por aquellos que ya profesan ser cristianos, debe proclamarse. Por tanto, todavía es la voluntad de Dios que su pueblo siga proclamando su mensaje.
Las instrucciones de Dios son tan concretas sobre la cuestión del servicio cristiano que podemos concluir con certeza que cualquier interpretación de su Palabra cuyo propósito sea retenernos de proclamar la Verdad está fundamentalmente equivocada. Tales interpretaciones no pueden servir a ningún otro propósito que el de ser almudes para ocultar la luz del Evangelio y, por lo tanto, contrarias al propósito de Dios en darnos la verdad.
Dejar brillar nuestra luz implica el sacrificio de la carne, tal como se representa en el destrozo de los cántaros por la pequeña banda de Gedeón. (Jueces 7:19,20) Aquellos cántaros ocultaron la luz, y no fue hasta que se rompieron que podría verse la luz. La carne es lo que retiene el sacrificio. Por lo tanto, como nuevas criaturas, tenemos que estar alerta para detectar el falso razonamiento de nuestra mente humana en un intento de encontrar excusas para no ser celosos en el servicio del Señor, de la verdad, de los hermanos. Tenemos que aprender a derribar estas imaginaciones, o razonamientos, que se levantan contra el conocimiento de Cristo. —2 Cor. 10:5
UN CAMINO ESTRECHO
Las condiciones sobre las cuales podemos calificar para ser el pueblo peculiar de Dios son muy exigentes. El camino que conduce a la gloria es muy estrecho. Sólo los verdaderamente celosos y sinceros escucharán finalmente el “bien hecho” del Señor. El Apóstol Pablo expresó el punto de vista correcto cuando escribió “una cosa hago.” (Fil. 3:13) No podemos esperar ganar el premio de la salvación dando toda nuestra atención, en primer lugar, a aprender la voluntad divina, y, luego, hacerla celosamente. Algo para nosotros y algo para Dios no funcionará. Nada para nosotros y todo para Dios y para la realización de su voluntad es lo que significa ser su pueblo peculiar, celoso de buenas obras.
No podemos llegar a nuestra meta por nuestras propias fuerzas, sino que, como ya hemos visto, Dios ha prometido ayudarnos. Él nos dará la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo. No somos un pueblo peculiar a causa de lo que seamos capaces de lograr, ya sea por nosotros mismos o por los demás. Dios no necesita nuestra ayuda. Lo que él atesora es una mente y un corazón dispuestos, nuestro aprecio por su gloria, nuestro entusiasmo por su plan. Si somos verdaderamente celosos hacia todo por lo que él está a favor, él hará el resto. Él nos dará la fuerza, la sabiduría y el perdón a fin de poder ser colaboradores eficaces y aceptables con él. ¡Cuán altamente honrados somos por Dios y qué gloriosa disposición ha hecho a través de Cristo para que podamos probarnos dignos de ese honor!