ESTUDIOS INTERNACIONALES DE LA BIBLIA

Lección para 16 de marzo

El Informe de Pedro

Versículo Clave: “Viéndolo antes, habló de la resurrección de Cristo, que su alma no fue dejada en el Hades, ni su carne vio corrupción.”
—Hechos 2:31

Escritura Seleccionada:
Salmo 110:1-4;
Hechos 2:22-24, 29-32

CUANDO EL Espíritu Santo fue otorgado a los once apóstoles el día de Pentecostés, comenzaron a ver y conocer los detalles de los planes de Dios mantenidos escondidos previamente: “El misterio que había estado oculto desde los siglos y edades, pero que ahora ha sido manifestado a sus santos.” (Col. 1:26) A medida que las multitudes grandes se reunían en las calles de Jerusalén para la celebración de la Pascua, los once descubrieron que, cuando hablaron a estas multitudes de cada nación, el Espíritu Santo hizo que cada uno los entendiera en su propio idioma.

Comprendiendo el poder del Espíritu Santo por primera vez, Pedro habló a la multitud citando del profeta Joel: “Y en los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne.” (Hechos 2:17) Pedro estaba ansioso de comenzar a predicar el Evangelio de Cristo a aquellos cuyos oídos podrían abrirse ahora para escuchar y comprender. Recordó a la multitud que había visto con sus propios ojos la aprobación divina de Jesús “con maravillas, prodigios y señales”, y que fue entregado a la crucifixión “por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios”, y que “Dios [lo] levantó” de entre los muertos. —vss. 22-24

Con el fin de convencer a su audiencia judía la llegada del Mesías esperado desde hace mucho tiempo, Pedro enfoca su atención en los testimonios del patriarca David. Él cita Salmo 16:10, que dice, “Porque no dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que tu santo vea corrupción.” Pedro continúa, diciendo que David no podría haber estado hablando de sí mismo porque “murió y fue sepultado, y su sepulcro está con nosotros hasta el día de hoy.” (Hch 2:29) Pedro declara que David habló como profeta para anunciar a aquel que un día se sentaría en su trono y dirigiría un reino eterno, y puesto que los líderes judíos habían matado al Mesías, primero él tiene que ser levantado de entre los muertos para que pueda sentarse en ese trono. “Pero siendo profeta, y sabiendo que con juramento Dios le había jurado que de su descendencia, en cuanto a la carne, levantaría al Cristo para que se sentase en su trono, viéndolo antes, habló de la resurrección de Cristo, que su alma no fue dejada en el Hades, ni su carne vio corrupción. A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos.” —vss. 30-32

Dios sí había jurado a David que él levantaría a alguien de su propio linaje para sentarse en su trono. Jesús había llegado, con un linaje que remontaba directamente a David. Había demostrado que era el hijo de Dios a través de maravillas y milagros, y ahora había sido levantado de entre los muertos para que pudiera llevar a cabo el plan de Dios en establecer un reino eterno que bendeciría a todas las familias de la tierra. Pedro declara que fue Jesús, y no David, quien subió a los cielos. En efecto, dice Pedro, David mismo había declarado: “Dijo el Señor [Dios] a mi Señor [Jesús]: Siéntate a mi diestra.” (vs. 34) Por último, dice Pedro, el esperado hijo de David se había hecho “Señor y Cristo”, y que sus “enemigos” llegarían a ser su “estrado.” (vss. 35,36) De su resurrección, el Jesús glorificado, declararía luego: “Yo soy… el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades.” —Apoc. 1:18



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