ESTUDIOS INTERNACIONALES DE LA BIBLIA |
Lección para 19 de enero
Jesús Enseña Acerca de las Relaciones
Versículo Clave: “Porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido.” Escritura Seleccionada: |
LA HUMILDAD ES de suma importancia para el seguidor de Cristo, especialmente cuando consideramos que los otros frutos y las gracias del Espíritu Santo no pueden ser desarrollados adecuadamente sin ella. (Gal. 5:22) La verdadera humildad es aquella condición de mente y de corazón que nos hace tener un aprecio correcto de nuestro propio valor y el de los demás. Como creyentes en Cristo Jesús, incluye la comprensión del gran valor del manto de la justicia de Cristo. Tal comprensión debería resultar en una condición de mente que nos permite mantener siempre al Señor totalmente a la vista y a nosotros mismos fuera de la vista en la mayor medida posible.
Tener humildad significa la posesión de la mente de Cristo. Debemos, como él, dejar que Dios entre en nuestra mente y en nuestro corazón. Para hacerlo, debemos ser enseñables, lo que es un aspecto de humildad que las Escrituras identifican como mansedumbre. El Señor nos invita a “aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón.” (Mat. 11:29) Como hijo de Dios, es necesario que desarrollemos “un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios.” —1 Pet. 3:4
Es una disposición humilde de corazón que nos ha permitido hacer una consagración aceptable de nosotros mismos para hacer la voluntad de Dios. Habiendo humillado a nosotros mismos hasta tal grado, podemos comenzar a trabajar en el desarrollo de la nueva criatura. Considere estas palabras de Pablo: “Si en verdad le habéis oído, y habéis sido por él enseñados, conforme a la verdad que está en Jesús. En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado… y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre.” (Ef. 4:21-24) Estos versículos resumen el trabajo de la transformación de nuestro carácter. Como nuevas criaturas, debemos tener nuevas esperanzas y metas, que emanan de nuestra mente engendrada por el Espíritu. Por lo tanto, somos capaces de seguir las instrucciones de nuestro Señor, a través del Apóstol Pablo: “Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra.” —Col. 3:2
Como nuestro Señor Jesús se hizo obediente hasta la muerte, hemos de ser crucificados con él diariamente—bautizados en su muerte, habiendo ofrecido nuestro todo a Dios por medio de la consagración. “Si somos muertos con él, también viviremos con él; si sufrimos, también reinaremos con él.” (2 Tim. 2:11,12) La forma en que hacemos esto es de seguir el ejemplo de nuestro Señor en todos los aspectos de la vida. Puesto que él era perfecto, nos ha proporcionado el mejor ejemplo posible. Somos testigos de que él estaba “lleno de gracia y de verdad.” (Juan 1:14) Así que tenemos mucho por hacer en nuestro camino como cristianos, como señalado en las palabras, “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.” —Rom. 12:2
Sólo un puñado de estos testigos de Jesús realmente lo vio. Sin embargo, todos los que han hecho una consagración aceptable a Dios durante esta Edad Evangélica han creído en el testimonio de Pablo cuando proclamó que Jesús fue levantado de entre los muertos y fue exaltado a la diestra de la Majestad en las alturas. (Ef. 1:18-23) Estos también aceptan y predican el testimonio adicional de Pablo, quien declaró que finalmente “se doble toda rodilla… y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.” —Fil. 2:10,11