ESTUDIOS INTERNACIONALES DE LA BIBLIA |
Lección para 12 de enero
Cómo vivir como el Pueblo de Dios
Versículo Clave: “Pero a vosotros los que oís, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen.” Escritura Seleccionada: |
CUANDO EXAMINAMOS la ley dada a Israel, uno de los requisitos importantes con que tenían que cumplir se da en el mandamiento, “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” (Lev. 19:18) Jesús había declarado de sí mismo, “Entre tanto que estoy en el mundo, luz soy del mundo.” (Juan 8:12; 9:5) Sin embargo, Jesús sabía, que no permanecería personalmente en el mundo, y que la obra de Dios que se le había confiado sería continuada por sus representantes—sus embajadores. Con esto en mente, él añadió el aspecto de amor en nuestro versículo clave—amor por nuestros enemigos—como otro elemento importante de ser agradable al Padre celestial.
Si nos estamos esforzando por cumplir con este aspecto definitivo de amor en nuestro carácter, se requiere que seamos agradables a Dios en la medida de lo posible con todo nuestro corazón, mente, y ser. Sólo así podremos hacer progreso significativo contra la resistencia de nuestra carne de sacrificar y de amar a los que se pueden considerar nuestros enemigos. (Rom. 12:1,2) Este lenguaje describe el dar en sacrificio de nuestra vida, las preferencias personales, y nuestros propios gustos y aversiones, en el servicio de Jesús y de nuestro Padre Celestial. Durante la Edad Evangélica, tal fidelidad conduce a la muerte sacrificial, y nos sentimos alentados por la promesa, “Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida.” —Apoc. 2:10
Al principio de la Edad Evangélica, se utilizaban milagros que pusieron de manifiesto la gloria de Dios y la autoridad dada a los apóstoles. Después que los apóstoles se durmieron en la muerte, el pueblo del Señor a través de toda la edad desde entonces ha sido llamado a andar por la fe. Han sido testigos de Jesús, en el sentido de que han sido fieles en proclamar el “evangelio de Cristo”, el cual, como afirma Pablo, “es poder de Dios para salvación.” (Rom. 1:16) Estos queridos hermanos que han sido llamados por Dios tienen que “andar como hijos de luz.” (Ef. 5:8) Qué mejor manera de hacerlo que de mostrar amor y misericordia a los demás, como ejemplificado por su Maestro.
La comisión dada a éstos por Jesús es que deben ser sus testigos en todo el mundo por la predicación del Evangelio. (Mat. 24:14; 28:19; Hechos 1:8) Al proclamar este Evangelio, dan testimonio no sólo del milagro de la resurrección de Jesús (Ef. 1:18-23), sino también de la resurrección de los que vivirán y reinarán con él. El mensaje completo del Evangelio comprende además una declaración del gran despertar de todos los muertos y la restauración de los que están dispuestos y obedientes a la plena perfección de vida como seres humanos en la tierra.
Para ser un “testigo de Jesús, y de la palabra de Dios”, debemos salir con un cántico de alabanza en nuestros labios—alabanza a Dios por su amor en enviar a Jesús como el Redentor y el Salvador del mundo, alabanza por la sabiduría divina que ideó tal plan amoroso, y alabanza por la justicia divina, que proporcionó la remoción del pecado Adámico por medio de la sangre de Cristo. Por lo tanto, podemos alegrarnos de que el Espíritu de Dios nos ha autorizado a ser testigos de Jesús, y el privilegio de explicar el plan de Dios, tanto en cuanto a la fase espiritual de su reino, así como en anunciar la esperanza gloriosa de “restauración” para toda la humanidad durante los mil años del reinado de Cristo. —Hechos 3:19-21