ESTUDIOS INTERNACIONALES DE LA BIBLIA

Lección para 13 de enero

La Humildad y Exaltación de Jesús

Versículo Clave: “Haya, pues, en ustedes este pensamiento que hubo también en Cristo Jesús.”
—Filipenses 2:5

Escritura Seleccionada:
Filipenses 2:5-11

HUMILDAD verdadera es la condición de la mente o el corazón que hace que una persona tenga una apreciación correcta de su propio valor y el de los demás. Al verdadero seguidor de Jesús, la humildad incluye la realización del valor y necesidad del manto de la justicia de Cristo. Dicha realización exige en cada uno de nosotros una condición de la mente que haga mantener siempre la vista completa en nuestro Señor, y mantener el “yo” fuera de la vista en la mayor medida posible. Para tener la mente de Cristo y, por tanto la mente de Dios, significa que debemos permitir que Dios trabaje en nuestras mentes y en nuestros corazones. Esto, a su vez, significa que debemos ser enseñables, otro aspecto importante de la humildad. Nuestro Señor nos ha invitado a “aprender de mí, que soy manso y humilde de corazón.” (Mat. 11:29) Como un hijo de Dios, es necesario que seamos “de espíritu manso y tranquilo, lo cual es de gran valor a la vista de Dios.” –I Pedro 3:4

La mente de Cristo, y la humildad asociada con esta mente, también nos señala hacia la realización de una consagración sin reservas para hacer la voluntad de nuestro Padre celestial. Tal dedicación de nosotros mismos a Dios, a través de Cristo, y pone en marcha otra importante labor- la transformación de nuestro carácter de su antigua condición a la que corresponde a un discípulo del Maestro. Considerar las palabras de Pablo: “Si habéis oído, y habéis sido por Él enseñados, conforme a la verdad está en Jesús: despojaos del viejo hombre, que está viciado; … Y renovaos en el espíritu de vuestra mente.” (Ef. 4:21-23) Estos versículos resumen la labor de la transformación de nuestro carácter por hablar de dos características importantes de este trabajo. En primer lugar, hemos de “rechazar” nuestro antiguo camino, que fue conforme a la carne. En segundo lugar, debemos ser “renovados en el espíritu”, es decir, por el Espíritu Santo de Dios trabajando en y a través de nuestras mentes y corazones.

Como nuestro Señor Jesús fue obediente hasta la muerte de la cruz, hemos de ser crucificados con él, bautizados en su muerte, habiendo ofrecido nuestro todo en consagración. “Si morimos con él, también viviremos con él: Si sufrimos, también reinaremos con él.” (II Tim. 2:11,12) La forma en que hacemos esto es siguiendo el ejemplo de nuestro Señor en todas las cosas. Él era perfecto y pudo vivir a la altura de las instrucciones que él recibió del Padre. Las Escrituras atestiguan que fue “lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14), y que “todos daban testimonio de Él, y estaban maravillados por las palabras de gracia que salían de su boca. (Lucas 4:22). Seguir sus huellas significa que tenemos mucho que hacer en el camino de transformación del carácter. Esto se acentúa por las palabras, “no os conforméis a este mundo, sino transformaos mediante la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena, agradable y perfecta voluntad de Dios.” –Rom. 12:2

Sólo un poco de aquellos a quienes Pablo escribió eran en realidad testigos oculares de la vida de Jesús, la muerte y la resurrección. Sin embargo, ellos creyeron y proclamaron el testimonio de Pablo que cuando fue Jesús resucitado de entre los muertos, fue exaltado a la diestra de Dios. (Ef. 1:18-23) Con alegría nosotros también aceptemos y prediquemos el mensaje de Pablo, declarando que, en última instancia “se doble toda rodilla … Toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.” –Phil. 2:10,11



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