EVENTOS SOBRESALIENTES DEL ALBA

La Lucha por la Paz

“Venid, ved las obras de Jehová, que ha puesto asolamientos en la tierra. Que hace cesar las guerras hasta los fines de la tierra. Que quiebra el arco, corta la lanza, y quema los carros en el fuego.” —Salmos 46:8,9

La gran mayoría de la humanidad, a través de la historia, ha anhelado condiciones en su vida que incluirían aquellas como descanso por el alma, satisfacción de ser, autosuficiencia, y paz entre sus prójimos. Sin embargo, muchos de los que tienen estos deseos nobles de otro modo, han procurado lograr estas condiciones a la manera de su naturaleza caída y pecadora heredada. En efecto, la mayor parte de estos esfuerzos no han estado de acuerdo con las instrucciones de Dios como encontradas en las Escrituras. En el número del Alba de este mes examinaremos estos cuatro temas relacionados: descanso, satisfacción, suficiencia, y paz, comparando los modos del hombre caído con los métodos sabios de Dios.

Nuestro primer tema bajo examen es el de la paz—específicamente, la lucha del hombre por alcanzar y mantener esta condición con sus prójimos y las naciones. En efecto, para que el hombre consiguiera dentro de su propio ser cualquier paz, descanso, satisfacción, y suficiencia mensurable y gratificante, primero él debe ser capaz de alcanzar la paz y la armonía con sus prójimos—los seres humanos.

La Experiencia Del Hombre Con La Guerra

Como sugiere nuestro título, el hombre ha luchado mucho por la paz entre los pueblos y las naciones. La gente civilizada a través de los siglos ha considerado la guerra como un mal. No obstante, hablando en general, la mayoría la ha considerado un mal necesario, y ha participado de mala gana en ella. En algunos casos, los militaristas profesionales han detestado la guerra, y han esperado y han orado que se pudiera encontrar algún camino a la paz universal y perdurable. En los años 1950, el presidente Eisenhower, un general principal muy elogiado durante la Segunda Guerra Mundial, ante la fealdad creciente de la guerra, pidió que las naciones se unieran en un esfuerzo por desarrollar y promover la energía nuclear para el mejoramiento del hombre más bien que para la destrucción. En los sesenta años que han pasado desde que él pronunció aquel llamado, aunque no hubiera ninguna guerra usando armas nucleares, la amenaza todavía continua, en particular entre las naciones “pícaras” más pequeñas que quizás sientan que tienen poco a perder desarrollando y hasta usando tales armas.

Durante los años que han marcado el comienzo del nuevo milenio, la lucha por la paz ha tomado desafíos aún mayores, quizás, que la amenaza de la guerra nuclear. El terrorismo, y la guerra contra ello, han sido el enfoque del conflicto entre las naciones y los pueblos durante la aurora del nuevo siglo. Algunas naciones y grupos extremistas, en vez de elegir emprender guerra con armas “convencionales” como fusiles, tanques, buques, y bombas lanzadas de aeroplanos, han decidido usar instrumentos como coche bombas, bombas al borde de la carretera, y bombas de suicidio. Los “dispositivos explosivos improvisados” (“IED”) se usan extensamente también, los cuales, como sugiere el nombre, utilizan cualquier material comúnmente disponible para crear una explosión bastante poderosa para matar o mutilar a tantas personas como posible. Además, ha habido una amenaza aumentada de, y preparación para, la posible guerra biológica y química.

Opiniones Y Estadísticas

Los eruditos que han estudiado la experiencia del hombre con la guerra a través de los siglos han expresado opiniones variadas, así como proporcionado muchas estadísticas al respecto, algunas de las cuales notaremos aquí. El historiador británico célebre John Keegan ha declarado su creencia que la guerra es un fenómeno universal cuya forma y alcance son definidos por la sociedad que la practica. Un argumento diferente sugiere que ya que ha habido, durante siglos, sociedades en las cuales la guerra no existió, los seres humanos no están dispuestos naturalmente para participar en la guerra, y que ésta surge sólo en circunstancias particulares. A pesar de este argumento, algunos expertos creen que aproximadamente el 90-95% de las sociedades conocidas a través de la historia han participado en la guerra al menos ocasionalmente, con algunas habiendo luchado casi constantemente. Según una fuente, aproximadamente 14.500 guerras han ocurrido entre 3500 a. de J.C. y el final del siglo 20, cobrando 3,5 mil millones de vidas, con sólo aproximadamente 300 años de paz durante aquel período de 5.500 años.

De las diez guerras más devastadoras en la historia humana en términos de pérdidas de vida, seis han ocurrido dentro de los últimos doscientos años. Estas seis guerras en sí cobraron aproximadamente 150 millones de vidas, con la Segunda Guerra Mundial representando casi la mitad de aquel número. Poco después de ésta que fue la más costosa de todas las guerras, y al ver las consecuencias destructivas rápidamente crecientes de la guerra moderna, el doctor Albert Einstein bien declaró, “No sé con qué armas se luchará la III Guerra Mundial, pero la IV Guerra Mundial se peleará con palos y piedras.” ¡Cuán escalofriante debería ser tal pensamiento al corazón y a la mente humanos!

El Programa de Datos de Conflicto de Uppsala, un recurso reconocido por las Naciones Unidas, declara que, desde el principio de 2012, además de muchos otros conflictos “a pequeña escala”, había diez guerras en curso en el mundo, causando al menos mil muertes por año. Es interesante notar que ocho de las diez en esta lista estaban teniendo lugar (y todavía están al escribir esta líneas) en los continentes de África y Asia. No sea que los americanos debieran sentirse completamente aislados de estas amenazas, sin embargo, la guerra actual con la pérdida más alta de vidas durante los años 2010-2011 ha estado justa al lado—la Guerra de Narcotráfico mexicana. El tiempo mediano que han durado estas diez guerras actuales es ocho años, y una de ellas ha progresado continuamente durante casi cincuenta años.

Las Escrituras Proporcionan Esperanza

Con toda la historia de guerras y conflictos, y las guerras en curso hoy en día, quizás pareciera que el hombre casi haya perdido completamente cualquier concepto del valor de la vida humana. No obstante, la investigación hecha por un antiguo general de brigada encontró que, por término medio, sólo el 15-20% de los fusileros americanos en combate en la Segunda Guerra Mundial realmente tiraron al enemigo. Del mismo modo, un historiador célebre de la Guerra Civil americana declara que de los 27.574 mosquetes desechados encontrados en el campo de batalla de Gettysburg, casi el 90% todavía estaban cargados—nunca habiendo sido disparados durante la batalla. Estas estadísticas interesantes quizás proporcionen un rayo de esperanza, que algún día el hombre habrá tenido suficiente de la guerra, y depondrán para siempre sus espadas y lanzas. En efecto, es por medio de las promesas de Dios contenidas en la Biblia que tal esperanza no sólo existe, sino que se hará realidad seguramente en el futuro no muy lejano.

De acuerdo con nuestra escritura de apertura, las profecías de Isaías 2:2-4 y Miqueas 4:1-4 nos dan la seguridad de que la paz será disfrutada finalmente por el hombre. Estas profecías revelan que cuando las naciones busquen al Señor para ser enseñadas en sus caminos, ellas volverán sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en hoces, y no se adiestrarán más para la guerra. No habrá entonces ningún agresor—nadie para “hacer mal, ni causar daño,” porque “la tierra será llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar.” —Isa. 11:9

Estas profecías señalan uno de los objetivos principales del gran propósito Mesiánico de Dios como expresado por los ángeles durante la noche en la cual Jesús nació: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (Lucas 2:14) Este coro de los ángeles estaba de acuerdo con la promesa del nacimiento de Jesús, que declaró que él sería “Príncipe de Paz,” y que “lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite.” —Isa. 9:6,7

El Profeta David también profetizó las bendiciones de paz que vendría a las naciones bajo la administración del reino del Mesías. “Los montes llevarán paz al pueblo, y los collados justicia”—obedeciendo la gobernación justa del reino de Cristo, que todos estarán obligados a hacer. —Sal. 72:3

Entonces se demostrará que la justicia y la paz son principios compañeros, ambos de los cuales reflejan las características del amoroso Dios del universo, y que la guerra es la prole de la injusticia, siendo engendrada por el pecado y el egoísmo. Mediante el reino de Cristo vendrá el cumplimiento de la profecía poética del Salmo 85:10-12, que dice: “La misericordia y la verdad se encontraron; la justicia y la paz se besaron. La verdad brotará de la tierra, y la justicia mirará desde los cielos. Jehová dará también el bien, y nuestra tierra dará su fruto.”

El Propósito Divino

Puesto que el cumplimiento de estas muchas promesas de paz y de buena voluntad entre los hombres se ha demorado por tanto tiempo, muchos, hasta entre los que aman la paz, han llegado a considerarlas como nada más que declaraciones de altos ideales. Tales personas creen que son frases hermosas que se pueden citar en ocasiones convenientes, pero carecen de sentido vital como una expresión de las condiciones actuales que existirán algún día en esta tierra. Un entendimiento apropiado del propósito divino reflejado en estas promesas tranquilizadoras nos lleva a una conclusión diferente—la conclusión declarada por el Profeta Isaías cuando dijo, “El celo de Jehová de los ejércitos hará esto.” —Isa. 9:7

Uno de los errores cegadores de la Cristiandad es que el Señor depende en gran parte del hombre para realizar sus promesas. Este punto de vista asume que el propósito principal de las muchas promesas de Dios es exponer cuáles condiciones deberían estar en la tierra, y que es la responsabilidad de su pueblo de asegurarse de que se establezcan estas condiciones justas.

Sin embargo, en la promesa de Isaías acerca del nacimiento del Mesías él dijo, “el principado [reposará] sobre su hombro,” es decir, es su responsabilidad de realizar el propósito de Dios perteneciente al reino Mesiánico. Aquel propósito no puede ser legislado por gobiernos caídos. No puede ser alcanzado ni por guerras de agresión ni de defensa. Se llevará a cabo sólo en virtud del hecho de que en su propio debido tiempo, mediante Cristo, “el Dios del cielo” “levantará un reino.” —Dan. 2:44

La Parábola Del Hombre Noble

Los discípulos de Jesús creían correctamente que él era el Mesías prometido, el designado y enviado por Dios para realizar sus promesas de establecer la justicia y la paz en la tierra. Poco antes de que fuera crucificado él les relató una parábola acerca de “un hombre noble” que se fue a “un país lejano, para recibir un reino y volver.” (Lucas 19:12) Los discípulos entendieron que Jesús se refería a sí mismo como el “hombre noble,” que debía irse, así que se dieron cuenta de que habría una demora en el establecimiento de su reino.

Sin embargo, ellos no se dieron cuenta de que se iría en muerte, y estaban confundidos y desalentados cuando él fue tomado de ellos y crucificado. Sin embargo, poco después, él fue levantado de entre los muertos, y al encontrarse con ellos por última vez antes de irse “al país lejano” de la parábola, ellos confiadamente le preguntaron sobre el reino prometido: “¿Restaurarás el reino a Israel en este tiempo?”

Jesús simplemente les dijo que “los tiempos y las sazones” del plan divino todavía no debían ser conocidos por ellos. Ellos debían quedarse en Jerusalén hasta que fueran engendrados por el Espíritu Santo, y luego debían ser sus testigos en todas partes de Judea, y hasta lo último de la tierra. (Hechos 1:6-8) Un poco más tarde sí recibieron el Espíritu Santo, y emprendieron con celo su misión de dar testimonio acerca de Jesús. Dieron testimonio acerca de su muerte y resurrección como el Redentor y el Salvador del mundo. También testificaron acerca del hecho de que volvería del “país lejano” y establecería su reino, como Dios lo había prometido.

El Espíritu Santo refrescó la memoria de los discípulos acerca de otra gran verdad que les había enseñado—a saber, que si sufrieran y murieran con él, vivirían y reinarían con él por medio de la resurrección. Por lo tanto, entendieron que no sería su predicación del Evangelio que establecería el reino. Sabían que el “gobierno” prometido de justicia debe esperar hasta que hubiera regresado su Señor y Maestro, y que su fidelidad como sus testigos demostraría entonces su mérito para vivir y reinar con él.

Escogidos Del Mundo

Jesús explicó a sus discípulos que los había escogido del mundo. (Juan 15:19; 17:6) Les había dicho, “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo.” (Juan 16:33) Entendieron que esto significaría que debieran adoptar la misma actitud hacia el mundo, y todas las cosas mundanas, como lo había hecho Jesús. El siervo no debía estar encima de su Señor, o de ningún modo exento de obedecer los preceptos de justicia que lo gobernó.

Habrían notado que Jesús no hizo una campaña contra el orden social de su día, en el sentido de tratar de cambiar sus costumbres y prácticas. Por otra parte, él dio instrucciones para “dar, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios.” (Mat. 22:21) El Apóstol Pablo captó el espíritu de esta admonición, y a los cristianos en Roma escribió que debían estar sujetos a “las autoridades superiores.” —Rom. 13:1

El testimonio del Evangelio que los cristianos fueron invitados a llevar por todo el mundo a favor de Jesús no fue diseñado para convertir al mundo. Simplemente, debía atraer a aquellos en el mundo, que, apreciando la verdad del plan de Dios de salvación y su designio de establecer la paz mundial, querrían abandonar todo y seguir al Maestro. El objetivo principal de todos éstos ha consistido en ser leales a Dios, y a su Hijo, Jesús. Al actuar así, ellos demuestran que son dignos de vivir y reinar con Cristo en su reino de paz y justicia cuando éste se establezca en poder y gran gloria en toda la tierra.

La Actitud de los Cristianos Con Respecto a la Guerra

Mientras la vocación de cada cristiano fiel ha sido servir al Señor, las aficiones de todos ellos los ponen en contacto con el mundo y con sus instituciones y gobiernos. Esto significa que están obligados a tomar decisiones en cuanto a la actitud que deberían desplegar bajo varias circunstancias. Muchas veces estas decisiones exigen mucho valor, pues con frecuencia los colocan en una posición impopular a los ojos del mundo.

Una de las decisiones que muchos cristianos han tenido que tomar ha consistido en cuál actitud deberían adoptar con respecto a la participación en la guerra. Este es un asunto que cada seguidor del Maestro debe considerar concienzudamente para sí mismo. Probablemente muy pocos seguidores totalmente consagrados de Jesús a través de la edad han participado voluntariamente en la guerra. El verdadero problema se ha surgido para aquellos viviendo bajo gobiernos que reclutaron a sus ciudadanos para servir en los militares. Por siglos, esto ha sido el caso en prácticamente todos los países donde el Evangelio de Cristo ha sido predicado. Sin embargo, los historiadores señalan que los cristianos se mantuvieron tan libres como posible del servicio militar. Ellos notan que pocos cristianos, si alguno, sirvieron en el ejército romano durante el primer siglo y medio de la era común, y justo tan temprano como el tercer siglo, había objetores de conciencia cristianos. Éstos se opusieron no sólo a la participación en la guerra, sino también a estar en los militares en absoluto, porque podrían estar obligados a tomar la vida de otra persona.

Sin embargo, a medida que la iglesia se hizo aliada cada vez más con el mundo y con los gobiernos mundanos, muchos cristianos profesos comenzaron a abandonar su objeción de conciencia a la guerra. Ellos aumentaron en riqueza y poder civil, y a medida que crecieron, la objeción a la guerra comenzó a disminuir. La conversión del emperador romano Constantino al cristianismo prácticamente hizo que la iglesia llegara a ser la agencia del estado.

La historia indica que durante la Edad Media varios conceptos y prácticas fueron adoptados en cuanto a la participación de un cristiano en la guerra. Se supuso que los sacerdotes y los monjes, teóricamente, se abstenían del derramamiento de sangre, aunque pudieran obligar a los laicos de hacerlo “con una justa guerra.” Esto planteó la pregunta con respecto a cuándo una guerra fue justa, con los gobiernos estatales-eclesiásticos de la época tomando la decisión.

En su mayor parte, a partir del tiempo de la conversión de Constantino hasta el presente, ha habido sólo los grupos minoristas que han adoptado una posición tan firme contra la participación en la guerra. No obstante, gracias en parte al aumento general de conocimiento por medio de la educación más extensa de las masas, y debido al hecho de que algunos prejuicios del pasado han sido olvidados, muchos grupos religiosos ahora reconocen el derecho de sus miembros de estar opuestos concienzudamente a la guerra.

Reconocimiento Del Gobierno

Los gobiernos en algunos países del mundo, más notablemente los Estados Unidos, ahora hacen provisión aumentada por los derechos de la conciencia individual, sobre todo con respecto a la obediencia a Dios. Ellos permiten que la lealtad concienzuda a Dios sea lo primero en la vida de un creyente verdadero, y que las leyes de los hombres no debieran intentar poner a un lado esta prioridad.

En este país, muchos grupos religiosos hoy en día han establecido comités para ayudar a cualquiera de sus jóvenes que pueda estar concienzudamente opuesto a la guerra, y trabajar con las agencias gubernamentales en relación con su postura respecto al asunto. El “Alba” ha cooperado durante muchos años con el Comité Nacional Para Objetores Religiosos de Conciencia de los Estudiantes de la Biblia, a medida que trabajan juntos con los jóvenes de nuestra asociación, así como con el gobierno, en cuanto a estos asuntos.

Gran Tribulación Primero—Paz Después

Como hemos notado, probablemente hay muy pocos que no reconocen que la guerra es un mal, una plaga que arruina a la humanidad siempre que y dondequiera que ocurra. Los gobernantes y los estadistas noblemente dispuestos a lo largo de los siglos indudablemente han deseado que se pudiera encontrar alguna manera para abolir la guerra. Ningún tema jamás haya cautivado más las mentes de los hombres que el cántico de paz de los ángeles.

Los cristianos iluminados por la verdad a través de la edad han disfrutado con proclamar el mensaje del venidero gobierno de paz de Cristo, bajo la administración del cual el Señor “hará cesar las guerras hasta los fines de la tierra.” Han reconocido que su mensaje no cambiaría el curso presente del mundo con respecto a la guerra, o a cualquier otra cosa. Han sabido que el principio destacado por Jesús cuando dijo a Pedro, “todos los que tomen espada, a espada perecerán,” sería verificado al fin de la edad cuando los “reinos de este mundo” sean derrocados en un tiempo de angustia que el mundo nunca ha visto. —Mat. 26:52; Juan 18:10,11; Dan. 12:1

La naturaleza global de esta “gran tribulación” que Jesús dijo que resultaría en la destrucción de toda carne salvo por la intervención divina, se ha hecho posible por el profético “aumento de la ciencia” en este “tiempo del fin.” Sin embargo, aunque este conocimiento rápidamente creciente conduce a mucha destrucción debido al egoísmo humano, esto también despierta a algunos a darse cuenta de que se proponen mejores cosas. Como resultado, no sólo hay un clamor incesante por los derechos verdaderos e imaginados, sino también por el progreso intentado, y a veces actual, en cuanto a lo humanitario.

Las mentes de las personas están siendo preparadas para las bendiciones del reino que está muy cerca ahora. El despertamiento a la barbaridad de la guerra, y las provisiones legales hechas por aquellos que están concienzudamente opuestos a ella, son una parte de este modelo general. De este modo los pueblos están siendo preparados para dar la bienvenida, aún más incondicionalmente, al programa educativo del reino, cuando las naciones no se adiestren más para la guerra. Será entonces que la lucha larga por la paz de parte de los que aman la paz terminará en una era de libertad universal y eterna de las guerras y los conflictos.

“Estad Quietos”

Esto no será llevado a cabo por esfuerzos humanos, sino porque “el Dios del cielo levantará un reino,” un gobierno en el cual la autoridad divina será declarada e impuesta. Como profetizó Dios, él dirá en aquel entonces, “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios;… enaltecido seré en la tierra.” —Sal. 46:10

Mientras tanto, seguimos proclamando el Evangelio del reino venidero, regocijando en la seguridad de las promesas de Dios, asegurados de que está “cerca” en un sentido muy verdadero. Debemos alegrarnos también en nuestro “testimonio por Jesús, y por la Palabra de Dios.” Las “armas de nuestra milicia no son carnales,” no obstante, son “poderosas” mediante Cristo en la destrucción de las fortalezas de error que pudieran haber estado arraigadas en nuestras propias mentes y corazones. Ellas son “poderosas” también en “llevar cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo”—“y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios.” —Apoc. 20:4; 2 Cor. 10:4,5

La obediencia a Cristo en dar testimonio a la verdad, y trayendo nuestras propias vidas en armonía con su ley de amor, son el privilegio de sus seguidores consagrados ahora. Cuando las leyes de su reino entren en vigor “se doble toda rodilla… y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.” (Fil. 2:10,11) Esto estará en cumplimiento de Isaías 45:22,23: “Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más. Por mí mismo hice juramento, de mi boca salió palabra en justicia, y no será revocada: Que a mí se doblará toda rodilla, y jurará toda lengua.” En aquel entonces ¡sí habrá paz!



Asociación De los Estudiantes De la Biblia El Alba