ESTUDIOS INTERNACIONALES DE LA BIBLIA

Lección para 27 de mayo

El Camino, la Verdad y la Vida

Versículo Clave: “Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.”
—Juan 14:6

Escritura Seleccionada:
Juan 14:1-14

DURANTE LA ÚLTIMA noche de Jesús en la tierra podemos imaginar bien el sentido de pesar y temor que asaltó los corazones de sus once apóstoles escogidos. Primero, el Maestro había avergonzado a todos ellos lavando sus pies. Entonces, después de que el bocado se le había dado a Judas, él dejó la pequeña compañía. Después de esto, Jesús les dijo que serían perseguidos debido a él, sobre todo informando a Pedro que él negaría a su Señor tres veces antes que hubiera cantado el gallo.

Jesús entonces pasó a dar a sus apóstoles muchas palabras de consuelo y consolación que se registran en el relato del evangelio de Juan. “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis. Y sabéis a dónde voy, y sabéis el camino.” —Juan 14:1-4

Tomás expresó perplejidad en cuanto al significado de estas palabras. Jesús explicó en nuestro Versículo Clave que él era el “Camino” en el sentido de que por medio del sacrificio de su vida humana perfecta se proporcionaría el precio de rescate. Posteriormente, él proporcionaría la imputación del mérito de ésta a favor de los pecadores, para que pudieran ser aceptos al Padre. Él era la “Verdad” porque sólo por sus palabras de instrucción pudiera haber cualquier esperanza de entrar en armonía permanente con Dios. Él era la “Vida” también. Toda la familia humana fue condenada a la muerte debido a la desobediencia de Adán. Ella no tendría ninguna posibilidad de abrigar cualquier esperanza para una futura vida sin apreciar que Cristo, por su sacrificio, llegaría a ser el dador de vida, primero para la iglesia, y más tarde para el mundo durante el Reino de Dios.

Cristo también prometió enviar el Espíritu Santo para dirigir a sus apóstoles después de su partida. “Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros. No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros.” —vss. 16-18

Durante el día de Pentecostés, los apóstoles recibieron dones especiales y sobre todo fueron encargados con la proclamación de la resurrección de Cristo. Se les instruyó informar al pueblo judío que mediante el arrepentimiento y el bautismo ellos podrían obtener el Espíritu Santo, el cual los apóstoles mismos habían recibido antes en aquel día. (Hechos 2:4,22-41)

Hoy los creyentes engendrados del espíritu son exhortados a desarrollar los frutos del espíritu. El Apóstol Pablo los enumera como tal: “Amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley.” Él añade, “Los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu.” (Gál. 5:22-25) Cuán agradecidos deberíamos estar por la oportunidad de ser transformados de tal manera. Debe ser nuestro deseo sincero de demostrarnos agradables finalmente a nuestro Padre Celestial y participar en el privilegio de reinar con Cristo en el Reino. —Rom. 12:1,2; 8:14-17



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